OTRAS FABULAS ESCOGIDAS DE OTROS CÓDICES DE ESOPO

 

 

245. El cobarde y los cuervos (Hsr. 290, Ch. 47)

 

UN hombre, que era cobarde, marchó a la guerra. Al graznar los cuervos, dejó las armas y se quedó quieto. Luego las volvió a coger y se puso otra vez en marcha, graznaron de nuevo, se detuvo y al fin les dijo: «Vosotros, graznad tan fuerte como podáis, pero no vais a probar mi carne.»

 

La fábula concierne a los; sumamente cobardes.

 

246. La mujer y el borracho (Hsr. 278, Ch. 88)

 

Una mujer tenía un marido borracho y como quería quitarlo del vicio imaginó 1a. siguiente argucia. Aguardó a que estuviera dormido de la borrachera e insensible como un muerto, se lo echó a los hombros, lo llevó al cementerio, lo depositó y se marchó. Cuando sospechó que había vuelto ya en sí, volvió y llamó a la puerta del cementerio. Dijo el borracho: «¿Quién llama a la puerta?» Respondió la mujer: «Soy yo, que traigo la comida a los muertos.» Dijo él: «No me traigas de comer, sino de beber, buena mujer, porque me das mucha tristeza al recordarme la comida y no la bebida.» La mujer se golpeó el pecho mientras decía:

 

«¡Ay qué desgraciada soy!, nada he conseguido con mi argucia, porque tú, marido, no sólo no te has corregido, sino que te has hecho peor; tu defecto se ha convertido en un hábito.»

 

La fábula muestra que no hay que echar raíces en el mal comportamiento, porque llega un momento en que, aun sin querer, se impone al hombre como hábito.

 

247. Diógenes de viaje48 (Hsr. 65, Ch. 98)

 

Diógenes el cínico estaba de viaje cuando llegó a un río muy caudaloso y se detuvo ante la imposibilidad de pasarlo. Uno que se dedicaba a vadearlo al verlo perplejo se acercó y lo pasó. Diógenes, complacido por su amabilidad, se reprochaba su pobreza, que le impedía corresponder con su bienhechor. Estaba todavía pensando en esto cuando vio a otro caminante que tampoco podía pasar; el hombre corrió hacia él y lo cruzó. Entonces, Diógenes se acercó y le dijo: «Pues yo ya no te estoy agradecido por tu ayuda, porque veo que esto no lo haces por una decisión juiciosa, sino por manía.»

 

La fábula muestra que quienes favorecen a quienes nada se merecen junto con las personas serias, no obtienen el reconocimiento de su servicio, al contrario, se les acusa más bien de insensatez.

 

248. Diógenes y el calvo (Hsr. 65a, Ch. 97)

 

Diógenes el filósofo cínico, insultado por uno que era calvo, dijo: «Yo no habría insultado jamás. Al contrario, alabo los cabellos que han abandonado una cabeza tan miserable.»

 

249. El camello danzarín (Hsr. 142, Ch. 147)

 

Un camello al que su amo le obligaba a bailar dijo: «No sólo soy horrible bailando, sino también cuando ando.»

 

La fábula se dice del falto de gracia en todo lo que hace.

 

250. El nogal (Hsr. 141, Ch. 152)

 

Un nogal que estaba al lado de un camino y al que los caminantes le tiraban piedras, lamentándose, dijo para sí: «Qué desgraciado soy, yo, que cada año me atraigo insultos y pesares.»

 

La fábula va para los que sufren a causa de sus propios bienes.

 

251. La alondra moñuda (Hsr. 271, Ch. 169)

 

Una alondra moñuda, presa en un lazo, lamentándose, decía: «¡Ay de mí!, ¡soy el ave más desgraciada e infeliz! A nadie he robado oro ni plata ni nada precioso y un pequeño grano de trigo me ha traído la muerte.»

 

La fábula va para quienes, por una mezquina ganancia, se exponen a un gran peligro.

 

252. El perro, el gallo y la zorra (Hsr. 268, Ch. 180)

 

Un perro y un gallo que lucieron amistad caminaban juntos. Al sorprenderlos la noche, llegados a un bosque, el gallo se subió a un árbol y se posó en las ramas; el perro se durmió abajo, en un hueco del árbol. Cuando pasó la noche y llegó el alba, el gallo, conforme a su costumbre, cacareó muy alto. Y una zorra que lo oyó quiso comérselo, acudió y se detuvo al pie del árbol y le gritó: «Eres una buena ave y útil a los hombres; baja para que entonemos los dos el canto de la noche y gocemos juntamente.» El gallo, respondiéndole, dijo: «Vete, amiga, abajo, a la raíz del árbol, y llama al vigilante para que acompañe tocando la madera.» Y la zorra fue a llamarlo; el perro, de pronto, dio un salto y despedazó a mordiscos a la zorra.

 

La fábula muestra que del mismo modo las personas sensatas, cuando se les presenta un peligro, fácilmente se ponen en guardia contra él.

 

253. El perro y el caracol (Hsr. 265, Ch. 181)

 

Un perro tenía la costumbre de tragarse huevos; al ver un caracol abrió su boca y se lo tragó, cerrándola violentamente creyendo que era un huevo. Pero sintió una pesadez en sus entrañas, se sintió mal y dijo: «Me está bien empleado por haber creído que todas las cosas redondas son huevos.»

 

La fábula nos enseña que quienes se meten en un asunto sin reflexionar, sin darse cuenta, se ven enredados en situaciones engorrosas.

 

254. El perro y el carnicero (Hsr. 134, Ch. 183)

 

Un perro se metió en una carnicería; mientras estaba ocupado el carnicero, el perro robó un corazón y se escapó. Pero el carnicero se volvió mientras lo veía escapar y dijo: «¡Eh, tú!, dondequiera que estés te tengo vigilado; no me has quitado un corazón, al contrario, me lo has dado.»

 

La fábula muestra que en muchas ocasiones los accidentes son una enseñanza para los hombres.

 

255. El mosquito y el león (Hsr. 267, Ch. 188)

 

Un mosquito dijo acercándose a un león: «Ni te tengo miedo ni tampoco eres más fuerte que yo, y si no ¿cuál es tu fuerza?, ¿arañar con tus uñas y morder con tus dientes? Esto también lo hace la mujer que se pelea con su marido. Yo, en cambio, soy mucho más fuerte que tú. Si quieres, peleamos.» Y tocando su trompeta el mosquito acometió, picándole en la parte sin pelo del hocico, al lado de las narices. Entonces, el león, aturdido de dolor, al rascarse con sus garras, se rindió. El mosquito, al vencer al león, tocó su trompeta entonando el canto de la victoria y echó a volar. Entonces, se enredó en una tela de araña y, al ir a ser devorado, lamentaba que él que hacía la guerra a los animales más grandes perecía a manos de un bicho miserable: la araña.

 

256. Las liebres y las zorras (Hsr. 169, Ch. 190)

 

Las liebres en una ocasión estaban en guerra con las águilas y llamaron en su ayuda a las zorras. Éstas dijeron: «Os habríamos ayudado si no hubiéramos sabido quiénes erais y contra quiénes combatíais.»

 

La fábula muestra que los que entran en discordia con los más fuertes son objeto de burla a la par que fracasan.

 

257. La leona y la zorra (Hsr. 167, Ch. 194)

 

Una leona, que sufría los reproches de una zorra porque no echaba al mundo más que una sola cría, dijo: «Sí, pero es león.»

 

La fábula muestra que lo bueno no está en el número, sino en su virtud.

 

258. El león viejo, el lobo y la zorra (Hsr. 269, Ch. 205)

 

Un león viejo yacía enfermo en su antro. Se acercaron a visitar a su rey todos los animales, salvo la zorra. Entonces, el lobo aprovechó la ocasión para acusar a la zorra delante del león de no considerar en nada al señor de todos ellos y que por eso no había acudido a visitarlo. Entre tanto, se presentó la zorra y oyó las últimas palabras del lobo. Entonces, el león lanzó un rugido a la zorra, pero ella pidió la oportunidad de defenderse; dijo: «¿Y quién de los aquí reunidos te ha sido de tanta utilidad como yo, que he ido por todos sitios a pedir y aprender remedios para ti de los médicos?». El león enseguida pidió que dijera el remedio. Dijo la zorra: «Desollar a un lobo vivo y ponerte encima su piel aún caliente.» El lobo, entonces, cayó muerto al instante; la zorra, riéndose, dijo: «No hay que excitar así al señor a la animosidad, sino a la benevolencia.»

 

La fábula muestra que al conspirar contra otro se atrae uno su propia trampa.

 

259. El león, Prometeo y el elefante (Hsr. 292, Ch. 210)

 

Un león se quejaba a menudo a Prometeo de que le había hecho grande y hermoso, de que le había armado la mandíbula con dientes y las patas con garras y de que le había hecho la más fuerte de las bestias. «Pero, aun siendo tal —decía—, me da miedo del gallo.» Entonces, Prometeo dijo: «¿A qué me acusas a la ligera?, porque tienes todo cuanto yo pude modelar y en cambio tu ánimo se tambalea sólo ante eso.» Entonces, el león lloraba y se acusaba a sí mismo de cobardía y, al fin, sentía deseos de morir. Con este estado de ánimo se encontró casualmente con un elefante, le saludó y se paró a hablar con él. Y al ver que movía continuamente las orejas, dijo: «¿Qué te pasa?, ¿no te puede estar quieta un poco la oreja?» Y el elefante, mientras por azar revoloteaba en torno suyo un mosquito, dijo: «¿Ves este ser minúsculo, zumbón?, si me entra en el oído, estoy muerto.» Entonces, el león dijo: «¿Por qué tengo aún que morirme, siendo tan poderoso y más feliz que el elefante, cuando el gallo es más fuerte que el mosquito?»

 

Se ve que el mosquito tiene tanta fuerza como para dar miedo incluso a un elefante.

 

260. El lobo orgulloso y el león (Ch. 219)

 

Un lobo erraba un día por lugares desiertos, declinaba ya el sol hacia su puesta, cuando, al ver lo largo de su propia sombra, dijo: «¿Que tenga yo miedo del león siendo tan grande? Con un pletro49 que tengo de tamaño ¿no voy a ser el rey de todas las fieras juntas?» Pero al lobo orgulloso se lo comió un valiente león, mientras gritó arrepentido: «La presunción nos es causa de desgracia.»

 

261. El lobo y el cordero (Hsr. 161, Ch. 222)

 

Una vez, un lobo persiguió a un cordero y éste se refugió en un templo. El lobo le llamaba diciendo que el sacerdote lo iba a sacrificar a la divinidad si lo pillaba. El cordero dijo: «Pues prefiero ser víctima del dios que perecer a manos tuyas.»

 

La fábula muestra que para quienes están amenazados de muerte es mejor morir con honor.

 

262. Los árboles y el olivo (Hsr. 293, Ch. 252)

 

Los árboles una vez se obligaron a ungir un rey para ellos y dijeron al olivo: «Sé nuestro rey.» Y les contestó el olivo: «¿Renunciar yo a mi aceite, que tanto me han estimado la divinidad y los hombres, para ir a ser soberano de los árboles?» Entonces dijeron los árboles a la higuera: «Ven aquí, sé nuestro rey.» Y les respondió la higuera: «Renunciar yo a mi dulzor y a mi excelente fruto para ir a ser rey de los árboles?» Entonces dijeron los árboles al espino: «Ven aquí, sé nuestro rey.» Y dijo el espino a los árboles: «Si de verdad me ungís para reinar sobre vosotros, vamos, poneos bajo mi abrigo, y si no que salga el fuego del espino y devore a los cedros del Líbano»50.

 

263. El asno y la mula (Hsr. 204, Ch. 272)

 

Un asno y una mula caminaban juntos. Entonces, el asno, al ver que la carga de ambos era igual, se indignaba e irritaba de que la mula, considerada digna de una doble ración, no llevara más peso. Pero cuando había hecho un poco de camino, el mulero, al ver que el asno no podía resistir más, le quitó la carga y se la echó a la mula. Habían avanzado algo más lejos, cuando vio que todavía el burro se cansaba más, le quitó de nuevo parte de la carga, hasta que al final le cogió el resto y se la puso a la mula. Entonces, ésta miró al asno y le dijo: «¡Eh, tú! ¿Es que no te parece que con razón me merezco el doble de comida?»

 

Así, también nosotros debemos juzgar la disposición de cada uno, no por el principio, sino por el final.

 

264. El asno y el perro que viajaban juntos (Hsr. 295, Ch. 276)

 

Un asno y un perro caminaban juntos. Encontraron en tierra una carta sellada; el asno la cogió, rompió el sello, la abrió y la leyó de manera que la oyera el perro. La carta hablaba de pastos y forraje, de cebada y paja, quiero decir. El perro, aburrido de la lectura del burro, le dijo: «Lee un poco más bajo, amigo, quizá encuentres algo relativo a carne y huesos.» El asno leyó toda la carta sin encontrar nada de lo que el perro quería. Entonces replicó el perro: «Tírala al suelo, amigo, porque carece de interés.»

 

265. El pajarero y la perdiz (Hsr. 205, Ch. 285)

 

Un pajarero, a quien se le presentó tarde un huésped, no teniendo qué ofrecerle, se fue a por su perdiz amaestrada y estaba a punto de sacrificarla. Ésta le acusó de desagradecido, pues cómo si en muchas ocasiones le había sido útil al llamar y traicionar a sus congéneres, tenía ella que morir. El pajarero dijo: «Pues precisamente por eso te voy a sacrificar, porque ni siquiera libras a tus congéneres.»

 

La fábula muestra que los que traicionan a los suyos, no sólo se ganan el odio de sus víctimas, sino también el de aquéllos por quienes traicionan.

 

266. Las dos alforjas (Hsr. 229, Ch. 303)

 

Prometeo cuando modeló antaño a los hombres les colgó dos alforjas, una con los defectos ajenos y otra con los propios; la de los ajenos la puso delante y la otra la colgó detrás. Desde entonces ocurrió que los hombres ven de entrada los defectos de los demás mientras que no distinguen los suyos propios.

 

Podría aplicarse esta fábula al hombre impertinente que, ciego en sus propios asuntos, se cuida de los que en nada le conciernen.

 

267. El pastor y el lobo criado con los perros (Hsr. 276, Ch. 315)

 

Un pastor, que encontró un lobezno recién nacido, lo recogió y lo crió con sus perros. Cuando creció, si alguna vez un lobo arrebataba una oveja, él, junto con los perros, también lo perseguía. Y en las ocasiones en que los perros no podían dar alcance al lobo y, por ello, se daban la vuelta, aquél lo seguía hasta alcanzarlo y participar, en tanto que lobo, de la presa; luego, regresaba. Pero si ningún lobo de fuera robaba ovejas, él mismo, a escondidas, sacrificaba una víctima y se la comía con los perros, hasta que el pastor sospechó y comprendió lo que pasaba; lo colgó de un árbol y lo mató.
La fábula muestra que la naturaleza perversa no alimenta un carácter honrado.

 

268. El gusano y la serpiente (Hsr. 237, Ch. 33)

 

Había una higuera en el camino. Un gusano, que vio a una serpiente dormida, sintió envidia de su tamaño. Y al querer igualarla se echó a su lado e intentó estirarse, hasta que por esforzarse tanto, sin darse cuenta, se rompió.

 

Esto les pasa a quienes rivalizan con los más fuertes, pues revientan antes que poder alcanzarlos.

 

269. El jabalí, el caballo y el cazador (Hsr. 238, Ch. 328)

 

Un jabalí y un caballo pacían en el mismo lugar. El jabalí constantemente estropeaba la yerba y removía el agua, el caballo quería vengarse de él y recurrió a la ayuda de un cazador. Pero éste le dijo que no le podía ayudar de otra manera sino aceptando el freno y consentir en ser montado; el caballo se sometió por completo. Entonces, el cazador se montó en él, acabó con el jabalí y luego se llevó al caballo y lo ató al pesebre.

 

Así, muchos, por una cólera irracional, queriendo librarse de sus enemigos, se arrojan ellos mismos bajo el yugo de otros.

 

270. El muro y la estaca (Hsr. 296, Ch. 337)

 

Un muro perforado violentamente por una estaca gritó: «¿Por qué me perforas si nada malo te he hecho?», y dijo la estaca: «No tengo yo la culpa, sino el que me arrea por detrás con fuerza.»

 

271. El Invierno y la primavera (Hsr. 297, Ch. 346)

 

El invierno se burló de la primavera y le reprochó que en cuanto aparecía a nadie dejaba reposar, pues uno se va al prado o al bosque, aquel a quien le gusta cortar flores, lirios o rosas y darles vueltas ante sus ojos y ponérselas en el pelo; otro, se embarca y cruza el mar, si hay ocasión, para ir a visitar a otros hombres y que ya nadie se cuida entonces de los vientos o del agua abundante de las lluvias. «Yo —dijo— me parezco a un jefe y a un señor absoluto y doy orden de no mirar al cielo, sino abajo, al suelo, ordeno tener miedo y temblar y, ocasiones hay, en que obligo a permanecer resignadamente en casa.» «Pues por eso —dijo la primavera— los hombres se ven libres con gusto de ti. En cambio, de mí les parece hermoso incluso el nombre y, por Zeus, sí, el más hermoso de los nombres, así, cuando me voy, se acuerdan de mí y cuando llego se llenan de alegría.»

 

272. La pulga y el hombre (Ch. 357)

 

Una pulga, una vez molestaba mucho a un hombre y, atrapándola, gritó: «¿Quién eres tú que me comes todos mis miembros y me picas sin ton ni son?». Clamó la pulga: «Vivimos así, no me mates; porque no puedo hacer mucho daño.» El hombre se rió y le dijo así: «Enseguida te voy a matar con mis propias manos; porque todo mal, pequeño o grande, absolutamente hay que impedirlo brotar.»

 

La fábula muestra que no hay que tener conmiseración del mal, sea grande o pequeño.

 

273. La pulga y el buey (Ch. 358)

 

La pulga una vez interrogó sil buey de esta guisa: «¿Qué te ha pasado para que a diario sirvas a los hombres, y esto siendo tú enorme y valiente, mientras que yo desgarro sus carnes con piedad y chupo ávida la sangre?». Dijo el buey: «Yo no soy desagradecido con el linaje de los humanos, porque me quieren y me cuidan de manera extraordinaria y me frotan de continuo la frente y el lomo.» Dijo la pulga: «Pues para mí, desgraciada, el frote que te gusta es el destino más cruel cuando tengo la mala suerte de encontrármelo.»

 

Los fanfarrones de palabra son incluso derrotados por una persona sencilla.