Querida Kitty: Me ha ocurrido una cosa -aunque en realidad no debería de hablar de «ocurrir»- que me parece muy curiosa. Antes, en el colegio y en casa, se hablaba de los asuntos sexuales de manera misteriosa o repulsiva. Las palabras que hacían referencia al sexo se decían en voz baja, y si alguien no estaba enterado de algún asunto, a menudo se reían de él. Esto siempre me ha parecido extraño, y muchas veces me he preguntado por qué estas cosas se comentan susurrando o de modo desagradable. Pero como de todas formas no se podía cambiar nada, yo trataba de hablar lo menos posible al respecto o le pedía información a mis amigas. Cuando ya estaba enterada de bastantes cosas, mamá una vez me dijo: -Ana, te voy a dar un consejo. Nunca hables del tema con los chicos y no contestes cuando ellos te hablen de él. Recuerdo perfectamente cuál fue mi respuesta: -¡No, claro que no, faltaba más! Y ahí quedó todo. Al principio de nuestra estancia en el escondite, papá a menudo me contaba cosas que hubiera preferido oír de boca de mamá, y el resto lo supe por los libros o por las conversaciones que oía. Peter Van Daan nunca fue tan fastidioso en cuanto a estos asuntos como mis compañeros de colegio; al principio quizás alguna vez, pero nunca para hacerme hablar. La señora nos contó una vez que ella nunca había hablado con Peter sobre esas cosas, y según sabía, su marido tampoco. Al parecer no sabía de qué manera se había informado Peter, ni sobre qué. Ayer, cuando Margot, Peter y yo estábamos pelando patatas, la conversación derivó sola hacia Mofe. -Seguimos sin saber de qué sexo es Moffie, ¿no? -pregunté. -Sí que lo sabemos -contestó Peter-. Es macho. Me eché a reír. -Si va a tener cría, ¿cómo puede ser macho? Peter y Margot también se rieron. Hacía unos dos meses que Peter había comprobado que Moffie no tardaría en tener cría, porque se le estaba hinchando notablemente la panza. Pero la hinchazón resultó ser fruto del gran número de huesecillos que robaba, y las crías no siguieron creciendo, y nacer, menos todavía. Peter se vio obligado a defenderse de mis acusaciones: -Tú misma podrás verlo si vienes conmigo. Una vez, cuando estaba jugando con él, vi muy bien que era macho. No pude contener mi curiosidad y fui con él al almacén. Pero no era la hora de recibir visitas de Moffie, y no se le veía por ninguna parte. Esperamos un rato, nos entró frío y volvimos a subir todas las escaleras. Un poco más avanzada la tarde, oí que Peter bajaba por segunda vez las escaleras. Me envalentoné para recorrer sola el silencioso edificio y fui a parar al almacén. En la mesa de embalaje estaba Moffie jugando con Peter, que justo lo estaba poniendo en la balanza para controlar su peso. -¿Hola! ¿Quieres verlo? Sin mayores preparativos, levantó con destreza al animal, cogiéndolo por las patas y por la cabeza, y manteniéndolo boca arriba comenzó la lección: -Éste es el genital masculino, éstos son unos pelitos sueltos y ése es el culito. El gato volvió a darse la vuelta y se quedó apoyado en sus cuatro patas blancas. A cualquier otro chico que me hubiera indicado el «genital masculino», no le habría vuelto a dirigir la palabra. Pero Peter siguió hablando como si nada sobre este tema siempre tan delicado, sin ninguna mala intención, y al final me tranquilizó, en el sentido de que a mí también me terminó pareciendo un tema normal. Jugamos con Moffie, nos divertimos, charlamos y finalmente nos encaminamos hacia la puerta del amplio almacén. -¿Tú viste cómo castraron a Mouschi? -Sí. Fue muy rápido. Claro que primero lo anestesiaron. - ¿Le quitaron algo? -No, el veterinario sólo corta el conducto deferente. Por fuera no se ve nada. Me armé de valor, porque finalmente la conversación no me resultaba tan «normal». -Peter, lo que llamamos «genitales», también tiene un nombre más específico para el macho y para la hembra. -Sí, ya lo sé. -El de las hembras se llama vagina, según tengo entendido, y el de los machos ya no me acuerdo. -Sí. -En fin -añadí-. Cómo puede uno saber todos estos nombres. Por lo general uno los descubre por casualidad. -No hace falta. Se lo preguntaré a mis padres. Ellos saben más que yo y tienen más experiencia. Ya habíamos llegado a la escalera y me callé. Te aseguro que con una chica jamás hubiera hablado del tema de un modo tan normal. Estoy segura de que mamá nunca se refería a esto cuando me prevenía de los chicos. Pese a todo, anduve todo el día un tanto desorientada; cada vez que recordaba nuestra conversación, me parecía algo curiosa. Pero hay un aspecto en el que al menos he aprendido algo: también hay jóvenes, y nada menos que del otro sexo, que son capaces de conversar de forma natural y sin hacer bromas pesadas respecto al tema. ¿Le preguntará Peter realmente muchas cosas a sus padres? ¿Será en verdad tal como se mostró ayer? En fin, ¡yo qué sé! Tu Ana
Viernes, 28 de enero de 1944
Querida Kitty: Últimamente he desarrollado una fuerte afición por los árboles genealógicos y las genealogías de las casas reales y he llegado a la conclusión de que, una vez comenzada la investigación, hay que hurgar cada vez más en el pasado y así descubrir las cosas más interesantes. Aunque pongo muchísimo esmero en el estudio de mis asignaturas del colegio y ya puedo seguir bastante bien las audiciones de la radio inglesa, todavía me paso muchos domingos seleccionando y ordenando mi gran colección de estrellas de cine, que ya está adquiriendo proporciones más que respetables. El señor Kugler me da una gran alegría todos los lunes, cuando me trae la revista Cinema & Theater. Aunque los menos mundanos de entre mis convecinos opinan que estos obsequios son un despilfarro y que con ellos se me malcría, se quedan cada vez más sorprendidos por la exactitud con que, después de un año, recuerdo todos y cada uno de los nombres de las figuras que actúan en una determinada película. Los sábados, Bep, que a menudo pasa sus días libres en el cine en compañía de su novio, me dice el título de la película que piensa ir a ver, y yo le nombro de un tirón tanto la lista completa de los actores principales, como las críticas publicadas. No hace mucho, mamá dijo que más tarde no necesitaré -ir al cine, ya que ya j me sé de memoria los argumentos, los actores y las críticas. Cuando un día aparezco con un nuevo peinado, todos me miran con cara de desaprobación, y puedo estar segura de que alguien me preguntará qué estrella de cine se luce con semejante «coiffure». Si contesto que se trata de una creación personal, sólo me creen a medias. En cuanto al peinado, sólo se mantiene durante media hora, porque después me canso tanto de oír los jui- cios de rechazo, que corro al cuarto de baño a restaurar mi peinado de rizos habitual. Tu Ana
Viernes, 28 de enero de 1944
Querida Kitty: Esta mañana me preguntaba si no te sientes como una vaca que tiene que estar rumiando cada vez las mismas viejas noticias y que, harta de tan poca variedad de alimento, al final se pone a bostezar y desea en silencio que Ana le presente algo nuevo. Sé lo aburrida que debes estar de mis repeticiones, pero imagínate lo harta que estoy yo de tantas viejas historias que vuelven una y otra vez. Si el tema de conversación durante la comida no llega a ser la política o algún delicioso banquete, mamá o la señora no tardan en sacar a relucir sus eternas historias de cuando eran jóvenes, o Dussel se pone a disertar sobre el amplio vestuario de su mujer, o sobre hermosos caballos de carrera, botes de remo que hacen agua, niños que saben nadar a los cuatro años, dolores musculares o pacientes miedicas. Cuando alguno de los ocho abre la boca para contar algo, los otros siete ya saben cómo seguir contando la historia. Sabemos cómo terminan todos los chistes, y el único que se ríe de ellos es quien los cuenta. Los comentarios de las antiguas amas de casa sobre los distintos lecheros, tenderos y carniceros ya nos parecen del año de la pera; en la-mesa han sido alabados o criticados millones de veces. Es imposible que una cosa conserve su frescura o lozanía cuando se convierte en tema de conversación de la Casa de, atrás. Todo esto sería soportable, de no ser que los adultos tienen la manía de repetir diez veces las historias contadas por Kleiman, Jan y Miep, adornándolas cada vez con sus propias fantasías, de modo que a menudo debo darme un pellizco a mí misma bajo la mesa, para reprimirme y no indicarle al entusiasmado narrador el buen camino. Los niños pequeños, como por ejemplo Ana, bajo ningún concepto están autorizados a corregir a los mayores, sin importar las meteduras de pata o la medida en que estén faltando a la verdad o añadiendo cosas inventadas por ellos mismos. Un tema al que a menudo hacen honor Kleiman y Jan es el de la clandestinidad. Saben muy bien que todo lo relativo a otra gente escondida o refugiada nos interesa sobremanera, y que nos solidarizamos sinceramente con los escondidos cuando son encontrados y deportados por los alemanes, de la misma manera que celebramos la liberación de los que han estado detenidos. ,Hablar de ocultos y escondidos se ha convertido en algo tan común como lo era antes poner las zapatillas de papá delante de la .estufa. En Holanda hay muchas organizaciones clandestinas, tales como «Holanda libre», que falsifican documentos de identidad, dan dinero a personas escondidas, preparan lugares para usar como escondite o dan trabajo a los jóvenes cristianos, y es admirable la labor noble y abnegada que realizan estas personas que, a riesgo de sus propias vidas, ayudan y salvan a otros. El mejor ejemplo de ello creo que son nuestros propios protectores, que nos han ayudado hasta ahora a sobrellevar nuestra situación y, según espero, nos conducirán a buen puerto; de lo contrario, correrán la misma suerte que todos los perseguidos. Jamás les hemos oído hacer alusión a la molestia que seguramente les ocasionamos. Ninguno de ellos se ha quejado jamás de la carga que representamos. Todos suben diariamente a visitarnos y hablan de negocios y política con los hombres, de comida y de los pesares de la guerra con las mujeres, y de libros y periódicos con los niños. En lo posible ponen buena cara, nos traen flores y regalos en los días de fiesta o cuando celebramos algún cumpleaños, y están siempre a nuestra disposición. Esto es algo que nunca debemos olvidar: mientras otros muestran su heroísmo en la guerra o frente a los alemanes, nuestros protectores lo hacen con su buen ánimo y el cariño que nos demuestran.
Circulan los rumores más disparatados, y sin embargo se refieren a hechos reales. Así, por ejemplo, el otro día Kleiman nos informó que en la provincia de Güeldres se ha jugado un partido de fútbol entre un equipo formado exclusivamente por escondidos y otro por once policías nacionales. El ayuntamiento de Hilversum va a entregar a la población nuevas tarjetas de identificación para el racionamiento de alimentos. Para que al gran número de escondidos también les toque su parte (las cartillas con los cupones sólo podrán adquirirse mostrando la tarjeta de identificación o al precio de 60 florines cada una), las autoridades han citado a la misma hora a todos los escondidos de los alrededores, para que puedan retirar sus tarjetas en una mesa aparte. Hay que andarse con muchísimo cuidado para que los alemanes no se enteren de semejantes osadías.
Tu Ana
Domingo, 30 de enero de. 1944
Mi querida Kit: Otra vez estamos en domingo. Reconozco que ya no me parece un día tan horrible como antes, pero me sigue pareciendo bastante aburrido. Todavía no he ido al almacén; quizá aún pueda ir más tarde. Anoche bajé yo, sola en plena oscuridad después de haber estado allí con papá hace algunas noches. Estaba en el umbral de la escalera, con un montón de aviones alemanes sobrevolando la casa; sabía que era una persona por mí misma, y que no debía contar con la ayuda de los demás. Mi miedo desapareció, levanté la vista al cielo y confié en Dios. Tengo una terrible necesidad de estar sola. Papá se da cuenta de que no soy la de siempre, pero no puedo contarle nada. «¡Dejadme tranquila, dejadme sola!»: eso es lo que quisiera gritar todo el tiempo. Quién sabe si algún día no me dejarán más sola de lo que yo quiero... Tu Ana
Jueves, .3 de febrero de 1944
Querida Kitty: En todo el país aumenta día a día el clima de invasión, y si estuvieras aquí, seguro que por un lado te impresionarían los preparativos igual que a mí, pero por el otro te reirías de nosotros por hacer tanto aspaviento, quién sabe si para nada. Los diarios no hacen más que escribir sobre la invasión y vuelven loca a la gente, publicando: «Si los ingleses llegan a desembarcar en Holanda, las autoridades alemanas deberán hacer todo lo posible para defender el país, llegando al extremo de inundarlo si fuera necesario.» Junto a esta noticia aparecen mapas en los que vienen indicadas las zonas inundables de Holanda. Como entre ellas figura gran parte de Amsterdam, lo primero que nos preguntamos fue qué hacer si las calles de la ciudad se llenan con un metro de agua. Las respuestas a esta difícil pregunta fueron de lo más variadas: -Como será imposible ir andando o montar en bicicleta, tendremos que ir vadeando por el agua estancada. -Que no, que hay que tratar de nadar. Nos ponemos todos un gorro de baño y un bañador, y nadamos en lo posible bajo el agua, para que nadie se dé cuenta de que somos judíos. -iPamplinas! Ya quisiera yo ver nadando a las mujeres, con las ratas mordiéndoles los pies. (Esto, naturalmente, lo dijo un hombre. ¡Ya veremos quién grita más cuando lo muerdan!) -Ya no podremos abandonar la casa. El almacén se tambalea tanto que con una inundación así, sin duda se desplomará. -Bueno, bueno, basta ya de bromas. Tendremos que hacernos con un barquito. -¿Para qué? Tengo una idea mucho mejor. Cada uno coge del desván de delante una caja de las de lactosa y un cucharón para remar. -Pues yo iré en zancos. En mis años mozos era un campeón.
-A Jan Gies no le hacen falta. Se sube a su mujer al hombro, y así Miep tendrá zancos propios. Supongo que te habrás hecho una idea, ¿verdad Kit? Toda esta conversación es muy divertida, pero la realidad será muy distinta. Y no podía faltar la segunda pregunta con respecto a la invasión: ¿Qué hacer si los alemanes deciden evacuar Amsterdam? -Irnos con ellos, disfrazándonos lo mejor que podamos. -iDe ninguna manera podremos salir a la calle! Lo único que nos queda es quedarnos aquí. Los alemanes son capaces de llevarse a toda la población a Alemania, y una vez allí, dejar que se mueran. -Claro, por supuesto, nos quedaremos aquí. Esto es lo más seguro. Trataremos de convencer a Kleiman para que se instale aquí con su familia. Conseguiremos una bolsa de virutas de madera y así podremos dormir en el suelo. Que Miep y Kleiman vayan trayendo mantas. Encargaremos más cereal, aparte de los 30 kilos que tenemos. Que Jan trate de conseguir más legumbres; nos quedan unos 30 kilos de judías y y kilos de guisantes. Sin contar las So latas de verdura. -Mamá, ¿podrías contar los demás alimentos que aún nos quedan? -10 latas de pescado, 40 de leche, 10 kilos de leche en polvo, 3 botellas de aceite, 4 tarros (de los de conserva) con mantequilla, 4 tarros de carne, 2 damajuanas de fresas, 2 de frambuesas y grosellas, 20 de tomates, 5 kilos de avena en copos y 4 kilos de arroz. Eso es todo. Las existencias parecen suficientes, pero si tienes en cuenta que con ellas también tenemos que alimentar a las visitas y que cada semana consumimos parte dé ellas, no son tan enormes como parecen. Carbón y leña quedar, bastante, y velas también. -Cosámonos todos unos bolsillos en la ropa, para que podamos llevarnos el dinero en caso de necesidad. -Haremos listas de lo que haya que llevar primero si debemos huir, y por lo pronto... ¡a llenar las mochilas! -Cuando llegue el momento pondremos dos vigías para que hagan guardia, uno en la buhardilla de delante y otro en la de atrás. -¿Y qué hacemos con tantos alimentos, si luego no nos dan agua, gas ni electricidad? -En ese caso tendemos que usar la estufa para guisar. Habrá que filtrar y hervir el agua. Limpiaremos unas damajuanas grandes para conservar agua en ellas. Además, nos quedan tres peroles para hacer conservas y una pileta para usar como depósito de agua. -También tenemos unas diez arrobas de patatas de invierno en el cuarto de las especias. Éstos son los comentarios que oigo todos los días, que si habrá invasión, que si no habrá invasión. Discusiones sobre pasar hambre, morir, bombas, mangueras de incendio, sacos de dormir, carnets de judíos, gases tóxicos, etcétera, etcétera. Nada de esto resulta demasiado alentador. Un buen ejemplo de las claras advertencias de los señores de la casa es la siguiente conversación con Jan: Casa de atrás: Tenemos miedo de que los alemanes, cuando emprendan la retirada, se lleven consigo a toda la población. Jan: Imposible. No tienen suficientes trenes a su disposición. Casa de atrás: ¿Trenes? ¿Se piensa usted que van a meter a los civiles en un coche? ¡De ninguna manera! El coche de San Fernando es lo único que les quedará. (El «pedes apostolorum», como suele decir Dussel.) Jan: Yo no me creo nada de eso. Lo ve usted todo demasiado negro. ¿Qué interés podrían tener los alemanes en llevarse a todos los civiles? Casa de atrás: ¿Acaso no sabe lo que ha dicho Goebbels? «Si tenemos que dimitir, a nuestras espaldas cerraremos las puertas de todos los territorios ocupados.» Jan: Se han dicho tantas cosas... Casa de atrás: ¿Se piensa usted que los alemanes son demasiado nobles o humanitarios como para hacer una cosa así? Lo que piensan los alemanes es: «Si hemos de sucumbir, sucumbirán todos los que estén al alcance de nuestro poder.» Jan: Usted dirá lo que quiera, yo eso no me lo creo. Casa de atrás: Siempre la misma historia. Nadie quiere ver el peligro hasta que no lo siente en su propio pellejo. Jan: No sabe usted nada a ciencia cierta. Todo son meras suposiciones. Casa de atrás: Pero si ya lo hemos vivido todo en nuestra propia carne, primero en Alemania y ahora aquí. ¿Y entonces en Rusia qué está pasando? Jan: Si dejamos fuera de consideración a los judíos, no creo que nadie sepa lo que está pasando en Rusia. Al igual que los alemanes, tanto los ingleses como los rusos exagerarán por hacer pura propaganda. Casa de atrás: Nada de eso. La radio inglesa siempre ha dicho la verdad. Y suponiendo que las noticias sean exageradas en un diez por ciento, los hechos siguen siendo horribles, porque no me va usted a negar que es un hecho que en Polonia y en Rusia están asesinando a millones de personas pacíficas o enviándolas a la cámara de gas, sin más ni más. El resto de nuestras conversaciones me las reservaré. Me mantengo serena y no hago caso de estas cuestiones. He llegado al punto en que ya me da lo mismo morir que seguir viviendo. La i Tierra seguirá dando vueltas aunque yo no esté, y de cualquier forma no puedo oponer ninguna resistencia a los acontecimientos. Que sea lo que haya de ser, y por lo demás seguiré estudiando y esperando que todo acabe bien.
Tu Ana
Martes, 8 de febrero de x944
Querida Kitty: No sabría decirte cómo me siento. Hay momentos en que anhelo la tranquilidad, y otros en que quisiera algo de alegría. Nos hemos desacostumbrado a reírnos, quiero decir a reírnos de verdad. Lo que sí me dio esta mañana fue la risa tonta, ya sabes, como la que a veces te da en el colegio. Margot y yo nos estuvimos riendo como dos verdaderas bobas. Anoche nos volvió a pasar algo con mamá. Margot se había enrollado en su manta de lana, y de repente se levantó de la cama de un salto y se puso a mirar la manta minuciosamente; ¡en la manta había un alfiler! La había remendado mamá. Papá meneó la cabeza de manera elocuente y dijo algo sobre lo descuidada que era. Al poco tiempo volvió mamá del cuarto de baño y yo le dije medio en broma: -¡Mira que eres una madre desnaturalizada! Naturalmente, me preguntó por qué y le contamos lo del alfiler. Puso una cara de lo más altiva y me dijo: -¡Mira quién habla de descuidada! ¡Cuando coses tú, dejas en el suelo un reguero de alfileres! ¡O dejas el estuche de la manicura tirado por ahí, como ahora! Le dije que yo no había usado el estuche de la manicura, y entonces intervino Margot, que era la culpable. Mamá siguió hablándome de descuidos y desórdenes, hasta que me harté y le dije, de manera bastante brusca: -¡Si ni siquiera he sido yo la que ha dicho que eras descuidada! ¡Siempre me echáis la culpa a mí de lo que hacen los demás! Mamá no dijo nada, y menos de un minuto después me vi obligada a darle el beso de las buenas noches. El hecho quizá no tenga importancia, pero a mí todo me irrita. Ana Mary Frank24.
Sábado, 12 de febrero de 1944
Querida Kitty: Hace sol, el cielo está de un azul profundo, hace una brisa hermosa y yo tengo unos enormes deseos de... ¡de todo! Deseos de hablar, de ser libre, de ver a mis amigos, de estar sola. Tengo tantos deseos de... ¡de llorar! Siento en mí una sensación como si fuera a estallar, y sé que llorar me aliviaría. Pero no puedo. Estoy intranquila, voy de una habitación a la otra, respiro por la rendija de una ventana cerrada, siento que mi corazón palpita como si me dijera: «¡Cuándo cumplirás mis deseos!» Creo que siento en mí la primavera, siento el despertar de la primavera, lo siento en el cuerpo y en el alma. Tengo que contenerme para comportarme de manera normal, estoy totalmente confusa, no sé qué leer, qué escribir, qué hacer, sólo sé que ardo en deseos... Tu Ana
Lunes, 14 de febrero de 1944
Querida Kitty: Mucho ha cambiado para mí desde el sábado. Lo que pasa es que sentía en mí un gran deseo (y lo sigo sintiendo), pero... en parte, en una pequeñísima parte, he encontrado un remedio. El domingo por la mañana me di cuenta (y confieso que para mi gran alegría) de que Peter me miraba de una manera un tanto peculiar, muy distinta de la habitual, no sé, no puedo explicártelo, pero de repente me dio la sensación de que no estaba tan enamorado de Margot como yo pensaba. Durante todo el día me esforcé en no mirarlo mucho, porque si lo hacía él también me miraba siempre, y entonces... bueno, entonces eso me producía una sensación muy agradable dentro de mí, que era preferible no sentir demasiado a menudo. Por la noche estaban todos sentados alrededor de la radio, menos Pim y yo, escuchando «Música inmortal de compositores alemanes». Dussel no dejaba de tocar los botones del aparato, lo que exasperaba a Peter y también a los demás. Después de media hora de nervios contenidos, Peter, un tanto irritado, le rogó a Dussel que dejara en paz los botones. Dussel le contestó de lo más airado: -Yo hago lo que me place. Peter se enfadó, se insolentó, el señor Van Daan le dio la razón y Dussel tuvo que ceder. Eso fue todo. El asunto en sí no tuvo demasiada trascendencia, pero parece que Peter se lo tomó muy a pecho; lo cierto es que esta mañana, cuando estaba yo en el desván, buscando algo en el baúl de los libros, se me acercó y me empezó a contar toda la historia. Yo no sabía nada; Peter se dio cuenta de que había encontrado a una interlocutora interesada y atenta, y pareció animarse. -Bueno, ya sabes -me dijo-, yo nunca digo gran cosa, porque sé de antemano que se me va a trabar la lengua. Tartamudeo, me pongo colorado y lo que quiero decir me sale al revés, hasta que en un momento dado tengo que callarme porque ya no encuentro las palabras. Ayer me pasó igual; quería decir algo completamente distinto, pero cuando me puse a hablar, me hice un lío y la verdad es que es algo horrible. Antes tenía una mala costumbre, que aun ahora me gustaría seguir poniendo en práctica: cuando me enfadaba con alguien, prefería darle unos buenos tortazos antes que ponerme a discutir con él. Ya sé que este método no lleva a ninguna parte, y por eso te admiro. Tú al menos no te lías al hablar, le dices a la gente lo que le tienes que decir y no eres nada tímida. -Te equivocas de medio a medio -le contesté-. En la mayoría de los casos digo las cosas de un modo muy distinto del que me había propuesto, y entonces digo demasiadas cosas y hablo demasiado tiempo, y eso es un mal no menos terrible. -Es posible, pero sin embargo tienes la gran ventaja de que a ti nunca se te nota que eres tímida. No cambias de color ni te inmutas. Esta última frase me hizo reír para mis adentros, pero quería que siguiera hablando sobre sí mismo con tranquilidad; no hice notar la gracia que me causaba, me senté en el suelo sobre un cojín, abrazando mis rodillas levantadas, y miré a Peter con atención. Estoy muy contenta de que en casa todavía haya alguien al que le den los mismos ataques de furia que a mí. Se notaba que a Peter le hacía bien poder criticar a Dussel duramente, sin temor a que me chivara. Y a mí también me hacía sentirme muy bien, porque notaba una fuerte sensación de solidaridad, algo que antes sólo había tenido con mis amigas. Tu Ana
Martes, 15f de febrero de 1944
El nimio asunto con Dussel trajo cola, y todo por culpa suya. El lunes por la mañana, Dussel se acercó a mamá con aire triunfal y le contó que, esa misma mañana, Peter le había preguntado si había dormido bien esa noche, y había agregado que lamentaba lo ocurrido el domingo por la noche y que lo del exabrupto no había ido tan en serio. Entonces Dussel había tranquilizado a Peter, asegurándole que él tampoco se lo había tomado tan a mal. Todo parecía acabar ahí. Mamá me vino a mí con el cuento y yo, en secreto, me quedé muy sorprendida de que Peter, que estaba tan enfadado con Dussel, se hubiera rebajado de esa manera a pesar de todas sus afirmaciones. No pude dejar de tantear a Peter al respecto, y por él me enteré en seguida de que Dussel había mentido. ¡Tendrías que haber visto la cara de Peter, era digna de fotografiar! En su cara se alternaban claramente la indignación por la mentira, la rabia, las veces que me había consultado sobre lo que debía hacer, la intranquilidad y muchas cosas más. Por la noche, el señor Van Daan y Peter echaron una reprimenda a Dussel, pero no debe haber sido tan terrible, porque hoy Peter se sometió a tratamiento «dentístico». En realidad, hubieran preferido no dirigirse la palabra. Tu Ana
Miércoles, 16 de febrero de 1944
Peter y yo no nos hablamos en todo el día, salvo algunas palabras sin importancia. Hacía demasiado frío para subir al desván, y además era el cumpleaños de Margot. A las doce y media bajó a mirar los regalos y se quedó charlando mucho más tiempo de lo estrictamente necesario, lo que en otras circunstancias nunca hubiera hecho. Pero por la tarde llegó la oportunidad. Como yo quería agasajarla, aunque sólo fuera una vez al año, fui a buscar el café y luego las patatas. Tuve que entrar en la habitación de Peter, él en seguida quitó sus papeles de la escalera y yo le pregunté si debía cerrar la trampilla. -Sí, ciérrala -me dijo-. Cuando vuelvas, da unos golpecitos para que te abra. Le di las gracias, subí al desván y estuve como diez minutos escogiendo las patatas más pequeñas del tonel. Entonces me empezó a doler la espalda y me entró frío. Por supuesto que no llamé, sino que abrí yo misma la trampilla, pero Peter se acercó muy servicial, me tendió la mano y me cogió la olla. -He buscado un buen rato, pero no las he encontrado más pequeñas que éstas. -¿Has mirado en el tonel? -Sí, lo he revuelto todo de arriba abajo. Entretanto, yo ya había llegado al pie de la escalera y él estaba examinando detenidamente el contenido de la olla que aún tenía en sus manos. -¡Pero si están muy bien! -dijo. Y cuando cogí nuevamente la olla, añadió: -¡Enhorabuena! Al decirlo, me miró de una manera tan cálida y tierna, que también a mí me dio una sensación muy cálida y tierna por dentro. Se notaba que me quería hacer un cumplido, y como no era capaz de hacer grandes alabanzas, lo hizo con la mirada. Lo entendí muy bien y le estuve muy agradecida. ¡Aún ahora me pongo contenta cuando me acuerdo de esas palabras y de esa mirada! Cuando llegué abajo, mamá dijo que había que subir a buscar más patatas, esta vez para la cena. Me ofrecí gustosamente a subir otra vez al desván. Cuando entré en la habitación de Peter, le pedí disculpas por tener que volver a molestarle. Se levantó, se puso entre la escalera y la pared, me cogió del brazo cuando yo ya estaba subiendo la escalera, e insistió en que no siguiera. -Iré yo, tengo que subir de todos modos -dijo. Pero le respondí que de veras no hacía falta y que esta vez no tenía que buscar patatas pequeñas. Se convenció y me soltó el brazo. En el camino de regreso, me abrió la trampilla y me volvió a coger la olla. Junto a la puerta le pregunté: -¿Qué estás haciendo? -Estudiando francés -fue su respuesta. Le pregunté si podía echar un vistazo a lo que estaba estudiando, me lavé las manos y me senté frente a él en el diván. Después de explicarle una cosa de francés, pronto nos pusimos a charlar. Me contó que más adelante le gustaría irse a las Indias neerlandesas a vivir en las plantaciones. Me habló de su vida en casa de sus padres, del mercado negro y de que se sentía un inútil. Le dije que me parecía que tenía un complejo de inferioridad bastante grande. Me habló de la guerra, de que los ingleses y los rusos seguro que volverían a entrar en guerra, y me habló de los judíos. Dijo que todo le habría resultado mucho más fácil de haber sido cristiano, y de poder serlo una vez terminada la guerra. Le pregunté si quería que lo bautizaran, pero tampoco ése era el caso. De todos modos, no podía sentir como un cristiano, dijo, pero después de la guerra nadie sabría si él era cristiano o judío. Sentí como si me clavaran un puñal en el corazón. Lamento tanto que conserve dentro de sí un resto de insinceridad... Otra cosa que dijo: -Los judíos siempre han sido el pueblo elegido y nunca dejarán de serlo. Le respondí: -¡Espero que alguna vez lo sean para bien! Pero por lo demás estuvimos conversando muy amenamente sobre papá y sobre tener mundología y sobre un montón de cosas, ya no recuerdo bien cuáles. No me fui hasta las cinco y cuarto, cuando llegó Bep. Por la noche todavía me dijo una cosa que me gustó. Estábamos comentando algo sobre una estrella de cine que yo le había regalado y que lleva como año y medio colgada en su habitación. Dijo que le gustaba mucho, y le ofrecí darle otras estrellas. -No -me contestó-. Prefiero dejarlo así. Estas que tengo aquí, las miro todos los días y nos hemos hecho amigos. Ahora también entiendo mucho mejor por qué Peter siempre abraza tan fuerte a Mouschi. Es que también él tiene necesidad de cariño y de ternura. Hay otra cosa que mencionó y que he olvidado contarte. Dijo que no sabía lo que era el miedo, pero que sí le tenía miedo a sus propios defectos, aunque ya lo estaba superando. Ese sentimiento de inferioridad que tiene Peter es una cosa terrible. Así, por ejemplo, siempre se cree que él no sabe nada y que nosotras somos las más listas. Cuando le ayudo en francés, me da las gracias mil veces. Algún día tendré que decirle que se deje de tonterías, que él sabe mucho más inglés y geografía, por ejemplo.
Ana Frank
Jueves, 17 de febrero de 1944
Querida Kitty: Esta mañana fui arriba. Le había prometido a la señora pasar a leerle algunos de mis cuentos. Empecé por «El sueño de Eva», que le gustó mucho, y después les leí algunas cosas del diario, que les hizo partirse de risa. Peter también escuchó una parte -me refiero a que sólo escuchó lo último- y me preguntó si no me podía pasar otra vez por su habitación a leerle otro poco. Pensé que podría aprovechar esta oportunidad, fui a buscar mis apuntes y le dejé leer la parte en la que Cady y Hans hablan de Dios. No sabría decirte qué impresión le causó; dijo algo que ya no recuerdo, no si estaba bien o no, sino algo sobre la idea en sí misma. Le dije que solamente quería demostrarle que no sólo escribía cosas divertidas. Asintió con la cabeza y salí de la habitación. ¡Veremos si me hace algún otro comentario!
Tu Ana Frank
Viernes, 18 de febrero de 1944
Mi querida Kitty: En cualquier momento en que subo arriba, es siempre con intención de verlo a «él». Mi vida aquí realmente ha mejorado mucho, porque ha vuelto a tener sentido y tengo algo de qué alegrarme. El objeto de mi amistad al menos está siempre en casa y, salvo Margot, no hay rivales que temer. No te creas que estoy enamorada, nada de eso, pero todo el tiempo tengo la sensación de que entre Peter y yo algún día nacerá algo hermoso, algo llamado amistad y que dé confianza. Todas las veces que puedo, paso por su habitación y ya no es como antes, que él no sabía muy bien qué hacer conmigo. Al contrario, sigue hablándome cuando ya estoy saliendo. Mamá no ve con buenos ojos que suba a ver a Peter. Siempre me dice que lo molesto y que tengo que dejarlo tranquilo. ¿Acaso se cree que no tengo intuición? Siempre que entro en la pequeña habitación de Peter, mamá me mira con cara rara. Cuando bajo del piso de arriba, me pregunta dónde he estado. ¡No me gusta nada decirlo, pero poco a poco estoy empezando a odiarla!
Tu Ana M. Frank
Sábado, 19 de febrero de 1944
Querida Kitty: Estamos otra vez en sábado y eso en sí mismo ya dice bastante. La mañana fue tranquila. Estuve casi una hora arriba, pero a «él» no le hablé más que de pasada. A las dos y media, cuando estaban todos arriba, bien para leer, bien para dormir, cogí una manta y bajé a instalarme frente al escritorio para leer o escribir un rato. Al poco tiempo no pude más: dejé caer la cabeza sobre un brazo y me puse a sollozar como una loca. Me corrían las lágrimas y me sentí profundamente desdichada. ¡Ay, si sólo hubiera venido a consolarme «él»! Ya eran las cuatro cuando volví arriba. A las cinco fui a buscar patatas, con nuevas esperanzas de encontrarme con él, pero cuando todavía estaba en el cuarto de baño arreglándome el pelo, oí que bajaba a ver a Moffie. Quise ir a ayudar a la señora y me instalé arriba con libro y todo, pero de repente sentí que me venían las lágrimas y corrí abajo al retrete, cogiendo al pasar el espejo de mano. Ahí estaba yo sentada en el retrete, toda vestida, cuando ya había terminado hacía rato, profundamente apenada y con mis lagrimones haciéndome manchas oscuras en el rojo del delantal. Lo que pensé fue más o menos que así nunca llegaría al corazón 1 de Peter. Que quizá yo no le gustaba para nada y que quizás él lo que menos estaba necesitando era confianza. Quizá nunca piense en mí más que de manera superficial. Tendré que seguir adelante sola, sin Peter y sin su confianza. Y quién sabe, dentro de poco también sin fe, sin consuelo y sin esperanzas. ¡Ojalá pudiera apoyar mi cabeza en su hombro y no sentirme tan desesperadamente sola y abandonada! Quién sabe si no le importo en lo más mínimo, y si mira a todos con la misma mirada tierna. Quizá sea pura imaginación mía pensar que esa mirada va dirigida sólo a mí. ¡Ay, Peter, ojalá pudieras verme u oírme! Aunque yo tampoco podría oír la quizá tan desconsoladora verdad. Más tarde volví a confiar y me sentí otra vez más esperanzada, aunque las lágrimas seguían fluyendo dentro de mí.
Tu Ana M. Frank
Domingo, 20 de febrero de 1944.
Querida Kitty: Lo que otra gente hace durante la semana, en la Casa de atrás se hace los domingos. Cuando los demás se ponen sus mejores ropas y salen a pasear al sol, nosotros estamos aquí fregando, barriendo y haciendo la colada. Las ocho de la mañana: Sin importarle los que aún quieren dormir, Dussel se levanta. Va al cuarto de baño, luego baja un piso, vuelve a subir y a ello sigue un encierro en el cuarto de baño para una sesión de aseo personal de una hora de duración. Las nueve y media: Se encienden las estufas, se quitan los paneles de oscurecimiento y Van Daan va al cuarto de baño. Uno de los suplicios de los domingos por la mañana es que desde la cama justo me toca mirarle la espalda a Dussel mientras reza. A todos les asombrará que diga que Dussel rezando es un espectáculo horrible. No es que se ponga a llorar o a hacerse el sentimental, nada de eso, pero tiene la costumbre de balancearse sobre los talones y las puntas de los pies durante nada menos que un cuarto de hora. De los talones a las puntas y de las puntas a los talones, sin parar, y si no cierro los ojos, por poco me entra mareo. Las diez y cuarto: Se oye silbar a Van Daan: el cuarto de baño está libre. En nuestra familia, las primeras caras somnolientas se yerguen de las almohadas. Luego todo adquiere un ritmo acelerado. Margot y yo nos turnamos para ayudar abajo en la colada. Como allí hace bastante frío, no vienen nada mal los pantalones largos y un pañuelo para la cabeza. Entretanto, papá usa el cuarto de baño. A las once va Margot (o yo), y después está todo el mundo limpito. Las once y media: Desayuno. Mejor no extenderme sobre el particular, porque la comida ya es tema de conversación continua, sin necesidad de que ponga yo mi granito de arena. Las doce y cuarto: Todo el mundo se dispersa. Papá, con su mono puesto, se hinca de rodillas en el suelo y se pone a cepillar la alfombra con tanta fuerza que la habitación se transforma en una gran nube de polvo. El señor Dussel hace las camas (mal, por supuesto), silbando siempre el mismo concierto para violín de Beethoven. En el desván se oyen los pasos de mamá, que cuelga la ropa. El señor Van Daan se pone el sombrero y desaparece hacia las regiones inferiores, por lo general seguido por Peter y Mouschi; la señora se pone un largo delantal, una chaqueta negra de punto y unos chanclos, se ata una gruesa bufanda de lana roja a la cabeza, coge un fardo de ropa sucia bajo el brazo y, tras hacer una inclinación muy estudiada de lavandera con la cabeza, se. va a hacer la colada. Margot y yo fregamos los platos y ordenamos un poco la habitación.
Miércoles, 23 de febrero de 1944
Mi querida Kitty: Desde ayer hace un tiempo maravilloso fuera y me siento como nueva. Mis escritos, que son lo más preciado que poseo, van viento en popa. Casi todas las mañanas subo al desván para purificar el aire viciado de la habitación que llevo en los pulmones. Cuando subí al desván esta mañana, estaba Peter allí, ordenando cosas. Acabó rápido y vino adonde yo estaba, sentada en el suelo, en mi rincón favorito. Los dos miramos el cielo azul, el castaño sin hojas con sus ramas llenas de gotitas resplandecientes, las gaviotas y demás pájaros que al volar por encima de nuestras cabezas parecían de plata, y todo esto nos conmovió y nos sobrecogió tanto que no podíamos hablar. Peter estaba de pie, con la cabeza apoyada contra un grueso travesaño, y yo seguía sentada. Respiramos el aire, miramos hacia fuera y sentimos que era algo que no había que interrumpir con palabras. Nos quedamos mirando hacia fuera un buen rato, y cuando se puso a cortar leña, tuve la certeza de que era un buen tipo. Subió la escalera de la buhardilla, yo lo seguí, y durante el cuarto de hora que estuvo cortando leña no di- y jimos palabra. Desde el lugar donde me había instalado me puse a observarlo, viendo cómo se esmeraba visiblemente para cortar bien la leña y mostrarme su fuerza. Pero también me asomé a la ventana abierta, y pude ver gran parte de Amsterdam, y por encima de los tejados hasta el horizonte, que era de un color celeste tan claro que no se distinguía bien su línea. -Mientras exista este sol y este cielo tan despejado, y pueda yo verlo -pensé-, no podré estar triste. Para todo el que tiene miedo, está solo o se siente desdichado, el mejor remedio es salir al aire libre, a algún sitio en donde poder y estar totalmente solo, solo con el cielo, con la Naturaleza y con Dios. Porque sólo entonces, sólo así se siente que todo es como debe ser y que Dios quiere que los hombres sean felices en la humilde pero hermosa Naturaleza. Mientras todo esto exista, y creo que existirá siempre, sé que toda pena tiene consuelo, en cualquier circunstancia que sea. Y estoy convencida de que la naturaleza es capaz de paliar muchas cosas terribles, pese a todo el horror. ¡Ay!, quizá ya no falte tanto para poder compartir este sentímiento de felicidad avasallante con alguien que se tome las cosas de la misma manera que yo.
Tu Ana
P. D. Pensamientos: A Peter.
Echamos de menos muchas, muchísimas cosas aquí, desde hace mucho
tiempo, y yo las echo de menos igual que tú. No pienses que estoy
hablando de cosas exteriores, porque en ese sentido aquí realmente
no nos falta nada. No, me refiero a las cosas interiores. Yo, como
tú, ansío tener un poco de aire y de libertad, pero creo que nos
han dado compensación de sobra por estas carencias. Quiero decir,
compensación por dentro. Esta mañana, cuando estaba asomada a la
ventana mirando hacia afuera, mirando en realidad fija y
profundamente a Dios y a la Naturaleza, me sentí dichosa,
únicamente dichosa. Y, Peter, mientras uno siga teniendo esa dicha
interior, esa dicha por la Naturaleza, por la salud y por tantas
otras cosas; mientras uno lleve eso dentro, siempre volverá a ser
feliz. La riqueza, la fama, todo se puede perder, pero la dicha en
el corazón a lo sumo puede velarse, y siempre, mientras vivas,
volverá a hacerte feliz. Inténtalo tú también, alguna vez que te
sientas solo y desdichado o triste y estés en la buhardilla cuando
haga un tiempo tan hermoso. No mires las casas y los tejados, sino
al cielo. Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres
puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser
feliz.
Domingo, 27 de febrero de 1944
Mi querida Kitty: Desde la primera hora de la mañana hasta la última hora de la noche no hago más que pensar en Peter. Me duermo viendo su imagen, sueño con él y me despierto con su cara aún mirándome. Se me hace que Peter y yo en realidad no somos tan distintos como parece por fuera, y te explicaré por qué: a los dos nos hace falta una madre. La suya es demasiado superficial, le gusta coquetear y no se interesa mucho por los pensamientos de Peter. La mía sí se ocupa mucho de mí, pero no tiene tacto, ni sensibilidad, ni comprensión de madre. Peter y yo luchamos ambos con nuestro interior, los dos aún somos algo inseguros, y en realidad demasiado tiernos y frágiles por dentro como para que nos traten con mano tan dura. Por eso a veces quisiera escaparme, o esconder lo que llevo dentro. Me pongo a hacer ruido, con las cacerolas y con el agua por ejemplo, para que todos me quieran perder de vista. Peter, sin embargo, se encierra en su habitación y casi no habla, no hace nada de ruido y se pone a soñar, ocultándose en su timidez. Pero, ¿cómo y cuándo llegaremos a encontrarnos? No sé hasta cuándo mi mente podrá controlar este deseo.
Tu Ana M. Frank
Lunes, 28 de febrero de 1944
Mi querida Kitty: Esto se está convirtiendo en una pesadilla, tanto de noche como de día. Le veo casi a todas horas y no puedo acercarme a él, tengo que disimular mis sentimientos y mostrarme alegre, mientras que dentro de mí todo es desesperación. Peter Schiff y Peter Van Daan se han fundido en un único Peter, que es bueno y bondadoso y a quien quiero con toda mi alma. Mamá está imposible conmigo; papá me trata bien, lo que resulta difícil, y Margot resulta aún más difícil, ya que pretende que ponga cara de agrado mientras que lo que yo quiero es que me dejen en paz. Peter no subió a estar conmigo en el desván; se fue directamente a la buhardilla y se puso a martillear. Cada golpe que pegaba hacía que mis ánimos se desmoronaran poco a poco, y me sentí aún más triste. Y a los lejos se oía un carillón que tocaba «¿Arriba corazones!» Soy una sentimental, ya lo sé. Soy una desesperanzada y una insensata, también lo sé. ¡Ay de mí! Tu Ana M. Frank
Miércoles, 1º de marzo de 1944
Querida Kitty: Mis propias tribulaciones han pasado a un segundo plano porque... ¡han entrado ladrones! Ya estarás aburrida de mis historias de ladrones, pero ¿qué culpa tengo yo de que a los señores ladrones les dé tanto gusto honrar a Gies & Cía. con su visita? Esta vez, el asunto fue más complicado que la vez anterior, en julio del año pasado. Anoche, cuando el señor Van Daan dejó a las siete y media el despacho de Kugler como de costumbre, vio que la puerta de vidrio y la del despacho estaban abiertas, lo que le sorprendió. Siguió andando y se fue sorprendiendo cada vez más, al ver que también estaban abiertas las puertas del cuartito intermedio y que en la oficina principal había un tremendo desorden. -Por aquí ha pasado un ladrón -se le pasó por la cabeza. Para estar seguro al respecto, bajó las escaleras, fue hasta la puerta de entrada y palpó la cerradura: todo estaba cerrado. -Entonces, los desordenados deben de haber sido Bep y Peter -supuso. Se quedó un rato en el despacho de Kugler, apagó la luz, subió al piso de arriba y no se preocupó demasiado por las puertas abiertas y el desorden que había en la oficina principal. Pero esta mañana temprano, Peter llamó a la puerta de nuestra habitación y nos contó la no tan agradable noticia de que la puerta de entrada estaba abierta de par en par y de que del armario empotrado habían desaparecido el proyector y el maletín nuevo de Kugler. Le ordenaron a Peter que cerrara la puerta; Van Daan relató sus experiencias de la velada anterior y a nosotros nos entró una gran intranquilidad. La única explicación posible para toda esta historia es que el ladrón debe tener una copia de la llave de la puerta, porque la cerradura no había sido forzada en lo más mínimo. Debe de haber entrado al edificio al final de la tarde. Cerró la puerta tras de sí, Van Daan lo interrumpió, el ladrón se escondió hasta que Van Daan se fue, y luego se escapó llevándose el botín y dejando la puerta abierta, con las prisas. ¿Quién puede tener la llave de la puerta? ¿Por qué el ladrón no fue al almacén? ¿Acaso el ladrón será uno de nuestros propios mozos del almacén, y no nos delatará, ahora que seguramente ha oído y quizás hasta visto a Van Daan? Estamos todos muy asustados, porque no sabemos si al susodicho se le ocurrirá abrir otra vez la puerta. ¿O acaso se habrá asustado él de que hubiera un hombre dando vueltas por aquí?
Tu Ana
P. D. Si acaso pudieras recomendarnos un buen detective, te lo agradeceríamos mucho. Naturalmente, se requiere discreción absoluta en materia de escondites.
Jueves, 2 de marzo de 1944
Querida Kitty: Margot y yo hemos estado hoy juntas en el desván, pero con ella no puedo disfrutar tanto como me había imaginado que disfrutaría con Peter (u otro chico). Sé que siente lo mismo que yo con respecto a la mayoría de las cosas. Cuando estábamos fregando los platos, Bep empezó a hablar con mamá y con la señora Van Daan sobre su melancolía. ¿En qué la pueden ayudar aquellas dos? Particularmente mamá, siempre tan diplomática, hace que una salga de Guatemala y entre en Guatepeor. ¿Sabes qué le aconsejó? ¡Que pensara en toda la gente que sufre en este mundo! ¿De qué te puede servir pensar en la miseria de los demás cuanto tú misma te sientes miserable? Eso mismo fue lo que les dije. La respuesta, como te podrás imaginar, fue que yo no podía opinar sobre estas cosas. ¡Qué idiotas y estúpidos son los mayores! Como si Peter, Margot, Bep y yo no sintiéramos todos lo mismo... El único remedio es el amor materno, o el amor de los buenos amigos, de los amigos de verdad. ¡Pero las dos madres de la casa no entienden ni pizca de nosotros! La señora Van Daan quizás aún entienda un poco más que mamá. ¡Ay, cómo me habría gustado decirle algo a la pobre Bep, algo que por experiencia sé que ayuda! Pero papá se interpuso y me empujó a un lado de manera bastante ruda. ¡Son todos unos cretinos! Con Margot también he estado hablando sobre mamá y papá. ¡Qué bien lo podríamos pasar aquí, si no fuera porque siempre andan fastidiando! Podríamos organizar veladas en las que todos nos turnaríamos para hablar de algún tema interesante. ¡Pero hasta aquí hemos llegado, porque a mí justamente lo que menos me dejan es hablar! El señor Van Daan ataca, mamá se pone desagradable y no puede hablar de nada de manera normal, a papá no le gustan estas cosas, al igual que al señor Dussel, y a la señora siempre la atacan de tal modo que se pone toda colorada y casi no es capaz de defenderse. ¿Y nosotros? A nosotros no nos dejan opinar. Sí, son muy modernos: ¡No nos dejan opinar! Nos pueden decir que nos callemos la boca, pero no que no opinemos: eso es imposible. Nadie puede prohibir a otra persona que opine, por muy joven que ésta sea. A Bep, a Margot, a Peter y a mí sólo nos sirven mucho amor y comprensión, que aquí no se nos da a ninguno. Y nadie, sobre todo estos cretinos sabelotodos, nos comprende, porque somos mucho más sensibles y estamos mucho más adelantados en nuestra manera de pensar de lo que ellos remotamente puedan imaginarse. El amor. ¿Qué es el amor? Creo que el amor es algo que en realidad no puede expresarse con palabras. El amor es comprender a una persona, quererla, compartir con ella la dicha y la desdicha. Y con el tiempo también forma parte de él el amor físico, cuando se ha compartido, se ha dado y recibido, y no importa si se está casado o no, o si es para tener un hijo o no. Si se pierde el honor o no, todo eso no tiene importancia; ¡lo que importa es tener a alguien a tu lado por el resto de tu vida, alguien que te comprende y que no tienes que compartir con nadie!
Tu Ana M. Frank
Mamá está nuevamente quejándose. Está claro que está celosa porque hablo más con la señora Van Daan que con ella. ¡Pues me da igual! Esta tarde por fin he podido estar con Peter. Hemos estado hablando por lo menos tres cuartos de hora. Le costaba mucho contarme algo sobre sí mismo, pero poco a poco se fue animando. Te aseguro que no sabía si era mejor irme o quedarme. ¡Pero es que tenía tantas ganas de ayudarle! Le conté lo de Bep y lo de la falta de tacto de nuestras madres. Me dijo que sus padres siempre andan peleándose, por la política, por los cigarrillos o por cualquier otra cosa. Como ya te he dicho, Peter es muy tímido, pero no tanto como para no confesarme que le gustaría dejar de ver a sus padres al menos dos años. -Mi padre no es tan buena persona como parece -dijo-, pero en el asunto de los cigarrillos, la que lleva toda la razón es mi madre. Yo también le hablé de mamá. Pero a papá, Peter lo defendía. Dijo que le parecía un «tipo fenomenal». Esta noche, cuando estaba colgando el delantal después de fregar los platos, me llamó y me pidió que no les contara a los míos que sus padres habían estado nuevamente riñendo y que no se hablaban. Se lo prometí, aunque ya se lo había contado a Margot. Pero estoy segura de que Margot no hablará. -No te preocupes, Peter -le dije-. Puedes confiar en mí. Me he impuesto la costumbre de no contarles tantas cosas a los demás. De lo que tú me cuentas, no le digo nada a nadie. Eso le gustó. Entonces también le conté lo de los tremendos cotilleos en casa, y le dije: -Debo reconocer que tiene razón Margot cuando dice que miento, porque si bien digo que no quiero ser cotilla, cuando se trata de Dussel me encanta cotillear. -Eso está muy bien -dijo. Se había ruborizado, y su cumplido tan sincero casi me hace subir los colores a mí también. Luego también hablamos de los de arriba y los de abajo. Peter realmente estaba un poco sorprendido de que sigamos sin querer demasiado a sus padres. -Peter -le dije-, sabes que soy sincera contigo. ¿Por qué no habría de decírtelo? ¿Acaso no conocemos sus defectos también nosotros? Y también le dije: -Peter, me gustaría tanto ayudarte. ¿No puedo hacerlo? Tú estás entre la espada y la pared y yo sé que, aunque no lo dices, te tomas todo muy a pecho. -Siempre aceptaré tu ayuda. -Quizá sea mejor que consultes con papá. Él tampoco dice nada a nadie, le puedes contar tus cosas tranquilamente. -Sí, es un compañero de verdad. -Le quieres mucho, ¿verdad? Peter asintió con la cabeza y yo seguí hablando: -¡Pues él también te quiere a ti! Levantó la mirada fugazmente. Se había puesto colorado. De verdad era conmovedor ver lo contento que le habían puesto esas palabras. -¿Tú crees? -me preguntó. -Sí -dije yo-. Se nota por lo que deja caer de vez en cuando. Entonces llegó el señor Van Daan para hacernos un dictado. Peter también es un «tipo fenomenal», igual que papá.
Tu Ana M. Frank
Viernes, 3 de marzo de 1944
Mi querida Kitty: Esta noche, mirando la velita, me puse contenta otra vez y me tranquilicé. En realidad, en esa vela está la abuela, y es ella la que me protege y me cobija, y la que hace que me ponga otra vez contenta. Pero... hay otra persona que domina mis estados de ánimo y es... Peter. Hoy, cuando fui a buscar las patatas y todavía estaba bajando la escalera con la cacerola llena en las manos, me preguntó: -¿Qué has hecho a mediodía? Me senté en la escalera y empezamos a hablar. Las patatas no llegaron a destino hasta las cinco y cuarto: una hora después de haber subido a buscarlas. Peter ya no dijo palabra sobre sus padres, sólo hablamos de libros y del pasado. ¡Ay, qué mirada tan cálida tiene ese chico! Creo que ya casi me estoy enamorando de él. De eso mismo hemos hablado. Después de pelar las patatas, entré en su habitación y le dije que tenía mucho calor. -A Margot y a mí se nos nota en seguida la temperatura que hace: cuando hace frío, nos ponemos blancas, y cuando hace calor, coloradas -le dije. -¿Enamorada? -me preguntó. -¿Por qué habría de estarlo? Mi respuesta, o mejor dicho mi pregunta, era bastante tonta. -¿Porqué no? -dijo, y en ese momento nos llamaron a comer. -¿Habrá querido decir algo en especial con esa pregunta? Hoy por fin le he preguntado si no le molestan mis charlas. Lo único que me dijo fue: -Pues no, no me molestan. No sé hasta qué punto esta respuesta tiene que ver con su timidez. Kitty, soy como una enamorada que no habla más que de su amor. Es que Peter es realmente un cielo. ¿Cuándo podré decírselo? Claro que sólo podré hacerlo cuando sepa que él también me considera un cielo a mí. Pero sé muy bien que soy una gatita a la que hay que tratar con guantes de seda. Y a él le gusta su tranquilidad, de modo que no tengo ni idea de hasta qué punto le gusto. De todas formas nos estamos conociendo un poco más. ¡Ojalá tuviéramos el valor de confesarnos muchas cosas más! Unas cuantas veces al día me dirige una mirada cómplice, yo le guiño el ojo y los dos nos ponemos contentos. Parece una osadía decirlo así, pero tengo la irresistible sensación de que él piensa s igual que yo. Tu Ana M. Frank
Sábado, 4 de marzo de 1944
Querida Kitty: Hacía meses y meses que no teníamos un sábado que al menos no fuera tan fastidioso, triste y aburrido como los demás. Y la culpa la tiene nada menos que Peter. Esta mañana subí al desván a tender el delantal, y papá me preguntó si no quería quedarme para hablar francés. Me pareció bien. Primero hablamos francés, yo le expliqué una cosa, y luego hicimos inglés. Papá nos leyó unas líneas del libro de Dickens y yo estaba en la gloria porque estaba sentada en el sillón de papá, bien cerca de Peter. A las once menos cuarto bajé al otro piso. Cuando volví, a las once y media, ya estaba él esperándome en la escalera. Hablamos hasta la una menos cuarto. Cuando se presenta la más mínima oportunidad, por ejemplo cuando salgo de la habitación después de comer y nadie nos oye, me dice: -¡Hasta luego, Ana! ¡Ay, estoy tan contenta! ¿Estará empezando a quererme entonces? En cualquier caso es un tipo muy simpático y quién sabe lo bien que podremos hablar. A la señora le parece bien que yo hable con él, pero hoy igual me preguntó en tono burlón: -¿Puedo fiarme de lo que hacéis vosotros dos ahí arriba? -¡Pues claro! -protesté-. ¡Cuidado que me voy a ofender! De la mañana a la noche me alegra saber que veré a Peter. Tu Ana M. Frank
P. D. Se me olvidaba decirte que anoche cayó una cantidad enorme de nieve. Pero ya ni se nota casi, se ha fundido toda. Lunes, 6 de marzo de 1944
Querida Kitty: ¿No te parece curioso que después de que Peter me contara aquello de sus padres, ahora me sienta un poco responsable por él? Es como si esas peleas me incumbieran lo mismo que a él, y sin embargo ya no me atrevo a hablarle de ello, porque temo que no le agrade. Por nada del mundo quisiera cometer un desatino ahora. A Peter se le nota en la cara que piensa tanto como yo, y por eso anoche me dio rabia cuando la señora dijo en tono burlón: -¡El pensador! El tímido de Peter se puso colorado y a mí me empezó a hervir la sangre. ¡Cuándo dejará la gente de decir tonterías! No te imaginas lo feo que es ver lo solo que se siente Peter, y no poder hacer nada. Yo puedo imaginarme, como si lo hubiera vivido en mi propia carne, lo desesperado que debe estar a veces cuando hay peleas. ¡Pobre Peter, qué necesitado de cariño está! Me parecieron muy duras sus palabras cuando dijo que no necesitaba amigos. ¡Ay, cómo se equivoca! No creo que lo diga en serio. Se aferra a su masculinidad, a su soledad y a su falsa indiferencia para no salirse de su papel, y para no tener que mostrar nunca cómo se siente. ¡Pobre Peter! ¿Hasta cuándo podrá seguir haciendo este papel? ¿Cuánto faltará para que, después de tanto esfuerzo sobrehumano, explote? ¡Ay, Peter, ojalá pudiera ayudarte y tú permitieras que lo hiciera! ¡Los dos juntos podríamos ahuyentar nuestras respectivas soledades!
Pienso mucho, pero digo poco. Me pongo contenta cuando le veo y si al mismo tiempo brilla el sol. Ayer, cuando me estaba lavando la cabeza, me puse bastante eufórica, a sabiendas de que en la habitación de al lado estaba él. No pude remediarlo: cuanto más callada y seria estoy por dentro, tanto más bulliciosa me pongo por fuera. ¿Quién será el primero en descubrir mi coraza y perforarla? ¡Qué suerte que los Van Daan no tienen una niña! Mi conquista no sería tan difícil, tan hermosa y tan placentera si no fuera justamente por la atracción del sexo opuesto.
Tu Ana M. Frank P. D. Sabes que soy sincera contigo al escribirte, y por eso es que debo confesarte que en realidad vivo de encuentro en encuentro. Estoy continuamente al acecho para ver si descubro que también él vive esperándome a mí, y salto de alegría dentro de mí cuando noto sus pequeños y tímidos esfuerzos al respecto. Creo que Peter quisiera tener la misma facilidad de expresión que yo; no sabe que justamente su torpeza me enternece.
Martes, 7 de marzo de 1944
Querida Kitty: Cuando me pongo a pensar en la vida que llevaba en 1942, todo me parece tan irreal. Esa vida de gloria la vivía una Ana Frank muy distinta de la Ana que aquí se ha vuelto tan juiciosa. Una vida de gloria, eso es lo que era. Un admirador en cada esquina, una veintena de amigas y conocidas, la favorita de la mayoría de los profesores, consentida por papá y mamá, muchas golosinas, dinero suficiente..., ¿qué más se podía pedir? Seguro que te preguntarás cómo hice para ganarme la simpatía de toda esa gente. Dice Peter que por mi «encanto personal», pero eso no es del todo cierto. A todos los profesores les gustaban y les divertían mis respuestas ingeniosas, mis ocurrencias, mi cara sonriente y mi ojo crítico. No había más. Era terriblemente coquetona y divertida. Además, tenía algunas ventajas por las que me ganaba el favor de los que me rodeaban: mi esmero, mi sinceridad y mi generosidad. Nunca le habría negado a nadie, fuera quien fuera, que en clase copiara de mí; repartía golosinas a manos llenas y nunca se me subían los humos. ¿No me habré vuelto temeraria después de tanta admiración? Es una suerte que en medio de todo aquello, en el punto culminante de la fiesta, volviera de repente a la realidad, y ha tenido que pasar más de un año para que me diera cuenta de que ya nadie me demuestra su admiración. ¿Cómo me veían en el colegio? Como la que dirigía las bromas y los chistes, siempre haciendo la gallito y nunca de mal humor o lloriqueando. No era de sorprender que a todos les gustara acompañarme al colegio en bici o cubrirme de atenciones. Veo a esa Ana Frank como a una niña graciosa, divertida, pero superficial, que no tiene nada que ver conmigo. ¿Qué es lo que ha dicho Peter de mí? «Siempre que te veía, estabas rodeada de dos o más chicos y un grupo de chicas. Siempre te reías y eras el centro de la atención.» Tenía razón. ¿Qué es lo que ha quedado de aquella Ana Frank? Ya sé que he conservado mi sonrisa y mi manera de responder, y que aún no he olvidado cómo criticar a la gente, e incluso lo hago mejor que antes, y que sigo coqueteando y siendo divertida cuando quiero... Ahí está el quid de la cuestión: una noche, un par de días, una semana me gustaría volver a vivir así, aparentemente despreocupada y alegre. Pero al final de esa semana estaría muerta de cansancio y al primero que se le ocurriera hablarme de algo interesante le estaría enormemente agradecida. No quiero admiradores, sino amigos, no quiero que se maravillen por mi sonrisa lisonjera, sino por mi manera de actuar y mi carácter. Sé muy bien que en ese caso el círculo de personas en torno a mí se reduciría bastante, pero ¿qué importaría que no me quedaran sino unas pocas personas? Pocas, pero sinceras. Pese a todo, en 1942 tampoco era enteramente feliz. A menudo me sentía abandonada, pero como estaba ocupada de la mañana a la noche, no me ponía a pensar y me divertía todo lo que podía, intentado, consciente o inconscientemente, ahuyentar con bromas el vacío. Ahora examino mi propia vida y me doy cuenta de que al menos una fase ha concluido irreversiblemente: la edad escolar, tan libre de preocupaciones y problemas, que nunca volverá. Ya ni siquiera la echo en falta: la he superado. Ya no puedo hacer solamente tonterías; una pequeña parte en mí siempre conserva su seriedad. Veo mi vida de niña hasta el año nuevo de 1944 como bajo una lupa muy potente. En casa, la vida con mucho sol; luego aquí, en 1942, el cambio tan repentino, las peleas, las recriminaciones; no lograba entenderlo, me había cogido por sorpresa, y la única postura que supe adoptar fue la de ser insolente. Luego los primeros meses de 1943, los accesos de llanto, la soledad, el ir dándome cuenta paulatinamente de todos mis fallos y defectos, que son tan grandes y que parecían ser dos veces más grandes. De día hablaba y hablaba, intentaba atraer a Pim hacia mí, pero sin resultado, me veía ante la difícil tarea de hacerme a mí misma de tal forma que ya no me hicieran esos reproches que tanto me oprimían y desalentaban. Después del verano de ese año las cosas mejoraron. Dejé de ser tan niña, me empezaron a tratar más como a una adulta. Comencé a pensar, a escribir cuentos, y llegué a la conclusión de que los demás ya no tenían nada que ver conmigo, que no tenían derecho a empujarme de un lado para otro como si fuera el péndulo de un reloj; quería reformarme a mí misma según mi propia voluntad. Comprendí que me podía pasar sin mamá, de manera total y absoluta, lo que me dolió, pero algo que me afectó mucho más fue darme cuenta de que papá nunca Negaría a ser mi confidente. No confiaba en nadie más que en mí misma. Después de Año Nuevo el segundo gran cambio: mi sueño... con el que descubrí mis deseos de tener... un amigo o novio; no quería una amiga mujer, sino un amigo varón. También descubrí dentro de mí la felicidad y mi coraza de superficialidad y alegría. Pero de tanto en tanto me volvía silenciosa. Ahora no vivo más que para Peter, porque de él dependerá en gran medida lo que me ocurra de ahora en adelante. Y por las noches, cuando acabo mis rezos pronunciando las palabras «Te doy las gracias por todas las cosas buenas, queridas y hermosas», oigo gritos de júbilo dentro de mí, porque pienso en esas «cosas buenas», como nuestro escondite, mi buena salud y todo mi ser, en las cosas queridas, como Peter y esa cosa diminuta y sensible que ninguno de los dos se atreve a nombrar aún, el amor, el futuro, la dicha, y en las cosas hermosas, como el mundo, la Naturaleza y la gran belleza de todas las cosas hermosas juntas. En esos momentos no pienso en la desgracia, sino en todas las cosas bellas que aún quedan. Ahí está gran parte de la diferencia entre mamá y yo. El consejo que ella da para combatir la melancolía es: «Piensa en toda la desgracia que hay en el mundo y alégrate de que no te pase a ti.» Mi consejo es: «Sal fuera, a los prados, a la naturaleza y al sol. Sal fuera y trata de reencontrar la felicidad en ti misma; piensa en todas las cosas bellas que hay dentro de ti y a tu alrededor, y sé feliz.» En mi opinión, la frase de mamá no tiene validez, porque ¿qué se supone que tienes que hacer cuando esa desgracia sí te pasa? Entonces, estás perdida. Por otra parte, creo que toda desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada vez más alegría y encuentras un mayor equilibrio. Y el que es feliz hace feliz a los demás; el que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia.
Tu Ana M. Frank
Miércoles, 8 de marzo de 1944
Margot y yo nos hemos estado escribiendo notitas, sólo por divertirnos, naturalmente. Ana: Cosa curiosa, a mí las cosas que pasan por la noche sólo me vuelven a la memoria mucho más tarde. Ahora, por ejemplo, recuerdo de repente que anoche el señor Dussel estuvo roncando como un loco (ahora son las tres menos cuarto del miércoles por la tarde y el señor Dussel está otra vez roncando, por eso me acordé, claro). Cuando tuve que hacer pipí en el orinal, hice más ruido de lo normal, para hacer que cesaran los ronquidos. Margot: ¿Qué es mejor: los resuellos o los ronquidos? Ana: Los ronquidos, porque si yo hago ruido, cesan sin que la persona en cuestión se despierte. Lo que no le he escrito a Margot, pero que sí te confieso a ti, querida Kitty, es que sueño mucho con Peter. Anteanoche, en nuestro cuarto de estar de aquí, soñé que estaba patinando en la pista de hielo de la Apollolaan con un chico bajito, ése que tenía una hermana que siempre llevaba una falda azul y tenía patas de alambre. Le dije que me llamaba Ana y le pregunté su nombre. Se llamaba Peter. En mi sueño me pregunté a cuántos Peter conocía ya. Luego también soñé que estábamos en la habitación de Peter, uno frente a otro al lado de la escalera. Le dije algo, me dio un beso, pero me contestó que no me quería tanto como yo pensaba y que dejara de coquetear. Con voz desesperada y suplicante, le dije: -¡Pero si yo no coqueteo, Peter! Cuando me desperté, me alegré de que Peter no hubiera dicho eso. Anoche también nos estábamos besando, pero las mejillas de Peter me decepcionaron, porque no eran tan suaves como parecen, sino que eran como las mejillas de papá, o sea, como las de un hombre que ya se afeita.
Viernes, 10 de marzo de 1944
Mi querida Kitty. Hoy es aplicable el refrán que dice que las desgracias nunca vienen solas. Lo acaba de decir Peter. Te contaré todas las cosas desagradables que nos pasan y las que quizá aún nos aguardan. En primer lugar, Miep está enferma, a raíz de la boda de Henk y Aagje, celebrada ayer en la iglesia del Oeste, donde se resfrió. En segundo lugar, el señor Kleiman aún no ha vuelto desde que tuvo la hemorragia estomacal, con lo que Bep sigue sola en la oficina. En tercer lugar, la Policía ha arrestado a un señor, cuyo nombre no mencionaré. No sólo es horrible para el susodicho señor, sino también para nosotros, ya que andamos muy escasos de patatas, mantequilla y mermelada. El señor M., por llamarlo de alguna manera, tiene cinco hijos menores de trece años y uno más en camino. Anoche tuvimos otro pequeño sobresalto, ya que de repente se pusieron a golpear en la pared de al lado. Estábamos cenando. El resto de la noche transcurrió en un clima de tensión y nerviosismo. Últimamente no tengo ningunas ganas de escribirte sobre lo que acontece en casa. Me preocupan mucho más mis propias cosas. Pero no me entiendas mal, porque lo que le ha ocurrido al pobre y bueno del señor M. me parece horrible, pero en mi diario de cualquier forma no hay demasiado sitio para él. El martes, miércoles y jueves estuve con Peter desde las cuatro y media hasta las cinco y cuarto. Estudiamos francés y charlamos sobre miles de cosas. Realmente me hace mucha ilusión esa horita que pasamos juntos por la tarde, y lo mejor de todo es que creo que también a Peter le gusta que yo vaya. Tu Ana M. Frank
Sábado, 11 de marzo de 1944
Querida Kitty: Últimamente estoy hecha un culo de mal asiento. Voy de abajo al piso de arriba y vuelta abajo. Me gusta mucho hablar con Peter, pero siempre tengo miedo de molestarlo. Me ha contado algunas cosas sobre su vida de antes, sobre sus padres y sobre sí mismo. Yo con eso no tengo suficiente, pero a cada cinco minutos me pregunto cómo se me ocurre pedir más. A él yo antes le parecía insoportable, lo que era una cosa recíproca; ahora yo he cambiado de opinión, entonces ¿también él habrá cambiado de opinión? Supongo que sí, pero eso no implica que tengamos que ser grandes amigos, aunque para mí eso haría mucho más soportable toda esta historia de estar escondida. Pero no me engaño; me ocupo bastante de él y no tengo por qué aburrirte a la vez que a mí, porque la verdad es que ando bastante desanimada.
Domingo, 12 de marzo de 1944
Querida Kitty: Todo está cada vez más patas arriba. Desde ayer, Peter ya no me dirige la mirada. Es como si estuviera enfadado conmigo, y por eso me esfuerzo para no ir detrás de él y para hablarle lo menos posible, ¡pero es tan difícil! ¿Qué será lo que a menudo lo aparta de mí y a menudo lo empuja hacia mí? Quizá sólo yo me imagine que las cosas son peores de lo que son en realidad, quizás él también tenga sus estados de ánimo, quizá mañana :todo haya pasado... Lo más difícil de todo es mantenerme igual por fuera, cuando por dentro estoy triste y me siento mal. Tengo que hablar, ayudar, estar sentados juntos y sobre todo estar alegre. Lo que más echo de menos es la Naturaleza y algún lugar en el que pueda estar sola todo el tiempo que quiera. Creo que estoy mezclando muchas cosas, Kitty, pero es que estoy muy confusa: por un lado me vuelve loca el deseo de tenerlo a mi lado, y casi no puedo estar en la habitación sin mirarlo, y por el otro me pregunto por qué me importa tanto en realidad, y por qué no puedo recuperar la tranquilidad. Día y noche, siempre que estoy despierta, no hago más que preguntarme: «¿Le has dejado suficientemente en paz? ¿No subes a verle demasiado? ¿No hablas demasiado a menudo de temas serios de los que él todavía no sabe hablar? ¿Es posible que él no te encuentre nada simpática? ¿Habrá sido todo el asunto pura imaginación? Pero entonces, ¿por qué te ha contado tantas cosas sobre sí mismo? ¿Se habrá arrepentido de haberlo hecho?» Y muchas otras cosas más. Ayer por la tarde, después de escuchar una ristra de noticias tristes de fuera, estaba tan hecha polvo que me eché en el diván para dormir un rato. Sólo quería dormir, para no pensar. Dormí hasta las cuatro de la tarde, y entonces tuve que ir a la habitación. Me resultó muy difícil responder a todas las preguntas de mamá y encontrar una excusa para explicarle a papá por qué había dormido. Como pretexto dije que tenía dolor de cabeza, con lo que no mentí, puesto que de verdad lo tenía..., ¡por dentro! La gente normal, las niñas normales, las chicas como yo, dirán que ya basta de tanta autocompasión, pero ahí está el quid de la cuestión: yo te cuento todo lo que me pesa en el corazón, y el resto del día me muestro de lo más atrevida, alegre y segura de mí misma, con tal de evitar cualquier pregunta y de no enfadarme conmigo misma. Margot es muy buena conmigo y quisiera ser mi confidente, pero sin embargo yo no puedo contarle todas mis cosas. Me toma en serio, demasiado en serio, y reflexiona mucho sobre su hermanita loca, me mira con ojos inquisitivos cuando le cuento algo y siempre se pregunta: «¿Me lo dice en serio o me lo dice por decir?» Todo tiene que ver con que estamos siempre juntas y con que yo no soportaría tener a mi confidente siempre a mi lado. ¿Cuándo saldré de esta maraña de pensamientos? ¿Cuándo volverá a haber paz y tranquilidad dentro de mí?
Tu Ana
Martes, 14 de marzo de 1944
Querida Kitty: Te parecerá divertido -para mí no lo es en absoluto- saber lo que cenaremos hoy. En estos momentos, dado que abajo está trabajando la mujer de la limpieza, estoy sentada junto a la mesa con el hule de los Van Daan, tapándome la nariz y la boca con un pañuelo impregnado de un exquisito perfume de antes de escondernos. Supongo que no entenderás nada, de modo que empezaré por el principio. Como a nuestros proveedores de cupones se los han llevado los alemanes, ya no tenemos cupones ni manteca; sólo nos quedan nuestras cinco cartillas de racionamiento. Como Miep y Kleiman están otra vez enfermos, Bep no puede salir a hacer los recados, y como hay un ambiente muy triste, la comida también lo es. A partir de mañana ya no habrá nada de manteca, mantequilla ni margarina. Ya no desayunamos con patatas fritas (por ahorrar pan), sino con papilla de avena, y como la señora teme que nos muramos de hambre, hemos comprado una cantidad extra de leche entera. El almuerzo de hoy consiste en un guiso de patatas y col rizada de conserva. De ahí las medidas de precaución con el pañuelo. ¡Es increíble el olor que despide la col rizada, que seguramente ya lleva varios años en conserva! La habitación huele a una mezcla de ciruelas en descomposición, conservante amargo y huevos podridos. ¡Qué asco! La sola idea de que tendré que comerme esa porquería me da náuseas. A ello hay que sumarle que nuestras patatas han sufrido unas enfermedades tan extrañas que de cada dos cubos de patatas, uno va a parar a la estufa. Nos divertimos tratando de determinar con exactitud las distintas enfermedades que tienen, y hemos llegado a la conclusión de que se van turnando el cáncer, la viruela y el sarampión. Entre paréntesis, no es ninguna bicoca tener que estar escondidos en este cuarto año que transcurre desde la invasión. ¡Ojalá que toda esta porquería de guerra se acabe pronto! A decir verdad, lo de la comida me importaría poco, si al menos otras cosas aquí fueran más placenteras. Ahí está el meollo de la cuestión: esta vida tan aburrida nos tiene fastidiados a todos. Te enumero la opinión de cinco escondidos mayores sobre la situación actual (los menores no pueden tener una opinión, algo a lo que por una vez me he atenido): La señora Van Daan: «La tarea de reina de la cocina hace rato que no tiene ningún aliciente para mí. Pero como me aburre estar sentada sin hacer nada, me pongo otra vez a cocinar. Y sin embargo me quejo: cocinar sin manteca es imposible, me marean los malos olores. Y luego me pagan con ingratitud y con gritos todos mis esfuerzos, siempre soy la oveja negra, de todo me echan la culpa. Por otra parte, opino que la guerra no adelanta mucho, los alemanes al final se harán con la victoria. Tengo mucho miedo de que nos muramos de hambre y despotrico contra todo el mundo cuando estoy de mal humor.» El señor Van Daan: «Necesito fumar, fumar y fumar, y así la comida, la política, el mal humor de Kerli y todo lo demás no es tan grave. Kerli es una buena mujer. Si no me dan nada que fumar, me pongo malo, y además quiero comer carne, y además vivimos muy mal, nada está bien y seguro que acabaremos tirándonos los trastos a la cabeza. ¡Vaya una estúpida que está hecha esta Kerli mía!» La señora Frank: «La comida no es tan importante, pero ahora mismo me gustaría comer una rebanada de pan de centeno, porque tengo mucha hambre. Yo en el lugar de la señora Van Daan, le hubiera puesto coto hace rato a esa eterna manía de fumar del señor. Pero ahora me urge fumar un cigarrillo, porque tengo la cabeza que está a punto de estallar. Los Van Daan son una gente horrible. Los ingleses cometen muchos errores, pero la guerra va adelantando; necesito hablar, y alegrarme de no estar en Polonia. El señor Frank: «Todo está bien, no me hace falta nada. Sin prisas, que tenemos tiempo. Dadme mis patatas y me conformo. Hay que apartar parte de mi ración para Bep. La política sigue un curso estupendo, soy muy optimista.» El señor Dussel: «Tengo que escribir mi cuota diaria, acabar todo a tiempo. La política va viento en poo-pa, es im-po-sii-ble que nos descubran. ¡Yo, Yo y Yo...!»
Tu Ana
Jueves, 16 de marzo de 1944
Querida Kitty: ¡Pfff...! ¡Al fin! He venido a descansar después de oír tantas historias tristes sobre los de la oficina. Lo único que andan diciendo es: «Si pasa esto o aquello, nos veremos en dificultades, y si también se enferma aquella, estaremos solos en el mundo, que si esto, que si aquello...» En fin, el resto ya puedes imaginártelo; al menos supongo que conoces a los de la Casa de atrás lo bastante como para adivinar sus conversaciones. El motivo de tanto «que si esto, que si aquello» es que al señor Kugler le ha llegado una citación para ir seis días a cavar, que Bep está más que acatarrada y probablemente se tendrá que quedar en su casa mañana, que a Miep todavía no se le ha pasado la gripe y que Kleiman ha tenido una hemorragia estomacal con pérdida del conocimiento. ¡Una verdadera lista de tragedias para nosotros! Lo primero que tiene que hacer Kugler según nosotros es consultar a un médico de confianza, pedir que le dé un certificado y presentarlo en el ayuntamiento de Hilversum. A la gente del almacén le han dado un día de asueto mañana, así que Bep estará sola en la oficina. Si (¡otro «si»!) Bep se llegara a quedar en su casa, la puerta de entrada al edificio permanecerá cerrada, y nosotros deberemos guardar absoluto silencio, para que no nos oiga Keg. Jan vendrá al mediodía a visitar a los pobres desamparados durante media hora, haciendo las veces de cuidador de parque zoológico, como si dijéramos. Hoy, por primera vez después de mucho tiempo, Jan nos ha estado contando algunas cosas del gran mundo exterior. Tendrías que habernos visto a los ocho sentados en corro a su alrededor, parecía «Los cuentos de la abuelita». Jan habló y habló ante un público ávido, en primer lugar sobre la comida, por supuesto. La señora de Pf., una conocida de Miep, cocina para él. Anteayer le hizo zanahorias con guisantes, ayer se tuvo que comer los restos de anteayer, hoy le, hace alubias pintas, y mañana un guiso con las zanahorias que hayan sobrado. Le preguntamos por el médico de Miep. -¿Médico? -preguntó Jan-. ¿Qué queréis con él? Esta mañana le llamé por teléfono, me atendió una de esas asistentas de la consulta, le pedí una receta para la gripe y me contestó que para las recetas hay que pasarse de ocho a nueve de la mañana. Si tienes una gripe muy fuerte, puedes pedir que se ponga al teléfono el propio médico, y te dice: «Saque la lengua, diga "aaa". Ya veo, tiene la garganta irritada. Le daré una receta, para que se pase por la farmacia. ¡Buenos días!» Y sanseacabó. Atendiendo sólo por teléfono, ¡así cualquiera tiene una consulta! Pero no le hagamos reproches a los médicos, que al fin y al cabo también ellos sólo tienen dos manos, y en los tiempos que corren los pacientes abundan y los médicos escasean. De todos modos, a todos nos hizo mucha gracia cuando Jan reprodujo la conversación telefónica. Me imagino cómo será la consulta de un médico hoy día. Ya no desprecian a los enfermos del seguro, sino a los que no padecen nada, y piensan: «¿Y usted qué es lo que viene a hacer aquí? ¡A la cola, que primero se atiende a los enfermos de verdad!»
Tu Ana
Jueves, 16 de marzo de 1944
Querida Kitty: Hace un tiempo maravilloso, indescriptiblemente hermoso. Pronto podré ir al desván. Ahora ya sé por qué estoy siempre mucho más intranquila que Peter. El tiene una habitación propia donde trabajar, soñar, pensar y dormir. A mí me empujan de un rincón a otro de la casa. No estoy nunca sola en mi habitación compartida, lo que sin embargo desearía tanto. Ese es precisamente el motivo por el que huyo al desván. Sólo allí y contigo puedo ser yo misma, aunque sólo sea un momento. Pero no quisiera darte la lata hablándote de mis deseos; al contrario, ¡quiero ser valiente! Abajo por suerte no se dan cuenta de lo _que siento por dentro, salvo que cada día estoy más fría y despreciativa con respecto a mamá, le hago menos mimos a papá y tampoco le suelto nada a Margot: estoy herméticamente cerrada. Ante todo debo seguir mostrándome segura de mí misma por fuera, nadie debe saber que dentro de mí se sigue librando una batalla: una batalla entre mis deseos y la razón. Hasta ahora ha triunfado siempre esta última, pero a la larga ¿no resultarán más fuertes los primeros? A veces me temo que sí, y a menudo lo deseo. ¡Ay!, es tan terriblemente difícil no soltar nunca nada delante de Peter, pero sé que es él quien tiene que tomar la iniciativa. ¡Es tan difícil deshacer de día todas las conversaciones y todos los actos que me han ocurrido de noche en sueños! Sí, Kitty, Ana es una chica muy loca, pero es que los tiempos que me han tocado vivir también lo son, y las circunstancias lo son más aún. Me parece que lo mejor de todo es que lo que pienso y siento, al menos lo puedo apuntar; si no, me asfixiaría completamente. ¿Qué pensará Peter de todas estas cosas? Una y otra vez pienso que algún día podré hablar con él al respecto. Algo tiene que haber adivinado en mí, porque la Ana de fuera que ha conocido hasta ahora, no le puede gustar. ¿Cómo puede ser que él, que ama tanto la paz y la tranquilidad, tenga simpatía por mi bullicio y alboroto? ¿Será el primero y único en el mundo que ha mirado detrás de mi máscara de hormigón? ¿Irá él a parar allí detrás dentro de poco? ¿No hay un viejo refrán que dice que el amor a menudo viene después de la compasión, y que los dos van de la mano? ¿No es ése también mi caso? Porque siento la misma compasión por él que la que a menudo siento por mí misma. No sé, realmente no sé de dónde sacar las primeras palabras, ni de dónde habría de sacarlas él, que le cuesta mucho más hablar. ¡Ojalá pudiera escribirle, así al menos sabría que él sabe lo que yo le quisiera decir, porque es tan difícil decirlo con palabras!
Tu Ana M. Frank
Viernes, 17 de marzo de 1944
Queridísima Kitty: Finalmente todo ha terminado bien, porque el catarro de Bep no se ha convertido en gripe, sino tan sólo en afonía, y el señor Kugler se ha librado de los trabajos forzados gracias al certificado médico. La Casa de atrás respira aliviada. Aquí todo sigue bien, salvo que Margot y yo nos estamos cansando un poco de nuestros padres. No me interpretes mal, sigo queriendo a papá y Margot sigue queriendo a papá y a mamá, pero cuando tienes la edad que tenemos nosotras, te apetece decidir un poco por ti misma, quieres soltarte un poco de la mano de tus padres. Cuando voy arriba, me preguntan adónde voy; sal no me dejan comer; a las ocho y cuarto de la noche, mamá me pregunta indefectiblemente si no es hora de cambiarme; todos los libros que leo tienen que pasar por la censura. A decir verdad, la censura no es nada estricta y me dejan leer casi todo, pero nos molestan los comentarios y observaciones, más todas las preguntas que nos hacen todo el día. Hay otra cosa que no les agrada, sobre todo en mí: que ya no quiera estar todo el tiempo dando besitos aquí y allá. Los múltiples sobrenombres melosos que inventan me parecen tontos, y la predilección de papá por las conversaciones sobre ventosidades y retretes, asquerosa. En resumidas cuentas, me gustaría perderlos de vista un tiempo, pero no lo entienden. No es que se lo hayamos propuesto; nada de eso, de nada serviría, no lo entenderían en absoluto. Aun anoche Margot me decía: «¡Estoy tan aburrida de que al más mínimo suspiro ya te pregunten si te duele la cabeza o si te sientes mal!» Para las dos es un duro golpe el que de repente veamos lo poco que queda de todo ese ambiente familiar y esa armonía que había en casa. Pero esto deriva en gran medida de la desquiciada situación en que nos encontramos. Me refiero al hecho de que nos tratan como a dos chiquillas por lo que respecta a las cosas externas, mientras que somos mucho más maduras que las chicas de nuestra edad en cuanto a las cosas internas. Aunque sólo tengo catorce años, sé muy bien lo que quiero, sé quién tiene razón y quién no, tengo mi opinión, mi modo de ver y mis principios, y por más extraño que suene en boca de una adolescente, me siento más bien una persona y no tanto una niña, y me siento totalmente independiente de cualquier otra persona. Sé que sé debatir y discutir mejor que mamá, sé que tengo una visión más objetiva de las cosas, sé que no exagero tanto como ella, que soy más ordenada y diestra y por eso -ríete si quieres- me siento superior a ella en muchas cosas. Si quiero a una persona, en primer lugar debo sentir admiración por ella, admiración y respeto, y estos dos requisitos en mamá no veo que se cumplan en absoluto. Todo estaría bien si al menos tuviera a Peter, porque a él lo admiro en muchas cosas. ¡Ay, qué chico tan bueno y tan guapo!
Tu Ana M. Frank
Sábado, 18 de marzo de 1944
Querida Kitty: A nadie en el mundo le he contado tantas cosas sobre mí misma y sobre mis sentimientos como a ti. Entonces, ¿por qué no habría de contarte algo sobre cosas sexuales? Los padres y las personas en general se comportan de manera muy curiosa al respecto. En vez de contarles tanto a sus hijas mujeres como a sus hijos varones a los doce años todo lo que hay para contar, cuando surgen conversaciones sobre el tema obligan a sus hijos a abandonar la habitación, y que se busquen por su cuenta la información que necesitan. Cuando luego los padres se dan cuenta de que sus hijos están enterados de algunas cosas, creen que los críos saben más o menos de lo que saben en realidad. ¿Por qué no intentan en ese momento recuperar el tiempo perdido y preguntarles hasta dónde llegan sus conocimientos? Existe un obstáculo considerable para los adultos -aunque me parece que no es más que un pequeño obstáculo-, y es que temen que los hijos supuestamente ya no vean al matrimonio como algo sagrado e inviolable, si se enteran de que aquello de la inviolabilidad son cuentos chinos en la mayoría de los casos. A mi modo de ver, no está nada mal que un hombre llegue al matrimonio con alguna experiencia previa, porque ¿acaso tiene eso algo que ver con el propio matrimonio? Cuando acababa de cumplir los doce años, me contaron lo de la menstruación, pero aún no tenía la más mínima noción de dónde venía ni qué significaba. A los doce años y medio ya me contaron algo más, ya que Jacque no era tan estúpida como yo. Yo misma me imaginé cómo era la cohabitación del hombre y la mujer, pero cuando Jacque me lo confirmó, me sentí bastante orgullosa por haber tenido tan buena intuición. Aquello de que los niños no salen directamente de la panza, también lo supe por Jacque, que me dijo sin más vueltas: «El producto acabado sale por el mismo lugar por donde entra la materia prima.» El himen y algunas otras cosas específicas las conocíamos Jacque y yo por un libro sobre educación sexual. También sabía que se podía evitar el tener hijos, pero seguía siendo un secreto para mí cómo era todo aquello por dentro. Cuando llegamos aquí, papá me habló de prostitutas, etc., pero con todo quedan algunas preguntas sin responder. Si una madre no le cuenta todo a sus hijos, éstos se van enterando poquito a poco, y eso no está bien. Aunque hoy es sábado, no estoy de malas. Es que he estado en el desván con Peter, soñando con los ojos cerrados. ¡Ha sido maravilloso!
Tu Ana M. Frank
Domingo, 19 de marzo de 1944
Querida Kitty: Ayer fue un día muy importante para mí. Después de la comida del mediodía, todo se desarrolló de manera normal. A las cinco puse a hervir las patatas y mamá me dio un trozo de morcilla para que se la llevara a Peter. Al principio yo no quería hacerlo, pero luego fui de todas formas. Él no la quiso y tuve la horrible sensación de que todavía era por lo de la discusión sobre la desconfianza. Llegado un momento no pude más, me vinieron las lágrimas a los ojos y sin insistir volví a llevar el platito a mamá y me fui a llorar al retrete. Entonces decidí hablar del asunto con Peter de una vez para siempre. Antes de cenar éramos cuatro en su habitación ayudándole a resolver un crucigrama, y entonces no pude decirle nada, pero justo antes de ir a sentarnos a la mesa, le susurré: -¿Vas a hacer taquigrafía esta noche, Peter? -No -contestó. -Es que luego quería hablarte. Le pareció bien. Después de fregar los platos fui a su habitación y le pregunté si había rechazado la morcilla por la discusión que habíamos tenido. Pero por suerte no era ése el motivo, sólo que no le pareció correcto ceder tan pronto. Había hecho mucho calor en la habitación y estaba colorada como un cangrejo; por eso, después de llevarle el agua a Margot abajo, volví un momento arriba a tomar algo de aire. Para salvar las apariencias, primero me paré junto a la ventana de los Van Daan, pero al poco tiempo subí a ver a Peter. Estaba en el lado izquierdo de la ventana abierta, y yo me puse en el lado derecho. Era mucho más fácil hablar junto a la ventana abierta, en la relativa oscuridad, que con mucha luz, y creo que también a Peter le pareció así. Nos contamos tantas, pero tantas cosas, que simplemente no podría repetirlo todo aquí, pero fue muy bonito, la noche más hermosa que he vivido hasta ahora en la Casa de atrás. Sin embargo, te resumiré en pocas palabras de qué temas hablamos: Primero hablamos de las peleas, de que ahora mi actitud con respecto a ellas es muy distinta, luego sobre nuestra separación con respecto a nuestros padres. Le hablé de mamá y papá, de Margot y de mí misma. En un momento dado me dijo: -Vosotros seguro que os dais las buenas noches con un beso. -¿Uno? ¡Un montón! Tú no, ¿verdad? -No, yo casi nunca le he dado un beso a nadie. -¿Para tu cumpleaños tampoco? -Sí, para mi cumpleaños sí. Hablamos de la confianza, de que ninguno de los dos la hemos tenido con nuestros padres. De que sus padres se quieren mucho y que también quisieran tener la confianza de Peter, pero que él no quiere. De que cuando yo estoy triste me desahogo llorando en la cama, y que él sube al desván a decir palabrotas. De que Margot y yo sólo hace poco que hemos intimado, y que tampoco nos contamos tanto, porque estamos siempre juntas. En fin, de todo un poco, de la confianza, de los sentimientos y de nosotros mismos. Y resultó que Peter era tal como yo sabía que era. Luego nos pusimos a hablar sobre el período de 1942, sobre lo distintos que éramos entonces. Ninguno de los dos se reconoce en como era en aquel período. Lo insoportables que nos parecíamos al principio. Para él yo era una parlanchina y muy molesta, y a mí él muy pronto me pareció muy aburrido. Entonces no entendía por qué no me cortejaba, pero ahora me alegro. Otra cosa de la que habló fue de lo mucho que se aislaba de los demás, y yo le dije que entre mi bullicio y temeridad y su silencio no había tanta diferencia, que a mí también me gusta la tranquilidad, y que no tengo nada para mí sola, salvo mi diario, que todos se alegran cuando los dejo tranquilos, en primer lugar el señor Dussel, y que tampoco quiero estar siempre en la habitación. Que él está muy contento de que mis padres tengan hijos, y que yo me alegro de que él esté aquí. Que ahora sí comprendo su recogimiento y la relación con sus padres, y que me gustaría ayudarle con las peleas. -¡Pero si tú ya me ayudas! -¿Cómo? -le pregunté muy sorprendida. -¡Con tu alegría! Es lo más bonito que me ha dicho hasta ahora. También me dijo que no le parecía para nada molesto que fuera a verle como antes, sino que le agradaba. Yo también le dije que todos esos nombres cariñosos de papá y mamá no tienen ningún contenido, que la confianza no se crea dando un besito acá y otro allá. Otra cosa de la que hablamos fue de nuestra propia voluntad, del diario y la soledad, de la diferencia que hay entre la persona interior y exterior que todos tenemos, de mi máscara, etc. Fue hermoso, debe de haber empezado a quererme como a una compañera, y eso por ahora me basta. Me faltan las palabras, de lo agradecida y contenta que estoy, y debo pedirte disculpas, Kitty, por el estilo infame de mis escritos de hoy. He escrito todo tal y como se me ha ido ocurriendo... Tengo la sensación de que Peter y yo compartimos un secreto. Cuando me mira con esos ojos, esa sonrisa y me guiña el ojo, dentro de mí se enciende una lucecita. Espero que todo pueda seguir siendo así, y que juntos podamos pasar muchas, muchas horas agradables.
Tu Ana, agradecida y contenta
Lunes, 20 de marzo de 1944
Querida Kitty: Esta mañana, Peter me preguntó si me apetecía pasar más a menudo por la noche, que de ningún modo le molestaría y que en su habitación tanto cabían dos como uno. Le dije que no podía pasar todas las noches, ya que abajo no lo consentirían, pero me dijo que no les hiciera caso. Le dije que me gustaría pasar el sábado por la noche, y le pedí que sobre todo me avisara cuando se pudiera ver la luna. -Entonces iremos a mirarla abajo -dijo. Me pareció bien, porque mi miedo a los ladrones tampoco es para tanto. Entretanto algo ha eclipsado mi felicidad. Hacía rato que me parecía que a Margot Peter le caía más que simpático. No se hasta que punto le quiere, pero es que me resulta un tanto embarazoso. Ahora, cada vez que me encuentro con Peter, tengo que hacerle daño adrede a Margot, y lo mejor del caso es que ella lo disimula muy bien. Se que en su lugar yo estaría muerta de celos, pero Margot sólo dice que no tengo que tener compasión con ella. -Me sabe mal que tú te quedes así, al margen -añadí. -Estoy acostumbrada -contestó en tono acre. Esto todavía no me atrevo a contárselo a Peter, quizá más adelante; aún nos quedan tantas otras cosas que aclarar primero... Anoche mamá me dio un cachete, que a decir verdad me lo había ganado. Debo contenerme un poco en cuanto a mis demostraciones de indiferencia y desprecio hacia ella. Así que tendré que volver a tratar de ser amable y guardarme mis comentarios pese a todo. Tampoco Pim es tan cariñoso como antes. Intenta ser menos infantil en su comportamiento con nosotras, pero ahora se ha vuelto demasiado frío. Ya veremos lo que pasa. Me ha amenazado con que si no estudio álgebra, que no me crea que luego me pagará clases particulares. Aunque aún puede esperar, quisiera volver a empezar, a condición de que me den otro libro. Por ahora basta. No hago más que mirar a Peter y estoy a punto de rebosar.
Tu Ana M. Frank
Una prueba del espíritu bondadoso de Margot. Esto lo he recibido hoy, 20 de marzo de 1944:
Ana, cuando ayer te dije que no tenía celos de ti, sólo fui sincera contigo a medias. La verdad es que no tengo celos de ti ni :de Peter, sólo que lamento un poco no haber encontrado aún a nadie -y seguro que por el momento tampoco lo encontraré- con quien hablar de lo que pienso y de lo que siento. Pero eso no quita que os desee de todo corazón que podáis teneros confianza mutuamente. Aquí ya echamos de menos bastantes cosas que a otros les resultan muy naturales. Por otro lado, estoy segura de que con Peter nunca habría llegado muy lejos, porque tengo la sensación de que mi relación con la persona a la que quisiera contarle todas mis cosas tendría que ser bastante íntima. Tendría que tener la impresión de que me comprendiera totalmente, aun sin que yo le contara tanto. Pero entonces tendría que ser una persona a quien considerara superior a mí, y eso con Peter nunca podría ser. En tu caso sí que me podría imaginar una cosa así. De modo que no necesitas hacerte ningún reproche de que me pueda faltar algo o porque estés haciendo algo que me correspondía a mí. Nada de eso. Tú y Peter sólo saldréis ganando con el trato mutuo.
Ésta fue mi respuesta:
Querida Margot: Tu carta me pareció enormemente cariñosa, pero no ha terminado de tranquilizarme y creo que tampoco lo hará. Entre Peter y yo aún no existe tal confianza en la medida que tú dices, y frente a una ventana abierta y oscura uno se dice más cosas que a plena luz del sol. También resulta más fácil contarse lo que uno siente susurrando, que no gritando a los cuatro vientos. Tengo la impresión de que has ido desarrollando una especie de cariño fraternal por Peter y de que quisieras ayudarle, al menos igual que yo. Quizá algún día puedas llegar a hacerlo, aunque ésa no sea la confianza como la entendemos tú y yo. Opino que la confianza es una cosa mutua, y creo que es ése el motivo por el cual entre papá y yo nunca hemos llegado a ese punto. No nos ocupemos más del asunto y ya no hablemos de él. Si quieres alguna otra cosa de mí, te pido que me lo hagas saber por escrito, porque así podré expresar mucho mejor que oralmente lo que te quiera decir. No sabes lo mucho que te admiro y sólo espero que algún día yo también pueda tener algo de la bondad de papá y de la tuya, porque entre las dos ya no veo mucha diferencia. Tu Ana
Miércoles, 22 de marzo de 1944
Querida Kitty:
Esta es la respuesta de Margot, que recibí anoche:
Querida Ana: Tu carta de ayer me ha dado la desagradable impresión de que cada vez que vas a estudiar o a charlar con Peter te da cargo de conciencia, pero de verdad me parece que no hay motivo para ello. Muy dentro de mí algo me dice que una persona tiene derecho a la confianza mutua, pero yo aún no estoy preparada para que esa persona sea Peter. Sin embargo, tal como me has escrito, me da la impresión de que Peter es como un hermano, aunque, eso sí, un hermano menor, y de que nuestros sentimientos extienden unas antenas buscándose mutuamente, para que quizás algún día, o tal vez nunca, puedan encontrarse en un cariño como de hermano a hermana; pero aún no hemos llegado a tanto, ni mucho menos. De modo que de verdad no hace falta que te compadezcas de mí. Disfruta lo más que puedas de la compañía que has encontrado.
Ahora aquí todo es cada día más hermoso. Creo, Kitty, que en la Casa de atrás quizá tengamos un verdadero gran amor. Todas esas bromas sobre que Peter y yo terminaremos casándonos si seguimos aquí mucho más tiempo, ahora resulta que no estaban tan fuera de lugar. No es que esté pensando en casarme con él; no sé cómo será cuando sea mayor, ni si llegaremos a querernos tanto como para que deseemos casarnos. Entretanto estoy convencida de que Peter también me quiere; de qué manera exactamente, no lo sé. No alcanzo a descubrir si lo que busca es una buena amiga, o si le atraigo como chica, o como hermana. Cuando me dijo que siempre le ayudo cuando sus padres se pelean, me puse muy contenta y me pareció que era el primer paso para creer en su amistad. Ayer le pregunté lo que haría si hubiera aquí una docena de Anas que lo visitaran continuamente. Su respuesta fue: -Si fueran todas como tú, no sería tan grave. Es muy hospitalario conmigo y de verdad creo que le gusta que vaya a verle. Ahora estudia francés con mucho empeño, incluso por la noche en la cama, hasta las diez y cuarto. ¡Ay, cuando pienso en el sábado por la noche, en nuestras palabras, en nuestras voces, me siento satisfecha por primera vez en mi vida! Me refiero a que ahora volvería a decir lo mismo y que no lo cambiaría todo, como otras veces. Es muy guapo, tanto cuando se ríe como cuando está callado, con la mirada perdida. Es muy cariñoso y bueno y guapo. Creo que lo que más le ha sorprendido de mí es darse cuenta de que no soy en absoluto la Ana superficial y frívola, sino otra soñadora como él, con los mismos problemas. Anoche, después de fregar los platos, contaba absolutamente con que me invitaría a quedarme arriba; pero nada de eso ocurrió: me marché, él bajó a llamar a Dussel para oír la radio, se quedó bastante tiempo en el cuarto de baño, pero como Dussel tardaba demasiado en venir, subió de nuevo a su habitación. Allí le oí pasearse de un lado a otro, y luego se acostó. Estuve toda la noche muy intranquila, y a cada rato me iba al cuarto de baño a lavarme la cara con agua fría, leía un poco, volvía a soñar, miraba la hora y esperaba, esperaba, esperaba y le escuchaba. Cuando me acosté, temprano, estaba muerta de cansancio. Esta noche me toca bañarme, ¿y mañana? ¡Falta tanto para mañana! Tu Ana M. Frank
Mi respuesta:
Querida Margot: Me parece que lo mejor será que esperemos a verlo que pasa. Peter y yo no tardaremos en tomar una decisión: seguir como antes, o cambiar. Cómo será, no lo sé; en ese sentido, prefiero no pensar «más allá de mis narices». Pero hay una cosa que seguro haré: si Peter y yo entablamos amistad, le contaré que tú también le quieres mucho y que estás a su disposición para lo que pueda necesitar. Esto último seguro que no lo querrás, pero eso ahora no me importa. No sé qué piensa Peter de ti, pero se lo preguntaré cuando llegue el momento. Seguro que no piensa mal, más bien todo lo contrario. Pásate por el desván si quieres, o donde quiera que estemos, de verdad que no nos molestas, ya que creo que tácitamente hemos convenido que cuando queramos hablar, lo haremos por la noche, en la oscuridad. ¡Ánimo! Yo intento tenerlo, aunque no siempre es fácil. A ti también te tocará, tal vez antes de lo que te imaginas.» Tu Ana
Jueves, 23 de marzo de 1944
Querida Kitty: Aquí todo marcha nuevamente sobre ruedas. A nuestros proveedores de cupones los han soltado de la cárcel, ¡por suerte! Ayer volvió Miep. Hoy le ha tocado a su marido meterse en el catre: tiene escalofríos y fiebre, los consabidos síntomas de la gripe. Bep está mejor, aunque la tos aún no se le ha quitado; Kleiman tendrá que quedarse en casa bastante tiempo. Ayer se estrelló un avión cerca de aquí. Los ocupantes se salvaron saltando a tiempo en paracaídas. El aparato fue a parar a un colegio donde no había niños. Un pequeño incendio y algunos muertos fueron las consecuencias del episodio. Los alemanes dispararon a los aviadores mientras bajaban, los amsterdameses que lo vieron soltaron bufidos de rabia por un acto tan cobarde. Nosotras, las mujeres de la casa, nos asustamos de lo lindo. ¡Puaj, cómo odio los tiros! Ahora te cuento de mí. Ayer, cuando fui a ver a Peter, no sé cómo fue que tocamos el tema de la sexualidad. Hacía mucho que me había propuesto hacerle algunas preguntas al respecto, Lo sabe todo. Cuando le conté que ni Margot ni yo estábamos demasiado informadas, se sorprendió mucho. Le conté muchas cosas de Margot, y de papá y mamá, y de que últimamente no me atrevo a preguntarles nada. Se ofreció para informarme sobre el tema y yo aproveché gustosa su ofrecimiento. Me contó cómo funcionan los anticonceptivos y le pregunté muy osada cómo hacen los chicos para darse cuenta de que ya son adultos. Dijo que necesitaba tiempo para pensarlo, y que me lo diría por la noche. Entre otras cosas, le conté aquella historia de Jacque y de que las chicas, ante la fuerza de los varones, están indefensas. -¡Pues de mí no tienes nada que temer! -dijo. Cuando volví por la noche, me contó lo de los chicos. Me dio un poco de vergüenza, pero me gustó poder hablar de estas cosas con él. Ni él ni yo nos podíamos imaginar que algún día pudiésemos hablar tan abiertamente sobre las cosas más íntimas con otra chica u otro chico, respectivamente. Creo que ahora lo sé todo. Me contó muchas cosas sobre los «preventivos», o sea, los preservativos. Por la noche, en el cuarto de baño, Margot y yo estuvimos hablando de Bram y Trees. Esta mañana me esperaba algo muy desagradable: después del desayuno, Peter me hizo señas para que lo acompañara arriba. -Me has tomado el pelo, ¿verdad? -dijo-. Oí lo que decíais tú y Margot anoche en el cuarto de baño. Creo que sólo querías ver lo que Peter sabía del asunto y luego divertirte con ello. ¡Ay, me dejó tan desconcertada! Intenté por todos los medios quitarle de la cabeza esas mentiras infames. ¡Me imagino lo mal que se debe haber sentido, y sin embargo nada de ello es cierto! -Que no, Peter -le dije-. Nunca podría ser tan ruin. Te he dicho que no diría nada, y así será. Hacer teatro de esa manera y ser tan ruin adrede, no Peter, eso ya no sería divertido, eso sería desleal. No he dicho nada, de verdad. ¿Me crees? Me aseguró que me creía, pero aún tendré que hablar con él al respecto. No hago más que pensar en ello todo el día. Menos mal que en seguida dijo lo que pensaba; imagínate que hubiera llevado dentro de sí semejante ruindad por mi parte. ¡El bueno de Peter! ¡Ahora sí que deberé y tendré que contarle todo! Ta Ana
Viernes, 24 de marzo de 1944
Querida Kitty: Últimamente subo mucho a la habitación de Peter por las noches a respirar algo del aire fresco nocturno. En una habitación a oscuras se puede conversar como Dios manda, mucho más que cuando el sol te hace cosquillas en la cara. Es un gusto estar sentada arriba a su lado delante de la ventana y mirar hacia fuera. Van Daan y Dussel me gastan bromas pesadas cuando desaparezco en la habitación de Peter. «La segunda patria de Ana», dicen, o «¿es conveniente que un caballero reciba la visita de una dama tan tarde por la noche, en la oscuridad?». Peter tiene una presencia de ánimo sorprendente cuando nos hacen esos comentarios supuestamente graciosos. Por otra parte, Mamá es bastante curiosa y le encantaría preguntarme de qué temas hablamos, si no fuera porque secretamente tiene miedo a un rechazo por mi parte. Peter dice que lo que pasa es que los mayores nos tienen envidia porque somos jóvenes y no hacemos caso de sus comentarios ponzoñosos. A veces viene abajo a buscarme, pero eso también es muy penoso, porque pese a todas las medidas preventivas se pone colorado como un tomate y se le traba la lengua. ¡Qué suerte que yo nunca me pongo colorada! Debe ser una sensación muy desagradable. Por lo demás, me sabe muy mal que mientras yo estoy arriba gozando de buena compañía, Margot esté abajo sola. ¿Pero qué ganamos con cambiarlo? A mí no me importa que venga arriba con nosotros, pero es que sobraría y no se sentiría cómoda. Todo el día me hacen comentarios sobre nuestra repentina amistad, y te prometo que durante la comida ya se ha dicho no sé cuántas veces que tendremos que casarnos en la Casa de atrás, si la guerra llega a durar cinco años más. ¿Y a nosotros qué nos importan esas habladurías de los viejos? De cualquier manera no mucho, porque son una bobada. ¿Acaso también mis padres se han olvidado de que han sido jóvenes? Al parecer sí; al menos, siempre nos toman en serio cuando les gastamos una broma, y se ríen de nosotros cuando hablamos en serio. De verdad no sé cómo ha de seguir todo esto, ni si siempre tendremos algo de qué hablar. Pero si lo nuestro sigue en pie, también podremos estar juntos sin necesidad de hablar. ¡Ojalá los viejos del piso de arriba no fueran tan estúpidos! Seguro que es porque prefieren no verme. De todas formas, Peter y yo nunca les diremos de qué hablamos. ¡Imagínate si supieran que tratamos aquellos temas tan íntimos! Quisiera preguntarle a Peter si sabe cómo es el cuerpo de una chica. Creo que en los varones la parte de abajo no es tan complicada como la de las mujeres. En las fotos o dibujos de un hombre desnudo puede apreciarse perfectamente cómo son, pero en las mujeres no. Los órganos sexuales (o como se llamen) de las mujeres están más escondidos entre las piernas. Es de suponer que Peter nunca ha visto a una chica de tan cerca, y a decir verdad, yo tampoco. Realmente lo de los varones es mucho más sencillo. ¿Cómo diablos tendría que explicarle a Peter el funcionamiento del aparato femenino? Porque, por lo que me dijo una vez, ya me he dado cuenta de que no lo sabe exactamente. Dijo algo de la abertura del útero, pero ésta está por dentro, y no se la puede ver. Es notable lo bien organizada que está esa parte del cuerpo en no sotras. Antes de cumplir los once o doce años, no sabía que también estaban los labios de dentro de la vulva, porque no se veían. Y lo más curioso del caso es que yo pensaba que la orina salía del clí- toris. Una vez, cuando le pregunté a mamá lo que significaba esa cosa sin salida, me dijo que no sabía. ¡Qué rabia me da que siempre se esté haciendo la tonta! Pero volvamos al tema. ¿Cómo diablos hay que hacer para describir la cosa sin un ejemplo a mano? ¿Hacemos la prueba aquí? ¡Pues vamos! De frente, cuando estás de pie, no ves más que pelos. Entre las piernas hay una especie de almohadillas, unos elementos blandos, también con pelo, que cuando estás de pie están cerradas, y no se puede ver lo que hay dentro. Cuando te sientas, se separan, y por dentro tienen un aspecto muy rojo y carnoso, nada bonito. En la parte superior, entre los labios mayores, arriba, hay como un pliegue de la piel, que mirado más detenidamente resulta ser una especie de tubo, y que es el clítoris. Luego vienen los labios menores, que también están pegados uno a otro como si fueran un pliegue. Cuando se abren, dentro hay un bultito carnoso, no más grande que la punta de un dedo. La parte superior es porosa: allí hay unos cuantos orificios por donde sale la orina. La parte inferior parece estar compuesta sólo por piel, pero sin embargo allí está la vagina. Está casi toda cubierta de pliegues de la piel, y es muy difícil descubrirla. Es tan tremendamente pequeño el orificio que está debajo, que casi no logro imaginarme cómo un hombre puede entrar ahí, y menos cómo puede salir un niño entero. Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante. Tu Ana M. Frank
Sábado, 25 de marzo de 1944
Querida Kitty: Cuando una va cambiando, sólo lo nota cuando ya está cambiada. Yo he cambiado, y mucho: completa y totalmente. Mis opiniones, mis pareceres, mi visión crítica, mi aspecto, mi carácter: todo ha cambiado. Y puedo decirlo tranquilamente, porque es cierto, que todo ha cambiado para bien. Ya alguna vez te he contado lo difícil que ha sido para mí dejar atrás esa vida de muñeca adorada y venir aquí, en medio de la cruda realidad de regañinas y de mayores. Pero papá y mamá son culpables en gran parte de muchas de las cosas por las que he tenido que pasar. En casa veían con gusto que fuera una chica alegre, y eso estaba bien, pero aquí no debieron haberme instigado ni mostrado sólo el lado de las peleas y discusiones. Pasó mucho tiempo antes de darme cuenta de que aquí, en cuestión de peleas, van más o menos empatados. Pero ahora sé cuántos errores se han cometido aquí, por parte de los mayores y por parte de los jóvenes. El error más grande de papá y mamá con respecto a los Van Daan es que nunca hablan de manera franca y amistosa (aunque lo amistoso sólo sea fingido). Yo lo que quisiera es, ante todo, preservar la paz y no pelearme ni cotillear. En el caso de papá y de Margot no es tan difícil; en el de mamá sí lo es, y por eso está muy bien que ella misma a veces me llame la atención. Al señor Van Daan una puede ganárselo dándole la razón, escuchándole muda y sin replicar, y sobre todo... contestando a sus múltiples chistes y bromas pesadas con otra broma. A la señora hay que ganársela hablando abiertamente y cediendo en todo. Ella misma también reconoce sus fallos, que son muchos, sin regatear. Me consta que ya no piensa tan mal de mí como al principio, y sólo es porque soy sincera y no ando lisonjeando a la gente así como así. Quiero ser sincera, y creo que siéndolo se llega mucho más lejos. Además, la hace sentir a una mucho mejor. Ayer la señora me habló del arroz que le hemos dado a Kleiman. -Le hemos dado, y dado, y vuelto a dar -dijo-. Pero llega un momento en que hay que decir: basta, ya es suficiente. El propio señor Kleiman, si se toma la molestia, puede conseguir arroz por su cuenta. ¿Por qué hemos de dárselo todo de nuestras provisiones? Nosotros aquí lo necesitamos igual que él. -No, señora -le contesté-. No estoy de acuerdo con usted. Tal vez sea cierto que el señor Kleiman puede conseguir arroz, pero le fastidia tener que ocuparse de ello. No es asunto nuestro criticar a quienes nos protegen. Debemos darles todo lo que no nos haga absolutamente falta a nosotros y que ellos necesiten. Un platito de arroz a la semana no nos sirve de mucho, también podemos comer legumbres. A la señora no le pareció que fuera así, pero también dijo que aunque no estaba de acuerdo, no le importaba ceder, que eso ya era otra cosa. Bueno, dejémoslo ahí; a veces sé muy bien cuál es mi lugar, y otras aún estoy en la duda, pero ya me abriré camino. ¡Ah!, y sobre todo ahora, que tengo ayuda, porque Peter me ayuda a roer bastantes huesos duros y a tragar mucha saliva. De verdad no sé hasta qué punto me quiere o si alguna vez nos llegaremos a dar un beso. De cualquier manera, no quisiera forzarlo. A papá le he dicho que voy mucho a ver a Peter y le pregunté si le parecía bien. ¡Naturalmente que le pareció bien! A Peter le cuento cosas con gran facilidad, que a otros nunca les cuento. Así, por ejemplo, le he dicho que más tarde me gustaría mucho escribir, e incluso ser escritora, o al menos no dejar de escribir aunque ejerza una profesión o desempeñe alguna otra tarea. No soy rica en dinero ni en bienes terrenales; no soy hermosa, ni inteligente, ni lista; ¡pero soy feliz y lo seguiré siendo! Soy feliz por naturaleza, quiero a las personas, no soy desconfiada y quiero verlas felices conmigo. Tuya, afectísima, Ana M. Frank
De nuevo el día no ha traído nada, ha sido como la noche cerrada. (Esto es de hace unas semanas y ahora ya no cuenta. Pero como mis versos son tan contados, he querido escribírtelos.)
Lunes, 27 de marzo de 1944
Querida Kitty: En nuestra historia escrita de escondidos, no debería faltar un extenso capítulo sobre política, pero como el tema no me interesa tanto, no le he prestado demasiada atención. Por eso, hoy dedicaré una carta entera a la política. Es natural que haya muchas opiniones distintas al respecto, y es aún más lógico que en estos tiempos difíciles de guerra se hable mucho del asunto, pero... ¡es francamente estúpido que todos se peleen tanto por ella! Que apuesten, que se rían, que digan palabrotas, que se quejen, que hagan lo que les venga en gana y que se pudran si quieren, pero que no se peleen, porque eso por lo general acaba mal. La gente que viene de fuera nos trae muchas noticias que no son ciertas; sin embargo, nuestra radio hasta ahora nunca ha mentido. En el plano político, los ánimos de todos (Jan, Miep, Kleiman, Bep y Kugler) van para arriba y para abajo, los de Jan algo menos que los de los demás. Aquí, en la Casa de atrás, el ambiente en lo que a política se refiere es siempre el mismo. Los múltiples debates sobre la invasión, los bombardeos aéreos, los discursos, etc., etc., van acompañados de un sinnúmero de exclamaciones, tales como «¡Im-posii-ble! ¡Por el amor de Dios, si todavía no han empezado, adónde irremos a parrar! ¡Todo va viento en poo-pa, es-tu-penn-do, exce-lenn-te! » Optimistas y pesimistas, sin olvidar sobre todo a los realistas, manifiestan su opinión con inagotable energía, y como suele suceder en todos estos casos, cada cual cree que sólo él tiene razón. A cierta señora le irrita la confianza sin igual que les tiene a los ingleses su señor marido, y cierto señor ataca a su señora esposa a raíz de los comentarios burlones y despreciativos de ésta respecto de su querida nación. Y así sucesivamente, de la mañana a la noche, y lo más curioso es que nunca se aburren. He descubierto algo que funciona a las mil maravillas: es como si pincharas a alguien con alfileres, haciéndole pegar un bote. Exactamente así funciona mi descubrimiento. Ponte a hablar sobre política, y a la primera pregunta, la primera palabra, la primera frase... ¡ya ha metido baza toda la familia!
Como si las Werhmachtsberichte25 alemanas y la BBC inglesa no fueran suficientes, hace algunos días han empezado a transmitir un Luftlagemeldung26. Estupendo, en una palabra; pero la otra cara de la moneda muchas veces decepciona. Los ingleses han hecho de su arma aérea una empresa de régimen continuo, que sólo se puede comparar con las mentiras alemanas, que son ídem de ídem. O sea, que la radio se enciende ya a las ocho de la mañana (si no más temprano) y se la escucha cada hora, hasta las nueve, las diez o, a veces, hasta las once de la noche. Ésta es la prueba más clara de que los adultos tienen paciencia y un cerebro de difícil acceso (algunos de ellos, naturalmente; no quisiera ofender a nadie). Con una sola emisión, o dos a lo sumo, nosotros ya tendríamos bastante para todo el día, pero esos viejos gansos... en fin, que ya lo he dicho. El programa para los trabajadores, Radio Orange, Frank Philips o Su Majestad la Reina Guillermina, a todos les llega su turno y a todos se les sigue con atención; si no están comiendo o durmiendo, es que están sentados alrededor de la radio y hablan de comida, de dormir o de política. ¡Uf!, es una lata, y si no nos cuidamos nos convertiremos todos en unos viejos aburridos. Bueno, esto ya no vale para los mayores... Para dar ejemplos edificantes, los discursos de nuestro muy querido Winston Churchill resultan ideales. Nueve de la noche del domingo. La tetera está en la mesa, debajo del cubreteteras. Entran los invitados. Dussel se sienta junto a la radio, el señor delante, y Peter a su lado; Mamá junto al señor, la señora detrás, Margot y yo detrás del todo y Pim junto a la mesa. Me parece que no te he descrito muy claramente dónde se ha sentado cada uno, pero nuestro sitio tampoco importa tanto. Los señores fuman, los ojos de Peter se cierran, por el esfuerzo que hace al escuchar, mamá lleva una bata larga, negra, y la señora no hace más que temblar de miedo a causa de los aviones, que no hacen caso del discurso y enfilan alegremente hacia Essen. Papá bebe un sorbo de té, Margot y yo estamos fraternalmente unidas por Mouschi, que ha acaparado una rodilla de cada una para dormir. Margot se ha puesto rulos, yo llevo un camisón demasiado pequeño, corto y ceñido. La escena parece íntima, armoniosa, pacífica, y por esta vez lo es, pero yo espero con el corazón en un puño las consecuencias que traerá el discurso. Casi no pueden esperar hasta el final, se mueren de impaciencia por ver si habrá pelea o no. ¡Chis, chis! como un gato que está al acecho de un ratón, todos se azuzan mutuamente hasta acabar en riñas y disputas. Tu Ana
Martes, 18 de marzo de 1944
Mi querida Kitty: Podría escribirte mucho más sobre política, pero hoy tengo antes muchas otras cosas que contarte. En primer lugar, mamá me ha prohibido que vaya arriba, porque según ella la señora Van Daan está celosa. En segundo lugar, Peter ha invitado a Margot para que también vaya arriba, no sé si por cortesía o si va en serio. En tercer lugar, le he preguntado a papá si le parecía que debía hacer caso de esos celos y me ha dicho que no. ¿Qué hacer? Mamá está enfadada, no me deja ir arriba, quiere que vuelva a estudiar en la habitación con Dussel, quizá también sienta celos. Papá está de acuerdo con que Peter y yo pasemos esas horas juntos y se alegra de que nos llevemos tan bien. Margot también quiere a Peter, pero según ella no es lo mismo hablar sobre determinados temas de a tres que de a dos. Por otra parte, mamá cree que Peter está enamorado de mí; te confieso que me gustaría que lo estuviera, así estaríamos a la par y podríamos comunicarnos mucho mejor. Mamá también dice que Peter me mira mucho; es cierto que más de una vez nos hemos guiñado el ojo estando en la habitación, y que él me mira los hoyuelos de las mejillas. ¿Acaso debería yo hacer algo para evitarlo? Estoy en una posición muy difícil. Mamá está en mi contra, y yo en la suya. Papá cierra los ojos ante la lucha silenciosa entre mamá y yo. Mamá está triste, ya que aún me quiere; yo no estoy triste para nada, ya que ella y yo hemos terminado. ¿Y Peter...? A Peter no lo quiero dejar. ¡Es tan bueno y lo admiro tanto! Entre nosotros puede que ocurra algo muy bonito, pero ¿por qué tienen que estar metiendo los viejos sus narices? Por suerte estoy acostumbrada a ocultar lo que llevo dentro, por lo que no me resulta nada difícil no demostrar lo mucho que le quiero. ¿Dirá él algo alguna vez? ¿Sentiré alguna vez su mejilla, tal como sentí la de Petel en sueños? ¡Ay, Peter y Petel, sois el mismo! Ellos no nos comprenden, nunca comprenderán que nos conformamos con estar sentados Juntos sin hablar. No comprenden lo que nos atrae tanto mutuamente. ¿Cuándo superaremos todas estas dificultades? Y sin embargo está bien superarlas, así es más bonito el final. Cuando él está recostado con la cabeza en mis brazos y los ojos cerrados, es aún un niño. Cuando juega con Mouschi o habla de él, está lleno de amor. Cuando carga patatas o alguna otra cosa pesada, está lleno de fuerza. Cuando se pone a mirar los disparos o los ladrones en la oscuridad, está lleno de valor, y cuando hace las cosas con torpeza y falto de habilidad, está lleno de ternura. Me gusta mucho más que él me explique alguna cosa, y que no le tenga que enseñar algo yo. ¡Cuánto me gustaría que fuera superior a mí en casi todo! ¡Qué me importan a mí todas las madres! ¡Ay, cuándo me dirá lo que me tiene que decir! Papá siempre dice que soy vanidosa, pero no es cierto: sólo soy coqueta. No me han dicho muchas veces que soy guapa; sólo C. N. me dijo que le gustaba mi manera de reírme. Ayer Peter me hizo un cumplido sincero y, por gusto, te citaré más o menos nuestra conversación. Peter me decía a menudo «¡Sonríe!», lo que me llamaba la atención. Entonces, ayer le pregunté: -¿Por qué siempre quieres que sonría? -Porque me gusta. Es que se te forman hoyuelos en las mejillas. ¿De qué te saldrán? -Son de nacimiento. También tengo uno en la barbilla. Son los únicos elementos de belleza que poseo. -¡Qué va, eso no es verdad! -Sí que lo es. Ya sé que no soy una chica guapa; nunca lo he sido y no lo seré nunca. -Pues a mí no me parece que sea así. Yo creo que eres guapa. -No es verdad. -Créetelo, te lo digo yo. Yo, naturalmente, le dije lo mismo de él.
Tu Ana M. Frank
Miércoles, 29 de marzo de 1944
Querida Kitty: Anoche, por Radio Orange, el ministro Bolkestein dijo que después de la guerra se hará una recolección de diarios y cartas relativos a la guerra. Por supuesto que todos se abalanzaron sobre mi diario. ¡Imagínate lo interesante que sería editar una novela sobre «la Casa de atrás»! El título daría a pensar que se trata de una novela de detectives. Pero hablemos en serio. Seguro que diez años después de que haya acabado la guerra, resultará cómico leer cómo hemos vivido, comido y hablado ocho judíos escondidos. Pero si bien es cierto que te cuento bastantes cosas sobre nosotros, sólo conoces una pequeña parte de nuestras vidas. El miedo que tenemos las mujeres cuando hay bombardeos, por ejemplo el domingo, cuando So aviones ingleses tiraron más de media tonelada de bombas sobre IJmuiden, haciendo temblar las casas como la hierba al viento; la cantidad de epidemias que se han desatado. De todas esas cosas tú no sabes nada, y yo tendría que pasarme el día escribiendo si quisiera contártelo todo y con todo detalle. La gente hace cola para comprar verdura y miles de artículos más; los médicos no pueden ir a asistir a los enfermos porque cada dos por tres les roban el vehículo; son tantos los robos y asaltos que hay, que te preguntas cómo es que a los holandeses les ha dado ahora por robar tanto. Niños de ocho a once años rompen las ventanas de las casas y entran a desvalijarlas. Nadie se atreve a dejar su casa más de cinco minutos, porque si te vas, desaparecen todas tus cosas. Todos los días salen avisos en los periódicos ofreciendo recompensas por la devolución de máquinas de escribir robadas, alfombras persas, relojes eléctricos, telas, etc. Los relojes eléctricos callejeros los desarman todos, y a los teléfonos de las cabinas no les dejan ni los cables. El ambiente entre la población no puede ser bueno; todo el mundo tiene hambre, la ración semanal no alcanza ni para dos días, salvo en el caso del sucedáneo del café. La invasión se hace esperar, a los hombres se los llevan a Alemania a trabajar, los niños caen enfermos o están desnutridos, todo el mundo tiene la ropa y los zapatos en mal estado. Una suela cuesta 7,50 florines en el mercado negro. Además, los zapateros no aceptan clientes nuevos, o hay que esperar cuatro meses para que te arreglen los zapatos, que entretanto muchas veces han desaparecido. Hay una cosa buena en todo esto, y es que el sabotaje contra el Gobierno aumenta a medida que la calidad de los alimentos empeora y las medidas contra la población se hacen más severas. El servicio de distribución, la policía, los funcionarios, todos cooperan para ayudar a sus conciudadanos, o bien los delatan para que vayan a parar a la cárcel. Por suerte, sólo un pequeño porcentaje de la población holandesa colabora con el bando contrario.
Tu Ana
Viernes, 31 de marzo de 1944
Querida Kitty: Imagínate que con el frío que aún hace, la mayoría de la gente ya lleva casi un mes sin carbón. ¿No te parece horrendo? Los ánimos en general han vuelto a ser optimistas con respecto al frente ruso, que es formidable. Es cierto que no te escribo tanto sobre política, pero ahora sí que tengo que comunicarte su posición: están cerca de la Gobernación General y a orillas del Prut, en Rumania. Han llegado casi hasta Odesa y han sitiado Ternopol, desde donde todas las noches esperan un comunicado extra de Stalin. En Moscú tiran tantas salvas de cañón, que la ciudad se estremece a diario. No sé si será que les gusta hacer como si la guerra estuviera cerca, o si es la única manera que conocen para expresar su alegría. Hungría ha sido ocupada por tropas alemanas. Allí todavía viven un millón de judíos. Ahora seguro que les ha llegado la hora. Aquí no pasa nada en especial. Hoy es el cumpleaños del señor Van Daan. Le han regalado dos paquetes de tabaco, café como para una taza, que le había guardado su mujer, Kugler le ha regalado ponche de limón, Miep sardinas, y nosotros agua de colonia; luego dos ramos de lilas, tulipanes, sin olvidar una tarta rellena de frambuesas y grosellas, un tanto gomosa por la mala calidad de la harina y la ausencia de mantequilla, pero aun así deliciosa. Las habladurías sobre Peter y yo han remitido un poco. Esta noche pasará a buscarme; muy amable de su parte, ¿no te parece?, sobre todo porque odia hacerlo. Somos muy amigos, estamos mucho juntos y hablamos de los temas más variados. Estoy tan contenta de que nunca necesite contenerme al tocar temas delicados, como sería el caso con otros chicos. Así, por ejemplo, hemos estado hablando sobre la sangre, y eso también abarca la menstruación, etc. Dice que las mujeres somos muy tenaces, por la manera en que resistimos la pérdida de la sangre así como así. Dijo que también yo era muy tenaz. Adivina por qué. Mi vida aquí ha mejorado mucho, muchísimo. Dios no me ha dejado sola, ni me dejará.
Tu Ana M. Frank
Sábado, 7 de abril de 1944
Mi querida Kitty: Y sin embargo todo sigue siendo tan difícil, ya sabes a lo que me refiero, ¿verdad? Deseo fervorosamente que me dé un beso, ese beso que está tardando tanto. ¿Seguirá considerándome sólo una amiga? ¿Acaso no soy ya algo más que eso? Tú sabes y yo sé que soy fuerte, que la mayoría de las cargas las soporto yo sola. Nunca he acostumbrado compartir mis cargas con nadie, nunca me he aferrado a una madre, pero ¡cómo me gustaría ahora reposar mi cabeza contra su hombro y tan sólo poder estar tranquila! No puedo, nunca puedo olvidar el sueño de la mejilla de Peter, cuando todo estaba tan bien. ¿Acaso él no desea lo mismo? ¿O es que sólo es demasiado tímido para confesarme su amor? ¿Por qué quiere tenerme consigo tan a menudo entonces? ¡Ay, ojalá me lo dijera! Será mejor que acabe, que recupere la tranquilidad. Seré fuerte, y con un poco de paciencia también aquello llegará, pero lo peor es que parece que siempre fuera yo la que lo persigue. Siempre soy yo la que va arriba, y no él quien viene hacia mí. Pero eso es por la distribución de las habitaciones, y él entiende muy bien el inconveniente. Como también entiende tantas otras cosas.
Tu Ana M. Frank
Lunes, 3 de abril de 1944
Mi querida Kitty: Contrariamente a lo que tengo por costumbre, pasaré a escribirte con todo detalle sobre la comida, ya que se ha convertido en un factor primordial y difícil, no sólo en la Casa de atrás, sino también en Holanda, en toda Europa y aun más allá. En los z i meses que llevamos aquí, hemos tenido unos cuantos «ciclos de comidas». Te explicaré de qué se trata. Un «ciclo de comidas» es un período en el que todos los días comemos el mismo plato o la misma verdura. Durante una época no hubo otra cosa que comer que escarola: con arena, sin arena, con puré de patatas, sola o en guiso; luego vinieron las espinacas, los colinabos, los salsifíes, los pepinos, los tomates, el chucrut, etc. Te aseguro que no es nada agradable comer todos los días chucrut, por ejemplo, y menos aún dos veces al día; pero cuando se tiene hambre, se come cualquier cosa; ahora, sin embargo, estamos en el mejor período: no se consigue nada de verdura. El menú de la semana para la comida del mediodía es el siguiente: judías pintas, sopa de guisantes, patatas con albóndigas de harina, cholent27 de patatas; luego, cual regalo del cielo, nabizas o zanahorias podridas, y de nuevo judías. De primero siempre comemos patatas; en primer lugar a la hora del desayuno, ya que no hay pan, pero entonces al menos las fríen un poco. Hacemos sopa de judías pintas o blancas, sopa de patatas, sopa juliana de sobre, sopa de pollo de sobre, o sopa de judías pintas de sobre. Todo lleva judías pintas, hasta el pan. Por las noches siempre comemos patatas con sucedáneo de salsa de carne y ensalada de remolachas, que por suerte todavía nos quedan. De las albóndigas de harina faltaba mencionar que las hacemos con harina del Gobierno, agua y levadura. Son tan gomosas y duras que es como si te cayera una piedra en el estómago, pero en fin... El mayor aliciente culinario que tenemos es el trozo de morcilla de hígado de cada semana y el pan seco con mermelada. ¡Pero aún estamos con vida, y a veces todas estas cosas hasta saben bien!
Tu Ana M. Frank Miércoles, f de abril de 1944
Mi querida Kitty: Durante mucho tiempo me he preguntado para qué sigo estudiando; el final de la guerra es tan remoto y tan irreal, tan bello y maravilloso. Si a finales de septiembre aún estamos en guerra, ya no volveré a ir al colegio, porque no quiero estar retrasada dos años. Los días estaban compuestos de Peter, nada más que de Peter, sueños y pensamientos, hasta que el sábado por la noche sentí que me entraba una tremenda flojera, un horror... En compañía de Peter estuve conteniendo las lágrimas, más tarde, mientras tomábamos el ponche de limón con los Van Daan, no paré de reírme, de lo animada y excitada que estaba, pero apenas estuve sola, supe que tenía que llorar para desahogarme. Con el camisón puesto me dejé deslizar de la cama al suelo y recé primero muy intensamente mi largo rezo; luego lloré con la cabeza apoyada en los brazos y las rodillas levantadas, a ras del suelo, toda encorvada. Un fuerte sollozo me hizo volver a la-habitación y contuve mis lágrimas, ya que al lado no debían oírme. Entonces empecé a balbucear unas palabras para alentarme a mí misma: «¡Debo hacerlo, debo hacerlo, debo hacerlo...!» Entumecida por la inusual postura, fui a dar contra el borde de la cama y seguí luchando, hasta que poco antes de las diez y media me metí de nuevo en la cama. ¡Se me había pasado! Y ahora ya se me ha pasado del todo. Debo seguir estudiando, para no ser ignorante, para progresar, para ser periodista, porque eso es lo que quiero ser. Me consta que sé escribir. Algunos cuentos son buenos; mis descripciones de la Casa de atrás, humorísticas; muchas partes del diario son expresivas, pero... aún está por ver si de verdad tengo talento. «El sueño de Eva» es mi mejor cuento de hadas, y lo curioso es que de verdad no sé de dónde lo he sacado. Mucho de «La vida de Cady» también está bien, pero en su conjunto no vale nada. Yo misma soy mi mejor crítico, y el más duro. Yo misma sé lo que está bien escrito, y lo que no. Quienes no escriben no saben lo bonito que es escribir. Antes siempre me lamentaba por no saber dibujar, pero ahora estoy más que contenta de que al menos sé escribir. Y si llego a no tener talento para escribir en los periódicos o para escribir libros, pues bien, siempre me queda la opción de escribir para mí misma. Pero quiero progresar; no puedo imaginarme que tuviera que vivir como mamá, la señora Van Daan y todas esas mujeres que hacen sus tareas y que más tarde todo el mundo olvidará. Aparte de un marido e hijos, necesito otra cosa a la que dedicarme. No quiero haber vivido para nada, como la mayoría de las personas. Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin conocerme. ¡Quiero seguir viviendo, aun después de muerta! Y por eso le agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea, de expresar todo lo que llevo dentro de mí. Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande algún día? ¿Llegaré algún día a ser periodista y escritora? ¡Espero que sí, ay, pero tanto que sí! Porque al escribir puedo plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías. Hace mucho que he abandonado «La vida de Cady»; en mi mente sé perfectamente cómo la historia ha de continuar, pero me cuesta escribirlo. Tal vez nunca la acabe; tal vez vaya a parar a la papelera o a la estufa. No es una idea muy alentadora, pero si lo pienso, reconozco que a los catorce años, y con tan poca experiencia, tampoco se puede escribir filosofía. Así que adelante, con nuevos ánimos, ya saldrá, ¡porque he de escribir, sea como sea! Tu Ana M. Frank
Jueves, 6 de abril de 1944
Querida Kitty: Me has preguntado cuáles son mis pasatiempos e intereses, y quisiera responderte, pero te aviso: no te asustes, que son unos cuantos. En primer lugar: escribir, pero eso en realidad no lo considero un pasatiempo. En segundo lugar: hacer árboles genealógicos. En todos los periódicos, libros y demás papeles busco genealogías de las familias reales de Francia, Alemania, España, Inglaterra, Austria, Rusia, Noruega y Holanda. En muchos casos ya voy bastante adelantada, sobre todo ya que hace mucho que llevo haciendo apuntes cuando leo alguna biografía o algún libro de historia. Muchos párrafos de historia hasta me los copio enteros. Y es que mi tercer pasatiempo es la historia, y para ello papá ya me ha comprado muchos libros. ¡No veo la hora de poder ir a la biblioteca pública para documentarme! Mi cuarto pasatiempo es la mitología griega y romana. También sobre este tema tengo unos cuantos libros. Puedo nombrarte de memoria las nueve musas y las siete amantes de Zeus, me conozco al dedillo las esposas de Hércules, etc., etc. Otras aficiones que tengo son las estrellas de cine y los retratos de familia. Me encantan la lectura y los libros. Me interesa mucho la historia del arte, sobre todo los escritores, poetas y pintores. Los músicos quizá vengan más tarde. Auténtica antipatía le tengo al álgebra, a la geometría y a la aritmética. Las demás asignaturas me gustan todas, especialmente historia.
Tu Ana M. Frank
Martes, 11 de abril de 1944
Mi querida Kitty: La cabeza me da vueltas, de verdad no sé por dónde empezar. El jueves (la última vez que te escribí) fue un día normal. El viernes fue Viernes Santo; por la tarde jugamos al juego de la Bolsa, al igual que el sábado por la tarde. Esos días pasaron todos muy rápido. El sábado, alrededor de las dos de la tarde, empezaron a cañonear; eran cañones de tiro rápido, según los señores. Por lo demás, todo tranquilo. El domingo a las cuatro y media de la tarde vino a verme Peter, por invitación mía; a las cinco y cuarto subimos al desván de delante, donde nos quedamos hasta las seis. De seis a siete y cuarto pasaron por la radio un concierto muy bonito de Mozart; sobre todo me gustó mucho la Pequeña serenata nocturna. En la habitación casi no puedo oír música, porque cuando es música bonita, dentro de mí todo se pone en movimiento. El domingo por la noche Peter no pudo bañarse, porque habían usado la tina para poner cera. A las ocho subimos juntos al desván de delante, y para tener algo blando en que sentarnos me llevé el único cojín que encontré en nuestra habitación. Nos sentamos en un baúl. Tanto el baúl como el cojín eran muy estrechos; estábamos sentados uno pegado al otro, apoyados en otros baúles. Mouschi nos hacía compañía, de modo que teníamos un espía. De repente, a las nueve menos cuarto, el señor Van Daan nos silbó y nos preguntó si nos habíamos llevado un cojín del señor Dussel. Los dos nos levantamos de un salto y bajamos con el cojín, el gato y Van Daan. El cojín de marras nos trajo un buen disgusto. Dussel estaba enfadado porque me había llevado el cojín que usaba de almohada, y tenía miedo de que tuviera pulgas. Por ese bendito cojín movilizó a medio mundo. Para vengarnos de él y de su repelencia, Peter y yo le metimos dos cepillos bien duros en la cama, que luego volvimos a sacar, ya que Dussel quiso volver a entrar en la habitación. Nos reímos mucho con este interludio. Pero nuestra diversión no duraría mucho. A las nueve y media, Peter llamó suavemente a la puerta y le pidió a papá si podía subir para ayudarle con una frase difícil de inglés. -Aquí hay gato encerrado -le dije a Margot-. Está clarísimo que ha sido una excusa. Están hablando en un tono como si hubieran entrado ladrones. Mi suposición era correcta: en el almacén estaban robando. Papá, Van Daan y Peter bajaron en un santiamén. Margot, mamá, la señora y yo nos quedamos esperando. Cuatro mujeres muertas de miedo necesitan hablar, de modo que hablamos, hasta que abajo oímos un golpe, y luego todo volvió a estar en silencio. El reloj dio las diez menos cuarto. Se nos había ido el color de las caras, pero aún estábamos tranquilas, aunque teníamos miedo. ¿Dónde estarían las hombres? ¿Qué habría sido ese golpe? ¿Estarían luchando con los ladrones? Nadie pensó en otra posibilidad, y seguimos a la espera de lo que viniera. Las diez. Se oyen pasos en la escalera. Papá, pálido y nervioso, entra seguido del señor Van Daan. -Apagad las luces y subid sin hacer ruido. Es probable que venga la policía. No hubo tiempo para tener miedo. Apagamos las luces, cogí rápido una chaqueta y ya estábamos arriba. -¿Qué ha pasado? ¡Anda, cuenta! Pero no había nadie que pudiera contar nada. Los hombres habían vuelto a bajar, y no fue sino hasta las diez y diez que volvieron a subir los cuatro; dos se quedaron montando guardia junto a la ventana abierta de Peter, la puerta que daba al descansillo tenía el cerrojo echado, y la puerta giratoria estaba cerrada. Alrededor de la lamparilla de noche colgamos un jersey, y luego nos contaron: Peter había oído dos fuertes golpes en el descansillo, corrió hacia abajo y vio que del lado. izquierdo de la puerta del almacén faltaba una gran tabla. Corrió hacia arriba, avisó al sector combatiente de la familia y los cuatro partieron hacia abajo. Cuando entraron en el almacén, los ladrones todavía estaban robando. Sin pensarlo, Van Daan gritó: "¡Policía!» Se oyeron pasos apresurados fuera, los ladrones habían huido. Para evitar que la Policía notara el hueco, volvieron a poner la tabla, pero una fuerte patada desde fuera la hizo volar de nuevo por el aire. Semejante descaro dejó perplejos a nuestros hombres; Van Daan y Peter sintieron ganas de matarlos. Van Daan cogió una hacha y dio un fuerte golpe en el suelo. Ya no se oyó nada más. Volvieron a poner la madera en el hueco, y nuevamente fueron interrumpidos. Un matrimonio iluminó con una linterna muy potente todo el almacén. «¡Rediez!», murmuró uno de nuestros hombres, y... ahora su papel había cambiado del de policía al de ladrones. Los cuatro corrieron hacia arriba, Dussel y Van Daan cogieron los libros del primero, Peter abrió puertas y ventanas de la cocina y del despacho de papá, tiró el teléfono al suelo y por fin todos desaparecieron detrás de las paredes del escondite. (Fin de la primera parte.)
Muy probablemente, el matrimonio de la linterna avisó a la Policía. Era domingo por la noche, la noche del domingo de Pascua, y el lunes de Pascua no habría nadie en la oficina28, o sea, que antes del martes por la mañana no nos podríamos mover. ¡Figúrate, dos noches y un día aguantando con ese miedo! No nos imaginábamos nada, estábamos en la más plena oscuridad, porque la señora, por miedo, había desenroscado completamente la bombilla; las voces susurraban, y cuando algo crujía se oía «ichis, chis!». Se hicieron las diez y media, las once, ningún ruido; por turnos, papá y Van Daan venían a estar con nosotros. Entonces, a las once y cuarto, un ruido abajo. Entre nosotros se oía la respiración de toda la familia, pero por lo demás no nos movíamos. Pasos en la casa, en el despacho de papá, en la cocina, y luego... ¡en nuestra escalera! Ya no se oía la respiración de nadie, sólo los latidos de ocho corazones. Pasos en nuestra escalera, luego un traqueteo en la puerta giratoria. Ese momento no te lo puedo describir. -¡Estamos perdidos! -dije, y ya veía que esa misma noche la Gestapo nos llevaría consigo a los quince. Traqueteo en la puerta giratoria, dos veces, luego se cae una lata, los pasos se alejan. ¡Hasta ahí nos habíamos salvado! Todos sentimos un estremecimiento, oí castañetear varios dientes de origen desconocido, nadie decía aún una sola palabra, y así estuvimos hasta las once y media. No se oía nada más en el edificio, pero en el descansillo estaba la luz encendida, justo delante del armario. ¿Sería porque nuestro armario resultaba misterioso? ¿Acaso la Policía había olvidado apagar la luz? ¿Vendría aún alguien a apagarla? Se desataron las lenguas, ya no había nadie en la casa, tal vez un guardia delante de la puerta. A partir de ese momento hicimos tres cosas: enunciar suposiciones, temblar de miedo y tener que ir al retrete. Los cubos estaban en el desván; sólo nos podría servir la papelera de lata de Peter. Van Daan empezó, luego vino papá, a mamá le daba demasiada vergüenza. Papá trajo la papelera a la habitación, donde Margot, la señora y yo hicimos buen uso de ella, y por fin también mamá se decidió. Cada vez se repetía la pregunta de si había papel. Por suerte yo tenía algo de papel en el bolsillo. La papelera olía, todos susurrábamos y estábamos cansados, eran las doce de la noche. «¡Tumbaos en el suelo y dormid!» A Margot y a mí nos dieron una almohada y una manta a cada una. Margot estaba acostada a cierta distancia de la despensa, y yo entre las patas de la mesa. A ras del suelo no olía tan mal, pero aun así, la señora fue a buscar sigilosamente polvos de blanqueo; tapamos el orinal con un paño de cocina a modo de doble protección. Conversaciones en voz alta, conversaciones en voz baja, mieditis, mal olor, ventosidades y un orinal continuamente ocupado; ¡a ver cómo vas a dormir! A las dos y media, sin embargo, ya estaba demasiado cansada y hasta las tres y media no oí nada. Me desperté cuando la señora estaba acostada con la cabeza encima de mis pies. -¡Por favor, déme algo que ponerme! -le pedí. Algo me dio, pero no me preguntes qué: unos pantalones de lana para ponerme encima del pijama, el jersey rojo y la falda negra, medias blancas y unos calcetines rotos. Entonces, la señora fue a instalarse en el sillón y el señor vino a acostarse sobre mis pies. A partir de las tres y media me puse a pensar, y como todavía temblaba, Van Daan no podía dormir. Me estaba preparando para cuando volviera la Policía. Tendríamos que decir que éramos un grupo de escondidos. Si eran holandeses del lado bueno, no pasaría nada, pero si eran del NSB29, tendríamos que sobornarlos. -¡Hay que esconder la radio! -suspiró la señora. -¡Sí, en el horno...! -le contestó el señor-. Si nos encuentran a nosotros, ¡que también encuentren la radio! --¡Entonces también encontrarán el diario de Ana! -se inmiscuyó papá. -¡Pues quemadlo! -sugirió la más miedosa de todos. En ese momento la Policía se puso a traquetear en la puerta-armario; fueron los momentos en que me dio más miedo; ¡mi diario no, a mi diario sólo lo quemarán conmigo! Pero papá ya no contestó, por suerte. No tiene ningún sentido que te cite todas las conversaciones que recuerdo. Dijimos un montón de cosas, y yo estuve tranquilizando a la señora, que estaba muerta de miedo. Hablamos de huir y de interrogatorios de la Gestapo, de llamar por teléfono y de tener valor. -Ahora tendremos que comportarnos como soldados, señora. Si perdemos la vida, que sea por la Reina y por la Patria, por la libertad, la verdad y la justicia, como suele decir Radio Orange. Lo único terrible es que junto con nosotros sumimos en la desgracia a todos los otros. Después de una hora, el señor Van Daan se volvió a cambiar con su mujer, y papá vino a estar conmigo. Los hombres fumaban sin parar; de vez en cuando un profundo suspiro, luego alguien que hacía pis, ¡y otra vez vuelta a empezar! Las cuatro, las cinco, las cinco y media. Ahora me senté a escuchar junto a Peter, uno pegado al otro, tan pegados, que cada uno sentía los escalofríos en el cuerpo del otro; nos dijimos alguna que otra palabra y aguzamos los oídos. Dentro quitaban los paneles de oscurecimiento y apuntaban los puntos que querían contarle a Kleiman por teléfono. Y es que a las siete querían llamar por teléfono a Kleiman y hacer venir a alguien. Existía el riesgo de que el guardia que estaba delante de la puerta o en el almacén oyera el teléfono, pero era mayor el riesgo de que volviera la Policía. Aunque inserto aquí la hoja con la memoria de lo ocurrido, lo pasaré a limpio para mayor claridad. Han entrado ladrones: inspección de la Policía, llegan hasta puerta giratoria, pero no pasan. Ladrones, al parecer interrumpidos, forzaron puerta del almacén y huyeron por jardín. Entrada principal con cerrojo, Kugler forzosamente tiene que haber salido por segunda puerta. Máquinas de escribir y de calcular seguras en caja negra de despacho ppal. También colada de Miep o Bep en tina en la cocina. Sólo Bep o Kugler tienen llave de segunda puerta; cerradura quizá estropeada. Intentar avisar a Jan para buscar llave y echar vistazo a oficina; también dar comida al gato.
Por lo demás, todo salió a pedir de boca. Llamaron a Kleiman, se quitaron los palos, pusieron la máquina de escribir en la caja fuerte. Luego nos sentamos alrededor de la mesa a esperar ajan o a la Policía. Peter se había dormido, el señor Van Daan y yo estábamos tumbados en el suelo, cuando abajo oímos pasos firmes. Me levanté sin hacer ruido. -¡Ése debe ser Jan! -¡No, no, es la Policía! -dijeron todos los demás. Llamaron a nuestra puerta-armario, Miep silbó. Para la señora Van Daan fue demasiado: blanca como el papel, se quedó medio traspuesta en su sillón, y si la tensión hubiera durado un minuto más, se habría desmayado. Cuando entraron Jan y Miep, la habitación ofrecía un espectáculo maravilloso; la sola mesa merecía que le sacaran una foto: un ejemplar de Cinema & Theater lleno de mermelada y pectina contra la diarrea estaba abierta en una página con fotos de bailarinas, dos potes de mermelada, medio bollo por un lado y un cuarto de bollo por otro, pectina, espejo, peine, cerillas, ceniza, cigarrillos, tabaco, cenicero, libros, unas bragas, linterna, peineta de la señora, papel higiénico, etc. Recibimos ajan y Miep con gritos de júbilo y lágrimas, naturalmente. Jan tapó con madera blanca el hueco de la puerta y al poco tiempo salió de nuevo con Miep para dar cuenta del robo a la Policía. Debajo de la puerta del almacén, Miep había encontrado una nota de Sleegers, el sereno, que había descubierto el hueco y avisado a la Policía. También a él pasarían a verlo. Teníamos entonces media hora para arreglarnos. Nunca antes vi producirse tantos cambios en media hora. Abajo, Margot y yo sacamos las camas, fuimos al cuarto de baño, nos lavamos los dientes y las manos y nos arreglamos el pelo. Luego recogí un poco la habitación y volví arriba. Allí ya habían ordenado la mesa, cogimos agua del grifo, hicimos té y café, hervimos leche y pusimos la mesa para la hora del café. Papá y Peter vaciaron y limpiaron los recipientes de orina y excrementos con agua caliente y polvos de blanqueo; el más grande estaba lleno a rebosar y era tan pesado que era muy difícil levantarlo, y además perdía, de modo que hubo que llevarlo dentro de un cubo. A las once estábamos sentados alrededor de la mesa con Jan, que ya había vuelto, y poco a poco se fue creando ambiente. Jan nos contó la siguiente versión: En casa de Sleegers, su mujer -Sleegers dormía- le contó que su marido descubrió el hueco de la puerta de casa al hacer su ronda nocturna por los canales, y que junto con un agente de Policía al que avisó, recorrieron la planta baja del edificio. El señor Sleegers es sereno particular y todas las noches hace su recorrido por los canales en bicicleta, con sus dos perros. Tenía pensado venir a ver a Kugler el martes para notificarle lo ocurrido. En la comisaría todavía no sabían nada del robo, pero tomaron nota en seguida para venir a ver también el martes. En el camino de vuelta, Jan pasó de casualidad por la tienda de Van Hoeven, nuestro proveedor de patatas, y le contó lo del robo. -Ya estoy enterado -contestó Van Hoeven, como quien no quiere la cosa-. Anoche pasábamos con mi mujer por su edificio y vimos un hueco en la puerta. Mi mujer quiso que siguiéramos andando, pero yo miré con la linterna, y seguro que entonces los ladrones se largaron. Por las dudas, no llamé a la Policía; en el caso de ustedes, preferí no hacerlo. Yo no sé nada, claro, pero tengo mis sospechas. Jan le agradeció y se marchó. Seguro que Van Hoeven sospecha que estamos aquí escondidos, porque siempre trae las patatas después de las doce y media y nunca después de la una y media. ¡Buen tipo! Cuando Jan se fue y nosotras acabamos de fregar los platos, se había hecho la una. Los ocho nos fuimos a dormir. A las tres menos cuarto me desperté y vi que el señor Dussel ya había desaparecido. Por pura casualidad, en el cuarto de baño me encontré, semidormida, con Peter, que acababa de bajar. Quedamos en vernos abajo. Me arreglé un poco y bajé. -¿Aún te atreves a ir al desván de delante? -me preguntó. Dije que sí, cogí mi almohada envuelta en una tela y nos fuimos al desván de delante. Hacía un tiempo maravilloso, y al poco rato sonaron las sirenas, pero nos quedamos donde estábamos. Peter me puso un brazo al hombro, yo hice lo mismo y así nos quedamos, abrazados, esperando tranquilamente hasta que a las cuatro nos vino a buscar Margot para merendar. Comimos un bocadillo, tomamos limonada y estuvimos bromeando, lo que por suerte era posible otra vez, y por lo demás todo normal. Por la noche agradecí a Peter por ser el más valiente de todos.
Ninguno de nosotros ha pasado jamás por un peligro tan grande como el que pasamos esa noche. Dios nos protegió una enormidad, figúrate: la Policía delante de la puerta del escondite, la luz del descansillo encendida, ¡y nosotros aun así pasamos inadvertidos! «¡Estamos perdidos!», dije entonces en voz baja, pero otra vez nos hemos salvado. Si llega la invasión y las bombas, cada uno podrá defenderse a sí mismo, pero esta vez el miedo era por los buenos e inocentes cristianos. «iEstamos salvados, sigue salvándonos!» Es lo único que podemos decir.
Esta historia ha traído consigo bastantes cambios. En lo sucesivo, Dussel por las noches se instala en el cuarto de baño, Peter baja a controlar la casa a las ocho y media y a las nueve y media. Ya no podemos abrir la ventana de Peter, puesto que el hombre de j Keg vio que estaba abierta. Después de las nueve y media ya no podemos tirar de la cadena. El señor Sleegers ha sido contratado como vigilante nocturno. Esta noche vendrá un carpintero clandestino, que usará la madera de nuestras camas de Francfort para fabricar unas trancas para las puertas. En la Casa de atrás se somete ahora todo a debate. Kugler nos ha reprochado nuestra im- prudencia; nunca debemos bajar, ha dicho también Jan. Ahora es cuestión de averiguar si Sleegers es de fiar, saber si sus perros se echan a ladrar si oyen a alguien detrás de la puerta, cómo fabricar las trancas, etc. Hemos vuelto a tomar conciencia del hecho de que somos judíos encadenados, encadenados a un único lugar, sin derechos, con miles de obligaciones. Los judíos no podemos hacer valer nuestros sentimientos, tenemos que tener valor y ser fuertes, tenemos que cargar con todas las molestias y no quejarnos, tenemos que hacer lo que está a nuestro alcance y confiar en Dios. Algún día esta horrible guerra habrá terminado, algún día volveremos a ser personas y no solamente judíos. ¿Quién nos ha impuesto esto? ¿Quién ha hecho de nosotros la excepción entre los pueblos? ¿Quién nos ha hecho sufrir tanto hasta ahora? Ha sido Dios quien nos ha hecho así, pero será también Dios quien nos elimine. Si cargamos con todo este dolor y aun así siguen quedando judíos, algún día los judíos dejarán de ser los eternos condenados y pasarán a ser un ejemplo. Quién sabe si algún día no será nuestra religión la que pueda enseñar al mundo y a todos los pueblos lo bueno y por eso, sólo por eso nosotros tenemos que sufrir. Nunca podemos ser sólo holandeses o sólo ingleses o pertenecer a cualquier otra nación: aparte de nuestra nacionalidad, siempre seguiremos siendo judíos, estaremos obligados a serlo, pero también queremos seguir siéndolo. ¡Valor! Sigamos siendo conscientes de nuestra tarea y no nos quejemos, que ya habrá una salida. Dios nunca ha abandonado a nuestro pueblo. A lo largo de los siglos ha habido judíos que han sobrevivido, a lo largo de los siglos ha habido judíos que han tenido que sufrir, pero a lo largo de los siglos también se han hecho fuertes. Los débiles caerán, ¡pero los fuertes sobrevivirán y nunca sucumbirán!
Esa noche supe realmente que iba a morir; esperé a que llegara la Policía, estaba preparada, preparada como los soldados en el campo de batalla. Quería sacrificarme gustosa por la patria, pero ahora, ahora que me he salvado, mi primer deseo después de la guerra es: ¡hacedme holandesa! Amo a los holandeses, amo a nuestro país, amo la lengua y quiero trabajar aquí. Y aunque tenga que escribirle a la reina en persona: ¡no desistiré hasta que haya alcanzado mi objetivo!
Cada vez me independizo más de mis padres, a pesar de mis pocos años, tengo más valor vital, y un sentido de la justicia más preciso e intacto que mamá. Sé lo que quiero, tengo una meta, una opinión formada, una religión y un amor. Que me dejen ser yo misma, y me daré por satisfecha. Sé que soy una mujer, una mujer con fuerza interior y con mucho valor. Si Dios me da la vida, llegaré más lejos de lo que mamá ha llegado jamás, no seré insignificante, trabajaré en el mundo y para la gente. ¡Y ahora sé que lo primero que hace falta es valor y alegría!
Tu Ana M. Frank