LIBRO I
El libro precedente1 contenía, entre los ensueños enviados [1] por Dios, los de la primera clase, por los que decíamos que la divinidad, por propia iniciativa, envía las imágenes de los sueños. En este tratado, en la medida de lo posible, expondremos los ensueños que acomoda la segunda2. La segunda clase es en la que nuestra mente, moviéndose [2] juntamente con la del universo, parece poseída e inspirada por Dios, de manera que es capaz de prever y pronosticar el futuro3. Un primer sueño propio de la clase [3] indicada es el que aparece en la escalera del cielo: «Y tuvo un sueño: y he aquí una escalera apoyada firmemente en la tierra, cuya cúspide llegaba al cielo, y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba fijo en ella y decía: Yo soy el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac. No temas. La tierra sobre la que duermes te la daré a ti y a tu descendencia, y será tu descendencia como la arena de la tierra, y se extenderá sobre el mar y hacia el viento del Sur, hacia el Bóreas y el Oriente. Y en ti serán bendecidas todas las tribus de la tierra y en tu descendencia. Y he aquí que yo estoy contigo, custodiándote en todo camino por el que vayas. Y te devolveré a esta tierra, porque no te abandonaré hasta que haya hecho todo cuanto [4] te he dicho» (Gen. 28, 12-15). Es necesario un preámbulo a esta visión, pues, precisándolo, tal vez podremos comprender fácilmente lo indicado por ella. ¿Cuál es, pues, ese preámbulo? «Y salió Jacob —dice— del pozo del Juramento y se dirigió a Jarán y encontró un lugar. El sol se puso. Entonces tomó una de las piedras del lugar y apoyó sobre ella su cabeza y durmió en aquel lugar» (Gen. [5] 28, 10-11). Y a continuación viene el ensueño. Pues bien, al principio hay que enfrentarse con estas tres dificultades. En primer lugar, qué es el Pozo del Juramento y por qué se llamó así; en segundo lugar, qué es Jarán y por qué, saliendo de dicho pozo, fue directamente a Jarán4; y en tercer lugar, cuál es el lugar y por qué, cuando se encuentra en él, el sol se pone y él se echa a dormir.
Veamos, pues, acto seguido lo primero. Me parece que [6] el pozo es símbolo de la ciencia, pues su naturaleza no es superficial, sino muy profunda. No se expone públicamente, sino que suele esconderse de algún modo y hacerse invisible y no se encuentra fácilmente sino a duras penas con muchos esfuerzos. Y esto se observa no sólo en las ciencias que contienen grandes e infinitos conocimientos, sino también en las más simples5. Elige el oficio que quieras, no el [7] más excelso, sino el más oscuro de todos, al que ningún hombre libre educado en una ciudad se dedicaría voluntariamente, y que, en el campo, un esclavo practicaría de mala gana, discutiendo con un amo difícil y de mal carácter, que le fuerza a hacer muchas cosas contra su voluntad. Se [8] demostrará, pues, que no es simple esa actividad, sino complicada, imposible de coger cazándola6, difícil de descubrir, difícil de hacerse con ella, enemiga de la pereza, la negligencia y la despreocupación, llena de diligencia y ambición, esfuerzos y preocupaciones. Por esto dicen los que excavan que no han encontrado agua en este pozo (Gen. 26, 32)7, puesto que acontece que los fines de las ciencias no sólo son difíciles de encontrar, sino totalmente inencontrables. Y por esto se hace uno más gramático o geómetra que [9] el otro, porque es imposible circunscribir con límites las extensiones y aumentos de ellas. Pues siempre son más numerosas que las cosas que nos llegan al conocimiento las que sucesivamente se presentan y nos acechan, de manera que aquel que se considera que ha alcanzado los límites del saber, se ha quedado a medias, si se le juzga con otro criterio y, según el juicio de la verdad, parece que acaba de [10] empezar. Pues la vida es breve, dijo alguien, y el arte es grande8, y quien conoce mejor su dimensión es el que profundiza en ella sin falsedad y excava en ella como en un pozo. Por esto se cuenta9 de uno que estando a punto de morir, lleno ya de canas y de años, rompió a llorar, no por cobardía por temor a la muerte, sino por su deseo de educarse, porque apenas había entrado en los estudios cuando [11] debía abandonarlos definitivamente. Pues florece el alma para el saber, cuando la lozanía del cuerpo se ha marchitado con el paso del tiempo. Pues es duro caer antes de alcanzar la adolescencia y la juventud para la más exacta comprensión de las cosas. Este pesar es algo común a todos los amantes del saber, para quienes, sumándose a los antiguos, surgen y brillan nuevos conocimientos, engendrando también muchos su alma, cuando no es estéril y sin descendencia, y mostrando también muchos espontánea e imprevisiblemente la naturaleza a los de perspicaz inteligencia.
Así pues, el pozo de la ciencia, que no tiene límite ni [12] fin, es tal como se ha expuesto. Se ha de decir ahora por qué se llama pozo del Juramento (Gen. 26, 33). Las cosas dudosas son juzgadas por un juramento y las cosas inseguras se hacen seguras y las cosas faltas de crédito adquieren credibilidad; de esto se sigue que no hay nada de lo que se pueda estar tan seguro como de la naturaleza ilimitada e infinita del saber. Es bueno, pues, asociarse a quien discurre [13] sobre estas cosas sin haber prestado juramento. Pero el que no es muy inclinado a la aprobación, que consienta con alguien que ha prestado juramento. Que nadie rehúse a prestar este juramento sabiendo de seguro que, haciéndolo, será inscrito en las estelas de la gente fiel a su juramento.
Pero ya basta sobre esto. El siguiente punto sería examinar [14] por qué de los cuatro pozos cavados por las gentes de Abraham e Isaac (Gen. 21, 25; 26, 19-23) el cuarto y último se llamó ‘Juramento’. Quizá Moisés quiere demostrar, [15] explicando por alegoría aquello, que hay cuatro elementos de los que está compuesto este mundo, y también en nosotros mismos un número igual, de los que hemos sido creados y hemos sido modelados con forma humana. De ellos, tres son por naturaleza comprensibles en cierto modo, pero el cuarto es incomprensible para todos los juicios10. Pues [16] acontece que todo en el mundo es estas cuatro cosas: la tierra, el agua, el aire y el cielo, de las que unas han merecido la suerte de ser difíciles de indagar, pero no absolutamente imposibles de analizar.
[17] Pues de la tierra, sabemos que es un cuerpo pesado, indisoluble y sólido, cortado en montañas y tierras planas y dividido por los ríos y el mar en islas y continentes, y que una parte es tierra pobre y otra, tierra fértil; hay tierra dura y áspera, pedregosa y totalmente estéril, mientras que también hay tierra lisa, blanda y de gran fertilidad. Estas [18] características y miles de otras las comprendemos. Por otro lado, el agua comprendemos que tiene en común con la tierra muchas de las susodichas cualidades, y otras que le son propias. Pues puede ser dulce, salada o caracterizarse por otras cualidades: ser potable o no serlo —y no una o la otra para todas las cosas, sino que para unas es potable y no lo contrario, y para otras no es potable, sino completamente [19] lo opuesto—, puede ser por naturaleza fría o caliente. Y hay en muchísimos sitios miles de fuentes de las que mana agua hirviente, y no sólo en tierra firme, sino también en el mar, pues ya se han visto corrientes subterráneas que manan agua hirviente en medio de los mares, que no ha podido extinguir el derrame tan grande de los mares circundantes que caían sobre ellas desde siglos, ni siquiera moderar [20] en su caudal. Por otra parte, sabemos que el aire tiene una naturaleza que deja lugar a los cuerpos a los que envuelve, es el instrumento de la vida, la respiración, la vista, el oído y todos los demás sentidos, puede espesarse o perder densidad estar en movimiento o en reposo, puede sufrir y experimentar todo tipo de cambios y metamorfosis, engendrando el invierno y el verano y las estaciones [21] otoñal y primaveral, cuyo ciclo natural delimita el año. Todos estos elementos los percibimos con los sentidos, pero el cielo tiene una naturaleza incomprensible, pues no nos envía ningún signo claro de sí mismo. ¿Qué podríamos decir?, ¿que es como agua helada, como algunos han considerado?11, ¿o que es el más puro fuego?12, ¿o que es el quinto elemento13 de movimiento circular, que no participa de los otros cuatro elementos? ¿Qué es, pues?, ¿la esfera fija más exterior tiene profundidad hacia arriba o esto es sólo una apariencia carente de profundidad, parecida a las figuras planas? ¿Qué, pues?, ¿los astros son acaso masas [22] de tierra llenas de fuego? Algunos dijeron que son valles y barrancos14, y masas de metal incandescente15, y estas personas son dignas de la prisión y la piedra de molino, en las que hay tales cosas para el castigo de los impíos16. O ¿acaso son, como dijo alguno, una armonía continua y sólida, condensaciones indisolubles del éter?17, ¿tienen alma e inteligencia o carecen de ellas?, ¿tienen movimientos libres o son sus movimientos sólo producto de la necesidad? Y, por [23] otro lado, ¿acaso la luna emite una luz propia18 o ajena19, iluminada por los rayos del sol, o ninguna de estas dos por sí misma, sino la luz de ambos a la vez, como si fuera la unión del fuego propio y el ajeno? Todas estas cosas y otras tales del cuarto elemento supremo de los que hay en el mundo, del cielo, nos resultan oscuras e incomprensibles, y se apoyan sobre conjeturas e hipótesis, y no sobre la razón [24] firme de la verdad20. De manera que se podría afirmar con confianza que ningún mortal podrá jamás comprender claramente nada de todo esto. Por eso fue llamado ‘Juramento’ el cuarto pozo, seco de agua, [símbolo de] la búsqueda sin fin, y a todas luces difícil de alcanzar, del cuarto elemento del mundo, el cielo.
[25] Veamos, pues, de qué manera es por naturaleza en nosotros mismos el cuarto elemento especial y extraordinariamente incomprensible21. En nosotros son cuatro las partes esenciales: cuerpo, sentidos, razón y mente. De éstos, en efecto, tres no son oscuros en todos los aspectos, sino que tienen algunas indicaciones por las que se pueden comprender. ¿Qué es lo que quiero decir? Que el cuerpo es [26] en dimensiones triple y en movimientos séxtuple, lo sabemos: en efecto, tiene tres dimensiones: longitud, profundidad y anchura22, y el doble en número de movimientos, seis: hacia arriba, hacia abajo, a la derecha, a la izquierda, hacia delante y hacia atrás. Tampoco ignoramos que es el recipiente del alma. Sabemos claramente también que tiene su juventud, que madura, envejece, muere y se descompone. Sobre los sentidos no somos en absoluto obtusos niciegos [27], sino que podemos decir que se dividen en cinco partes23 y que cada una tiene órganos propios creados por la naturaleza: de la vista, los ojos, del oído, las orejas, la nariz del olfato y de los otros sentidos los órganos que se adaptan a ellos; que éstos son los mensajeros de la mente y le dan noticia de los colores, las formas, los sonidos, las propiedades de los olores y los sabores, en resumen, de los cuerpos y cuantas cualidades hay en ellos; y que son protectores del alma, pues le comunican cuantas cosas ven u oyen, y si sobreviene de fuera algo perjudicial, de lejos lo avistan y se ponen en guardia, de manera que no se infiltre furtivamente ninguna causa de daño irreparable en su dueña. Y el sonido no escapa completamente a nuestro discernimiento, [28] sino que sabemos que puede ser agudo o grave, que puede ser melodioso y armonioso o disonante y muy inarmónico, y también puede ser fuerte o débil. Se diferencian unos de otros por miles de cualidades24: el origen, la modulación, los intervalos, los tonos unidos y separados25, [29] los acordes de cuarta, de quinta o de octava. Y también conocemos ciertas cualidades del sonido articulado, que sólo al hombre de todos los animales le ha tocado en suerte: por ejemplo, que lo emite el pensamiento, que se articula en la boca, que la lengua, golpeando con la tensión del sonido26, imprime la articulación y la palabra, pero no produce únicamente una mera voz sin efecto y una resonancia informe, sino que ocupa el puesto de un heraldo o de un intérprete con respecto a la mente que lo emite.
[30] Pero ¿es acaso el cuarto elemento que hay en nosotros, la mente rectora, comprensible? Ciertamente no. ¿Qué creemos que es en su esencia? ¿Un soplo de viento27, sangre28 o un cuerpo entero —no es un cuerpo, ha de decirse que es incorpórea— es un límite29, una forma30 o un número31, una continuidad32, una armonía33 o qué si no? ¿Está en nosotros al punto de nacer o penetra del exterior34, o [31] la naturaleza caliente que hay en nosotros se templa fortaleciéndose por el aire que nos rodea, como el hierro candente en la forja del herrero con el agua fría?35. Por esto parece que el alma (psychē) recibe su nombre del frío (psýxis)36. ¿Qué pues? ¿Cuando morimos se apaga y destruye con los cuerpos o sobrevive mucho tiempo o es completamente [32] incorruptible? ¿Y dónde se oculta la mente en el cuerpo? ¿Acaso le ha tocado en suerte una morada? Unos le han consagrado la acrópolis37 que hay en nosotros, la cabeza, en torno a la cual también están apostados los sentidos, y piensan que es natural que estén cerca, como vigilan los protectores de un gran rey. Otros, pensando que su [33] santuario es el corazón38, combaten esta opinión. El cuarto elemento, que es siempre incomprensible, es el cielo en el mundo, frente a la naturaleza del aire, la tierra y el agua, y lo es en el hombre, frente al cuerpo y la percepción sensible, la mente y su intérprete, la palabra. Pues quizá por esta razón aparece el cuarto año en las Sagradas Escrituras [34] como ‘santo y loable’ (Lev. 19, 24)39, pues lo que es santo entre las cosas creadas es el cielo en el cosmos, en el que giran las criaturas incorruptibles e inmortales, y en el hombre, la mente, siendo una emanación divina, sobre todo según Moisés, que dice: «insufló en su cara un soplo de vida [35] y se hizo el hombre un alma viviente» (Gen. 2, 7). Y me parece que ‘loable’ no expresa de manera desacertada cada uno de ellos; pues los que pueden expresar las alabanzas, los himnos y bienaventuranzas en honor del Padre creador son el cielo y la mente. Pues el hombre recibió frente a los demás animales el especial privilegio de adorar al Ser, y el cielo, por su parte, siempre crea música, por los movimientos de los cuerpos celestes llevando a cabo en sí mismo [36] una perfecta armonía40, de la cual, si sucediera que su sonido llegase a nuestros oídos, produciría amores incontenibles, deseos frenéticos y locas pasiones incesantes, de manera que nos abstendríamos de lo necesario, no alimentándonos de comida y bebida por la garganta como seres mortales, sino de los sones divinos de una música perfecta a través de los oídos, como seres que van a ser inmortales. Se dice que Moisés, habiendo oído estos sones, se hizo incorpóreo y estuvo cuarenta días y el mismo número de noches sin tocar ni pan ni agua en absoluto (Ex. 24, 18)41. Pues bien, el cielo, instrumento arquetipo de la música, parece [37] que ha sido afinado con precisión para ninguna otra cosa que para elevar musicalmente los himnos cantados en honor del Padre del Universo. Y sabemos que la virtud Lía, después del nacimiento de su cuarto hijo no pudo dar a luz más, sino que previno las concepciones o fue impedida de concebir. Pues creo que ella descubrió que toda su capacidad de procreación quedó seca y estéril desde que concibió al fruto perfecto, Judá, ‘la alabanza’42. No hay [38] ninguna diferencia entre decir ‘dejó de parir’ (Gen. 29, 35) y decir que los servidores de Isaac no encontraron agua en el cuarto pozo (Gen. 26, 32), puesto que en ambos casos se ha demostrado con símbolos que todos los seres tienen sed de Dios, por el que las criaturas y el alimento para ellas son [39] regados. La gente de pequeñas ciudades43 quizás piensa que el discurso del Legislador sólo trata de la excavación de pozos, pero los que están adscritos a una patria mayor, a este mundo, que tienen más perfectos pensamientos, éstos sabrán claramente que la investigación para los capaces de ver y amantes de la contemplación no trata de cuatro pozos, [40] sino de las partes del Universo: tierra, agua, aire, cielo. Habiendo discurrido con la máxima atención sobre cada una de ellas, encontraron en tres de ellos algo comprensible, y a sus hallazgos les dieron tres nombres: injusticia, enemistad y amplio espacio44. En el cuarto, el cielo, como hemos demostrado un poco antes, no encontraron nada en absoluto; pues resulta que el cuarto pozo carece de agua y está seco, y se le denomina ‘Juramento’ por la razón ya mencionada.
[41] Examinemos lo siguiente, e investiguemos qué es Jarán y por qué el que sale del pozo va allí (Gen. 28, 10). Pues bien, como a mí me parece, Jarán es la metrópolis de los sentidos. Unas veces se interpreta como ‘excavado’, otras como ‘cavernas’, indicándose por los dos nombres una sola cosa45. Pues nuestro cuerpo ha sido excavado de alguna manera [42] para recibir los órganos de los sentidos y cada uno de ellos ha resultado ser una apertura de cada sentido, en la que por naturaleza está asentado. Por consiguiente, cuando alguien se aleja del pozo que se llama del Juramento, como si fuera de un puerto, directamente se presenta en Jarán por necesidad. Pues al que es enviado a un viaje al extranjero desde el lugar de la ciencia, lugar excelente e ilimitado en su espacio, por fuerza le reciben los sentidos, sin necesidad de guía46. En efecto, nuestra alma se mueve muchas veces por [43] sí misma y habiendo abandonado todo el volumen corporal y habiendo escapado a la multitud de los sentidos, también muchas veces es envuelta en éstos mismos. Pues al movimiento de ella cuando está desnuda es al que le ha tocado en suerte captar las cosas que sólo son comprensibles con el pensamiento, al que realiza con el cuerpo le corresponde captar las cosas sensibles47. Si se es completamente incapaz [44] de tener trato con la sola mente, se encuentra un segundo refugio en los sentidos, y aquel que fracasa en las cosas inteligibles inmediatamente es arrastrado a las cosas sensibles; pues siempre hay un segundo viaje hacia los sentidos para los que no son capaces de viajar hacia la mente rectora. Pero es [45] bueno que los que forman parte de este segundo viaje no envejezcan ni se eternicen, sino que, como pasando el tiempo en tierra extranjera como residentes, intenten siempre emigrar y retornar a la tierra patria. Labán no conocía simplemente clase, ni género, ni idea, ni reflexión, ni ninguna otra cosa de las que se aprehenden con la sola mente; suspendido por las manifestaciones que van a los ojos, los oídos y otras facultades análogas a éstas, consideró Jarán su patria, la cual Jacob, amigo de la virtud habitó como tierra extranjera durante poco tiempo, teniendo presente en la memoria [46] el retorno al hogar48. Pues le dijo su madre Rebeca, o Paciencia49, «Levántate y huye a la casa de Labán, mi hermano, a Jarán, y vive con él algunos días» (Gen. 27, 43-44). ¿Te das cuenta de que el asceta no soporta vivir en la tierra de los sentidos sino pocos días y un tiempo breve por las necesidades del cuerpo que le ata, y que una larga y duradera vida le espera en la ciudad del Pensamiento?50.
[47] Por esto, me parece, tampoco el abuelo de su sabiduría51, Abraham de nombre, pudo permanecer mucho tiempo en Jarán. Pues se dice que «Abraham tenía setenta y cinco años cuando se fue de Jarán» (Gen. 12, 4) y, sin embargo, su padre, Téraj, cuyo nombre se interpreta como reconocimiento del olor, vivió allí hasta el fin de sus días. Literalmente se [48] expresa en las Sagradas Escrituras que «Téraj murió en Jarán»52 (Gen. 11, 32). Porque era explorador de la virtud mas no ciudadano de ella, llegó a aspirar su aroma, pero no probó la sustancia nutritiva, y nunca fue capaz de saciarse con el pensamiento ni de probarla, sino que sólo fue capaz de olería. De igual manera, se dice que los perros de caza, [49] dotados de un finísimo olfato por naturaleza, pueden encontrar, olfateando, las piezas abatidas a gran distancia, y de la misma manera, el amante de la cultura rastrea la dulce aura despedida por la justicia y otras virtudes y desea vehementemente encontrarse con ellas, de las que se despide este maravilloso brillo, y al no poder, gira su vacía cabeza olfateando, sólo esto, la sagrada exhalación del alimento de la nobleza, pues no niega que está deseoso de sabiduría y pensamiento. Bienaventurados son aquellos a los que es lícito [50] disfrutar del hechizo de la sabiduría y recibir los manjares de sus enseñanzas y dogmas y, después de haberlos gozado, seguir teniendo sed, por tener un ansia insaciable e incesante de sabiduría. Tendrán el segundo premio aquellos [51] a los que no es lícito disfrutar del sagrado banquete, sino que llenan sus almas con el olor de las viandas. Pues con la brisa de la virtud será avivada su llama, como los enfermos, debilitados por no poder comer alimentos, que son revigo-rizados al aspirar el olor de la medicina que los hijos de los médicos53 preparan como remedio para los desmayos54.
[52] Se dice que Téraj, habiendo dejado la tierra Caldea, emigró a Jarán, llevando consigo a su hijo Abraham y sus parientes de casa, y no para que aprendamos, como en los tratados de historia, que hubo migraciones de pueblos que dejaron su tierra, habitando como patria una tierra extranjera, sino para que no se pase por alto una enseñanza de vital [53] utilidad y concerniente al hombre55. ¿De qué se trata? Los caldeos son astrónomos, mientras que los ciudadanos de Jarán se ocupan del lugar donde residen los sentidos56. Así, dice el Lógos Divino al observador de las cosas de la naturaleza: «¿Por qué investigas sobre el sol, si mide un pie de ancho57, si es mayor que toda la tierra, si es muchas veces mayor que ésta?58. ¿Por qué sobre las iluminaciones de la luna, si tiene luz ajena o si emplea solamente luz propia?59. ¿Por qué sobre la naturaleza de los otros cuerpos celestes o sus órbitas o las interrelaciones con los otros cuerpos y con [54] la tierra? ¿Por qué, andando sobre la tierra, saltas sobre las nubes? ¿Por qué enraizado en tierra firme dices que puedes tocar las regiones del éter? ¿Por qué osas determinar lo indeterminado? ¿Por qué tienes esa curiosidad por cosas que no son de tu incumbencia, los fenómenos celestes? ¿Por qué extiendes hasta el cielo la locuacidad de tus investigaciones? ¿Por qué te haces astrónomo observando los fenómenos celestes? ¡Pero, hombre!, deja de observar las cosas de allí arriba, que están por encima de ti y presta atención a las cosas que están cerca de ti, o mejor, investígate a ti mismo de manera imparcial60. ¿Cómo investigarás, pues? [55] Ve con el pensamiento a Jarán, la tierra excavada, es decir, a las cavernas y las cavidades del cuerpo; inspecciona los ojos, los oídos, la nariz y todo cuanto sea órgano de los sentidos, y entrégate a la filosofía más necesaria y conveniente para el hombre, trata de hallar qué es la vista, qué es el oído, qué es el gusto, qué es el olfato, qué el tacto, qué es la percepción sensorial en su conjunto. Después qué es ver y cómo ves, qué es oír y cómo oyes, qué es oler o degustar o tocar y cómo cada una de estas funciones se suele producir61. ¿No es acaso una exageración de la locura investigar [56] el Universo, antes de examinar cuidadosamente la propia morada? Y aún no te ordeno un mandato mayor: examinar tu alma y tu mente, por las que eres tan engreído, pues aún no podrías entenderlo. Sube pues al cielo y fanfarronea [57] sobre lo que allí has visto, aunque no puedas saber, como dice el verso, «todo lo que existe bueno y malo en las salas de tu hogar»62. Baja al observador del cielo y alejándolo de aquellas investigaciones ‘conócete a ti mismo’ y dedícate cuidadosamente a esto, para conseguir la [58] felicidad reservada al hombre63. Esto es lo que los hebreos llaman Téraj y los griegos Sócrates. Los griegos dicen que este Sócrates había envejecido en la más esmerada búsqueda del ‘conócete a ti mismo’64, no teniendo otra filosofía que la referente a sí mismo65. Pero él era un hombre, mientras que Téraj es la misma idea de conocerse a sí mismo, presentándose ante nosotros como un árbol bien crecido, para que los amantes de la virtud puedan fácilmente, después de recolectar el fruto del conocimiento, saciarse [59] con el alimento de la salvación y el placer. Tales son por un lado para nosotros los observadores del pensamiento, y por otro, las naturalezas más perfectas de sus atletas y sus campeones. Pues es justo que éstos, habiendo llevado a cabo un estudio exhaustivo sobre el conocimiento sensible, se dirijan a un objeto de contemplación superior, dejando atrás [60] las cavidades de los sentidos, llamadas Jarán. Entre éstos se encuentra Abraham66, quien alcanzó muchos progresos y mejoras en la consecución del más alto saber. Pues cuan to más se conocía, tanto más de sí mismo desistía67, para de esta manera llegar al exacto conocimiento del que Es en verdad. Y así es por naturaleza: el que más se comprende, más renuncia a sí mismo, previendo claramente la Nada absoluta en todo lo terrestre; y el que renuncia a sí mismo conoce al que Es.
Qué es, pues, Jarán y por qué el que deja el pozo del Juramento [61] va a ella ha quedado claro. Pero ahora ha de observarse el tercer punto que sigue: ¿cuál es el lugar en el que se encuentra?, pues dicen la Sagradas Escrituras que «se encontró en un lugar» (Gen. 28, 11). Tres cosas puede [62] significar ‘lugar’. Primeramente, el espacio que llena el cuerpo68. Un segundo significado puede ser el Lógos Divino, que el propio Dios ha llenado completamente de potencias incorpóreas69. Pues dice Moisés: «Vieron el lugar en que se erguía el Dios de Israel» (Ex. 24, 10), en el único en el que les permitía sacrificar, prohibiéndolo en otros lugares. Pues les explicó claramente que subieran «al lugar que el Señor eligiera» (Deut. 12, 5) y allí ofrecieran los holocaustos y los sacrificios de acción de gracias y todos los demás sin tacha. Hay un tercer significado y es que el propio [63] Dios se llama ‘lugar’, en el que todo se contiene, sin ser contenido por nada absolutamente, y él es el refugio del todo y, puesto que él es su propio ‘espacio’, está contenido en sí mismo y rodeado únicamente por sí mismo70. Pues yo [64] no soy un lugar, estoy en un lugar, y así ocurre con cada una de las cosas que existen. Él contenido es diferente del continente y la Divinidad no está contenida por nada, sino que es necesariamente su propio espacio. Tengo como testimonio el oráculo comunicado a Abraham: «Fue al lugar que le había dicho Dios y, levantando la vista, vio el lugar [65] a lo lejos» (Gen. 22, 3-4). Y dime, el que fue al lugar ¿lo vio de lejos? No, la misma palabra se usa para dos cosas diferentes. Una es el Lógos Divino, y la otra es Dios, que [66] está antes del Lógos. El guiado por la sabiduría llega al primer lugar, habiendo encontrado al Lógos Divino, la cumbre y la perfección de la Gracia, pero encontrándose allí, no alcanza a llegar a Dios en su esencia, sino que lo ve de lejos. Aún más, ni siquiera es capaz de verlo de lejos, sólo ve que Dios está lejos de toda la creación, y que la comprensión del mismo se encuentra en el punto más lejano de [67] todo pensamiento humano. Puede ser que no tomara este ‘lugar’ como símbolo de la causa primera, sino que quiere expresar lo siguiente: «Se dirigió a un lugar» y levantando la vista vio que el mismo lugar al que había ido estaba lejos del Dios innombrable, inefable e incomprensible en [68] todas sus formas71. Habiendo determinado estas cosas, cuando el asceta va a Jarán, o la percepción sensorial, se «encuentra un lugar» no ocupado por ningún cuerpo mortal —pues participan de él todas las criaturas terrestres, que han llenado un espacio y ocupado un lugar por necesidad—; no se trata pues del tercer sentido, el más importante, por el que sería difícil hacerse una idea habitando en el pozo llamado del Juramento, en donde reside la generación autodidacta, Isaac72, que jamás se aparta de la fe hacia Dios, y su invisible concepción. Se trata del sentido medio, el del Lógos Divino, que nos guía hacia las cosas mejores y nos enseña, en cada situación, las ventajas. Pues [69] Dios, no considerando digno recurrir a los sentidos, envía sus Lógoi para que socorran a los amantes de la virtud73. Éstos medican y curan por completo las enfermedades del alma, estableciendo como si fueran leyes inamovibles sagradas exhortaciones, convocando al ejercicio de éstas e infundiendo, a la manera de masajistas, fuerza, energía y vigor sin rival posible74. Pues necesariamente, Jacob, habiendo [70] llegado a la Percepción, no encontró a Dios, sino al Lógos Divino, como Abraham, el abuelo de su sabiduría75. Se dice en las Sagradas Escrituras que «el Señor se fue cuando acabó de hablar con Abraham, y Abraham se volvió a su lugar» (Gen. 18, 33). Y esto conduce a encontrarse con estos Lógoi Divinos, de los que Dios, Padre de todas las cosas, se alejó, no enviando más visiones directamente de [71] sí, sino las de las potencias inferiores a Él. Es extraordinariamente correcto el no manifestar que «se había dirigido a un lugar», sino que «se encontró un lugar»; pues llegar es voluntario, mientras que encontrarse es involuntario muchas veces, de manera que el Lógos Divino, apareciendo repentinamente como compañero de viaje, ofrece al alma solitaria una inesperada alegría que supera toda su esperanza. Así también Moisés76 «dirige al pueblo al encuentro con Dios» (Ex. 19, 17), sabiendo claramente que El viene invisible a las almas que ansian encontrarse con Él.
[72] Moisés da la causa por la cual Jacob encontró el lugar: «Se puso el sol» dice. No es el sol que aparece ante nuestros ojos, sino la luz mucho más brillante y radiante del Dios invisible y supremo. Pero cuando éste ilumina la inteligencia, se desvanece la luz secundaria de las palabras, y se ensombrecen aún más todos los lugares sensibles. Cuando cambia de lugar, todas estas cosas inmediatamente se fortalecen [73] y resurgen. No te asombres si el sol es comparado con el Padre Rector del Universo, según los cánones de la alegoría. Pues nada en verdad es comparable con Dios, pero sólo dos realidades han resultado tales al juicio del hombre, una invisible y otra visible: el alma, invisible, y el sol, visible [74]. La semejanza del alma, por un lado, ha sido demostrada de la siguiente manera, diciendo: «Dios creó al hombre, y lo hizo a su imagen y semejanza» (Gen. 1, 27) y otra vez en la ley creada contra los asesinos: «Aquel que derrame la sangre del hombre, en compensación verá derramada la suya, porque a imagen de Dios creé al hombre» (Gen. 9, 6). La semejanza del sol, por otro lado, la ha declarado por medio de símbolos. De otra manera, es fácil darse cuenta por [75] la reflexión, pues, en primer lugar, Dios es luz —«Dios es mi luz y mi salvador» se canta en los himnos (Psalm. 26, 1)— y no sólo luz, sino el arquetipo de toda luz, o aún más, anterior y superior a todo arquetipo, teniendo la condición de ser el modelo (del modelo)77. Pues el modelo era la palabra más llena de su esencia, ‘Luz’, pues «dijo Dios: hágase la luz» (Gen. 1, 3), pero Él no se asemeja a ninguna de las criaturas. A continuación, como el sol diferencia el día [76] y la noche, así Moisés dice que Dios puso un límite entre la luz y la oscuridad: «Pues Dios separó la luz de la oscuridad» (Gen. 1, 4). De otra manera, como el sol al levantarse hace visibles las cosas que habían estado escondidas, así también Dios, creando todas las cosas, no sólo las hizo visibles, sino que las cosas que antes no existían, las creó, no como un simple artesano, sino como el Creador.
En las Sagradas Escrituras se menciona el sol muchas [77] veces en el sentido alegórico. Primero como la mente humana, la cual construyen como ciudad y preparan los que se ven obligados a rendir culto a la creación en vez de al Ser No Creado. De ellos se dice que «construyeron ciudades fortificadas para el faraón, Peitho», palabra que viene del verbo peíthein, ‘persuadir’78, «y Ramsés», percepción sensorial, por la que el alma es como devorada por las polillas —pues significa ‘la conmoción de la polilla’79—, «y On»80 (Ex. 1, 11), la mente, que se llama Heliopolis, puesto que, como el sol, ha tomado la soberanía de todo nuestro cuerpo y extiende sus poderes sobre todo como rayos de [78] sol. Todo el que ha aceptado la ciudadanía del cuerpo, de nombre José81, toma como suegro al sacerdote y servidor de la mente82. Pues dice Moisés que «el faraón dio a José como mujer a Asenat, hija de Putifar, el sacerdote de Heliópolis» [79]83 (Gen. 41, 45). En segundo lugar, se llama sol simbólicamente a la percepción, pues los sentidos muestran todas las cosas a la inteligencia. Sobre ésta habló así Moisés: «Salía el sol sobre él, cuando pasó por la ‘apariencia de Dios’»84 (Gen. 32, 31). Ciertamente cuando no podemos permanecer en compañía de las sagradas ideas, que son como imágenes incorpóreas, sino que volviéndonos en otra dirección emigramos, utilizamos otra luz, la de la percepción, que en nada se diferencia de la oscuridad en comparación con la verdadera Razón. Cuando esta luz surge, la [80] vista, el oído, así como el gusto, el olfato y el tacto, que estaban como dormidos, se despiertan y, en cambio, la razón, la justicia, el conocimiento y la sabiduría, que estaban despiertos, se vuelven al sueño. Por esta causa, las Sagradas [81] Escrituras dicen que nadie puede ser puro antes del atardecer (Lev. 11, 24 passim), estando la inteligencia a merced de los movimientos de los sentidos. Y también para los sacerdotes establece una ley inquebrantable, en la que expresa su opinión, diciendo: «No comerá de lo que está consagrado, a no ser que se haya lavado el cuerpo con agua, el sol se haya puesto y él se haya purificado» (Lev. 22, 6-7). Pues queda perfectamente en evidencia por estas palabras [82] que nadie es completamente puro como para celebrar los ritos sagrados y venerables, pues sucede que valora aún el esplendor de los sentidos de su vida mortal. Cuando un hombre lo desprecia, en consecuencia, es iluminado por la luz de la inteligencia, por la que podrá lavar y purificar la mancha de las vanas opiniones. O, ¿no ves el sol mismo, [83] que actúa de diferente manera, poniéndose y saliendo? Pues cuando sale, todas las cosas de la tierra se iluminan y las del cielo se esconden. Cuando se pone, los astros aparecen otra vez y se oscurecen las cosas terrestres. De la [84] misma manera ocurre en nosotros. Cuando la luz de los sentidos, como el sol, sale, ocurre que quedan escondidas las ciencias verdaderamente olímpicas y celestes, cuando se ha puesto, aparecen los rayos más estelares y divinos de las virtudes y entonces la mente se vuelve pura, no oscurecida por ningún sentido. Según el tercer sentido, llama sol [85] al Lógos Divino, el modelo, como se ha dicho antes, del que gira en torno al cielo. De él se dice «el sol salió sobre la tierra y Lot entró en Sóar y el Señor hizo llover azufre y [86] fuego sobre Sodoma y Gomorra» (Gen. 19, 23-24). Pues el Lógos Divino, cuando llega a nuestra naturaleza terrestre, a los que son parientes de la Virtud y se inclinan85 ante ella, los defiende y ayuda, proporcionándoles un refugio y perfecta salvación, pero, en cambio, a los que son adversarios, [87] les envía destrucción e irremediable ruina. Por el cuarto significado se dice que el sol es el mismo Rector del Universo, como ya dije, que hace aparecer todos los pecados irremediables, que parecían estar escondidos en la sombra. Pues todas las cosas son posibles para Dios, y también [88] todas son conocidas. Por esto, castigándolas, expone al sol a las energías del alma, destruidas por convivir desenfrenada y libertinamente con las hijas de la mente, los [89] sentidos, como si fueran vulgares prostitutas86. Pues dice Moisés: «El pueblo acampó en Sitim» —este nombre significa ‘cardos’, símbolo de las pasiones que pinchan y hieren el alma— «y se entregó a la fornicación con las hijas de Moab» —pues éstos son los sentidos, llamados hijas de la mente, pues Moab significa ‘del padre’87— y añade «toma a todos los jefes del pueblo e impónles un castigo ejemplar para el Señor ante el sol, y se apartará de Israel la cólera [90] del Señor» (Num. 25, 1-4). Pues no sólo, queriendo hacer evidentes las injusticias ocultas, las ha iluminado con sus rayos solares, sino que simbólicamente ha llamado ‘Sol’ al Padre del Universo, a cuyos ojos nada escapa, ni siquiera lo que se realiza invisiblemente en lo más oculto del pensamiento. Pero cuando estas acciones aparecen ante la luz, él dice que mostrará su clemencia el único que es clemente. ¿Por qué? Porque si la inteligencia, suponiendo que [91] su injusticia pueda quedar escondida a los ojos de la Divinidad, como si ésta no pudiera verlo todo, comete una falta a escondidas y en secreto y si después de esto, ya por sí misma, ya por sugerencia de otra, piensa que es imposible que algo escape a la vista de Dios y se descubre a sí misma y a todas sus acciones y las presenta abiertamente, como exponiéndolas a la luz del sol, ante el Inspector del Universo, diciendo que se arrepiente de todos sus juicios erróneos del pasado, producto de la falta de reflexión —pues nada es invisible para Dios, todo es conocido y evidente y no sólo los hechos, sino todos los proyectos a largo plazo en el futuro—, se halla purificada y beneficiada y ha amansado la justa ira del Sancionador que se erguía como una acusación. Pero ha de recibir al arrepentimiento, hermano menor de la completa inocencia.
Pues parece que en otros lugares se toma ‘so’ como [92] símbolo de la causa, como se lee en la ley escrita sobre los que prestan dinero en fianza. Lee esta ley: «Si recibes en fianza el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de que se ponga el sol. Pues ese manto es para él la única cubierta de su vergüenza. Si no, ¿con qué dormirá? Si recurre a mí yo le atenderé, porque soy misericordioso» (Ex. 22, 26)88. Y los que piensan que tanta preocupación tiene [93] el Legislador por un vestido ¿no merecen, si no un reproche, al menos una advertencia diciéndoles «pero, qué dicen, señores?». ¿Acaso el Creador y Rector del Universo se llama a sí mismo misericordioso por un hecho tan vil como [94] un manto no devuelto por el acreedor al deudor? Esta idea es propia de los que no han comprendido la grandeza de la Virtud del Gran Dios de una vez por todas y atribuyen la mezquindad humana, contra toda ley divina y humana, al Ser No Creado, indestructible y lleno de bienaventuranza y [95] felicidad89. ¿Qué tiene de raro lo que hacen los prestamistas al conservar las garantías en su poder, hasta que hayan recuperado el dinero que les pertenece? Quizá alguno diría que los deudores son pobres y que merecen misericordia. En tal caso, ¿no sería mejor escribir una ley para atenderlos por colecta que no declararlos deudores o prohibir el préstamo con fianza? Pero el Legislador que ha permitido esto no podría enfadarse con los que no han devuelto a tiempo lo que habían tomado en préstamo, como si fueran [96] impíos. Un hombre que ha llegado, por decirlo de alguna manera, al límite de la pobreza, vestido con un simple harapo, ¿se mete en tratos con nuevos prestamistas y no presta atención a la piedad de los que le ven, la piedad, que surge abundantísima en las casas, en los templos, en el mercado y por todos los sitios, hacia los que se encuentran [97] en tal necesidad? Pero ahora lo único que tiene, la cubierta de su vergüenza, con la que esconde las partes secretas de su naturaleza, lo trae y ofrece como fianza. Ese harapo, ¿por qué?, dime, ¿por otra vestidura mejor? Pues nadie es incapaz de conseguir el alimento necesario, en tanto que las fuentes surgen a borbotón, los ríos invernales fluyen y [98] la tierra da sus frutos anuales. Y el prestamista, ¿está tan profundamente inmerso en la riqueza o en la crueldad como para negar un tetradracma o menos aún a alguien, o hacer un préstamo a un pobre en vez de una donación, o tomar en fianza el manto, que es lo único que tiene aquél, lo que podría llamarse, con otras palabras, robo de vestidos? Pues ésa es la costumbre de los ladrones de vestidos, desvestir y llevarse las vestiduras, dejando desnudos a los que las tenían. ¿Por qué el Legislador reflexionó de antemano [99] sobre la noche y sobre que nadie durmiera sin vestidos90 y no consideró igualmente el día y el hecho de que un hombre no cayera en vergüenza amaneciendo desnudo? ¿O no se esconde todo en la noche y la oscuridad, de manera que la desnudez produce menos o nada de vergüenza y por el día y con la luz todo se revela de manera que uno se ve obligado a enrojecer? ¿Por qué ha instituido que no se ha [100] de dar el manto, sino que se ha de devolver? Pues la devolución se hace con bienes ajenos y las fianzas son más de los prestamistas que de los deudores. Y ¿no te has dado cuenta de que no instituyó que el deudor, que ha utilizado el manto como cobertura de su lecho, por la mañana al levantarse se lo quite y lo devuelva al acreedor? En efecto, la [101] peculiaridad de la expresión llevaría al lector más lerdo a entender otra cosa que el significado literal del texto. Pues la disposición más semeja definición que exhortación. Si fuera un consejo diría así: «El manto tomado como fianza, si es lo único que posee el deudor, que le sea devuelto al anochecer, para que tenga con qué cubrirse durante la noche». Pero si fuera definición, sería como ahora es, «pues este manto es para él la única cubierta de su vergüenza. Si no, ¿con qué dormirá?» (Ex. 22, 26).
[102] Sean dichas éstas y otras cosas tales contra los sofistas91 que se atienen al sentido literal y levantan la ceja orgullo-sámente, y digamos, siguiendo las leyes de la alegoría, lo conveniente en cuanto a este tema. Afirmamos pues que el símbolo del Lógos es el manto. Pues la vestimenta evita los daños que causan a nuestro cuerpo el frío y el calor, y esconde las vergüenzas de la naturaleza. El vestido es un adorno que está perfectamente en armonía con el cuerpo. [103] Del mismo modo, el Lógos es el mejor don que le ha sido dado por Dios; primero, es un arma defensiva contra los que emplean la violencia, pues de igual manera la naturaleza ha armado a cada especie animal con las armas apropiadas, con las cuales rechazan a los que intentan hacerles daño, y al hombre le ha dado esta gran muralla y fortaleza inexpugnable que es la palabra92. Aferrándose fuertemente a ella como un soldado a su panoplia, tendrá un guardia de corps adherido a él en toda necesidad. Teniéndola para luchar ante él, podrá rechazar todos los ataques que le dirijan [104] sus enemigos. En segundo lugar, es la cubierta imprescindible de nuestra vergüenza y nuestros oprobios —pues la palabra es muy hábil para esconder y ensombrecer los pecados de los hombres—. En tercer lugar, es ornamento para toda nuestra vida —pues es la que corrige a cada uno [105] y lleva a todos a lo Mejor—. Pero hay entre los hombres algunos —perversión y peste son— que toman como fianza la palabra, despojando de ella a los que la tenían y, siendo, necesario ayudarla a crecer, la cortan de raíz, de la misma manera que los que saquean pueblos en la guerra e intentan destruir el trigo y todos los demás cultivos, que intactos serían de gran provecho para los que los consumieran. Pues algunos hombres mantienen una implacable guerra [106] sin tregua contra la naturaleza racional, hombres que rapan al ras sus primeros brotes y exprimen la vida de sus primeros frutos, dejándola, por así decirlo, infecunda y estéril de buenas acciones. Pues hay veces en que, viéndola inclinarse [107] con incontenible entusiasmo hacia la cultura y arrebatarse de pasión por las verdades de la filosofía, por malignidad y envidia temen que, inspirada grandemente y bien decidida, fluya cual torrente de invierno sobre sus charlatanerías y sofismas contra las invenciones verdaderas, y, con sus malas artes, vuelven la corriente hacia otro lugar y la dirigen hacia artes innobles y de mal gusto. Muchas veces, la embotan y bloquean, dejando improductiva a esa noble naturaleza, como dejan yerma los malos tutores la tierra feraz y fértil de los niños huérfanos, y no se avergüenzan, en el extremo de su inmisericordia, de despojar al hombre del manto, lo único que le queda, la palabra. Pues Moisés dice: «Es lo único que tiene para cubrirse» (Ex. 22, 27). ¿Qué hay aparte de la palabra? De la misma manera [108] que relinchar es propio del caballo, ladrar del perro, mugir de la vaca y rugir del león, así también del hombre es propio hablar y la propia palabra. Y esto es lo que el hombre, la criatura más querida para Dios de todas, ha recibido como propio, esta defensa, cubierta, armamento y muralla.
Y por esto añade: «Éste es el único abrigo de su vergüenza» [109] (Ex. 22, 27). ¿Qué otra cosa que la palabra ensombrece y esconde las cosas reprochables y las vergüenzas de la vida? Pues la ignorancia, pariente de la naturaleza insensata, es una vergüenza, mientras que la cultura, hermana [110] de la palabra, es su adorno propio. ¿Con qué dormirá?, es decir, ¿dónde encontrará el hombre reposo y calma, si no es en la palabra? Pues la palabra alivia a los más infortunados de nuestro género humano. De la misma manera que a menudo la bondad, la compañía y cortesía de los amigos han atendido a los atormentados por dolores, temores y otros males, así, no a menudo, sino siempre, la palabra salvadora es la única que nos libera de la más pesada carga de las necesidades de nuestro inseparable cuerpo, que pesan sobre nosotros, y las desgracias impredecibles [111] que nos acechan del exterior. Pues la palabra es para nosotros un amigo íntimo, un socio, un familiar, un camarada unido a nosotros, o aún más, armónicamente pegado con una cola natural indisoluble e invisible. Por esto nos predice las cosas que nos serán útiles, en caso de que ocurra algo no deseado, espontáneamente nos ofrece ayuda, y no prestándonos sólo un tipo de ayuda, como el consejero que no actúa o el combatiente que no habla, sino ambas a la [112] vez. Pues no utiliza la fuerza a medias, sino que pone toda su energía en todos los puntos a la vez. Y si falla en los planes que había trazado o en la ejecución de los mismos, recurre al tercer tipo de ayuda, el consuelo. Pues la palabra, como el medicamento es para las heridas, es una liberación de los sufrimientos del alma, y de ella dice el legislador que ha de ser devuelta «antes de que se ponga el sol» (Ex. 22, 26), es decir, antes de que se pongan los rayos que todo lo iluminan de Dios, sublime y omnipresente, que los envía por misericordia a nuestra especie desde el cielo hasta [113] la mente humana. Mientras permanece en el alma esa luz divina e incorpórea, devolveremos la palabra tomada en fianza, como el manto, para que sea posible al que recibe esta propiedad particular del hombre, recubrir la vergüenza de la vida y disfrutar del don divino, y con toda tranquilidad descansar en la presencia de tal consejero y defensor, que no abandona el puesto que ocupa en ninguna circunstancia. Pues mientras que Dios aún te envíe los rayos [114] de luz sagrada, apresúrate durante el día a devolver la fianza a su propietario, ya que, una vez puesto el sol, como todo Egipto (Ex. 10, 21)93, pasarás tus días en profunda oscuridad herido de ceguera e ignorancia, y serás desposeído de todo aquello que creías poseer y esclavizado violentamente por Israel, el que Ve, al que, siendo inesclavizable por naturaleza, mantenías como rehén.
No nos hemos extendido en este largo excurso por otra [115] razón que por enseñar cómo la inteligencia ascética, con los movimientos anómalos, se transporta hacia la abundancia o hacia todo lo contrario, y de esta forma, continuamente sube y baja; por un lado, cuando se conduce felizmente y se dirige a las alturas, es iluminada por rayos incorpóreos y arquetipos de la fuente del Lógos de Dios que todo lleva a su cumplimiento. Pero cuando decae y lleva un camino desdichado, es iluminada por las imágenes de estos rayos, los Lógoi inmortales a los que es costumbre llamar ángeles. Y por esto ahora se dice: «Se encontró un [116] lugar, pues el sol se había puesto» (Gen. 28, 11)94. Cuando abandonan nuestra alma los rayos de Dios, por los que tenemos una comprensión perfectamente clara de la realidad, y sale una segunda luz, más débil, la de las palabras y no la de las realidades, de igual manera que en este universo material, la luna, que tiene un segundo puesto después del sol, una vez que éste se ha puesto, envía a la tierra una [117] luz más oscurecida. Y el hecho de encontrar un lugar o una palabra, para los que no pueden ver a Dios que está por encima de todo lugar o palabra, es un don más que suficiente, puesto que no tenían el alma absolutamente privada de luz, pero después de que aquella luz pura se haya apartado de ellos, reciben una luz mezclada. Dice en el Éxodo (10, 23) «para los hijos de Israel había una luz allí donde vivían», de manera que siempre huían de la noche y la oscuridad, con las que viven los que están cegados no de los ojos del cuerpo, sino de los del alma, y no ven los rayos de [118] la virtud. Unos, suponiendo que el sol significa aquí simbólicamente la percepción y la mente, cosas que son, según nuestro modo de ver, criterios básicos, y que el lugar es el Lógos Divino, así interpretan: el asceta encontró el Lógos Divino, una vez se puso la luz del sol mortal y humano. [119] Mientras que la mente cree comprender firmemente lo comprensible y la percepción lo perceptible y creen subir a las alturas, el Lógos Divino se encuentra lejos. Pero si cada una de ellas reconoce su debilidad propia y en cierto modo se oculta, como si se sumergiera, al punto sale a su encuentro a acogerla la recta razón del alma ascética que la vigila cuando desconfía de sí misma y espera que venga aquélla a visitarla desde fuera de una manera invisible95.
[120] Y dice a continuación Moisés: «Tomó una de las piedras del lugar y la colocó a su cabeza y durmió en aquel lugar» (Gen. 28, 11). Se podría admirar uno no sólo de las realidades presentadas simbólicamente y de la fisiología96, sino también de su exhortación indicada como ejercicio contra el dolor y la fatiga. Pues considero indigno que un [121] cultivador de la virtud lleve una vida muelle y voluptuosa, queriendo compartir las pretensiones y presunciones de los llamados bienaventurados, que en realidad están llenos de desgracia, para los que toda la vida es sueño y ensueño97, según el sacratísimo Legislador. Pues éstos, después de haber [122] cometido durante el día injusticias contra los demás en los tribunales y consejos, en los teatros y en todos los sitios, vuelven a casa, los desgraciados, arruinando también su propio hogar, pero no la construcción, sino el hogar al que está unida el alma, el cuerpo, ingiriendo comidas desmesuradas una tras otra, regándolas con abundante vino, hasta que desaparece la reflexión sumergida, y las pasiones sensuales nacidas del exceso, llevadas por un furor incontenible, se lanzan sobre ellos y consiguen envolverlos, para desaparecer después, apartando de ellos el exceso de ardor98. Por la noche, cuando es el momento de retirarse a la [123] cama, se tumban muy suavemente en los lechos lujosos de muy adornadas cubiertas que les han sido preparados, imitando exactamente la vida regalada de las mujeres, a las que la naturaleza permite hacer uso de un modo de vida muelle, y, por eso, el Artesano y Creador les ha hecho un [124] cuerpo de tipo más blando. Ninguno de éstos es conocido por el Lógos Divino, sino que sólo los hombres auténticos, amantes de la prudencia, la decencia y el pudor, que han establecido como fundamento de toda su vida la abstinencia, la sobriedad y la fortaleza, seguras protectoras del alma, a las que se puede recurrir sin peligro y de manera segura, más poderosas que el dinero, el placer y la gloria; son los hombres que desprecian el alimento y la bebida, salvo lo estrictamente necesario, mientras la inanición no empiece a debilitarles, están preparados para soportar el hambre, la sed, el calor, el frío y cuantas cosas se han de aguantar para alcanzar la virtud. Sólo desean lo más simple, de manera que no se avergüenzan de usar un manto barato, sino que, al contrario, consideran los lujosos como una vergüenza [125] y un gran perjuicio para la vida99. Para éstos el blando suelo es un lujoso lecho, sus coberturas, las matas, las hierbas, las plantas, un buen montón de hojas; las almohadas, unas cuantas piedras o pequeños montículos que sobresalgan un poco del llano. Este género de vida lo llaman los exquisitos ‘vida dura’, pero cuantos viven para la hombría de bien le dan el nombre de ‘vida muy placentera’. Les cuadra a esos que no se les llama hombres, sino que lo son en realidad100. ¿No ves que se presenta al practicante [126] de las buenas costumbres como bien provisto de bienes y preparativos regios, tumbado con una piedra a su cabeza101 y un poco más adelante, pidiendo en sus plegarias pan y vestido, riquezas naturales (Gen. 28, 20), y después se burla siempre de las riquezas que se apoyan en las vanas opiniones y llena de injurias a los que las admiran? Éste es el modelo arquetípico del alma ascética102, enemigo atroz de sibaritas y andróginos103.
Éste ha sido el sencillo elogio del amante del trabajo y [127] la virtud, pero ha de ser investigado en su sentido alegórico. Ahora conviene saber que el lugar divino y la tierra sagrada están llenos de Lógoi incorpóreos. Estos Lógoi son almas inmortales. Tomando uno de estos Lógoi, escogiendo [128] el más alto en excelencia, como la cabeza está unida al cuerpo, lo establece cerca de su inteligencia (Gen. 28, 11). Esto es, en cierto modo, la cabeza del alma. Y hace esto con la excusa de que va a dormir, y la verdad es que va a reposar sobre el Lógos Divino y apoyar sobre él toda su vida, la más ligera carga. Y éste escucha con gusto y acoge al atleta [129] primero como discípulo, y después, cuando ha demostrado la aptitud de su naturaleza, le golpea con sus manos al modo de un masajista y le convoca al gimnasio, y atacándole le obliga a luchar, hasta que logre desarrollar en él una fuerza imbatibl104; y transformando sus oídos en ojos por inspiración divina, tras haberle dado una nueva impronta [130], le llama Israel, el Vidente105. Entonces le coloca la corona de vencedor. Pero esta corona tiene un nombre curioso, extraño y quizá no muy bien sonante: el presidente de los juegos la llama «adormecimiento», pues se dice que «le adormeció lo ancho» (Gen. 32, 25106, la más maravillosa recompensa de todos los premios, proclamaciones y [131] honores. Pues si el alma, partícipe ya de una fuerza irresistible, alcanzada la perfección en los certámenes de las virtudes, llegada al confín del bien, no se deja exaltar por la arrogancia, ni se ajusta a sus acrobacias, como si fuera capaz de dar grandes zancadas con ajustados pies, sino que adormeciera y redujera lo ancho, ampliado en su opinión, y se lisiara voluntariamente con una zancadilla para quedar detrás de las naturalezas incorpóreas, alcanzaría, pese a parecer derrotada, el premio de la victoria107. Pues el ceder a [132] los mejores los privilegios, no por obligación, sino por convencimiento, es considerado muy conveniente, ya que el segundo premio otorgado en este tipo de competición supera mucho en grado de honor al primero en otros tipos.
Ésta ha sido la introducción de esta visión venida de [133] Dios. Ya es hora de volvernos sobre ella y examinar cada uno de sus puntos. Y dice Moisés: «Tuvo un sueño. Y he aquí una escalera apoyada firmemente en la tierra, cuya cúspide llegaba al cielo, y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba fijo sobre la escalera» (Gen [134]. 28, 12-13). La escalera significa simbólicamente el aire en el Universo, cuya base es la tierra y cuya cúspide es el cielo. El aire se extiende en todas las direcciones hasta los confines de la tierra desde la esfera lunar, de la cual escriben los especialistas en fenómenos celestes que es el último círculo del cielo y el primero de la tierra. El aire es la [135] morada de las almas incorpóreas, pues le pareció al Creador que era bueno llenar todas las partes del Universo de seres vivos. Por esto dispuso que sobre la tierra hubiera animales terrestres, en los mares y los ríos, animales acuáticos y en el cielo los astros —y cada uno de ellos se dice que es no sólo un animal, sino una mente completamente pura—. Así, en la otra parte del Universo, el aire, también hubo seres vivientes. Si no son comprensibles por los sentidos, ¿qué son? Pues el alma también es invisible. En efecto, [136] es natural que el aire pueda alimentar seres más que la tierra o el agua, puesto que éste dio la vida a los seres que viven en aquéllas. Pues el artífice le hizo contenedor de los cuerpos inmóviles, principio de crecimiento de los cuerpos que se mueven sin tener imagen y alma de los que pueden [137] moverse utilizando un impulso y una imagen. ¿No sería raro pues que estuviera privada de almas vivientes el elemento que da la vida a todos los demás? Por esto nadie puede privar de la mejor naturaleza de los seres vivos al más excelente elemento, el aire. Pues de todos los elementos, no va a ser éste el único en estar despoblado, sino que, cual ciudad, tiene una noble población, siendo sus ciudadanos las almas incorruptibles e inmortales, en número igual [138] a los astros. De estas almas108, unas, atraídas por la tierra y los cuerpos, caen y se unen a cuerpos mortales, pero otras ascienden, habiendo sido distinguidas para retornar según los números y tiempos fijados por la naturaleza109. De [139] éstas hay algunas que vuelven otra vez, añorando los hábitos y costumbres de la vida mortal, otras, habiendo reconocido su gran frivolidad, llaman al cuerpo prisión y tumba110, huyendo como de un encierro o un sepulcro, ascienden hacia el éter con sus alas ligeras, donde recorren los astros toda la eternidad. Unas son completamente puras [140] y nobles, dotadas de pensamientos superiores y divinos, que nunca han tenido el más mínimo deseo por las cosas terrestres y son gobernadores del Gran Soberano, como los oídos y los ojos de un gran rey111, ven y escuchan todo. Algunos filósofos llaman a estas almas ‘démones’, y las Sagradas [141] Escrituras, utilizando un nombre más apropiado, ‘ángeles’, pues ‘anuncian’112 las órdenes del padre a sus hijos y las necesidades de los hijos al padre. Por esto se han [142] representado subiendo y bajando, no porque Dios, que a todo se adelanta, necesite informadores, sino porque a nosotros, los hombres mortales, nos conviene utilizar a los Lógoi como intermediarios y arbitros por la admiración y el terror que nos produce la presencia del Gran Soberano y el inmenso tamaño de su poder. Tomando conciencia de esta [143] fuerza, utilizamos a uno de los mediadores diciendo: «Habla con nosotros y que no nos hable Dios, para que no muramos» (Ex. 20, 19). Y no porque no podamos recibir los castigos, sino tampoco los beneficios inmensos y puros, que Este nos dispensa sin hacer uso de sus servidores113. Es completamente correcto representar simbólicamente el [144] aire con una escalera apoyada en tierra, pues las emanaciones que surgen de la tierra, al perder condensación, se convierten en aire, pues la base y raíz del aire es la tierra y la [145] cumbre es el cielo. Se dice en efecto que la luna no es una acumulación de éter puro, como cada uno de los otros astros, sino que es una mezcla de sustancia etérea y aérea114. Y lo negro que aparece sobre ella, lo que algunos llaman ‘cara’, no es otra cosa que una mezcla de aire, que es negro por naturaleza y que ha ascendido hasta el cielo115.
[146] Ésta es la llamada simbólicamente escalera en el Universo, y, mirándola en los hombres, encontraremos el alma, cuya base es el conocimiento sensible, lo que tiene de terrestre en cierto modo, y cuya cúspide es la mente más pura, que es [147] como el elemento celeste. A lo largo de esta escalera suben y bajan los Lógoi de Dios ininterrumpidamente. Cuando suben, llevan consigo a lo alto al alma, separándola de todo lo mortal y ofreciéndole la contemplación de lo único que es digno de ser contemplado. Por otro lado, cuando bajan, no la dejan caer —pues ni Dios ni el Lógos Divino pueden ser causa de daño—, sino que, por filantropía y misericordia por nuestra especie, bajan en nuestra ayuda y auxilio para revivir, insuflándole una exhalación salvadora, al alma, que mora en el cuerpo como si fuera llevada por un [148] río116. El Rector del Universo pasea invisible, sin ruido y solo en las inteligencias absolutamente purificadas, pues hay un oráculo pronunciado a un sabio que dice: «Pasearé entre vosotros y seré vuestro Dios» (Lev. 26, 12), pero en estas inteligencias de los que están purificándose, que todavía no han lavado completamente su existencia manchada y ensuciada en sus pesados cuerpos, los ángeles, Lógoi Divinos, son los que pasean, iluminándolas con los dogmas de la Virtud117. Es evidente cuántos batallones de malos [149] ocupantes son expulsados para que uno, el Legítimo, se establezca. Esfuérzate, oh alma, en convertirte en morada de Dios, en templo sagrado, en el más bello habitáculo. Pues quizá tendrás tú como guardián de tu casa al guardián del Universo, que se preocupará de ti como de su propia casa, que para siempre te mantendrá bien guardada e indemne. Pero quizá también el asceta se imagine su propia vida parecida [150] a una escalera. Pues por naturaleza es la práctica espiritual un asunto irregular, unas veces sube a las alturas y otras vuelve en dirección contraria, siendo como un barco que hace la travesía de la vida con viento favorable o con viento desfavorable. La vida de los ascetas es, como alguien dijo118, cambiante, a veces viva y despierta, a veces muerta y dormida. Y quizá no se diga esto fuera de lugar, [151] ya que los sabios tienen el privilegio de habitar la región olímpica y celeste, habiendo siempre sido ejercitados para alcanzar las alturas, y los malos se ven confinados a las profundidades del Hades, aquellos que sólo se han dedicado desde el principio al fin a morir y que desde los pañales hasta la vejez han estado acostumbrados a la podredumbre. [152] Y los ascetas —pues ocupan un lugar intermedio entre los dos extremos— suben y bajan muchas veces como por una escalera, levantados por una suerte superior o arrastrados hacia abajo por una peor, hasta que el árbitro de esta competición y pugna, Dios, entregue los premios al mejor equipo, destruyendo completamente al contrario119.
[153] Aparece en esta visión otra imagen que no merece ser omitida. Los asuntos humanos por naturaleza se asemejan [154] a una escalera, por su tendencia a la irregularidad. Así, un día, como alguien dijo120, cae uno desde arriba y queda destruido, mientras que otro asciende a las alturas, no pu-diendo permanecer nada de lo que nos concierne en su misma situación estable, pues todo se transforma de todas [155] las maneras. ¿O no se transforman continuamente los ciudadanos en arcontes y los arcontes en ciudadanos, los ricos en pobres y los pobres en millonarios, los negligentes en gente célebre y los anónimos en archifamosos, los débiles en fuertes y los incapaces en poderosos, los insensatos en [156] sensatos y los delirantes en hombres razonabilísimos? Es éste un camino que sube y baja121, el de los asuntos humanos que se basan en circunstancias sinuosas e inestables, cuyo tiempo verídico demuestra la irregularidad, no con pruebas oscuras, sino bien claras122.
El ensueño mostraba firmemente establecido en lo alto [157] de la escalera al arconte de los ángeles, el Señor123. Se le ha de imaginar en las alturas como auriga de un carro o capitán de una nave, el que está por encima de los cuerpos, de las almas, de las cosas, de las palabras, de los ángeles, de la tierra, del aire, del cielo, de las potencias sensibles, de las naturalezas invisibles, cuantas cosas sean visibles o invisibles. Pues habiéndose atado todo el Universo a sí mismo y habiéndolo hecho depender de sí, lleva las riendas de tan gran creación. Y que nadie piense, al oír que Dios está [158] firmemente establecido, que algo colabora con Él para que se mantenga con firmeza124, sino que comprenda que aquella imagen significa que la firmeza y el apoyo, la fortaleza y la seguridad de todos es el Dios inconmovible, sellando a los que Él quiere con el sello de la constancia. Siendo su apoyo y sostén, permanecen las cosas aliadas a Él fuertemente e incorruptas. Éste, pues, establecido sobre [159] la escalera del cielo dice al que tiene una visión de ensueño: «Yo soy el Señor, el Dios de Abraham, tu padre y el Dios de Isaac. No temas» (Gen. 28, 13). Este oráculo fue la meta del alma practicante y su más firme apoyo, pues le enseñó que el Señor y Dios del Universo es también estas dos cosas —Señor y Dios— de su raza, y que está inscrito y así llamado con cada uno de estos nombres por sus padres y sus abuelos, para que todo el Universo y el amante de la virtud lo tengan como herencia, pues se ha dicho también «el Señor es la herencia para él» (Deut. 10, 9).
[160] No pienses que se ha dicho a la ligera Señor y Dios de Abraham y de Isaac sólo Dios125. Pues éste, Isaac, es símbolo de una sabiduría que se escucha sólo a sí misma, que no tiene otro maestro que ella misma ni otras enseñanzas que las que lleva dentro, una sapiencia adquirida por naturaleza126; sin embargo, Abraham es símbolo de una sabiduría aprendida127. Isaac resulta ser autóctono, de una raza nacida en el país, mientras que Abraham es un emigrante, [161] un forastero. Habiendo abandonado la lengua caldea128, de otra raza, de otra tribu, lengua de los que parlotean de astronomía129, se aplicó a la que se adapta a un ser racional, [162] la adoración de la Causa del Todo. Este carácter necesita dos potencias protectoras: autoridad y buena acción, para que por el poder soberano obedezca a las leyes establecidas y por su gracia reciba gran provecho, el otro sólo necesita gracia. Pues no se perfecciona por un jefe que le amonesta, estando por naturaleza dirigido al bien, sino que, por dones llovidos del cielo, ha llegado a ser perfectamente virtuoso desde el principio130. Pues Dios es el nombre de la [163] potencia que concede la gracia, mientras que el Señor es de la potencia hegemónica131. ¿Quién podría citar un bien más venerable que encontrarse con la bondad pura y sin mezcla, o más extraordinario que una mezcla de autoridad y don? Habiendo visto esto, me parece que el asceta ha elevado una maravillosa plegaria, para que el Señor se convierta en su Dios (Gen. 28, 21), pues él no quería sólo alabarle como a un gobernador, sino honrarle amorosamente como a su benefactor. ¿No es natural que por estas cosas y otras semejantes [164] los que tienen una inteligencia ciega vean agudamente, recibiendo ojos para las sagradas revelaciones, juzgando por la naturaleza de las cosas y no ajustándose sólo al sentido literal? Pero nosotros, si, cerrando los ojos del alma, no nos esforzamos o no podemos recobrar la visión, oh hierofante, tú mismo manténnos, cuídanos, ungiéndonos no nos abandones jamás, hasta que iniciándonos en los misterios de la luz secreta de los sagrados Lógoi, nos muestres las bellezas encerradas e invisibles para los no iniciados. Conviene que hagas esto. Las almas que habéis [165] probado el amor divino, como si emergierais de un sueño profundo y dispersarais la bruma, volveos hacia el espectáculo que ha de observarse, dejando la lentitud y la pereza vacilante, para comprender detalladamente cuantas visiones y audiciones para vuestro provecho ha emprendido el organizador de los juegos.
[166] Miles de ejemplos son dignos de ser mencionados para la demostración de esto, pero también es uno el texto citado en detalle. Pues la revelación llamó padre del asceta al que en su genealogía era abuelo, y al que en realidad era su padre no le concede el nombre de pariente. En efecto, dicen las Sagradas Escrituras: «Yo soy el Señor Dios de tu padre Abraham» —y en realidad éste era su abuelo— y sigue «el Dios de Isaac» (Gen. 28, 13), y no añade «que es [167] tu padre». ¿Acaso no merece la pena examinar la causa de esto? Claro que sí. Examinemos pues, y no superficialmente, de quién se trata132. El legislador dice que la virtud se adquiere bien por naturaleza, bien por la práctica o bien por el aprendizaje133. Por esto señaló a los tres patriarcas sabios del pueblo de Israel, no partiendo de la misma idea, [168] pero dirigiéndose a la misma meta. El más anciano de ellos, Abraham, tuvo como guía en su camino hacia el bien a la enseñanza, como lo mostraremos en otro tratado134, siempre que sea posible. El de en medio, Isaac, tuvo como guía a una naturaleza que se escuchaba a sí misma y tenía propias enseñanzas, y el tercero, Jacob, el ejercicio espiritual, que dispone para los esfuerzos del deporte y la lucha. Habiendo estas tres maneras de adquirir la sabiduría, las [169] dos de los extremos resultan estar íntimamente unidas. El método del ejercicio espiritual es como si mera hijo del estudio, mientras que al método natural, siendo pariente de los otros dos —pues es como la raíz de todos— le ha tocado el privilegio de no tener adversarios ni origen. Así, es [170] natural llamar a Abraham, el mejorado por la enseñanza, padre de Jacob, el forjado por el ejercicio, y no es la filiación de un hombre con un hombre, sino más bien de una capacidad de escuchar muy dispuesta a aprender con una capacidad ascética y apta para entrenarse135. Pues si este asceta [171] corre con toda su fuerza hacia la meta y ve claramente lo que antes había visto confusamente como en un sueño, imprimido con un sello más poderoso y rebautizado ‘Israel’, el que ve a Dios, en lugar de Jacob, ‘el suplantador136, inscribe como su padre no a Abraham el estudioso, sino a Isaac, el que por naturaleza nació inteligente. Y esto [172] no es una historia de mi invención137, sino una revelación inscrita sobre las tablas sagradas. Pues dice: «Partiendo de Israel con todo lo que tenía, llegó al Pozo del Juramento, y ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac» (Gen. 46, 1). ¿Comprendes ya que no trata la presente obra de hombres mortales, sino, como ha quedado dicho, de asuntos naturales? Pues he aquí que el mismo sujeto es llamado Jacob con Abraham como padre e Israel, con Isaac como padre por la razón que ya hemos detallado.
[173] Pues habiendo dicho «Yo soy el Señor, Dios de tu padre Abraham y Dios de Isaac», añade «no temas» (Gen. 28, 13), según consecuencia lógica. Pues, ¿cómo podemos temer teniéndote como arma de guerra, liberadora de todo miedo o sufrimiento? Tú, que has formado los caracteres indescifrables, modelos arquetípicos de nuestra educación, y para que fueran evidentes, has instruido a Abraham y has engendrado a Isaac. De uno has sido llamado el consejero, mientras que del otro padre, dándole a uno el título de discípulo [174] y al otro de hijo. Por eso precisamente, esa tierra, me refiero a la virtud fertilísima y feracísima, sobre la que duerme el asceta, cuando reposa con el sueño de la vida de los sentidos, y la vigilia de la vida del alma, prometes que se la darás (Gen. 28, 13), aceptando con agrado su pacífico reposo, que no tomó sin guerra ni las penalidades de la guerra, pero no portando las armas ni matando hombres, no, ¡quita de ahí!, sino destruyendo el tropel de las pasiones [175] y maldades, enemigo de la virtud. Y el linaje de la sabiduría es comparado con la arena de la tierra (ibid. 14), porque su abundancia es incontable y porque el borde arenoso de la playa rechaza los embates del mar, y las enseñanzas de la educación los de los pecados e injusticias. Y esta razón, según las promesas divinas, se extiende hasta los límites del Universo y hace a su poseedor heredero de todas las partes del cosmos, pudiendo alcanzar cualquier punto, hacia Oriente, hacia Poniente, a Mediodía y al Norte. Pues dicen las Sagradas Escrituras: «Se extenderá sobre el mar y el viento del Sur, sobre el Norte y el Oriente» (ibid. 14). Pues el hombre inteligente no es un bien valioso [176] sólo para sí mismo, sino que es un bien común para todos, estando siempre dispuesto a entregar el provecho que de sí mismo emana. Como el sol es la luz de todos los que tienen ojos, así también el hombre sabio es la luz de los que participan de la naturaleza lógica.
Pues dicen las Escrituras: «Serán bendecidas en ti todas las tribus» (ibid. 14). Esta revelación se refiere al hombre [177] con respecto a sí mismo y con respecto a otro hombre. Pues si la mente que hay en mí es purificada por una perfecta virtud, también las tribus de lo terrenal que hay en mí serán a su vez también purificadas, las que corresponden a los sentidos y al gran contenedor, el cuerpo. Si alguien en una casa o ciudad o tierra o pueblo resulta hacerse amigo de la razón, por necesidad esa casa, ciudad, tierra y pueblo disfrutarán de una mejor vida. Igual que los efluvios de [178] perfumes impregnan de agradable aroma a todo el que se acerca, de la misma manera los vecinos y limítrofes de un sabio, aspirando el aura que él despide al máximo de su capacidad, mejoran en calidad moral.
Pues es una gran ventaja para el alma que sufre y se esfuerza [179] el tener como compañero de viaje a Dios omnipresente, pues dice «he aquí que estoy junto a ti» (ibid. 15). ¿De qué riqueza podríamos disponer, teniéndote a ti, la única y verdadera riqueza «vigilándonos en el camino» (ibid. 15), que lleva a la virtud en todas sus secciones? Pues no hay una parte de la vida gobernada por la razón que lleve hacia la justicia y a las otras virtudes, sino que hay miles desde las que es posible lanzarse hacia la razón.
De excelente manera se ha dicho también: «Te devolveré [180] a esta tierra» (ibid.). Habría sido lo mejor que la reflexión autosuficiente no se pusiera en camino hacia el conocimiento sensible. El segundo viaje mejor es que vuelva [181] hacia sí misma. Quizá se aluda con esto al dogma de la inmortalidad del alma. Pues como hemos mencionado más arriba, el alma, habiendo abandonado el espacio celeste, llegó al cuerpo como a una tierra extranjera138. Pero el padre que la ha engendrado dice que no la abandonará para siempre en una cárcel semejante139, sino que, sintiendo piedad, soltará sus cadenas y la enviará libre con toda seguridad a su metrópolis y no descansará hasta que las promesas contenidas en sus palabras se confirmen en actos verdaderos. Pues es propio de Dios decir todo lo que va a [182] ocurrir en el futuro. Entonces, ¿por qué decimos esto? Porque las palabras de Dios se confunden con sus actos. El alma practicante, poniéndose en movimiento y elevándose hacia las investigaciones en torno a Él, supone primero que Él está en un lugar, pero poco después, cayendo en la cuenta de la dificultad y profundidad del estudio y atemorizada, empieza a cambiar su opinión.
[183] Así, dicen las Escrituras: «Jacob se levantó y dijo: el Señor está en este lugar y yo no lo sabía» (ibid. 16). Yo diría que habría sido mejor desconocer que concebir a Dios como si estuviera en algún sitio, cuando Él es el que contiene [184] y rodea todo lo que hay. Justamente se asustó Jacob y dijo sorprendido: «¡Qué terrible es este lugar!» (ibid. 17). Verdaderamente uno de los lugares más penosos en el estudio de la naturaleza es en el que se investiga dónde está o si acaso está el Ser en algún lugar. Algunos dicen que todo lo que existe ocupa algún lugar, asignando unos un lugar y otros otro, ya sea dentro del cosmos o fuera de éste, en algún intermundio140. Otros contestan que el No-Creado no tiene nada parecido a los otros seres creados, sino que a todos los supera de tal manera que la más rápida inteligencia queda rezagada muy lejos de su comprensión y conviene en rendirse. Por esto directamente gritó: «No es [185] posible», lo que yo entendí como «que el Señor esté en cualquier lugar», pues contiene, pero no es contenido, según la recta razón141. Y aquello que se muestra y es visible, este mundo sensible, no es otra cosa que la casa de Dios, una de las potencias del Ser, por la cual se manifiesta su bondad142.
Al mundo que Jacob llamó casa, también lo nombró [186] puerta verdadera del cielo. ¿Qué quiere decir esto? El mundo inteligible, compuesto por las ideas, que ha sido caracterizado en la percepción según las gracias, no puede ser conocido de otra manera que por el cambio de este mundo sensible y visible. Pues no es posible imaginar a ningún [187] otro de los seres incorpóreos más que partiendo de los cuerpos. Estando en reposo se ha concebido la idea de lugar, en movimiento la de tiempo y la de punto, línea, superficie y límite se concibe por la capa exterior que la rodea como un vestido. Analógicamente, el mundo inteligible es [188] también concebible a partir de la percepción, que es la puerta del mismo. Pues así como los que quieren ver las ciudades entran por sus puertas, cuantos quieren comprender el mundo invisible, son conducidos por el espectáculo del mundo visible. [El mundo cuya sustancia es inteligible, sin percepción visual de formas y sólo por el arquetipo ideal que está en él, que ha sido caracterizado según el modelo contemplado por él mismo, sin que sombra alguna lo oscurezca, y suprimidos todos sus muros y puertas, para que no pueda ser contemplado desde ningún punto, sino que por un espectáculo inefable e indescriptible se vea su inmutable belleza]143.
[189] Ya ha sido suficiente sobre este tema. Corresponde también a esta clase otro ensueño, el del rebaño variopinto. El que había tenido ese ensueño, levantándose, pronunció estas palabras: «Me dijo el ángel de Dios en el sueño: Jacob. Yo le respondí: ¿qué pasa? Y él dijo: alza tus ojos y mira, todos los machos cabríos y los carneros que cubren a las ovejas y cabras son blanquísimos, moteados y de salpicaduras cenicientas. He visto lo que te hace Labán. Yo soy el Dios que se te apareció en el lugar de Dios144, en donde me ungiste una estela y elevaste una plegaria. Ahora levántate y sal de esta tierra y torna a la tierra de tu familia, [190] pues yo estaré junto a ti» (Gen. 31, 12-13). Se ve que el Lógos Divino inscribe como sueños enviados por la divinidad no sólo a los que aparecen por la más excelente de las causas, sino también a los que vienen por sus intérpretes y sirvientes, los ángeles, los cuales son considerados dignos de una porción de divinidad y bienaventuranza por el Padre que los ha creado145. Hay que examinar lo siguiente también. [191] El Lógos Divino se dirige a unos como un rey que ordena lo que hay que hacer, y a otros como un maestro que explica a sus alumnos lo que es conveniente, a otros como un consejero que, dirigiendo las mejores propuestas a los que no saben reconocer lo que les conviene, les aporta un gran beneficio, a otros como un amigo que, con suaves artimañas persuasivas, revela muchos secretos que a ningún profano es lícito escuchar. A veces pregunta a algunos, como [192] Adán: «¿Dónde estás?» (Gen. 3, 9), a lo que se tendría que contestar correctamente: «En ningún sitio», puesto que las cosas humanas no permanecen en la misma situación, sino que se mueven en cuanto al alma, al cuerpo y a las cosas del exterior. Son inestables los razonamientos, que a partir de cosas iguales reciben imágenes no semejantes sino opuestas. También es inestable el cuerpo, como revelan todos los cambios que produce la edad desde la infancia hasta la senectud. Inestables son, por último, las cosas del exterior146, que vacilan en la marcha de la suerte siempre cambiante147.
Ciertamente, cuando se dirige a la reunión de amigos, [193] no empieza a hablar antes de llamar a cada uno de ellos por su nombre, para que aguzando el oído, guardando silencio y poniendo atención escuchen los oráculos de recuerdo imperecedero. Pues en otra parte se dice: «cállate y escucha» [194] (Deut. 27, 9). De esta manera es llamado Moisés desde la zarza: «Cuando vio el Señor que se acercaba para mirar le llamó desde la zarza diciendo: Moisés, Moisés. Y éste le contestó: ¿qué pasa?» (Ex. 3, 4). A Abraham, en cuanto al holocausto de su querido hijo único, cuando empezaba a hacer el sacrificio y habiendo dado prueba de su piedad le fue impedido destruir la raza autodidacta de los hombres, [195] llamada Isaac148. Pues al principio dicen las Sagradas Escrituras: «Dios quería poner a prueba a Abraham y le dijo: Abraham, Abraham. Éste contestó: heme aquí. Y Dios le dijo: toma a tu hijo querido, al que amas, Isaac, y ofrécelo», y cuando había colocado a la víctima sobre el altar entonces «un ángel del Señor le llamó desde el cielo diciendo: Abraham, Abraham. Éste dijo: heme aquí. Y el ángel le dijo: no pongas tu mano sobre el niñito ni le hagas nada [196] malo» (Gen. 22, 1-2; 9-12). Siendo efectivamente uno del cortejo de amigos de Dios, naturalmente el asceta, siendo juzgado digno de este privilegio, es llamado por su nombre. Pues está escrito: «Me dijo el ángel de Dios en el sueño [197]: Jacob. Y yo contesté: ¿qué pasa?» (Gen. 31, 11). Habiendo sido llamado, presta atención, intentando entender exactamente los signos que aparecen, los signos de los Lógoi son apareamientos y nacimientos como si fuera de animales149. Pues dicen las Escrituras: «Alza los ojos y mira a los machos cabríos y carneros que cubren a las ovejas y las cabras» (Gen. 31, 12). El macho cabrío es el jefe del rebaño [198] de cabras, el carnero del de ovejas. Estos animales son el símbolo de dos Lógoi perfectos, de los que uno purifica y vacía el alma de los pecados150 y el otro la nutre y llena de perfecciones. Tales son los Lógoi dirigentes que en nosotros van a la cabeza de los rebaños del espíritu. Los rebaños que son nombrados por las palabras ‘oveja’ y ‘cabra’ se lanzan y avanzan151 hacia la justicia con empeño. [199] Habiendo abierto el ojo, hasta entonces cerrado, de la inteligencia, vio a los machos cabríos y los carneros que corresponden a Lógoi perfectos, excitados por llevar a cabo la disminución de las injusticias y el aumento de las buenas acciones, vio cómo sobre las ovejas y las cabras, que son almas nuevas y tiernas justo entradas en la adolescencia y adornadas por la flor de la edad, montan no siguiendo un deseo irracional, sino esparciendo la semilla invisible de los dogmas de la razón. Es rico en hijos este [200] matrimonio que no enlaza cuerpos, sino que une virtudes perfectas a almas bien nacidas. Montad, pues, todos los rectos Lógoi de la sabiduría, apareaos y fecundad y si veis un alma rica, fértil, virgen, no la dejéis de lado, invitándola a unirse y aparearse con vosotros, perfeccionadla y dejadla embarazada, que dará a luz una camada de inteligentes machos «blanquísimos, moteados y de salpicaduras cenicientas» (Gen. 31, 10)152.
[201] Hay que examinar ahora cuál es el poder que tiene cada una de estas criaturas. Los blanquísimos son los más resplandecientes y brillantes, pues el sufijo ‘-ísimo’153 muchas veces se añade para formar superlativos, por lo que es costumbre llamar ‘clarísimo’ y ‘evidentísimo’ a lo que está [202] muy claro y muy evidente. Quiere que las primeras criaturas que nazcan del alma fecundada por la sagrada semilla sean blanquísimas, semejantes a la luz, no a la penumbra, a una luz resplandeciente, como un brillo sin sombra que sale de los rayos del sol en un cielo despejado a mediodía. Quiere también que haya criaturas moteadas, no a la manera de una lepra impura que cambia de forma y estado, llevando una vida inestable y cambiante por una opinión insegura, sino que están cubiertas de inscripciones y marcadas con sellos diferentes pero todos auténticos, de los cuales las cualidades propias, mezcladas y unidas, crean una música armónica.
[203] El arte de bordar la consideraron algunos como una actividad tan insignificante y oscura que la dejaron para los tejedores; yo, sin embargo, me admiro no sólo ante ella misma, sino ante su inventor, sobre todo cuando dirijo la vista a las partes de la tierra, las esferas del cielo, las diferentes clases de animales y plantas y la tela completamente bordada, este mundo nuestro. Me veo obligado inmediatamente [204] a considerar al artesano que ha creado todo este trenzado como al inventor de la ciencia del bordado, y respeto a este inventor y alabo su invención y quedo atónito ante su obra; y, sin embargo, no soy capaz de ver más que una parte insignificante de ésta, y por el fragmento que ante mí aparece, si es que se me aparece, reconstruyo exactamente el todo, fiándome de la analogía. También admiro al [205] amante de la sabiduría, porque ha practicado esta arte, siendo juzgado digno de unir y tramar las múltiples y diversas disciplinas en un solo tejido. Habiendo tomado las dos primeras disciplinas de la gramática elemental: la escritura y la lectura; de la gramática superior, la práctica de los poetas y el estudio de la historia antigua; de la aritmética y la geometría, la exactitud en las disciplinas en que son necesarios la analogía y el cálculo; de la música154, el ritmo y los metros, las melodías en escalas armónicas, cromáticas, diatónicas, ya sea en gamas continuas o discontinuas; de la retórica, la invención, la expresión, la composición, la disposición, la memoria y la declamación155; de la filosofía, todas las restantes disciplinas y las demás cosas de las que se compone toda la vida del hombre: con todo esto construye una obra bien florida, combinando la erudición con el talento. Las Sagradas Escrituras llamaron al artesano [206] de este tejido Besaleel (Ex. 31, 2-5)156, cuyo nombre quiere decir ‘en la sombra de Dios’. El es el arquitecto de las imitaciones y Moisés de los modelos. Por esto uno esbozaba como sombras, mientras el otro creaba no las [207] sombras sino las naturalezas modelo de las mismas. Si también el santuario ha sido construido por el arte del bordado y el sabio es llamado bordador sólo en los oráculos de revelación, y si el bello bordado de Dios, este mundo, ha sido perfeccionado por una ciencia llena de saber, ¿cómo no va a ser el arte del bordado digna de ser reconocida como [208] instrumento de la ciencia? Toda la morada de la sabiduría contendrá su modelo sagrado, en el cielo y la tierra, de cuyos variados Lógoi el asceta elabora las ideas. Justo después de los blanquísimos, vio a los moteados, marcados por el sello del estudio157.
[209] En tercer lugar están los ‘de salpicaduras cenicientas’. Sin embargo, ¿quién no diría, pensándolo bien, que son de la misma raza que los moteados? Pero tal esfuerzo en el estudio no se debe a la diferencia entre estos animales, sino [210] más bien al camino que lleva a la perfección moral. Pues quiere que aquel que llega a esta perfección se rocíe de ceniza y agua, puesto que se dice que la tierra y el agua han sido mezcladas y modeladas por el modelador del hombre, para formar nuestro cuerpo, una obra no manual, sino de [211] una naturaleza invisible. Pues el principio de la sabiduría es no olvidarse a sí mismo y tener ante los ojos siempre los elementos de los que se está compuesto, pues así queda uno lavado del orgullo, el más odiado por Dios de los defectos. Porque ¿quién, planteándose que la ceniza y el agua son los principios de su existencia, inflándose de pretensión se alzaría hacia las alturas? Por esto ordenó el legislador [212] asperjarse con lo mencionado a los que van a sacrificar, estimando que no es digno de ofrecer un sacrificio quien antes no se conozca a sí mismo y haya comprendido la insignificancia del hombre, demostrando que de los elementos de los que está compuesto, ninguno tiene valor alguno158.
Estos tres signos, el blanquísimo, el moteado y el de [213] salpicaduras cenicientas, aparecen imperfectos en el asceta, pues él aún no es perfecto, pero en el perfecto aparecen perfectos. Examinemos esta cuestión. Cuando el sumo sacerdote [214] se disponía a llevar a cabo los rituales que prescribe la ley, el Lógos Divino determinaba que previamente se tenía que asperjar con agua y ceniza (Ex. 29, 4), para recordar su propio origen159 —pues el sabio Abraham, cuando iba a encontrarse con Dios, dijo de sí mismo que era tierra y ceniza (Gen. 18, 27)—, después, que se pusiera la túnica talar y el pectoral bordado, como lo llamó (Ex. 28, 4), imagen e imitación de los astros que brillan en el firmamento. [215] Pues, según parece, hay dos santuarios de Dios, uno es este mundo, en el que el sumo sacerdote es el primogénito de Dios, el Lógos Divino; el otro es el alma racional, de la que el sacerdote es el hombre de verdad, cuya imitación sensible es la que pronuncia las plegarias y cumple los sacrificios transmitidos por sus padres, al que ha sido impuesta la obligación de revestir la túnica, que es una imitación de todo el cielo, para que el Universo participe con el hombre en el ritual, y el hombre con el Universo160. [216] Hemos demostrado ya que el sumo sacerdote tiene dos signos, el de la ceniza y el moteado. El tercero y más perfecto, que hemos llamado ‘blanquísimo’, al punto lo estudiaremos. Cuando este mismo sumo sacerdote entra en el interior del santuario, se quita el vestido bordado y se pone otra túnica, hecha con el más fino lino161 (Lev. 16, 4). [217] Así pues, es ésta el símbolo del vigor, la inmortalidad y la luz resplandeciente. El lino fino no se desgarra, no proviene de ningún animal muerto y, cuando ha sido purificado [218] con primor, tiene un color blanquísimo y luminoso. Por estas cosas, se alude a la cuestión de que, entre los que sirven en la honradez y la pureza al Ser, no hay nadie que primero no compruebe que tiene un espíritu firme, habiendo despreciado los asuntos humanos, que, seduciéndonos, nos conducen a la destrucción y nos debilitan; que después no aspire a la inmortalidad, riéndose de cuantas cosas inventan los mortales en su vanidad, y por fin, que no sea iluminado por la luz sin sombra y reluciente de la verdad, no teniendo ninguna opinión falsa de las cosas que existen en la oscuridad.
Ciertamente el sumo sacerdote, imprimido por los tres [219] sellos mencionados, el blanquísimo, el moteado y el de salpicaduras cenicientas, tal es descrito por nosotros. El que se ocupa de la condición de la ciudad humana, cuyo nombre es José, no puede participar de los caracteres primero y tercero, sino sólo del intermedio, el moteado. Pues se dice [220] que tenía la túnica bordada (Gen. 37, 3)162, no habiéndose asperjado con las aguas lustrales, por las cuales habría reconocido su composición de cenizas y agua, no podía tocar la túnica blanquísima y resplandeciente, la virtud, sino que llevaba la vestimenta completamente cubierta de bordados de la política163, que tiene entremezclada sólo una mínima parte de verdad, y hay muchas y grandes partes de mentira, de verosimilitud de persuasión, de imágenes, por las que florecieron todos los sofistas egipcios, augures, ventrílocuos, adivinos, hábiles en engañar, intrigar y embaucar, [221] de cuyas artes insidiosas es difícil sustraerse164. Por esto, simbólicamente165 Moisés introduce el motivo de la túnica manchada de sangre (Gen. 37, 31), pues toda la vida del hombre metido en política está manchada de sangre: hace la guerra, le es declarada la guerra, y es golpeado y herido [222] por las casualidades indeseadas e imprevisibles. Investiga a continuación al hombre muy politizado, del que dependen los asuntos de la ciudad; no te dejes impresionar por los que le admiran y encontrarás que está invadido por muchas enfermedades, inmerso en numerosas calamidades, de las cuales cada una le sofoca el alma violentamente, lucha con él invisiblemente e intenta derribarla y destruirla, ya sea porque el pueblo se irrite con su gobierno o porque un [223] hombre poderoso le ofrezca oposición. La envidia es un enemigo grave y difícil de rechazar, que siempre prospera con los éxitos sonados y del que es difícil huir.
[224] ¿Por qué nos jactamos cuando nos ponemos el manto bordado de la política como si fuera una preciosa vestimenta, engañados por la hermosura de la apariencia, sin reflexionar sobre su fealdad invisible y escondida, insidiosa [225] y engañosa? Quitándonos esa túnica florida, pongámonos la sagrada, cuya tela está bordada de virtudes. Así, huyamos también de las trampas que la incapacidad, la ignorancia y la incultura nos tienden, de las cuales Labán es cofrade166. Porque el Lógos Divino nos ha purificado con las [226] abluciones dispuestas para la santificación y nos ha adornado con las inefables palabras de la verdadera filosofía, sometiéndonos a prueba, y nos ha dado la distinción, haciéndonos ilustres, esclarecidos, acusa el carácter insidioso, que ha sido incitado a la destrucción de lo dicho. Pues [227] dice el ángel: «He visto lo que te ha hecho Labán» (Gen. 31, 12), lo contrario indudablemente de los dones que yo te he concedido, lo impuro, lo innoble, lo completamente oscuro.
Pero no es necesario que se encoja de miedo aquel que tiene confianza en la alianza divina, por la que se dijo: «Yo soy el Dios que se te apareció en el lugar de Dios»167 (Gen. 31, 13). Pues el mayor orgullo para el alma es ser digna de [228] que Dios se le aparezca y hable con ella168. Y no pases por alto esto que se ha dicho, sino examina a fondo si existen dos Dioses en el Ser. Pues se dice: «Yo soy el Dios que se te apareció» y no «en mi lugar», sino «en el lugar de Dios», como si fuera otro. ¿Qué hay que decir entonces? Dios verdadero [229] hay sólo uno, pero muchos son así llamados impropiamente. Por esto también las Sagradas Escrituras en el presente caso designan al Dios verdadero por el artículo, diciendo «Yo soy el Dios», y al que se llama así impropiamente se le designa sin artículo, diciendo: «el que se te apareció en el lugar» no del Dios, sino de «un Dios»169. Está [230] llamando ‘Dios’ al más venerable de sus Lógoi170, no siendo escrupuloso con el uso de las palabras, sino teniendo claro un propósito, expresar la apariencia. Pensando en otras circunstancias, si hay algún nombre para El que Es, claramente reconoce el legislador que no hay ninguno apropiado (Ex. 6, 3), y si alguien le diera alguno, estará hablando impropiamente. Pues por naturaleza el Ser no puede [231] recibir nombre, sino que sólo Es. Testimonio de esto es el oráculo pronunciado a Moisés, que trataba de descubrir si Dios tenía un nombre: «Yo soy el que Es» (Ex. 3, 14), para que no habiendo en Dios aspectos que puedan ser comprensibles para el hombre, comprenda sin embargo su existencia171. [232] A las almas aún incorpóreas y sus servidoras es natural que El se muestre tal y como es, conversando como hace un amigo con sus amigas, pero para las almas que están encarnadas en un cuerpo172, toma la apariencia de los ángeles, no cambiando su propia naturaleza —que es inmutable— sino poniendo en las almas que ven la aparición la opinión de que su forma es otra, de manera que crean que la imagen no es una imitación, sino que aquella figura es el propio original. Es una antigua cantilena173 que la divinidad, [233] tomando la figura unas veces de un hombre, otras de otro, ronda las ciudades averiguando si hay injusticias e ilegalidades. Y quizá no sea verdad, pero se entona muy provechosa y convenientemente. Las Sagradas Escrituras, de la [234] manera más respetuosa y santa, utilizan siempre las concepciones del Ser, y al mismo tiempo, deseando vivamente instruir a aquellos cuya vida es insensata, lo han comparado con un hombre, pero con ninguno especial. Por eso le [235] han atribuido rostro, manos, pies, boca, voz, cóleras y pasiones, armas defensivas, entradas y salidas, movimientos hacia arriba y abajo y en todas las direcciones; y usando este principio en la expresión, no tienen en cuenta la verdad, sino el provecho de sus alumnos. Pues hay algunos de naturaleza [236] tan embotada, que no pueden imaginarse en absoluto a Dios sin un cuerpo174. Es imposible instruirles de otra manera que diciéndoles que Dios, como un hombre, viene y va, baja y sube y tiene voz, se irrita con los pecadores, que es en sus cóleras inexorable y tiene preparadas lanzas y espadas y cuantas armas de venganza hay contra los injustos. Pues se ha de felicitar al que pueda hacerles entrar [237] en razón gracias al temor pendido sobre sus cabezas mediante estos métodos. En suma, hay sólo estos dos caminos de toda la Ley: uno, el que se dirige hacia la verdad, por el que se establece que «Dios no es como un hombre» (Num. 23, 19), el otro es el que se dirige hacia las opiniones de los más lentos, por el que se dice «el Señor, Dios, te educará, como un hombre que educa a su hijo» (Deut. 8, 5).
[238] ¿Por qué nos asombramos de que tome la forma de ángeles, cuando también puede tomar la forma de un hombre para ayudar a los necesitados? Así, cuando dijo: «Yo soy el Dios que se te apareció en el lugar de Dios»175 (Gen. 31, 13), hay que comprender que tomó el lugar de un ángel sólo en apariencia y sin cambiar su esencia, para el provecho [239] del que aún no puede ver al verdadero Dios176. De la misma manera que los que no pueden ver el sol y ven el reflejo de Oriente y lo toman por el sol, o la aureola en torno a la luna como si fuera la propia luna, de esta manera ven algunos lá imagen de Dios, su ángel, su Lógos, como si fuera [240] Dios mismo. ¿No ves como Agar, la ‘educación general’, dice al ángel: «Tú eres el Dios que me mira» (Gen. 16, 13)?177. Pues no era capaz de ver la Causa Suprema, siendo de origen egipcio178. Ahora la mente, mejorándose, empieza a tener una visión del soberano con todas sus potencias. Por esto, Él mismo dice: «Yo soy el Dios», cuya imagen [241] has visto primero tomándola por mí, y habiendo grabado una inscripción179 muy sagrada has elevado una estela (Gen. 31, 13). La inscripción revelaba que «sólo Yo soy estable» (Ex. 17, 6), y yo he fundado la naturaleza del todo, llevando el caos y la confusión al orden y la organización, y dando una base al universo, para que sólidamente se apoye sobre mi Lógos, poderoso y gobernante.
La estela es símbolo de tres cosas, de la estabilidad, de [242] la consagración y de la inscripción. Puesto que la estabilidad y la inscripción han sido explicadas claramente, es necesario demostrar la consagración. Todo el cielo y el mundo [243] son una ofrenda a Dios, quien ha hecho esta ofrenda. Y cuantas almas ciudadanas del mundo180 y amadas por Dios se ofrecen a sí mismas, no retenidas por nada mortal, no se cansan nunca de purificarse y ofrecer en favorable sacrificio su vida incorruptible. Es un insensato aquel que levanta [244] una estela no a Dios, sino a sí mismo, pretendiendo dar estabilidad a cosas que son de naturaleza siempre vacilante y considerando dignas de inscripciones y elogios acciones llenas de vituperios y condenas, y que sería mejor no conmemorar en absoluto o directamente borrar todas las inscripciones conmemorativas181. Por esto dicen directamente [245] las Sagradas Escrituras: «No elevarás una estela en tu honor» (Deut. 16, 22), pues, en verdad, ninguna cosa humana se mantiene en pie, aunque revienten algunos con sus [246] mentiras. Pero no sólo piensan que están firmemente establecidos, sino que se consideran también dignos de honores e inscripciones conmemorativas, olvidando que sólo Él es digno de honores y es realmente estable. Desviándose y apartándose del camino que lleva a la virtud, la sensación, su esposa inseparable, les desvía aún más y les fuerza a encallar. [247] Por consiguiente, toda el alma, como una nave destrozada, es consagrada a la manera de una estela. Pues la mujer de Lot, volviéndose a mirar atrás, como dicen los oráculos, se convirtió en estatua de sal (Gen. 19, 26), y esto [248] es natural y conveniente. Pues si no se mira lo que hay delante, las cosas dignas de ser contempladas y escuchadas —y son éstas las virtudes y las acciones virtuosas—, y se mira las cosas que hay detrás y a su espalda, persiguiendo la vanagloria, la ciega riqueza, la fuerza física sin sensibilidad y la hermosura vacía de mente y cosas de este tipo, quedará como una estela sin alma que se derrumba por sí misma, pues la sal no es sólida.
[249] Así pues, el asceta, habiendo aprendido con el estudio ininterrumpido que la creación es mutable por sí misma, pero que el No-Creado es invariable e inmutable, muy apropiadamente levanta una estela a Dios y habiéndola levantado la unge. Pues dicen las Sagradas Escrituras: «Me [250] has ungido una estela» (Gen. 31, 13). Pero no pienses que la piedra fue ungida con aceite, sino que este dogma dice que Dios es el único que permanece, que es necesario entrenar y ejercitar el alma por la ciencia deportiva, no la que aumenta el volumen del cuerpo, sino la que da a la inteligencia [251] una fuerza y un poderío invencibles. Pues es amante de la lucha y el ejercicio gimnástico el que se lanza a la caza de las buenas costumbres. Así, habiéndose ejercitado justamente en un arte hermana de la medicina, el deporte, habiendo sometido a entrenamiento y disciplina todos los razonamientos sobre la virtud y la piedad, consagrará la más bella y firme ofrenda a Dios. Por esto, después de la [252] consagración de la estela, dice: «Me has hecho un voto» (ibid.). Un voto propiamente quiere decir una ofrenda, pues se dice que se hace una ofrenda a Dios, no sólo cuando se entregan las propiedades, sino cuando se entrega el que las posee a sí mismo. Pues las Sagradas Escrituras dicen: «Sagrado [253] es el que deja crecer el pelo de su cabeza» (Num. 6, 5), habiendo hecho un voto182. Si es sagrado, es muy ciertamente una ofrenda, y no debe tocar nada impuro ni contaminado. Y es garantía de lo dicho la profetisa Ana, madre [254] del profeta, cuyo nombre traducido significa ‘la gracia’183. Pues dicen las Escrituras que entregó a su hijo Samuel como ofrenda al Santuario (I Sam. 1, 28), y no es un hombre, sino un carácter inspirado y poseído por el entusiasmo divino. El nombre Samuel significa ‘el designado por Dios’184. ¿Por qué entonces, alma, obras insensatamente y te esfuerzas [255] en vanas empresas, y no te vuelves hacia el asceta, para aprender a empuñar las armas y a luchar contra las pasiones y la vanagloria? Pues aprendiendo rápidamente podrás dirigir una tropa, y no una tropa confusa, grosera e [256] irracional, sino una tropa reputada, racional y variada. Si eres el jefe de esta tropa, te compadecerás de la miserable especie humana y no cesarás de suplicar a la divinidad, y bienaventurada no descuidarás a Dios, sino que grabarás en estelas himnos sagrados, para que no sólo hables con facilidad, sino para que también cantes musicalmente las virtudes del Ser. Pues así podrás volver a tu hogar paterno, liberada de la tormenta interminable que te tenía en una lejana tierra extranjera185.