Apéndice B

¿TIENEN LOS SIMIOS UNA
TEORÍA DE LA MENTE?

Menzel inició los estudios sobre la intersubjetividad entre primates (1974) al soltar en un cercado al aire libre a un grupo de chimpancés jóvenes, en el que sólo uno de ellos sabia donde se escondían la comida y una serpiente de juguete, mientras que sus compañeros lo ignoraban. Sin embargo, estos mismos compañeros fueron perfectamente capaces de «adivinarlo» a partir del comportamiento del chimpancé que sí lo sabía. El clásico experimento de Menzel, combinado con la noción de Humphrey (1978) de los animales como «psicólogos naturales» y la teoría de la mente desarrollada por Premack y Woodruff (1978), inspiró el paradigma del sujeto conocedor frente a sujeto adivinador que aún hoy en día sigue siendo popular en los estudios de intersubjetividad en simios y niños.

La expresión «teoría de la mente» se refiere a la habilidad de reconocer los estados mentales de otros. Si por ejemplo usted y yo nos encontrásemos en una fiesta y yo creyera que nunca antes nos habíamos visto (aun cuando lo hubiéramos hecho), yo estaría elaborando una teoría sobre lo que le está pasando a usted por la cabeza. Dado que algunos científicos sostienen que esta habilidad es únicamente humana, resulta irónico que el propio concepto de la teoría de la mente tenga sus orígenes en las investigaciones con primates.

Desde entonces, ha tenido sus altibajos. Partiendo de demostraciones fallidas, hay quien ha llegado a la conclusión de que los simios carecen de teoría de la mente (por ejemplo, Tomasello, 1999; Povinelli, 2000). Aun así, resulta imposible interpretar los resultados negativos. Como suele decirse, la falta de pruebas no es prueba de que algo falte. Es posible que un experimento no funcione por razones que no tienen nada que ver con la existencia de dicha capacidad en cuestión. Por ejemplo, cuando comparamos simios con niños, uno de los problemas con los que nos topamos es que el responsable del experimento es invariablemente un humano, con lo cual son únicamente los simios los que han de enfrentarse a la barrera entre especies (De Waal, 1996).

Para los simios en cautividad, los humanos debemos parecer todopoderosos y omniscientes. Nos acercamos a los chimpancés a nuestro cargo después de que otros nos cuenten lo que les pasa (por ejemplo, cuando nos llaman por teléfono para informarnos de que hay algún herido o que se ha producido un nacimiento). Los chimpancés deben notar que con frecuencia sabemos lo que ha pasado antes de que les hayamos visto. Esto hace que la participación de humanos en experimentos del tipo de los anteriormente descritos, como un aspecto central de la investigación de la teoría de la mente, sea inherentemente inadecuada.

Hasta el momento, todo lo que han conseguido los experimentos llevados a cabo ha sido poner a prueba la teoría que sobre la mente humana tienen los simios. Debemos mejorar nuestra comprensión de la teoría que los simios tienen sobre otros simios. Cuando eliminamos al experimentador humano, los chimpancés parecen darse cuenta de que si uno de sus congéneres ha visto la comida escondida, sabe donde esta (Haré y otros, 2001). Este descubrimiento, junto con las cada vez más numerosas pruebas sobre la toma de perspectiva visual entre simios (Shillito y otros, 2005; Bráuer y otros, 2005; Haré y otros, en imprenta; Hirata, 2006), han reabierto el debate sobre la existencia de una teoría de la mente animal. En un giro inesperado de los acontecimientos (dado que el debate se centra en humanos y simios), un mono capuchino en la Universidad de Kyoto recientemente superó una serie de pruebas del mismo tipo (ver/saber) (Kuroshima y otros, 2003). Resultados positivos como éste son suficientes para poner en tela de juicio todos los resultados negativos anteriores.

La única forma de llegar al fondo de la inteligencia animal es mediante el diseño de experimentos que atrapen intelectual y emocionalmente a los animales. A los simios se les da bien resolver problemas, como por ejemplo rescatar a un bebé de un ataque, superar a un rival, evitar conflictos con un macho dominante o escabullirse con algún compañero. Existen numerosos testimonios a favor de la existencia de una teoría de la mente en la vida social de los simios, y aun cuando normalmente se trate de acontecimientos aislados (en ocasiones despreciativamente calificados de «anecdóticos»), yo creo que son extremadamente significativos. Después de todo, ha bastado con que un hombre dé un paso en la Luna para que afirmemos que ir allí entra dentro de nuestras capacidades. Si un observador experimentado y de confianza da noticia de algún incidente notable, la comunidad científica haría bien en prestar atención (De Waal, 1991). Con respecto a la posibilidad de que los simios adopten el punto de vista de otro, contamos con no pocos ejemplos. En la primera parte he contado las historias de Kuni y el pájaro y Jakie y su tía. Pondré a continuación dos ejemplos más (De Waal, 1989a).

El foso de dos metros de profundidad situado frente al viejo cercado de los bonobos en el zoo de San Diego fue drenado para su limpieza. Después de limpiarlo y de soltar a los simios, los cuidadores se dispusieron a rellenarlo de agua cuando repentinamente el macho más viejo, Kakowet, se acercó a la ventana, gritando y agitando frenéticamente los brazos, como si quisiera llamar su atención. Tras muchos años, la rutina de limpieza le resultaba ya familiar. Varios bonobos jóvenes se habían introducido en el foso seco, pero no podían salir. Los cuidadores les dieron una escalera. Todos los bonobos salieron del foso por su propio pie salvo el más pequeño, que fue rescatado por Kakowet.

Esta historia es igual que otra observación registrada en el mismo lugar una década más tarde. Para entonces, el zoo había tomado la sabia decisión de no rellenar el foso con agua, puesto que los simios no pueden nadar. Había una cadena colgando permanentemente hacia el interior del foso, y los bonobos bajaban siempre que les apetecía. Si Vernon, el macho alfa, desaparecía hacia el interior del foso, un macho más joven llamado Kalind rápidamente tiraba hacia arriba de la cadena. Kalind miraba entonces a Vernon con la boca muy abierta y un gesto travieso en la cara mientras daba palmadas contra la pared del foso. Esta expresión es el equivalente de la risa humana: Kalind se estaba riendo del jefe. En varios ocasiones, la única adulta, Loretta, se apresuró hacia el lugar de los hechos para rescatar a su compañero devolviendo la cadena al foso y vigilando hasta que Vernon hubiera salido del foso.

Ambas observaciones ejemplifican la toma de perspectiva a la que hemos hecho referencia anteriormente. Kakowet pareció darse cuenta de que llenar el foso de agua mientras los jóvenes bonobos seguían dentro no sería una buena idea, aun cuando esto no le afectase. Tanto Kalin como Loretta parecían conocer la utilidad de la cadena para alguien que se encontrara en el fondo del foso y actuaron en consecuencia, uno gastando una broma y la otra ayudando a la parte dependiente.

Personalmente estoy convencido de que los simios adoptan el punto de vista de sus congéneres, y que el origen evolutivo de esta habilidad no debe buscarse en la competitividad social, aun cuando se aplique en este ámbito (Haré y Tomasello, 2004), sino en la necesidad de cooperar. En el centro de esta toma de perspectiva se encuentra el vínculo emocional entre individuos (extendido entre los mamíferos sociales) sobre el cual la evolución (o el desarrollo) construye aún manifestaciones más complejas, incluida la evaluación del conocimiento y las intenciones de otro (De Waal, 2003).

Debido a esta posible conexión entre empatia y teoría de la mente, los bonobos son una especie crucial para el desarrollo de investigaciones futuras, dado que es posible que sean los simios más empáticos de todos (De Waal, 1997a). Comparaciones recientes de ADN muestran que humanos y bonobos compartimos un microsatélite relacionado con la socialidad que está ausente en el chimpancé (Hammock y Young, 2005). Este punto podría no bastar para decir cuál de nuestros dos parientes más próximos, si el bonobo o el chimpancé, se parece más a nuestro ancestro común, pero sin lugar a dudas nos obliga a prestar atención a los bonobos como modelos del comportamiento social humano.