CAPÍTULO V

 

La visita había sido puramente profesional. Ni un comentario, ni una palabra sobre el asunto. Alguna sonrisa nerviosa de cuando en cuando, fingida; sólo eso... Y Masen tenía que saber lo que ocurría con Virginia, porque se lo habría contado Goodman. ¿Por qué guardó silencio entonces? ¿Es que rehuía toda intimidad con la muchacha? ¿La creía culpable?

Virginia estaba mucho más tranquila. Tenía los ojos encendidos y su sonrisa era amplia y alegre.

—¿No has pensado en quién pudo ser el asesino de Laurence?—quiso saber David.

—Antes que viniera el «sheriff» no lo había considerado. Ahora... ¿Beery, quizá?

—¿Quién, si no? Todos estamos de acuerdo sobre esto. Tú, Andrew, yo... Los demás piensan del mismo modo, pero tienen miedo a dejarse llevar de sus deducciones. No quieren enredar las cosas, no les duele íntimamente. El propio Goodman tiene sus recelos, estoy seguro; pero ¿podría apresar a Beery alguna vez? Es preferible presentar un culpable a decir que escapó.

Había andado unos pasos mientras hablaba, y se volvió súbitamente para mirar a Virginia.

—¡Tenemos que encontrar a ese hombre como sea!...

Ella se sorprendió.

—¿Encontrar a Beery? ¿Dónde?

—Tu padre dijo que reclutó los mineros en Little Rock y Helena, ¿no es eso? Beery será de una de estas ciudades, al menos vivirá allí. Podemos dar con él.

—¿Y luego?

—Me conformaría con encontrarle. El resto sería fácil.

—No creo que lo fuera. ¿Qué haríamos de no hallarle?

—No lo sé... De todas formas, nada perdemos con probar. La situación es comprometida.

—¿Crees que conviene hacer eso? ¿Cuándo partirás?

El no respondió en seguida. Dejó que pasasen unos segundos, mientras Virginia se intrigaba por su silencio.

—Partiremos—dijo al cabo.

—¿Yo? ¿Qué has pensado?

Había sorpresa y duda en las palabras de la muchacha. Le parecía descabellado lo que Klein acababa de indicarle y, sin embargo, guardaba el temor de que fuera lo más acertado.

—Es perjudicial que trate de engañarte a estas alturas, Virginia. Tu vida corre peligro, un peligro inminente, que se desencadenará en cuanto el «sheriff» dé un paso más hacia adelante. Hoy ha ocurrido el desmayo y eso ha detenido los acontecimientos, pero ¿y mañana? ¿Quién detendrá al «sheriff»? Vendrá en busca tuya. Te encarcelará. ¡Sólo disponemos de esta noche! ¡Sólo esta noche!

—Pero es que...

—Todo cuanto digas lo sé. He contado con ello. Estás débil, pero no enferma. No tienes fiebre ni te ataca ningún dolor. Podemos salir de Brandon dentro de unas horas y cruzar la frontera por la mañana. En cuanto lleguemos al primer poblado, te quedarás en él. Yo continuaré el camino.

—¡Es todo esto tan precipitado!...

—No hay tiempo disponible. Sólo esta noche, recuérdalo.

Virginia se había sentado sobre el lecho. En su rostro se reflejaba toda la inquietud que le producían los planes de David. Vacilaba.

—¿No te decides? ¿Qué te preocupa?

—Iremos.

Se inclinó sobre ella para besarla.

—Así está bien... Me doy cuenta de tus reparos. Pero tienes que comprender. Lo hago por ayudarte, Virginia; sólo por eso. No tenemos otra solución. Permanecer aquí un día más puede ser fatal.

—Creo que tienes razón, David. Pero nos hacen falta algunas cosas.

—Caballos. Tengo el de Andrew y en la cuadra he visto dos más. Armas, provisiones... ¡dinero! ¿Tienes algún dinero?

—Andrew puede dejárnoslo. También podría darnos su opinión sobre el particular.

—No conviene. Nadie debe enterarse hasta que estemos lejos. Ni Andrew, ni Dora. ¿Cuánto dinero puedes reunir?

—Unos cien dólares.

—Será suficiente. Yo tengo algo también.

Fue a separarse de su lado, pero ella le retuvo de un brazo.

—¡Oh, David! ¿Lo has pensado bien? ¿Crees que debemos hacerlo?

—¿Quién lo duda? Tienes que concederme un poco de confianza. No me gusta nada verte tan asustada.

—Procuraré no estarlo en adelante.

Dos horas más tarde salieron de la casa. En realidad, Klein había invertido en los preparativos algún tiempo más del previsto, pero ello no les perjudicaba mucho. Dos caballos bien equipados, un fusil de largo alcance, una pistola Derringer...

La noche era oscura. No obstante, el viento había cesado casi por completo. También los relámpagos. Todo hacía adivinar que la tormenta caminaba hacia el Oeste. Les tranquilizó esta perspectiva.

Abandonaron el jardín sigilosamente y no subieron a sus monturas hasta atravesar la verja. Virginia dirigió una triste sonrisa a la vivienda. A oscuras, abandonada, en silencio... Dora debía dormir en el piso alto, apaciblemente, ignorante de todo. Le costaba trabajo partir. Klein tomó uno de sus brazos. La miró a los ojos.

—Es preciso.

—Sí, David... Vamos.

No cambiaron ninguna palabra más. Apenas si distinguían a varios metros de distancia, y el sonido de los cascos quebraba el silencio. Cerca, el camino se dividía en dos. Uno atravesaba el poblado y otro corría por la parte baja, bordeándole. Era este último el elegido por Klein. De pronto...

—¡Alto! ¡Deténgase!

Otro jinete había aparecido entre la oscuridad. Cuando estuvo cerca, pudieron verle mejor. Era un hombre robusto, ya mayor, con barba crecida de varios días. Se echaba hacia adelante en su montura, empuñando un pesado Colt.

—Estaba aquí precisamente para impedirles el paso.

—¿Quién es usted?

—¿No lo sabe? Llevo una placa. Mire.

—Eso es tanto como nada.

El individuo movió su arma significativamente.

—¿Y esto?... Estoy a las órdenes de Goodman. El no quiere que se vayan de Brandon.

—Bueno, siendo así...

—¡No, no!... No regresen ahora. Podrían probar de nuevo y ya no les cogeríamos, ¿no comprende? Tendrán que acompañarme. Al menos la señorita.

—¿Por qué?

—Son órdenes. Y no creo que usted quiera dejarla sola. ¡Vengan conmigo!

Klein hizo un gesto de forzada resignación. Movió su caballo para acompañar al hombre, pero antes de seguir adelante se arrojó sobre él. Fue un salto tan rápido que Virginia no tuvo tiempo de darse cuenta. Los vio caer al suelo, luchar en él, revolcándose, jadeando por el esfuerzo. Los caballos pateaban mientras tanto... No quería mirar. Escuchaba el sonido apagado de los golpes, las quejas contenidas. Después...

¡Un disparo! El eco se extendió como un anuncio de tragedia. Lo devolvió la oscuridad, lo repitió el silencio...

Un hombre quedó sobre el camino, inmóvil, tendido a uno de los lados. El otro se levantó. Vino hacia ella pesadamente. Klein. Se asió a la montura. Se empinó con trabajo...

—¡Oh, Dios mío!... ¡Esto ha comenzado mal! ¡Tengo miedo!

—Lo siento. Pero ya no es tiempo de rectificar. ¡Tenemos que seguir adelante!

 

* * *

 

Pisaron tierras de Arkansas a primeras horas de la mañana. Tierra llana, dilatada y fértil. Campos cuajados de maíz, charcas inmensas plagadas de arroz. Las viviendas de los agricultores moteaban de blanco la llanura quieta, imperturbable. Junto al río, arboleda; en el agua, troncos; y aves sobre el cielo. Palomas, perdices, patos...

Después del mediodía dieron vista a Relief. Era el primer poblado, y cortaba en dos mitades el camino de Newport. Habían pensado alcanzarlo a última hora de la tarde, con el crepúsculo. Sin embargo, el sol estaba muy alto todavía. La jornada de la mañana fue rápida, mantenida y eficaz. Un trote invariable de los caballos y una parada, sólo una, junto a las aguas del pequeño Look, para comer.

El pueblo era reducido, bastante más que Brandon. Animado y concurrido no obstante. Abundaban los madereros, hombres rudos y fornidos, desgarbados; vaqueros, comerciantes, labradores... Por las calles, estrechas y polvorientas, transitaban más carros que animales solos, cargados de semillas, de jugosos pastos, de troncos...

Se albergaron en una casa de madera. Fachada sucia e interior no muy digno tampoco. En la entrada exhibía el rótulo de «Saloon», como si en realidad lo fuera. Les agradó que las habitaciones de huéspedes, cuatro exactamente, estuvieran por entero independientes del bar. Tenían también la entrada por otro sitio.

—Muy cansada, ¿no es cierto?

Virginia, tendida, abrió los brazos, abarcando toda la anchura del lecho, un camastro más que otra cosa.

—Demasiado. ¡Hasta me siento cómoda aquí!

Rieron.

—Es lo mejor del poblado—dijo Klein—. Ya lo has oído.

—Sí, ya sé que no me puedo quejar.

Se levantó. Fue hasta David y se prendió a su cuello.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—¿No lo sabes?... Tú, descansar, mientras yo busco alguien que cuide de ti durante mi ausencia.

—¿Encontrarás esa persona?

—Aquí tiene que haberla más que en ningún otro sitio. Una mujer desocupada... Tal vez una india.

Aunque no había mucho sitio libre en la estancia para pasear, ella lo hizo despacio. Se detuvo ante la ventana, pequeña, de toscos postigos y cristales sucios.

—¿Crees que haya muerto ese hombre?

Klein dejó a un lado los utensilios de aseo que había estado preparando. Se le acercó. También, como ella, puso sus ojos en los cristales.

—Tenemos que confiar en lo contrario. Sería nuestra perdición.

—¿Dónde la heriste?

—No pude ver nada con claridad. Fue con su propio Colt... Trataba de sujetarle.

Poco más de una hora tardó en estar otra vez en la calle, rasurado, limpio, con levita y botas impecables, como si nunca hubiese salido del pueblo. El dueño del «saloon» le había proporcionado las señas de una mujer que podía ocuparse de Virginia. Una negra, vieja, fiel, muy amable, según dijo el hombre. Por las mañanas limpiaba el establecimiento.

Aceptó. El salario estaba bien. Además, a ella siempre le había seducido eso... ¡Servir a una señorita! Claro que no podía abandonar la limpieza del «saloon». No era considerado perjudicar al señor Newman, el propietario.

Klein la llevó consigo. Le pagó el primer importe. En la entrada del establecimiento le dijo qué habitación ocupaba Virginia, encaminándose a las caballerizas. Quería partir aquella misma noche, y el sol se había puesto ya.

Mientras preparaba los atalajes de su caballo oyó un ruido a sus espaldas.

—¡Ah! ¿Eres tú?... Supongo que la mujer habrá sido de tu agrado. Se llama María. ¿Te lo ha dicho?

Virginia no parecía escucharle. Se apretaba las manos nerviosamente.

—¡Hay un hombre que se llama Beery!

—¿Qué dices?

—¡Aquí, en el «saloon»! He oído cómo lo nombraban. Un individuo entró en el dormitorio, llevando agua y ropa limpia. Dejó la puerta abierta. «No cambies la del señor Beery», le dijeron desde abajo. «Ya lo ha hecho Paul.»

—¡Pero eso no es posible! ¡Beery en Relief!... Sería demasiada casualidad. Debe haber millones de Beery en el Oeste. No obstante...

La tomó de un brazo, obligándola a salir.

—Lo sabremos dentro de poco. Tú ve arriba. Espérame.

Newman estaba en el mostrador. Había más clientes que cuando Klein entró allí por primera vez. Otro individuo le ayudaba a despachar, un hombre joven, diligente, en mangas de camisa.

—¡Hola, señor Klein!—saludó el dueño—. ¿Ha encontrado a María? ¿Hicieron trato?

—Ya está arriba. Póngame algo de beber. Cerveza.

—En seguida. ¿Cómo está la señorita?

—No es de importancia.

A poco regresó, y puso ante David una enorme jarra rebosante de espuma.

—Le gustará, señor Klein. Pruébela.

—El aspecto es tentador... ¿Tiene usted un huésped llamado Beery?

—¿Farley Beery?

—No me han dicho su nombre, pero debe ser el mismo. Me aseguraron que se hospeda aquí. Es urgente que lo vea.

—¡Qué casualidad!—rió el hombre—. Beery ha dejado esta mañana la habitación que ustedes ocupan ahora. ¿No es curioso?...

Ya no había duda; al menos, de haberla, era muy remota. Farley Beery debía ser el hombre que buscaba. ¡Minero y llamado de aquella forma! Resultaría demasiado casual que se tratase de otra persona.

Klein estaba nervioso. Aquel inesperado incidente simplificaba su trabajo de forma extraordinaria, lo reducía a la mitad, menos aún. Sólo tenía que entrevistarse con él... Pero Newman dijo que había abandonado la habitación aquella mañana. ¿Es que se fue del poblado?

—¿Se fue esta mañana?

—No. Salió hace un par de horas. Iba hacia Missouri. Aquí estuvo un solo día, de paso, como la vez anterior.

—Tal vez se dirigió a Brandon.

—¿Brandon?... No sé. Dijo simplemente a Missouri.

—Ya estuvo aquí otra vez, ¿no es cierto?

—Se ha hospedado aquí dos veces; sólo eso. De todas formas, casi puedo asegurarle que él no se dedica a vender ganado como usted.

—Comprendo.

—Le pondré otra cerveza por mi cuenta.

—No, no... Ahora tengo que ver a la señorita. Pero no olvide que me la debe.

Newman sonrió.

La entrevista con Virginia fue rápida. En cuatro palabras le puso al corriente de lo que había averiguado, de la certidumbre de que Farley Beery fuera el buscado capataz. Tomó su caballo, sin llevar encima más que las armas, y emprendió al galope el camino de la frontera.

La noche era mucho más clara que la anterior, más apacible. Cantaban las ranas entre el silencio, anunciando la proximidad del verano. La luna alumbraba el camino, los sembrados. Arrancaba destellos del agua inmóvil de los arrozales.

Klein castigaba duramente a su caballo. Beery tenía dos horas por delante, pero no iría tan aprisa como él. Además, a medianoche, quizá antes, se echaría a dormir. No era demasiado difícil alcanzarlo.

Ya tomaba el firmamento alguna claridad, una claridad azulada, inquieta, fría. Vio una columna de humo a corta distancia y se detuvo de repente. Estaba cansadísimo, bañado en sudor, igual que su caballo. Tenía sed.

Observó cuidadosamente. El humo salía entre la arboleda, al lado del camino. A veces se disipaba y volvía a aparecer de nuevo. Su caballo levantaba la cabeza pidiéndole descanso y agua. Lo espoleó.

Junto a la fogata no había un hombre, sino cinco. Le miraron con curiosidad. El no se sorprendió porque ya los había visto antes de presentarse.

—¡Buenos días!

Uno de los hombres le ayudó a bajar.

—¿Por qué ha corrido tanto?

—¿Es que tenía miedo a las sombras?—inquirió otro.

—De todo ha habido—rió con trabajo Klein—. Necesito llegar pronto a Brandon.

Ya no tuvo ninguna duda de que uno de aquellos individuos era Beery. Lo adivinó en la sorpresa que no supieron disimular.

—¿Va a Brandon?... También nosotros.

Le hablaba un hombre entrado en años, bajo, rudo y fornido. Su rostro estaba cubierto de sucia palidez.

—Me llamo Beery. ¿Usted?

—Klein.

Sobre las llamas pendía un perol ennegrecido, humeante. Tres de los hombres bebían en un jarro de hojalata.

—¿Café?

—Mejor agua.

—Eso será primero. Después puede beberlo. Le sentará bien.

Tomó el agua ávidamente y luego tomó un jarro de café también.

—¿Es usted de Brandon?

—Sí, soy de allí.

—Yo no he ido más que una vez. No está mal el poblado.

—¿Hace mucho?

—Unos días. ¿Conoce usted a Leonard Dennis y a Laurence Tell? Son buenos amigos nuestros.

Klein levantó las cejas, aparentando sorpresa.

—¿No lo saben? ¡Los dos han muerto! ¡Asesinados!

Tuvo que sorprenderse de verdad cuando Beery tiró a un lado su jarro de café. Se levantó. Los demás hombres le miraban.

—¿Sabe lo que está diciendo? Hace tres días que estaban...

La sorpresa de Klein iba en aumento. Beery parecía sinceramente extrañado. También los otros. No sabía ciertamente en qué forma comportarse. La voz del minero interrumpió su embarazo:

—¿Quién los mató?

—Al viejo lo asesinó Tell.

—¿Ya Tell?

—Eso quisiera saber el «sheriff».

Beery anduvo unos pasos. Evidentemente estaba impresionado por la noticia. Apoyó una mano sobre un tronco y se puso a contemplar el camino. Se le acercó Klein.

—Comprendo lo que siente. He debido tener más tacto.

—Se equivoca... Precisamente, nosotros íbamos a Brandon para entregarlos al «sheriff». Son unos criminales. Caso que no se hiciera justicia con ellos, pensábamos tomárnosla por nuestra mano.

—Y yo he venido hasta aquí para detenerle por el asesinato de Laurence. ¡Es curioso!

Beery se volvió como un rayo.

—¿Usted? ¿Quién es usted? ¿Por qué sabía que yo...?

—¡Qué importa eso ahora!

Klein estaba desanimado, abatido por la sorpresa y el cansancio.

—Ya veo que es inocente, Beery... ¡Me he llevado un gran chasco!

—Prosiga; todo esto necesita una explicación. Conviene que unos y otros sepamos lo que ha ocurrido. Yo no he matado a Laurence Tell; pero quiero saber...

Klein ya no escuchaba las palabras del minero, porque algo mucho más importante bullía en su imaginación: que Farley no era culpable lo daba por descontado. ¿Quién entonces? ¿Tendría razón el «sheriff»? ¿Era Virginia?...

Se pasó una mano por la frente. El sudor era frío, helado. Le temblaban los labios.

—¡Virginia!...