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LA DISCUTIDA FECHA DE LA TRAICIÓN DE
NACHO VILLA
La COPE de Antonio Herrero, Luis Herrero, José María García y, hasta su muerte, Encarna Sánchez, la que va de 1992 a 1998, y que en cierto modo continuó tras la muerte de Antonio y el multimillonario fichaje de García por Onda Cero, tenía una sola diferencia con la que, cinco años después, se reorganizó conmigo en La mañana y, un año más tarde, con César Vidal en La linterna. La diferencia se llamaba Nacho Villa, mi candidato para dirigir los informativos, al que, tras ser rechazado en dos ocasiones y rechazar yo otras dos al candidato oficial, Alfonso Nasarre, finalmente aceptaron don Bernardo y Barriocanal.
No es que yo tuviera derecho de veto o algo así en la COPE, pero tenía muy claro —y Barriocanal también— que el gran problema de la COPE era la discontinuidad entre los grandes programas de opinión, La mañana y La linterna, y los boletines informativos de cada hora. Nacho presumía a menudo de que con él la COPE se había convertido realmente en «una apisonadora» y, la verdad, comparada con la etapa anterior de Apezarena, no exageraba en absoluto. Tuvo además otro efecto imprevisto: el debilitamiento de los diversos grupos o carismas católicos que competían por el control de la cadena y cuyo argumento arrojadizo era siempre el mismo: la radio de la Iglesia, la realmente católica y fiel al ideario de la COPE contra la «radio de las estrellas», que es lo que siempre fue desde que fichó a Luis del Olmo. Es decir, desde que fue algo.
Ninguna de las «estrellas» se identificó nunca con una determinada organización católica, perteneciera a ella o no. Pero todas ellas padecieron la inquina y el solapado rencor de los que pretendían rentabilizar en lo profesional, bastante mediocre, su condición confesional, ardorosamente interesada. Opus, legionarios, ACDP, neocatecumenales o «kikos», Comunión y Liberación, focolares y demás eran paradójicamente apoyados por una extrema izquierda sindical, totalmente anticristiana, pero a la que don Bernardo utilizaba maquiavélicamente para compensar el poder de los directores de los grandes programas, decisivos en la influencia social y la financiación de la casa. Don Bernardo, una vez asegurados los programas grandes, repartía los horarios informativos con menor audiencia entre distintos grupos católicos, en el mejor estilo clerical de no dar mucho pero repartir algo. El inolvidable cura abulense reinaba a gusto sobre el reino dividido, pero eso suponía un conflicto perpetuo entre informativos y grandes programas, que trajo por la calle de la amargura a García, Antonio y Luis. Por eso, en mi segunda temporada, respaldado por una gran subida de audiencia, pude conseguir que César hiciera La linterna y Nacho Villa dirigiera los informativos. Como su predecesor, José Apezarena, miembro no numerario del Opus Dei y extraído de Europa Press por Antonio Herrero, Villa era también del Opus, lo cual suponía una cierta continuidad, valor muy clerical pero ineficaz fuera de la Iglesia. Yo no sabía que Nacho era del Opus cuando lo recomendé, pero habíamos hablado el año anterior muchas veces de que lo que le faltaba a una COPE fuerte y en claro ascenso era que los informativos y los dos grandes programas de opinión fueran políticamente homogéneos, técnicamente complementarios y con una relación fluida, permanente y leal.
Debo decir que, al margen de lo que pasó en nuestro último año, Villa cumplió cabalmente la función asignada. Y ese matrimonio perfecto, aunque no eterno, de programas e informativos tuvo el efecto balsámico de diluir la disputa de los distintos grupos religiosos por la parrilla de COPE, a cuyas estrellas criticaban con intención de heredarlas y, supuestamente, evangelizar a gusto. Aunque, si he de ser sincero, nunca vi en ellos lo que suele llamarse un «comportamiento evangélico», poner la otra mejilla y demás. Lo que solían poner es mucha cara y en cuanto te descuidabas, paf, guantazo. Pero una vez quedó claro que el núcleo de la programación era inexpugnable, su belicosidad disminuyó de forma milagrosa. Cristina —Comunión y Liberación— tenía la tarde; Barriocanal —kiko— mandaba con don Bernardo; Restán —que pasó de Comunión y Liberación a kiko al mismo tiempo que Rouco cambiaba de punto de apoyo— reinaba en Religión y, luego, en los editoriales de la casa, la llamada «Línea COPE»; Manuel María Bru —focolar— sustituto de Restán cuando Coronel de Palma (Asociación Católica de Propagandistas) llegó a la presidencia de la COPE, fue amablemente anodino, untuosamente obsequioso y, digamos, convencionalmente convencional, al menos mientras no hubo dudas sobre quién decidía lo que oían los seguidores de la COPE. Los cinco primeros años míos en La mañana, especialmente los cuatro con César y Nacho, fueron los más pacíficos que ha conocido la cadena, y la razón era curiosa pero lógica: un ateo y un hereje no ocupaban puesto de católico y no favorecían, por tanto, a ningún grupo eclesial. Nacho no representaba al Opus sino a nosotros, así que reforzaba el efecto disuasorio contra conjuras clericales, de modo que los no católicos conseguimos que los católicos, por fin, se llevaran bien en la radio de su Iglesia. Milagrosa paradoja.
La identificación de Nacho Villa con César y conmigo era tan absoluta que incluso firmó con nosotros un precontrato con El Mundo por si se daba el caso de que dejáramos la COPE y llegara la radio digital, una de cuyas diez licencias nacionales tenía Unión Liberal Radio (Unedisa). La COPE tiene otra, pero siempre jugó con la SER y Onda Cero a impedir el desarrollo de esa tecnología por satélite —actualmente se emite en el vacío, porque no hay receptores que la sintonicen, metáfora tremenda— para bloquear el acceso al mercado publicitario de nuevas cadenas en igualdad de condiciones. Aunque nuestro número de postes era mucho menor que el de la SER, el sector negocios-publicidad bloqueó, con anuencia de don Bernardo, la fórmula que nos hubiera permitido competir en términos de igualdad con el monstruo de las seis cabezas, que otras tantas cadenas tenía el polanquismo. Pero siempre han preferido ser segundos o terceros de tres que intentar ser primeros de diez. Por eso se sometieron al EGM, al que los publicitarios llaman «La Prisa Nostra», en no muy sutil referencia a la mafia.
El control político de la radio en España
Este asunto tiene una enorme importancia política. La radio digital, técnicamente perfecta y captable en toda España, sin fronteras autonómicas, sigue sin desarrollarse por el interés de unos pocos en excluir a muchos. Al político de cualquier partido que esté en el poder —y siempre están los mismos partidos— no le interesa que haya más pluralidad en la radio, el medio que más influye en la opinión pública. Por si acaso las privadas, mantiene además con dinero de todos la radio pública: RNE y un centón de cadenas regionales y locales que a veces sólo emiten dos horas diarias, pero cuestan como si fueran veinticuatro y ocupan el dial y entretienen a la audiencia. Y las grandes cadenas —SER, Onda Cero, COPE, Punto Radio— siempre han preferido ser el último de pocos que trabajar para ser el primero de muchos. Ya decía el clásico que si toman café tres vendedores de alfileres, a la segunda taza habrán creado un monopolio que cierre el mercado a los competidores alfileristas. Añádase el oligopolio de los políticos —liberticidas cuanto pueden— y se entenderá por qué la competencia en la radio es menor de lo que debería. Todas las licencias, absolutamente todas, han sido concesión de un gobierno, sea central, regional o local. ¡Y aún hay radiofarsantes que protestan cuando le dan a un grupo pequeño una frecuencia! ¡Como si a ellos no les hubieran dado cientos!
Cuando un político llega a La Moncloa hereda el tinglado de la radio y televisión públicas y cuenta con el apoyo de una o dos cadenas privadas. Un partido que sale del poder, si tiene poder autonómico o municipal, siempre contará con el apoyo de alguna cadena privada para impetrar la concesión de frecuencias. Porque en todo el mundo se da la penosa circunstancia de que en la prensa de papel o Internet se puede fundar un periódico en el simple ejercicio de la libertad de expresión. En radio y televisión sólo cabe acariciar la posibilidad de que los políticos te permitan emitir en las frecuencias que te den. Y si no te dan ninguna, en ninguna. Y si te quitan las que tienes, te aguantas.
La derecha política siempre ha estado en inferioridad con respecto a la izquierda en lo que a medios de comunicación se refiere; lógico sería esperar de ella una apertura a la competencia que equilibrara el con razón llamado espectro audiovisual. Pues no. La casta política se entiende perfectamente con la casta mediática: lo que hoy te doy mañana me devuelves. Y como digo en otro capítulo, tras el cierre mafioso de Antena 3 radio o «antenicidio», la liquidación de la COPE o «copecidio» es la muestra de cómo un partido político, con el respaldo de los demás, se carga a un medio con el que tal vez se identifican sus bases electorales, pero cuya autonomía molesta a sus dirigentes. Hablo del PP, claro, pero vale para todos los partidos y más aún para las partidas nacionalistas.
El libro fantasma de Nacho Villa contra Rajoy
Nacho Villa era —con el inolvidable Carlos Semprún Maura, medio siglo expatriado en Francia y aquejado de galicismo crónico— el único articulista que precisaba una corrección de estilo de todo lo que enviaba a Libertad Digital. No es un escritor sutil. Sin embargo, tenía otras virtudes, entre ellas la fidelidad y la contundencia. Era tan fiero en los debates televisivos que, cuando el estrés le produjo una parálisis facial del lado izquierdo —tenía que ser ese— yo me preocupé en serio por él y conseguí que la COPE le pusiera —y pagara— escolta. Él no me lo había pedido, pero yo veía por los ataques de los linchadores que empezaba a ser demasiado odiado para estar desprotegido. Ni que decir tiene que me lo agradeció. Nuestra relación fue más cordial, si cabe, y así siguió hasta que en verano de 2008 escribió un libro criticando durísimamente el liderazgo de Rajoy, la defenestración de figuras como María San Gil, los ataques a la COPE y, en fin, la línea política del PP salido del congreso de Valencia.
El libro lo editó La Esfera de los Libros y se titulaba —se titula, aunque sus ejemplares hayan desaparecido— Prohibido pasar. Es un juego gráfico con las siglas PP, de esos que suelen gustar a los portadistas porque llaman la atención visualmente, aunque puedan despistar sobre el contenido. Sobre fondo azul destaca en color rojo la señal de tráfico que prohíbe el paso y las siglas del PP. Abajo, como materia del libro, un montaje fotográfico con planos de Aguirre, María San Gil, Acebes, Juan Costa y Zaplana. Bajo el «Prohibido pasar» y sobre la señal de tráfico, este subtítulo: «La historia oculta de la crisis del PP». Y en la primera página del libro, propiamente hablando, esta frase: «Tan de verdad / que parecía mentira» (Pedro Salinas, La voz a ti debida). No voy a repetir el rebautismo del libro por Juan Ramón Jiménez: «La voz a mí debida»; pero no hay una sola referencia a lo que yo había dicho y escrito en esos meses sobre el PP y la COPE que no salga del respeto sin caer en el elogio. Y coincidía plenamente con la posición crítica hacia el cambio del PP que César y yo manteníamos en la COPE, amén de en El Mundo y Libertad Digital.
La izquierda y los nacionalistas apoyaron unánimemente el viraje de Rajoy desde que este atacó, como prueba de sinceridad, a los dos medios que más lo habían apoyado: El Mundo y la COPE. O sea, que repetía lo de Gallardón, ayudado por Polanco y empeñado en liquidar la COPE. En los medios de derechas, salvo nosotros, todos se quedaron a verlas venir, salvo cuando alguno nos atizaba sin comprometer a su periódico. Fue en esas circunstancias, verano de 2008, en pleno cerco y linchamiento contra los comunicadores de la COPE, cuando Nacho Villa escribió el prólogo a Prohibido pasar en estos términos de inequívoca urgencia moral:
Cuando durante cuatro largos meses un periodista tiene el privilegio de ser testigo en primera línea de la crisis más importante que ha tenido la derecha española en veinte años, cuenta con dos posibilidades: esconderse y convertirse en una estatua de sal que ni siente ni padece ante una situación que se encuentra entre la historia, la novedad y el esperpento, o, por el contrario, ser consciente de que esa oportunidad profesional no puede quedar arrumbada en una esquina por miedo a molestar al poder establecido.
(…).
Si algún político, o alguien de su entorno, se molesta por estas líneas es que no han entendido de qué va la libertad de expresión y de opinión. Cuando la realidad es complicada y el reflejo de la realidad está lleno de crudeza, la obligación del periodista, que ha observado desde una posición de privilegio esos vaivenes, es contarlo.
Y casi al final del prólogo Villa critica así a Rajoy:
Cuando uno se siente inseguro, cuando uno se siente sin capacidad de ejercer ningún liderazgo, cuando uno percibe la falta de consistencia para dirigir un partido en tiempos de crisis, busca los enemigos fuera, y más concretamente en los medios de comunicación. Y eso, que es un error, se convierte también en una trampa. Los medios de comunicación, ni para bien ni para mal ganan o pierden elecciones. Forman parte del sistema de opinión pública en cualquier democracia moderna. Son parte del seguro de la libertad y de la convivencia de los ciudadanos. Los medios de comunicación no son buenos o malos según les convenga a los políticos. Los políticos consiguen articular un liderazgo consistente o endeble según su credibilidad, su capacidad y su fuerza. Los medios de comunicación juegan su papel, desde luego no siempre de forma adecuada, pero cuando un político, como ha hecho Mariano Rajoy durante la crisis del PP, echa la culpa a algunos medios de querer intervenir en su partido es que no controla la situación. Nunca los factores externos fabrican o destruyen un liderazgo. Primero existe ese liderazgo y luego viene todo lo demás.
Hay algo que parece vacilar en el prólogo a Prohibido pasar, firmado en septiembre: la continua referencia a la obligación fatal de informar sobre cosas que a los políticos, en este caso del PP, puedan resultarles ofensivas o, al menos, desagradables. Hay frases que, pese a su oscura y algo pedregosa redacción, iluminan bastante algunos acontecimientos posteriores:
(…) caer bien al poder —ya sea el gobierno o la oposición— es algo que un periodista no puede permitirse; una trampa en apariencia fácil pero que lo único que consigue es neutralizar al periodista y a su trabajo, además de convertirse en la gran perversión —que al final sólo es un refugio— que corrompe la relación obligada y peligrosa entre políticos y medios de comunicación.
¿Se estaba poniendo Villa la venda antes de la herida? Puede, pero es tentación demasiado grosera deducir de un pasado tan cercano lo que sucedió en un futuro tan próximo. Atengámonos a los hechos y vayamos con la cronología: el libro de Villa termina de escribirse en septiembre y salía oficialmente a finales de octubre. La presentación oficial estaba prevista para el 1 de noviembre, pero nunca llegó a hacerse. Sin embargo, sí hubo una presentación: la entrevista que yo le hice dentro de mi programa semanal en Libertad Digital Televisión. Al día siguiente, el 31 de octubre de 2008, Libertad Digital resumía así la entrevista y el argumento del libro:
Presenta su libro en La hora de Federico
Nacho Villa: «María San Gil fine utilizada por el PP como “escarmiento”»
El director de Informativos de la cadena COPE ha señalado en La hora de Federico que María San Gil fue utilizada por el PP como escarmiento y como advertencia: «Desde Génova se diseña una campaña de ataque directo en su contra». Con motivo de la publicación de su libro Prohibido pasar, Nacho Villa ha repasado la situación del PP, cuya crisis real —según ha dicho— comenzó cuando se designó a los portavoces del Congreso y el Senado: «Esa es la brecha en la que se abre la crisis del PP».
Sobre el caso María San Gil, Villa asegura que en el momento de su partida desde el PP «la utilizan como escarmiento», como una manera de decir «si hacemos esto con San Gil, figuraos lo que podemos hacer con los demás».
Para el periodista, «desde el aparato de Génova y desde la oficina de información del PP se diseña una campaña de ataque directo en la persona de María San Gil». Además, recuerda los rumores que se filtraron en aquellos días: «Que está loca, que desde el asesinato de Gregorio Ordóñez no levanta cabeza, que Mayor Oreja influye en ella, que el cáncer le ha influido, que ha matriculado a sus hijos en Madrid porque sabe que va a venir a Madrid».
Además, Villa hace un recuento de los días anteriores y posteriores a las últimas elecciones. Recuerda el asesinato de Isaías Carrasco en Mondragón, momento que para él «el PP vuelve a pisar tierra y cae en la cuenta que no va a ganar». Cree que tras la derrota y después del «adiós» de Rajoy en su discurso en Génova, el líder del PP toma sus primeras decisiones: «Da un giro y diseña un partido de barones». Villa asegura que de no haber recibido el apoyo de Camps y Arenas, «se hubiera ido porque estaba anímicamente por los suelos».
El comienzo de la crisis
Para el director de Informativos de la COPE, la verdadera crisis en el PP comienza después de la elección de los portavoces del Congreso y el Senado y así lo cuenta en su libro Prohibido pasar. Apunta que se crean «expectativas a la hora de nombrar portavoces» que Rajoy «no corresponde y no sabe corresponder. Esa es la brecha en la que se abre la crisis del PP». De hecho, recuerda los días de vacaciones que se tomó Rajoy: «Provocó una preocupación seria sobre su futuro».
Durante su entrevista con Federico Jiménez Losantos, también se refiere a la situación de Esperanza Aguirre. Reconoce que después de las elecciones, la presidenta de la Comunidad de Madrid cometió errores aunque apunta que «a su favor» está que «si no llega a hablar en el Foro ABC (el discurso del “no me resigno”) nadie habría levantado la voz en el PP. Fue la primera que tuvo valentía al hablar».
Cree Villa que lo que ocurrió con Acebes y Zaplana «es el ejemplo más claro de la forma de actuar de Rajoy. Eran sus colaboradores más cercanos. Él los había nombrado» y pese a eso, «el 10 de marzo deja de dirigirles la palabra hasta que le dicen que se van». Para el periodista, «es una forma de actuar absolutamente siniestra».
Ficción política en Valencia
Nacho Villa quiso referirse al congreso de Valencia: «Pura ficción política». Cree que «se intentó fabricar artificialmente un liderazgo de Rajoy en el partido», pero «ni se ha fortalecido ni construido» y «se confirma ahora que fue un espejismo». «Ahora los barones que apoyaron a Rajoy empiezan a bajar del tren porque se han dado cuenta de que con este tren no se ganan elecciones», apunta.
De hecho, cree que los movimientos en el seno del PP comenzarán pronto: «En enero va a haber movimientos antes de las elecciones gallegas y vascas. La fotografía de hace diez días de Aguirre y Camps no es casualidad. Es un mensaje interno». Para él, es una manera de decirle «estamos aquí otra vez y no nos escondemos».
Finalmente, habló también del alcalde de Madrid, «el gran triunfador de la crisis». «A día de hoy es el gran asesor diario cotidiano de las decisiones de Rajoy y Rajoy, creo, no oculta sus preferencias por Gallardón ante una posible sucesión en un momento de crisis». Además, cree que en el PP «hay un giro mediático. Ha dejado a la COPE de lado y han ido a comer al Grupo Prisa de forma descarada. Todas las filtraciones de la crisis tienen un destino, el diario El País y eso no es casualidad».
El capítulo clave del libro fantasma
Tampoco fue casualidad que, tras presentarlo en mi programa de LDTV, el único periódico que prestó interés al libro de Villa fue Libertad Digital, que pre-publicó su parte más sólida, dedicada a María San Gil. Y criticó, si no halagó, el mérito del autor, tarea a cargo de Víctor Gago. Este es el capítulo real de un libro que nunca existió, pero se escribió y editó, aunque luego el autor se desdijera de lo dicho. Lástima. Este capítulo es lo mejor que ha escrito Nacho y me ahorra un capítulo sobre la crisis del PP, que tanta influencia tuvo en nuestro linchamiento y en el devenir de la COPE.
María San Gil: el capítulo más negro de la crisis
Ignacio Villa
Los teletipos escupen una noticia hasta ese momento impensable: «María San Gil abandona la ponencia política por desavenencias con el contenido de ese texto». Se anuncia en un comunicado del Partido Popular vasco que San Gil abandona la ponencia «por diferencias de criterios a su juicio fundamentales».
Esto ocurre el domingo 11 de mayo por la noche; el lunes 12 termina el plazo oficial para la entrega de los textos de esas ponencias. La noticia vuelve a ser un auténtico golpetazo para el aparato del partido. Aquí no estamos hablando de cuotas de poder, de vanidades políticas o de obsesión por los cargos. En este caso la cuestión es «María». En el Partido Popular, María San Gil es «María». Es la referencia para miles de militantes, para millones de votantes. Por su trayectoria, su valentía, su claridad, su tozudez a la hora de defender la libertad y la democracia. Sólo pensar —aunque sea de lejos— lo que está pasando, y lo que puede pasar, asusta a cualquiera.
(…).
Hay una cuestión que nadie entiende. Es más, que nadie puede justificar. ¿Por qué la nueva dirección del Partido Popular estaba tan empeñada en que el claro giro político que querían dar al nuevo partido quedara reflejado en esa ponencia? ¿No eran conscientes de que los contenidos de esas ponencias congresuales habían pasado, hasta la fecha, absolutamente desapercibidos? (…). ¿Para qué tanta intransigencia de Rajoy? Sinceramente incomprensible. Sólo se puede entender entre una mezcla de engreimiento y de inexperiencia, pero en todo caso inexplicable para el sentido común. Y desde luego toda la militancia del Partido Popular piensa que lo que está pasando con María es impresentable.
La redacción de la ponencia política había sido encargada a José Manuel Soria, Alicia Sánchez-Camacho y María San Gil. Hasta ahí, todo es normal. El problema empieza cuando los tres comienzan a debatir los contenidos de ese texto, especialmente en referencia a los nacionalismos. En todo caso, los hechos se suceden con mucha rapidez en el tiempo y con una absoluta displicencia por parte del aparato de Génova. Una actitud que se traduce en frialdad, frialdad y más frialdad hacia María San Gil.
Como ya se ha contado, en la junta directiva del 31 de marzo Rajoy designa a los ponentes de los tres textos —estatutos, política y economía— que se van a debatir en el congreso. Pero en el caso de la ponencia política no tienen una primera reunión en la calle Génova hasta el 21 de abril. Es una reunión de trámite en la que los tres se reparten sin más los contenidos de la ponencia. María San Gil se encarga de la política antiterrorista y el modelo de Estado, Alicia Sánchez-Camacho de justicia y José Manuel Soria se queda con el capítulo de inmigración.
A partir de ahí comienza una larga cadena de filtraciones, de enfrentamientos y de faltas de respeto que marcan el capítulo más siniestro —con mucho— de la crisis del PP. El 24 de abril aparece una primera filtración. Sin duda interesada. Estamos hablando de lo que habitualmente se conoce como un «globo sonda». El titular del diario La Razón tiene tanta enjundia, que desde luego no es una simple elucubración: «Rajoy planteará en el congreso un acercamiento a los nacionalistas». Una información a cuatro columnas en la que se sugiere que el PP de Rajoy está empeñado en romper la imagen de soledad de la anterior legislatura y que no hace ascos a un acercamiento visual a los partidos nacionalistas, incluido el Partido Nacionalista Vasco. Esta información hace saltar chispas. María San Gil no se queda callada y pide a Rajoy una aclaración sobre el asunto. Es más, advierte que no va a aceptar ese planteamiento. A última hora del día —y de tapadillo—, la Oficina de Información del PP emite una nota en la que desmiente, de aquella manera, esa información. Una solución para salir del paso y evitar así, momentáneamente, una crisis que parece ya inevitable.
Lo cierto es que con esa filtración las cartas están encima de la mesa y todos saben a qué atenerse. El lunes 28 de abril, Soria envía un texto a San Gil en el que se recoge con pelos y señales lo filtrado días antes a La Razón. Entonces, el presidente del PP canario se multiplica por los medios de comunicación intentando aclarar que lo que allí se dice son ideas suyas, en ningún caso imposiciones de Rajoy. Las aclaraciones llegan tarde. El 29 de abril es María San Gil quien envía a los otros dos ponentes su propio texto. En él se recoge con claridad total que «los nacionalistas no buscan la derrota del terrorismo ni el fortalecimiento de España». Es en este momento —como desveló el diario El Mundo— que, a vuelta de correo electrónico y en un mensaje de móvil, Soria ironiza con San Gil. «María, he leído tu ponencia. ¡Arriba España!». Aquel mensaje —que no tiene justificación alguna— acabó con cualquier posibilidad de acuerdo. Las intenciones estaban claras, los objetivos también. Soria, cuando se conoció el contenido de ese mensaje, siempre dijo que había sido una broma, pero poca broma se puede hacer con personas como María San Gil, que se sienten acosadas, humilladas y despreciadas por toda la maquinaria nacionalista en el País Vasco. Y al igual que María, centenares de dirigentes y militantes populares vascos que viven bajo la angustia del terrorismo y bajo la presión nacionalista desde hace años.
(…).
El 6 y el 7 de mayo Rajoy y San Gil hablan por teléfono. El tono de las conversaciones va evolucionando. El presidente del PP habla con un tono conciliador y tranquilizante, pero al ver que la presidenta del PP vasco no transige, pasa al ataque y le dice que no es posible la existencia de dos documentos. Rajoy apuesta por un acuerdo y por una unidad de criterio, pero al mismo tiempo no descalifica en ningún momento las estrategias de acercamiento a los nacionalismos promovidas por Soria. El líder del PP se mantiene en la distancia, sin coger el toro por los cuernos y sin clarificar cuál es su posición. Rajoy intenta pasar de puntillas sobre una cuestión definitiva y se vuelve a equivocar; con esa actitud está provocando que María San Gil, intocable para todos los militantes del PP, esté a punto de abandonar sus cargos y su militancia activa.
Y llegó el desastre. Cuando, el 8 de mayo, José María Lassalle —jefe de Gabinete de Rajoy e ideólogo, en parte, de este cambio en el fondo del Partido Popular— telefonea a María San Gil, la suerte está echada (…). El desacuerdo es total, por lo que el 9 de mayo, a última hora de la tarde, es la propia dirigente vasca quien llama a Mariano Rajoy y le dice que abandona la ponencia política. El presidente del PP se compromete a intermediar en la redacción, pero poco más.
El domingo 11 de mayo es el día definitivo. San Gil y Lassalle, siempre telefónicamente, escenifican el total desencuentro. Llega un momento en que ya no es un problema de frases o de correcciones, sino una cuestión exclusivamente de fondo. María San Gil es consciente de que lo que están discutiendo es algo más que un párrafo o una coma. Está asistiendo, en primera línea y en primera persona, a la transformación estratégica y quizá ideológica de capítulos esenciales de la forma de hacer política desde siempre en el Partido Popular. San Gil es una referencia para todos en el partido; detrás de ella hay muchos militantes del PP dentro y fuera del País Vasco, pero también nombres que están en el recuerdo de todos, que han muerto asesinados por la banda terrorista ETA y que no aceptarían nunca esa «simpatía repentina» hacia el nacionalismo y su entorno que ahora quieren imponer a golpe de ponencia.
(…).
Cuando el lunes 12 de mayo comienza a ser conocido por todos el abandono de María San Gil, la convulsión es total. Indescriptible. Desde la calle Génova, desde su Oficina de Información, comienzan a jugar a las filtraciones con una actitud tan deleznable que ni los más cercanos a Rajoy dan crédito. En este sentido se estrenan diciendo que nadie entiende la actitud de San Gil; que el texto definitivo había aceptado todas las enmiendas y propuestas por ella realizadas; que en esta decisión hay gato encerrado y que desde luego detrás de San Gil está Jaime Mayor Oreja. Es tal el estupor que provoca la marcha de San Gil, que el aparato de Génova deberá ir elaborando a toda prisa teorías, doctrinas, justificaciones que expliquen lo ocurrido. Pero el remedio es mucho peor que la enfermedad. El adiós de María San Gil es un desastre para el PP, y las mentiras que difunden sobre ella después lo dicen todo. «Si sobre María son capaces de hacer esto, qué no harán sobre los demás», comentan muchos dirigentes indignados con lo que está pasando.
En aquella mañana de estupor, la primera en salir a la palestra es Esperanza Aguirre. La presidenta de la Comunidad de Madrid, claramente afectada por la historia, pide a Mariano Rajoy que «reflexione sobre lo que está pasando (…). María San Gil no es una persona que tome esta decisión de manera frívola, todo lo contrario, y si ha discrepado y ha decidido no firmar la ponencia es que tiene sus razones». Y Aguirre vuelve a recordar a Rajoy que María San Gil es «un referente moral para todos». Con Aguirre se escuchan más apoyos. Ángel Acebes o el vasco Antonio Basagoiti son algunos de los que no ofrecen duda en el apoyo a la presidenta del PP Vasco. Incluso el propio Basagoiti pide a Rajoy que «recapacite» sobre lo que está pasando.
En esta cadena de reacciones de este primer día hay una que irrumpe con especial fuerza. Es la concejala del Ayuntamiento de Madrid Ana Botella, quien sin rodeos dice: «Yo estoy con María San Gil (…). Es una persona que defiende, sin duda, los intereses del partido». Detrás de esta contundencia, muchos quieren ver, muchos escuchan a José María Aznar. Todo el mundo sabe que el presidente de honor del partido tiene una relación excelente con San Gil, a quien siempre ha valorado y apoyado en su trabajo político. Las palabras de Ana Botella son de nuevo la señal inequívoca de que la crisis del PP parece no tener final. En estas horas posteriores al anuncio se van conociendo muchos detalles de una historia que hasta ese momento había pasado desapercibida para la mayoría. Muchos detalles, algunos ya descritos antes y otros que no dejan de ser escalofriantes. Uno de esos ejemplos son los párrafos que el propio Lassalle quería imponer a María San Gil. En algunos de ellos se querían dulcificar las negociaciones —a escondidas— de Carod Rovira con ETA en Perpiñán, o por ejemplo la reducción a un simple pacto parlamentario del aberrante Pacto del Tinell, que supuso en la anterior legislatura un acuerdo por escrito de una verdadera persecución política contra el Partido Popular. Eran detalles que no hacían más que complicar la ya cruda realidad de la crisis. Hasta diez artículos decisivos pretendía cambiar José María Lassalle, artículos básicos en la historia de los populares y que este «recién llegado», como le calificaban ya muchos de puertas adentro, tenía intención de laminar. En el PP surge una sensación de incredulidad y de indignación que no se conocía desde la refundación del congreso de Sevilla. «Yo no estoy en el PP por el cambio climático. Aquí hay un problema de suicidio colectivo», se escucha decir. Y desde luego más claridad no se puede pedir.
El huracán está en marcha y no hay quien lo pare. El martes 13 de mayo irrumpe desde Bruselas Jaime Mayor Oreja. Su defensa absoluta de María San Gil no ofrece dudas: «La literalidad de una ponencia no es el test. Para mí, es la verdad de las personas. Y estoy convencido de que María San Gil ha podido ver que había una idea sustancial de cambiar claramente su posición (…). Espero que no entremos en el PP en la carrera de quién miente mejor (…). Lo importante es saber quién dice la verdad. María San Gil no se va a inventar una posición, es incapaz de hacerlo». Además, el líder del PP en Europa lanza una clara advertencia sobre el peligro evidente que tenían los populares de caer en un congreso de división y de enfrentamientos como fueron los que él vivió en la UCD. Palabras muy duras de Jaime Mayor Oreja que son contestadas en primera persona por el presidente del PP. Mariano Rajoy, desde los pasillos del Congreso, advierte de manera informal que ha aconsejado a los suyos que no hablen y que no se metan en líos: «Estoy bien y con responsabilidad, la única forma de actuar en estos momentos. Y punto». Lo cierto es que un acto en Vitoria que estaba previsto para el jueves con la participación de San Gil y de Rajoy es suspendido. La tensión así lo aconseja.
Desde la calle Génova se intenta amortiguar el choque de la mejor manera posible, pero con un desacierto tangible. Esta misma mañana, en distintas entrevistas televisivas y radiofónicas, Esteban González Pons y Jorge Moragas repiten lo mismo. Las palabras de González Pons son especialmente pomposas y no muy afortunadas, como él mismo ha reconocido. De aquel día son esas afirmaciones que colorean el drama: «María somos todos. María es de todos. María es un símbolo, no sólo moral sino político. Donde esté María allí tiene que estar el Partido Popular». En fin, declaraciones directamente desautorizadas con el paso de los días con la actitud de Rajoy, que incluso en el congreso nacional de Valencia fue incapaz de citar, de mencionar, de saludar a la gran ausente: María San Gil.
Mientras, aquella mañana el ridículo y la paranoia habían aterrizado en la sala de prensa de la calle Génova. Ese martes estaba prevista la presentación del texto de la ponencia política, y así lo hacen José Manuel Soria y Alicia Sánchez-Camacho. Balbuceantes, indecisos, poco concretos, evasivos. Todo menos convincentes. Los dos ante una concurrencia inusitada, lanzan balones fuera, pero con tan poca credibilidad que los resultados son nefastos. Pretenden hacer creer a los presentes que María San Gil acepta la totalidad del texto de la ponencia y que además el PP en ningún momento se ha planteado cambiar la orientación ideológica de sus principios. Afirmaciones que se las lleva el viento cuando de nuevo son preguntados y repreguntados: «Entonces, ¿cuáles son las razones de la ausencia de María San Gil?». La respuesta no existe y el esperpento no puede ser mayor.
(…).
El miércoles 14 de mayo España amanece con el terrorismo etarra en portada. La banda terrorista ETA ha intentado provocar una masacre en la localidad alavesa de Legutiano. Ha asesinado a Juan Manuel Piñuel, un guardia civil destinado en la casa cuartel, que es absolutamente destruida; es un atentado terrorista diseñado para ser una auténtica masacre. En el PP vasco la reacción es, como tantas otras veces, de condena al terrorismo etarra y a todo su entramado. El atentado certifica que la banda terrorista, como había denunciado el PP durante meses, ha utilizado la tregua de la negociación política con Zapatero para reorganizarse con mayor capacidad operativa. Los hechos así lo demuestran.
De todas formas, la crisis del PP no para. Ese miércoles está anunciada una comparecencia de María San Gil en San Sebastián. En ella, San Gil, sin pelos en la lengua, se despacha con claridad. La presidenta del PP se da entonces cuarenta días para recuperar la confianza en Mariano Rajoy. Se siente engañada y burlada, y eso no lo va a consentir. Si no se rectifica, María San Gil abandonará la presidencia del PP vasco. Con el titular encima de la mesa, San Gil va desbrozando muchas de las presiones que ha tenido que aguantar, de forma incomprensible, durante las últimas semanas. Para empezar, habla de Lassalle:
«Si la persona que Mariano Rajoy me pone como interlocutor me discute hasta el concepto de nación, pues me preocupo (…). Empezó una lucha de titanes. Discutía y rebatía el análisis político del momento en que vivimos, y discutía y rebatía la necesidad de plasmar de una forma clara y evidente cómo tiene que ser la propuesta de proyecto de esa gran España de ciudadanos libres e iguales».
Añade San Gil que Lassalle, hasta el último momento, intenta cambiar la redacción:
«Se dio una lucha por intentar modificarme, cambiarme o suprimir algunos artículos (…). Se me intenta imponer una nueva redacción, y a la vista de que no lo consiguen porque yo soy muy tenaz, muy tozuda, a regañadientes y de mala manera se admite al final el texto».
Y también tiene unas palabras para Mariano Rajoy:
«Les confieso que yo le tengo un enorme afecto a Mariano Rajoy, le tengo un enorme afecto personal, pero sí es verdad que hay determinadas decisiones y actuaciones que a mí me sorprenden. No es una quiebra en lo personal, pero sí es una incertidumbre con el proyecto político y con la forma de defenderlo (…). Nosotros tendríamos que estar haciendo una oposición muy firme, no replanteándonos principios, valores o cambios de estrategia».
Como se ve, en esa comparecencia ante los medios de comunicación María San Gil habla con absoluta nitidez, como tantas otras veces. También habla de su futuro:
«El PP para mí es mi casa, y en este partido nos hemos dejado la piel, y nos hemos dejado muchos compañeros. El partido no se puede romper, pero tampoco se pueden asumir determinados cauces políticos que aquí no apoyamos. Yo no desafío a nadie, ni me retiro. Lo único que digo es que si no me siento cómoda, entonces me retiro y no me presento».
Después de esta rueda de prensa, ya no le quedan dudas a nadie. La crisis es irreversible. La marcha de María San Gil, inevitable. Y la incapacidad de Rajoy para solucionar la papeleta, absoluta.
(…).
Lo cierto es que la herida de San Gil no está cerrada y tardará mucho en cicatrizar. Eso es evidente en el PP vasco, pero lo es más todavía en la calle Génova. Todos los responsables de este triste capítulo, de esta dramática historia, han quedado sin duda señalados por mucho tiempo. No se pueden hacer peor las cosas. No se puede actuar con más crueldad. No se puede acumular tanta torpeza. No se puede dilapidar en tan poco tiempo tanto capital humano cuidado y mimado durante décadas. La marcha de San Gil —oficializada ya en el mes de septiembre— y también la de José Antonio Ortega Lara han hecho de la crisis del PP una crisis siniestra en lo político y en lo humano. Y eso que Mariano Rajoy había pretendido que María San Gil fuera su gran fichaje en Madrid para las generales. ¡Cómo cambian las cosas cuando alguien como San Gil sencillamente defiende principios y sólo principios!
Este capítulo del libro de Villa se publicó el 31 de octubre, aunque era para el fin de semana de Todos los Santos (la Noche de Ánimas, dirá alguno). Y el 14 de diciembre se publicaba la crítica del libro como tal, a cargo de uno de nuestras mejores firmas: Víctor Gago. Pues bien, para entonces, Villa ya se había pasado al enemigo. Ni Víctor ni yo sabíamos nada, y mejor así, porque podríamos haber caído en una valoración negativa rencorosa. El caso es que Dieter me había advertido de un chaqueteo, por no decir traición, de Nacho, pero como no lo había visto en su tertulia y debió de pillarme durmiendo, no le hice caso. O sí, pero lo olvidé. Poco cuesta menos que olvidar la traición de alguien en cuya lealtad crees.
Pero vayamos a la crítica del libro, en rigor un verdadero ensayo, de Víctor Gago:
Villa y los villanos
Víctor Gago
Recuento de vilezas de villanos palurdos y relato de supervivencia de pícaros sin gracia, la crisis del PP —¿Qué crisis? Holocausto caníbal de los de bufet libre para amantes del todo incluido—, contada por Ignacio Villa, resulta un apunte del natural, brioso como un Turner y afilado como un Goya, del paisaje físico y moral, tirando a cenagoso, de la casta política española.
En lo físico, el clima luce irrespirable en la prolija descripción de los episodios de vesania, traición, vanidad y cainismo que traman una crónica de la que bien podría predicarse que parece secuela de una novela de Mario Puzo sobre los Borgia, si no fuera porque Villa remite constantemente al lector a los boletines horarios de la COPE, que son el mejor purgante contra el atracón de imaginación que rebosan los de la SER.
(…).
En lo moral, el paisaje de este libro admite sin dificultad la analogía con el estercolero. Como foto de la humeante colina negra de la derecha española, el reportaje de Villa sobre la corrupción del PP a manos de su panda dirigente es de un naturalismo que roza la morosidad escabrosa y gore, en algunos de sus capítulos más luctuosos. El dedicado al episodio de María San Gil en la crisis, y el asesinato de imagen perpetrado contra ella desde la dirección del PP, provoca una mezcla de escalofrío y asco. La purga de la presidenta del PP vasco, por ser la primera en denunciar señales de la reinvención ideológica del neo-PP como exponente del «liberalismo social» (en radiante oxímoron de Soraya Sáenz de Santamaría), es algo más que una anécdota siniestra dentro de la tradición esencialmente siniestra de canibalismo entre conmilitones, de la que no se libra ningún partido. Lo singular en el caso San Gil es su valor como nueva frontera de lo que puede hacerse para eliminar al adversario con cierta eficacia instantánea.
Como señala Villa en su crónica, es como si María San Gil no hubiese existido jamás en la historia del PP; una historia, en el País Vasco, hecha de resistencia al asesinato, la tortura y la opresión. No sólo intentaron utilizarla para legitimar el apaño con los nacionalistas en la ponencia política del congreso de Valencia; no sólo la emprendieron contra ella a salivazos y detritus sobre su vida personal, al más puro estilo de los escarmientos de la Stasi contra actores y científicos disidentes tildados oficialmente de locos; no contento con vejarla hasta extremos inauditos a través de filtraciones ponzoñosas al diario El País y la cadena SER, Mariano Rajoy decretó que María San Gil no había tenido lugar, como aquella metáfora del encubrimiento acuñada por Baudrillard a propósito de la primera Guerra del Golfo.
(…).
Como crónica pegada a los hechos y, sobre todo, al reflejo de los hechos en los documentos periodísticos de los cuatro meses que van del 7 de marzo, fecha del asesinato por ETA del ex concejal socialista Isaías Carrasco, al 23 de julio, en que Rajoy se entrevista con Rodríguez Zapatero en La Moncloa para inaugurar un nuevo clima de colaboración y entendimiento con el PSOE y el gobierno, Prohibido pasar funciona elocuentemente como teatro de la verdadera conciencia del rey Rajoy. Otra cosa es que el público quiera darse cuenta de su propia responsabilidad en el terrible espectáculo. Porque signos de impostura hubo, y tronaron, bastante antes de las elecciones generales de marzo de 2008.
La crisis del PP no se gesta durante las misteriosas vacaciones de Mariano Rajoy en Méjico, después de las generales. Mariano Rajoy se volatiliza en Méjico, y el PP moralmente claro, garantía en los asuntos importantes, de actitudes ganadoras, partidario de la libertad individual, la no injerencia en las costumbres de la gente, la unidad nacional, la igualdad ante la ley, la guerra contra el terrorismo, el fiel aliado de los aliados de España, la bestia negra de la hiperlegitimidad progreril, el PP de toda la vida ya no regresará. Aquel PP se pierde en algún punto del sumidero de las Bermudas, entre Veracruz, que es una costa propicia a las fiebres —como enseñan los personajes de Sergio Pitol—, Haití —algo así como el Asador Donostiarra del vudú— y el roaming de América Móvil, el operador de Carlos Slim al que se enganchan los celulares españoles cuando aterrizan en un aeropuerto mejicano.
(…).
Los estercoleros no sedimentan en un día ni en cuatro meses; y los del tamaño de la corrupción que habita en el número 13 de la calle Génova necesitan años para acumular tanta ruina; cuatro, por lo menos, si no más. Esa es una de las objeciones más serias que cabe oponer a este libro, por lo demás lo bastante rico en datos, juicioso en la selección de lo significativo y fiel a los hechos y las voces protagonistas como para resultar la referencia más completa de la crisis de la derecha en su fase de catarsis pública. Pero es también un retrato sin raíces, que son más profundas que el PP de Rajoy; son culturales e históricas, y tocan también la responsabilidad de los intelectuales, periodistas incluidos, en el consenso colectivista y la hiperlegitimidad de la izquierda que se han impuesto a la sociedad española como punto de partida en todo debate sobre cómo debe ser una sociedad de hombres libres. Así, por ejemplo, no es cierto, contrariamente a lo que sostiene el autor en este libro, que la COPE haya sido, durante la crisis del PP, una voz coherentemente independiente y crítica con la transformación de aquel en un partido más del consenso colectivista. No toda la COPE ha compartido el mismo análisis y defendido los mismos principios en esta crisis, el autor lo sabe, y debería haberlo expuesto con honestidad, si quería meterse en ese jardín.
La crisis del PP no es más que una parte de la crisis de la derecha, que es lo que hay que explicar. Al fin y al cabo, si por algo se caracterizan las sociedades heridas de muerte es porque, en ellas, el comportamiento de las élites no difiere en mucho del comportamiento del común de los mortales. Con todo, lo que cuenta este libro es mucho más verdadero y valioso que lo que calla. Los pájaros disparan contra las escopetas con la mayor puntería, los brutos enseñan civismo a los filósofos y las brujas de Macbeth convierten lo blanco en negro, la verdad en mentira, y a María San Gil en una leyenda urbana más, la loca del barrio, el fantasma de la curva de la carretera comarcal. La parada de medianías insanas y frikies abusones no cesa, de la primera a la última página. Su mercancía no es la conjetura, sino el periodismo, es decir, los hechos, los datos y la construcción de un sentido con estos humildes mimbres. La abnegada empresa de seleccionar lo que importa, de entre toda la morralla de lo que sobra, y de explicar lo poco que tiene sentido, entre la montaña de lo que es simplemente absurdo. La vieja adicción de la verdad, que el autor calma con acarreo prolijo de datos, la definición pormenorizada de cada ambiente, los testimonios meticulosamente contextualizados, los documentos y declaraciones públicas rigurosamente extractados.
Un libro útil para conocer y recordar. Para quien se anime, además, es un indispensable punto de partida para emprender un esfuerzo distinto, tal vez más ambicioso, de comprensión sobre el origen de la maldición de la derecha liberal en España.
Pero en el poco tiempo que medió entre la crítica de Víctor Gago y su publicación, Villa cambió de bando. Y lo mostró en la tertulia de Dieter Brandau en un áspero debate con Cayetano González, hombre del Opus como Nacho, antiguo jefe de prensa de Jaime Mayor Oreja en Interior y colaborador habitual de la COPE y Libertad Digital TV. Esta es la transcripción literal:
Ignacio Villa: Creo que no nos ajustamos a la realidad si nos quedamos simplemente en eso. Es verdad que los primeros cuatro años de Zapatero fueron demoledores para la lucha contra el terrorismo, ha sido un retroceso histórico muy difícil de remontar. No creo, ni pienso que se haya remontado, para nada, pero junto a eso tampoco podemos olvidarnos que ha habido una serie de operaciones antiterroristas de gran envergadura.
Cayetano González: Como decía Mario Onaindía: «Menos mal que en la lucha antiterrorista nos queda la Guardia Civil». Es que si no tuviéramos a la Guardia Civil…
Ignacio Villa: Ese punto hay que decir, bueno, yo al menos desde el punto de vista del análisis digo, bueno, ¿cómo encajo esto en la nueva situación? Porque hay que encajarlo. Intelectualmente no se sostiene el discurso político de la primera legislatura, no se sostiene. Ha cambiado, no digo para bien, pero ha cambiado. Es decir, no vale decir Zapatero es malo, malo, malo. Zapatero es malo pero, ojo, que ha hecho una serie de cosas que cuando menos hay que colocarlos en el puzle y bueno, ¿qué quiere decir este señor cuando está haciendo esto que nunca lo había hecho?
(…).
Ignacio Villa: Yo quiero terminar el planteamiento que estaba haciendo porque si no se queda incompleto. Es decir, yo creo que el discurso de crítica, al menos que yo he mantenido durante los primeros cuatro años de Zapatero, tal cual, no se puede mantener, es decir, Zapatero ahora mismo no está negociando, Zapatero ahora mismo…
Cayetano González: ¿Estás seguro de esa afirmación que acabas de hacer?
Ignacio Villa: Déjame que termine. Zapatero no tiene en marcha, cambio de expresión, no tiene en marcha, a día de hoy, un proceso de negociación. Al menos no lo parece, no digo que no lo piense hacer. Junto a eso, se han desarrollado una serie de operaciones antiterroristas de envergadura. Creo que han alardeado de ello demasiado porque se está viendo que tampoco la repercusión directa en los ataques terroristas sigue siendo absolutamente lo mismo. Pero donde está la trampa y ahí quería llegar es en la ausencia de discurso político, es decir, Zapatero ha puesto en marcha una serie de resortes en la lucha contra el terrorismo, pero no tiene discurso político que respalde esa lucha contra el terrorismo. A mí, la imagen de hoy en Azpeitia de Rajoy y Zapatero juntos no la tengo por qué criticar pero, ojo, me parece poca cosa, es decir, me puede parece bien pero hay una línea roja que no ha traspasado Zapatero y que es la prueba y es sacar a la franquicia de ETA-Batasuna de los ayuntamientos.
Cayetano González: No estoy de acuerdo, Nacho, en que hay una nueva situación. No la hay. ETA sigue matando y el gobierno, yo desde luego, no me fio para nada de que tampoco busque la derrota de ETA. Yo creo que Zapatero está esperando un escenario distinto al actual, porque no es tonto, puede ser malo, pero no es tonto. Está esperando a después de las elecciones vascas. No es lo mismo que haya un lehendakari socialista que no en Ajuria Enea y, si puede, yo no tengo ninguna duda porque esa es su cultura, es decir, él no cree en la derrota de ETA.
Ignacio Villa: Es compatible lo que estamos diciendo, ¿eh?
Cayetano González: Por supuesto. Por lo tanto, yo sí puedo criticar, yo critico lo que está haciendo ahora Zapatero porque hay dos pruebas, no una, hay dos pruebas del nueve. Una, hoy sigue siendo alcalde de Azpeitia el personaje este…
(…).
Cayetano González: La otra prueba es: ¿por qué el gobierno y el PSOE no derogan la resolución del Congreso de los Diputados del 2005 por el que autorizaba a negociar con ETA? ¿Por qué se resiste a decirle a ETA que no va a haber más negociación? En sede parlamentaria, ¿eh?
Ignacio Villa: Cayetano, vamos a ver. Yo suscribo todo lo que dices, lo que ocurre es que no parece, no lo digo por lo que has dicho, sino mi planteamiento global, que me parece una crítica muy pobre decir Zapatero es malo y sigue siendo malo. No, no, es malo y sigue siendo malo, pero es muy listo y está haciendo, está ejecutando una serie de cambios, ficticios unos, tramposos otros, pero la realidad es que hay cosas que están cambiando que creo que hay que analizar. Mantener el discurso que hemos mantenido durante cuatro años, creo que ese discurso que debe seguir siendo crítico, hay que actualizarlo, hay que actualizarlo. No me vale seguir diciendo ahora lo que decíamos hace tres años porque las circunstancias han cambiado.
Probablemente, lo que más había cambiado era Ignacio Villa. O, al menos, al que más se le notó en los meses posteriores. Los espeleólogos de la liquidación de la COPE suelen citar el mes de febrero, en Toledo, junto a Cañizares y Coronel de Palma, como el momento en que Villa se alinea públicamente con los que ya preparaban el horno para servirnos en bandeja al PP que en Prohibido pasar ponía Nacho a caer de un burro. Sin embargo, la panoplia justificatoria y, sobre todo, el argumento de que hay que cambiar, que para eso ha ganado Zapatero, estaba ya clarísimo en esa discusión con Cayetano González. Podríamos decir que la lealtad de Nacho al proyecto común no llegó a comerse los turrones. O que los Reyes Magos de la COPE le trajeron nada menos que la dirección de La mañana, el juguete soñado. En todo caso, en las Pascuas naufragó nuestra unión, hasta entonces inquebrantable. Y las consecuencias no se hicieron esperar.