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En otras circunstancias, esta cena hubiese sido la mejor que he tenido nunca. Disfrutar de una velada en compañía de esta chica preciosa, divertida, sincera e interesante, es un regalo difícil de olvidar. Pero desgraciadamente, está siendo la peor noche de mi vida. He estado a punto de echar mano del plan B en varias ocasiones mientras jugueteaba con el móvil en el bolsillo de mi pantalón, pero algo me lo ha impedido. Quizás el que me encuentro demasiado a gusto con ella, y que siento que esta mujer me ha calado más de lo que imagino. Motivos suficientes para huir de aquí como a quién le persigue el demonio, porque esta no es una cita normal, esta no es mi cita. Mejor dicho, yo no soy su cita.
Incómodo y con la conciencia comiéndome por dentro, he intentado ser amable pero marcando la distancias. En ocasiones mi cara agria la ha desconcertado, lo sé porque me ha mirado con el ceño fruncido, quizás preguntándose con qué clase de pirado está cenando. Debe pensar que soy cuanto menos bipolar. Me preocupa que se sienta mal por mi culpa, cuando yo soy un impostor que la está engañando a cara descubierta.
Me convenzo de que lo mejor es acabar de cenar y poner una excusa para finalizar el encuentro sin que nadie salga herido. Con un poco de suerte, nuestros caminos jamás volverán a cruzarse y cada uno podrá seguir su vida sin dejar cadáveres por el camino. Me odio a mí mismo, porque estoy perdiendo la oportunidad de conocer a esta chica que me vuelve loco cuando sonríe y que siento, puede verme el alma cuando me mira. ¡Maldita sea!
Llegamos al postre entre confidencias; es la primera vez que abro la puerta de mi vida a una persona de este modo. Para mi sorpresa, no le interesan aspectos superficiales y superfluos sobre mí. Sin poder ofrecer resistencia, hablamos de nuestra infancia, de la familia, de relaciones pasadas, de nuestros gustos y nuestras fobias y disfrutamos del mejor pastel de chocolate del mundo entre risas y miradas cómplices. Algo muy malo he debido hacer en otra vida, para que el destino me esté poniendo a prueba de esta manera tan cruel.
Tras el postre llega el café y tras él, el chupito de rigor, con el que ella hace un brindis que me hace sentir miserable como nunca lo he sido.
—Por los otros trescientos sesenta y cuatro días, porque nos quieran siempre.
Bebemos y se me revuelve el estómago al pensar el daño que puedo causarle a Sara si llega a enterarse de esta mentira. Me disculpo bajo la excusa de necesitar ir al baño y una vez allí, me desespero y me enfado conmigo mismo. El haber aceptado participar en esta patraña me va a costar un precio muy alto. Deseo a esta mujer como a nadie en mi vida, y quizás no solo mi cuerpo desea el suyo; quizás ha derribado a cañonazos la coraza que envolvía mi corazón y ahora me encuentro indefenso ante sus encantos. Me lavo la cara y miro el reflejo que se dibuja frente a mí. Rubén, sé sensato y aléjate de ella, por su bien, aléjate antes de que sea demasiado tarde.