Asociales, criminales y
tuberculosos
«EL EXTERMINIO DE LA VIDA ASOCIAL»
En los debates en torno a la ley de muerte
asistida también participó Reinhard Heydrich en 1940. En su
opinión, no existía ninguna diferencia fundamental entre las
personas con enfermedades psíquicas crónicas y aquellas que
presentaban conductas asociales y permanentemente inconformistas.
Así, el proyecto de ley llevó durante un tiempo el título
provisional de «Sobre la muerte asistida para personas demasiado
débiles para vivir y ajenas a la comunidad». Como confirmó
posteriormente Hans Hefelmann, que también participó en las
discusiones, Heydrich quería «salirse del marco de afectados
originalmente definido».341
No pudo imponer su criterio, al menos no por la vía directa.
Desde el principio, el programa de la Acción
T4 también tenía previsto asesinar a pacientes en situación de
internamiento preventivo, es decir, personas condenadas por
delincuencia pero que habían sido hospitalizadas en centros
psiquiátricos debido a una incapacidad mental total o parcial.
Estos enfermos eran alojados en sólidos edificios especialmente
asegurados o en las llamadas casas de custodia. A este respecto, el
médico Irmfried Eberl escribió lo siguiente en su comentario al
proyecto de ley de eutanasia: «Además, esta ley se aplica, por
supuesto, a todos los criminales que requieran internamiento en
establecimientos psiquiátricos».342
Lo único que faltaba era codificar la práctica ya existente.
En su primera versión, los pliegos de
inscripción de la Acción T4 ya incluían las preguntas «¿En custodia
como enfermo mental criminal?» y «¿Delitos?». Como ocurriría algo
más tarde con los pacientes judíos, los criminales fueron
asesinados prácticamente sin excepciones, es decir, sin seguir
ningún criterio especial o a partir de dictámenes a primera vista.
Una doctora anotó lo siguiente durante el traslado de una gran
cantidad de enfermos desde el establecimiento de Bedburg-Hau, en
Renania, al principio de la guerra: «Poco después de la evacuación
ya corría el rumor de que la mayor parte de los enfermos de Bedburg
enviados a Alemania central ya no vivía. En concreto, de los
alojados en la casa de custodia solamente quedaba vivo un herido de
guerra (oficial con lesiones cerebrales)».343 Para comprender mejor la tragedia de estos
asesinatos, cabe señalar que sobre todo los jueces políticamente
disconformes admitían la capacidad mental limitada como
circunstancia atenuante para librar de lo peor a algunos
acusados.
Es cierto que, al principio, los dirigentes
políticos, funcionarios y empleados de la Acción T4 no incluyeron
en la ley de eutanasia a los asociales, a los que llamaban «ajenos
a la comunidad». Sin embargo, en los años siguientes, los límites
que definían los criterios utilizados para distinguir entre
personas psíquicamente enfermas, asociales, laboralmente incapaces
y criminales se fueron ignorando cada vez con más frecuencia. Así
lo indican las pautas establecidas en 1941 por la T4 para los
expertos. En ellas se puede leer: «Eliminación de todos aquellos
que no sean capaces de desempeñar un trabajo productivo también en
los establecimientos psiquiátricos, es decir, no solamente los
intelectualmente muertos.» Quedaron excluidos en su mayoría los
residentes perturbados a causa de la edad, pero había que matarlos
si demostraban, «por ejemplo, criminalidad o asocialidad».344
Este documento validaba los puntos de vista sociales como
indicación para el asesinato facultativo.
Después de que, tras la interrupción de los
asesinatos en cámaras de gas, la Acción T4 dejara de participar en
el asesinato automático de enfermos mentales hospitalizados por
motivos penales, el ministro de Justicia del Reich en funciones,
Franz Schlegelberger, centralizó el internamiento de estos
pacientes. Empezó por los judíos —los pocos que, gracias también a
jueces benévolos, habían sido destinados a internamiento
preventivo— y, el 6 de febrero de 1942, ordenó agruparlos en cinco
establecimientos de conocida reputación: Hamburgo-Langenhorn para
las regiones del norte, Brandeburgo-Görden para el centro, Tapiau
(Prusia oriental) para el este, Eglfing-Haar (Múnich) para el sur y
Am Steinhof (Viena) para la antigua Austria. Además, el juez amplió
el colectivo de los destinados a tales alojamientos a aquellos
presos (judíos) «que durante la ejecución de la condena hayan
contraído una enfermedad mental y no sean o hayan dejado de ser
adecuados para el internamiento en la unidad psiquiátrica de un
establecimiento penitenciario». La amplia interpretabilidad del
concepto «psicópata» permitía una cómoda aplicación de la orden
ministerial. En este pasaje queda claro que para Schlegelberger no
era importante ofrecer una mejor atención a los enfermos mentales,
sino acelerar la muerte de determinados convictos.345
A los internos preventivos y presos judíos
diagnosticados como psíquicamente enfermos les siguieron los arios,
pero con la diferencia de que, a la vista de los cambios en la
situación bélica, en el caso de los pacientes no judíos no
importaba mucho suministrar una muerte rápida, sino que se prefería
destinarlos a unos trabajos forzados que, por su crueldad, acababan
siendo letales. El 18 de septiembre de 1942, el recién nombrado
ministro de Justicia Otto Thierack y su viceministro Curt
Rothenberger, de acuerdo con el general de las SS Bruno
Streckenbach y Heinrich Himmler, decidieron «hacer entrega al
comandante en jefe (Himmler) de los elementos asociales que se
hallen cumpliendo pena para su exterminio mediante trabajo». En el
acta se decía que «se entregará a los internos preventivos en su
totalidad». Cuatro días antes, Thierack había tomado buena nota de
unos consejos que le había dado alguien de las alturas: «Con
respecto al exterminio de la vida asocial, el Dr. Goebbels es de la
opinión que hay que exterminar a judíos y gitanos en general,
polacos con condena de tres años o más de pena en presidio y checos
o alemanes condenados a cadena perpetua o en internamiento
preventivo. Según él, la idea del exterminio mediante trabajo es la
mejor». En el diario de Goebbels se puede leer lo siguiente sobre
el contenido de la misma conversación: «Thierack quiere resolver la
cuestión de los elementos asociales agrupando a los delincuentes
habituales sentenciados con penas de presidio elevadas en pelotones
de trabajos forzados y enviándolos al este. Allí deberán trabajar
en las más duras condiciones. Y si alguien sucumbe durante estos
trabajos, no habrá que lamentarlo».346
Tales normas remitían directamente a las
prácticas de la Acción T4. En una hoja informativa dirigida a los
expertos y publicada en octubre de 1942 se podía leer por vez
primera la abreviatura «KZ» (Konzentrazionslager, campo de concentración) junto
con la siguiente nota aclaratoria: «KZ significa que se deja a
criterio del médico dictaminador el traslado de estos enfermos a un
KZ».347
El 3 de octubre de 1942, los médicos de la T4 Curd Runckel y Kurt
Borm iniciaron una gira por los establecimientos de curación y
cuidados para dictaminar sobre los delincuentes internados,
prestando especial atención a la capacidad de los mismos para
trabajar. Los resultados obtenidos de cada individuo en estas y
posteriores visitas eran notificados al Ministerio de Justicia del
Reich. Allí, a partir de los datos recabados, los funcionarios
responsables elaboraban listas con los nombres de aquellos
pacientes en internamiento preventivo que «ya no requerían
tratamiento en establecimientos psiquiátricos y que, a la vez, eran
aptos para trabajar». Estos pacientes eran trasladados a un campo
de concentración determinado.348
A partir de listas como estas, el 25 de
marzo de 1944, por ejemplo, doce hombres en situación de
internamiento preventivo del establecimiento de curación y cuidados
de Neustadt en Holstein fueron entregados «a la policía criminal de
Kiel» para su exterminio mediante trabajo en un campo de
concentración.349
Lo mismo sucedió por las mismas fechas en el establecimiento de
Lohr am Main. El 30 de marzo de 1944, seis pacientes mujeres y diez
varones fueron trasladados a Auschwitz y Mauthausen,
respectivamente, donde desaparecieron para siempre. Se llamaban
Charlotte W. (nacida el 9-1-1916), Emma W. (27-4-1909), Hertha P.
(25-11-1911), Dorothea D. (21-9-1891), Maria M. (13-7-1901), Maria
R. (17-2-1901), Josef R., Karl S. (14-8-1894), Alfred W.
(16-1-1923), Ernst R. (14-2-1919), Richard K. (15-8-1899), Alfred
B. (13-11-1901), Ludwig K. (21-2-1915), Anton K. (2-9-1905), Paul
M. (4-2-1915) y Anton S. (3-2-1915).350
Paralelamente, los tutelados que habían
incurrido en algún delito, siempre que constaran como no aptos para
trabajar o muy agresivos, eran enviados preferentemente a los
distintos centros mortíferos de la Acción T4. Por tales motivos, la
dirección del establecimiento de Langenhorn en Hamburgo trasladó a
principios de 1943 a una cincuentena de hombres a Hadamar. Ninguno
sobrevivió. Los informes médicos y personales contenían datos como
estos: «ingresado por orden del Tribunal Regional de Hamburgo en
1935 en el establecimiento de curación y cuidados de Langenhorn por
intento de violación»; «hospitalizado en 1939 por decisión del
Tribunal Regional de Hamburgo por un delito contra la moral
cometido en estado de incapacidad mental»; «ingresado en 1938 por
el juzgado de primera instancia de Hamburgo por robo con fractura
cometido en estado de incapacidad mental, alberga intenciones de
fuga»; «ingresado en 1937 por decisión del juzgado de primera
instancia de Hamburgo por prostitución homosexual cometida en
estado de incapacidad mental»; «demente peligroso con numerosos
antecedentes»; «arrestado en 1936 por intento de homicidio y
hospitalizado en Langenhorn por incapacidad mental»; «trasladado a
Langenhorn por estado de incapacidad mental, había disparado a su
madre y a su tía con una pistola».351
Entre las personas que durante la segunda
mitad de la guerra fueron enviadas a morir en Hadamar, también
estaban los que llegaban allí desde la cárcel de
Hamburgo-Fuhlsbüttel —pasando por Langenhorn—, es decir, convictos
que habían sido declarados como psíquicamente enfermos con el
objetivo de asesinarlos.352
Aunque en una circular administrativa del 22 de octubre de 1942 ya
se dijera que «existe una regulación definitiva reservada a
encarcelados dementes», el centro mortífero de Hadamar muestra qué
clase de normas aplicaba finalmente la justicia alemana.353
Sin embargo, de los establecimientos
psiquiátricos no solo salían tales internos hacia los campos de
concentración. A partir de 1943, a los médicos alemanes les bastaba
el diagnóstico psiquiátrico de «psicópata», que se correspondía con
el concepto sociológico de «anormal», para trasladar a los campos a
enfermos particularmente molestos y difíciles. Así, el director
médico de la Acción T4, el profesor Nitsche, comunicó por escrito
al experto Otto Hebold que la llegada de determinados pacientes a
los establecimientos de curación y cuidados solo podía ser debida a
una aplicación errónea de una disposición legal y que su destino
real era el campo de concentración. En este mismo sentido comunicó
Nitsche lo siguiente a su equipo de la central de la T4 en Berlín:
«Adjuntos envío dos pliegos de inscripción que he recibido hoy del
establecimiento de Gugging con el asunto Franz Janoschek y Erwin
Lang y mi referencia Transferencia a la policía para internamiento
en un KZ». Ambos pacientes no habían sido hospitalizados por orden
judicial. El director de Gugging, Erich Gelny, los había
diagnosticado simplemente como «psicópata débil», a uno, e
«intelectualmente disminuido y excitable» con «reacción depresiva»,
al otro. Sobre estos hechos, Nitsche dispuso lo siguiente: «Como
ninguno de los dos casos requiere tratamiento psiquiátrico y en un
establecimiento de curación y cuidados no harían más que molestar,
ni tampoco pueden ser custodiados con la suficiente seguridad, el
establecimiento de Gugging pide un traslado lo más rápido posible.
Solicito la transferencia rápida al departamento de policía
competente haciendo especial hincapié en el citado deseo del
establecimiento».354
Como el programa asesino de la
administración de justicia afectaba a presos aptos para trabajar
internados en establecimientos de curación y cuidados, pronto se
originó un curioso conflicto de intereses. Por un lado, Himmler
quería matar a base de trabajo en sus campos a los laboralmente
activos y cargar lo menos posible con el lastre de los no aptos
para trabajar, enfermos y achacosos. Por otro lado, los directores
de los establecimientos de curación y cuidados querían deshacerse
de sus pacientes improductivos, pero, a la vez, deseaban mantener a
los más activos —que solían ser los criminales— como apoyo para el
funcionamiento de los centros, cuyo personal se había visto
reducido. El tira y afloja originado se refleja en la petición que
el director administrativo del establecimiento de curación y
cuidados de Wiesloch formuló el 19 de marzo de 1943 al fiscal
general en Karlsruhe: «Aparte de nuestra masa de pacientes
insociales y difíciles de supervisar, alojados aquí en virtud del
artículo 42b, también tenemos a un número de internos que en todo
momento han demostrado buenas capacidades y son de gran ayuda para
el establecimiento. (...) Los puestos de trabajo de muchos de
nuestros empleados reclutados por la Wehrmacht ya están ocupados,
con buenos resultados, por enfermos alojados aquí en virtud del
artículo 44b del Código Penal del Reich».355
Efectivamente, dos programas asesinos con
una filosofía diametralmente opuesta chocaban entre sí. El
«exterminio de la vida indigna de ser vivida», ya en funcionamiento
con una organización descentralizada, requería la progresiva
permanencia de pacientes aptos para trabajar que contribuyeran a
mantener activa la parte económico-empresarial de la maquinaria de
selección y asesinato. En cambio, el «exterminio mediante trabajo»
de Himmler y Thierack apuntaba a unos objetivos productivos que los
realmente enfermos, disminuidos psíquicos y físicos solo podían
malograr. Por consiguiente, se originó una disputa entre el
ministro de Justicia Thierack y Herbert Linden. Finalmente,
Thierack transigió y, cabizbajo, comunicó a los fiscales generales
responsables de la ejecución de las penas que, «debido a las
reiteradas polémicas con el departamento de Sanidad del Ministerio
de Interior del Reich» —es decir, con Linden—, declaraba
«cancelados» los traslados ya ordenados nominalmente de internos
preventivos a los campos de concentración.356
Linden se había salido con la suya. El Ministerio de Justicia tuvo
que anunciar la «reelaboración de las listas» —listas de internos
preventivos que, «desde el punto de vista psiquiátrico, eran
idóneos para su entrega a la policía»— y reconocer la salvedad de
que «estas nuevas listas tampoco son totalmente determinantes.
(...) Quedan excluidos de entrega a la policía los destinados a
trabajos importantes en el establecimiento de curación y cuidados o
por encargo del mismo y cuya sustitución por otro personal sea
imposible o inadecuada».357
Al mes siguiente, Linden comunicó a los
directores de establecimiento su victoria en el litigio y les
concedió nuevos poderes decisorios en virtud de los cuales, a
partir de entonces, les correspondería a ellos «decidir» si
entregaban o no a un interno. Además, Linden también dispuso que en
el futuro ya no se realizaran más peritajes centrales. Así, el
director de Wiesloch pudo conservar a sus criminales laboralmente
aptos y mandar asesinar en Hadamar a los que él consideró enfermos
de larga duración, indisciplinados o achacosos.358
«Dada la situación, solicito el envío de una
lista completa de todas las casas de trabajo y otras instalaciones
sitas en su Gau dedicadas a la custodia
de asociales y antisociales». Werner Blankenburg pidió esta
información el 8 de marzo de 1941 a todas las jefaturas de los
Gaue. Quería saber algo sobre la cantidad
y el tipo de internos y los titulares de las casas de trabajo.
Especialmente quería saber «si, por falta de opciones de
internamiento en otros lugares, se custodian allí también casos ya
intratables de personas ajenas a la comunidad».359
RUMMELSBURG: CUESTIONARIOS PARA PERSONAS AJENAS A LA COMUNIDAD
Las casas de trabajo existentes en aquella
época en todos los rincones del país albergaban a mendigos,
prostitutas, pagadores de pensión alimenticia morosos, pequeños
ladrones, vagabundos, personas sin techo, holgazanes, bebedores y
gandules internados en ellas para corregir su conducta desviada
mediante el trabajo. Por lo que he podido observar, la petición de
Blankenburg tuvo al principio poca repercusión. Sin embargo, los
responsables de la Acción T4 dieron un paso adelante fundamental en
enero de 1942, cuando visitaron la casa de trabajo de
Berlín-Rummelsburg. No fueron a pasar revista, por ejemplo, sino a
someter a los internos a un dictamen de prueba muy bien preparado y
regido por el criterio de «no merece vivir o todavía capaz de
trabajar». Previamente, la secretaria Ingeborg Seidel había
rellenado el encabezamiento de un amplio cuestionario para cada
recluso a partir de los expedientes. En 1941, Seidel había pasado
de la oficina de empleo de Frankfurt al establecimiento asesino de
Hadamar. Después la trasladaron a la Central de Berlín, donde
recibió la orden —tal como declaró en 1946— de «desempeñar unas
funciones en la casa de trabajo de Rummelsburg» en otoño de 1941:
«Allí se elaboraban expedientes destinados a preparar también el
exterminio de los llamados “elementos asociales”».360
El 12 o 13 de enero de 1942 se presentó en
Rummelsburg una comisión de expertos que, según la invitación,
estaba formada por el Dr. Herbert Linden (Ministerio de Interior
del Reich), el Dr. Hans Hefelmann (cancillería del Führer), el profesor Heinrich Wilhelm Kranz
(higienista de la raza e investigador de los asociales en Giessen),
el profesor Karl Metzger (higienista de la raza en Dresde), Ursula
Knorr (bióloga criminóloga), el Dr. Hermann Vellguth (consejero
director de Salud Pública en Viena), el Dr. Erwin Jekelius
(exdirector de un sanatorio para alcohólicos de Viena), el profesor
Robert Ritter (investigador de la etnia gitana y biólogo
criminólogo de la Oficina de Policía Criminal del Reich) y el
profesor Hans Heinze (experto de la T4 y psiquiatra).361
Es decir, la comisión reunió a psiquiatras
que, como Heinze, se habían dedicado durante años al estudio del
«carácter anormal», con altos representantes de la biología
criminológica (Kranz, Metzger, Ritter y Knorr) y los organizadores
del asesinato en masa (Hefelmann y Linden). Además, por parte de la
Central de la Acción T4 habían sido invitados el psiquiatra Paul
Nitsche y los directores de establecimiento psiquiátrico Gerhard
Wischer y Robert Müller. Cada miembro de la comisión evaluó a los
internos del centro utilizando un nuevo pliego de inscripción
especialmente creado para personas ajenas a la comunidad. En la
parte superior figuraba el «número de serie», seguido del «nombre
del campo, etc.» —en este caso, la casa de trabajo— y, después, la
población, o sea, Berlín-Rummelsburg. Tras esta información, y no
antes, aparecía un epígrafe destinado a los datos personales,
incluido el estado civil, número de hijos habidos dentro y fuera
del matrimonio, religión, raza, nacionalidad y situación militar
(combatiente o herido).
Además, el formulario contenía datos sobre
el pagador de los gastos, las «relaciones con los familiares», la
profesión y, en su caso, el «cambio frecuente de puesto de
trabajo», el «motivo de ingreso» y el «departamento de ingreso».
Secciones relativas a las «taras de estirpe», «estancia en
establecimientos de curación y cuidados», antecedentes,
alcoholismo, proxenetismo, actos indecentes, etc., completaban el
cuestionario. A partir de estos datos, y tras un brevísimo
encuentro con el interno en cuestión, los expertos debían emitir un
pronóstico social y responder a unas cuestiones concretas:
«apreciación de eventual utilidad social posterior, posibilidad de
alta», «estado físico», «adicción» e «impulsividad sexual».362
Cada uno de los expertos reunidos en
Rummelsburg evaluó a todos los internos individualmente. Se trataba
de un registro de prueba con el que se pretendía determinar el
grado de coincidencias y desviaciones significativas con el fin de
desarrollar una óptima unificación de criterios para futuras
valoraciones y perfeccionar —como es de suponer— los cuestionarios
adecuadamente. En su «Informe sobre los trabajos en Rummelsburg»,
el Dr. Erich Straub, uno de los colaboradores médicos de Nitsche,
anotó el siguiente resultado: «Se han cumplimentado pliegos de
inscripción de la forma prescrita para todos los internos; con el
propósito de obtener un registro completo, con el fichero de
asistencias se ha elaborado una lista de todos los internos
presentes el día 13 del mes y se ha comparado con los pliegos de
inscripción cumplimentados. Con ello se garantiza que todos los
internos queden registrados. Cantidad de pliegos expedidos:
mujeres: 449; hombres: 975. De estos 975 hombres, no se ha podido
examinar a 35 porque se hallaban en cuarentena por peligro de
epidemia. Estos 35 se someterán a examen posteriormente. Sus
cuestionarios de inscripción ya creados los tiene el médico del
establecimiento en Rummelsburg».363
El 14 de febrero, los expertos concluyeron las «deliberaciones
médicas en Rummelsburg».364
Antes del registro de prueba se había
realizado un análisis económico-empresarial de la casa de trabajo.
Dicho estudio corrió a cargo del inspector administrativo Ludwig
Trieb, responsable de la racionalización del sistema de
establecimientos psiquiátricos. El 17 de diciembre de 1941, Trieb
había concluido su informe y determinado lo siguiente: «El
establecimiento se gestiona en el marco de los presupuestos
municipales de la ciudad de Berlín bajo el concepto “Bienestar
general”. Los costes de mantenimiento previstos son: para casos de
bienestar social, 1, 75 marcos del Reich al día; internos de la
administración de Justicia, 1, 50 marcos del Reich al día;
asociaciones de asistencia social, 1, 75 marcos del Reich al
día».
Según el censo realizado por Trieb, la casa
de trabajo albergaba a finales de 1941 a alrededor de 600 pagadores
de pensión alimenticia morosos, 450 mendigos, vagabundos o personas
sin techo no aptas para trabajar y 800 aptas para trabajar, así
como 150 internos en la sección hospitalaria. En total, 2.000
internos sometidos a correctivo laboral. Con respecto a la
dedicación y productividad en el trabajo, Trieb dividió a los
internos en tres grupos para su análisis.
Sobre el primero, determinó lo siguiente:
«Trabajos efectuados: pelar patatas, deshilachar cabos, desbarbar
plumas, clasificar metales, trapos, papeles, etc. Aquí se emplea
principalmente a los 450 internos considerados en la casa de
custodia como no aptos para trabajar». Los internos de la casa de
trabajo del grupo 2 destinados a los talleres eran para Trieb de
«valiosos» a «loables». Entre ellos estaban los que trabajaban en
zapatería, sastrería, jardinería o cerrajería; en albañilería,
pintura y tapicería; en la sala de máquinas, la cocina, el lavadero
o en la sala de costura. También positivamente —«totalmente
válidos»— valoró Trieb los trabajos del grupo 3, entre los cuales
estaban los de las brigadas de trabajo que se enviaban a los
bosques, servicios de calefacción centrales eléctricas y
cementerios de la ciudad, o que se confiaban a empresas
privadas.
Por último, Trieb llegó a la conclusión de
que, por motivos económicos, había que reducir el grupo de trabajo
1 y racionalizar los procesos operativos internos: «Grupo de
trabajo 1: se puede reducir convenientemente. El grupo restante se
puede emplear en trabajos más elevados. La racionalización del
trabajo también provocará ciertos reajustes. Grupo de trabajo 2: se
puede reducir en menor medida. También aquí se necesitará un
reajuste debido a la intensa división del trabajo y su
racionalización. Grupo de trabajo 3: se debe mantener mientras el
mercado laboral no pueda ofrecer ninguna alternativa ni obligue a
ningún otro reajuste. Actualmente sería una irresponsabilidad
intervenir en el cupo de las brigadas de trabajo municipales. Ni la
ciudad de Berlín ni las restantes empresas militares y de primera
necesidad podrían soportar esta merma. Si existe una necesidad
ineludible de intervención en el cupo de los comando municipales,
habrá que intentar completar el reajuste desde el grupo 2».365
A partir de planteamientos de economía de
empresa, Trieb propuso la «reducción» de un centenar de internos de
la casa de trabajo. Este fue el motivo por el que se llevó a cabo,
el 13 de enero de 1942, la valoración de prueba de los internos de
Rummelsburg anteriormente descrita. En los expedientes de Nitsche
hay una nota manuscrita con fecha del 11 de abril sobre el
resultado del ensayo. Según esta anotación, los expertos se
pronunciaron unánimemente a favor de la muerte de 314 internos. En
el caso de otros 765 custodiados en la casa de trabajo, al menos
uno de los expertos participantes los calificó de «indignos de
vivir».366
Por lo que se sabe, la inspección de
Rummelsburg de enero de 1941 no tuvo ninguna consecuencia directa
sobre los internos. Por las pruebas disponibles en 2012, tampoco
existen indicios de que se enviara a responsables de la Acción T4 a
otras casas de trabajo y estos hubieran peritado o evacuado de allí
a los internos. Sin embargo, la evaluación de prueba realizada en
el correccional de Rummelsburg para calcular lo digna de ser vivida
que era la existencia de sus internos revela una tendencia. Muestra
qué fue lo que influyó progresivamente en la práctica homicida
entre los años 1942 a 1945 y expone claramente lo que habría podido
pasar tras una hipotética victoria alemana en la segunda guerra
mundial.
Sociólogos, funcionarios, trabajadores
sociales y asistentes sociales de la época utilizaban el término
«ajeno a la comunidad» para referirse aproximadamente a lo que hoy
conocemos por marginados, excluidos o inadaptados sociales. Un
proyecto de «ley sobre el tratamiento de los ajenos a la sociedad»
redactado en 1940, que no entró en vigor pero sí se publicó en un
libro, ofrecía una escueta definición. Según este esbozo legal, una
persona ajena a la comunidad era «la que, por personalidad y forma
de vida, especialmente debido a una falta extraordinaria de juicio
o carácter, no está en condiciones de satisfacer las exigencias
mínimas de la comunidad nacional».367
Entre las características de un ajeno a la sociedad se incluían el
libertinaje, el alboroto, el alcoholismo, la holgazanería y, sobre
todo, la vida desordenada; se referían a mendigos, pagadores de
pensión alimenticia morosos, ladrones, estafadores, delincuentes,
prostitutas, vagabundos, bebedores en público y personas sin
techo.
El Ministerio de Interior del Reich decretó
en el verano de 1940 unas «directrices sobre la estimación de la
salud hereditaria» redactadas por Herbert Linden y que debían
servir para clasificar en un futuro a los alemanes (arios) en
cuatro categorías: personas asociales, personas tolerables, el
ciudadano medio y personas especialmente valiosas por su genética.
Según este decreto, las personas asociales quedaban excluidas del
cobro de cualquier ayuda material.368
El resultado práctico de ello se refleja en las normas sobre la
concesión de prestaciones por hijos a cargo publicadas por el
Ministerio de Finanzas en marzo de 1941. En lo sucesivo, el
objetivo del subsidio familiar por hijos sería únicamente el de
«proteger a las familias alemanas sanas dignas de vivir en la
comunidad» y «acabar con las ideas de beneficencia y asistencia
social». Para evitar una interpretación flexible, el decreto
prohibía definitivamente la concesión de cualquier forma de
subsidio por hijos u otro tipo de ayuda social a las «familias
asociales (ajenas a la comunidad)» contempladas por las directrices
sobre la estimación de la salud hereditaria. Lo mismo se aplicaba
al «hijo de mujer soltera con progenitor desconocido» y al padre
«que no demuestre garantías de un uso apropiado del subsidio
familiar».369
El atributo sociológico «ajeno a la
comunidad» se correspondía entonces con la categoría médica
«psicopático». La tarea de definir qué persona voluble, sin
carácter, con afán de protagonismo, inestable, insegura, con
personalidad litigiosa o sexualmente pervertida se enviaba al
patíbulo en virtud de esta definición quedaba reservada a Hans
Heinze, activista confeso y ejecutor activo de los asesinatos por
eutanasia. En 1942 publicó el artículo «Personalidades
psicopáticas» en la obra de varios tomos Handbuch der Erbkrankheiten («Manual de las
enfermedades hereditarias»), donde se remitió convenientemente a
Herbert Linden para entrar en materia: «La prostitución, el
vagabundeo y el crimen profesional son, según Linden, sin
excepciones, aquellos estados de la conducta que justifican el
supuesto de una inadecuación al matrimonio. El comentario menciona
además el proxenetismo y el llamado pauperismo de causa endógena.
Según (el psiquiatra Ernst) Rüdin, deben considerarse por supuesto
inadecuados al matrimonio todos los criminales y antisociales
psicopáticos condenados, llamados natos; los estafadores,
tramposos, impostores y timadores; los canallas histéricos, los
psicópatas demostradamente volubles y, por ello, convertidos en
asociales; los faltos de carácter, entre ellos, por encima de
todos, los criminales constitucionales incorregibles graves, amén
de las prostitutas empedernidas, los proxenetas, los homosexuales
empedernidos y los holgazanes empedernidos».
Cuando Heinze redactó este artículo para el
citado manual, se dedicaba diariamente a diagnosticar a seres
humanos para matarlos y ultimaba dictámenes letales de prueba en
Rummelsburg. Por ello, todo hace suponer que se refería al
exterminio físico cuando hablaba de esterilización forzada en su
artículo. La exigió «urgentemente» para «psicópatas criminales
reincidentes y asociales cuya desviación caracterológica es
apreciable en su estirpe» y para los «elementos nacionales
tendentes al parasitismo». «Esperamos», ansiaba Heinze, «que, tras
la guerra, la lucha contra la subhumanidad y la erradicación de la
misma será una hazaña más, digna sucesora de las otras ya
conseguidas.»370
Tanto en el proyecto de ley sobre personas
ajenas a la comunidad como en la propaganda en preparación, la
esterilización forzada ya estaba prevista como medida biopolítica.
Sin embargo, este método de supuesta preservación de la salud
genética perdió rápidamente importancia con el inicio de la guerra,
ya que comprometía demasiados recursos médicos que entretanto
debían destinarse a otros fines. A partir del otoño de 1939 ganó
terreno la matanza de los que hasta entonces habrían sido víctimas
de la esterilización forzada. Sin embargo, en noviembre de 1940, el
Ministerio de Interior —de nuevo con Linden detrás— puso en vigor,
en calidad de disposición secreta, un escueto párrafo de la ley
proyectada relativo a las «interrupciones de embarazo (en casos) en
los que pueda existir una gran probabilidad de que el nacimiento de
más hijos no sea deseable». De todos modos, desde 1935 ya estaba
permitido practicar abortos forzados en mujeres embarazadas cuyo
cónyuge o ellas mismas hubieran sido clasificados como
genéticamente enfermos y esterilizados a la fuerza.
El aborto estaba estrictamente prohibido
para mujeres arias sanas y en sintonía con la comunidad, pero la
disposición secreta lo exigía en caso de que la descendencia no
fuera deseada desde el punto de vista social. En virtud de una
«autorización especial» que Hitler había transmitido, al parecer
verbalmente, a sus conocidos colaboradores Brandt y Bouhler, la
cancillería del Führer pudo decidir sobre
la práctica de abortos por «indicación racial, ética y de higiene
genética».371
No es objeto del tema que aquí nos ocupa
explicar el procedimiento mediante el cual Hitler concedió o debió
conceder esta autorización, pero, por motivos generales, me parece
oportuno comentarlo. De puertas afuera, el Ministerio de Interior
del Reich (Linden) fue el responsable de la disposición secreta
sobre el aborto que se dio a conocer a las autoridades competentes
el 19 de noviembre de 1940. La base jurídica era una «autorización
especial del Führer». El 16 de abril de
1941, el ministro de Justicia del Reich quiso ver precisamente esa
autorización y pidió por ello a Linden que le «comunicara el texto»
literal de la misma. Linden le respondió con evasivas el 24 de
mayo: «En el Ministerio de Interior del Reich no se conoce el texto
de la autorización. Lo guarda bajo llave el Reichsleiter Bouhler». El 24 de septiembre, Roland
Freisler, a la sazón viceministro de Justicia, instó la celebración
de un encuentro con las autoridades responsables del Ministerio de
Interior y la cancillería del Führer:
«Para preparar la reunión desearía conocer el texto de la
autorización en la que se basa el procedimiento». El debate deseado
por Freisler tuvo lugar realmente catorce meses después, el 26 de
noviembre de 1941. Más tarde, en el Ministerio de Justicia se hizo
la siguiente observación: «En la cancillería son de la opinión que
ahora no es momento de trasladar al Führer la petición de fijar la autorización por
escrito. Lo que es seguro es que el Führer se reafirma en esta autorización».372
Lo históricamente importante de este tira y
afloja de importancia secundaria para el curso de los
acontecimientos se encuentra en la conducta del Führer y canciller del Reich. Si Hitler se negó a
legitimar formalmente una medida tan marginal, parece entonces
improbable que redactara alguna vez una orden escrita para asesinar
a los judíos europeos. Tales documentos solo podrían limitar su
margen de maniobra, ya que reducían la corresponsabilidad de los
muchos que colaboraron como elementos de un sistema de división del
trabajo. Una política del crimen requiere cómplices, no receptores
de órdenes. Creo que Hitler pensó a posteriori que la autorización
para la «concesión de la muerte de gracia», sin forma al principio
y solo fijada por escrito bajo la presión del ministro de Justicia,
fue un error. Precisamente por eso no concedió ninguna autorización
escrita —y menos por deseo de los juristas— en el caso de las
excepciones por motivo social a la, por lo demás, estricta
prohibición del aborto.
Los trabajadores del Comité del Reich eran
los encargados, bajo la supervisión general de Viktor Brack, de
conceder o no los permisos. El pediatra Ernst Wentzler, principal
implicado en los infanticidios, participó como experto único.
En los primeros diez meses, el Comité del
Reich resolvió positivamente 53 solicitudes y rechazó 61. En las
peticiones se incluían los motivos, como no podía ser de otro modo.
Por ejemplo, la esposa de un jefe de distrito del NSDAP intentó
enmendar las consecuencias de una noche de pasión adúltera haciendo
hincapié en el supuesto estado de completa ebriedad, genéticamente
muy preocupante, de los participantes. Este tipo de solicitudes no
fueron del todo raras y condujeron a una práctica decisoria
restrictiva en este sentido.
Los criterios de toma de decisión referentes
a la «inferioridad caracterológica» y la «criminalidad reincidente»
establecidos en la disposición secreta fueron determinantes para
vulnerar el derecho a la vida de los que se negaban visiblemente a
seguir el proverbial acatamiento de las órdenes alemán. Las seis
solicitudes presentadas bajo este punto de vista fueron
autorizadas. He aquí un ejemplo.
En la solicitud presentada por Hermann
Vellguth cuando era director de Salud Pública en el ayuntamiento de
Viena se puede leer lo siguiente acerca de la familia de Marie F.:
«De los cinco hijos del matrimonio F., tres ya constituyen casos
llamativos. (...) En resumen, hay que determinar si el hijo que
está por nacer debe considerarse como genéticamente contaminado,
sin duda por el padre asocial, psicopático y afectado de
alcoholismo grave. Si bien Marie F. no padece ninguna enfermedad
hereditaria contemplada en la ley para la contracepción de hijos
con enfermedades hereditarias, ni presenta tampoco ningún estado
patológico que permita indicar una interrupción del embarazo por
motivos de salud, hay que calificar de indeseado el nacimiento de
otro hijo del matrimonio F.». Viktor Brack aprobó la suspensión del
embarazo y puso simultáneamente sobre la mesa dos variantes para el
exterminio del marido: «Como tengo previsto ordenar el ingreso del
cónyuge en un campo de concentración, le solicito que me comunique
si dicho ingreso le parece conveniente o si considera que F.
requiere cuidados permanentes en un establecimiento debido a su
estado mental».
El Comité del Reich empezó a matar a niños
no deseados antes de que nacieran. Brack fijó límites para el
aborto de «vidas indignas de ser vividas», pero, a su manera,
advirtió que «en los casos en los que no se ordene ninguna
interrupción del embarazo, el Comité del Reich podrá disponer de
capacidad derogatoria si nace un niño hereditariamente
enfermo».373
En la práctica asesina del Comité del Reich
también fueron ganando cada vez más importancia aspectos como la
«conducta social» y la «preservación general de la vida». Tales
criterios se aplicaron en 1942 para asesinar a la joven de 17 años
Gertrud N., de Kiel. Era hemipléjica de nacimiento, pero podía
andar, rara vez sufría ataques epilépticos y superó con buenas
notas la Hilfsschule. No necesitaba
cuidados. La decisión de ingresarla de oficio en la Unidad
Especializada de Pediatría de Schleswig-Statdfeld y asesinarla allí
fue motivada por la anamnesis social: «(Gertrud N.) siempre ha sido
una joven difícil, pero ahora se ha vuelto desvergonzada y rebelde,
ya no obedece, se escapa por las noches, se planta junto a los
barracones, vuelve a casa de madrugada y ya ha tenido relaciones
sexuales con varios hombres. Cuando la madre cierra la puerta con
llave para que no salga de noche, grita y hace ruido por todo el
edificio y se escapa en cuanto alguien abre la puerta para ver qué
le pasa».374
Cuando los datos puramente médicos no proporcionaban motivos
inequívocos para administrar una inyección letal, los psiquiatras,
médicos del Comité del Reich y expertos activos en la sombra se las
arreglaban con los diagnósticos sociales para legitimar sus
asesinatos. Así lo demuestran también ejemplos de niños y jóvenes
de la Unidad Especializada de Pediatría de Ansbach:
«El progenitor podría ser un trotamundos
miembro de la legión extranjera con antecedentes penales.» O bien:
«Padre de profesión feriante. (...) Por su conducta, la madre del
niño muestra defectos caracterológicos y sociales». O bien: «Hijo
ilegal. Nacimiento del niño normal y puntual. Dicen que la madre
del niño está actualmente en la cárcel (la asistente juvenil Sra.
Düthorn dice que por mantener relaciones con prisioneros de
guerra). La abuela proviene de una familia de gitanos». O bien:
«Diagnóstico: demencia congénita grave con tendencias asociales».
El joven de 15 años al que se refiere esta última descripción
asistía a la Hilfsschule del
establecimiento de Kaufbeuren, intentó fugarse y fue enviado por
ello a Ansbach. Las dos últimas anotaciones de su expedientes
dicen: «20-8-1944: Realiza actos sexuales con chicas de la unidad y
por ello hay que mantenerlo aislado. 27-8-1944: Hace algunos días
contrajo una pulmonía que hoy ha acabado con su vida».375
Otro joven fue declarado inútil por la
Wehrmacht a la edad de 17 años e ingresado en el establecimiento de
Brandeburgo-Görden, desde donde enviaron el siguiente mensaje a la
madre: «Desgraciadamente, podemos transmitirle muy pocas noticias
satisfactorias sobre la conducta de su hijo Manfred. Nuestros
repetidos intentos de integrarlo con el resto de componentes de la
unidad han fracasado por completo. (...) Por ello, de momento no
queda otra opción que mantenerlo aislado. Quizás en breve él pueda
volver a escribirle, pero ahora no se lo podemos permitir por los
motivos citados». Inmediatamente después, el joven fue trasladado a
Ansbach y asesinado allí a principios de 1945.
«TUBERCULOSOS ASOCIALES» EN STADTRODA
«Tanto en Alemania como en el resto del
mundo civilizado, el nombre “Stadtroda” se ha convertido en símbolo
de la ruptura definitiva con un pasado enfermizamente humanitario.»
Un autor con título universitario escribió esta frase en 1939 en la
revista médica nacionalsocialista Ziel und
Weg («El objetivo y el camino»). El artículo trataba de la
«lucha contra la epidemia tuberculosa».376
Cuatro años después, a través de la revista Der Öffentliche Gesundheitsdienst («El servicio
público de salud»), otro médico consideró adecuado que en cada
Gau alemán hubiera un establecimiento
como el de Stadtroda, ya que este, según él, ejercía «la misma
función que la vara en el cuarto de los niños».377
El establecimiento de curación y cuidados receptor de tales
elogios, situado en los alrededores de Jena (Turingia), albergaba,
aparte de muchos enfermos mentales, una unidad para tuberculosos
«asociales» hospitalizados a la fuerza. A finales de 1941 se le
añadió otra unidad donde fueron asesinados niños discapacitados y,
posteriormente, también trabajadores forzados extranjeros que
habían enfermado. Sin embargo, aquí nos ceñiremos a la cuestión de
cómo se incluyó a los enfermos de tuberculosis en los asesinatos
por eutanasia.
Al principio de la etapa nacionalsocialista,
cada estado alemán era responsable de regular, con mayor o menor
dureza, sus propias medidas para el control policial de las
epidemias. Esta situación acabó en 1938 con un decreto del Reich
para la lucha contra las enfermedades contagiosas. Su artículo
primero contemplaba, más allá de las siete enfermedades clásicas
que desde hacía tiempo constituían un peligro público de obligada
notificación (como la peste, el cólera o la viruela), otras 22
patologías infecciosas, entre ellas, la tos ferina, la
poliomelitis, la escarlatina y la tuberculosis (TBC). El decreto
obligaba «a toda persona relacionada profesionalmente con el
cuidado o tratamiento del infectado» a notificar la enfermedad en
cuestión en la oficina de Sanidad competente en el plazo de 24
horas. Los padres de familia, propietarios de viviendas y médicos
forenses también debían denunciar la existencia de tales
enfermedades. Como «medidas preventivas», el decreto también
permitía que las «personas que padezcan una enfermedad contagiosa o
sean sospechosas de padecerla puedan ser apartadas u observadas».
Si el afectado se negaba, la policía lo podía ingresar en un
«establecimiento adecuado».378
El reglamento no estaba dirigido a niños con
tos ferina ni contemplaba medidas de cuarentena en caso de una
epidemia de polio, sino que aludía a los que padecían la entonces
muy extendida tuberculosis pulmonar. Cada año se infectaban por
primera vez con el bacilo de la TBC alrededor de 90.000 alemanes,
principalmente personas pobres y expuestas a malas condiciones
laborales y de vivienda. Los especialistas también eran conscientes
de lo mucho que repuntaría la cifra de nuevos infectados en caso de
prolongarse la guerra, ya que la falta de alimentos y las severas
condiciones de vida en los cuarteles, trincheras y refugios
antiaéreos harían aumentar los índices de infección. Como la
penicilina todavía no se había inventado, la enfermedad solo podía
curarse o, por lo menos, remitir a base de terapias de reposo y
aire fresco, prohibitivas y a menudo infructuosas, que podían
prolongarse durante meses. En su fase avanzada, la tuberculosis
abierta, también llamada tisis, era extremadamente contagiosa y
ocupaba el primer lugar en la estadística de causas de
muerte.
El modelo en el que se basaron los artículos
promulgados en 1938 había sido creado en Turingia en 1930. Desde
ese año, un decreto sobre control epidemiológico permitía allí la
esterilización forzada de tuberculosos contagiosos y, por ello, en
el establecimiento de la ciudad turingia de Stadtroda se creó la
primera «unidad cerrada para tuberculosos abiertos asociales» de
Alemania.379
El concepto «tuberculoso abierto asocial» no fue impuesto por
Hitler a los médicos de TBC, sino que fueron ellos mismos quienes
lo habían acuñado en 1931 durante una reunión de especialistas en
la isla de Norderney.380
La dirección del establecimiento de
Stadtroda la ejercieron consecutivamente dos médicos que
participaron con tesón en los asesinatos por eutanasia. De 1933 a
1939 dirigió la institución el que sería catedrático de Psiquiatría
y Neurología de la Universidad de Jena Berthold Kihn, y Gerhard
Kloos lo sucedió de 1939 a 1945.381
Después de 1945, Kihn fue profesor universitario en Erlangen y
Kloos, en Gotinga. En las décadas de 1950 y 1960, muchos
estudiantes de medicina de Alemania occidental prepararon su examen
final con «el Kloos», un manual editado por primera vez en 1944
bajo el título Grundriss der Psychiatrie und
Neurologie («Manual de psiquiatría y neurología») y que se
convirtió en una útil y sugestiva obra de referencia. Lo mismo
ocurrió, más moderadamente, con la guía del test de inteligencia
redactada en aquel entonces también por Kloos por encargo del
Tribunal de Salud Hereditaria.382
La unidad de tuberculosos aislados a la
fuerza en Stadtroda estuvo capitaneada por el Dr. Alfred
Aschenbrenner. Al igual que su jefe Kloos, él también publicó
textos científicos sobre «los efectos» de sus métodos. Al
principio, los responsables de Stadtroda no permitían aplicar
ningún tipo de tratamiento médico a los ingresados a la fuerza
porque, para esta clase de «elementos antisociales», cualquier
terapia «fracasaría a causa de sus modos de vida inestables». Sin
embargo, con el paso del tiempo, los médicos establecieron
diferencias entre los pacientes. Así, clasificaron a muchos de
ellos como «elementos criminales» que «dañaban intencionadamente la
salud nacional» y que, por ello, «infringirían continuamente las
normas de higiene epidemiológica», como por ejemplo, las
prostitutas tuberculosas. A los que no tenían conciencia de su
enfermedad, los designaban benévolamente como «camaradas nacionales
por lo demás decentes». Los médicos incluían entre estos a las
madres con muchos hijos «que, por un sentido del deber mal
entendido, no querían abandonar su esfera de influencia en la
familia», o a «ciertas personas ingenuas y primitivas» que «no son
de por sí en absoluto malévolas».
Si hasta 1939 los médicos de Stadtroda
habían administrado una especie de hospital carcelario del que sus
internos solo salían con los pies por delante, en la etapa Kloos
dividieron el edificio de los asilados forzados en dos unidades. En
una se hallaban los pacientes cuyo diagnóstico «ofrecía
perspectivas de desinfección y a los que, por su valía social,
valía la pena aplicar medidas terapéuticas». En la otra unidad
internaban a aquellos «para los que no se planteaba tratamiento
alguno debido a la gravedad de su enfermedad o a su falta absoluta
de valía social». Por ello, Aschenbrenner y Kloos no hicieron «nada
para retrasar la evolución fatídica de la enfermedad».383
En ensayo publicado en 1942, Kloos definió
cuatro grupos para el «internamiento forzado de tuberculosos
abiertos desconsiderados».384
La cuarta categoría la destinó a los «malévolos», es decir, a los
asociales propiamente dichos. En 1940, al poco de asumir su puesto,
había introducido el trabajo físico duro para tales enfermos con el
único fin de «evaluar la capacidad productiva restante de los
enfermos de pulmón alojados aquí a la fuerza». En la misma época
mandó instalar celdas en el sótano para encerrar en ellas, a
oscuras y sin comida ni calefacción, a «agitadores y buscapleitos
incorregibles». Kloos resaltó explícitamente que, en el caso de los
«malévolos», no tenía en consideración su estado de salud e informó
orgulloso sobre su «sistema de niveles de tratamiento»: «Los
tuberculosos caracterológicamente malos y socialmente venidos a
menos se mantienen en el piso superior del edificio asegurado.
(...) Los internos de esta unidad reciben la misma alimentación que
los pacientes enfermos mentales del establecimiento psiquiátrico.
(...) No se hace absolutamente nada que influya en la evolución
fatídica de su dolencia pulmonar y alargue sus vidas
manifiestamente inútiles para la comunidad nacional».385
Los médicos obtenían el «conocimiento exacto
de los antecedentes biográficos» y, con ello, una base para el
diagnóstico de «malévolo» a partir de un cuestionario que había
rellenado la autoridad responsable del ingreso. La escasa
información que aportaban las casillas de respuesta del formulario
revelaban «casi siempre un conocimiento suficiente del carácter, la
valía social y la conducta epidemiológicamente higiénica de los
enfermos ingresados», tal como Kloos escribió a un colega
interesado de la Polonia ocupada. Las clasificaciones para el
diagnóstico social se orientaban por preguntas como estas: «¿Han
aparecido en la familia enfermedades mentales o psicopatías
(epilepsia, demencia, alcoholismo, vida deshonesta, etc.)? ¿El
enfermo tiene antecedentes? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿Guía moral?
¿Actividad comunista?».386
Después de dictar sentencia con el cargo de
«asocial», Kloos y Aschenbrenner aceleraban, utilizando medios
pasivos y activos, la muerte de las personas así etiquetadas. Los
pacientes «sin esperanzas» eran mantenidos, según explicó Kloos, «a
base de alimentación pobre». Como sabía que, «por experiencia, ello
no influye positivamente en la evolución de la dolencia pulmonar»,
Kloos encerraba regularmente «a los casos completamente
insostenibles para el cumplimiento de castigos disciplinarios
(penas carcelarias)» en las «tres celdas antifugas» del sótano.
Para ello disponía de un permiso especial: «El fiscal general nos
ha autorizado a imponer penas de hasta medio año». Para provocar la
muerte de determinados pacientes, Kloos dispuso lo siguiente: «Para
los criminales manifiestos que, en caso de mejoría o, incluso,
curación de su dolencia pulmonar solamente se dedicarían a
perjudicar a la comunidad nacional», se intensificará «su pena de
arresto con un empeoramiento de la alimentación (dieta de papilla o
similar)».387
Kloos también aplicó la llamada «dieta de
papilla» a enfermos mentales. Médicamente estaba decidido, y el
Comité del Reich para la Tuberculosis
(Reichs-Tuberkulose-Ausschuss) así lo subrayó en 1943 a la vista de
la situación bélica, que para tratar la tuberculosis era
especialmente «necesaria una alimentación suficiente en composición
y cantidad».388
Sin embargo, el director Kloos ordenó que a los que él consideraba
como socialmente indeseados se les suprimiera no solo los
suplementos oficiales de carne y leche, sino también la
alimentación suficiente. Entre 1940 y 1945 fueron torturados y
asesinados de esta manera cientos de pacientes en Stadtroda.
Precisamente por ello, el establecimiento se ganó una reputación
que Aschenbrenner supo cultivar satisfactoriamente: «En algunos
casos, basta la simple amenaza de un traslado a Stadtroda para
hacer que los enfermos se comporten».389
El 16 de octubre de 1941 se reunió en
Stadtroda el grupo de trabajo Terapia Laboral y Asilamiento del
Comité del Reich para la Tuberculosis. Kloos recibió a los colegas
de profesión para elaborar con ellos, «en el lugar donde se han
llevado a cabo las más antiguas experiencias en el ámbito del
asilamiento forzado de tuberculosos abiertos», unas directrices
cuya aplicación se debía extender al mayor número de
establecimientos posible. El presidente del grupo de trabajo era el
Dr. Gottlieb Stork, máximo responsable del Instituto Regional del
Seguro (Landesversicherungsanstalt) de Hamburgo. Las directrices
aprobadas al término de la reunión ocuparon diecisiete páginas y
fueron puestas inmediatamente en circulación de forma confidencial.
Su propósito era la «separación (asilamiento) de los tuberculosos
abiertos» y contemplaban distintos objetivos: «preventivo»,
«intimidatorio», «educativo» y «terapéutico». Según esta normativa,
había que intentar que cada enfermo se sometiera al tratamiento lo
más voluntariamente posible y aplicar la fuerza solo
excepcionalmente «como arma defensiva en la lucha contra la
tuberculosis», pero si se hacía, «entonces, con toda la dureza».
Los encargados de «registrar con la debida antelación a los
enfermos a separar» eran los centros locales de orientación para la
tuberculosis.390
Para los enfermos adaptados, señalados como
«socialmente buenos» y susceptibles de recuperar su capacidad
laboral, los especialistas en tuberculosis participantes en la
reunión recalcaron la necesidad de conseguir ayudas de diversa
índole. Así, para la «prestación de cuidados» reclamaron «la
entrega comprensiva y sacrificada de las monjas». En cambio, «en el
caso de los no aptos para la comunidad, el médico deberá abstenerse
de tomar cualquier medida que pueda impedir la evolución fatídica
de la tuberculosis». Junto a indicaciones relativas a trabajos
forzados, visitas restringidas, correo controlado, supresión de
comidas y cumplimiento de penas carcelarias en el propio
establecimiento, las directrices incluían una recomendación
especial también ensayada en Stadtroda: en caso de resistencia
violenta, había que «hacer uso inmediato del arma de fuego» y, por
consiguiente, «el personal sanitario y, en caso necesario, también
el doctor, deberá ir equipado con armas de fuego en las unidades
masculinas».
Para el grupo de los «tuberculosos
asociales», e inspirándose en la jerga de la Acción T4, las
directrices incluían el término eufemístico «estructura de economía
planificada». Es más: los enfermos dudosos eran definidos como
«personas psíquicamente anómalas». Ello permitía trasladarlas a
Psiquiatría y, de esta manera, entregarlas a la maquinaria asesina
de la Acción T4. Por ello, los médicos de tuberculosis reunidos
recomendaron que las unidades de aislamiento para los enfermos de
pulmón «asociales» fueran instalaciones anexas a los
establecimientos psiquiátricos, como en Stadtroda. Al fin y al
cabo, «los separados a la fuerza» eran «principalmente personas
psíquicamente anómalas, psicópatas, etc., cuyo tratamiento y
valoración social y caracterológica requiere experiencia y
conocimientos psiquiátricos».
Como no podía ser de otro modo, las
directrices concluían con un llamamiento a los funcionarios del
Ministerio de Interior del Reich responsables de los asesinatos por
eutanasia, es decir, a Herbert Linden.391
Justamente a él solicitaron los médicos de tuberculosis alemanes
reunidos en Stadtroda «nuevas posibilidades de internamiento, si es
necesario, provisionales», para enfermos de tuberculosis
«asociales». Esta petición sellaba la colaboración entre el Comité
del Reich para la Tuberculosis y las instituciones eutanásicas. En
el año 1943, el pliego para la inscripción de enfermos en la Acción
T4, nuevamente mejorado, planteaba en el apartado 24 la pregunta:
«¿Asocial? ¿Hostil para la comunidad?». En el número 25 se
solicitaba información sobre los fundamentos legales del
internamiento forzado ya decretado. En el apartado 26 había que
responder a la pregunta de si el inscrito presentaba una «dolencia
corporal incurable» y, en caso afirmativo, cuál. Esta combinación
de preguntas permitía dar con las personas consideradas enfermas
tuberculosas asociales.392
El nuevo ámbito de trabajo dejó sentir su
efecto en los documentos de planificación de la Acción T4 ya a
principios de 1942. En ellos se decía ahora lo siguiente: «El
asilamiento de tuberculosos abiertos asociales ha resultado ser
cada vez más necesario. Sin embargo, el número de camas puestas a
disposición para tal fin no cubre ni con mucho las
necesidades».393 En los meses posteriores se crearon
unidades especializadas de «TBC asociales» en al menos cuatro
establecimientos: en Eichberg bei Rüdesheim,394 en Tiegenhof bei Gnesen,395
en el establecimiento de curación y cuidados de Lüneburg y en el
establecimiento de Feldhof bei Graz.396 Al igual que en Stadtroda, los médicos de
todos estos establecimientos también asesinaron a enfermos mentales
y (por encargo del Comité del Reich) niños discapacitados.397
Cabe destacar un hecho singular para el establecimiento de
Stadtroda. En febrero de 1945, el jefe administrativo del Comité
del Reich, Hans Hefelmann, llegó al establecimiento como «director
de un campamento de refugiados». Se había traído consigo a unos
refugiados muy especiales: los trabajadores de la cancillería del
Führer. La ciudad de Stadtroda sería
ocupada por el ejército estadounidense a los pocos meses.398
DELATORES, ASESINOS Y LAS VERDADES DE LOS LOCOS
Sobre el director Kloos y su predecesor
Berthold Kihn quedan todavía por añadir tres episodios más que
arrojan algo de luz sobre cómo eran entonces las circunstancias
políticas y civiles en la ciudad de Jena. En 1940, Kloos publicó el
ensayo Über den Witz der Schizophrenen
(«Sobre el chiste de los esquizofrénicos»). En aquella época, los
transportistas de la Acción T4 también iban a recoger pacientes a
Stadtroda, donde el propio Kloos impulsaba la muerte rápida,
especialmente entre los enfermos de tuberculosis. En el citado
ensayo, el autor habló de las percepciones, sentimientos y miedos
de sus pacientes, pero lo hizo indirectamente, haciéndolo pasar por
«chistes».
«Se palpa una “comicidad cruel”», decía
Kloos, «cuando un esquizofrénico saluda siempre al autor en la
consulta con expresiones como: “Es un honor, Señor Clavadientes,
Señor Devorador de camas de cadáveres, Señor Engullesudores de
locomotora y Tragacharcos de sangre”.» Otro paciente le deseaba una
«feliz putrefacción» y un tercero se describía a sí mismo como
«cadáver de cama». Acto seguido, el jefe médico al que le deseaban
una feliz putrefacción explicaba en su ensayo científico que tales
salidas ingeniosas no debían calificarse de «buenos chistes». Pero
para él no era esa la cuestión. Al parecer, su intención solo era
la de estudiar la «capacidad humorística» general de sus pacientes.
Por ello incluyó también aquellos chistes que, «desde el punto de
vista de las personas más sanas e intelectualmente más elevadas, no
cabe considerar como buenos, ni siquiera en absoluto como chistes,
aunque los enfermos los expliquen, evidentemente, como tales».
Entre ellos incluyó Kloos este «chiste»: «Un antiguo maestro que
trabaja en la carpintería del manicomio haciendo ataúdes va al
médico y le dice: “Mire, señor consejero de Sanidad, yo le voy
dando los ataúdes y usted va metiendo los cadáveres”».
Kloos explicaba de la siguiente manera otra
ocurrencia relativa también a la rutina asesina en el
establecimiento: «Un vagabundo asocial sin carácter (estado
esquizofrénico de deficiencia) señala con el dedo a un catatónico
que se pasa el día fastidiando al cuidador porque no deja de
rasgarse la ropa y le dice al médico, guiñándole primero el ojo y
después riendo a carcajadas: “Señor Doctor, ¡le cortamos el cuello
y listo!”». En un ejercicio de hipocresía que, al mismo tiempo, era
una recomendación experta de sentencia de muerte, Kloos comentó:
«Para una persona normal, esto no es en absoluto un chiste ni una
broma, sino, simplemente, una idea repulsiva a través de la cual
sale a relucir la ya descrita falta de sensibilidad
(“entontecimiento afectivo”) de los esquizofrénicos y la extinción
de toda empatía social. Para la opinión sana, lo cómico termina
donde empieza lo cruel».399
En agosto de 1942, Georg Ilberg, un médico
que ya llevaba años jubilado, publicó una breve nota en la
Zentralblatt für die gesamte Neurologie und
Psychiatrie («Revista central de ciencias neurológicas y
psiquiátricas»). El texto contenía un pasaje concluyente: «Es una
gran injusticia que la psiquiatría, es decir, el estudio de la
mente enferma y todo lo relacionado con ella, diagnostique
actualmente en términos de inferioridad y prescindibilidad, denigre
a pacientes con enfermedades genéticas, entre ellos a no pocos
enfermos mentales, y abogue por el exterminio de los casos graves
—siempre que no se trate de enfermedades en la propia familia,
naturalmente—».400
Indignado, Kihn informó del artículo a los
señores de la Acción T4 y les pidió que pusieran al corriente del
suceso a Herbert Linden en el Ministerio de Interior. Sin
inmutarse, Linden respondió de inmediato. Preguntó quién era el
editor responsable de la Zentralblatt für die
gesamte Neurologie und Psychiatrie y comentó: «Creo que habría
que mandar un aviso a este señor. No puede ser que desde la opinión
pública se critiquen así unas medidas implementadas por el
Estado».401
Este suceso demuestra que los asesinatos por
eutanasia cometidos por el colectivo médico alemán eran comentados
públicamente en muchos foros, que en modo alguno se practicaba
hasta cierto punto una ocultación de los hechos y que el peligro
que corrían los que se declaraban en contra del asesinato era
relativamente escaso. Ilberg tenía entonces ochenta años recién
cumplidos. Había editado durante años la Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie («Revista
general de psiquiatría») y a través de sus páginas ya había
respondido en 1923 con un rotundo «no» a la pregunta de si un
médico tenía permitido matar.
Por otro lado, la crítica de 1942 habría
afectado particularmente a Kihn. Sin citar nombres, Ilberg planteó
que había colegas que defendían el exterminio de personas con
enfermedades psíquicas graves «siempre que no se trate de miembros
de su propia familia». La primera esposa de Berthold Kihn, según
declaraciones de su marido, había sufrido trastornos mentales
graves en 1939. Murió en Jena en 1945.402
Al igual que Johann Duken en Heidelberg, su
maestro Jussuf Ibrahim, jefe médico de la Clínica Universitaria
Infantil de Jena, también se dedicó en cuerpo y alma al asesinato
de niños discapacitados. Ibrahim dirigió la clínica hasta 1954 y
recibió toda clase de honores en la antigua RDA. En 1942 no
utilizaba los códigos camuflados habituales, sino que solía
escribir sin tapujos «¡Eutanasia solicitada!» en algunos
historiales clínicos de niños que tenía a su cargo. Gerhard Kloos
se chivó a los responsables en la cancillería del Führer. Kloos, que regentaba una Unidad
Especializada de Pediatría del Comité del Reich, criticaba que
Ibrahim no había guardado las formas de confidencialidad previstas.
El caso se archivó después de que el profesor de Psiquiatría de la
Universidad de Jena Berthold Kihn reprendiera al delator Kloos por
meterse donde no le tocaba y escribiera a Berlín para decirles que
la «torpeza» de Ibrahim era «humana» y que, por lo demás, en la
clínica infantil estaban «cooperando de maravilla» en lo relativo a
la eutanasia.403
Kihn sabía lo que decía. Había ejercido de
experto de urgencia para la Acción T4 y fue uno los precursores
intelectuales de la actividad asesina. En 1932, cuando todavía era
una mansa promesa del mundo científico, publicó el artículo
Die Ausschaltung der Minderwertigen («La
eliminación de los inferiores»), donde se lamentaba de que un
«sentimiento ético, seguramente algo atrofiado», no permitía,
provisionalmente, «exterminar la vida de procesos de
entontecimiento crónicamente empeorados» y de «existencias
inútiles». Sin embargo, rememorando el —según él— feliz pasado,
Kihn confiaba en un futuro todavía mejor: «Durante siglos el hombre
trató a los débiles con indulgencia e intervino drásticamente, una
y otra vez, ora eliminando las dificultades arrojándolas sin
vacilar a la sima del Taigeto, ora nombrando comisiones de médicos
independientes, como en el Antiguo Egipto, que decidieron sobre la
prolongación de la vida inútil».404