Asociales, criminales y tuberculosos

 

 

«EL EXTERMINIO DE LA VIDA ASOCIAL»

 

En los debates en torno a la ley de muerte asistida también participó Reinhard Heydrich en 1940. En su opinión, no existía ninguna diferencia fundamental entre las personas con enfermedades psíquicas crónicas y aquellas que presentaban conductas asociales y permanentemente inconformistas. Así, el proyecto de ley llevó durante un tiempo el título provisional de «Sobre la muerte asistida para personas demasiado débiles para vivir y ajenas a la comunidad». Como confirmó posteriormente Hans Hefelmann, que también participó en las discusiones, Heydrich quería «salirse del marco de afectados originalmente definido».341 No pudo imponer su criterio, al menos no por la vía directa.
Desde el principio, el programa de la Acción T4 también tenía previsto asesinar a pacientes en situación de internamiento preventivo, es decir, personas condenadas por delincuencia pero que habían sido hospitalizadas en centros psiquiátricos debido a una incapacidad mental total o parcial. Estos enfermos eran alojados en sólidos edificios especialmente asegurados o en las llamadas casas de custodia. A este respecto, el médico Irmfried Eberl escribió lo siguiente en su comentario al proyecto de ley de eutanasia: «Además, esta ley se aplica, por supuesto, a todos los criminales que requieran internamiento en establecimientos psiquiátricos».342 Lo único que faltaba era codificar la práctica ya existente.
En su primera versión, los pliegos de inscripción de la Acción T4 ya incluían las preguntas «¿En custodia como enfermo mental criminal?» y «¿Delitos?». Como ocurriría algo más tarde con los pacientes judíos, los criminales fueron asesinados prácticamente sin excepciones, es decir, sin seguir ningún criterio especial o a partir de dictámenes a primera vista. Una doctora anotó lo siguiente durante el traslado de una gran cantidad de enfermos desde el establecimiento de Bedburg-Hau, en Renania, al principio de la guerra: «Poco después de la evacuación ya corría el rumor de que la mayor parte de los enfermos de Bedburg enviados a Alemania central ya no vivía. En concreto, de los alojados en la casa de custodia solamente quedaba vivo un herido de guerra (oficial con lesiones cerebrales)».343 Para comprender mejor la tragedia de estos asesinatos, cabe señalar que sobre todo los jueces políticamente disconformes admitían la capacidad mental limitada como circunstancia atenuante para librar de lo peor a algunos acusados.
Es cierto que, al principio, los dirigentes políticos, funcionarios y empleados de la Acción T4 no incluyeron en la ley de eutanasia a los asociales, a los que llamaban «ajenos a la comunidad». Sin embargo, en los años siguientes, los límites que definían los criterios utilizados para distinguir entre personas psíquicamente enfermas, asociales, laboralmente incapaces y criminales se fueron ignorando cada vez con más frecuencia. Así lo indican las pautas establecidas en 1941 por la T4 para los expertos. En ellas se puede leer: «Eliminación de todos aquellos que no sean capaces de desempeñar un trabajo productivo también en los establecimientos psiquiátricos, es decir, no solamente los intelectualmente muertos.» Quedaron excluidos en su mayoría los residentes perturbados a causa de la edad, pero había que matarlos si demostraban, «por ejemplo, criminalidad o asocialidad».344 Este documento validaba los puntos de vista sociales como indicación para el asesinato facultativo.
Después de que, tras la interrupción de los asesinatos en cámaras de gas, la Acción T4 dejara de participar en el asesinato automático de enfermos mentales hospitalizados por motivos penales, el ministro de Justicia del Reich en funciones, Franz Schlegelberger, centralizó el internamiento de estos pacientes. Empezó por los judíos —los pocos que, gracias también a jueces benévolos, habían sido destinados a internamiento preventivo— y, el 6 de febrero de 1942, ordenó agruparlos en cinco establecimientos de conocida reputación: Hamburgo-Langenhorn para las regiones del norte, Brandeburgo-Görden para el centro, Tapiau (Prusia oriental) para el este, Eglfing-Haar (Múnich) para el sur y Am Steinhof (Viena) para la antigua Austria. Además, el juez amplió el colectivo de los destinados a tales alojamientos a aquellos presos (judíos) «que durante la ejecución de la condena hayan contraído una enfermedad mental y no sean o hayan dejado de ser adecuados para el internamiento en la unidad psiquiátrica de un establecimiento penitenciario». La amplia interpretabilidad del concepto «psicópata» permitía una cómoda aplicación de la orden ministerial. En este pasaje queda claro que para Schlegelberger no era importante ofrecer una mejor atención a los enfermos mentales, sino acelerar la muerte de determinados convictos.345
A los internos preventivos y presos judíos diagnosticados como psíquicamente enfermos les siguieron los arios, pero con la diferencia de que, a la vista de los cambios en la situación bélica, en el caso de los pacientes no judíos no importaba mucho suministrar una muerte rápida, sino que se prefería destinarlos a unos trabajos forzados que, por su crueldad, acababan siendo letales. El 18 de septiembre de 1942, el recién nombrado ministro de Justicia Otto Thierack y su viceministro Curt Rothenberger, de acuerdo con el general de las SS Bruno Streckenbach y Heinrich Himmler, decidieron «hacer entrega al comandante en jefe (Himmler) de los elementos asociales que se hallen cumpliendo pena para su exterminio mediante trabajo». En el acta se decía que «se entregará a los internos preventivos en su totalidad». Cuatro días antes, Thierack había tomado buena nota de unos consejos que le había dado alguien de las alturas: «Con respecto al exterminio de la vida asocial, el Dr. Goebbels es de la opinión que hay que exterminar a judíos y gitanos en general, polacos con condena de tres años o más de pena en presidio y checos o alemanes condenados a cadena perpetua o en internamiento preventivo. Según él, la idea del exterminio mediante trabajo es la mejor». En el diario de Goebbels se puede leer lo siguiente sobre el contenido de la misma conversación: «Thierack quiere resolver la cuestión de los elementos asociales agrupando a los delincuentes habituales sentenciados con penas de presidio elevadas en pelotones de trabajos forzados y enviándolos al este. Allí deberán trabajar en las más duras condiciones. Y si alguien sucumbe durante estos trabajos, no habrá que lamentarlo».346
Tales normas remitían directamente a las prácticas de la Acción T4. En una hoja informativa dirigida a los expertos y publicada en octubre de 1942 se podía leer por vez primera la abreviatura «KZ» (Konzentrazionslager, campo de concentración) junto con la siguiente nota aclaratoria: «KZ significa que se deja a criterio del médico dictaminador el traslado de estos enfermos a un KZ».347 El 3 de octubre de 1942, los médicos de la T4 Curd Runckel y Kurt Borm iniciaron una gira por los establecimientos de curación y cuidados para dictaminar sobre los delincuentes internados, prestando especial atención a la capacidad de los mismos para trabajar. Los resultados obtenidos de cada individuo en estas y posteriores visitas eran notificados al Ministerio de Justicia del Reich. Allí, a partir de los datos recabados, los funcionarios responsables elaboraban listas con los nombres de aquellos pacientes en internamiento preventivo que «ya no requerían tratamiento en establecimientos psiquiátricos y que, a la vez, eran aptos para trabajar». Estos pacientes eran trasladados a un campo de concentración determinado.348
A partir de listas como estas, el 25 de marzo de 1944, por ejemplo, doce hombres en situación de internamiento preventivo del establecimiento de curación y cuidados de Neustadt en Holstein fueron entregados «a la policía criminal de Kiel» para su exterminio mediante trabajo en un campo de concentración.349 Lo mismo sucedió por las mismas fechas en el establecimiento de Lohr am Main. El 30 de marzo de 1944, seis pacientes mujeres y diez varones fueron trasladados a Auschwitz y Mauthausen, respectivamente, donde desaparecieron para siempre. Se llamaban Charlotte W. (nacida el 9-1-1916), Emma W. (27-4-1909), Hertha P. (25-11-1911), Dorothea D. (21-9-1891), Maria M. (13-7-1901), Maria R. (17-2-1901), Josef R., Karl S. (14-8-1894), Alfred W. (16-1-1923), Ernst R. (14-2-1919), Richard K. (15-8-1899), Alfred B. (13-11-1901), Ludwig K. (21-2-1915), Anton K. (2-9-1905), Paul M. (4-2-1915) y Anton S. (3-2-1915).350
Paralelamente, los tutelados que habían incurrido en algún delito, siempre que constaran como no aptos para trabajar o muy agresivos, eran enviados preferentemente a los distintos centros mortíferos de la Acción T4. Por tales motivos, la dirección del establecimiento de Langenhorn en Hamburgo trasladó a principios de 1943 a una cincuentena de hombres a Hadamar. Ninguno sobrevivió. Los informes médicos y personales contenían datos como estos: «ingresado por orden del Tribunal Regional de Hamburgo en 1935 en el establecimiento de curación y cuidados de Langenhorn por intento de violación»; «hospitalizado en 1939 por decisión del Tribunal Regional de Hamburgo por un delito contra la moral cometido en estado de incapacidad mental»; «ingresado en 1938 por el juzgado de primera instancia de Hamburgo por robo con fractura cometido en estado de incapacidad mental, alberga intenciones de fuga»; «ingresado en 1937 por decisión del juzgado de primera instancia de Hamburgo por prostitución homosexual cometida en estado de incapacidad mental»; «demente peligroso con numerosos antecedentes»; «arrestado en 1936 por intento de homicidio y hospitalizado en Langenhorn por incapacidad mental»; «trasladado a Langenhorn por estado de incapacidad mental, había disparado a su madre y a su tía con una pistola».351
Entre las personas que durante la segunda mitad de la guerra fueron enviadas a morir en Hadamar, también estaban los que llegaban allí desde la cárcel de Hamburgo-Fuhlsbüttel —pasando por Langenhorn—, es decir, convictos que habían sido declarados como psíquicamente enfermos con el objetivo de asesinarlos.352 Aunque en una circular administrativa del 22 de octubre de 1942 ya se dijera que «existe una regulación definitiva reservada a encarcelados dementes», el centro mortífero de Hadamar muestra qué clase de normas aplicaba finalmente la justicia alemana.353
Sin embargo, de los establecimientos psiquiátricos no solo salían tales internos hacia los campos de concentración. A partir de 1943, a los médicos alemanes les bastaba el diagnóstico psiquiátrico de «psicópata», que se correspondía con el concepto sociológico de «anormal», para trasladar a los campos a enfermos particularmente molestos y difíciles. Así, el director médico de la Acción T4, el profesor Nitsche, comunicó por escrito al experto Otto Hebold que la llegada de determinados pacientes a los establecimientos de curación y cuidados solo podía ser debida a una aplicación errónea de una disposición legal y que su destino real era el campo de concentración. En este mismo sentido comunicó Nitsche lo siguiente a su equipo de la central de la T4 en Berlín: «Adjuntos envío dos pliegos de inscripción que he recibido hoy del establecimiento de Gugging con el asunto Franz Janoschek y Erwin Lang y mi referencia Transferencia a la policía para internamiento en un KZ». Ambos pacientes no habían sido hospitalizados por orden judicial. El director de Gugging, Erich Gelny, los había diagnosticado simplemente como «psicópata débil», a uno, e «intelectualmente disminuido y excitable» con «reacción depresiva», al otro. Sobre estos hechos, Nitsche dispuso lo siguiente: «Como ninguno de los dos casos requiere tratamiento psiquiátrico y en un establecimiento de curación y cuidados no harían más que molestar, ni tampoco pueden ser custodiados con la suficiente seguridad, el establecimiento de Gugging pide un traslado lo más rápido posible. Solicito la transferencia rápida al departamento de policía competente haciendo especial hincapié en el citado deseo del establecimiento».354

 

Como el programa asesino de la administración de justicia afectaba a presos aptos para trabajar internados en establecimientos de curación y cuidados, pronto se originó un curioso conflicto de intereses. Por un lado, Himmler quería matar a base de trabajo en sus campos a los laboralmente activos y cargar lo menos posible con el lastre de los no aptos para trabajar, enfermos y achacosos. Por otro lado, los directores de los establecimientos de curación y cuidados querían deshacerse de sus pacientes improductivos, pero, a la vez, deseaban mantener a los más activos —que solían ser los criminales— como apoyo para el funcionamiento de los centros, cuyo personal se había visto reducido. El tira y afloja originado se refleja en la petición que el director administrativo del establecimiento de curación y cuidados de Wiesloch formuló el 19 de marzo de 1943 al fiscal general en Karlsruhe: «Aparte de nuestra masa de pacientes insociales y difíciles de supervisar, alojados aquí en virtud del artículo 42b, también tenemos a un número de internos que en todo momento han demostrado buenas capacidades y son de gran ayuda para el establecimiento. (...) Los puestos de trabajo de muchos de nuestros empleados reclutados por la Wehrmacht ya están ocupados, con buenos resultados, por enfermos alojados aquí en virtud del artículo 44b del Código Penal del Reich».355
Efectivamente, dos programas asesinos con una filosofía diametralmente opuesta chocaban entre sí. El «exterminio de la vida indigna de ser vivida», ya en funcionamiento con una organización descentralizada, requería la progresiva permanencia de pacientes aptos para trabajar que contribuyeran a mantener activa la parte económico-empresarial de la maquinaria de selección y asesinato. En cambio, el «exterminio mediante trabajo» de Himmler y Thierack apuntaba a unos objetivos productivos que los realmente enfermos, disminuidos psíquicos y físicos solo podían malograr. Por consiguiente, se originó una disputa entre el ministro de Justicia Thierack y Herbert Linden. Finalmente, Thierack transigió y, cabizbajo, comunicó a los fiscales generales responsables de la ejecución de las penas que, «debido a las reiteradas polémicas con el departamento de Sanidad del Ministerio de Interior del Reich» —es decir, con Linden—, declaraba «cancelados» los traslados ya ordenados nominalmente de internos preventivos a los campos de concentración.356 Linden se había salido con la suya. El Ministerio de Justicia tuvo que anunciar la «reelaboración de las listas» —listas de internos preventivos que, «desde el punto de vista psiquiátrico, eran idóneos para su entrega a la policía»— y reconocer la salvedad de que «estas nuevas listas tampoco son totalmente determinantes. (...) Quedan excluidos de entrega a la policía los destinados a trabajos importantes en el establecimiento de curación y cuidados o por encargo del mismo y cuya sustitución por otro personal sea imposible o inadecuada».357
Al mes siguiente, Linden comunicó a los directores de establecimiento su victoria en el litigio y les concedió nuevos poderes decisorios en virtud de los cuales, a partir de entonces, les correspondería a ellos «decidir» si entregaban o no a un interno. Además, Linden también dispuso que en el futuro ya no se realizaran más peritajes centrales. Así, el director de Wiesloch pudo conservar a sus criminales laboralmente aptos y mandar asesinar en Hadamar a los que él consideró enfermos de larga duración, indisciplinados o achacosos.358
«Dada la situación, solicito el envío de una lista completa de todas las casas de trabajo y otras instalaciones sitas en su Gau dedicadas a la custodia de asociales y antisociales». Werner Blankenburg pidió esta información el 8 de marzo de 1941 a todas las jefaturas de los Gaue. Quería saber algo sobre la cantidad y el tipo de internos y los titulares de las casas de trabajo. Especialmente quería saber «si, por falta de opciones de internamiento en otros lugares, se custodian allí también casos ya intratables de personas ajenas a la comunidad».359
RUMMELSBURG: CUESTIONARIOS PARA PERSONAS AJENAS A LA COMUNIDAD

 

Las casas de trabajo existentes en aquella época en todos los rincones del país albergaban a mendigos, prostitutas, pagadores de pensión alimenticia morosos, pequeños ladrones, vagabundos, personas sin techo, holgazanes, bebedores y gandules internados en ellas para corregir su conducta desviada mediante el trabajo. Por lo que he podido observar, la petición de Blankenburg tuvo al principio poca repercusión. Sin embargo, los responsables de la Acción T4 dieron un paso adelante fundamental en enero de 1942, cuando visitaron la casa de trabajo de Berlín-Rummelsburg. No fueron a pasar revista, por ejemplo, sino a someter a los internos a un dictamen de prueba muy bien preparado y regido por el criterio de «no merece vivir o todavía capaz de trabajar». Previamente, la secretaria Ingeborg Seidel había rellenado el encabezamiento de un amplio cuestionario para cada recluso a partir de los expedientes. En 1941, Seidel había pasado de la oficina de empleo de Frankfurt al establecimiento asesino de Hadamar. Después la trasladaron a la Central de Berlín, donde recibió la orden —tal como declaró en 1946— de «desempeñar unas funciones en la casa de trabajo de Rummelsburg» en otoño de 1941: «Allí se elaboraban expedientes destinados a preparar también el exterminio de los llamados “elementos asociales”».360
El 12 o 13 de enero de 1942 se presentó en Rummelsburg una comisión de expertos que, según la invitación, estaba formada por el Dr. Herbert Linden (Ministerio de Interior del Reich), el Dr. Hans Hefelmann (cancillería del Führer), el profesor Heinrich Wilhelm Kranz (higienista de la raza e investigador de los asociales en Giessen), el profesor Karl Metzger (higienista de la raza en Dresde), Ursula Knorr (bióloga criminóloga), el Dr. Hermann Vellguth (consejero director de Salud Pública en Viena), el Dr. Erwin Jekelius (exdirector de un sanatorio para alcohólicos de Viena), el profesor Robert Ritter (investigador de la etnia gitana y biólogo criminólogo de la Oficina de Policía Criminal del Reich) y el profesor Hans Heinze (experto de la T4 y psiquiatra).361
Es decir, la comisión reunió a psiquiatras que, como Heinze, se habían dedicado durante años al estudio del «carácter anormal», con altos representantes de la biología criminológica (Kranz, Metzger, Ritter y Knorr) y los organizadores del asesinato en masa (Hefelmann y Linden). Además, por parte de la Central de la Acción T4 habían sido invitados el psiquiatra Paul Nitsche y los directores de establecimiento psiquiátrico Gerhard Wischer y Robert Müller. Cada miembro de la comisión evaluó a los internos del centro utilizando un nuevo pliego de inscripción especialmente creado para personas ajenas a la comunidad. En la parte superior figuraba el «número de serie», seguido del «nombre del campo, etc.» —en este caso, la casa de trabajo— y, después, la población, o sea, Berlín-Rummelsburg. Tras esta información, y no antes, aparecía un epígrafe destinado a los datos personales, incluido el estado civil, número de hijos habidos dentro y fuera del matrimonio, religión, raza, nacionalidad y situación militar (combatiente o herido).
Además, el formulario contenía datos sobre el pagador de los gastos, las «relaciones con los familiares», la profesión y, en su caso, el «cambio frecuente de puesto de trabajo», el «motivo de ingreso» y el «departamento de ingreso». Secciones relativas a las «taras de estirpe», «estancia en establecimientos de curación y cuidados», antecedentes, alcoholismo, proxenetismo, actos indecentes, etc., completaban el cuestionario. A partir de estos datos, y tras un brevísimo encuentro con el interno en cuestión, los expertos debían emitir un pronóstico social y responder a unas cuestiones concretas: «apreciación de eventual utilidad social posterior, posibilidad de alta», «estado físico», «adicción» e «impulsividad sexual».362
Cada uno de los expertos reunidos en Rummelsburg evaluó a todos los internos individualmente. Se trataba de un registro de prueba con el que se pretendía determinar el grado de coincidencias y desviaciones significativas con el fin de desarrollar una óptima unificación de criterios para futuras valoraciones y perfeccionar —como es de suponer— los cuestionarios adecuadamente. En su «Informe sobre los trabajos en Rummelsburg», el Dr. Erich Straub, uno de los colaboradores médicos de Nitsche, anotó el siguiente resultado: «Se han cumplimentado pliegos de inscripción de la forma prescrita para todos los internos; con el propósito de obtener un registro completo, con el fichero de asistencias se ha elaborado una lista de todos los internos presentes el día 13 del mes y se ha comparado con los pliegos de inscripción cumplimentados. Con ello se garantiza que todos los internos queden registrados. Cantidad de pliegos expedidos: mujeres: 449; hombres: 975. De estos 975 hombres, no se ha podido examinar a 35 porque se hallaban en cuarentena por peligro de epidemia. Estos 35 se someterán a examen posteriormente. Sus cuestionarios de inscripción ya creados los tiene el médico del establecimiento en Rummelsburg».363 El 14 de febrero, los expertos concluyeron las «deliberaciones médicas en Rummelsburg».364

 

Antes del registro de prueba se había realizado un análisis económico-empresarial de la casa de trabajo. Dicho estudio corrió a cargo del inspector administrativo Ludwig Trieb, responsable de la racionalización del sistema de establecimientos psiquiátricos. El 17 de diciembre de 1941, Trieb había concluido su informe y determinado lo siguiente: «El establecimiento se gestiona en el marco de los presupuestos municipales de la ciudad de Berlín bajo el concepto “Bienestar general”. Los costes de mantenimiento previstos son: para casos de bienestar social, 1, 75 marcos del Reich al día; internos de la administración de Justicia, 1, 50 marcos del Reich al día; asociaciones de asistencia social, 1, 75 marcos del Reich al día».
Según el censo realizado por Trieb, la casa de trabajo albergaba a finales de 1941 a alrededor de 600 pagadores de pensión alimenticia morosos, 450 mendigos, vagabundos o personas sin techo no aptas para trabajar y 800 aptas para trabajar, así como 150 internos en la sección hospitalaria. En total, 2.000 internos sometidos a correctivo laboral. Con respecto a la dedicación y productividad en el trabajo, Trieb dividió a los internos en tres grupos para su análisis.
Sobre el primero, determinó lo siguiente: «Trabajos efectuados: pelar patatas, deshilachar cabos, desbarbar plumas, clasificar metales, trapos, papeles, etc. Aquí se emplea principalmente a los 450 internos considerados en la casa de custodia como no aptos para trabajar». Los internos de la casa de trabajo del grupo 2 destinados a los talleres eran para Trieb de «valiosos» a «loables». Entre ellos estaban los que trabajaban en zapatería, sastrería, jardinería o cerrajería; en albañilería, pintura y tapicería; en la sala de máquinas, la cocina, el lavadero o en la sala de costura. También positivamente —«totalmente válidos»— valoró Trieb los trabajos del grupo 3, entre los cuales estaban los de las brigadas de trabajo que se enviaban a los bosques, servicios de calefacción centrales eléctricas y cementerios de la ciudad, o que se confiaban a empresas privadas.
Por último, Trieb llegó a la conclusión de que, por motivos económicos, había que reducir el grupo de trabajo 1 y racionalizar los procesos operativos internos: «Grupo de trabajo 1: se puede reducir convenientemente. El grupo restante se puede emplear en trabajos más elevados. La racionalización del trabajo también provocará ciertos reajustes. Grupo de trabajo 2: se puede reducir en menor medida. También aquí se necesitará un reajuste debido a la intensa división del trabajo y su racionalización. Grupo de trabajo 3: se debe mantener mientras el mercado laboral no pueda ofrecer ninguna alternativa ni obligue a ningún otro reajuste. Actualmente sería una irresponsabilidad intervenir en el cupo de las brigadas de trabajo municipales. Ni la ciudad de Berlín ni las restantes empresas militares y de primera necesidad podrían soportar esta merma. Si existe una necesidad ineludible de intervención en el cupo de los comando municipales, habrá que intentar completar el reajuste desde el grupo 2».365
A partir de planteamientos de economía de empresa, Trieb propuso la «reducción» de un centenar de internos de la casa de trabajo. Este fue el motivo por el que se llevó a cabo, el 13 de enero de 1942, la valoración de prueba de los internos de Rummelsburg anteriormente descrita. En los expedientes de Nitsche hay una nota manuscrita con fecha del 11 de abril sobre el resultado del ensayo. Según esta anotación, los expertos se pronunciaron unánimemente a favor de la muerte de 314 internos. En el caso de otros 765 custodiados en la casa de trabajo, al menos uno de los expertos participantes los calificó de «indignos de vivir».366
Por lo que se sabe, la inspección de Rummelsburg de enero de 1941 no tuvo ninguna consecuencia directa sobre los internos. Por las pruebas disponibles en 2012, tampoco existen indicios de que se enviara a responsables de la Acción T4 a otras casas de trabajo y estos hubieran peritado o evacuado de allí a los internos. Sin embargo, la evaluación de prueba realizada en el correccional de Rummelsburg para calcular lo digna de ser vivida que era la existencia de sus internos revela una tendencia. Muestra qué fue lo que influyó progresivamente en la práctica homicida entre los años 1942 a 1945 y expone claramente lo que habría podido pasar tras una hipotética victoria alemana en la segunda guerra mundial.

 

Sociólogos, funcionarios, trabajadores sociales y asistentes sociales de la época utilizaban el término «ajeno a la comunidad» para referirse aproximadamente a lo que hoy conocemos por marginados, excluidos o inadaptados sociales. Un proyecto de «ley sobre el tratamiento de los ajenos a la sociedad» redactado en 1940, que no entró en vigor pero sí se publicó en un libro, ofrecía una escueta definición. Según este esbozo legal, una persona ajena a la comunidad era «la que, por personalidad y forma de vida, especialmente debido a una falta extraordinaria de juicio o carácter, no está en condiciones de satisfacer las exigencias mínimas de la comunidad nacional».367 Entre las características de un ajeno a la sociedad se incluían el libertinaje, el alboroto, el alcoholismo, la holgazanería y, sobre todo, la vida desordenada; se referían a mendigos, pagadores de pensión alimenticia morosos, ladrones, estafadores, delincuentes, prostitutas, vagabundos, bebedores en público y personas sin techo.
El Ministerio de Interior del Reich decretó en el verano de 1940 unas «directrices sobre la estimación de la salud hereditaria» redactadas por Herbert Linden y que debían servir para clasificar en un futuro a los alemanes (arios) en cuatro categorías: personas asociales, personas tolerables, el ciudadano medio y personas especialmente valiosas por su genética. Según este decreto, las personas asociales quedaban excluidas del cobro de cualquier ayuda material.368 El resultado práctico de ello se refleja en las normas sobre la concesión de prestaciones por hijos a cargo publicadas por el Ministerio de Finanzas en marzo de 1941. En lo sucesivo, el objetivo del subsidio familiar por hijos sería únicamente el de «proteger a las familias alemanas sanas dignas de vivir en la comunidad» y «acabar con las ideas de beneficencia y asistencia social». Para evitar una interpretación flexible, el decreto prohibía definitivamente la concesión de cualquier forma de subsidio por hijos u otro tipo de ayuda social a las «familias asociales (ajenas a la comunidad)» contempladas por las directrices sobre la estimación de la salud hereditaria. Lo mismo se aplicaba al «hijo de mujer soltera con progenitor desconocido» y al padre «que no demuestre garantías de un uso apropiado del subsidio familiar».369
El atributo sociológico «ajeno a la comunidad» se correspondía entonces con la categoría médica «psicopático». La tarea de definir qué persona voluble, sin carácter, con afán de protagonismo, inestable, insegura, con personalidad litigiosa o sexualmente pervertida se enviaba al patíbulo en virtud de esta definición quedaba reservada a Hans Heinze, activista confeso y ejecutor activo de los asesinatos por eutanasia. En 1942 publicó el artículo «Personalidades psicopáticas» en la obra de varios tomos Handbuch der Erbkrankheiten («Manual de las enfermedades hereditarias»), donde se remitió convenientemente a Herbert Linden para entrar en materia: «La prostitución, el vagabundeo y el crimen profesional son, según Linden, sin excepciones, aquellos estados de la conducta que justifican el supuesto de una inadecuación al matrimonio. El comentario menciona además el proxenetismo y el llamado pauperismo de causa endógena. Según (el psiquiatra Ernst) Rüdin, deben considerarse por supuesto inadecuados al matrimonio todos los criminales y antisociales psicopáticos condenados, llamados natos; los estafadores, tramposos, impostores y timadores; los canallas histéricos, los psicópatas demostradamente volubles y, por ello, convertidos en asociales; los faltos de carácter, entre ellos, por encima de todos, los criminales constitucionales incorregibles graves, amén de las prostitutas empedernidas, los proxenetas, los homosexuales empedernidos y los holgazanes empedernidos».
Cuando Heinze redactó este artículo para el citado manual, se dedicaba diariamente a diagnosticar a seres humanos para matarlos y ultimaba dictámenes letales de prueba en Rummelsburg. Por ello, todo hace suponer que se refería al exterminio físico cuando hablaba de esterilización forzada en su artículo. La exigió «urgentemente» para «psicópatas criminales reincidentes y asociales cuya desviación caracterológica es apreciable en su estirpe» y para los «elementos nacionales tendentes al parasitismo». «Esperamos», ansiaba Heinze, «que, tras la guerra, la lucha contra la subhumanidad y la erradicación de la misma será una hazaña más, digna sucesora de las otras ya conseguidas.»370
Tanto en el proyecto de ley sobre personas ajenas a la comunidad como en la propaganda en preparación, la esterilización forzada ya estaba prevista como medida biopolítica. Sin embargo, este método de supuesta preservación de la salud genética perdió rápidamente importancia con el inicio de la guerra, ya que comprometía demasiados recursos médicos que entretanto debían destinarse a otros fines. A partir del otoño de 1939 ganó terreno la matanza de los que hasta entonces habrían sido víctimas de la esterilización forzada. Sin embargo, en noviembre de 1940, el Ministerio de Interior —de nuevo con Linden detrás— puso en vigor, en calidad de disposición secreta, un escueto párrafo de la ley proyectada relativo a las «interrupciones de embarazo (en casos) en los que pueda existir una gran probabilidad de que el nacimiento de más hijos no sea deseable». De todos modos, desde 1935 ya estaba permitido practicar abortos forzados en mujeres embarazadas cuyo cónyuge o ellas mismas hubieran sido clasificados como genéticamente enfermos y esterilizados a la fuerza.
El aborto estaba estrictamente prohibido para mujeres arias sanas y en sintonía con la comunidad, pero la disposición secreta lo exigía en caso de que la descendencia no fuera deseada desde el punto de vista social. En virtud de una «autorización especial» que Hitler había transmitido, al parecer verbalmente, a sus conocidos colaboradores Brandt y Bouhler, la cancillería del Führer pudo decidir sobre la práctica de abortos por «indicación racial, ética y de higiene genética».371

 

No es objeto del tema que aquí nos ocupa explicar el procedimiento mediante el cual Hitler concedió o debió conceder esta autorización, pero, por motivos generales, me parece oportuno comentarlo. De puertas afuera, el Ministerio de Interior del Reich (Linden) fue el responsable de la disposición secreta sobre el aborto que se dio a conocer a las autoridades competentes el 19 de noviembre de 1940. La base jurídica era una «autorización especial del Führer». El 16 de abril de 1941, el ministro de Justicia del Reich quiso ver precisamente esa autorización y pidió por ello a Linden que le «comunicara el texto» literal de la misma. Linden le respondió con evasivas el 24 de mayo: «En el Ministerio de Interior del Reich no se conoce el texto de la autorización. Lo guarda bajo llave el Reichsleiter Bouhler». El 24 de septiembre, Roland Freisler, a la sazón viceministro de Justicia, instó la celebración de un encuentro con las autoridades responsables del Ministerio de Interior y la cancillería del Führer: «Para preparar la reunión desearía conocer el texto de la autorización en la que se basa el procedimiento». El debate deseado por Freisler tuvo lugar realmente catorce meses después, el 26 de noviembre de 1941. Más tarde, en el Ministerio de Justicia se hizo la siguiente observación: «En la cancillería son de la opinión que ahora no es momento de trasladar al Führer la petición de fijar la autorización por escrito. Lo que es seguro es que el Führer se reafirma en esta autorización».372
Lo históricamente importante de este tira y afloja de importancia secundaria para el curso de los acontecimientos se encuentra en la conducta del Führer y canciller del Reich. Si Hitler se negó a legitimar formalmente una medida tan marginal, parece entonces improbable que redactara alguna vez una orden escrita para asesinar a los judíos europeos. Tales documentos solo podrían limitar su margen de maniobra, ya que reducían la corresponsabilidad de los muchos que colaboraron como elementos de un sistema de división del trabajo. Una política del crimen requiere cómplices, no receptores de órdenes. Creo que Hitler pensó a posteriori que la autorización para la «concesión de la muerte de gracia», sin forma al principio y solo fijada por escrito bajo la presión del ministro de Justicia, fue un error. Precisamente por eso no concedió ninguna autorización escrita —y menos por deseo de los juristas— en el caso de las excepciones por motivo social a la, por lo demás, estricta prohibición del aborto.

 

Los trabajadores del Comité del Reich eran los encargados, bajo la supervisión general de Viktor Brack, de conceder o no los permisos. El pediatra Ernst Wentzler, principal implicado en los infanticidios, participó como experto único.
En los primeros diez meses, el Comité del Reich resolvió positivamente 53 solicitudes y rechazó 61. En las peticiones se incluían los motivos, como no podía ser de otro modo. Por ejemplo, la esposa de un jefe de distrito del NSDAP intentó enmendar las consecuencias de una noche de pasión adúltera haciendo hincapié en el supuesto estado de completa ebriedad, genéticamente muy preocupante, de los participantes. Este tipo de solicitudes no fueron del todo raras y condujeron a una práctica decisoria restrictiva en este sentido.
Los criterios de toma de decisión referentes a la «inferioridad caracterológica» y la «criminalidad reincidente» establecidos en la disposición secreta fueron determinantes para vulnerar el derecho a la vida de los que se negaban visiblemente a seguir el proverbial acatamiento de las órdenes alemán. Las seis solicitudes presentadas bajo este punto de vista fueron autorizadas. He aquí un ejemplo.
En la solicitud presentada por Hermann Vellguth cuando era director de Salud Pública en el ayuntamiento de Viena se puede leer lo siguiente acerca de la familia de Marie F.: «De los cinco hijos del matrimonio F., tres ya constituyen casos llamativos. (...) En resumen, hay que determinar si el hijo que está por nacer debe considerarse como genéticamente contaminado, sin duda por el padre asocial, psicopático y afectado de alcoholismo grave. Si bien Marie F. no padece ninguna enfermedad hereditaria contemplada en la ley para la contracepción de hijos con enfermedades hereditarias, ni presenta tampoco ningún estado patológico que permita indicar una interrupción del embarazo por motivos de salud, hay que calificar de indeseado el nacimiento de otro hijo del matrimonio F.». Viktor Brack aprobó la suspensión del embarazo y puso simultáneamente sobre la mesa dos variantes para el exterminio del marido: «Como tengo previsto ordenar el ingreso del cónyuge en un campo de concentración, le solicito que me comunique si dicho ingreso le parece conveniente o si considera que F. requiere cuidados permanentes en un establecimiento debido a su estado mental».
El Comité del Reich empezó a matar a niños no deseados antes de que nacieran. Brack fijó límites para el aborto de «vidas indignas de ser vividas», pero, a su manera, advirtió que «en los casos en los que no se ordene ninguna interrupción del embarazo, el Comité del Reich podrá disponer de capacidad derogatoria si nace un niño hereditariamente enfermo».373

 

En la práctica asesina del Comité del Reich también fueron ganando cada vez más importancia aspectos como la «conducta social» y la «preservación general de la vida». Tales criterios se aplicaron en 1942 para asesinar a la joven de 17 años Gertrud N., de Kiel. Era hemipléjica de nacimiento, pero podía andar, rara vez sufría ataques epilépticos y superó con buenas notas la Hilfsschule. No necesitaba cuidados. La decisión de ingresarla de oficio en la Unidad Especializada de Pediatría de Schleswig-Statdfeld y asesinarla allí fue motivada por la anamnesis social: «(Gertrud N.) siempre ha sido una joven difícil, pero ahora se ha vuelto desvergonzada y rebelde, ya no obedece, se escapa por las noches, se planta junto a los barracones, vuelve a casa de madrugada y ya ha tenido relaciones sexuales con varios hombres. Cuando la madre cierra la puerta con llave para que no salga de noche, grita y hace ruido por todo el edificio y se escapa en cuanto alguien abre la puerta para ver qué le pasa».374 Cuando los datos puramente médicos no proporcionaban motivos inequívocos para administrar una inyección letal, los psiquiatras, médicos del Comité del Reich y expertos activos en la sombra se las arreglaban con los diagnósticos sociales para legitimar sus asesinatos. Así lo demuestran también ejemplos de niños y jóvenes de la Unidad Especializada de Pediatría de Ansbach:
«El progenitor podría ser un trotamundos miembro de la legión extranjera con antecedentes penales.» O bien: «Padre de profesión feriante. (...) Por su conducta, la madre del niño muestra defectos caracterológicos y sociales». O bien: «Hijo ilegal. Nacimiento del niño normal y puntual. Dicen que la madre del niño está actualmente en la cárcel (la asistente juvenil Sra. Düthorn dice que por mantener relaciones con prisioneros de guerra). La abuela proviene de una familia de gitanos». O bien: «Diagnóstico: demencia congénita grave con tendencias asociales». El joven de 15 años al que se refiere esta última descripción asistía a la Hilfsschule del establecimiento de Kaufbeuren, intentó fugarse y fue enviado por ello a Ansbach. Las dos últimas anotaciones de su expedientes dicen: «20-8-1944: Realiza actos sexuales con chicas de la unidad y por ello hay que mantenerlo aislado. 27-8-1944: Hace algunos días contrajo una pulmonía que hoy ha acabado con su vida».375
Otro joven fue declarado inútil por la Wehrmacht a la edad de 17 años e ingresado en el establecimiento de Brandeburgo-Görden, desde donde enviaron el siguiente mensaje a la madre: «Desgraciadamente, podemos transmitirle muy pocas noticias satisfactorias sobre la conducta de su hijo Manfred. Nuestros repetidos intentos de integrarlo con el resto de componentes de la unidad han fracasado por completo. (...) Por ello, de momento no queda otra opción que mantenerlo aislado. Quizás en breve él pueda volver a escribirle, pero ahora no se lo podemos permitir por los motivos citados». Inmediatamente después, el joven fue trasladado a Ansbach y asesinado allí a principios de 1945.
«TUBERCULOSOS ASOCIALES» EN STADTRODA

 

«Tanto en Alemania como en el resto del mundo civilizado, el nombre “Stadtroda” se ha convertido en símbolo de la ruptura definitiva con un pasado enfermizamente humanitario.» Un autor con título universitario escribió esta frase en 1939 en la revista médica nacionalsocialista Ziel und Weg («El objetivo y el camino»). El artículo trataba de la «lucha contra la epidemia tuberculosa».376 Cuatro años después, a través de la revista Der Öffentliche Gesundheitsdienst («El servicio público de salud»), otro médico consideró adecuado que en cada Gau alemán hubiera un establecimiento como el de Stadtroda, ya que este, según él, ejercía «la misma función que la vara en el cuarto de los niños».377 El establecimiento de curación y cuidados receptor de tales elogios, situado en los alrededores de Jena (Turingia), albergaba, aparte de muchos enfermos mentales, una unidad para tuberculosos «asociales» hospitalizados a la fuerza. A finales de 1941 se le añadió otra unidad donde fueron asesinados niños discapacitados y, posteriormente, también trabajadores forzados extranjeros que habían enfermado. Sin embargo, aquí nos ceñiremos a la cuestión de cómo se incluyó a los enfermos de tuberculosis en los asesinatos por eutanasia.
Al principio de la etapa nacionalsocialista, cada estado alemán era responsable de regular, con mayor o menor dureza, sus propias medidas para el control policial de las epidemias. Esta situación acabó en 1938 con un decreto del Reich para la lucha contra las enfermedades contagiosas. Su artículo primero contemplaba, más allá de las siete enfermedades clásicas que desde hacía tiempo constituían un peligro público de obligada notificación (como la peste, el cólera o la viruela), otras 22 patologías infecciosas, entre ellas, la tos ferina, la poliomelitis, la escarlatina y la tuberculosis (TBC). El decreto obligaba «a toda persona relacionada profesionalmente con el cuidado o tratamiento del infectado» a notificar la enfermedad en cuestión en la oficina de Sanidad competente en el plazo de 24 horas. Los padres de familia, propietarios de viviendas y médicos forenses también debían denunciar la existencia de tales enfermedades. Como «medidas preventivas», el decreto también permitía que las «personas que padezcan una enfermedad contagiosa o sean sospechosas de padecerla puedan ser apartadas u observadas». Si el afectado se negaba, la policía lo podía ingresar en un «establecimiento adecuado».378
El reglamento no estaba dirigido a niños con tos ferina ni contemplaba medidas de cuarentena en caso de una epidemia de polio, sino que aludía a los que padecían la entonces muy extendida tuberculosis pulmonar. Cada año se infectaban por primera vez con el bacilo de la TBC alrededor de 90.000 alemanes, principalmente personas pobres y expuestas a malas condiciones laborales y de vivienda. Los especialistas también eran conscientes de lo mucho que repuntaría la cifra de nuevos infectados en caso de prolongarse la guerra, ya que la falta de alimentos y las severas condiciones de vida en los cuarteles, trincheras y refugios antiaéreos harían aumentar los índices de infección. Como la penicilina todavía no se había inventado, la enfermedad solo podía curarse o, por lo menos, remitir a base de terapias de reposo y aire fresco, prohibitivas y a menudo infructuosas, que podían prolongarse durante meses. En su fase avanzada, la tuberculosis abierta, también llamada tisis, era extremadamente contagiosa y ocupaba el primer lugar en la estadística de causas de muerte.

 

El modelo en el que se basaron los artículos promulgados en 1938 había sido creado en Turingia en 1930. Desde ese año, un decreto sobre control epidemiológico permitía allí la esterilización forzada de tuberculosos contagiosos y, por ello, en el establecimiento de la ciudad turingia de Stadtroda se creó la primera «unidad cerrada para tuberculosos abiertos asociales» de Alemania.379 El concepto «tuberculoso abierto asocial» no fue impuesto por Hitler a los médicos de TBC, sino que fueron ellos mismos quienes lo habían acuñado en 1931 durante una reunión de especialistas en la isla de Norderney.380
La dirección del establecimiento de Stadtroda la ejercieron consecutivamente dos médicos que participaron con tesón en los asesinatos por eutanasia. De 1933 a 1939 dirigió la institución el que sería catedrático de Psiquiatría y Neurología de la Universidad de Jena Berthold Kihn, y Gerhard Kloos lo sucedió de 1939 a 1945.381 Después de 1945, Kihn fue profesor universitario en Erlangen y Kloos, en Gotinga. En las décadas de 1950 y 1960, muchos estudiantes de medicina de Alemania occidental prepararon su examen final con «el Kloos», un manual editado por primera vez en 1944 bajo el título Grundriss der Psychiatrie und Neurologie («Manual de psiquiatría y neurología») y que se convirtió en una útil y sugestiva obra de referencia. Lo mismo ocurrió, más moderadamente, con la guía del test de inteligencia redactada en aquel entonces también por Kloos por encargo del Tribunal de Salud Hereditaria.382
La unidad de tuberculosos aislados a la fuerza en Stadtroda estuvo capitaneada por el Dr. Alfred Aschenbrenner. Al igual que su jefe Kloos, él también publicó textos científicos sobre «los efectos» de sus métodos. Al principio, los responsables de Stadtroda no permitían aplicar ningún tipo de tratamiento médico a los ingresados a la fuerza porque, para esta clase de «elementos antisociales», cualquier terapia «fracasaría a causa de sus modos de vida inestables». Sin embargo, con el paso del tiempo, los médicos establecieron diferencias entre los pacientes. Así, clasificaron a muchos de ellos como «elementos criminales» que «dañaban intencionadamente la salud nacional» y que, por ello, «infringirían continuamente las normas de higiene epidemiológica», como por ejemplo, las prostitutas tuberculosas. A los que no tenían conciencia de su enfermedad, los designaban benévolamente como «camaradas nacionales por lo demás decentes». Los médicos incluían entre estos a las madres con muchos hijos «que, por un sentido del deber mal entendido, no querían abandonar su esfera de influencia en la familia», o a «ciertas personas ingenuas y primitivas» que «no son de por sí en absoluto malévolas».
Si hasta 1939 los médicos de Stadtroda habían administrado una especie de hospital carcelario del que sus internos solo salían con los pies por delante, en la etapa Kloos dividieron el edificio de los asilados forzados en dos unidades. En una se hallaban los pacientes cuyo diagnóstico «ofrecía perspectivas de desinfección y a los que, por su valía social, valía la pena aplicar medidas terapéuticas». En la otra unidad internaban a aquellos «para los que no se planteaba tratamiento alguno debido a la gravedad de su enfermedad o a su falta absoluta de valía social». Por ello, Aschenbrenner y Kloos no hicieron «nada para retrasar la evolución fatídica de la enfermedad».383
En ensayo publicado en 1942, Kloos definió cuatro grupos para el «internamiento forzado de tuberculosos abiertos desconsiderados».384 La cuarta categoría la destinó a los «malévolos», es decir, a los asociales propiamente dichos. En 1940, al poco de asumir su puesto, había introducido el trabajo físico duro para tales enfermos con el único fin de «evaluar la capacidad productiva restante de los enfermos de pulmón alojados aquí a la fuerza». En la misma época mandó instalar celdas en el sótano para encerrar en ellas, a oscuras y sin comida ni calefacción, a «agitadores y buscapleitos incorregibles». Kloos resaltó explícitamente que, en el caso de los «malévolos», no tenía en consideración su estado de salud e informó orgulloso sobre su «sistema de niveles de tratamiento»: «Los tuberculosos caracterológicamente malos y socialmente venidos a menos se mantienen en el piso superior del edificio asegurado. (...) Los internos de esta unidad reciben la misma alimentación que los pacientes enfermos mentales del establecimiento psiquiátrico. (...) No se hace absolutamente nada que influya en la evolución fatídica de su dolencia pulmonar y alargue sus vidas manifiestamente inútiles para la comunidad nacional».385
Los médicos obtenían el «conocimiento exacto de los antecedentes biográficos» y, con ello, una base para el diagnóstico de «malévolo» a partir de un cuestionario que había rellenado la autoridad responsable del ingreso. La escasa información que aportaban las casillas de respuesta del formulario revelaban «casi siempre un conocimiento suficiente del carácter, la valía social y la conducta epidemiológicamente higiénica de los enfermos ingresados», tal como Kloos escribió a un colega interesado de la Polonia ocupada. Las clasificaciones para el diagnóstico social se orientaban por preguntas como estas: «¿Han aparecido en la familia enfermedades mentales o psicopatías (epilepsia, demencia, alcoholismo, vida deshonesta, etc.)? ¿El enfermo tiene antecedentes? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? ¿Guía moral? ¿Actividad comunista?».386
Después de dictar sentencia con el cargo de «asocial», Kloos y Aschenbrenner aceleraban, utilizando medios pasivos y activos, la muerte de las personas así etiquetadas. Los pacientes «sin esperanzas» eran mantenidos, según explicó Kloos, «a base de alimentación pobre». Como sabía que, «por experiencia, ello no influye positivamente en la evolución de la dolencia pulmonar», Kloos encerraba regularmente «a los casos completamente insostenibles para el cumplimiento de castigos disciplinarios (penas carcelarias)» en las «tres celdas antifugas» del sótano. Para ello disponía de un permiso especial: «El fiscal general nos ha autorizado a imponer penas de hasta medio año». Para provocar la muerte de determinados pacientes, Kloos dispuso lo siguiente: «Para los criminales manifiestos que, en caso de mejoría o, incluso, curación de su dolencia pulmonar solamente se dedicarían a perjudicar a la comunidad nacional», se intensificará «su pena de arresto con un empeoramiento de la alimentación (dieta de papilla o similar)».387
Kloos también aplicó la llamada «dieta de papilla» a enfermos mentales. Médicamente estaba decidido, y el Comité del Reich para la Tuberculosis (Reichs-Tuberkulose-Ausschuss) así lo subrayó en 1943 a la vista de la situación bélica, que para tratar la tuberculosis era especialmente «necesaria una alimentación suficiente en composición y cantidad».388 Sin embargo, el director Kloos ordenó que a los que él consideraba como socialmente indeseados se les suprimiera no solo los suplementos oficiales de carne y leche, sino también la alimentación suficiente. Entre 1940 y 1945 fueron torturados y asesinados de esta manera cientos de pacientes en Stadtroda. Precisamente por ello, el establecimiento se ganó una reputación que Aschenbrenner supo cultivar satisfactoriamente: «En algunos casos, basta la simple amenaza de un traslado a Stadtroda para hacer que los enfermos se comporten».389
El 16 de octubre de 1941 se reunió en Stadtroda el grupo de trabajo Terapia Laboral y Asilamiento del Comité del Reich para la Tuberculosis. Kloos recibió a los colegas de profesión para elaborar con ellos, «en el lugar donde se han llevado a cabo las más antiguas experiencias en el ámbito del asilamiento forzado de tuberculosos abiertos», unas directrices cuya aplicación se debía extender al mayor número de establecimientos posible. El presidente del grupo de trabajo era el Dr. Gottlieb Stork, máximo responsable del Instituto Regional del Seguro (Landesversicherungsanstalt) de Hamburgo. Las directrices aprobadas al término de la reunión ocuparon diecisiete páginas y fueron puestas inmediatamente en circulación de forma confidencial. Su propósito era la «separación (asilamiento) de los tuberculosos abiertos» y contemplaban distintos objetivos: «preventivo», «intimidatorio», «educativo» y «terapéutico». Según esta normativa, había que intentar que cada enfermo se sometiera al tratamiento lo más voluntariamente posible y aplicar la fuerza solo excepcionalmente «como arma defensiva en la lucha contra la tuberculosis», pero si se hacía, «entonces, con toda la dureza». Los encargados de «registrar con la debida antelación a los enfermos a separar» eran los centros locales de orientación para la tuberculosis.390
Para los enfermos adaptados, señalados como «socialmente buenos» y susceptibles de recuperar su capacidad laboral, los especialistas en tuberculosis participantes en la reunión recalcaron la necesidad de conseguir ayudas de diversa índole. Así, para la «prestación de cuidados» reclamaron «la entrega comprensiva y sacrificada de las monjas». En cambio, «en el caso de los no aptos para la comunidad, el médico deberá abstenerse de tomar cualquier medida que pueda impedir la evolución fatídica de la tuberculosis». Junto a indicaciones relativas a trabajos forzados, visitas restringidas, correo controlado, supresión de comidas y cumplimiento de penas carcelarias en el propio establecimiento, las directrices incluían una recomendación especial también ensayada en Stadtroda: en caso de resistencia violenta, había que «hacer uso inmediato del arma de fuego» y, por consiguiente, «el personal sanitario y, en caso necesario, también el doctor, deberá ir equipado con armas de fuego en las unidades masculinas».
Para el grupo de los «tuberculosos asociales», e inspirándose en la jerga de la Acción T4, las directrices incluían el término eufemístico «estructura de economía planificada». Es más: los enfermos dudosos eran definidos como «personas psíquicamente anómalas». Ello permitía trasladarlas a Psiquiatría y, de esta manera, entregarlas a la maquinaria asesina de la Acción T4. Por ello, los médicos de tuberculosis reunidos recomendaron que las unidades de aislamiento para los enfermos de pulmón «asociales» fueran instalaciones anexas a los establecimientos psiquiátricos, como en Stadtroda. Al fin y al cabo, «los separados a la fuerza» eran «principalmente personas psíquicamente anómalas, psicópatas, etc., cuyo tratamiento y valoración social y caracterológica requiere experiencia y conocimientos psiquiátricos».
Como no podía ser de otro modo, las directrices concluían con un llamamiento a los funcionarios del Ministerio de Interior del Reich responsables de los asesinatos por eutanasia, es decir, a Herbert Linden.391 Justamente a él solicitaron los médicos de tuberculosis alemanes reunidos en Stadtroda «nuevas posibilidades de internamiento, si es necesario, provisionales», para enfermos de tuberculosis «asociales». Esta petición sellaba la colaboración entre el Comité del Reich para la Tuberculosis y las instituciones eutanásicas. En el año 1943, el pliego para la inscripción de enfermos en la Acción T4, nuevamente mejorado, planteaba en el apartado 24 la pregunta: «¿Asocial? ¿Hostil para la comunidad?». En el número 25 se solicitaba información sobre los fundamentos legales del internamiento forzado ya decretado. En el apartado 26 había que responder a la pregunta de si el inscrito presentaba una «dolencia corporal incurable» y, en caso afirmativo, cuál. Esta combinación de preguntas permitía dar con las personas consideradas enfermas tuberculosas asociales.392
El nuevo ámbito de trabajo dejó sentir su efecto en los documentos de planificación de la Acción T4 ya a principios de 1942. En ellos se decía ahora lo siguiente: «El asilamiento de tuberculosos abiertos asociales ha resultado ser cada vez más necesario. Sin embargo, el número de camas puestas a disposición para tal fin no cubre ni con mucho las necesidades».393 En los meses posteriores se crearon unidades especializadas de «TBC asociales» en al menos cuatro establecimientos: en Eichberg bei Rüdesheim,394 en Tiegenhof bei Gnesen,395 en el establecimiento de curación y cuidados de Lüneburg y en el establecimiento de Feldhof bei Graz.396 Al igual que en Stadtroda, los médicos de todos estos establecimientos también asesinaron a enfermos mentales y (por encargo del Comité del Reich) niños discapacitados.397 Cabe destacar un hecho singular para el establecimiento de Stadtroda. En febrero de 1945, el jefe administrativo del Comité del Reich, Hans Hefelmann, llegó al establecimiento como «director de un campamento de refugiados». Se había traído consigo a unos refugiados muy especiales: los trabajadores de la cancillería del Führer. La ciudad de Stadtroda sería ocupada por el ejército estadounidense a los pocos meses.398
DELATORES, ASESINOS Y LAS VERDADES DE LOS LOCOS

 

Sobre el director Kloos y su predecesor Berthold Kihn quedan todavía por añadir tres episodios más que arrojan algo de luz sobre cómo eran entonces las circunstancias políticas y civiles en la ciudad de Jena. En 1940, Kloos publicó el ensayo Über den Witz der Schizophrenen («Sobre el chiste de los esquizofrénicos»). En aquella época, los transportistas de la Acción T4 también iban a recoger pacientes a Stadtroda, donde el propio Kloos impulsaba la muerte rápida, especialmente entre los enfermos de tuberculosis. En el citado ensayo, el autor habló de las percepciones, sentimientos y miedos de sus pacientes, pero lo hizo indirectamente, haciéndolo pasar por «chistes».
«Se palpa una “comicidad cruel”», decía Kloos, «cuando un esquizofrénico saluda siempre al autor en la consulta con expresiones como: “Es un honor, Señor Clavadientes, Señor Devorador de camas de cadáveres, Señor Engullesudores de locomotora y Tragacharcos de sangre”.» Otro paciente le deseaba una «feliz putrefacción» y un tercero se describía a sí mismo como «cadáver de cama». Acto seguido, el jefe médico al que le deseaban una feliz putrefacción explicaba en su ensayo científico que tales salidas ingeniosas no debían calificarse de «buenos chistes». Pero para él no era esa la cuestión. Al parecer, su intención solo era la de estudiar la «capacidad humorística» general de sus pacientes. Por ello incluyó también aquellos chistes que, «desde el punto de vista de las personas más sanas e intelectualmente más elevadas, no cabe considerar como buenos, ni siquiera en absoluto como chistes, aunque los enfermos los expliquen, evidentemente, como tales». Entre ellos incluyó Kloos este «chiste»: «Un antiguo maestro que trabaja en la carpintería del manicomio haciendo ataúdes va al médico y le dice: “Mire, señor consejero de Sanidad, yo le voy dando los ataúdes y usted va metiendo los cadáveres”».
Kloos explicaba de la siguiente manera otra ocurrencia relativa también a la rutina asesina en el establecimiento: «Un vagabundo asocial sin carácter (estado esquizofrénico de deficiencia) señala con el dedo a un catatónico que se pasa el día fastidiando al cuidador porque no deja de rasgarse la ropa y le dice al médico, guiñándole primero el ojo y después riendo a carcajadas: “Señor Doctor, ¡le cortamos el cuello y listo!”». En un ejercicio de hipocresía que, al mismo tiempo, era una recomendación experta de sentencia de muerte, Kloos comentó: «Para una persona normal, esto no es en absoluto un chiste ni una broma, sino, simplemente, una idea repulsiva a través de la cual sale a relucir la ya descrita falta de sensibilidad (“entontecimiento afectivo”) de los esquizofrénicos y la extinción de toda empatía social. Para la opinión sana, lo cómico termina donde empieza lo cruel».399

 

En agosto de 1942, Georg Ilberg, un médico que ya llevaba años jubilado, publicó una breve nota en la Zentralblatt für die gesamte Neurologie und Psychiatrie («Revista central de ciencias neurológicas y psiquiátricas»). El texto contenía un pasaje concluyente: «Es una gran injusticia que la psiquiatría, es decir, el estudio de la mente enferma y todo lo relacionado con ella, diagnostique actualmente en términos de inferioridad y prescindibilidad, denigre a pacientes con enfermedades genéticas, entre ellos a no pocos enfermos mentales, y abogue por el exterminio de los casos graves —siempre que no se trate de enfermedades en la propia familia, naturalmente—».400
Indignado, Kihn informó del artículo a los señores de la Acción T4 y les pidió que pusieran al corriente del suceso a Herbert Linden en el Ministerio de Interior. Sin inmutarse, Linden respondió de inmediato. Preguntó quién era el editor responsable de la Zentralblatt für die gesamte Neurologie und Psychiatrie y comentó: «Creo que habría que mandar un aviso a este señor. No puede ser que desde la opinión pública se critiquen así unas medidas implementadas por el Estado».401
Este suceso demuestra que los asesinatos por eutanasia cometidos por el colectivo médico alemán eran comentados públicamente en muchos foros, que en modo alguno se practicaba hasta cierto punto una ocultación de los hechos y que el peligro que corrían los que se declaraban en contra del asesinato era relativamente escaso. Ilberg tenía entonces ochenta años recién cumplidos. Había editado durante años la Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie («Revista general de psiquiatría») y a través de sus páginas ya había respondido en 1923 con un rotundo «no» a la pregunta de si un médico tenía permitido matar.
Por otro lado, la crítica de 1942 habría afectado particularmente a Kihn. Sin citar nombres, Ilberg planteó que había colegas que defendían el exterminio de personas con enfermedades psíquicas graves «siempre que no se trate de miembros de su propia familia». La primera esposa de Berthold Kihn, según declaraciones de su marido, había sufrido trastornos mentales graves en 1939. Murió en Jena en 1945.402

 

Al igual que Johann Duken en Heidelberg, su maestro Jussuf Ibrahim, jefe médico de la Clínica Universitaria Infantil de Jena, también se dedicó en cuerpo y alma al asesinato de niños discapacitados. Ibrahim dirigió la clínica hasta 1954 y recibió toda clase de honores en la antigua RDA. En 1942 no utilizaba los códigos camuflados habituales, sino que solía escribir sin tapujos «¡Eutanasia solicitada!» en algunos historiales clínicos de niños que tenía a su cargo. Gerhard Kloos se chivó a los responsables en la cancillería del Führer. Kloos, que regentaba una Unidad Especializada de Pediatría del Comité del Reich, criticaba que Ibrahim no había guardado las formas de confidencialidad previstas. El caso se archivó después de que el profesor de Psiquiatría de la Universidad de Jena Berthold Kihn reprendiera al delator Kloos por meterse donde no le tocaba y escribiera a Berlín para decirles que la «torpeza» de Ibrahim era «humana» y que, por lo demás, en la clínica infantil estaban «cooperando de maravilla» en lo relativo a la eutanasia.403
Kihn sabía lo que decía. Había ejercido de experto de urgencia para la Acción T4 y fue uno los precursores intelectuales de la actividad asesina. En 1932, cuando todavía era una mansa promesa del mundo científico, publicó el artículo Die Ausschaltung der Minderwertigen («La eliminación de los inferiores»), donde se lamentaba de que un «sentimiento ético, seguramente algo atrofiado», no permitía, provisionalmente, «exterminar la vida de procesos de entontecimiento crónicamente empeorados» y de «existencias inútiles». Sin embargo, rememorando el —según él— feliz pasado, Kihn confiaba en un futuro todavía mejor: «Durante siglos el hombre trató a los débiles con indulgencia e intervino drásticamente, una y otra vez, ora eliminando las dificultades arrojándolas sin vacilar a la sima del Taigeto, ora nombrando comisiones de médicos independientes, como en el Antiguo Egipto, que decidieron sobre la prolongación de la vida inútil».404