Corazones Atormentados
Helen Brooks
2º Serie Esposo por Contrato
Corazones Atormentados (2000)
Título Original: Second Marriage (1997)
Serie: 2º Esposo por Contrato
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Julia 1110
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Romano Bellini y Claire
Argumento:
Claire podría haber sido una esposa perfecta para cualquier hombre. Todo el mundo lo decía. Pero después de haber sido abandonada cruelmente por su prometido, no estaba segura de que pudiera creer en el amor. Hasta que unos amigos le presentaron a Romano Bellini. Era guapo, atractivo y, por un momento, Claire se preguntó si podría volver a confiar en el amor...
Sin embargo, Romano también era un corazón herido. Después de un matrimonio infeliz, no quería volver a enamorarse... ni siquiera de una mujer como Claire.
Capítulo 1
OH, espera un momento, Grace! En este mismo momento acaba de entrar —dijo la madre de Claire y le dio el teléfono a su hija. Claire arqueó las cejas y la miró inquisidoramente.
—Es Grace. Parece agitada... —le aclaró su madre.
—¿Grace? —dijo Claire a su amiga, que había pasado tantas peripecias en sus veinticinco años y que ahora era feliz, o al menos lo había sido hasta entonces.
Claire deseó que no hubiera pasado nada. Que el bebé estuviera bien, que Grace estuviera bien... A Grace se le había muerto un hijo de apenas seis meses hacía unos años. Y esta era la primera vez que estaba embarazada desde entonces.
—Siento molestarte en el momento en que entras en tu casa —le dijo Grace con una voz extraña—. Es que... Necesitaba hablar contigo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Caire, segura de que pasaba algo malo—. Hoy ibas a hacerte una ecografía, ¿no es verdad?
—Sí, sí... y no te preocupes. No pasa nada malo con el bebé —dijo enseguida Grace—. Solo que son «bebés». En plural —agregó.
—¡Mellizos!
—Mellizos —dijo Grace.
—¡Pero eso es estupendo! ¿No crees? —respondió Claire entusiasmada.
—Sí, por supuesto que lo es —dijo Grace en tono algo más animado—. Donato está contentísimo, y a mí me gusta la idea, de verdad. Pero yo... Bueno, me siento un poco abrumada, supongo.
—Pero eso es comprensible —dijo Claire, oscureciendo sus ojos marrones en un gesto de comprensión y preocupación.
Grace había sido criada en un hogar para niños, y no había tenido el apoyo incondicional de una madre, y aunque había tenido una relación muy estrecha con Liliana, la madre de su marido, casi desde que la había conocido, esta había muerto hacía algo más de dos años y medio. En momentos como aquel era bueno saber que se contaba con madres, abuelas y hermanas. Pero Grace no tenía a ningún miembro femenino de su familia cerca que pudiera animarla, pensó Claire.
—Claire...
—¿Sí?
—Supongo que no hay ninguna posibilidad de que pienses en venir para aquí, ¿no? Me refiero a vivir, ¿no?
—¿A Italia? —preguntó Claire asombrada.
—No tiene que ser ahora mismo —aclaró Grace—. Y sería por el tiempo que quisieras, pero a mí me encantaría tenerte cerca cuando nazcan los niños. ¡Oh! No debí habértelo preguntado —dijo rápidamente—. No es justo. Le he dicho a Donato que no era justo...
—Espera... Espera un momento —dijo Claire—. ¿Me estás diciendo que quieres que vaya a quedarme contigo de forma más o menos permanente? ¿Que sean más que vacaciones o una temporada más o menos larga?
—Sí —contestó Grace inmediatamente—. Unos meses, si pudieras. Me encantaría tenerte aquí, realmente. Y tú, que además tienes experiencia como niñera y todo eso... —Grace se interrumpió—. ¡Oh, lo siento, Claire! No debí mencionarte eso.
—No seas tonta —dijo Claire—. Ya he superado todo eso. Pero, ¿qué dice Donato de que yo vaya a vivir contigo?
—Fue idea suya —dijo Grace—. Cuando nos enteramos de que eran mellizos pensó que necesitaría ayuda durante los primeros meses, y se acordó de que tú habías dicho el verano pasado que querías cambiar de trabajo, pero que no sabías qué querías hacer. Se le ocurrió que podías librarte de los peores meses de invierno de Inglaterra viniendo aquí, mientras te tomabas tiempo para pensar qué hacer. Y te mantendremos todo el tiempo que estés, así que tendrías una buena suma ahorrada para cuando vuelvas...
—De ninguna manera —la interrumpió Claire—. Si voy es como amiga que va a ayudar a otra amiga. He pasado una maravillosas vacaciones en el verano, y Donato no me dejó pagar ni el viaje en avión.
—Bueno, ya veremos —dijo Grace, que no quería poner obstáculos para que fuera—. Pero, ¿crees que puedes pensártelo? Puedes quedarte en la casa principal o con nosotros, lo que gustes, y Lorenzo estará encantado de tenerte un tiempo aquí. Te echó de menos cuando te fuiste en septiembre.
—Yo lo eché de menos también —dijo Claire, al pensar en el hermano menor de Donato, que acababa de cumplir trece años y que era una mezcla de niño y hombre joven, con quien compartía algunas diversiones—. Es un niño encantador —agregó.
—Me encantaría que vinieras —dijo Grace con un tono seductor—. Aquí tengo montones de amigos, buenos amigos, pero tú eres diferente. Siempre sentí que deberíamos de haber sido hermanas.
—Sé lo que quieres decir —dijo Claire.
Lo sabía realmente. Desde que se habían conocido, hacía pocos años, cuando Grace aún no conocía a Donato, y vivía en Inglaterra, habían congeniado perfectamente. Claire tenía cinco hermanos, pero ninguna hermana, y Grace había llenado un vacío en su vida del que no había sido consciente siquiera.
—¿Te lo pensarás, entonces? Oye, aquí está Donato. Quiere hablar un momento contigo también...
Eso había sido hacía ocho semanas, y ahora era fines de enero, con el caos de la Navidad olvidado ya. Realmente había dejado el frío de Inglaterra, pensó Claire, mientras pasaba por la Aduana y luego, cuando salió del control policial, buscando a Donato, que iría a recogerla.
Su antiguo trabajo como recepcionista en una consulta de un cirujano, el hogar compartido con sus padres y tres de sus hermanos solteros, los recuerdos de aquel momento horrible de su vida antes de conocer a Grace, parecían desaparecer. Alzó la cabeza hacia el sol brillante que atravesaba las ventanas del aeropuerto, dando brillo a su pelo castaño.
—¿Señorita Wilson? —preguntó un hombre alto y moreno en tono frío, a pesar de la sonrisa de su boca—. ¿Señorita Claire Wilson?
—¿Sí? —preguntó ella, cambiando su expresión
de alegría y la dulce mirada de sus ojos marrones por una de confusión y desconfianza.
Aquel hombre de rasgos fríos y atractivos notó el cambio en el rostro de Claire.
—Soy Romano Bellini... el... ¿cuñado de Donato? —dijo dudoso—. Lo han llamado por un asunto urgente esta mañana, y como no quería que Grace condujera en su estado, me pidió que fuera a su encuentro.
—¿Sí? —preguntó ella con una voz aguda que ni ella reconoció.
Pero es que aquel hombre parecía haberle robado la coherencia del pensamiento.
Había visto alguna vez la foto del cuñado de Donato, y su mejor amigo, tomada hacía algún tiempo, antes de que su joven esposa, la hermana de Donato, hubiera muerto, pero la imagen que había captado la película no se correspondía con aquel hombre de carne y hueso que estaba de pie delante de ella.
—Es posible que quieras tener alguna prueba de mi identidad, ¿no? —dijo Romano—. ¿O quieres hacer una llamada a Grace?
—No, no, está bien —pudo decir ella, al fin, casi sin aliento su voz—. Yo... He visto una foto tuya. Yo... Sé quién eres.
—Eso es bueno —sonrió fríamente Romano.
Pero ella se volvió a quedar sin palabras.
—Entonces no hay problema, ¿no? Yo también he visto una fotografía tuya, una que parece que habéis tomado durante el verano. Al parecer, te lo has pasado muy bien en Italia.
—Sí, sí, fue estupendo —dijo ella por decir algo.
Él se agachó a recoger sus maletas, como si no pesaran nada. Ella había sido incapaz de moverlas sin ruedas.
—Yo... ¿Grace está bien? ¿No pasa nada malo?
—Grace está bien —contestó él, haciendo un gesto hacia la puerta de salida. ¿Vamos...?
—¡Oh, sí, por supuesto! —dijo ella, y fue detrás de él, como si fuera un niño perdido.
Había algo en aquel hombre que la intimidaba, pensó, mientras le miraba aquel atractivo perfil. Sería su altura, el ancho de los hombros, su aspecto frío y enigmático pero atractivo... Era un hombre que daba miedo.
Pero no podía ser. ¡Era ridículo! Era el mejor amigo de Donato, y un buen amigo de Grace también, según las cosas que había dicho de él en el verano. Y había perdido a su esposa en trágicas circunstancias hacía dos años y medio. Probablemente estaría destrozado aún por su muerte. La muchacha había sido muy hermosa. No, no daba miedo. Tal vez fuera reservado...
Ella lo siguió al coche, un BMW donde pudo colocar cómodamente las maletas. La tapicería de terciopelo la deslumbró.
La riqueza y poder de Donato le había sorprendido el pasado verano, y al parecer Romano era un hombre del mismo estilo. Su ropa y zapatos eran elegantes y caros y el Rolex de oro hablaba por sí mismo.
Debían de haber nacido en cuna de oro. Una vida privilegiada y fuera de la realidad para otra gente, pensó Claire.
—¿Ocurre algo malo?
—No, por supuesto que no —contestó ella.
—¿No? —preguntó él, girándose hacia Claire y poniendo el brazo en el respaldo del asiento de ella—. ¿Qué edad tienes? —luego se corrigió y dijo—: Scusi, no tengo derecho a hacerte una pregunta tan impertinente —él se echó hacia atrás en el asiento, y puso en marcha el coche con un gesto,
que parecía que había sido ella la que había cometido un error.
—Está bien —dijo ella, mirándolo—. Tengo veinticuatro años. Pero sé que no los aparento.
—No, no los representas —dijo él sin mirarla, mientras maniobraba el coche.
—Es genético —dijo ella—. Mi madre parece mucho más joven de lo que es a pesar de haber tenido seis hijos, así que yo estoy resignada a parecer una adolescente hasta que tenga treinta y tantos.
Él arqueó las cejas, pero no dijo nada.
¡Qué individuo más desagradable! Ella miró por la ventana.
Recordó la foto de su mujer. Una mujer muy sensual, hermosa y felina. Voluptuosa y sofisticada, pensó Claire. Un tipo de mujer muy diferente a ella, que tenía un aspecto casi de muchacho y que no solía maquillarse ni ponerse adornos. Pero eso no debía importarle. Romano Bellini era el tipo de hombre viril que a ella le desagradaba. Un tipo que debía de querer algo decorativo tomado de su brazo, como reflejo de su propia masculinidad.
—Al parecer trabajabas con Grace cuando ella vivía en Inglaterra, ¿no es verdad? —dijo él en un tono que parecía solo buscar una conversación por compromiso—. Como recepcionista en una consulta de un médico, un cirujano, ¿no?
—Sí. Aunque ambas hemos recibido una formación para trabajar con niños, algo que descubrimos cuando empezamos a conocernos mejor.
—¿Sí? Pero descubriste que no era algo que te gustaba, ¿no? —preguntó él, mirándola.
—Realmente, no.
—¿No te gustan los niños? —insistió él.
—Por supuesto que me gustan los niños.
La proximidad a la que estaban obligados en aquel coche, a Claire le resultaba perturbadora.
—Es que... Pasó algo que me hizo... difícil continuar—dijo ella muy cuidadosamente.
Aunque habría tenido que decir «algo terrible», y no difícil.
—Comprendo —contestó él—. Bueno, tal vez cuando los mellizos hayan nacido y vuelvas a tener práctica, quieras continuar tu profesión.
—Tal vez —contestó ella escuetamente.
No pensaba hablar de aquello con un extraño.
Se quedaron en silencio unos minutos. Ella miró por la ventana y finalmente Romano dijo para romperlo:
—Pensé que pararíamos a almorzar en un pequeño restaurante de la costa que conozco. ¿Te parece bien? —¿Almorzar? —preguntó ella, sorprendida. —Tú comes, ¿supongo?
Ella comía, por supuesto. Pero la idea de almorzar con él la ponía nerviosa. Pero suponía que aquella invitación era parte de su deber para con Donato y Grace.
—Yo... pensaba comer con Grace —balbuceó—. Y realmente no tengo hambre.
—Yo, en cambio, me estoy muriendo de hambre —dijo él en un tono que ella no atinó a descifrar.
Ella respiró profundamente. ¿Qué diablos le pasaba? No era la primera vez que estaba con un hombre en un coche. Pero no con aquel hombre. Era amenazante. No, amenazante no, se dijo. Era demasiado masculino.
—¿Y? —oyó decir a aquella voz de hielo—. No te parecerá demasiado molesto perder un poco de tiempo para satisfacer mi hambre, ¿verdad? —él fijó sus ojos en ella.
Ella se puso colorada, tal vez por dar a las palabras de Romano un significado diferente del que tenían.
—Creo que tal vez Grace espere que te dé de comer antes de que te deje sana y salva en su pecho maternal.
¡Él se estaba riendo de ella!, pensó Claire.
¿Cómo se atrevía?
Estaba segura de que había querido dar doble sentido a sus anteriores palabras. Pero se había dado cuenta de la inquietud que había provocado en ella y se estaba burlando.
¿Se habría dado cuenta de que ella se había sentido atraída físicamente por él?
—Por supuesto que puede comer, signor Bellini — dijo ella.
El la miró nuevamente.
—Simplemente me preocupaba que Grace hubiera preparado comida para mí y que luego se encontrase con que yo ya había comido. Voy a pasar meses enteros con Donato y Grace, así que no me preocupa el tiempo que pierda hoy —dijo Claire.
—¡Muy amable! —dijo él con voz sedosa—. ¿Son todas las inglesas tan corteses?
—¡Oh! Estoy segura de que puedes contestar esa pregunta mejor que yo —dijo Claire dulcemente y miró distraídamente por la ventana—. Debes de haber conocido a muchas mujeres, inglesas y de otros sitios, signor Bellini.
—¿Debo de haber conocido?
—Creí, por lo que me ha dicho Grace, que tus contactos de negocios se extienden por toda Italia y los Estados Unidos. ¿No es así? —preguntó Claire con inocencia. Pero él no se dejó engañar—. Debes de estar en contacto con mucha gente, ¿no es así?
—Mis contactos de negocios... ¡Ah, sí! —dijo él con un toque de diversión, o sería su acento italiano que a ella la estremecía—. Mis contactos por los negocios demuestran ser... agotadores a veces.
—Estoy segura de que es así —dijo ella—. Pero debes de disfrutar de tu trabajo.
—Lo intento, Claire, lo intento.
Ella sintió la fragancia de su after-shave. Muchas mujeres caerían como melocotones maduros cuando aquellos ojos las mirasen, pensó Claire. Pero ella no.
—Bueno, y ahora que hemos visto lo trabajador que soy, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿En qué te entretienes en Inglaterra? —preguntó él.
—¿Yo? Bueno, la consulta de un cirujano tiene una actividad frenética, pero es interesante —dijo ella—. Realmente no aguantaría un trabajo donde me aburriese.
—¿Y hay alguien en Inglaterra que espere pacientemente tu regreso?
—¿Te refieres a un novio?
—Sí.
—No —contestó ella.
—¿No?
Ella agitó la cabeza y él la miró a los ojos.
—¿Y no vas a decir nada más acerca de ese enigmático tema? —insistió él.
—¿Enigmático? —ella se rio—. No creo que sea enigmático.
—Sí, lo es. Cuando una mujer hermosa de veintitantos habla con tanta determinación...
—Yo no estaba hablando con determinación, simplemente hablaba de hechos, y tú sabes, igual que yo, que no soy hermosa, signor Bellini...
—En eso, no estoy de acuerdo —la interrumpió. Y antes de que pudiera contestar siguió diciendo—: Y por favor, no sigas con lo de Signor Bellini. Me llamo
Romano, como sabes. Y si te vas a quedar en Casa Pontina por algún tiempo sería mejor para todo el mundo si nos llamamos por nuestros nombres. Hará más fácil nuestra relación cuando nos encontremos.
—¿Cuando nos encontremos? —preguntó ella sorprendida.
—Donato y Grace son amigos míos, Claire.
—Lo sé. Sé que son...
—¿Y uno visita a los amigos, no? Incluso en Inglaterra creí que ese pasatiempo estaba vivo.
—Sí, pero...
—Entonces habrá ocasiones en que nos encontremos, compartamos una comida y esas cosas —continuó él—. Con Donato y Grace, por supuesto. Eso es todo lo que he querido decir. No estaba... ¿Cómo se dice? Proponiéndote nada.
—No he pensado que lo estabas haciendo —dijo ella.
—Bien. Entonces está todo claro —dijo él, nuevamente con aire de playboy.
—No obstante... —él se giró hacia ella al parar el motor—. He querido decir lo que he dicho. Eres una mujer hermosa, Claire, cualquier hombre te lo diría. Yo admiro la belleza, aunque puede ser una fuerza corruptora y con un potencial traidor.
—¿Traidor? —susurró ella.
—Pero por supuesto. La belleza es algo que la naturaleza usa en su beneficio, ¿no? La belladonna, por ejemplo, que tiene unas frágiles flores malva y frutos venenosos. Y algo tan encantador como la anémona de mar, que atrae a peces y otros animales... La naturaleza hace uso de la ilusión que crea, Claire.
Pero él no había estado hablando de plantas, realmente.
—Sí, supongo que sí —dijo ella—. Pero la belleza puede ser maravillosa también, algo de que maravillarse, algo que compartir, algo que levante el ánimo del hombre, como una puesta de sol, por ejemplo.
—Pero en poco tiempo se marchita y muere, y uno se queda con la oscuridad de la noche —dijo él, tranquilamente. Nada dura. Nada es lo que parece.
Él estaba hablando de su esposa, a la que le habían arrebatado.
Ella se quedó mirándolo consternada, sin saber qué decir. Bianca había sido hermosísima. Y solo habían pasado unos años juntos antes de que muriese.
—Pero los recuerdos pueden ser algo muy preciado, ¿no es así? —preguntó ella suavemente—. El atardecer puede morir, pero la serenidad y paz que da puede seguir viviendo.
—No me parece que sea ese el caso —dijo él con frialdad, lo que a ella le indicó que aquella extraña y perturbadora conversación había terminado—. Y ahora, ¿podemos comer? Verás que Aldonez tiene una variedad de platos que satisface a todo el mundo, así que no te sientas incómoda, si no tienes hambre. Creo que sería agradable sentarse fuera. Hay un jardín muy bonito en la parte de atrás del restaurante.
Dejó el coche y lo rodeó para ayudarla a salir de él. Al parecer su buena educación era algo natural en él. Recordó que Donato había tenido la misma inherente cortesía cuando ella había estado con ellos en sus vacaciones de verano, tratando a las mujeres con amabilidad y cuidado. Algo refrescante en aquella época moderna. Pero mientras que de Donato había pensado que era un caballero, con su mejor amigo aquellos modales adquirían una cualidad seductora que le resultaba perturbadora.
Romano tomó su brazo cuando empezaron a caminar por el patio que llevaba al pequeño restaurante.
Ella se dio cuenta enseguida de que el propietario del restaurante tenía una relación amistosa con él, porque lo recibió con alegría.
Después de los saludos, de los cuales ella no entendió una palabra, Aldonez los llevó a la sala principal en una terraza cubierta donde había varias mesas con luz natural.
Cuando se sentó, Claire miró a su alrededor apreciando el sitio.
El jardín cuadrado era pequeño, pero más allá de sus puertas había vegetación y flores que perfumaban el ambiente. Había un árbol de magnolia en un rincón que daba un poco de sombra.
—A partir de marzo, Aldonez pone sillas y mesas por todo el terreno —dijo Romano con una sonrisa distante—. Sabe que a la mayoría de los turistas les gusta comer al fresco.
—Es muy bonito —dijo ella, con repentina timidez.
Aquella comida algo íntima parecía subrayar su atractivo y arrogante masculinidad. Durante el breve viaje ella no había podido mirar demasiado el paisaje de Nápoles, porque aquel hombre parecía haberle monopolizado sus sentidos, y ahora que lo tenía tan cerca...
Ella miró la carta que Aldonez le puso delante.
Era una tontería dejarse arrastrar por aquellas sensaciones.
—¿Quieres que te traduzca?
—¿Qué? —ella alzó la vista y se encontró con la mirada de Romano.
Le habría encantado hablar italiano fluidamente, pero no era así.
—¿La carta? ¿Quieres que te traduzca la carta?
—No es necesario. Gracias. Solo quiero una ensalada mixta y una bebida fría y grande. Si es posible — agregó ella.
—Por supuesto —movió la cabeza cortésmente, pero había algo de ironía en su gesto—. ¿Puedo sugerirte un plato de patatas con ajo y mantequilla? Es una especialidad de Aldonez.
—Gracias —asintió ella—. ¿Dónde está el servicio? Quisiera lavarme las manos...
—Sí, a la izquierda de la puerta principal. Te lo indicaré.
Cuando estuvo en el cuarto de baño, adornado con un viejo lavabo y otro moderno, se miró en el espejo.
«¡Hermosa!», pensó ella. Agitó la cabeza. No podía haberlo dicho de verdad, se dijo. Ella no era fea, lo sabía, pero no era guapa, como Grace.
Los hombres siempre se habían dado vuelta a mirar a Grace.
Pero, al fin y al cabo estaba contenta de ser quien era, se dijo mientras se mojaba las muñecas. Aunque era cierto que tenía carácter fuerte y algunos otros defectos...
La apariencia no era tan importante.
Tendría que controlarse con Romano, y no sacar su pronto.
Pensó que ni siquiera le había agradecido el ir a buscarla. Al fin y al cabo, no lo conocía de nada.
Él había estado en América cuando ella había estado en Italia en el verano.
Sí, no se había comportado del todo bien, pensó. Y se decidió a volver a la mesa con buenas intenciones. Él sería arrogante, pero debía de tener algo bueno, para que Grace le tuviera tanta estima. Le agradecería el ir a recogerla. Le sonreiría dulcemente a pesar de todo, y no contestaría a ninguna provocación, intencionada o no, a partir de ese momento.
Y las pocas veces que Romano fuera a Casa Pontina, apenas notaría la presencia de ella, cuando fuera a visitar a Grace y a Donato.
El último pensamiento la tranquilizó, pero sin embargo también le bajó el ánimo.
«¡Oh, por el amor de Dios, muchacha! ¡No seas tan patética!», se dijo, mientras se cepillaba el cabello. Luego se puso su perfume favorito en las muñecas y salió del aseo caminando con la frente alta hacia el restaurante.