Cuando vuelvo a abrir los ojos, Jeremy no está en la habitación, pero para mi alivio la puerta del dormitorio está abierta. Como mis ropas no parecen estar por ningún lado, tiro de la sábana y me envuelvo con ella. La luz que entra por la puerta me ciega momentáneamente y me tomo unos instantes para permitir que mis ojos se adapten a la claridad de la que han estado privados durante tanto tiempo. Al encaminarme hacia el pasillo una súbita sensación de incomodidad se apodera de mí, como si estuviera cruzando el umbral hacia otro mundo. Entonces caigo en la cuenta de que esta habitación no es el segundo dormitorio de la suite del ático. Por alguna razón, había imaginado que habíamos vuelto al Hotel Intercontinental y que Jeremy había tenido la consideración de montar una habitación de hospital en un sitio diferente de la suite.
Sorprendida por esta circunstancia, me ciño instintivamente las sábanas alrededor del cuerpo y avanzo con paso indeciso para adentrarme en un nuevo mundo.
—Ah, estás levantada. Acabo de hacer un poco de té verde.
Me mira de arriba abajo y deja rápidamente las tazas en la mesa. Mi expresión de asombro no desaparece ni siquiera cuando saca de su bolsillo unas gafas de sol y me las pone, apoyándolas sobre mis orejas, presumiblemente para amortiguar la intensidad de la luz que reciben mis ojos. Le miro boquiabierta, completamente muda, mientras penetro en el amplio espacio arrastrando la sábana, como si fuera una gran cola, detrás de mí.
Los colores nublan mi visión, aturdida ante el azul intenso de un cielo sin nubes, el verdor de un enorme y exuberante bosque y la más absoluta ausencia de civilización. Las escarpadas laderas de las montañas ofrecen un impresionante telón de fondo a las cristalinas aguas que centellean bajo el brillo de la arena blanca. Parpadeo con fuerza y tardo unos segundos en absorber el paisaje y continuar con mi silenciosa exploración, incapaz de pronunciar palabra. Mis ojos se pasean por una gran terraza hasta posarse sobre una bañera termal empotrada a nivel del suelo que parece fundirse con el horizonte. Una cocina inmensa se abre a un comedor más o menos convencional y a un salón decorado con una chimenea ultramoderna suspendida en mitad de la habitación y rodeada por el sofá más grande que haya visto jamás. Mis vacilantes piernas serpentean lentamente arrastrando la sábana que cubre mi cuerpo por los diferentes niveles de la habitación, mientras trato de absorber este vasto y remoto entorno.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Todo parece tener forma redonda o circular, lo que resulta insólito para mis ojos. Jeremy permanece inmóvil y me deja que continúe con mi escrutinio. Doy unos pasos hasta llegar a un pasillo y abro unas puertas dobles de lo que, sin duda, debe de ser el dormitorio principal. La habitación es redonda, rodeada de ventanales, y está construida bajo la bóveda que forman los árboles del bosque. Una lujosa y sofisticada cabaña en un árbol. En el centro de la habitación hay una cama enorme, también circular, con almohadas redondas en los bordes, obviamente hechas a medida y tapizadas con los más delicados hilos de oro. La decoración y los colores de la habitación se funden en perfecta armonía con el entorno, a excepción del llamativo contraste de un enorme ramo de florecientes rosas rojas, donde solo algunas están totalmente abiertas. Justo lo que Jeremy prometió cuando nos reencontramos. Su belleza me corta la respiración. Siento las lágrimas agolparse en mis ojos a medida que las emociones inundan mi corazón por la enormidad de todo lo que he experimentado con él desde entonces. Para ser sincera, nunca en mi vida me he sentido así. Recorro silenciosamente la habitación, examinando la vista desde cada ángulo. Una vez más, trato de buscar algún signo de presencia humana. Nada. Solo nosotros y la naturaleza. A pesar de que la belleza de lo que me rodea es prácticamente sobrecogedora, no puedo evitar preguntarme en qué lugar de Google Earth estamos.
Me desconcierta que todo esto se deba a un asunto de trabajo. Tomo asiento al borde de un increíblemente suave y mullido sofá color arena, abrumada por este entorno totalmente nuevo. Jeremy entra en la habitación con una sonrisa en la cara y se acerca a mí, abrazándome por detrás.
—Lo ves, ya te dije que eras mía durante toda la semana.
Me lleva unos segundos conseguir pronunciar las palabras en alto.
—Jeremy, ¿dónde estamos?
—En Avalon —contesta con suavidad—. Un lugar donde nadie nos molestará y donde podré cuidar de ti completamente.
—Pero ¿dónde está Avalon?
—Lamentablemente eso no puedo decírtelo, pero, como puedes ver, es imposible ir a ninguna parte hasta que decida que estás totalmente repuesta.
No sé qué decir ni qué pensar. Comparado con esto el momento en el que me quitó el teléfono y me dejó totalmente desconectada parece una gota de agua en el océano.
Jeremy sugiere que ahora que me encuentro mejor deberíamos trasladarnos a esta habitación y sale para organizar el traslado. Totalmente perpleja, me dejo caer en mitad de la cama redonda, abrumada una vez más por la sensación de irrealidad sobre la que acabo de aterrizar. Cuando regresa, tiene el torso desnudo y una toalla alrededor de las caderas. Una señal muy alentadora, pienso, mientras me sonríe y envuelve mi cara con su mano. Un solo vistazo a su musculoso torso y ya estoy rezando para que no sea un sueño.
—¿Por qué no cambias la sábana por esta toalla y te unes a mí en un baño caliente?
Me tiende una toalla y me envuelvo con ella pasándola por debajo de los brazos. Me coge la mano, me lleva a través del enorme salón y salimos por las grandes puertas de cristal a la terraza.
El lugar es increíble. Estoy tan impresionada que no hago otra cosa que mirar hipnotizada el magnífico panorama. Jeremy me quita la toalla y se desprende de la suya, nuestros cuerpos desnudos descendiendo juntos en el agua. Está maravillosamente cálida, pero aun así puedo sentir un leve escozor en mi trasero cuando entra en contacto con el agua. Hago un gesto de dolor que él no deja de advertir.
—¿Te duele? Me siento fatal por que aún sigas dolorida. Puedo darte algo para aliviarlo.
—No, no hace falta. Estoy bien, de verdad, no necesito más drogas.
Me sumerjo completamente en el agua.
—Solo estoy un poco conmocionada porque aún no he terminado de digerir todo lo que ha ocurrido. —Y el recuerdo regresa en toda su intensidad, incendiando todo mi cuerpo y mi vientre..., lo que resulta muy extraño.
Respiro hondo y cierro los ojos cuando esos pensamientos y emociones vuelven a mi mente en una vertiginosa e imparable avalancha. Rápidamente vuelvo a abrirlos para interrumpir su crecida. Aunque no puedo evitar preguntarme si su intensidad se debe a mi falta de visión cuando los experimenté.
—¿Por qué, Jeremy? ¿Por qué me elegiste? ¿Fue solo por mi grupo sanguíneo y mi perfil de mujer? —Sostengo su mirada, intentando cuestionar su alma, pero al momento aparto los ojos antes de perderme en sus profundidades.
Se queda callado durante un rato y se limita a acariciar suave y tiernamente mi cuerpo como si fuera un delicado melocotón.
—Jamás podría haber sido nadie más que tú —declara con sencillez y firmeza.
Trato de interpretar la intensidad que se esconde tras sus palabras.
—Pero ¿los latigazos... o lo que quiera que fueran...? —Me cuesta articular las palabras en voz alta. La sola idea desata una viva punzada carnal y siento el calor emerger en mi cuerpo. Dios, ¿qué esperanza tengo si el solo recuerdo consigue ponerme así?
—Estabas sensacional, Alexa. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no tomarte ahí mismo.
—Nunca en mi vida había estado más asustada, Jeremy. No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, o de lo que me esperaba y, Dios, no puedo creer que esté diciendo esto, pero toda la experiencia fue literalmente alucinante, a pesar de estar siendo castigada por haber hecho tantas preguntas. Quiero decir, ¿de qué iba todo eso?
—Era importante que creyeras que las consecuencias serían reales y cuantificables, para que el miedo fuera auténtico y segregaras las suficientes hormonas, sin tener que llegar al extremo.
—Si eso no fue el extremo... Creo que nunca he experimentado emociones tan extremas y volátiles, unos sentimientos tan increíbles... —Siento que mi presión sanguínea se acelera y una energía salvaje palpita a través de mis venas.
—Tenía que ir más allá de los límites contigo, ya lo sabes. Sabía que podrías soportarlo, que en lo más hondo de ti deseabas esto mucho más de lo que te atrevías a admitir. Y dime, ¿valió la pena todo ese dolor por el placer que vino después?
Una vez más sus palabras desencadenan un fuerte oleaje en mi interior. Son las sensaciones más extrañas que jamás haya experimentado. Como si tuvieran un resorte que extinguiera cualquier signo de arrepentimiento, rabia o dolor. Suaves, cálidas, orgásmicas olas penetrando a través de mí, provocando que todo mi cuerpo se sienta como si irradiara pura sexualidad.
—Oh..., Alexa, esto es realmente increíble. Obviamente ya tengo mi respuesta.
Se desliza por el agua y me atrapa entre sus piernas. Parece absurdo fingir que discuto con él, fingir que esto no está pasando, de modo que cierro los ojos y dejo que la sensación que recorre mis entrañas se apodere de nuevo de mí.
—Estabas húmeda, hinchándote cada vez más a medida que se te azotaba. Era como si lo anhelaras. Sinceramente, cariño, estabas empapada de deseo. Yo estaba ahí, comprobando, monitorizando, asegurándome de que resistías cada escalón del camino. Los datos que recopilamos, analizados desde la perspectiva del miedo y el placer, están aún más íntimamente correlacionados de lo que jamás pudimos imaginar...
La reacción de mi cuerpo le distrae momentáneamente. El recuerdo me devuelve sensaciones aún con más intensidad. Los penetrantes dedos hundiéndose dentro de mí, sin saber en ningún momento qué sucedería a continuación ni durante cuánto tiempo, y luego ansiando desesperadamente que no se retiraran.
—Dios, Alexa, esto es increíble; puedo sentir literalmente tu reacción mientras estamos hablando. Casi no puedo esperar a revisar contigo los resultados con todo detalle; las inesperadas perspectivas. Tenerte a ambos lados del experimento fue todo un acierto y aún sigo fuertemente impresionado por cómo te rendiste al proceso. Tengo tanto que agradecerte... Sé que no fue una decisión fácil de tomar.
Significa mucho para mí que lo admita abiertamente.
—Aún estoy tratando de asimilarlo todo. No tenía ni idea de que pudiera llegar tan lejos.
—Y yo estoy encantado de que por fin empieces a conocer a la mujer que quiero.
¿Cómo podía saber eso de mí antes que yo?
—En este momento, mientras hablamos, se está redactando una carta invitándote a ser un miembro exclusivo de nuestro grupo principal de investigación gracias a tus habilidades y conocimientos. Ahora que nuestros estudios avanzan hacia la siguiente fase, es cuando tu implicación resulta fundamental para nuestro éxito.
No sé qué decir. Es verdad que di mi consentimiento para participar en la investigación y formar parte activa del proceso de experimentación. Y también que he experimentado cosas de las que nunca me creí capaz y he sobrevivido. Sin embargo nunca me he sentido tan físicamente degradada y, a la vez, satisfecha. ¿Cómo funciona todo esto en nuestros cerebros? ¿Cómo he sido capaz de experimentar un placer tan puro y absoluto bajo circunstancias tan extremas?
Pero más que sobrevivir, la experiencia me ha encantado. ¿Volvería a repetirla? Bajo determinadas circunstancias, desde luego. ¿De verdad quiero conocer las respuestas a todas estas preguntas? ¡Más que nunca! Jeremy masajea mis hombros como si quisiera hacer desaparecer cualquier posible escrúpulo que pudiera tener y trato de consolarme pensando en el tiempo que vamos a pasar juntos. Poco después me coge con mucha delicadeza y me saca del baño. A continuación seca concienzudamente mis extremidades antes de acurrucarnos en las tumbonas, absorbiendo el calor del sol.
—¿Alguna vez pensaste que tu cuerpo sería capaz de experimentar todo lo que ha hecho durante cuarenta y ocho horas, incluso en tus sueños más salvajes?
El recuerdo de los múltiples orgasmos sigue aún palpable y Jeremy me abraza con fuerza a medida que el placer amenaza con volver a colapsar mi cuerpo. Afortunadamente, ya estoy tumbada. Es imposible no sentir otra cosa más que un inmenso agradecimiento hacia él cuando mi cuerpo experimenta semejantes oleadas de placer ante el recuerdo.
—Cuéntame, descríbeme lo que te está pasando.
Cuando mi respiración se normaliza, trato de explicarle la extraña sensación que me recorre.
—Los recuerdos son tan vívidos y tan increíblemente intensos que me siento físicamente sobrepasada. En cuanto lo has mencionado mi cuerpo ha reaccionado inmediatamente. —Aguarda en silencio, esperando paciente a que prosiga. Supongo que ya lo sabe todo, así que decido continuar—. Tenía esta increíble..., bueno..., esa fantasía tan real, como supongo que la denominarías. Realmente increíble. Y estaba tan imbuida en el momento, un momento tan poderoso, que me sentía como si fuera una con el mundo, y luego noté como si hubiera lenguas por todas partes..., no podía concentrarme...
Me avergüenza confesarlo en voz alta a pesar de todo por lo que hemos pasado.
—Estaban por todas partes, penetrando, introduciéndose en mis profundidades más íntimas. No sé bien cómo describir su plenitud, fue tan inmensa, tan intensa... —Le miro nerviosa mientras estudia mi rostro y analiza mis palabras—. No tengo un recuerdo visual, solamente la absoluta fuerza y magnetismo de las sensaciones que, por un instante, se apoderaron de mi cerebro y consciencia. No puedo comprender cómo un recuerdo puede desencadenar semejante respuesta, Jeremy. ¿Es eso posible? Porque si no es así, ¿qué me está pasando?
Le miro tratando de obtener respuesta. Parece estar reflexionando.
—No se trata de ninguna fantasía, Alexa. Todo ha sido muy real.
Al oír sus palabras, siento que mi cuerpo se arquea poseído de un primitivo deseo. El rubor me cubre por entero al igual que los estremecimientos de mi vientre mientras él prosigue.
—Habiendo bloqueado el resto de tus sentidos solo te quedaba el tacto, hasta que al final añadimos el sonido. Tu proceso cognitivo está conectando la intensidad de tus sentimientos a tu persona física. Es decir, que se han conectado neurológicamente, y esa es la razón por la que tu cuerpo y tu mente reaccionan con tanta intensidad a ese recuerdo concreto o a cualquier cosa que lo desate. Eso es exactamente lo que buscábamos; de hecho, es mucho más de lo que esperábamos obtener. Se trata de una parte crítica de nuestra investigación o, por decirlo de alguna forma, el territorio inexplorado. Con tus conocimientos en psicología sumados al hecho de haberlos experimentado personalmente, terminaremos por aprender mucho más sobre sexualidad femenina de lo que jamás se haya investigado y, no digamos ya, publicado.
Me quedo estupefacta al oír sus palabras; la conversación con Samuel y su «elite de investigadores» resurge en mi mente. No hay duda de que se quedará asombrado ante los resultados. Solo pensarlo me provoca una súbita ansiedad.
—Jeremy, no estaría Sam presente, ¿verdad?
—No, Alex, no lo estaba. Nunca te haría una cosa así. Solo dos de mis colegas y algunas personas a las que llamamos para ayudarnos a hacer realidad tu «fantasía».
—Menos mal. —Es todo un alivio. Mi trasero solo podría resistir haber sido expuesto ante gente anónima.
—Pero le he mandado una copia de los resultados y estoy impaciente por discutirlos con él. Si todo sale como planeamos, creo que seremos capaces de desarrollar un fármaco para la depresión como nunca antes se ha visto en el mercado, pero sin los efectos secundarios, algunas veces terribles, de los que están disponibles actualmente, lo que redundará en unos mejores resultados y en una mayor rehabilitación del paciente.
—¿Realmente estás tan cerca gracias a todo por lo que he pasado?
—Eres fundamental en nuestro éxito, amor. Estás en el mismísimo centro de lo que esperamos conseguir.
—No puedo creer que vayamos a trabajar juntos después de todos estos años, Jeremy. ¿Quién lo hubiera imaginado? Y dime, ¿cuál es exactamente el papel que quieres que desempeñe en el futuro?
—Todo eso ya te lo explicaré más tarde, doctora Blake. Antes tendrás que firmar una multitud de documentos a efectos legales.
* * *
Cuando empieza a anochecer Jeremy enciende el fuego en la chimenea suspendida en mitad de la habitación y se asegura de que esté confortablemente instalada en el sofá. No me deja hacer nada en absoluto, mientras va de un lado a otro organizando las cosas para la cena. Para mi sorpresa y disfrute, saca una copa adecuadamente enfriada de Pouilly-Fumé, mi vino francés favorito. Aún sigo impresionada por lo que me rodea y solo puedo suponer que estamos en alguna parte del hemisferio sur, a juzgar por las estrellas que empiezan a asomar en el firmamento. No sé cómo he llegado hasta aquí, ni tampoco en qué día estamos o qué hora es, no ha mencionado nada sobre mi teléfono o su paradero y tampoco he querido preguntárselo. Presiento que las respuestas a mis numerosas preguntas serían consideradas irrelevantes por el doctor Quinn, de modo que dejo que se esfumen a la vez que los últimos rayos del sol.
Después de una deliciosa cena de salmón a la plancha con verduras asiáticas, nos acurrucamos en el sofá a la luz del fuego y tenemos la primera de las muchas conversaciones que mantendremos a lo largo de los siguientes días.
A pesar de que aún no me atrevo a hacer demasiadas preguntas, decido arriesgarme.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto. —Me siento aliviada por que ya no sea un problema.
—¿Qué habría pasado si llego a decirte que «no» el viernes por la noche?
—¿Decirme «no» a quedarte o a que te privara de la vista?
—Supongo que a ambas.
—Te habría convencido. Siempre lo hago.
—¿Por qué nunca puedo negarte nada, Jeremy?
—¿Te gustaría poder hacerlo?
—Para ser sincera no estoy segura, resulta muy extraño. Una parte de mí quiere hacerlo, mientras que otra no. No puedo evitar pensar en mi matrimonio, y dudo mucho que me vaya a sentir bien cuando regrese a casa, a la cruda realidad. Pero, por otro lado, hace años que Robert y yo no estamos juntos desde un punto de vista sexual.
—¿De verdad? ¿Cómo es posible? Yo apenas puedo evitar estar sin tocarte más de una hora o dos. —Sus manos, que hasta ahora estaban reposando, se deslizan suavemente por mi pierna hasta el muslo.
—No estoy segura... pero, después de todo esto, no creo que pueda volver a mi vida asexual. Hasta este momento no me había importado, pero ahora..., bueno, digamos simplemente que me siento como un volcán dormido que acabara de entrar en erupción gracias a una intensa actividad sísmica.
—¿Me estás llamando sísmico, doctora Blake? —Se abre paso entre mis piernas.
—Algo parecido, doctor Quinn. En serio, ¿tú qué piensas? —Interrumpo su progreso.
—Cuando estamos juntos no tengo la sensación de que hagamos nada malo, Alex, sin importar cuáles sean las circunstancias, y ahora se ha vuelto más importante que nunca.
—¿En serio? Por favor, no me digas que solo estamos aquí debido a tu investigación.
—No, no exactamente. —Alzo las cejas, esperando a que continúe con su explicación—. Es solo que nuestra relación es más antigua que la que podamos tener con cualquier otra persona. En realidad, hemos estado el uno con el otro intermitentemente casi la mitad de nuestras vidas. Es como si yo estuviera hecho para estar contigo, como si, de alguna forma, hubiéramos estado siempre conectados y necesitáramos descubrir el camino de vuelta para reencontrarnos. Hemos compartido tanto que no pienso en si eso está mal o si es un error. Me cuesta mucho sentirme culpable porque no me importa cómo la «sociedad» ve nuestra relación. Y después de lo que me has contado sobre Robert, creo que te está echando a perder, y te deseo aún más desesperadamente. Como he dicho antes, no puedo imaginar mi vida sin ti, y estar aquí así es solo la guinda del pastel. —Me pellizca los pezones jugando para confirmar esto último y continúa—: Cuando estamos juntos es pura dinamita, y solo ahora empiezo a comprender que he sido un idiota por permitir que estuvieras fuera de mi vida durante tanto tiempo. Ya tienes tus hijos, que es lo que siempre has querido, y un matrimonio, no precisamente brillante por lo que cuentas. Yo tengo mi carrera, que hasta el momento ha sido mi objetivo, pero ahora mi objetivo eres tú. Te quiero, Alexandra. Siempre te he querido. Y no estoy dispuesto a compartirte mucho más tiempo. Eso es algo que tendrás que meditar en un futuro inmediato.
¿Me quiere y no está dispuesto a compartirme? Su última afirmación suena como una orden que debo poner en práctica. Me quedo atónita ante su calculada y casi ensayada respuesta. Sus palabras resuenan dentro de mí de forma inesperada. Antes de que responda, me coge de las manos.
—Deja que te pregunte algo. ¿Querías estar conmigo este fin de semana? ¿Lo habías pensado antes de llegar al hotel el viernes por la tarde?
Desvío la mirada hacia mis temblorosas manos antes de encontrarme con sus ojos. Solo necesita mirarme durante una fracción de segundo para confirmar la respuesta a su pregunta.
—Exacto, y lo mismo me sucede a mí. ¿Te arrepientes?
—Esa es una pregunta muy importante, Jeremy.
—Oh, vamos, cariño. Ya hemos llegado muy lejos esta semana, ahora no te hagas la tímida. —Me presiona para que conteste, sujetando mis brazos hacia atrás para así tener libre acceso a mi cuerpo y poder pellizcar mis pezones, que instantáneamente se hinchan y endurecen bajo su contacto. Luego empieza a masajear mis pechos mientras continúo aplazando la respuesta.
—Tal vez debería haber llevado sujetador esta noche.
—Tal vez no deberías haber llevado nada esta noche.
De pronto mi vestido se desliza suavemente hasta el suelo.
—Ahora deja de cambiar de tema y contéstame.
—Está bien, está bien, no, no me arrepiento. Es muy difícil arrepentirse de algo cuando se está bajo el cautivador hechizo del doctor Quinn... —Prácticamente imposible habría sido la expresión más adecuada, me digo, mientras mi cuerpo empieza a responder a su contacto.
—Actividad sísmica, cautivador hechizo... ¿De qué va todo esto? —pregunta con pícara inocencia.
El masaje continúa a la vez que sus suaves besos se intensifican en mi cuello. Mis piernas se separan bajo su peso y siento su deseo contra mi entrepierna.
—Va sobre mi cuerpo traicionándome a la menor oportunidad en cuanto está contigo, sin importarle nada mis procesos mentales. Algo que voy a tener que empezar a controlar muy pronto, especialmente si vamos a trabajar juntos.
—Por favor, prométeme, cariño, que no lo pondrás al principio de tu lista de obligaciones. —Me mordisquea el lóbulo, me coge en brazos levantándome del sofá y me lleva bajo la bóveda circular que constituye el dormitorio principal, depositándome suavemente en la gigantesca cama redonda—. No te muevas ni un centímetro, vuelvo ahora mismo.
Me pliego a su petición mientras mi mente divaga al borde de un libidinoso remolino. Doy gracias por estar tumbada. Cuando regresa advierto una sonrisa furtiva en su rostro. Sin duda está tramando alguna nueva travesura. No hay lugar para las palabras cuando sus caricias inician su exploración cada vez más profunda. Oh, Dios mío, aquí vamos otra vez.
—¿Es que nunca tienes bastante? —Suspiro.
—Contigo, cariño, nunca, pero siempre puedes decirme que no. —Sus palabras susurradas en voz baja en mi oído disparan mi deseo, como si supiera perfectamente que para mí esa no es ninguna opción.
—¿Para qué, para que puedas atarme y azotarme hasta que cambie de idea?
—Hmm, algo así... —Se ríe y mueve la posición de mi cuerpo hasta ponerme a gatas totalmente desnuda, sin dejar de pellizcarme y acariciarme.
—Intenta quedarte quieta, quiero probar una cosa.
Siento cómo inserta en mi vagina algo frío, no demasiado grande pero tampoco pequeño, y entonces las vibraciones comienzan, muy despacio al principio, para luego ir incrementándose paulatinamente. No puedo concentrarme en nada excepto en los espasmos que recorren todo mi cuerpo. En pocos segundos estoy humedecida de deseo. Todo mi cuerpo responde instantáneamente al recuerdo de las cálidas vibraciones que sentí cuando estaba atada sobre la plataforma. Las sensaciones despertando con inusitada rapidez. ¿Cómo es posible que suceda esto?
Jeremy se inclina hacia delante y desliza su pulgar en mi ano. Tenso mis músculos esperando que la estrechez lo rechace, pero, para mi sorpresa, noto como si mi cuerpo anticipara con deleite la intrusión. Oh, Dios mío, ¿qué me ha hecho para que me ponga así? Muy despacio el pulgar empieza a trazar círculos hasta localizar un punto especialmente sensible. Lo masajea con suavidad al principio y luego más intensamente, hasta que la sensación repercute en las vibraciones de mi vagina. Gimo. Mi mente empieza a dar vueltas, a la vez que las convulsiones sacuden mi cuerpo ante el recuerdo de las olas de euforia que sentí la otra vez. Una sonrisa torcida asoma en su rostro al ver mi expresión de sorpresa. Claramente está muy satisfecho por mi respuesta.
—¿Es agradable?
—Sí —jadeo incapaz de decir nada más mientras mi pulso se acelera y sus dedos continúan explorando y creando nuevas sensaciones. Siento una ola de calor emerger de mi vagina y mi ano, a medida que retira su pulgar. Entonces estira el brazo, coge un paquete de condones y desgarra el envoltorio de uno. Se coloca detrás de mí, asegurándose de que esté bien ceñido a su miembro. No puedo evitar lanzarle una mirada interrogante por encima del hombro, aunque su belleza me distrae momentáneamente.
—Relájate, cariño, te prometo que iré despacio.
Introduce la punta de su ahora lubricado pene en mi ano, empujando con suavidad por la abertura antes de avanzar gradualmente con mucho cuidado, mientras me acostumbro a la invasora presencia en el estrecho conducto. Y me penetra cada vez más hondo, afirmando su posición sobre mí sin perder la intensidad que está creando. Su miembro continúa implacable, colmándome como si estuviera hecho a mi medida, y gimo de placer. Nunca había gozado tanto por detrás. Su posesión es perfecta, invasiva y absoluta. Mientras, su otra mano juguetea con mi clítoris, cada vez con más firmeza e intensidad, y noto que comienzo a perder la cordura.
Aplasta mi pecho contra la cama, haciendo que las almidonadas sábanas friccionen mis pezones. Desde su posición más elevada tiene completo control del deseo que está desatando en mí, recreando astutamente la posición que tuve la vez anterior, solo que esta vez sin ataduras. Sus dedos me llevan diestramente hasta el borde del orgasmo, pero sin llegar más lejos y prender la mecha que está a punto de estallar. ¡Oh, Dios! Siento mi ano totalmente saturado cuando su miembro provoca descargas eléctricas a través de todo mi cuerpo y, para mi sorpresa, noto que mi orificio se abre aún más para recibirlo hasta lo más profundo de mis regiones interiores.
Suelto un grito, pero no de dolor, sino desde lo más hondo de mi amor por este hombre y el puro y exquisito placer que es capaz de desatar hasta en el rincón más recóndito de mi ser. Estoy literalmente empapada de deseo. Cuando sus dedos llegan al final del juego, apenas puedo contener los gemidos y siento que la pasión me arrastra al precipicio de mi mente y mi cuerpo. Mis gritos continúan constantes mientras alcanzo el clímax una y otra vez, una ola tras otra, no solo con mi cuerpo sino también con los recuerdos impresos al rojo vivo en mi memoria. Totalmente fuera de control. Un instinto animal apropiándose de mis guturales gemidos. Él se desplaza ligeramente y vuelve a suceder otra vez. Y otra. Gimo y jadeo con cada una de las implacables y penetrantes olas y, una vez más, pierdo todo el sentido de mí misma dando vueltas y cayendo de cabeza en un mundo cuya existencia ignoraba hasta este fin de semana. Asciendo hasta mi inconsciente universo orgásmico recién descubierto, absolutamente saciada de sexo. Haría cualquier cosa, iría a cualquier parte por este hombre y las cosas que puede hacer con mi cuerpo.
¿Qué me ha pasado? ¿Soy una maníaca sexual, una adicta? Ni siquiera se me ocurre el término correcto. Nunca en mi vida hubiera podido imaginar tanto placer sexual. ¿Cómo es siquiera posible? Por supuesto, como la mayoría de la gente, había leído sobre la habilidad de algunas personas para tener múltiples orgasmos, pero esto, lo que estoy experimentando, se encuentra fuera de este mundo. La intensidad es tan abrumadora que continúo perdida en las sensaciones durante un buen rato.
—¿Es esto normal, natural? Es tan precipitado, tan pleno... —pregunto cuando recupero la cordura y me familiarizo de nuevo con mi entorno. Descubro que Jeremy tiene la misma expresión de asombro y fascinación que yo siento. Retira con cuidado el vibrador y lo guarda cuidadosamente en una bolsita de plástico—. ¿Más pruebas?
—Más resultados, más descubrimientos, por el bien de la humanidad, ya sabes...
—Y todo gracias a un sexo arrebatador, impresionante, ¿quién lo iba a decir?
—Ni siquiera yo podía imaginar que sería así.
—Bueno, me alegro mucho de participar en estos experimentos, doctor Quinn.
—El mérito es tuyo, cariño.
Durante un buen rato no decimos nada más, perdidos en nuestros pequeños mundos y demasiado saciados; sencillamente satisfechos con nuestros cuerpos, tocando, acariciando, excitándonos. Sobran las palabras mientras prolongamos felices nuestra experiencia, las contagiosas olas de placer y sus réplicas.
—Ahora que te tengo aquí voy a aprovechar para ponerte más ungüento.
—Es una broma, ¿no? Si lo hiciste hace muy poco —me quejo.
—¿Y no crees que será muy efectivo después de nuestra reciente actividad? —pregunta, alzando las cejas.
Sacudo la cabeza.
—Te prometí que cuidaría de ti y ya sabes lo escrupuloso que soy con mi trabajo.
Coloca mi trasero en posición mientras me aplica suavemente el ungüento. Cuando giro la cabeza hacia atrás mirándole por encima del hombro, me lanza un guiño malicioso y un beso.
* * *
Fiel a su palabra, Jeremy se pasa el resto de la semana cuidando de mí. Me da de comer, me baña, vigila mis constantes, me da las medicinas que él mismo ha recetado, me estimula física e intelectualmente, me agota emocionalmente, se asegura de que duermo lo suficiente, cepilla mi pelo, masajea mi cuerpo, cura mis heridas y moratones. No tomo ni una sola decisión ni mantengo contacto alguno con el mundo exterior. Es como si el mundo no existiera fuera de Avalon. Estoy a salvo, envuelta en la cuidadosamente construida burbuja del doctor Quinn. Nunca en mi vida me había sentido así. Tan abrumadoramente cuidada, tan abrumadoramente frágil, como si siempre hubiera necesitado sus cuidados de mí. ¿Cómo he podido sobrevivir sin él?
Continuamos hablando, riendo, jugando y recordando; es como si estuviéramos en nuestra propia versión de una luna de miel. Un puro gozo. Excepto porque echo de menos a Jordan y Elizabeth y se hace muy duro saber que no puedo contactar con ellos en su aventura. Nunca hemos estado separados tanto tiempo, pero incluso aunque ya estuviera en casa, ellos aún no habrían regresado, lo que, de algún modo, me tranquiliza. Trato de relegar a algún lugar remoto de mi mente la discusión que, a mi vuelta, deberé tener con Robert. Presumiblemente el mundo continúa girando como siempre fuera de este lugar mientras que yo, apartada de cualquier otra realidad, existo solamente en el aislamiento de esta lujosa cabaña de árbol y en el amor y los cuidados de Jeremy.
—Ven aquí, deja que te mida la presión sanguínea. Pareces tener más energía que antes.
—¡Otra vez no! Me estás examinando tanto que sin duda voy a ser el caso más estudiado de la historia de la medicina.
Ignora mi exagerada afirmación.
—Si has recuperado los niveles normales, podríamos ir a la playa. De hecho, vas muy bien. No me extraña que tengas más energía. ¿Por qué no te preparas mientras organizo un picnic para comer allí? Hay una caja en el vestidor con todo lo que puedas necesitar.
Me levanto y le miro indecisa, preguntándome en primer lugar si lo dice en serio y en segundo, qué estará tramando esta vez.
—Ve y prepárate antes de que cambie de opinión. —Sus palabras me hacen reaccionar al momento.
Lanzo un suspiro de alivio al encontrar ropa normal en la caja, gracias a Dios ya no tengo que jugar a los «disfraces». Me enfundo un traje de baño por debajo de un vestido de playa, por si el agua está lo suficientemente caliente para darse un rápido chapuzón. Cojo gafas de sol, un sombrero y crema protectora, sintiéndome más viva y con más energía de lo que puedo recordar. Cuando aparezco, advierto que Jeremy ya tiene preparada una mochila, así que finalmente salimos por las gigantescas puertas dobles de la cabaña en el árbol. Un camino apto para coches surge desde detrás de la casa hacia la cima de la montaña. Distingo a un hombre alto de pie delante de una cabaña que parece ser un puesto de control. Va uniformado y lleva un rifle colgando del hombro. Jeremy le saluda con un gesto mientras me conduce en la dirección opuesta, por el sendero que desciende hasta la playa. Varios escalofríos recorren mi espina dorsal cuando una inquietante sensación se apodera de mí.
—Pensaba que estábamos totalmente solos. ¿Es eso necesario?
—Te lo explicaré todo cuando estemos en la playa.
Por primera vez en varios días, advierto un implícito tono de peligro en las palabras pronunciadas por Jeremy, pero no quiero pensar en ello.
Nos instalamos sobre la manta, con el maravilloso festín del picnic desplegado ante nuestros ojos. La espectacular vista con el cielo limpio y cristalino corta la respiración.
—Vaya, este lugar es increíble. Espero que no tengamos que marcharnos rápidamente.
—Tenemos tiempo de sobra. Es genial poder salir de nuevo al aire libre contigo.
—Pero todavía es mejor poder ver lo que te rodea.
Me aparta cariñosamente algunos mechones de la cara poniéndolos detrás de mi oreja.
—Pero dime, ¿qué tal estás? —me pregunta con voz suave.
—Ya me encuentro mucho mejor, gracias. ¿Cómo no iba a ser así? Cuento con tu atención física, emocional, mental y médica a la vez. Pero ¿qué me dices de ti? Parece como si tuvieras demasiadas cosas en la cabeza.
—Así es. Hay muchas cosas que necesito explicarte y no podía arriesgarme a hacerlo allí.
Hace un gesto con la mano señalando detrás de nosotros.
—¿Y eso por qué?
—Si te digo la verdad, no estoy seguro de que no haya micrófonos ocultos. Creo que aquí estaremos más seguros.
—¿Micrófonos ocultos? Pero ¿de quién? ¿Qué está pasando, Jeremy? —Le miro nerviosa—. ¿O es preferible que no lo sepa?
—Me encantaría no tener que involucrarte en esto, Alex, pero creo que debes saber al menos una parte, puesto que ahora estás en el mismísimo epicentro de todo.
Tengo el presentimiento de que la burbuja que Jeremy ha orquestado tan meticulosamente durante nuestro tiempo juntos está lenta pero decididamente a punto de deshacerse. Me coge la mano y acaricia mis dedos, y durante un momento parece totalmente sumido en sus pensamientos.
—Creo que lo mejor es que me digas de qué se trata, doctor Quinn.
Asiente y empieza.
—No necesito ponerte al día sobre las estadísticas de la depresión; la demanda de un fármaco efectivo es enorme y por lo que parece seguirá aumentando durante la próxima década, especialmente en las economías occidentales. Los antidepresivos constituyen una industria billonaria y todas las grandes compañías farmacéuticas del mundo han emprendido una exhaustiva búsqueda de nuevos medicamentos, investigando distintas vías y extendiendo sus redes a lo ancho y largo del mundo sin reparar en gastos. La búsqueda se ha vuelto aún más urgente a la vista de los recientes estudios llevados a cabo por la FDA[2] de los que se infiere que algunos medicamentos antidepresivos pueden estar relacionados con un aumento de las tendencias suicidas comparadas con el placebo. Todo ello ha provocado que las compañías se hayan precipitado a desarrollar un nuevo fármaco. La competencia es feroz y desesperada y, aunque me duela admitirlo, no siempre se actúa con métodos demasiado limpios. Razón por la cual necesitamos tener esta conversación.
Se le ve bastante crispado, algo tan inusual en él que no puedo evitar seguirle con atención.
—Alguien ha conseguido piratear el ordenador de Sam en las últimas veinticuatro horas y acceder a los resultados que le había enviado. Esa es la razón de haber incrementado la seguridad. Aún no hemos podido descubrir quién ha sido y puede que nos lleve algún tiempo. No quiero asustarte innecesariamente, Alexa, pero si nuestros competidores se topan con el potencial de la fórmula que estamos desarrollando a resultas de este último fin de semana, y tu implicación en ella, bueno, digamos simplemente que podrías estar en peligro. Y ese es un riesgo que no estoy dispuesto a correr. He organizado un servicio de escoltas muy cualificados que, cuando regreses, se harán pasar por tus ayudantes a tiempo completo en la Universidad de Tasmania para garantizar tu seguridad en el trabajo.
—¿Lo dices en serio?
—Yo te he metido en esta situación y asumo toda la responsabilidad para garantizar tu seguridad. No sé qué haría si te pasara algo.
—¿Qué podría pasarme, Jeremy? ¿Por qué estás tan preocupado?
—Todas las farmacéuticas tratan de proteger sus patentes, actuales o potenciales, y las grandes compañías no dudan en gastarse inmensas sumas para conseguirlo. Hasta hay departamentos especiales de investigación en los que se emplea a personas un tanto «diferentes», si entiendes lo que quiero decir. Reclutan a antiguos miembros de las fuerzas especiales, a hackers profesionales, científicos y neurocirujanos, e incluso a jueces retirados que destacan o destacaron en sus respectivas disciplinas. Algunas de las personas mejor entrenadas y capaces del planeta son contratadas a base de exorbitantes sumas de dinero para llevar a cabo ciertos requerimientos de las firmas para las que trabajan.
—¿Y tú eres una de esas personas?
—No, no exactamente. Tengo un acuerdo específico con una compañía farmacéutica en relación con la producción de un fármaco para la depresión. Estos departamentos especiales solo buscan velar por que la propiedad intelectual de la compañía esté protegida en todas las fases de su elaboración y a cualquier precio. Cuanto más nos acercamos al desarrollo de una fórmula o producto, embarcándonos en el proceso de preparar una patente legal, lo que puede ser un proceso muy largo, más comprometidos están ellos. El espionaje intelectual está a la orden del día en la industria farmacéutica y, para algunas organizaciones, con tal de adquirir los derechos de las patentes, el coste humano es irrelevante. Forma parte de su manera de conducir el negocio. Mi preocupación es que si uno de nuestros competidores está relacionado con el pirateo, lo que aún no se ha confirmado, tal vez quieran verificar los resultados por sí mismos.
—¿Quieres decir conmigo?
Decir que me he quedado estupefacta sería una obviedad.
—No parece probable, aunque no podemos descartarlo. No quiero alarmarte, Alex. No permitiré que te ocurra nada, pero debes aceptar la seguridad que te ofrezco. Y no admitiré un no por respuesta.
—¿De verdad crees que puede pasar algo?
—Esperamos que no, pero preferimos tomar precauciones adicionales, por si acaso. Mientras tanto, me gustaría darte algo, Alexandra, no solo como un recuerdo del tiempo que hemos pasado juntos sino con la esperanza de que te ayude a estar a salvo.
Su gesto se ha vuelto serio. Saca una pequeña caja de la mochila, la abre con cuidado y coloca un macizo brazalete de plata o platino en mi mano. Lo estudio con atención. Parece tener incrustaciones de diamante rosa y está ilustrado con antiguas inscripciones gaélicas. Su intrincado y delicado diseño contrasta claramente con el peso y la robustez del brazalete.
—Jeremy... —digo.
—Alexandra, dado que ahora mismo aún no estoy en posición de poder ofrecerte un anillo, confío en que me prometas que vas a llevarlo y que no te lo quitarás. —Me mira fijamente a los ojos—. ¿Harás eso por mí?
Sostengo su mirada. He pasado por todo tipo de situaciones durante esta semana. Me ha presionado y pedido que hiciera cosas que nunca habría podido imaginar y menos aún soñar con hacer... ¿Y ahora voy a discutir con él por llevar esta preciosa pieza de joyería? Puedo percibir lo importante que es para él.
—Sí, por supuesto. —Como si hubiera podido decir otra cosa—. Es tan bello... ¿Qué representan estos símbolos?
—Son las palabras gaélicas anam cara. Quieren decir «amigo del alma» o «compañero de alma».
Siento que el corazón se me derrite e intento tragar saliva para reprimir la honda emoción que amenaza con arrollarme. Nuestros ojos se encuentran y durante un largo instante solo existimos los dos en un lugar lleno de energía y, a la vez, de una pacífica serenidad. Sé que le pertenezco y que él me pertenece a mí. Sin decir nada más, extiendo mi mano hacia él.
—Gracias, Alexa. Que nuestras almas sonrían al abrazo de nuestra anam cara.
Lo coloca en mi muñeca y asegura el cierre. Escucho un extraño sonido electrónico. Una vez más el brazalete se adapta a mi medida a la perfección. Ni demasiado suelto ni demasiado apretado, lo suficiente para que no pueda deslizarse por mi mano si quisiera quitármelo. Me siento inevitablemente conectada a Jeremy en todos los sentidos y encantada con este símbolo físico de nuestro amor.
—¿Qué es ese zumbido? —no puedo evitar preguntar.
—Está codificado digitalmente, sellado alrededor de tu muñeca no solo física sino electrónicamente, lo que permitirá a Sam y a mis equipos acceder a tu localización las veinticuatro horas del día si algo extraño ocurriera. Era muy importante para mí que quisieras llevarlo antes de que pase cualquier cosa rara.
Bueno, no había considerado estar conectada a él de forma tan pragmática como esta.
Durante un rato me quedo contemplando la preciosa obra de joyería de nueva tecnología, rodeando o tal vez esposando mi muñeca. Mi mente regresa al período en el que trabajé para las minas de diamante rosa de Argyle en el oeste de Australia y a las precauciones adoptadas por la compañía para garantizar la seguridad de la entrega de las preciosas gemas desde la minas hasta Perth. Varios vuelos ficticios a la semana tenían lugar para que nadie supiera en qué avión se llevaban los diamantes, los más raros y caros diamantes del mundo. Ahora estoy sentada contemplando sus baguettes incrustadas en el brazalete. Realmente es increíble si consideras las numerosas y costosas precauciones que adoptan las compañías para asegurar sus envíos. Justo cuando pensaba que esta aventura de Alicia en el país de las maravillas estaba llegando a su fin, sucede esto. Mi estómago da un vuelco ante tantas emociones. Extrañamente, ninguna pregunta aflora a mi mente, solo una serena comprensión. Me siento delante de él consciente de mi respiración mientras acaricio inconsciente el brazalete de plata.
Algunas horas más tarde regresamos a la cabaña del árbol tras un breve baño para intentar desprendernos de todos los posibles escenarios siniestros de nuestro futuro y dejarlos en el océano. Al parecer era exactamente el tónico que ambos necesitábamos.
Nuestra última noche resulta significativamente más tranquila que todas las anteriores. Nos sentamos cómodamente en silencio, abrazándonos durante largo tiempo, absorbiendo el impacto del camino que por fin vamos a recorrer juntos. Apenas conversamos y, sin embargo, la conexión entre los dos está cargada de emoción. Nuestros juegos amatorios han alcanzado tal intensidad que casi podría decirse que tienen una dimensión espiritual, al tiempo que asumimos que nuestras vidas han quedado irrevocablemente alteradas como resultado de esta experiencia. Ambos comprendemos la importancia de no saber qué nos deparará la vida cuando abandonemos Avalon. Hay un vértigo irresistible en no conocer el futuro. Apenas dormimos unas horas mientras nuestros cuerpos yacen estrechamente entrelazados.
* * *
Por suerte o por desgracia, el día amanece completamente encapotado, de modo que cuando despegamos en el avión privado, no consigo encontrar ninguna pista del terreno que abandonamos. Un grueso manto de nubes y niebla lo cubre todo hasta que ascendemos por encima de él a la claridad del cielo abierto. Sabía que Jeremy era un hombre de recursos a la hora de conseguir algo, pero no tenía ni idea de que esos recursos se extendieran también a la meteorología. No sé si estamos volando por encima del agua o de tierra y, por lo que se ve, él no piensa facilitarme los detalles de la ubicación de Avalon. Dice que cuanto menos sepa, más segura estaré y esa debe ser nuestra única prioridad. Pasamos todo el viaje cogidos de la mano. En un momento dado, me quedo dormida, con mi cabeza apoyada en su hombro, y no me despierto hasta que comienza el descenso y se acerca la hora de nuestra inminente separación.
Nos abrazamos apasionadamente y derramo unas silenciosas lágrimas antes de bajarme del avión. No quiero soltarle, pero sé que debo hacerlo. Aparentemente mi equipaje será automáticamente transferido y embarcado en mi vuelo a Hobart. Jeremy continuará en el avión, hasta que finalmente regrese a Boston.
Como una autómata, me acomodo en el avión de vuelta a casa, agradecida por los asientos vacíos a mi lado. Trato de asimilar todo lo que ha sucedido en la última semana, el riesgo potencial de mi participación, el futuro de mi vida familiar. Es demasiado para mi cerebro. Cuando me agacho para guardar mi tarjeta de embarque en el bolso, advierto un grueso sobre en el interior. Lo abro y extraigo una nota manuscrita de Jeremy.
A mi maravillosa Alexandra:
He pensado que te gustaría echar un vistazo a esto para que vieras con toda claridad a la mujer de la que estoy enamorado. No te olvides de ella cuando regreses a casa, significa todo para mí.
Cuídate, mi amor, hasta que volvamos a vernos.
Buen viaje.
J. xo
Decir que me he quedado sin palabras al ver las fotos delante de mis ojos sería quedarse demasiado corta. ¿Realmente soy yo esa persona? Las contemplo atentamente.
- Conferencia el viernes por la tarde en el Salón de Actos de la universidad
- Comida con Samuel y su equipo de investigadores
- Llegando al vestíbulo del hotel, con el pelo recogido y aspecto muy profesional
- Con el vestido rojo y el antifaz
- Sentada en la azotea, con los ojos tapados y esposada
- Cantando y tocando la guitarra
- Con el traje de cuero y las botas
- Dos cuerpos forrados de cuero montados en una moto
- Tirándonos en paracaídas en caída libre
- Feliz en un descapotable negro con las gafas de sol puestas
- Flotando desnuda en aguas ennegrecidas
- Encapuchada, el cuerpo aprisionado por correas de cuero
- En la playa, bañándome con Jeremy
- Vestida, como voy ahora, para el viaje de vuelta a casa
Es asombroso descubrir el poder de estas imágenes comparadas con las que yo había fabricado en mi mente. El antifaz parece ocultar mi tensión nerviosa y mi cuerpo tiene el aspecto de una innegable y sensual criatura disfrutando de cada experiencia. Las imágenes desatan una cálida ola en mi psique; las estrecho contra mi pecho. ¿Quién hubiera creído que yo era esta persona?
Reflexiono sobre la pregunta que no fui capaz de responder durante el tiempo que estuvimos juntos: «¿Desde cuándo la maternidad te ha dado permiso para renegar de tu sexualidad?».
¿Quién podía imaginar que había estado negándome a mí misma todos estos años? ¿Quién hubiera imaginado que serían necesarias medidas tan extremas como estar ciega, sin poder hacer preguntas, y abierta psicológica, física y neurológicamente a la experimentación del sistema límbico durante un fin de semana, para conseguir reiniciar la pasión sexual que había en mí? Solo Jeremy, por supuesto.
* * *
Entro en casa y recibo a mis maravillosos hijos como si nada en el mundo hubiera cambiado, pero sabiendo en secreto que ya todo es distinto. Les abrazo largamente, estrechándolos y queriéndolos más de lo que nunca creí posible.
He decidido que sea ahora o nunca. Mi semana con Jeremy ha sellado mi destino y me veo obligada a mantener con Robert la discusión que he estado posponiendo durante años. Lo organizo todo para que mi hermana se quede cuidando a los niños y nosotros podamos salir a cenar. No quiero que la conversación sea en casa, aunque dudo si será adecuado tenerla en público. He estado imaginando toda clase de escenarios en mi cabeza sobre la mejor forma de abordar un tema tan delicado.
No hacía falta que me preocupara tanto. Al parecer él llevaba tanto tiempo como yo queriendo hablar de nuestro matrimonio. Le cuento que he estado con Jeremy y lo mucho que me ha impactado. Como me es imposible seguir ignorando por más tiempo su presencia en mi vida. No menciono mi papel en el experimento. Robert permanece sentado al otro lado de la mesa mientras espero alguna reacción que me dé una pista de sus pensamientos. Me quedo desconcertada cuando advierto el alivio en su rostro. Ni rabia, ni lágrimas, solo alivio. Finalmente me explica que él mismo ha estado luchando con su propia sexualidad durante años, intentando siempre convencerse de su normalidad. Pero resistiéndose a hablarlo conmigo porque, como soy psicóloga, no quería que su mujer le analizara antes de haber solucionado por sí mismo las cosas. Además lo último que desea es hacernos daño a mí o a los niños. Me cuenta que él tampoco puede seguir negando esa parte de su naturaleza, que necesita explorar e investigar, descubrir si es o no homosexual. Está convencido de que lo es.
¡Y yo aquí, sentada frente a él, agobiada por cómo iban a afectarle mis noticias, para que ahora me salga con esto! ¡Por fin entiendo nuestra falta de vida sexual! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? No puedo evitar preguntarme cómo me habría tomado esta revelación de no haber estado con Jeremy. Supongo que habría sido demoledor... pero ahora, bueno, de alguna forma hace que todo sea potencialmente posible, aunque hace tan solo unas semanas pareciera lo contrario.
Nos abrimos el uno al otro durante la cena mucho más de lo que lo hemos hecho en los pasados cinco años. La conversación fluye y nos conectamos a un nivel más íntimo surgido a partir del respeto mutuo y la amistad. Puedo entender por qué me atrajo este hombre que está sentado delante de mí, el padre de mis hijos. Es un buen hombre con un buen corazón. Solo que ya no compartimos nuestros corazones.
Decidimos hacer que esto funcione por nuestros hijos y continuar apoyándonos el uno al otro. Es como si nos hubiéramos quitado un enorme peso que lastraba nuestra relación y ahora fuéramos libres para abrazar la luz de la vida de nuevo. Sonreímos. Nos abrazamos. Nos trasladamos a diferentes habitaciones bajo el mismo techo. Estamos contentos por ese arreglo a corto plazo. Los niños advierten el cambio en nuestro estado de ánimo y nos reímos mucho más de lo que lo hemos hecho en años.
* * *
Unos días más tarde, justo como Jeremy había prometido, recibo una carta invitándome a ser miembro de su foro global de investigación.
Querida doctora Blake:
Confío en que se encuentre bien de salud. Me gustaría invitarla formalmente a formar parte de nuestro selecto equipo de investigación especializado en el desarrollo de una cura para la depresión. Sus específicas habilidades y conocimientos son requeridos para el puesto de Jefe de Psicología del Proyecto Zodiac, en el que trabajará en estrecha colaboración con un equipo de acreditados investigadores médicos y doctores.
Como bien sabe, el proyecto es altamente confidencial y continuará siéndolo durante al menos los próximos doce meses. Le adjuntamos un acuerdo de confidencialidad que deberá firmar antes de enviarle más información y antecedentes. A medida que nuestra investigación vaya progresando, esperamos publicar los resultados en los próximos dos o tres años, momento en que su significativa contribución a nuestros estudios será formalmente reconocida.
En esta fase, la investigación se desarrollará predominantemente a tiempo parcial, por lo que confiamos en que pueda compatibilizarla con su trabajo actual en la universidad. Me he tomado personalmente la libertad de hablar con su decano, que se ha prestado a apoyarnos en este aspecto. También se la requerirá para asistir a distintas conferencias internacionales, la primera de las cuales tendrá lugar en Londres el próximo mes, y cuyos detalles se incluyen en los documentos adjuntos. El pago por sus servicios será considerado y acordado personalmente, en las próximas dos semanas.
Sus credenciales académicas, bagaje profesional y reciente experiencia investigadora son de vital importancia para el éxito y progreso de este proyecto y valoramos sinceramente su incomparable contribución. Muchas gracias por el tiempo que ha dedicado para reunirse con nosotros. Esperamos mantener una relación fructífera, amistosa y productiva en los años venideros. Estamos deseando poder darle la bienvenida en el equipo.
Sinceramente,
Lionel McKinnon
Presidente
El estómago me da un vuelco cuando termino de leer la carta; unas abrumadoras olas de excitación y temor compitiendo por llamar la atención de mis partes inferiores. Siento cómo mis mejillas se sonrojan. La carta en mis manos parece tan oficial, tan noble, sus connotaciones sexuales tan claramente veladas... Inconscientemente acaricio el brazalete de mi muñeca.
—¿Va todo bien? —pregunta Robert alzando la vista de su periódico.
Puedo percibir el temblor de mi mano cuando le paso la carta para que la lea.
—¿Se trata de la investigación que estuviste discutiendo con Jeremy?
Asiento.
—¡Qué maravillosa noticia, enhorabuena! Has trabajado muy duro, te lo mereces. —Me besa en la mejilla—. Esto exige un brindis con champán.
No puedo evitar preguntarme qué he hecho yo para merecer a los hombres de mi vida.