Capítulo Ocho
Tracy entró flotando en el 330 de la Avenida Kilbourn, subió en el ascensor hasta las oficinas de Siglo XXI en el piso noveno, y entró en su despacho, nada sorprendida de que Mia no hubiera vuelto de almorzar.
Paul la deseaba. Y podría tenerlo. No se permitió a sí misma ponerse a pensar en que probablemente sería una mala idea hasta que no se reuniera esa noche con las chicas. Entonces podría enfrentarse a la realidad. En ese momento estaba demasiado ocupada flotando, reviviendo la firme posesión de sus labios, el sensual aroma de su loción, la cálida fuerza de su cuerpo.
Fue a la mesa de Mia a ver el correo.
–Hola.
Levantó la cabeza y vio a uno de los hombres más corpulentos que había visto en su vida a la puerta de su despacho. Debía medir más de metro noventa y era grande y fornido, moreno y guapo.
–Soy Dave. Y tú eres… –miró la placa con el nombre que había sobre la mesa–. Mia Templeton.
–En realidad soy…
–Mia –dijo con voz profunda y sensual–. Tu nombre despierta el sentido de posesividad, evoca algo tan íntimo…
¡Santo cielo, aquel hombre debía tenerlas a sus pies!
–Me preguntaba, Mia, si podrías decirme dónde puedo encontrar a la adorable Tracy Richards.
–Aquí mismo.
Él pestañeó.
–¿Tú?
Ella asintió y se echó a reír.
–¿En qué puedo ayudarte?
–Creo que conoces a mi mejor amigo, Paul Sanders.
Tracy recibió la noticia con sorpresa, y a punto estuvo de atragantarse.
–Tranquila, tranquila –le dio unas palmadas en la espalda–. Si algo te pasara me sentiría responsable.
–¿Por qué… has venido? –dijo, después de tomar aire.
Él avanzó hasta la pared y examinó las acuarelas que Tracy había elegido para decorar su despacho.
–Quiero invitarte a cenar mañana.
Tracy levantó la cabeza.
–¿Que quieres invitarme a cenar?
–Sí. Como Paul está enamorado de ti, yo supuse…
–¿Qué? –Tracy se llevó la mano al pecho–. ¿Él te ha dicho eso?
–Ah, no –negó con el índice–. Él aún ni siquiera lo sabe. Solo yo.
Tracy se dejó caer en la silla de Mia con tanto ímpetu que el asiento se deslizó hasta la pared.
–¿Y qué tiene que ver que Paul… ? ¿Por qué quieres llevarme a cenar?
–Por dos razones –se aclaró la voz–. Una, tengo cierta… fama con las mujeres.
Eso no resultaba difícil de creer.
–Ah…
Él se encogió de hombros.
–Cuando llegue la mujer de mis sueños seré más que fiel. ¿Pero hasta ese momento, para qué molestarme? Hay que vivir, es lo que digo yo. ¿Me entiendes?
–Esto… claro –pero solo porque ella no estuviera por ahí acostándose con todos no quería decir que no estuviera viviendo–. ¿Pero eso qué tiene que ver con… ?
–Supongo que como Paul insiste en que no significas nada para él, entonces no le importará si yo te invito a cenar, ¿entiendes? –le guiñó un ojo–. Pero a mí no me engaña. Como sé que significas mucho para él, una vez que se enfrente al hecho de que alguien como yo, que en general tengo… éxito con las mujeres, disfrute de una velada en compañía tuya, se verá obligado a reconocer el profundo amor que siente por ti.
–Claro –dijo, aunque aquello no tuviera sentido.
–Sé que se pondrá tremendamente celoso.
–Yo… entiendo.
Se agarró al escritorio de Mia y empezó a mirar el correo. Tal vez Dave fuera un encanto, pero también era una persona manipuladora. Dudaba mucho de que Paul apreciara aquel tipo de ayuda en su… vida sentimental.
–¿Y la segunda razón?
–La segunda razón es que pienso que aún no has visto a Paul Sanders tal y como es. Creo que él te ha ocultado temporalmente parte de su persona. Y me gustaría compartirlo contigo. Deberías saber quién es en realidad.
–Ah.
No le hacía mucha gracia eso de ponerlo celoso, pero el ver la sincera preocupación en el rostro de Dave cuando hablaba de su amigo hizo que el resto de la idea le pareciera mucho más atractiva. ¿A quién no le gustaría conocer la visión particular de una persona sobre alguien tan complicado como Paul Sanders? Tal vez Dave podría ayudarla a saber por dónde iban los tiros con Paul.
–Y tercera razón…
Ella frunció el ceño.
–Pensé que solo había dos.
–La tercera no hay ni que decirla. Eres preciosa y quiero invitarte a cenar. Y cuarta…
–¿Cuarta?
Él volvió a dedicarle una de sus encantadoras sonrisas.
–Tengo antojos.
Tracy se quedó perpleja.
–¿Antojos?
–Sí, serios antojos. De carne. Carne picada. Y solo hay un sitio en esta ciudad donde ir cuando uno tiene antojo de hamburguesa –le guiñó un ojo y se inclinó hacia delante, como quien va a compartir un secreto.
Ella sonrió mientras contemplaba su rostro apuesto y relajado y abrió la boca, segura de que iban a decir lo mismo al mismo tiempo.
–Casa Nate.
–Así que acepté la invitación –Tracy se encogió de hombros y dio un sorbo de agua.
Su alegría de la tarde había desembocado en dolor de cabeza e incertidumbre. ¿Debería ir a Casa Nate con Dave? ¿O debería ir con Paul? ¿Debería hablar con Dave? ¿Acostarse con Paul? ¿Sí? ¿No?
Todo aquello era ridículo.
Allegra, Cynthia y Missy la miraron, sentadas las cuatro a una mesa en Louise’s.
–Deja que me aclare –Cynthia se inclinó hacia delante y entrelazó las manos–. ¿Vas a salir con este tal Dave para darle celos a Paul?
–No creo que eso sea bueno –Missy frunció el ceño con preocupación–. Esas cosas siempre se le vuelven a una en contra.
–No, no, no –Tracy levantó ambas manos–. No voy a salir con él. Solo voy a… salir con él. Lo de los celos fue cosa suya. Desde luego yo no pienso que eso vaya a funcionar.
–¡Ja! –Cynthia dio una palmada sobre la mesa–. Entonces no conoces a los hombres. Son muy posesivos. Incluso aunque no te quieran para nada, desde luego tampoco quieren que su mejor amigo pueda tenerte. Y sabemos con seguridad que Paul te desea. Confía en mí, se volverá loco.
–Dave no me va a tener. Quiere decirme algo sobre Paul y yo… creo que tal vez quiera oírlo –aspiró hondo para evitar las lágrimas que amenazaban con salir.
No sabía cuándo, pero había decidido darle a Paul una oportunidad, y le producía tal desazón que le entraban ganas de llorar cada vez que se mencionaba su nombre.
Tal vez Dave tuviera razón y ella y Paul pudieran encontrar algo en común. Después de todo, ambos provenían de una casa humilde, ambos se habían hecho ricos de mayores. Y lo cierto era que le habían encantado los huevos de codorniz.
–No me gusta –Allegra sacudió la cabeza–. ¿Por qué no vas al origen? Si quieres saber acerca de Paul, entonces pregúntale a Paul.
Tracy puso los ojos en blanco.
–¿Preguntarle el qué? Caramba, Paul, me da la impresión de que todo lo que me has contado es una sarta de mentiras. ¿Te importaría revelarme tu verdadera naturaleza?
–Vaya –Allegra arrugó la nariz–. Entiendo lo que quieres decir.
–Aun así, yo creo que deberías decirle que sabes que se estaba haciendo pasar por Dan en la playa. Sobre todo si él… –Missy se aclaró la voz– parece querer… esto.
Tracy se miró las manos.
–Sigo pensando que él debe confesármelo por voluntad propia, que no debo forzarlo a ello. Tal vez después de hablar con Dave, eso cobre algún sentido.
–Vaya, vaya –Cynthia arqueó las cejas–. Siento un cambio de parecer en progreso.
–Creo que tal vez sientas ya algo distinto por él –Allegra le tomó la mano y se la apretó, y Missy asintió.
Oh no. Esa vez Tracy no pudo aguantarse las lágrimas, que le rodaron por las mejillas y le cayeron sobre la servilleta que tenía en el regazo. Las primera tímidas lágrimas se convirtieron en una especie de catarata.
Las chicas sacaron inmediatamente pañuelos de papel y se los pasaron. Tracy se sonó la nariz y se limpió los ojos.
–Dios mío, estoy tonta por ese hombre. ¿Qué me está pasando?
–Estás enamorada –Missy la miró con una expresión empalagosa que la hizo estremecerse, solo que no supo si era de miedo o de emoción. O de ambas cosas.
–Vamos, Missy. ¿Cómo puedo estar enamorada? Apenas conozco a ese hombre y no respeto ni su estilo de vida ni lo que le gusta –dijo con convicción–. ¿Os lo imagináis disfrutando de la vida en la granja?
–Bueno, hace un rato estabas diciendo que tal vez tuvierais cosas en común –comentó Cynthia–. Y en cuanto a la granja… –Cynthia alzó la vista con impaciencia.
–¿Qué pasa con la granja?
–La granja es un sitio agradable, Tracy, pero no es el paraíso que tú quieres creer.
Tracy se puso alerta.
–Tal vez no para ti. Yo era muchísimo más feliz allí. Si mi padre no me necesitara, volvería al instante.
–Podrías también ser feliz aquí, solo que no te lo permites.
–Cynthia –Allegra le puso una mano en el hombro, como queriéndole decir que no se pasara.
Cynthia se recostó sobre el respaldo de la silla.
–Lo sé, lo sé, cerraré la boca. Lo siento. A veces yo también pienso que todo era más fácil en Carolina del Norte y lo echó mucho de menos. Pero desde luego no quiero volver a esa vida. Sobre todo después del trabajo que me ha costado llegar tan lejos.
Tracy sonrió a su amiga y sintió lástima por ella. Cynthia había trabajado mucho, sin duda alguna. Tanto que aún sentía la necesidad de renegar de sus orígenes.
–¿Cómo te sientes cuando estás con él? –Allegra exprimió un poco de lima en el agua con gas.
Tracy se quedó pensativa un momento y seguidamente soltó una risilla histérica.
–Caliente.
Cynthia se echó a reír.
–Esta es mi chica.
–Pero caliente no es enamorada –protestó Tracy–. Solo es… caliente.
–¿Qué más? Sin duda sentirás algo más –Allegra dejó caer la rodaja de lima en su vaso–. Busca dentro de ti.
–Bueno, es gracioso y encantador. Y en el restaurante, cuando vio que el menú me intimidaba un poco, pidió por mí. Eso fue un buen detalle por su parte.
–¿Te sientes distinta cuando estás con él? ¿Más tú misma? –Allegra se encogió de hombros–. ¿O como si fueras otra persona?
Tracy tragó saliva y suspiró largamente.
–En el restaurante, al final, no me sentí tan fuera de lugar. Supongo que eso es verdad. Y…
–¿Y qué? –preguntaron las otras tres al mismo tiempo.
–Me sentí… más atrevida.
–¿En qué sentido? –preguntó Cynthia.
–Bueno… sexualmente. Quiero decir, dije cosas como…, como si fuera otra persona.
Missy se tapó los oídos.
–No creo que quiera escuchar lo que vas a decir.
Cynthia le retiró las manos de los oídos.
–Pues claro que quieres.
–¿No lo ves? –Allegra le dio unas palmadas a Tracy en el brazo–. Con él te sientes segura. Puedes mostrar partes de ti misma que nadie más ha visto.
–¿Sabes una cosa, Tracy? Incluso yo estoy convencida de ello. Estás colada por este tío. Y serías una tonta si no fueras a por él.
–Espera un momento, no vayamos tan aprisa –dijo Missy–. Esa es la precisa razón por la que no debería ir por él. Podría sufrir. Los hombres no ven el sexo igual que nosotras.
–Habla por ti –Cynthia guiñó un ojo–. Pase lo que pase, al menos se lo pasará fenomenal en la cama, y si no funciona, llorará unos días y ya está. Pero si su mejor amigo piensa que Paul está enamorado de ella, entonces hay posibilidad de que lo esté. Yo te animo a que hables con su mejor amigo primero. Después llama a Paul, come con él unas hamburguesas en Casa Nate y llévatelo a casa. Después no te olvides de llamarnos por la mañana y de contarnos todo lo bueno que te ha pasado.
Allegra levantó un dedo.
–Pero yo estoy de acuerdo con Missy, necesitas primero dejar claro lo de la playa antes de…
–Estoy de acuerdo, Allegra.
Tracy miró a sus amigas. Había ido a que la aconsejaran y había conseguido eso precisamente. Y por la emoción que escondían sus protestas, le habían dicho exactamente lo que ella quería escuchar. ¿Acaso no estaba deseando ser presa de aquella adictiva emoción que sentía estando con él? Sí, tal vez sufriera, pero tal vez Dave supiera algo acerca de los verdaderos sentimientos de Paul. Tal vez estando con él descubriera que…
Tracy frunció el ceño. Al cuerno con los razonamientos. Al cuerno con las justificaciones. Al final todo se reducía a que deseaba acostarse con Paul Sanders más que lo contrario.
Iría a cenar con Dave, averiguaría lo que este tenía que decirle, y entonces llamaría a Paul… y por una vez en su vida, haría lo que le había dicho Cynthia. Iría por ello.
Paul entró en su apartamento, con las manos llenas de carpetas, la americana echada sobre un hombro y el correo entre los dientes. Qué día más horrible. Las siete y media y aún no había cenado.
Cerró la puerta con el pie e inmediatamente percibió el olor a líquido limpiador. La señora de la limpieza debía de haber estado allí ese día y el apartamento estaba inmaculado.
Por un momento se imaginó la casa oliendo a algo que hubiera preparado Tracy. Se la imaginó en casa, recibiéndolo con un beso y preguntándole qué tal le había ido el día.
Sacudió la cabeza y cambió de fantasía. Tracy lo saludaba con un diminuto conjunto de encaje negro bajo una bata blanca trasparente.
No. Totalmente desnuda y tumbada en su cama, con el cabello oscuro contrastando con los almohadones de algodón blancos y los rizos oscuros contrastando con la pálida piel de los muslos.
Cerró los ojos y dejó las carpetas sobre la mesa de la cocina para poder colocarse los pantalones. Desde luego esa mujer lo estaba volviendo loco. Incluso durante uno de sus días más ocupados, no pasaba más de veinte minutos sin pensar en ella y en si aceptaría o no su oferta. No contestaba a una sola llamada telefónica sin esperar que fuera ella.
Presionó el botón del contestador y abrió la nevera. Desgraciadamente estaba casi vacía.
–Hola, Paul –resonó la voz de Dave–. No me devolviste la llamada.
Paul hizo una mueca y retiró una bandeja de endibias. Lo había intentado una vez, pero luego se le había complicado el día.
–¿Recuerdas que me dijiste que no te interesaba Tracy?
Paul se puso derecho y se volvió a mirar hacia el contestador.
–Bueno, quería decírtelo primero, pero como tú no me llamaste. En cualquier caso, me pasé ayer por su despacho y la conocí –Dave soltó un silbido de admiración–. Qué chica.
Paul avanzó hacia el contestador.
–Quería habértelo comentado primero, pero fue muy rápido. La voy a llevar a cenar esta noche. A Casa Nate.
¡A Casa Nate! Paul se encogió, como si Dave le hubiera dado una patada en el estómago.
–Solo quería que lo supieras. Nos vemos, tío.
La máquina pitó y se desconectó. Paul se agarró la cabeza con las dos manos. Dave solo quería ponerle celoso.
Empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación. Debía ser razonable. Esa noche no iba a pasar nada. Dave era demasiado buen amigo y demasiado honorable como para aprovecharse de la situación. Llevaría a Tracy a cenar, charlarían, y Dave estaría pendiente de la puerta por si aparecía Paul, el troglodita, y la cosa acabaría ahí. Por mucho que a Dave le gustaran las mujeres, esa vez se controlaría. Lo haría por el bien de Paul.
Seguramente en ese momento Dave estaba haciéndola reír, haciendo que pasara un buen rato. Dave era un tipo gracioso. Encantador. Irresistible.
Movió la mandíbula, que sin saber por qué se le había quedado como anquilosada. ¡Bien! Tracy necesitaba ser feliz más a menudo. Le gustaría hacerla feliz todo el tiempo, y que su mirada estuviera tan viva como cuando lo había provocado en Chez Mathilde, cuando le había dicho aquellas cosas algo subidas de tono, con las mejillas sonrosadas y casi sin aliento.
En ese momento el corazón le dio un vuelco y se sintió presa de una fuerte excitación. Sus sentimientos hacia Tracy no eran ni platónicos ni fáciles de controlar. En ese momento decidió que la quería en su cama y que al cuerno con las consecuencias.
Se dijo a sí mismo que debía relajarse. Ella no experimentaría las mismas sensaciones con Dave. Solo porque Dave hubiera elegido su restaurante favorito, donde estaría como en casa, no quería decir nada. Él había intentado impresionarla con su clase sin pensar en su comodidad. Mientras que Dave… Dave conocía la maldita hamburguesería.
Paul fue a grandes zancadas a su dormitorio, se quitó la camisa Thomas Pink y la tiró sobre la cama. Estupendo. La pequeña maniobra de Dave había funcionado. Paul estaba que echaba humo.
Se quitó los pantalones del traje, abrió un cajón de la cómoda y sacó unos tejanos y una camiseta con el logotipo de Attitude. ¿Tracy quería ir a Nate? Bien. Allí estaría. Pero no con Dave; al infierno con él.
Se puso unos calcetines de deporte y las botas de campo. Iba a pasar la velada en Casa Nate con él. Paul comería sus queridas hamburguesas, la llevaría a su apartamento y empezarían con ella desde cero.
Le hablaría de la charada de Dan, y disfrutaría de aquella apasionada atracción tal y como debería haber hecho esa primera noche en la playa de Fish Creek.