Capítulo OCHO
DAMA DE LA SOCIEDAD DE BEVERLY HILLS DETENIDA EN VISALIA POR MATANZA EN UN RANCHO
(Los Angeles Times)
EL VELO DEL MISTERIO CUBRE EL ARRESTO DE DAMA DE SOCIEDAD
(Los Angeles Herald-Examiner)
DAMA DE SOCIEDAD ARRESTADA POR ASESINATO
(Oroville Mercury-Register)
DAMA DE SOCIEDAD ENCARCELADA POR ASESINATO DE EJECUTIVO
(Santa Monica Evening Outloock)
DAMA DE SOCIEDAD ENFRENTA A CARGOS POR HOMICIDIO; VÍCTIMA IDENTIFICADA
(Visalia Times-Delta)
DAMA DE SOCIEDAD NIEGA SER CULPABLE DE ASESINATO
(Fresno Bce)
PROMINENTE DAMA DE SOCIEDAD PRESA EN TORNO A UN HOMICIDIO
(Los Angeles La Opinión)
Por acuerdo mutuo, la dama de sociedad estaba limpiando el lavabo y la taza del inodoro con una cubeta de desinfectante, mientras su compañera de celda arenaba el piso. Cuando dijeron a Hope que había que lavar dos veces al día, se amedrentó, sintiendo un pinchazo en la espalda.
—¿No te importaría que yo limpie la taza y el lavabo y tú el piso? —preguntó Hope a su compañera.
—Claro —respondió Vanessa.
Hope simpatizó con Vanessa. Cuando escoltaron a Hope el miércoles por la noche hasta la celda, sólo estaban ellas dos en una celda de ocho literas y un baño. Pero Vanessa explicó que la celda se llenaría el fin de semana, cuando prostitutas y drogadictas fueran recogidas en redadas, y sugirió que Hope tomara un montón de cobijas antes, porque después no habría suficientes para todas. De hecho, Vanessa ayudó a Hope a escoger algunas de las mejores cobijas, aunque Hope observó que todas tenían agujeros.
—¿Por qué la han traído, Vanessa? —gritó una mujer desde el fondo del corredor. Nadie podía ver en la celda dé nadie, pero todo el mundo sabía lo que estaba pasando.
—¡Oh, déjala en paz! —gritó Vanessa—. Está enferma.
Algunas de las mujeres del piso estaban esperando para ir al tribunal; otras estaban purgando sentencias. Vanessa dijo a Hope que llevaba dos meses en la cárcel, acusada de robar un auto, y que estaba esperando para hablar con un defensor público. Dijo que había estado trabajando para una alcohólica, cuidando de sus hijos sin sueldo pero con alojamiento y comida y, a veces, el uso del coche de la mujer. Vanessa dijo que había pedido permiso a la mujer para llevarse el coche y llegar a Los Ángeles para visitar a su hermana; que la mujer dijo que sí y que después la acusó de haber robado el coche.
Vanessa era tan amistosa que Hope habló mucho con ella.
Inclusive con las cobijas extra, Hope se congelaba, aunque tenía puestos los calcetines y, sobre el camisón, la sudadera. Apenas dormía. La mujer del fondo del vestíbulo había gritado y vomitado toda la noche, las luces del techo estaban siempre prendidas y tres veces durante la noche, un guardián avanzaba por el pasillo, pasando un arma contra los barrotes de las celdas y llamando una y otra vez a cada una de las detenidas por su nombre: "¡Vanessa! ¡Contéstame! ¡Vanessa! ¡Hope! ¡Hope! ¡Hope!"
La primera vez que ocurrió, Hope se sentó en su litera, aterrada, con el corazón palpitándole fuertemente, pero Vanessa le dijo que no se preocupara, que los guardias sólo comprobaban que todo el mundo seguía con vida. De vez en cuando alguien se las arreglaba para suicidarse; y no hacía mucho que una mujer que llegó con las costillas rotas estuvo gritando toda la noche, y por la mañana la encontraron muerta en su celda: una de las costillas rotas le había perforado el pulmón.
Lo único bueno que sucedió aquel miércoles por la noche, aunque al principio no parecía nada bueno, fue cuando estaba Hope sentada en el borde de su litera, hablando con Vanessa, y alguien llegó y dijo: "Venga, ha llegado su abogado".
Hope siguió al guardián por el corredor hasta el final, y vio a Tom Breslin de pie con otro hombre. Miró a Tom, después se quedó mirando a su acompañante: era enorme, no gordo sino grandote y musculoso; llevaba dos o tres sortijas de diamantes y una pulsera de diamantes. Parecía muy suave y muy amenazador; a Hope le pareció exactamente tener el aspecto que tendría un matón de la Mafia, de modo que se dio vuelta sin decir palabra y corrió de regreso a su celda donde se arrebujó en el extremo de la litera.
La llevaron de nuevo y la hicieron pasar a un cuartito sin ventanas donde Tom y el grandote estaban sentados, fumando. Nuevamente Hope se echó hacia atrás.
—Está bien —le dijo Tom, al presentarle a Gene Tinch, detective privado al que Ned Nelsen había llamado para el caso.
—Me muero de ganas de fumar —dijo Hope—.
Tom le dio una cajetilla y pronto estuvieron envueltos los tres en humo de tabaco, charlando.
Tom parecía un náufrago. Después de manejar desde Los Ángeles, había recorrido todo el condado de Tulare tropezando con lo que llamó "evasivas" de parte de las autoridades locales. En la oficina del procurador del distrito, en Visalia, donde pidió ver los informes de arrestos, le dijeron que estaban en Porterviíle. Nadie supo decirle cómo llegar a Porterviíle. Cuando lo descubrió —era casi un trayecto de una hora— y llegó allá, le dijeron que los informes estaban en Visalia. O si no estuvieran allí, tal vez donde el impresor, para fotocopiarlos. Cuando Gene y él trataron de explorar alrededor del rancho, los despacharon. Pero Tom le dijo a Hope que no se preocupara, que estaban registrados en un motel cercano y que vendría a verla por la mañana.
—¿Llamó usted esta mañana a Porterviíle preguntando por mí? —preguntó Hope recordando las llamadas que había oído cuando estaba en el sucio baño, y que alguien había dicho: "Hope Masters no está aquí". Cuando Tom dijo que no había llamado, Hope comprendió de quien procedían las llamadas.
Tom sólo había oído parte de la larga historia de Hope en la cárcel de Beverly Hills. Ahora ella relató más completamente, pero básicamente era la misma historia de un intruso en la noche, un hombre con una barbita, posiblemente mexicano, y del hombre que la había liberado, del nombre llamado Taylor.
—Trate de descansar un poco —le dijo Tom—. La veré por la mañana,
—¿No me quiere traer unos cigarrillos? —pidió Hope.
—Claro que sí —contestó Tom—. A todo esto, no hable con su compañera de celda. Podrían utilizarla contra usted en el juicio.
El jueves por la mañana, muy temprano —Hope no sabía exactamente cuánto porque no había relojes ni ventanas— hubo un ruido tremendo, ensordecedor: el portazo de cuarenta puertas de celdas que se abrían simultáneamente y, una vez que las mujeres estaban en el corredor, se cerraban simultáneamente. Para desayunar le dieron una cuchara —ni tenedor ni cuchillo— y una enorme cantidad de alimentos: avena, huevos, tocino, pan tostado, crepas y café. Hope tenía todavía calambres, le daban náuseas.
—Dios mío, no puedo comer nada de eso —dijo a la celadora—. ¿No podrían darme sólo un vaso de leche?
La celadora dijo que no había leche en la cárcel, y Hope no discutió. Tenía miedo de la celadora, una mujer bajita y rechoncha que parecía tener algo de india. Vanessa explicó a Hope que las celadoras no obtenían el empleo por la confianza que inspiraban sino por la duración de sus sentencias. La mujer bajita y rechoncha estaba purgando seis meses por haber permitido un abuso contra un niño; su novio había mutilado los órganos sexuales del hijito de ella, que tenía tres años.
A las cinco y media de la mañana todo el mundo estaba vestido, alimentado, la limpieza terminada: no quedaba nada que hacer. Las celadoras tenían aparatos de televisión, radios y máquinas de coser en sus celdas, pero en la celda diurna utilizada por las demás mujeres, con ocho bancos fijados al piso y una mesa, no había libros ni revistas ni TV, sólo un rompecabezas sobre la mesa. Vanessa estaba haciendo el rompecabezas, y Hope comenzó a hacerlo con ella, pero se le ocurrió que tal vez Vanessa no consiguiera otro rompecabezas en algún tiempo, y era probable que no tuviera prisa en terminarlo. De modo que Hope se fue a una de las otras bancas y se quedó allí mirando. Alguien había prendido fuego en una celda; unas cuantas mujeres estaban sacando agua de los lavabos de sus celdas y hablando por las tuberías con los hombres del piso de abajo. Hope se quedó allí sentada, esperando, escuchando, leyendo los garabatos que había escritos en la pared sobre el baño del cuarto de día. Le pareció interesante que aun cuando muchas mujeres habían iniciado la mañana gritando "Joder" para arriba y para abajo, los garabatos eran muy distintos. Uno decía: "Yo he salido y tú saldrás también". Otro era: "Dios está en todas partes... inclusive aquí".
Como la mayoría de los hombres del sheriff, el sargento Vern Hensley hacía el trabajo que fuera necesario; el condado de Tulare sólo tenía veintidós investigadores para delitos mayores, y una situación como aquélla imponía grandes esfuerzos a los hombres. Había ayudado en la autopsia; arregló que Pat Tom-linson, del Servicio Aéreo M & W de Porterville, tomara unas fotos aéreas del rancho desde un helicóptero. Pero sobre todo, Vern Hensley se dedicaba a las evidencias, especializándose en huellas digitales. Llevaba catorce años en la oficina del sheriff del condado de Tulare, como encargado del laboratorio durante trece. Justo después de mediodía, el sargento Hensley obtuvo una copia de una licencia de manejo que llevaba el nombre y la huella del pulgar derecho de un tal William Thomas Ashlock, que el teniente Forrest Barnes le entregó. Comparó la huella de la licencia con la huella del occiso y concluyó que eran idénticas.
Otros agentes y detectives habían estado continuamente en el rancho desde el martes por la noche, registrándolo o cuidándolo o ambas cosas. Los hombres del sheriff habían sellado la propiedad; Jim Webb, Teresa y los chicos se habían mudado a Porterville, a casa de la madre de Jim.
En la subestación de Porterville, el detective Jack Flores entrevistó a Gerald Ray Webb, hermano de Jim, de treinta y dos años de edad. Pidió al señor Webb que le contara lo que sabía del incidente en el rancho con sus propias palabras. Gerald dijo que trabajaba en el turno de la tarde en Sperry Rand, y que era ministro de la iglesia bautista Free Will en Orange Cove. Dijo cómo el sábado, él y su otro hermano y sus familias habían ido de casa de su madre al rancho en que vivía Jim, para cuidar del ganado y tomar algunas transparencias a color y para que los chicos vieran los becerros recién nacidos. Cuando todo el grupo, cuatro adultos y tres niños, dejaban el rancho para volver al pueblo, Gerald vio a un caballero de cerca de treinta años de edad, con cabello oscuro y rizado, estatura y constitución medianas, de piel aceitunada, en un Chevy Vega verde. El hombre preguntó a los Webb que quiénes eran. Cuando Gerald se lo dijo, el hombre les preguntó si alguno de ellos podría ensillar un caballo. Le dijeron que no, pero que Jim estaría libre después de las tres y llegaría probablemente al rancho.
Gerald dijo que vio un Lincoln Continental de dos colores detrás del Vega, pero que no vio bien al hombre que iba dentro.
De regreso en Porterville, cuando Jim volvió de su trabajo en el hospital estatal, Gerald le dijo que había alguien en el rancho esperando para que le ensillaran un caballo. Jim preguntó a Gerald si le gustaría ir allá con él, de modo que Gerald acompañó a Jim en el auto de éste, que creía era un modelo reciente de Mercedes Benz.
Cuando llegaron al rancho Jim y Gerald, éste vio nuevamente los dos autos pero a nadie más. Jim buscó la llave del cuarto de herramientas para sacar una silla y no pudo encontrarla. Gerald dijo que Jim le había contado que alguien había irrumpido en el cobertizo hacía más o menos una semana, y había robado varias sillas. Gerald preguntó a Jim si no podía sacar la bisagra de la puerta, pero Jim dijo que no, que la había arreglado de modo que no se pudiera sacar fácilmente. Trataron de entrar por la ventana de atrás, pero no pudieron. De modo que llamó a la casa principal para decirles.
Mientras Jim estaba en la casa, telefoneando, Gerald se quedó en el patio donde vio a dos hombres y una muchacha mirando del otro lado del naranjal. Gerald vio al caballero que había visto anteriormente —cabello moreno rizado, de casi treinta años, constitución mediana—, y vio a otro hombre, más alto, como de un metro noventa, quizá 90 kilos, muy bien vestido, con el nuevo tipo de anteojos de sol que parecen cambiar de color con la luz del sol. Fumaba una pipa muy particular, al estilo de Sherlock Holmes, y parecía tener buenos modales. Llevaba el cabello largo —no demasiado, no como un hippie—, ondulado pero no rizado, como cuando lo peinan con un peine caliente.
El otro hombre, el más bajo, tendría un metro 72 ó 75; su cabello oscuro era rizado pero no crespo, más bien como el cabello de un italiano conocido de Gerald. Dijo que este hombre no tenía bigote y creía que la muchacha lo llamó "Bob", pero no estaba seguro. Observó sin embargo su actitud hacia este hombre; le pareció que lo trataba como a un sirviente o algo por el estilo, pero al otro lo trataba más o menos como persona importante, porque más tarde, cuando la yegua quiso comer hierba y no se movió, Gerald dijo que la muchacha dijo al tipo de cabello rizado, con algo de irritación: "Toma, llévatela, para eso estás". Entonces el tipo alto fue y tomó al caballo y se lo llevó. Y justo cuando llegaban a la orilla de los árboles, Terry Webb y la esposa de Gerald venían en el Dodge, y la muchacha le gritó algo a Terry. Gerald pensó que la muchacha estaba actuando como quien dice: aquí mando yo, y ustedes harán lo que yo diga.
Jim fue a la casa principal, y al regresar dijo a Gerald que todos estaban bebiendo allí, y un poco después dijo algo acerca de la sociedad pudiente. El propio Gerald pensó que la muchacha actuaba como si hubiera estado bebiendo o tomando alguna droga. No actuaba normal, porque Gerald recordaba una cosa que dijo cuando ella y los dos hombres del pastizal hacia donde estaban Jim y él; estaba diciendo algo acerca de estar intoxicada y sentarse en medio de un río y escuchar las risas de los niños. A Gerald le pareció horrible.
Gerald dijo que mientras Jim buscaba un cuchillo para cortar una cuerda y atar al caballo, la muchacha estaba hablando, presumiendo más o menos de los actores de cine que había conocido. Gerald pensó que el tipo de cabello rizado parecía haber estado bebiendo o se drogaba o algo; no totalmente incoherente pero tampoco bien. En otras palabras, no estaba espabilado y brillante, y hablaba muy poco. Gerald dijo que la muchacha estaba definitivamente más atraída por el tipo moreno, el que se suponía venía del periódico, que por el otro.
Gerald dijo que el tipo de la pipa parecía hombre cultivado, un hombre muy simpático. A Gerald le parecía que él estuviera muy impresionado. Gerald dijo que ella le preguntó al hombre: "¿Estará bien así, sin ensillar?" y que él contestó: "Estará muy bien". A Gerald le pareció que el tipo había ido a tomar una foto. A Gerald le pareció sincero, no como si hubiera algo malo en ese aspecto.
Gerald contó haberle dicho a Jim, cuando subían: "Debe de ser alguna clase de remilgado, cuando tienes que venir a ensillarle un caballo". Y comentó algo así como: "¿No tienes también que ayudarles a montar a caballo?" Cuando pasaron junto al coche, Gerald había mirado porque le gustaba ver la clase de coches que usa la gente, y pensó que el auto grande era un Cadillac, pero Jim dijo: "Nú, es un Continental".
En algún momento, esa tarde, Jim y Gerald fueron en auto detrás del rancho, porque Jim quería mostrarle un lugar donde el ganado podría haber pasado por la valla. Dos personas estaban pescando en la poza. Jim le dijo a Gerald que siguiera caminando mientras él iba a comprobar quiénes eran.
Cuando todos los Webb abandonaron el rancho, al salir, al rodear la segunda curva del camino, se cruzaron con el Lincoln que venía hacia arriba con las luces prendidas. Había tres personas dentro, y Gerald supuso que eran las mismas que había anteriormente. Jim retrocedió con su auto y el Lincoln siguió adelante y se detuvo un instante, y alguien dijo: "Gracias, Jim". Y era lo último que Gerald supo de todo el asunto.
—Hay algo que me interesa y tiene que ver con el difunto —dijo el detective Flores a Gerald—. Por lo que puedo recordar de nuestra conversación aquí, ese hombre de casi treinta años, un metro 75, aproximadamente 80 kilos, tez aceitunada, cabellos oscuros y rizados, sin bigote, ¿no podría estar usted equivocado en lo del cabello oscuro y rizado, sin bigote?
—Sé que no me equivoco en cuanto al cabello rizado y, por lo general... bueno, como mucha gente lleva bigote ahora, suelo fijarme —respondió Gerald—. Y decididamente, no recuerdo bigote alguno, de veras que no.
—En otras palabras: estuvo tan cerca de él que de haber tenido siquiera un rastro de bigote, ¿usted lo hubiera notado de inmediato?
—Sí, creo que lo habría notado —dijo Gerald—. Sé que no tenía bigote. Puede haber tenido... bueno, ahora que mi hermano ha dicho que tenía bigote, pensé que quizá empezara a dejárselo, pero cuando dijo: bigote abundante, no, ni hablar.
—¿Tendría usted alguna objeción en que lo llevara a la capilla y le dejara ver su cadáver? —preguntó Flores.
—No, no tendría objeción alguna —contestó Gerald.
—En otras palabras: ¿no tiene usted razón para vacilar o, digamos, no desear verlo ni identificarlo? En otras palabras: ¿iría usted allí para verlo por su propia voluntad?
—Sí, señor —contestó Gerald.
Veinte minutos después, Gerald Webb y el detective Flores estaban en la funeraria con Carson Dykes, del personal, junto a ellos. El detective Flores habló entonces a la grabadora que llevaba consigo:
"Son las cuatro y media de la tarde. En este momento nos encontramos en la Capilla Funeraria Hyers donde estamos a punto de descubrir el rostro y la cabeza del occiso para que el señor Webb pueda mirarlas y decir si se trata del mismo sujeto que vio en el rancho".
"Señor Webb: ¿quiere hacer el favor de echar una mirada al cuerpo que está ahí y decir si es la misma persona que vio usted en el rancho?"
"Déjeme pasar al otro lado para asegurarme —dijo Gerald—. ¿Quiere empujar eso un poco más desde aquí? —Carson Dyker movió un poco la sábana—. No, no parece ser el mismo individuo que vi en el rancho", declaró Gerald.
"¿Quiere hacer el favor de levantar un poco la voz?" pidió Flores.
"No, éste no parece igual... ninguno de los individuos que vi en el rancho el sábado 24 de febrero de 1973". Jack Flores hizo una breve pausa.
"Bien, dígame, señor Webb: ¿qué le hace pensar eso... algunas características que pueda señalar?"
"El cabello no... el caballero, el caballero que yo... tenía esta constitución y cabello más oscuro y era más rizado y no puedo recordar que tuviera bigote, y este hombre tiene bigote".
"Está bien —dijo Flores—. ¿Y sus rasgos faciales? Es decir, tal vez la frente y la boca y las mejillas y la nariz..."
"No recuerdo que tuviera los labios tan gruesos. No sé si sus labios son así ahora como eran antes, o si se hinchan más después de la muerte o algo. ¿Es una característica normal? Ahora, la cara... el tamaño del hombre... no... yo no sé, quizá sea del mismo tamaño, pero no me parece el mismo a mí".
"Creo que será suficiente por ahora —dijo Flores. Calló de nuevo—. Pero ¿no quiere echarle otra mirada, por favor?"
Gerald echó otra buena mirada.
"No, no me parece el mismo individuo".
"Está bien —dijo el detective Flores—. Muchísimas gracias".
Gene Tinch era un detective privado según la mejor tradición novelística. Además de los anillos y la pulsera de diamantes, llevaba su dinero en un clip de oro, y un arma en su coche, permanentemente. Por decir piernas de mujer, decía gams. Era alto y guapo, divertido y sociable y rudo. Había sido policía durante casi veinte años en el departamento de policía de Los Ángeles; en todo ese tiempo le dispararon trece veces, y él había disparado y matado a dos personas. Ahora, después de una jubilación prematura, había establecido una agencia de detectives privados con un socio; la agencia se llamaba The Tin Goose (El ganso de hojalata).
En cuanto Ned Nelsen se hizo cargo del caso de Hope, sugirió a Van y Honey que un detective privado podría ayudar muchísimo, específicamente Gene Tinch que ya había trabajado con él anteriormente. "Si el cliente dispone de fondos, siempre contrato a un investigador privado —explicó Ned—. Por dos razones: una, que el investigador privado puede caminar mucho, cosa que le costaría mucho tiempo al abogado; y dos, que la mayoría de los buenos investigadores privados tienen acceso a información policial que no está disponible para los abogados". Aun cuando la cliente de Ned no disponía realmente de fondos, Van y Honey convinieron contratar a Gene a un precio de 150 dólares por día de ocho horas, hasta un máximo de 5,000 dólares, con 2,500 dólares de anticipo y todos los gastos —transporte, comidas, moteles— pagados contra comprobantes. Ned había llamado a casa de Gene y lo primero que hizo éste el miércoles por la mañana, antes de ir con Tom Breslin al condado de Tulare, fue pagarle 300 dólares a un par de técnicos electrónicos para ir a casa de Honey, de Hope en el Drive, y quitarles los dispositivos de intervención, de ser necesario.
Sin embargo, después de hablar con Hope, Gene no estaba tan seguro de querer seguir con el caso. Declaró que la historia que contó era "extremadamente extravagante y altamente improbable". Cuando se ha sido policía tanto tiempo como yo, y cuando se ha trabajado en tantos asesinatos como yo, cuando se han oído tantas historias curiosas como las que he oído —historias que resultaban no parecerse en nada a la verdad— ¿se supone que me quede ahí sentado y que me lo crea todo? —preguntó a Tom—. Ni hablar.
"Le hago una pregunta sencilla y tarda treinta minutos en no decirme absolutamente nada —se quejó Gene—. Divaga, no puedo hacerla callar, y para cuando obtengo una respuesta, si en realidad la obtengo, se me ha olvidado lo que le pregunté.
"Los abogados ven la cosa de distinta manera —recordó Gene a Tom—. Ustedes pronuncian ese juramento hipocrático o lo que sea, de modo que la ética los obliga a defender a un cliente hasta el final. Si les dicen: 'yo no lo hice' y nunca cambian su declaración, tienen ustedes que creerla y defenderla. Pero yo no tengo por qué hacerlo, y personalmente no deseo trabajar para una clienta que me está mintiendo, porque en algún momento me va a poner en ridículo, y no necesito eso. No necesito tanto ese dinero, y en cuanto a los dolores de cabeza, tampoco los necesito".
Gene Tinch no creía realmente que Hope Masters hubiera jalado del gatillo del arma que mató a Bill Ashlock, pero tampoco creía realmente sus divagaciones sobre el intruso en la noche, el hombre de la barbita, posiblemente mexicano, enviado por la Mafia.
—La Mafia anda en busca de conexiones, dinero, droga o algo —dijo Gene—, No anda por ahí asustando muchachitas.
Gene sentía en sus entrañas que había algo que no estaba bien en todo ello; pero fuera lo que fuera, admitió para sus adentros, resultaba interesante, de modo que decidió seguir un tiempo con el caso y tal vez descubrir la verdad.
El sargento Babcock y el detective Tucker se registraron en el hotel Mayfair, del centro de la ciudad, donde los policías obtenían un precio decente; entonces se presentaron en la oficina del sheriff de Los Ángeles, en el West Olympic Boulevard. Poco después de la medianoche fueron en auto al departamento de Tom Masters.
El sargento Babcock tomó la palabra primero:
—Ahora, Tom, voy a decirle sus derechos. Quiero que escuche bien. Puede permanecer callado. Cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra, y lo será, en un tribunal. Tiene derecho de hablar con un abogado antes de que lo interroguen y de que esté presente con usted mientras sea interrogado. Si no puede pagar un abogado y lo necesita, tiene derecho a que le nombren un abogado para representarlo antes de ser interrogado. Ahora, Tom, ¿ha comprendido lo que acabo de leerle?
—Sí, lo he comprendido —dijo Tom Masters.
—Muy bien. Ahora ¿desea usted continuar esta entrevista? ¿Desea hablar con nosotros?
—Sí, lo deseo.
El sargento Babcock hizo que Tom firmara una renuncia y después fue directamente al grano.
—Le he dicho antes que su esposa, que está bajo custodia, nos ha avisado de que usted es el responsable de este homicidio. ¿Es así?
—No, no es así —dijo Tom.
—Pero yo se lo dije ¿cierto?
—Sí me lo dijo.
—¿Sabe usted de alguna razón por la que ella se atreve a decir eso?
—No; me resulta incomprensible —dijo Tom—. No sé por qué razón dice ella eso. No lo sé.
Tom contó a la policía que había ido al rancho unas cinco veces en total, la última vez haría unos nueve o diez meses, con Hope y otra pareja. Dijo que Hope y él solían hablarse un par de veces por semana, pero que no había hablado con ella personalmente desde el jueves anterior, cuando llevó a K.C. de vuelta al Drive a eso de las siete y media de la noche, la noche en que Tom y su novia Nadine fueron al estreno de Walking Tall. Dijo que había visto cinco o seis veces a Bill en casa de Hope, y sabía que Bill manejaba un pequeño Triumph o Spitfire verde. Hope le había dicho a Tom que Bill tenía cuarenta años.
—¿Qué tipo de relaciones tenía con ese Bill? —preguntó Babcock—. ¿Eran platónicas? ¿Era cómo un novio o algo así?
—Sí, quiero decir, bueno, hasta donde recuerdo... yo mismo estoy prácticamente divorciado de la vida personal de ella porque he descubierto que era más feliz cuando ella estaba relacionada con otro, dado que así no me agobiaba... bueno, estuvo involucrada antes de esto con un tal Lionel, no recuerdo su apellido, que está ahora en Londres. Me parece que cada hombre que conoce... tiene una especie de... se involucra con él. Sé que lo hice cuando la conocí hace cuatro años, y ese año, bueno, lo mejor que puedo recordar, creo que si no estaba viviendo todo el tiempo allí el mes pasado o así, por lo menos estaba allí la mayor parte del tiempo.
—¿Qué edad tenía Lionel?
—¿Lionel? Probablemente la misma edad, quizá un poco mayor.
—¿Recuerda su descripción?
—Sí. Sería más o menos de un metro 80, pesaba 70 kilos o poco más, y es productor de televisión. Por lo menos, eso dijo que era.
—¿Color del cabello?
—Moreno. Moreno oscuro. Es británico.
—¿Acento británico?
—No, acento no, pero, bueno una especie de trotamundos, tipo europeo.
—¿Sofisticado?
—Sí, sí, muy sofisticado. Estaba trabajando con Winters-Rose Productions, que es una gran empresa de producción para la televisión aquí, en la ciudad.
—¿Qué clase de coche llevaba?
—Alquilaba siempre coches, un Pinto o algo así, porque realmente vivía en Europa y sólo venía aquí tres o cuatro meses seguidos.
—¿Cuánto tiempo lleva fuera?
—Lleva fuera... creo que se fue justo antes de Navidad, seguro.
—¿Cuál fue la causa de la ruptura de sus relaciones?
—Bah, yo qué sé —contestó Tom—. No lo sé realmente, pero sé que se fue, ella me lo dijo, todo esto lo sé por Hope... me dijo que se había ido a Europa, a Londres, para hacer un especial del Doctor Jekyll y mister Hyde o algo así. Sé que la compañía productora con la que estaba ha hecho una película para la televisión con ese título.
—¿Le recuerda algo Lincoln Continental?
—Muy interesante que diga usted eso —meditó Tom en voz alta—. Oh, probablemente un Lincoln Continental.
Babcock pareció querer evadir la cuestión.
—Bueno, podríamos decir, en cierto modo, un color claro.
—Está bien, pues, mmm, el único Lincoln Continental que me recuerda algo sería el coche de la madre de Hope —dijo Tom—. Tiene un Lincoln Continental azul oscuro, creo que quizá con el techo de vinil negro. Tenía uno azul oscuro.
—¿De qué año será?
—Nuevo, flamante. Creo que del año pasado, un 72. Un Continental de cuatro puertas, no un tipo Mark IV como los que se ven, sino el coche más sofisticado de tipo "Establishment".
Tom dijo que al llevar a su casa a K.C. el domingo, había visto un Continental blanco en la entrada de Hope; era casi igual al de Honey, pero en blanco.
Hizo una seña leve hacia la joven que estaba ahora con él.
—La razón por la que está aquí Nadine es que estuvo conmigo todo el fin de semana, de modo que puede confirmar mucho de lo que he dicho, y pensé que sería bueno que estuviera presente —Babcock convino que así era—. Además, necesitaba alguien con quien hablar.
Dijo que Nadine no había estado con él cuando fue a buscar a K.C. el sábado, porque Nadine trabajaba los sábados, pero que estuvo con él el domingo cuando fue por K.C. a eso de la una y se lo llevó a la playa, cerca del departamento de Nadine en Playa del Rey. Estuvo con él al devolver al niño a las seis.
—¿También estaba la dama con usted? —preguntó Babcock.
—Sí —contestó Tom.
El detective se volvió hacia Nadine.
—¿Puede usted confirmar todo esto, señorita?
—Sí —dijo Nadine.
Tom dijo que sabía que Hope y Bill habían ido al rancho porque vio el auto de Bill en la entrada el sábado y también el lunes, cuando vio el Lincoln blanco.
—Hice una observación —explicó Tom— sólo porque pensé, caray, sabe usted, hemos ido anteriormente al rancho y nunca se regresa a las seis. Son como tres horas de viaje, creo yo, desde Porterville hasta acá, y siempre estamos de vuelta a eso de las ocho o las nueve. Y me dije, caray, sé que han ido con el coche de ella al rancho... sólo lo supuse porque no estaba allí el sábado, y es una guayín, de manera que se pueden llevar provisiones dentro.
—¿Sabe de otros amigos de su esposa que puedan tener un Lincoln Continental?
—No lo sé de seguro —dijo Tom—. Sé que tiene un amigo con el que suele salir entre relaciones o algo así. Se llama Michael Abbott, es abogado, acaba de salir de la escuela de leyes, y es justo...
—Joven —completó Babcock.
—Joven —convino Tom. Dijo no saber si Michael manejaba un Continental, sólo sabía que Hope veía frecuentemente a Michael y que también se veía con un abogado y corredor de bolsa llamado Gary—. Son gente rica —indicó Tom.
—¿Significa, algo el apellido Taylor? —preguntó Babcock.
—¿Hay un nombre delante?
—No —dijo Babcock.
—No, Taylor no me recuerda nada.
—¿Tyler?
—Tyler, Tyler —repitió Tom—. No.
—¿Sumner?
—No.
—¿Y qué hay de reporteros, fotógrafos, periodistas?
—¿Reporteros, fotógrafos, periodistas? —repitió Tom.
—Autores, del tipo independiente.
—Es curioso que diga usted eso ahora —dijo nuevamente Tom—. Es cuando su marido —su novio, Bill—, trabajaba en una agencia de publicidad. No sé cuál, pero está en la ciudad. Ahora, el jueves creo yo o pudo ser el viernes, maldita sea, me llamó... no puedo recordar. Sé que la última vez que hablé personalmente con ella fue el jueves por la noche. Ahora bien, puede haberme llamado el viernes por la mañana. Comprobaré con mi servicio de respuestas para saber si recibieron la llamada, la fecha y hora exactas, pero ella... Muy interesante, ve usted, en mi negocio manejo a la mayoría de los artistas de variedades. Me ocupo de relaciones públicas, promociones, publicidad, pero también manejo ocasionalmente algunos restaurantes, y me llamó para decirme: "sabes, el L.A. Times o algún escritor va a entrevistar a Bill como uno de los solteros jóvenes interesantes de la ciudad, y van a tomar fotos..."
Nuevamente interrumpió Babcock:
—¿Qué día fue eso?
—No puedo decirlo con exactitud. Pero puedo investigar. El jueves o el viernes.
—¿El jueves o viernes, seguro?
—Eso es, eso es.
—¿Más o menos a qué hora?
—Bueno, déjeme ver: miércoles, jueves o viernes... yo, sabe usted, me confundo con las fechas ahora que ella... era probablemente por la tarde, a eso de las tres, pero no puedo asegurarlo... —Tom dijo que Hope no le había dicho el nombre del reportero, sólo que era de Los Angeles Times, y le había preguntado a Tom si querría que se citaran algunos de los restaurantes que él manejaba, como publicidad y así tal vez pudieran conseguir una cena gratis por eso—. No me gusta estar complicado en los asuntos de ella, naturalmente, por razones obvias —dijo Tom—. De manera que le dije que no, no sé de ninguno, no creo que a ninguno le interese. Y fue todo. Abandoné la cuestión.
—¿Sabe usted de algunos hombres maduros, digamos, por los cincuenta años, con quienes pudiera haber salido, que usted sepa?
—No, sé que de cuando en cuando me dice algo así como: he conocido a un tipo que es demasiado viejo para mí o que me quiere llevar a cenar; ahora que no sé ningún nombre. Trato de no meterme en esas cosas de ella.
—¿Posee usted algún arma? —preguntó súbitamente Babcock.
—No —dijo Tom—. En Massachusetts sí, de ahí vengo; principalmente para cazar, pero aquí no tengo nada de eso.
—Que usted sepa, ¿posee su esposa un arma de fuego?
—No, no sé que tenga ninguna, ni nunca —respondió Tom.
—¿Está familiarizada con las armas de fuego?
—Que yo sepa, no, en lo absoluto.
—¿Ha ingerido narcóticos alguna vez su esposa?
—Que yo sepa, ha fumado mariguana.
—¿Narcóticos fuertes?
—No que yo sepa.
—¿Barbitúricos? ¿Anfetaminas?
—Bueno, toma muchas pastillas para dormir, y sé que tiene un problema con su espalda y toma medicinas, pero todas han sido prescritas por un par de médicos que la atienden.
Babcock se volvió hacia su compañero:
—Detective Tucker, ¿hay algo que haya pasado yo por alto
Ralph Tucker tenía una pregunta:
—¿Cuál es su posición financiera? —preguntó a Tom.
—¿Qué quiere saber al respecto?
—¿Cuánto gana?
—¿Que cuánto gano? —repitió Tom—. Bueno... ejem, es difícil decirlo con exactitud. El año pasado saqué 25,000 dólares bruto.
—¿Le resultaría bastante difícil sacar tres mil quinientos dólares?
—Bastante difícil —contestó Tom.
—¿En este momento?
—Extremadamente difícil, eso es. Tengo un gerente comercial que podría enseñarle mis libros del año pasado, de los tres años anteriores, de modo que pudiera usted confirmarlo.
Tucker no se dejó amilanar:
—¿Cuál es su banco?
—Bueno, el banco de él —dijo Tom—. Tengo un gerente comercial. Se llama Lou Grant, y hay una empresa de administración comercial llamada Zulk, Grant y Zulk, y el dinero de todos sus clientes se encuentra en una cuenta de fideicomiso, y ahí está el mío. Y creo que es el Security-Pacific Bank en Fulton y Riverside, ejem...
—¿Puede usted emitir cheques sobre esa cuenta?
—No, no puedo.
—¿Tiene usted una cuenta de ahorros?
—Sí, la tenemos, pero está también metida en ese fideicomiso. Quiero decir que yo no puedo firmar un cheque. Ellos tienen un poder total.
—¿Y no dispone de ningún medio para conseguir algún dinero?
—No. A menos que, supongo yo, fuera con un amigo a pedirle tres mil quinientos dólares —dijo Tom—. Es la única manera en que podría obtenerlo.
Hubo un silencio corto.
—Volviendo a ese caballero inglés. ¿Qué...?
—Lionel —dijo Tom—. Yo lo conozco como Lionel.
—¿Lleva la cara afeitada?
—Sí.
—¿Fuma en pipa?
—Me parece que sí —dijo Tom.
—¿Una pipa muy grande? ¿Lo ha visto alguna vez con...?
—No, no —enmendó rápidamente Tom—. Parece ese tipo de los que fumarían en pipa sólo por el aspecto sofisticado que eso da.
—¿Cabello bien cortado, pulcro?
—Bien cortado, pulcro, sí. Meticuloso.
—¿Sabe usted si Bill tiene armas?
—No, no lo sé.
—¿Hay algún arma almacenada en el rancho?
—No, pues no —dijo Tom—. Y eso es lo que no puedo comprender. No creo que Van, su padre, lo permitiría, porque hay diferentes familias que van allí, con niños, a pasar los fines de semana.
Hablando del rancho, los policías trajeron a colación a Jim Webb.
—¿Sabe usted de algún disgusto posible entre su esposa y el capataz o Bill o alguien más?
No entre esas personas, dijo Tom, pero habló de un problema que tuvo una vez Van, cuando había ordenado que derribaran diez o veinte naranjos muertos, y el capataz, por error, mandó cortar todo el naranjal, ciento cincuenta árboles más o menos. Tom dijo que Van había estado muy, pero muy molesto.
—Cuando su esposa o algunos miembros de la familia iban allá, ¿solían ir a bares, restaurantes o lugares donde fueran habituados?
Tom recordó un restaurante cerca del lago Success donde Hope y él habían cenado una vez, y recordaba una pequeña aba-rrotería en Springville donde compraban hielo sólido en bloques. En una pequeña cervecería del centro del pueblo, con una mesa de billar, una vez un indio hizo un comentario sobre el cabello largo de Tom. El indio llevaba una serpiente y estaba en un grupo de unos seis indios, mientras que Tom sólo estaba con un amigo, de modo que Tom se limitó a decir "Paz" y se fue.
—¿Compra su esposa con tarjetas de crédito?
—No, excepto con una tarjeta de Union Oil —dijo Tom—, para la gasolina. Solamente paga de contado, o también hace un cheque.
—¿Y qué hay de Bill?
—No sé nada de él —dijo Tom con más énfasis—. Sé lo que ella me decía siempre: que, bueno, que le compraba cosas y la llevaba a cenar pero, bueno, que nunca haría mucho dinero o algo así, refiriéndose al hecho de que en mi negocio puedo sacar 25,000 dólares un año y, al siguiente, 100,000 si tengo suerte con un par de clientes. En su trabajo estaba más o menos en posición de asalariado.
—¿Qué naturaleza tiene su esposa? ¿Es persona violenta? Como, digamos, si se emborracha o se siente eufórica, ¿sería violenta?
—Nunca he sabido que lo sea —dijo Tom—. Nunca la he conocido como absolutamente violenta. Sé que cuando está algo achispada he tenido siempre problemas con ella.
Los detectives se mostraron muy interesados.
—¿Qué clase de problemas?
—Bueno, que se ponía tonta e incoherente y, bueno, bebía aunque sabía que no debía seguir bebiendo y... se ponía a jurar y a causar problemas. Por ejemplo, muchas veces salimos las dos parejas, mi gerente comercial con su esposa y nosotros dos, cuando Hope y yo estábamos casados y vivíamos juntos, y una noche con ellos tomó dos o tres copas. Evidentemente, la combinación de sus medicamentos y las bebidas... nunca se dio cuenta de que la afectaba. Tenía que llevarla en brazos, meterla en el auto y subirla a casa, o llevarla al dormitorio, y allí perdía el conocimiento. Nunca, en realidad, la menor veta de violencia, sólo incoherencia y una actitud así como de "qué me importa". Eso sí lo he observado.
—Ese Webb —preguntó abruptamente Babcock—. ¿Conocía a ese Webb? ¿Hay algún tipo de relaciones ahí?
—No lo sé —respondió Tom.
Jim Webb dijo a la policía que apenas conocía a la muchacha,
—Saben más de quiénes somos que nosotros de ellos —explicó el capataz—, porque sólo vienen tal vez cada cuatro o cinco meses o algo así —dijo que nunca había sido invitado a sus reuniones sociales—. Definitivamente, no, definitivamente, no.
Jim sabía que tenía largos cabellos rubios y estaba correctamente vestida cuando él la vio, el sábado por la tarde, con los otros dos tipos, pero no sabía gran cosa acerca de Hope Masters. Una cosa que sabía es que al ver la huella de polvo blanco en el suelo de la cocina, como un rastro de limpiador, sabía que su esposa no habría dejado esa clase de rastro porque era una ama de casa meticulosa, y además, si no limpiara debidamente, los dueños se lo harían saber. Y sabía que Hope Masters no podía haberla dejado porque "por lo que he oído, nunca ha limpiado nada en toda su vida".
En sus declaraciones ulteriores a la policía, después de su primera declaración antes del amanecer del miércoles, Jim Webb admitió haber entrado en la casa, con los guantes puestos y los zapatos cubiertos por calcetines, que no se había limitado a quedarse afuera y alumbrar las ventanas con su lámpara de mano, como dijo la primera vez.
El sargento Richard Morris, que estaba llevando a cabo la entrevista con el detective Flores, se mostró muy cortés al hablar con Jim Webb.
—¿No querría usted explicar por qué, al dar su primera declaración, cuando tuvo la primera oportunidad de decir lo que sabía de la situación, no contó que había entrado en la casa?
Jim dijo que, para empezar estaba muerto de miedo, y en segundo lugar, cuando llamó a la policía la noche del martes, después de hablar con Van, le habían dicho que no entrara en la casa, y Jim no quería meterse en líos diciéndoles que ya lo había hecho.
Antes de volver a hablar con Jim Webb, el detective Flores había hablado con un tal Ed Pillstrom, que conocía a Jim y que contó a Flores que cuando habló con Jim "estaba tomándole un poco el pelo por la ola de delitos que han tenido arriba en el rancho, y le preguntó por qué no encontró él el cadáver, porque sé que ahí trabaja", Jim le había dicho que iba a la subestación para cambiar su declaración sobre un arma [gun].
Pero cuando el detective Flores preguntó a Jim por un arma, éste le dijo que no había pronunciado la palabra gun.
—Definitivamente, no —dijo, agregando que tal vez Ed Pillstrom había entendido gun cuando él dijo gone [ido]—. Quizá le dije que había ido a la casa —dijo Jim.
Antes de hablar con la policía el jueves, Jim Webb oyó la advertencia Miranda que le leyó el detective Flores, y después de hablar por la noche del jueves, el fiscal de distrito suplente le había pedido que se sometiera a un detector de mentiras. Jim dijo que lo haría después de dormir un poco y de consultar a su abogado. Pero el fiscal quería que lo hiciera inmediatamente.
—Puedo conseguirle el mejor tipo de Bakersfield; puedo lograr que esté aquí en el término de una hora —dijo el fiscal a Jim.
Pero Jim siguió empeñado en que prefería esperar.
Honey seguía recordando una y otra vez la tarde y la noche que pasaron hablando con Taylor, en el extremo de su sofá de terciopelo. Recordaba su anécdota acerca de Hope que había tomado en brazos al niño mocoso en el mercado, pero también recordaba que él había dicho que sólo llegó al rancho el domingo por la mañana.
—¿Cómo puede suceder eso si sólo llegó el domingo? —preguntó a Van.
Recordaba también que Hope le dijo que Taylor tenía cincuenta y un años; su voz fue tan aguda, tan chillona al decirlo, que Honey se sobresaltó, y ahora se le ocurrió que Hope estaba tal vez tratando de decirle que mirara bien a Taylor. Honey lo había mirado muy bien y había escrito su descripción completa, que no pareció interesarle lo más mínimo a la policía. "Sólo me dijeron: «Bueno, si lo ve usted por ahí, dígale que se presente»", contó Honey a Van. Honey siguió revisando los apuntes que había tomado tratando de recordar todo lo que había dicho Taylor, todo lo que había dicho Hope. Mientras lo pensaba, Honey empezó a preguntarse por qué Hope no habría telefoneado en el momento en que estuvo a salvo lejos del rancho; de seguro, pensó Honey, los teléfonos públicos de la autopista no estarían intervenidos.
Honey estaba tan trastornada y temerosa acerca de todo que cuando llamó Tom Masters el teléfono le temblaba en las manos. Tom dijo que llamaba para saber de Hopie y los niños.
—K.C. está bien y contento y muy bien atendido —dijo Honey a Tom—. Alguien se pondrá pronto en contacto contigo.
Colgó cuanto antes y llamó a la policía de Beverly Hills. Dijo al policía que todos estaban muy asustados y solicitó que viniera un guardia a cuidar la casa. Cuando le dijeron que el caso estaba fuera de su jurisdicción y que no podían disponer de un hombre, Honey se puso furiosa.
—¡El hecho de haber sido residente del lugar durante cuarenta años, y propietaria, no les importa para nada! —exclamó,
Van llamó a su hijo Michael, que era suplente de reserva en Los Ángeles; Michael fue a la casa y se pasó el día sentado en la sala con la pistola cargada.
Tom Breslin estuvo entrando en la cárcel y saliendo tres o cuatro veces, llevando a Hope cigarrillos, un cepillo de dientes y un cepillo para el cabello.
—No se preocupe —decía sin cesar, de modo que Hope trataba de no preocuparse, tendida en su catre, mirando al techo. Había sido trasladada a una celda individual, una celda para casos especiales, de modo que imaginaba que algo sucedería el viernes, pero trataba de no pensar en nada, inclusive después de oír un boletín de noticias acerca del crimen, desde la radio de una celda de celadora. Escuchó cantar a las mujeres, a veces desde varias celdas a la vez, a veces desde una sola, después de otra, cuando una mujer continuaba la canción que otra había iniciado. Reconoció la voz de Vanessa, dulce, clara y triste, pero no reconoció ninguna de las canciones; eran canciones improvisadas, se percató Hope, más parecidas a lamentos, acerca de sus hombres, sus hijos, su soledad y sus pesares. "Dios mío", pensó Hope, "esto es de verdad. Esto es el blues de la cárcel".
Jueves 1ºde marzo de 1973
Ms. Marthe C. Purmal
Abogada
422 East 47th Street
Chicago, Illinois 60653
Marcy:
Esta puede ser la última carta que escribo en libertad porque me temo que mañana tendré que ir a la oficina de un fiscal de distrito y abrirme el corazón para sacar de la cárcel y salvar de acusaciones de asesinato a una mujer, sólo porque se niega a hablar para protegerme.
Parece ser la temporada en que las mujeres se meten en líos o en la cárcel o en ambas cosas por mí.
Antes que nada, anexo una breve historia de primera plana del periódico de S.F., que cuenta algo de lo que está pasando en la vida agitada de Corre-Dan-Corre. Agrego un retrato de Hopie (se llama Hope pero la llaman Hopie) y tomé esa foto en el jardín de Hopie en L.A. (Sí, apuesto que tendré que explicar algo... más adelante). En realidad, tengo varios cientos de fotos y transparencias tomadas por el camino para compartirlas contigo, sin embargo, he estado esperando para enviarlas puesto que las cosas que te son destinadas tienden a terminar "con ellos".
Naturalmente, pasando a cosas muy importantes, mientras estás en Chicago sentada y compadeciéndote de ti misma por haberte enredado conmigo, tendiendo a pensar que estoy jugando contigo y que podrían encausarte, Hopie está pasando su segunda noche en la cárcel del condado de Tulare, ya ha sido encausada y sigue guardando silencio únicamente para protegerme y darme tiempo para huir, y está dispuesta a presentarse a juicio.
Muy bien, como puedes ver por el artículo, el padre de Hope es copropietario de un gran rancho por las colinas californianas de Springville, y he estado allí junto con Hope, sus hijos y unos cuantos amigos... el lugar tiene varios cuartos pero adivina dónde dormí yo.
La hija de Hope, Hope (10) tenía cita con el dentista y los otros dos niños (Keith, 12 y Casey, 3) estaban dispuestos a renunciar a la vida silvestre en el rancho, y dos mujeres (damas de la sociedad de L.A. sin nombre) tenían que ir a L.A., que está a más o menos tres horas en auto. De otra manera, el cadáver no sería el de William T. Ashlock, director creativo en Dailey & Associates Advertising de Los Ángeles sino el de G. Daniel Walker, pues Bill Ashlock era el único hombre presente en el rancho y, supuestamente, tu verdadero amor.
Hopie estaba desnuda, atada con cinta adhesiva, y había sido violada cuando llegué, y aun así me describió con exactitud lo sucedido y quién había llevado a cabo la tarea. La metí en mi auto y fui hasta el aeropuerto privado de Porterville donde alquilé un pequeño avión para llevarnos a L.A., dejé a Hopie en su casa y me dirigí adonde sabía que irían mis amigos. Por desgracia sólo apareció uno y dejé su cadáver atravesado en una cama, y estoy seguro de que pronto lo descubrirá la policía; y si me dan tiempo suficiente, también encontrarán al segundo.
Mientras tanto, Hopie prometió no decir nada mientras no fuera necesario, dándome así tiempo suficiente para hacer lo que debía y largarme. Por desgracia, el capataz del rancho entró en la casa principal del rancho, telefoneó al padre de Hopie, y a éste no le quedó más remedio que llamar a las autoridades puesto que había un cadáver en la casa principal.
Como interrogaron al capataz, dijo que Hopie estuvo allí con amigos suyos. Llegó la policía, y Hopie y sus hijos se negaron a contestar a las preguntas, y Hope prefirió ir a la cárcel para darme el tiempo suficiente de terminar mi cacería humana en L.A. y escapar.
El tipo que me falta ha ido en avión a S.F., estoy sobre su pista, y suponiendo que todo salga bien y reciba sus buenas noches, proyecto ir en auto al condado de Tulare y sacar a Hopie de la cárcel. Ohhhhh, no se lo diré todo, querida mía, sino que fingiré y esperaré con el infierno que mi identidad pase inadvertida a los leguleyos, pero así y todo, creo adivinar que no lo lograré.
En caso de que todo salga mal, lamento de veras que hayas sido una perra tan remilgada y no hayas podido hacer lo que otras han hecho: venirte conmigo y disfrutar unos cuantos días. Ha sido una gran parranda, te habría gustado, pero cualquiera que vaya en avión a Vail con un policía del estado de Illinois y un fiscal estatal tiene que ser una jodida con el corazón destrozado.
Te quiero, amada, y sin embargo, es pasmoso que mientras las autoridades no pueden dar conmigo, otros tipos con distintas intenciones pudieron... ¡bang! Bill Ashlock era un gran tipo, él y Hopie estaban para casarse. (Ves, al fin y al cabo no hay mucho que contar.) Deséame suerte.
amor y todo eso...