Tarde de otoño (1794). Jardines de la residencia de la Duquesa. (No se ve el carruaje.) Una hamaca, colgada muy cerca del suelo donde antes había estado la cama. La DUQUESA está tumbada en la hamaca. GOYA está tendido en el suelo, a su lado, balanceándola suavemente. La DUQUESA canta algo parecido a una nana.

 

DUQUESA.- El caballero orgulloso

  se marcha aprisa.

  Los locos en la torre

  se parten de la risa.

GOYA.- ¿Qué hacemos cuando estamos juntos solos?

DUQUESA.- Todo el mundo lo sabe. Es proverbial.

GOYA.- Dilo. Quiero oírtelo decir.

DUQUESA.- Decir lo que todo el mundo sabe...

GOYA.- Todos se equivocan. Porque nunca estamos solos, juntos los dos. Un mes en el campo. Eso dijiste, y lo olvidaste al instante. Llévame a Fuencarral, que nunca he estado allí... Ésas fueron tus palabras... Ésas fueron las palabras que salieron de tu boca.

DUQUESA.- Me gustaría que terminara ya con el interrogatorio, señor inquisidor.

(Canta:) Los locos en la torre

  se parten de la risa.

GOYA.- No das lo que prometes.

DUQUESA.- Pues entonces cógelo todo.

GOYA.- En la hamaca sólo cabe uno.

DUQUESA.- No tienes más que volcarla. Vuelca a tu duquesa y haremos el amor en el suelo...

(Entra la VIUDA vestida de dueña de la Duquesa.)

... en el suelo, entre las tumbas. ¡Vuélcame!

VIUDA.- ¡Qué día de malos augurios, doña Cayetana! Un día lleno de augurios irrefutables. Anoche fue luna llena, una luna preñada como Lola, la cocinera. Al amanecer, se despertó usted con todas las sábanas caídas en las baldosas, incluso la de abajo estaba en el suelo. A mediodía había un enjambre de abejas en el ciruelo. Y ahora, para colmo, se le ocurre venir a don Antonio, ni más ni menos que don Antonio.

DUQUESA.- No lo líes todo. Siempre está bien que venga don Antonio.

VIUDA.- Pero eso no es todo; lo peor es que no ha venido con las manos vacías, y lo que trae es algo que ni sus ojos ni los míos han visto nunca.

GOYA (a la DUQUESA).- ¡Dile a esta mujer que se vaya!

DUQUESA.- Quiero ver lo que me ha traído don Antonio.

(La VIUDA hace un gesto a TONIO, que entra llevando algo metido en la camisa. Le siguen el ENANO y el MÉDICO. Se oye una música distante. Todos se reúnen en torno a TONIO para ver lo que tiene debajo de la camisa.)

TONIO.- La encontré en Guadarrama hace un mes. Ahora ya está casi domesticada.

ENANO.- ¡Pobres conejos! Los hipnotiza con la mirada, y después se los cena.

TONIO.- ¿No pintó uno Rafael?

GOYA.- Rafael era un fornicador.

ENANO.- En invierno se pone toda de blanco. Salvo la punta del rabo que es negra.

DUQUESA.- Tiene el pelo más suave que un bebé.

GOYA.- Fue Leonardo. Pero era un armiño, y no una pequeña bestia bruta, como ésta.

DUQUESA.- ¿Cómo la cazaste?

ENANO (cantando).- Elle court, elle court messieurs.

  Elle est passée par ici

  Elle repassera par là.

TONIO.- La encontré en una cuneta de la carretera de Salamanca.

MÉDICO.- En griego esta especie se llama galata, que también es el nombre de un barrio de Estambul.

GOYA.- Hablar por hablar...

DUQUESA.- ¡Fíjate en sus ojos!

ENANO.- Elle court, elle court, messieurs!

DUQUESA.- Fíjate en sus ojos. No se deja engañar. Sabe lo que quiere. ¿Por qué no la llamas Cayetana?

TONIO.- ¡Eso es! ¡Cayetana!

DUQUESA.- Me pregunto si este nombre hará dormir a un conejo.

(La DUQUESA se acerca al ENANO, que se hace el dormido.)

VIUDA.- ¿Saben lo que dicen las comadronas? Dicen que este bicho concibe por el oído y da a luz por la boca.

GOYA.- ¡Qué forma de cagar sentencias! Esto es una cloaca. Empieza en la casa y continúa en el jardín.

DUQUESA.- ¡Concebir por el oído! ¡Qué idea más genial! Genial de verdad.

MÉDICO.- Hemos de observar aquí, querida, la constante ambigüedad de todo lo referente al oído como órgano simbólico: un órgano que se presta tanto al éxtasis sensual como al espiritual. La palabra masculina entra por el oído de la misma forma que el esperma entra por la vagina, hace su recorrido espiral hasta el útero y fertiliza el óvulo. El fluido seminal y la Palabra Divina son intercambiables. La Anunciación es un ejemplo perfecto de esta ambivalencia.

DUQUESA.- ¡Qué cabeza la suya! Sus ideas nos enseñan a volar. Los poetas, los músicos, los filósofos, todos conciben como usted lo ha descrito. Me vuelve loca la idea. ¡Engendrad! ¡Engendrad! ¡Músicos! ¡Tocad para mí!

(Empieza a sonar la música. De pronto GOYA arremete contra todos los que se han puesto a bailar y los va echando uno a uno fuera del escenario.)

GOYA.- ¡Fuera luto! ¡Fuera, rayadillo! ¡Fuera, estameña! ¡Fuera, corpiño! ¡Fuera, sangre! ¡Os voy a majar a palos!

(Salen todos a excepción de la DUQUESA.)

¡Qué pronto desaparecen! A solas con mi voz. Silencio. Ven, hermana voz, y demuestra lo que vales. ¡Cayetana! ¡Cayetana, la que da a luz y mata con los dientes. Cayetana, la bruja!

DUQUESA.- ¿Cómo te atreves? Toda esta gente forma parte de mi servidumbre. Vuelve al lugar del que has venido, vuelve a esos veinte hijos que has desovado como las ranas... vuelve a tu mujer, a tu sufrida mujer.

GOYA.- ¿Ves tus mentiras cuando te miras al espejo? ¿Te las atas bajo la barbilla y te las hundes en los ojos para no oír la verdad?

DUQUESA.- No me asustan los gritos. ¿En serio crees, pedazo de mula, que no he heredado nada del valor de mis antepasados? ¿Te crees que puedes darme voces como quien apedrea a una puta?

GOYA.- Es más fácil cubrir su desnudez con un trozo de franela que ocultar sus mentiras. Sus mentiras no se pueden tapar, son demasiado grandes... demasiado sinuosas. Y sangran hasta encharcar las baldosas.

(Vuelve a entrar el MÉDICO, pero ninguno de los dos se percata de su presencia.)

DUQUESA.- ¡Silencio!

GOYA.- Quienes hemos nacido en el polvo, mentimos mejor. Somos buenos embusteros. También sabemos presumir. Este baturro que ves nació para ser cabrero. Y míralo ahora: ha pintado la mejor cúpula de Zaragoza; ha llegado a Pintor de Cámara del Rey; ha pintado unos frescos escandalosos en la iglesia de San Antonio de la Florida. ¡Y además se tira a la Decimotercera Duquesa de Alba!

DUQUESA.- Reúnes en tu persona la indiscreción de una portera y la vanidad de un pavo real.

GOYA.- Píntame de negro, dice. Yo no utilizo negro, señora mía, yo pinto con mierda. Pinto con mierda vuestros lazos y vuestras puntillas, vuestros organdíes y vuestros oros. Os quedáis maravillados y me dais las gracias, porque creéis que esa inmundicia es una forma de confesaros. El cura oye vuestros pecados y os da la absolución. Yo oigo vuestra apariencia, y todos os retiráis creyendo que os ha sido perdonada.

DUQUESA.- Date la vuelta. Tus celos son espantosos.

MÉDICO.- Está demenciado.

DUQUESA.- Nadie en este mundo tiene derecho a decirme cómo debo tratar a mis invitados o lo que tengo que hacer con mi tiempo. Si me apetece bailar, Hombre Rana, bailaré, sola o acompañada, con o sin música. Acabas de confesar que pintas con mierda, ¿y qué es lo que entiendes? Nada. ¿No te das cuenta de que no quedan muchas tardes de baile? ¿Y que las noches no son muchas más? Salvo la última, Paco, la noche que pone fin a todas las tardes.

GOYA.- Por la noche se escapa y se deja acariciar el pecho por las manos del primero que llega.

MÉDICO.- ¡La locura le está destrozando el nervio auditivo!

DUQUESA.- ¿Qué quieres que hagamos con nuestras vidas? ¡Responde! ¡Te ordeno que respondas! Nuestras pobres vidas de mortales. ¿Qué quieres que hagamos, Paco? ¡Dímelo, te escucho!

GOYA (tomándose la cabeza entre las manos).- ¡Hay tanta agua dentro de esta peña! ¡Golpéala! ¡Golpeála, como hizo Abraham con la roca! Hay agua suficiente para saciar la sed de todos los caballos de tu padre. ¡Golpéala!

DUQUESA.- Ven. Hablaremos en un susurro. Muy bajito. Solos tú y yo. (Al MÉDICO) Quiero que nos deje solos. Quiero estar a solas con mi toro.

MÉDICO (saliendo).- En este momento su percepción auditiva es nula.

DUQUESA (conduciendo a Goya hasta la hamaca).- Solos tú y yo. Te diré lo que nunca se ha dicho. Lo que nunca me he dicho ni a mí misma. Cuando el Duque de Alba toca su música interminable, yo sueño. ¿Y qué sueño? Sueño contigo, contigo cuando estás inflamado de deseo. Y sólo quiero que me cubras. Cúbreme, cúbreme con tu polvo. Cayetana nunca volverá a conocer otro hombre igual. ¿Qué me darás, amor mío? ¿Me clavarás aquí un cuchillo? (Se señala el corazón.) Ya es tuyo. ¿Un río en el que ahogarme? Ya lo estoy. ¿Qué me darás? Cúbreme, toro mío. Dime algo. Llámame por mi nombre. Grítalo si quieres. Llámame por otro nombre... ¿Cómo me quieres llamar?

GOYA.- ¡No te oigo!

DUQUESA.- ¡Grítalo, si quieres!

GOYA.- ¿Qué dices?

DUQUESA.- ¡Nada, nada! ¡Mi amor...!

GOYA.- ¡Qué pronto desaparecen... todo, todo hasta la última palabra!

DUQUESA.- ¡Háblame! (Gritando más y más.)

  ¡Paco! ¡Paco! (La Duquesa se pone de rodillas, y se agarra a la hamaca, que se balancea. GOYA permanece inmóvil.)

  Los locos en la torre

  se parten de la risa.

(Entra el ENANO.)

No oye nada, nada de nada. Lo he dejado sordo. No debemos abandonarlo... nunca... por nada del mundo. ¿Me lo prometes, Amore?

(Se oye un reactor. Se apagan las luces.)