Carta 40

Me duele tu bronca. Me duele tu mufa. Me duele tu enojo.

Pero lo que más me duele es tu silencio… Sentir que te escondés de mí.

Que estás detrás de tus «no sé». Que, como el tango: te busco y ya no estás. ¿Necesitás una excusa para separarte de mí? Puedo subir la montaña más alta con tu ayuda.

Sin vos, me cansa hasta jugar al rango me cansa saltar obstáculos, me cansa pelearme con tu orgullo me cansa golpear la puerta, que ambos queremos que se abra y que vos mantenés cerrada.

No creo en tu confusión sino en tus frenos No creo en tu «tiempo» sino en tu orgullo. No creo en tu odio sino en tu frustración. No creo en tu conducta sino en tu sentir.

Me siento como el ciego de la poesía de Rafael de León que agita su pañuelo llorando sin darse cuenta que «el tren hace ya rato que partió…». ¡Vení! ¡Abrí! ¡Hablá! ¡Peleá!, que aquí estoy.