22
La cabeza agachada. Diez metros para llegar hasta mi coche. «Jessie, puedes hacerlo.» Cinco metros. Me tiemblan las manos, pero las llevo en los bolsillos para que nadie se dé cuenta. Sigo andando. «Nadie te ha visto —me digo—. Nadie te está mirando.» Tres metros. Ya casi estoy. Me subiré al coche, introduciré la llave en el contacto, conduciré y no pararé hasta que se encienda la luz de la reserva de combustible. Iré en dirección este y encontraré la primera autopista que me lleve a Chicago. Me presentaré en casa de Scarlett a tiempo para que su madre me sirva un plato de kimchi casero.
—Eh, ¿estás bien?
Veo sus zapatos antes de verle la cara, la correa de la guitarra cruzada sobre el pecho, pero eso es porque no quiero levantar la vista del todo. Liam es la última persona a la que quiero ver ahora mismo, con la excepción tal vez de su horrible novia, pero al menos si viera a Gem encontraría la manera de hacer que hubiese sangre. La arañaría con las uñas. Le partiría esa nariz operada por las manos de seis cifras de un cirujano plástico. Le rompería las carillas de porcelana.
—Por favor... Déjame... en... paz..., ¿vale?
Las lágrimas se parecen mucho a la orina. Solo las puedes aguantar un período limitado de tiempo. Tengo el coche a tres metros de distancia. Tres metros más y podré conducir y llorar sin que nadie llegue a enterarse jamás. Me muero de ganas de cruzar las fronteras entre estados.
Ya estoy viendo el letrero: ESTÁ SALIENDO DE CALIFORNIA.
—Eh, eh, un momento. ¿Qué te pasa? —pregunta Liam, y me agarra del hombro para impedir que me vaya corriendo. Trato de zafarme de él, pero me sujeta con fuerza—. ¿Necesitas que llame a alguien?
—No. ¿Sabes lo que necesito? Que tú y tu novia me dejéis en paz de una puta vez.
Estoy furiosa, puede que no con Liam, aunque eso no parece relevante ahora mismo. Los ataques de Gem y Crystal solían ser casi siempre sutiles o estúpidos: mi ropa o las pegatinas de mi portátil. Tonterías. Pero ahora, después de hablar con Liam dos minutos en una fiesta, el acoso ha entrado en una dimensión totalmente distinta. Lo siento, pero sus dotes de conversación no son para tanto. Definitivamente, no merecen todo esto.
Por un segundo, juego a ese juego que a veces sirve para calmarme y consolarme: «¿Qué estaría haciendo ahora mismo si estuviese en Chicago y no nos hubiésemos mudado?». Estaría en una reunión de la gaceta universitaria, o tal vez del anuario, recortando fotos y escogiendo tipografías. No sería feliz, no. Pero tampoco me sentiría así.
—¿De qué estás hablando?
Parece desconcertado. Me pregunto si al final va a resultar que no es un chico tan brillante. Según Dri, él y Gem llevan saliendo seis meses, cinco meses y veintinueve días más de los que debería haber necesitado para darse cuenta de que su novia es una bruja de campeonato.
Liam se desprende de Earl y la deja en el suelo junto a un coche. Un Tesla. Increíble, un alumno del Wood Valley conduce un puto Tesla. ¿Quién demonios es esta gente?
—Olvídalo. Por favor, déjame en paz, anda. ¿Estás hablando conmigo? Pues no me ayudas nada, sino todo lo contrario —digo.
—No entiendo.
—¿Quieres saber por qué estoy enfadada? Pues pregúntaselo a Gem —contesto, y por fin recorro los últimos pasos que me separan de mi coche.
—Espera. ¿Esta tarde...? Bueno... que si te toca trabajar esta tarde.
Pues claro que hoy no voy a ir a Chicago en coche ni en avión ni en ningún otro medio de transporte. No va a ver ningún letrero, ni en sentido figurado ni nada. Escapar es pura y dura fantasía. Primero tengo que ahorrar, porque ni siquiera tengo dinero suficiente para llenar el depósito de gasolina.
Me desinflo por completo: no voy a huir, se acabó lo de esconderse. Esto, lo que tengo ahí delante, es mi vida.
Esto.
—Sí, sí que me toca trabajar.
Me subo al coche y salgo marcha atrás de mi plaza de aparcamiento tan rápido que no sé si habré dejado marcas de neumáticos en el asfalto.
Espero hasta dejar bien atrás el instituto en el espejo retrovisor antes de echarme a llorar.
Alguien: |
ayer vi Footloose. las dos versiones. en tu honor. |
Yo: |
¿y? |
Alguien: |
que no tienen pies ni cabeza. no puede haber una ordenanza local que prohíba bailar. es una restricción de nuestro derecho constitucional a la libertad de expresión. por no hablar de todo el rollo iglesia/estado. |
Yo: |
En fin. |
Alguien: |
y aunque uno obviase lo poco creíble que es ese aspecto FUNDAMENTAL de la trama, pues... |
Yo: |
¡¿QUÉÉÉ?! |
Alguien: |
pues que no son unas pelis muy buenas. |
Yo: |
Dime lo que piensas en realidad. |
Alguien: |
aunque también es verdad que me gustaba la idea de que a ti te gustasen. eso tiene sentido? |
Yo: |
Ninguno, pero me vale. Hoy he tenido un día de mierda. Estoy pensando en largarme de vuelta a Chicago. |
Alguien: |
¡NO! |
Yo: |
Ja, ja, ja. Me encanta cuando se te activa la tecla de las mayúsculas. ¿Qué tal tu día? |
Alguien: |
mi madre no se ha levantado ni una vez del sofá. le he llevado el almuerzo. no se lo ha comido. estaba tan ida que ni siquiera ha levantado la vista para mirarme. |
Yo: |
Lo siento mucho. Ojalá pudiese ayudarte. ¿Qué dice tu padre? |
Alguien: |
está hablando de enviarla a una clínica de desintoxicación, pero la verdad es que, en el fondo, los fármacos no son el problema. quiero decir, sí que lo son, pero son más bien un síntoma del problema. |
Yo: |
¿Qué quieres decir? |
Alguien: |
se le ha muerto una hija. una madre no se recupera de eso así como así. |
Yo: |
Pero te tiene a ti. |
Alguien: |
¿por qué te ha ido tan mal el día? |
Yo: |
Nada importante. Solo ha sido uno de esos días. |
Alguien: |
no te vayas de Los Ángeles. por favor. no lo hagas, vale? me lo prometes? |
Me paro un momento. ¿Qué significa una promesa para Caleb? Hemos dejado atrás su rechazo de mi proposición de ir a tomar un café juntos, lo hemos obviado, como si nunca hubiese pasado. Aun así, mentiría si no admitiese que su reticencia absoluta a quedar conmigo en la vida real no me duele.
Hoy tampoco me ha dicho ni hola en el pasillo. Me ha dedicado otro saludo con el móvil y punto.
Me digo que eso es porque tiene miedo de estropear para siempre esta conexión que tenemos, nuestra conversación interminable, pero también me digo un montón de cosas que en el fondo no me creo.
Así que miento.
Yo: |
Te lo prometo. |
Cuando llego al trabajo, la madre de Liam está detrás del mostrador. El alivio de no tener que ver a Liam es total. En vez de saludarme, me da una caja de libros y me pide que los coloque en las estanterías.
—Muy bien —digo, examinando la pila. Un montón de manuales de economía. Millonario al instante. Cómo triunfar en los mercados. Dinero ya. Me dirijo a la estantería que me ha señalado con la etiqueta LIBROS PARA HACERSE RICO EN UN PISPÁS y empiezo a ordenarlos alfabéticamente por autor. Por un segundo se me ocurre escoger uno para mi padre, pero entonces me acuerdo de que (1) ya no nos hablamos y (2) mi padre podría escribir uno de estos libros, solo que sería de los más breves: Cásate con una millonaria y punto.
—Me gusta tu actitud decidida —comenta la madre de Liam al verme colocar los libros con tanta rapidez. Lo que sea con tal de mantenerme ocupada. Me dedica la mismísima sonrisa de Liam. Llevo ya varias semanas trabajando aquí y no me acuerdo de cómo se llama. Siempre pienso en ella como en la madre de Liam o, a veces, como la señora Sandler, supongo. Seguro que si me tropezara con ella en algún otro sitio, para nada relacionado con la librería, no la reconocería. Se parece un montón a las madres que había en Chicago, que llevaban peinados muy prácticos siempre y todo lo diseñado para conseguir la máxima eficiencia, y que no eran necesariamente atractivas. Eran madres de verdad, y no sucedáneos de actriz envejecida.
Intento pensar en la sonrisa de Caleb, pero no estoy segura de que haya llegado a verla. Lo cual tiene sentido. Alguien no es exactamente de los que sonríen sin parar. Aunque sí me imagino perfectamente la sonrisa de Ethan, cómo se le despliega por la cara, de izquierda a derecha, como una frase perfecta.
Es evidente que tengo que poner freno a esta obsesión por Ethan. No es sana.
—¿Estás bien? Parece que... se te ha corrido un poco el rímel —dice la señora Sandler, dándome un pañuelo de papel—. ¿Quieres hablar?
Mierda. Se me había olvidado que esta mañana me ha dado por hacer experimentos con el rímel. A pesar de mis protestas de que el maquillaje y yo no hacemos buenas migas, Agnes me había prometido que un toque mágico en mis pestañas me iba a cambiar la vida. Ahora ya ni siquiera está claro dónde acaba el rímel y dónde empieza el morado.
—La verdad es que preferiría no hablar de ello.
Me pregunto si a la señora Sandler le cae bien la novia de su hijo, si ha conocido personalmente a Gem. ¿Tiene Liam que dejar la puerta de su habitación abierta cuando está con ella? No sé por qué, pero lo dudo. Esas son reglas anticuadas propias de mentalidades provincianas del Medio Oeste, no se estilan aquí en California, donde los jóvenes fuman porros abiertamente, conducen coches recién salidos del concesionario y tienen unos padres que donan dinero para sacarlos de todos los líos en los que se metan. Seguramente, la madre de Liam hasta le compra los condones y bromea con él mientras se comen la bandeja de sushi para llevar, diciéndole que no quiere que traiga al mundo todavía a ningún pequeño Liam.
Pienso en la madre de Caleb, tirada en el sofá, tan ausente que ni siquiera puede comerse el almuerzo. ¿Qué le preparará Alguien para almorzar? Me pregunto qué aspecto tiene su madre, si también es alta y guapa. Si también prefiere ir de gris.
—¿Así mejor? —digo después de limpiarme la cara y me vuelvo hacia la señora Sandler. El clínex está negro, y probablemente también un poco más salado.
—Mucho mejor. Eres una chica muy guapa, por dentro y por fuera. ¿Lo sabes?
—Mmm... ¿Gracias? —digo o pregunto. Qué extraño es que te llamen fea y guapa, dos palabras que no oigo muy a menudo el mismo día. La primera porque la mayoría de la gente no es tan mala ni tan sincera, la segunda porque nunca la ha utilizado nadie en referencia a mí. Agnes me ha llamado tía buena, otra expresión que nunca había utilizado nadie para describirme, aunque para mí «tía buena» tiene unas connotaciones completamente distintas a las de «guapa». Para mí, ser una tía buena está relacionado con gustarles a los chicos, mientras que ser guapa tiene que ver con si te gusta cómo te ves tú.
Por supuesto, la madre de Liam es lo bastante mayor para creer que todas las chicas de dieciséis años son guapas. Gem, en cambio, no me ve con tan buenos ojos.
—Puedes tomarte la tarde libre si lo necesitas —me dice. La amabilidad de esta mujer me resulta conmovedora. Me recuerda que cuando vuelva a casa, será para ir a la de Rachel. Mi madre no va a estar allí para consolarme ni para ayudarme a lamerme las heridas. Ya no hay ninguna persona en el mundo interesada en cualquier cosa que diga por el simple hecho de que haya salido de mi boca. Scar lo intenta, pero no es lo mismo.
Mi madre no me va a preparar ninguna taza de chocolate espeso con mininubes, ni compartiremos un plato de Chips Ahoy, más de una docena entre las dos, un capricho reservado para los días malos. Cuando se trataba de mí, mi madre no era estricta a la hora de determinar qué era importante y qué no lo era y si necesitábamos nuestro ritual: tan importante era un cinco pelado en un examen de mates cuando yo creía que lo había clavado como perder mi pulsera favorita. En cambio, cuando era ella la que necesitaba un poco de apoyo moral, reservábamos el ritual especial solo para las peores ocasiones: un diagnóstico de cáncer o, más adelante, un recuento bajo de leucocitos en un análisis de sangre. El participio «extendido» en boca de un médico tras examinar una fotografía en blanco y negro de sus órganos internos.
Al final, era yo la que preparaba las tazas de chocolate y me bebía las dos. La que se comía todas las galletas.
—Gracias, pero sinceramente, el dinero me viene muy bien.
Visualizo el sótano de la casa de los padres de Scarlett. No es mi casa, ni mucho menos, pero se parece bastante más que lo que tengo ahora. Un enorme sofá en ele y un televisor gigante del siglo pasado, igual de alto que de ancho. Un leve olorcillo a moho en el aire, casi encubierto por el olor a ropa recién lavada. No estaría tan mal. Ir a clase sería algo familiar y fácil después de Wood Valley. Recuperaría a Scarlett, puede que incluso mi trabajo en Smoothie King. Mi padre casi ni se enteraría de que me he ido. Hasta se sentiría aliviado por no tener que preocuparse por mí. Podría hacerlo. De verdad que sí.
Yo: |
¿Está libre el sofá del sótano de tus padres para el próximo trimestre...? |
Scarlett: |
¿Lo dices en serio? |
Yo: |
Totalmente. |
Scarlett: |
PUESCLAROQUESÍÍÍ. Aunque a lo mejor querrás limpiarlo un poco primero. |
Yo: |
¿Por qué? |
Scarlett: |
Digamos que es donde a Adam y a mí nos gusta... ejem, jugar. |
—¿Todo bien, entonces? ¿Es que te vas a ir a algún sitio? —pregunta la madre de Liam, interrumpiendo mi intensa actividad escribiendo mensajes. Está claro que debería guardar el móvil y ponerme a ordenar los libros. Hoy no es el mejor día para que me echen del trabajo.
—¿Perdón? —digo. Señala a mi espalda y entonces veo, cuando sigo su dedo, que me he ido acercando sin darme cuenta a la sección de viajes.