DIOSES Y HOMBRES
EL CIELO AZUL INTENSO
CAPÍTULO 1.- ETIOPÍA.
CAPÍTULO 2.- MADRID.
CAPÍTULO 3.- ROMA.
CAPÍTULO 4.- JERUSALÉN.
CAPÍTULO 5.- REIKIAVIK.
CAPÍTULO 6.- LA CIUDAD DE DAVID.
CAPÍTULO 7.- LA CIUDAD ETERNA.
CAPÍTULO 1
ETIOPÍA
El niño, muy despacio, cerró los ojos, entreabrió la boca y dejó de respirar. La intensidad de la negrura de su piel contrastaba, enormemente, con la piel blanca que en ese momento le sujetaba la cabeza.
Carlo, sin darse cuenta, apartó la mirada y no
pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla.
Como médico, él estaba acostumbrado a ver morir a la gente en sus
brazos, pero a Nkono, Carlo le había tomado un cariño
especial.
Lo dejó reposar en su cama definitivamente y le tapó la cabeza,
luego salió despacio de la tienda y volvió a llorar un poco mas, de
rabia y de impotencia, mientras divisaba la árida tierra marrón que
se le presentaba ante sus ojos.
Habían traído a Nkono no hacía muchos días al campamento de
refugiados, medio muerto; el muchacho, de unos 11 años, a pesar de
los esfuerzos de todo el personal sanitario, no había podido
superar su enfermedad.
Carlo le había tomado un cariño especial, no sabía porqué, nada mas
verlo, le sucedía aveces y no era nada bueno que se involucrara
tanto en un caso; luego lo pagaba caro.
Con los medios de que disponían en el campamento de Etiopía, poco
mas se podía hacer. No era el único caso, ni mucho menos, pero por
desgracia él nunca acababa de acostumbrase.
─Estela, su compañera médico de fatigas, apareció de repente a su
lado, como presintiendo que algo no andaba bien─¿que te pasa,
Carlo?─le dijo con dulzura, como siempre, poniéndole una mano en el
hombro─no me digas que Nkono ha muerto.
─Pues sí, Estela, hace nada, el pobre no ha podido mas─le contestó
Carlo, aun con los ojos humedecidos. Ambos unieron su mirada en la
lejanía, como perdida en el infinito, hasta que el vuelo raso de un
buitre leonado los sacó de sus pensamientos.
Carlo Malena era un médico aun bastante joven y bien parecido,
moreno y alto, y aunque había nacido en Roma, de padres judíos, se
había criado desde muy pequeño en España.
Su madre había muerto prematuramente, cuando el era todavía un niño
pequeño, y por el trabajo de su padre, o porque tal vez quisieran
cambiar de aires, se habían traslado a vivir a España.
Allí fue donde estudió medicina y terminó la especialidad de
cirugía. Tras unos pocos años de ejercer su profesión en su ciudad
de adopción, Madrid, se había decidido a apuntarse a la “ONG” donde
ahora se encontraba trabajando.
Desde siempre había sido una persona muy inquieta y muy atraída por
la ayuda social, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás en
lo que fuera. Allí, en Etiopía, en el hospital de campaña, había
conocido a Estela Gerson, la joven y guapa médico compañera de
fatigas. Estela era una joven brillante, había nacido en Sudáfrica
y desde siempre había querido ser médico, como su padre, un afamado
cirujano plástico que ejercía su profesión con mucha prosperidad en
la capital, Ciudad del Cabo.
Sus padres, tenían muchos bienes y propiedades por todo el mundo,
entre ellas en España, y Estela, aprovechando sus muchas
posibilidades, desde edad temprana había viajado por toda Europa y
por supuesto por España. Esto le había hecho desde muy joven ser
muy independiente de su familia, y aunque sus padres no la acababan
de entender, le continuaban ayudando económicamente.
Estela no había querido seguir los pasos de su padre y se había
enrolado, nada mas terminar sus estudios, en la ONG donde ahora se
encontraba.
Aunque Carlo la superaba bastante en edad, desde que se vieron,
surgió entre ellos una atracción innegable y muy fuerte.
Estela era una médico vocacional, muy rubia, con el pelo casi
blanco y de ojos claros, de tez muy blanca, hasta el punto que los
habitantes de aquellas tierras, al verla, quedaban embelesados y
muchos pensaban que era un ser divino que había bajado de las
alturas para ayudarles.
Para Estela aquello era un tema casi cómico, y mas bien pensaba que
lo malo de su piel era que tenía que estar poniéndose continuamente
protector solar para no quemarse.
Sí, Carlo la apreciaba mucho, y se sentía muy traído por ella, pero
a la vez pensaba que ella era demasiado joven para el y que debía
encontrar un muchacho de su edad para compartir con el su vida. De
hecho otros médicos mas jóvenes andaban tras ella en el propio
hospital, pero la doctora Gerson les había dejado bien claro en mas
de una ocasión que no le interesaban en absoluto.
Ese, desde luego, había sido objeto de discusión constante entre
ellos, pues Estela no pensaba de la misma forma y le había
declarado abiertamente su amor a Carlo en mas de una
ocasión.
Carlo, a pesar de haber mantenido con ella varias veces relaciones
amorosas mas que satisfactorias, sinembargo ahora trataba de
mantenerse a distancia, o tal vez fuera porque no quería
comprometerse en exceso con ella, pues en el fondo sus planes eran
otros y sus pensamientos estaban en realidad muy lejos de allí. ─Lo
siento mucho, de verdad, Carlo, se el cariño que le habías tomado a
Nkono, pero debes superarlo, por tu bien y por el del resto de tus
enfermos. ─Lo se, Estela, pero es que hay días como hoy en que todo
se me oscurece, hasta el punto de plantearme qué es lo que hago yo
aquí. ─Eso nos pasa a todos, Carlo, y muchas veces─dijo
Estela─supongo que será normal, el estar aquí es muy duro,
sobretodo cuando ves que se te mueren los pacientes y que no tienes
los medios suficientes para hacer tu trabajo con un mínimo de
efectividad.
─Sí, eso es cierto, pero lo que yo me planteo en el fondo es si
realmente mi sitio está aquí, tengo que confesártelo─dijo
Carlo.
─¿Ya estás otra vez pensando en marcharte, Carlo?─le dijo ahora,
todavía mas seria Estela.
─Pues sí, lo siento, pero no tengo nada claras las cosas─contestó
Carlo.
─Está bien, si eso es lo que quieres, vete, pero yo me voy
contigo─dijo Estela, al tiempo que se le quebraba la voz y empezaba
a llorar, como le pasaba bastante a menudo en las últimas
semanas.
─No, Estela, esto lo hemos hablado ya muchas veces, me iré solo, es
mejor, seguro que tu acabaras encontrando otra persona, mejor que
yo y mas joven, que te hará feliz para toda la vida─le contestó
Carlo, muy serio y tratando de mantener las distancias.
Carlo, sin mediar mas palabra, se marchó de allí, le hubiera
gustado mucho alejarse del campamento y caminar mucho tiempo y muy
lejos, pero sabía que no podía hacerlo, ya era casi de noche y no
debían alejarse del campamento, las hienas y los lobos, seguro, ya
merodearían cerca, y era muy peligroso. Así que se limitó a dar
unos cuantos pasos alrededor de las tiendas sin alejarse
demasiado.
En su pensamiento, desde hacía varios meses, estaba la idea de
dejar todo aquello y volver a España, no sabía muy bien todavía
donde iba a trabajar, pero tenía varias ofertas de hospitales, muy
apetecibles.
Además, la decisión se había apresurado al recibir, ese mismo día,
una carta de su hermana Hanna desde Madrid, donde le comunicaba que
su padre, Elías, había sufrido una nueva embolia y estaba bastante
grave, aunque ya se encontraba estabilizado. Ahora lo que mas
deseaba, y lo tenía de continuo en su pensamiento, era antes de que
muriera, poder ver a su padre por última vez y despedirse de el
como era debido.
Dado que sus relaciones no habían sido nunca demasiado cordiales, y
menos en los últimos tiempos, Carlo sentía la necesidad de
reconciliarse con su padre antes de que muriera y de una vez por
todas. Lo que no tenía nada claro era que su padre pudiera ya
entenderle, debido a su enfermedad, pero debía intentarlo. Según le
había informado su hermana, Elías Malena, su padre, se había
quedado bastante afectado desde que tuvo la embolia hacía unas
semanas y apenas si parecía que escuchaba y no sabían seguro si
entendía algo de lo que se le comunicaba.
Era cuestión de un par de días, mas o menos, que los camiones de
suministro llegaran al campamento. Aprovecharía su viaje de vuelta
a Adis Abeba para viajar con ellos hasta allí y coger el avión
hasta Madrid. Estaba decidido, por muy mal que le supiera a Estela,
él debía partir, y solo.
Carlo se dirigió a su cuarto para acostarse, a pesar de lo cansado
que se encontraba no tenía demasiado sueño, pero deseaba estirarse,
reposar tranquilo y si pudiera ser, olvidarse de todo por unas
horas.
Un sonido fuerte de gritos y de lamentos lo despertó sobresaltado cuando por fin ya había conseguido conciliar el sueño. No sabía si había dormido mucho o poco, pero despertó con una sensación de cansancio muy grande, y un fuerte dolor de cabeza.
─En ese instante la incansable Estela hizo su aparición en la sala─¡Carlo, Carlo, deprisa, levántate, rápido, han venido bastantes heridos!.Carlo al oírlo se sobresaltó y se levantó como impulsado por un resorte, en verdad debía de haber ocurrido algo importante por el tumulto que se escuchaba, y se dirigió rápido hacia el quirófano.
El espectáculo que divisó al acercarse, fue dantesco. En la sala de espera y acostados en camillas repartidas por todo el recinto o directamente en el propio suelo, se agolpaban gentes gritando y sangrando profusamente, por heridas de bala y por arma blanca.
Algunos ya habían muerto, y otros, a pesar de los esfuerzos del personal sanitario, por desgracia y sin remedio, lo harían en breve.─Estela, que ya se encontraba preparada para operar, le dijo─acaban de atacar una aldea cercana y los pocos que han sobrevivido están aquí, aunque ya ves, en que estado, los bandidos se han asegurado, al máximo, de no dejar supervivientes.
─Sí, es la historia de siempre, Estela, yo lo
siento de verdad por esta pobre gente, pero ya no soporto mas esta
situación.
─¡Bueno, basta ya Carlo!─le gritó Estela─deja de quejarte y empieza
a atender a estos pobres o perderemos a todos los que quedan vivos.
Carlo, sin duda, era un extraordinario médico, así que
sobreponiéndose a sus propios sentimientos reaccionó y comenzó, sin
mas demoras, a atender a los heridos.
El tiempo, entre suturas y escisiones pasó muy rápido, y antes de
darse cuenta el sol abrasador del verano ya se encontraba en su
cenit. Habían terminado por fin de operar y ya no se podía hacer
mas por aquella gente.
Carlo, todavía empapado en sangre y sudor, salió al exterior, y al
mirar al cielo, descubrió el intenso color azul que presentaba el
firmamento aquel día. Sintió nauseas y se dio cuenta de nuevo de
que su dolor de cabeza persistía. Ahora, aunque no tenía muchas
ganas, debía comer algo, tomar algún analgésico y recuperar
fuerzas, era lo primero.
En el comedor del hospital se dieron cita casi todo el personal
para desayunar, aunque ya era casi la hora del almuerzo. No habían
muchas ganas de hablar, todos estaban muy cansados, tras varias
horas de trabajo intenso y sin un respiro. Carlo vio a Estela en
una mesa con algunos médicos mas y le huyó sin reparos. Se sentó
solo en otra mesa mas alejada, pero Estela acudió enseguida a donde
el estaba.
─¿Que pasa Carlo, que ya no quieres ni verme?─le dijo Estela, sin
elevar todavía demasiado la voz, a la vez que se sentaba a su
lado.
─No Estela, creo que hasta que llegue el momento de irme, es mejor
que no nos veamos, por tu bien y por el mío.
─¿Entonces estás decidido a marcharte, no?
─Sí, está decidido─contestó Carlo─en cuanto lleguen los camiones de
suministros.
─Pues, muy bien─dijo Estela─no te preocupes, que ya no te molestaré
mas.
Y se marchó, deprisa, casi corriendo, dejando su bandeja de comida
encima de la mesa apenas sin tocar junto a Carlo, mientras todo el
mundo se percataba con claridad de la escena y de que las lágrimas
empapaban su cara.
La partida de Carlo no se hizo esperar, a los pocos días los
camiones llegaban al hospital y Carlo recogía sus cosas para no
volver jamás. Se despidió de todos sus compañeros y amigos, los
fantásticos profesionales que durante mas de un año habían
compartido con el la experiencia mas dura de sus vidas.
De todos, menos de Estela, que no había querido, o no había sido
capaz de salir a despedirle, y sufría su amargo adiós en el
interior de su corazón.
Carlo, con bastante tristeza, miró hacia atrás mientras veía
hacerse cada vez mas pequeño el gran recinto blanco que destacaba
sobre la tierra oscura y yerma, de su pasado mas cercano.
Tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre sus sentimientos
contradictorios y en general sobre su experiencia en aquel lejano
país. Y tuvo la misma impresión de siempre, aquello era luchar
contra el viento, por mas que hacían y se esforzaban en su trabajo,
todo volvía al día siguiente a comenzar, como si fuera una
maldición. Los mismos enfermos y los mismos heridos se volvían a
agolpar, como casi cada mañana, a las puertas del hospital, casi
con las mismas caras, casi idénticos, aunque fueran personas
distintas.
Tal vez él hubiera querido con sus propias fuerzas cambiar las
cosas, tal vez su intención, en el fondo al ir allí había sido
cambiar el mundo, su pequeño mundo, el que le rodeaba, y se había
dado cuenta, en poco tiempo, de que eso no iba a ser
posible.
O tal vez en su corazón seguía buscando algo que llenara el inmenso
vacío que sentía en su interior, y que desde que pudiera recordar
en su memoria, siempre había existido.
No le parecía que aquello fuera lo que buscaba. O sería que, tal
vez, como siempre, se complicaba demasiado la existencia.
A lo mejor debería haberse quedado allí, con Estela, que de verdad
le quería y cuando ella se hubiera cansado de aquello, entonces
volver a España y formar con ella una familia, y ser felices los
dos.
Pero en el fondo, Carlo tenía un serio problema: era demasiado
honrado con sigo mismo y con los demás. Y la verdad era que desde
siempre había querido vivir así, coherentemente con sus
sentimientos, desde pequeño, no lo podía evitar, y eso, estaba
seguro, le complicaba mucho su existencia.
Lo que estaba claro era que seguiría buscando el sentido de su
vida, algún día, antes o después, lo encontraría, o eso deseaba
creer en su corazón con todas sus fuerzas.
Sin darse cuenta fijó la vista en el letrero que veía frente a el,
y leyó: “Adis Abeba”; había llegado tras bastantes horas de camino,
a su siguiente destino. En cuanto puso el pié en el suelo, el olor
inconfundible de África le rememoró un sinfín de sensaciones. Había
perdido esa peculiar esencia mientras estuvo en el hospital; allí
olía mas bien a sangre, a muerte y a desolación.
Recordó enseguida la primera vez que tomó tierra en aquella ciudad.
Lo cargado de buenos deseos con los que acudía allí y lo ilusionado
que estaba. De aquello quedaba muy poco, sólo una dura
experiencia.
Sí, reconocía y admiraba la labor humanitaria, inmensa, que
realizaban sus compañeros, e incluso la que había hecho él mismo,
pero ahora estaba de verdad convencido de que aquello no era para
el.
CAPÍTULO 2
El avión, sin problemas, y con bastante suavidad, tomó tierra en el aeropuerto de Barajas a la hora prevista.
Carlo recogió sus maletas y buscó un taxi en el exterior. El olor a gran ciudad sustituyó enseguida a la todavía penetrante esencia que conservaba en sus fosas nasales de su anterior etapa.
De momento viviría en casa de su hermana Hanna, su única hermana, y que, desde luego, había que reconocerlo, era la que se había dedicado al cuidado de su padre durante varios años, sin descanso, en una labor encomiable.
Aunque él nunca se había llevado especialmente bien con ella, sobretodo por culpa del “capullo” de su marido, a quien no soportaba, ahora volvía dispuesto a hacer las paces con todos.
En su pensamiento estaba la firme idea de reconducir su vida y dejar de pelearse con todo bicho viviente. Sin duda le había de ayudar la experiencia vivida en África; ésta le había permitido descender mas al fondo del corazón de las personas y dejar de lado sus prejuicios para con ellas, y el primer paso era, sin duda, el volver a establecer unos buenos lazos familiares con su única hermana, sobretodo.
De todas formas no pensaba estar mucho tiempo en casa de su hermana, desde ese mismo día estaba decidido a buscar de nuevo un piso de alquiler, mas bien céntrico y bonito, no muy grande, como el que tenía hace un año, y vivir allí tranquilo.
Cuando el taxi le paró en la puerta de casa de su hermana, en la lujosa zona residencial de Madrid donde vivía, ya había casi anochecido.Su hermana se había empeñado en que se quedara con ellos mientras encontraba un apartamento de su agrado y él pensó que así le facilitaría las cosas y de paso se reconciliaría con la poca familia que le quedaba: su hermana Hanna, su marido Alberto y su hija Matilde.
Recordaba con claridad a su sobrina Matilde, casi adolescente y permanentemente enfadada. Él pensaba que siempre estaba de mal humor sobretodo por el horroroso nombre que le habían puesto a la niña, idéntico al de su abuela paterna, y no cabía ninguna duda que había sido por decisión de su padre.
Él, Alberto Gémez, se sentía muy orgulloso de su madre, y Carlo pensaba que sobretodo era porque eran personas socialmente muy acomodadas, el dinero parecía que abundaba por allí.
A Carlo nunca le había importado demasiado el dinero, mas bien le parecía que con todas las necesidades que había en ese momento en el mundo, y en su propia ciudad sin ir mas lejos, hacer ostentación de poderío económico era mas bien vergonzoso y mezquino.
Seguramente por eso se llevaba tan mal con ellos, sobretodo con su cuñado. Pero ahora, por el contrario, estaba bien dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para suavizar las relaciones familiares.
Llamó al timbre de la puerta y casi al instante, su hermana Hanna, sonriente, se encontró frente a él. Le dio dos besos y, de verdad, que le dio la impresión que parecía alegrarse mucho de verle.
Luego divisó un poco mas lejos la figura delgada, desagradable y desgarbada de su cuñado Alberto.─¿Como estás Carlo?, me alegro mucho de verte, ¿como ha ido el viaje?─le dijo su hermana amablemente─tienes buen aspecto, aunque has adelgazado bastante.
─Sí, estoy bien, aunque algo cansado─dijo
Carlo─¿y vosotros?. ─Estamos bien─dijo su hermana.
─¿Cómo estás?─le dijo Alberto, con una media sonrisa, mientras
le
estrechaba la mano casi sin tocar la suya,
aunque Carlo apreció enseguida en su breve contacto, una mano
blanda, húmeda y desagradable.
─¿Y Matilde?─preguntó Carlo.
─Ahora bajará a cenar, está estudiando─contestó Hanna intentando
sonreír de nuevo.
Durante la cena, Carlo fue interrogado sin piedad por sus
familiares, y en especial por su cuñado Alberto, sobre su
experiencia sobretodo, y a Carlo le pareció que en el fondo lo que
buscaba era mas que nada demostrar que había fracasado en su
aventura humanitaria.
Al final, bastante molesto con su cuñado, como por otra parte era
lo habitual, decidió que ya era suficiente, y se retiró a su cuarto
muy agotado.
De lo poco que estaba bastante seguro era de que su hermana sí que
estaba contenta de verle y de tenerle allí, de todo lo demás,
dudaba seriamente. Al día siguiente trataría de hablar con ella con
mas detenimiento, de su padre y de todas las cosas que habían
sucedido durante su ausencia, ahora estaba demasiado
cansado.
Carlo se despertó bruscamente, sobresaltado y sudoroso. Al abrir
los ojos, con el corazón todavía a ritmo de galope y la respiración
acelerada, descubrió ante sí la imagen asustada de su hermana
Hanna, que le miraba preocupada con los ojos de par en
par.
─¿Que te pasa Carlo, te encuentras bien?─Le dijo su hermana,
sentándose en la cama, a su lado.
─Sí, creo que he tenido una pesadilla─dijo Carlo.
─Sí, estabas gritando, y al oírte hemos venido enseguida─le
contestó su hermana, aún con cara de susto.
─De vez en cuando me pasa esto─dijo Carlo─espero no haberos
asustado demasiado.
─No te preocupes, ahora cálmate y vuélvete a dormir, aquí estás a
salvo─intentó tranquilizarlo su hermana cogiéndole con cariño de la
mano.
─Pues igual tienes que ir a que te vea un médico─le dijo su cuñado
con su desagradable voz, en un tono mas bien recriminatorio─creo
que has venido tarado de tu viaje, y desde luego, nosotros no vamos
a cargar con ello. Marco lo vio salir se su habitación, sin esperar
de él ninguna respuesta a su impertinencia y pensó enseguida que no
había cambiado nada entre ellos, aunque él lo había intentado, no
iba a ser posible que la relación entre los dos mejorara. Lo que no
podía entender era como su hermana lo soportaba, era demasiado
buena, o a lo mejor lo hacía por su hija Matilde, todo podía
ser.
El caso era que Carlo, a pesar de lo temprano de la hora, apenas si
volvió a dormirse en algunos breves momentos, estaba demasiado
nervioso y lo malo era que el cansancio lo seguía acumulando día
tras día. Igual tendría que buscar otra solución a ese problema, y
rápido.
El día amaneció espléndido y soleado en Madrid.
La temperatura de buena mañana era alta, propia del
verano.
Carlo se levantó, como siempre, como hacía tiempo, tanto que ya ni
lo recordaba, muy cansado.
Por suerte el cuñado Alberto ya se había marchado, y Carlo se
encontró en la cocina con la sonrisa reconfortante de su
hermana.
─Buenos días, hermano─le dijo nada mas verlo─¿como te
encuentras?.
─Estoy bien, aunque algo cansado todavía─le dijo Carlo─con la voz
bastante ronca, que hacía evidente una no muy buena noche de
descanso. ─No te preocupes, seguro que en unos días de estar aquí
tranquilo y reposando, te recuperas enseguida─le dijo con mucho
cariño su hermana. ─Te lo agradezco de verdad, Hanna, pero tengo
previsto buscar un apartamento por el centro.
─Como quieras Carlo, pero me hubiera gustado que te quedaras con
nosotros mas tiempo.
─Lo se Hanna, pero tengo otros planes, por cierto, ¿podríamos ir a
ver a papá?, estoy deseando verlo.
─Sí, había pensado, después de dejar a Matilde en el colegio,
acercarnos a la residencia─dijo Hanna.
─Estupendo, si te parece, desayuno algo y nos vamos. ─Por cierto,
tengo que darte una cosa de parte de nuestro padre─dijo
Hanna.
Y Hanna salió presurosa de la cocina en dirección a las
habitaciones con el rostro bastante mas serio.
Carlo permaneció allí, desayunando y pensativo, lo sentía por su
hermana, pero dadas las circunstancias, no quería permanecer en
aquella casa mas tiempo, el motivo estaba claro, no soportaba a su
cuñado ni un minuto mas.
─Toma Carlo, esto me lo dio papá cuando aún estaba bien, y me
encargó que te lo entregara personalmente en cuanto te
viera.
Carlo cogió el sobre amarillento que le dio su hermana, e
intrigado, procedió a abrirlo en su presencia.
Dentro de él había una pequeña llave y unas notas manuscritas.
Carlo distinguió enseguida la letra inconfundible de su
padre.
─¿Que quiere decir esto, Hanna, tu sabes algo?
─No tengo ni idea, solo se que papá me lo entregó con mucha
solemnidad y me dijo que ya me enteraría de lo que era, que quería
que tu lo descubrieras primero.
─Pues, aquí solo hay unas notas manuscritas, que parecen una
dirección, y una llave. La dirección es de Roma, Vía del Corso, 24.
─¡Pero esa es nuestra antigua dirección de Roma!, ¿te acuerdas
cuando vivíamos allí?.
─La verdad es que no, Hanna, cuando vinimos a vivir a Madrid, yo
solo tenía unos tres años, no recuerdo apenas nada de
aquello.
─Yo con mis ocho años sí lo recuerdo casi todo, allí fuimos muy
felices los cuatro, hasta que mamá murió y papá decidió salir de
allí, creo que no soportaba vivir con sus recuerdos tan dolorosos y
tan presentes a su alrededor. ─Bueno, ya pensaremos qué hacer con
este tema, de momento, vamos a ver a papá, aunque lo que está
claro, me temo, es que habrá que ir allí, a Roma, a ver que
significa todo esto.
─Debo advertirte que, como ya te dije por carta, nuestro padre está
bastante mal, aveces parece que entiende algo de lo que le dices,
pero comprobarás que es bastante frustrante el verle e intentar
conectar con el, pero sin obtener demasiado resultado.
─Bueno, me hago una idea, Hanna─concluyó Carlo, intentando
mentalizarse para no sorprenderse demasiado al verlo.
Carlo, a pesar de todo, aun mantenía esperanzas de que su padre
pudiera comprenderle, para poder decirle lo que nunca le había
dicho cuando aun conservaba todas sus funciones mentales normales:
que le quería y que a pesar de todas sus diferencias siempre se
había sentido orgulloso de tenerle como padre.
Realmente tuvo que reconocer su frustración, su hermana no le había
exagerado nada. Su padre estaba muy deteriorado, en un estado casi
“vegetativo”. Aún así, Carlo intentó comunicarse con el, hablándole
lento y con dulzura y hasta en algún momento le pareció que le
miraba fijamente a los ojos y que de su pequeña boca entreabierta
salía una expresión como de querer comunicarse. A Carlo le hubiera
gustado mucho llevárselo de allí, pero no tenía ni medios ni
fuerzas para hacerlo. El lugar, aunque era una residencia de lujo
de las mejores de Madrid, no dejaba de ser un “asilo”, como se
había llamado toda la vida. Según recordó en ese momento, su cuñado
le había comentado el dineral que les costaba tenerlo allí, ¡como
si el dinero lo tuviera que poner él!. Por fortuna su padre poseía
los suficientes bienes como para poder permitírselo, aunque
Alberto, con seguridad, lo que sentía era que aquel dinero, parte
de la herencia, lo iba poco a poco perdiendo.
La sala donde se encontraba su padre, atendida por varias señoritas
muy diligentes, no dejaba de ser una estancia bastante deprimente,
todos los ancianos allí agolpados, unos junto a otros, sin duda
para controlarlos mejor, y habría que ver despacio quien de todos
estaba peor.
En seguida a Carlo le vino a la mente un nombre para aquella
estancia, perfectamente podría llamarse “el purgatorio”, pues
parecía que sus moradores estuvieran esperando, en fila, el
despedirse de este mundo, y mientras, tenían tiempo suficiente para
pensar en todo lo que habían hecho de bueno y de malo en esta
vida.
Allí no había otra cosa que hacer mas que pensar, suponiendo,
claro, que aún pensaran.
Desde luego, lo que estaba claro era que no podía echarle en cara a
su hermana nada. Era normal que su padre estuviera allí, bastante
había hecho hasta entonces ella con tenerlo en su casa peleando
casi continuamente con su marido, pues él no lo quería tener cerca,
aunque sí que recibiría de buen grado la herencia que les
correspondiera cuando, por desgracia, antes o después, su padre
muriera.
De momento, su padre, poco antes de caer enfermo, y como si de un
presentimiento se tratara, le había hecho entrega, como donación,
de una buena parte de la herencia a cada hermano, una buena suma de
dinero, que la buena de Hanna le dio, sin demora el mismo día que
llegó Carlo a su casa.
Faltaría saber si Alberto estaba también tan de acuerdo con
entregarle el dinero, o mas bien pensaba callarse y quedárselo, o
no entregárselo todo, Carlo tenía serias dudas, pero de su hermana
se fiaba totalmente.
Ambos hermanos se dirigieron tristes hacia su casa, era casi la
hora de comer y Hanna había insistido hasta la saciedad en que
comiera con ellos.
Carlo, haciendo un esfuerzo, y para no desairarla, aceptó, a costa
de tener que aguantar un día mas a su cuñado.
Nada mas llegar a su casa el teléfono móvil de Carlo sonó y apunto
estuvo de no cogerlo al ver de quien se trataba: Estela le estaba
llamando.
Al final, casi cuando ya se iba a cortar la comunicación, se
decidió a descolgar, no sabía muy bien porqué lo había
hecho.
─Hola Estela, ¿como estás?─le dijo Carlo con voz bastante amable,
pero sin entusiasmo.
─Hola Carlo, bien ¿y tu?.
─Bien, ¿porque me has llamado?.
─Pues, porque quería saber de ti, quería saber como estabas, no
sabía nada de ti desde que te fuiste. ¿No te alegras de oírme?─le
contestó Estela, con voz afectada.
Carlo, en el fondo, sí que se alegraba, la verdad es que no la
había olvidado, pensaba mucho en ella, aunque le costara
reconocerlo.
─Creía que lo habíamos dejado bien claro, Estela, debes olvidarme y
seguir con tu vida─le contestó Carlo, en tono serio y elevando
ahora mas la voz. ─Puede ser, Carlo, pero es que yo no quiero
olvidarte, te echo mucho de menos, ¿tu no me echas de menos?, dime
la verdad.
─Ya sabes que para mi has sido muy importante, pero insisto, creo
que ahora ya, lo mejor es que no me vuelvas a llamar.
Carlo colgó el teléfono sin mas, y mientras se cortaba la
comunicación aun pudo oír como Estela, sin remedio, comenzaba a
llorar.
─Su hermana, que no estaba lejos, se le acercó entonces con cara de
no poder resistirse a decirle algo:─¿Carlo, esa conversación que
has mantenido era con Estela?.
─Sí, ¿pero como sabes tu quien era?.
─Te oí decir ahora su nombre por teléfono, y al elevar bastante la
voz, no he podido evitar el darme cuenta que era ese nombre el que
proferías a grandes gritos la noche pasada cuando te despertaste
con la pesadilla esa.
Carlo no dijo nada mas, pero se quedó muy pensativo, tal vez Estela
fuera para él mas importante de lo que quería reconocer. Pero su
decisión de olvidarla, por su bien y sobretodo por el de ella,
estaba tomada y era firme.
Afortunadamente Alberto no había acudido a comer, por lo que los
dos hermanos estuvieron bastante a gusto y pudieron hablar
abiertamente de todos los temas que les preocupaban.
Al final de la tarde, Carlo, que andaba buscando el momento
adecuado para decirle lo que pensaba a su hermana, y tal vez
animado por las copas de vino y el “coñac” que había ingerido, le
dijo:
─Lo que no puedo entender, Hanna, es como continúas aguantando a tu
marido, me parece una persona insoportable.
Hanna se quedó primero blanca, para luego, inmediatamente, cambiar
de color y ponerse roja como un tomate.
Carlo se percató enseguida del efecto que habían causado sus
palabras en su hermana e intentó puntualizar:
─Ya se que es meterme en lo que no me llaman, pero por lo que he
podido observar siempre, y todavía mas desde que estoy aquí de
nuevo, es que vuestra relación parece puramente formal, sin nada
mas.
─Hanna, con cara de angustia, como si hubiera sido descubierta
haciendo algo malo, por fin habló─no, Carlo, no, probablemente
tengas razón, hay un problema, me consta, desde hace tiempo entre
nosotros, y yo, la verdad, es que me resisto a aceptarlo.
─Ya suponía que algún problema tenía que haber, y no precisamente
trivial─dijo Carlo.
─Sé, a ciencia cierta, que Alberto me engaña desde hace tiempo, y
aveces pienso que sigue conmigo por no perder la herencia de
nuestro padre. Y yo prefiero, la verdad, continuar así, sobretodo
por nuestra hija.
─¡Pero, Hanna, tu tienes derecho a rehacer tu vida, no tienes
porque aguantarlo mas!,─dijo Carlo─de todas formas, seguro que
Matilde no debe sentirse muy feliz de ver a sus padres vivir como
dos extraños.
─Pienso, sinceramente, que cuando papá, por desgracia, fallezca, y
se reparta la herencia, Alberto saldrá de mi vida, seguro. Tal vez
por eso papá ideó un plan, con lo listo que era, y conociéndolo,
para que la herencia, en la medida de lo posible, no cayera en sus
manos.
─Me está sorprendiendo bastante todo lo que me estas contando─dijo
Carlo.
─Estoy segura de que todo este lio de la casa de Roma y la llave y
todo eso ha sido un plan ideado por nuestro padre para que Alberto
no pudiera apropiarse de sus bienes─se sinceró ahora
Hanna.
─Pues entonces hay que intentar, por todos los medios, que Alberto
no se entere de nada de lo que hacemos─dijo Carlo.
─No se hasta que punto podremos mantenerlo al margen, pero desde
luego hay que hacer todo lo posible para que así sea─concluyó
Hanna.
En un par de días, sin mas contratiempos, Carlo
estaba instalado en su nuevo apartamento de la calle Princesa de
Madrid.
No le costó mucho encontrarlo, por el precio que estaba dispuesto a
pagar no había mucha demanda, así que se instaló en el sin mas
problemas y agilizó también las gestiones para su inminente viaje a
Roma.
Estaba dispuesto a aclarar todo aquel misterio lo antes posible,
según había dicho bien su hermana, era la voluntad de su padre el
que todo aquello quedara para siempre en su familia.
CAPÍTULO 3
El avión aterrizó con puntualidad y suavidad en el Romano aeropuerto de Fiumicino.
La temperatura era alta y el pegajoso calor de
Roma había de hacerse notar en la estancia de Carlo en la
impresionante ciudad.
El cielo, nada mas bajar del avión, se presentó ante Carlo de un
azul muy intenso. Ni una sola nube se oteaba en el
horizonte.
Carlo iba dispuesto a aclarar todo aquel misterio del sobre que le
diera su hermana de parte de su padre, en el menor tiempo
posible.
Aunque había regresado a Roma varias veces desde que su familia
salió de allí, por extraño que parezca, nunca había vuelto al piso
donde pasó su mas tierna infancia. Como había salido tan joven de
allí, nunca le preocupó demasiado.
Sí, sabía con certeza que su padre había vuelto por allí, pero a
ellos, a los dos hermanos, nunca mas los dejó acercarse a aquel
piso. Probablemente hubiera sido demasiado doloroso para él. El
estar todos juntos de nuevo, le hubiera hecho recordar tiempos
pasados demasiado felices como para añorarlos, sabiendo que su
padre era un ser muy sensible a todo eso.
Carlo apenas si tenía recuerdos de su madre, era muy pequeño cuando
murió. Pero sí que era muy consciente de lo enamorados que habían
estado sus padres. Su padre había hecho lo que había podido para
educarlos bien, a el y a su hermana, para que no notaran, en la
medida de lo posible, la ausencia materna. Pero Carlo estaba seguro
de que aquel hecho, la ausencia materna, le había marcado hasta tal
extremo que, por lo menos hasta el momento presente, no había
conseguido ser feliz en la vida.
Él, esa circunstancia, su infelicidad, la achacaba a la pérdida de
su madre. Claro que el motivo podía ser otro, y tal vez todo se
reducía a que Carlo no hubiera encontrado la mujer adecuada que lo
compensara. O tal vez el motivo era que él era demasiado exigente
con ellas, en el fondo no lo sabía a ciencia cierta.
Carlo se dio prisa en llegar al hotel y dejar sus maletas. Quería
salir hacia la vía del Corso, su antiguo domicilio, lo antes
posible, pues era preciso que hubiera luz natural del día para
poder entrar en su casa.
Lógicamente en la casa no había luz eléctrica. Se lo había
advertido su hermana al entregarle las llaves, según le había dicho
su padre cuando aún estaba en uso de su razón.
Tenía unas dos horas de luz natural todavía y quería aprovecharlas,
así que se dirigió con diligencia a buscar un taxi que lo llevara a
su destino.
Nada mas salir del hotel, próximo al Vaticano, enseguida se dio
cuenta de que alguien le seguía.
Desde luego el personaje que le seguía de cerca no había sido muy
prudente. Es mas, con el calor que hacía todavía en Roma a esas
horas, el sujeto iba envuelto en una gabardina beige, y por lo que
acertaba a ver Marco era como si tratara de ocultar algo debajo de
ella.
A Carlo aquello no le gustó nada, así que decidió andar un poco mas
rápido en dirección hacia el “Castillo de Sant Ángello” y ver si el
sujeto se despistaba. Si encontrara un taxi que pasara por allí, lo
cogería rápidamente y lo podría despistar. Pero no pasaba ninguno y
el acudir a la parada de taxis no le iba a solucionar nada, seguro
que su perseguidor cogería otro y le seguiría entonces.
Sin duda la cantidad de gente que se agolpaba por los alrededores
le podía facilitar su maniobra.
Pero el sujeto le continuaba siguiendo a corta distancia, así que
decidió volver al hotel y reemprender su objetivo con mas calma al
día siguiente. Además, de todas maneras, se encontraba bastante
cansado. Ya estaba bien por ese día. Aquella noche, tras una frugal
pero apetitosa cena, Carlo durmió como hacía tiempo que no lo
hacía, estupendamente. Apenas si se despertó alguna vez en mitad de
la noche, viniéndole a la mente el curioso personaje que le había
estado siguiendo la noche anterior. Pero se volvió a dormir
enseguida.
Por la mañana, Carlo se sentía feliz y relajado, sería por el
cambio de aires, o por encontrarse en un buen hotel en aquella
fantástica ciudad que tanto le gustaba. El caso es que hacía tiempo
que no se encontraba tan bien.
También tendría mucho que ver en su recobrado estado de ánimo el
que por fin sentía en su corazón que, de una forma u otra, se había
podido reconciliar con su padre, eso para el era muy
importante.
Con mucho animo salió del hotel y procuró ver si alguien le seguía
de nuevo, pero no vio, ni de lejos, al individuo de la
gabardina.
Se sentía feliz, la mañana era espléndida y un cielo azul intenso
sin una sola nube se podía divisar hasta la lejanía.
Tampoco tardó mucho en llegar a su destino, era sábado, todavía
temprano, y no había demasiado tráfico. Él recordaba la calle del
Corso, normalmente abarrotada de transeúntes y de vehículos, hasta
el extremo de que, hacia la hora punta, acababan cortando la calle
al tráfico.
Siempre le habían hecho gracia esos detalles de Roma, que la hacían
una ciudad encantadora a todas luces. Estaba claro que Carlo la
amaba y que por tanto casi todo lo que se relacionara con ella le
parecía bien.
Sí, era verdad que en Roma se improvisaba bastante, pero al final
todo solía salir mas o menos bien y la gente disfrutaba mucho de su
belleza con relajación. No había nada programado, los coches
circulaban por la citada calle hasta que, por la gran afluencia de
gente ya no podían pasar, entonces, casi espontáneamente se cortaba
el tráfico rodado. Era genial.
Dirigió una rápida mirada hacia el principio de la calle y pudo
ver, exactamente como lo recordaba, la hermosa plaza Venecia y al
lado el impresionante monumento a Víctor Manuel segundo, “la
tarta”, como la llamaban cariñosamente los propios Romanos, en
homenaje a su logro de unificar toda Italia en un único estado.
Toda una proeza para su tiempo que no se olvidaría nunca.
Subió por la escalera con rapidez hasta el tercer piso, hasta la
dirección indicada por su hermana, estaba hasta un poco nervioso.
Metió la lleve en la cerradura y ésta abrió sin
dificultad.
Al penetrar en aquella casa, el aroma a humedad y a libros viejos
le inundó el cerebro, trayéndole a la memoria, sin poder evitarlo,
recuerdos de su niñez que parecían olvidados.
A pesar de que no recordaba visualmente nada de lo que se le
presentaba ante sus ojos, era curioso que los recuerdos de los
olores, por ejemplo, sí le resultaran muy familiares.
Y aquella era una casa realmente peculiar. Su padre no había tocado
nada de lo que allí había desde que la dejaron.
Algo de polvo, muy poco, sí que se percibía, pero por otro lado era
evidente que alguien había estado dedicándose a mantenerla bastante
habitable.
Los objetos mas curiosos se agolpaban ante él. Sobretodo libros,
que abarrotaban las numerosas estanterías que abundaban por todos
lados, y rodeándolos a estos, objetos de todo tipo, que
inmediatamente identificó como de estilo judío.
Al abrir de par en par las contraventanas en aquel luminoso día,
pudo ver con mas claridad todo lo que contenía. Allí había
recuerdos de toda la vida de sus padres. Y los libros, la mayoría
escritos en hebreo trataban de todo lo imaginablemente relacionado
con su religión.
Podría haber estado curioseando todo el día, si hubiera querido,
pero tras unas horas de buscar sin prisas, y deteniéndose en
múltiple objetos y recuerdos, por fin encontró en un pequeño
escritorio una cajita muy adornada y que al probar la llave que le
dejó su padre, se abrió sin dificultad.
No sabía qué misterio escondería aquello, pero su corazón antes de
abrirla, se aceleró sin poder evitarlo. Conociendo a su padre, allí
debía de haber algo muy importante. El no era en absoluto un ser
superficial, ni que dejara nada a la improvisación.
Una nota comenzó a aclarar el misterio; encima de varios objetos un
manuscrito de su padre en un papel amarillento y algo raído por los
bordes, decía: “Hijo, cuando leas esto yo ya probablemente habré
muerto, pero te dejo mis mayores tesoros. Se feliz con ellos”.
Carlo no pudo evitar el emocionarse al leer aquello y además en la
letra de su padre. Notó que se le humedecían los ojos.
Debajo de la hoja de papel escrita por Malaquías en italiano, Carlo
descubrió un hermoso libro, no muy grande, como de bolsillo, en
cuya portada, bellamente adornada, como todo lo de aquella casa, se
podía leer: “La Torá”. Por supuesto que Carlo sabía perfectamente
qué era La Torá: el Libro Santo Hebreo, o la ley, dada por el mismo
Dios a su pueblo para que cumplieran sus normas y así llegaran a
ser verdaderamente sus hijos.
Su padre le había hablado de ella muchas veces, desde que tenía
recuerdos de su infancia, hasta que se hizo mayor.
Carlo, al contrario que su padre, no era muy creyente, pero si que
sentía en lo profundo de su ser la inquietud y la impronta dejada
por las enseñanzas de su progenitor.
Eso, él sabía a ciencia cierta que nunca lo podría borrar de lo
profundo de su ser, aunque lo tuviera en apariencia
olvidado.
Cogió con suavidad el libro y descubrió, debajo de él, que todavía
había otra sorpresa: otro manuscrito con la letra de su padre, esta
vez mas pequeño y que señalaba una dirección.
La cuartilla, esta vez con letra pequeña, rezaba: “Rabino Malaquías
Salem, Sinagoga de Jerusalén”.
A Carlo, al leerlo, le dio un vuelco el corazón. ¿Qué significaría
aquello?, él pensaba que sus andanzas terminarían en Roma, pero
ahora empezaba a dudarlo. Presentía que todavía tendría que
realizar otra etapa en su búsqueda, y desde luego no estaba en sus
planes detenerse allí, quería llegar hasta el final a toda costa.
Tras asegurarse de que todas las ventanas quedaban bien cerradas,
con su nota en una mano y su Torá en la otra, se dirigió hacia la
puerta, la abrió para salir, y al ir a rodar la llave desde el
exterior sintió un fuerte golpe en la cabeza y perdió el
sentido.
Carlo abrió los ojos y ante el, a corta distancia, descubrió un hermoso rostro de mujer que le observaba con atención con unos grandes ojos muy abiertos y muy atentos.
─¿Donde estoy?, ¿que ha pasado?─acertó a decir
Carlo con una débil voz.
─Estás a salvo, no te preocupes─le respondió una dulce voz que le
pareció la mas hermosa que había oído jamás.
─¿Estoy,....vivo?─dijo Carlo, asustado.
─Sí, has estado inconsciente unos minutos, estás en la casa de
enfrente, oímos un fuerte ruido y al salir al rellano te
encontramos desvanecido en el suelo y con una herida en la cabeza.
Yo soy Giulia.
─Por un momento pensé que estaba muerto y que tú eras,....un ángel
o algo así─dijo Carlo, aun bastante aturdido.
Carlo pudo comprobar entonces como el bello rosto de Giulia su
salvadora, mudaba a un color mas escarlata.
─Giulia trató de disimular─no, te puedo asegurar que yo no soy un
ángel. De momento debes quedarte acostado aquí hasta que llegue la
ambulancia que hemos llamado.
Y Carlo entonces se dio cuenta de que estaba tumbado en un sofá en
una amplia habitación y rodeado por varias personas.
─Estos son mis padres, Gusepe y Antonia Garibaldi─continuó
Giulia─entre todos te recogimos y te pusimos aquí.
En ese momento Carlo se percató de que llevaba la cabeza vendada y
que le dolía mucho.
Trató de incorporarse pero todo le daba vueltas a su alrededor, al
final se sentó, a pesar de las indicaciones de Giulia para que
permaneciera acostado y pudo ver mas claramente donde se
encontraba.
─La nota, la nota que llevaba y el libro, ¿donde están?─dijo Carlo,
mirando a su alrededor.
─No había ninguna nota, solo este libro─y Giulia le alargó el libro
de La Torá, que presentaba una pequeña mancha de sangre en su
hermosa tapa.
─Alguien me golpeó y se llevó mi nota─dijo Carlo.
─¿Quieres decir que te atacaron por la espalda?─dijo
Giulia─entonces deberíamos avisar a la policía también.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y los sanitarios
hicieron su aparición.
─Debería usted venir al hospital, habrá que hacerle algunas
pruebas─le dijo el médico, mientras examinaba la herida de su
cabeza.
─No, gracias, doctor, yo también soy médico y te garantizo que
estoy bien. No será necesario, gracias─dijo Carlo.
─Como quieras, compañero, pero por lo menos deja que te demos aquí
unos puntos─le dijo el médico aceptando la situación.
Carlo tampoco consintió en dar parte a la policía, presentía que en
aquel misterio en que se encontraba inmerso, cuanta menos gente
interviniera sería mejor. Además, haber perdido la nota no
significaba nada, a pesar del fuerte golpe recibido se acordaba
perfectamente de la dirección.
Estaba seguro de que aquel individuo de la gabardina que le siguió
la noche anterior tenía mucho que ver con lo que le había sucedido
ahora. El que le había agredido y robado la dirección, estaba claro
que sabía algo, tal vez mas de lo que el mismo Carlo sabía. Y no le
interesaba precisamente La Torá. Carlo estaba seguro que ya no le
molestaría mas puesto que había conseguido lo que quería. Ahora,
con mas seguridad si cabe, debía acudir a Jerusalen, lo antes
posible, y tal vez, sabedor de que aquella gente no se andaba con
tonterías, advertir al rabino Malaquías Salem de que podía correr
peligro.
Permaneció en aquella casa que tan bien le había acogido,
recuperándose y almorzando, mientras comentaba con sus anfitriones
su aventura, aunque sin dar excesivos detalles.
Los padres de Giulia se acodaban perfectamente de sus vecinos, y a
él en concreto le recordaban como el niño pequeño que se había ido
de aquella casa hacía tanto tiempo y como era habitual en el,
llorando y con los mocos colgándole. Giulia no podía recordar nada
de aquello, todavía le faltaban un par de años para nacer, pero se
reía mucho cuando sus padres describían al mocoso de Carlo. Todos
juntos se rieron comentando las peripecias del pequeño Carlo y
Giulia le miraba con cariño. Carlo se empezó a dar perfecta cuenta
de que entre los dos comenzaba a establecerse una mutua y fuerte
atracción.
Ya avanzada la tarde, y tras una muy agradable velada con la familia Garibaldi, sus antiguos y amables vecinos, Carlo trató de despedirse, pero enseguida se dio cuenta de que Giulia se ponía triste, así que le dijo:
─Giulia, tal vez te gustaría dar una vuelta
conmigo por Roma, tengo muchas ganas de pasear por ella.
─Sí, me gustaría mucho, ahora que ha bajado bastante el calor. Los
padres de Giulia se les quedaron mirando con expectación mientras
ellos se alejaban por la escalera, camino de la calle, los dos muy
juntos. Estaba claro que veían con agrado su relación, y que Carlo
era muy bien aceptado.
Caminaron por la vía del Corso, tranquilamente, sin prisas,
deteniéndose en los múltiples escaparates y tiendas que allí se
encontraban. Giulia en una de ellas se compró una bonita pamela que
le había gustado y que hacía perfecto juego de color con sus
preciosos ojos verdes.
Y a pesar de que ya era casi de noche se la puso y la lució con
estilo, ante las risas de los dos amigos y la curiosidad de la
gente con la que se cruzaban, y poco a poco fue aumentando su
simpatía mutua.
Sin darse apenas cuenta se encontraron los dos en la habitación del
hotel, quitándose mutuamente sus ropas y descubriendo con ansiedad
sus cuerpos. Los besos y las caricias se sucedieron en un
tumultuoso torrente de sensaciones y de deseo y entonces ya no hubo
tiempo para nada mas. Hicieron el amor con pasión durante varias
horas, y Carlo se dio cuenta de que aquella espléndida mujer le
estaba cautivando el corazón.
Estaba ya amaneciendo y los dos amantes se encontraban tranquilos y
relajados cuando el agudo sonido del teléfono móvil de Carlo los
sacó de su ensimismamiento.
Carlo se apresuró a cogerlo y enseguida se dio cuenta de que la
conocida voz de su hermana, al otro lado de la línea, denotaba
mucho decaimiento.
─¿Que pasa Hanna, ha sucedido algo?─preguntó Carlo.
─Sí, Carlo, nuestro padre ha muerto─contestó Hanna, empezando de
inmediato a llorar.
─¿Cuando ha sido?.
─Hoy, de madrugada me avisaron que papá había empeorado y ha sido
hace un rato que nos ha dejado─dijo Hanna llorando.
─Carlo no pudo reprimir su pena y notó que una lágrima resbalaba
por su mejilla─vale, Hanna, cogeré el primer avión y mañana estaré
en Madrid, ir organizándolo todo para el funeral de nuestro padre.
─Carlo entonces sintió que una mano cálida se posaba sobre su
desnudo hombro─¿son malas noticias?─le preguntó la dulce voz de
Giulia. ─Si, mi padre ha muerto hace un rato.
─Cuanto lo siento─le dijo Giulia mientras le abrazaba tratando de
consolarlo.
─Si, bueno, era de esperar que cualquier día,....como así ha
sucedido, pero me da mucha pena─dijo Carlo─mañana cogeré el primer
avión para Madrid. ─Pero, ¿te vas a ir tan pronto?─preguntó Giulia
en un tono áspero, cambiando radicalmente su tono dulce.
─¡Claro, Giulia, debo ir al entierro de mi padre!.
─¡Seguro que si te vas ya no te veré mas!─y Giulia cada vez se
estaba poniendo mas irritada.
─Pero, ¿que te pasa?, ¿qué dices, Giulia?, claro que me verás, pero
ahora no creo que sea el momento de ponerte así, mi padre acaba de
fallecer y no estoy de humor para nada mas.
Entonces Giulia comenzó a llorar, mientras se vestía con lentitud,
sin levantar la vista del suelo.
Carlo no daba crédito a lo que veía, le parecía mentira que Giulia
fuera tan egoísta. En esos momentos en que el sentía un profundo
dolor en su alma por la muerte de su padre, su amiga se estaba
comportando con mucho egoísmo, aquello le parecía como poco,
extraño.
Y en ese momento, como complicando aun mas la situación, el
teléfono de Carlo volvió a sonar, y él se apresuró a cogerlo con
rapidez.
Pero Carlo, cosa rara en el, obnubilado por los acontecimientos, no
reparó en ver quien le llamaba, y descolgó el teléfono sin pensar,
entonces la conocida voz de Estela sonó al otro lado del
aparato.
─Hola Carlo.
─¿Que quieres Estela?. No es el momento,..... de verdad. ─Nada,
Carlo, solo quería saber de ti, y decirte que me vuelvo a
Madrid.
─Mira, Estela, ahora mismo no tengo ganas de nada, mi padre acaba
de morir, ¿sabes?.
─¿De verdad?, lo siento muchísimo, ojalá estuviera ahí para
consolarte, como te mereces.
─Yo no me merezco nada, Estela, me sorprende que me digas eso,
después de lo mal que te trato.
─Es que yo te quiero, Carlo, ya lo sabes, y siempre veré bien todo
lo que hagas.
─Bueno, me alegro de que todavía te importe, pero, ahora voy a
colgar.
─No te preocupes Carlo, ahora tranquilo, y ya nos veremos en
Madrid, a ver si puedo llegar al entierro de tu padre.
─Haz lo que quieras, Estela, ahora mismo no tengo ganas de nada
mas.
Carlo por un momento, se había olvidado de Giulia. Estaban
amontonándose demasiados acontecimientos a la vez en su vida y no
era capaz, en ese momento, de pensar con claridad. Pero en cuanto
levantó la vista se dio cuenta de que el rostro de Giulia no
aparecía ante el en absoluto relajado.
─¿Pero tú de que vas Carlo?─le gritó Giulia que había dejado de
parecer una mujer dulce y agradable para convertirse en un monstruo
feroz que pareciera enseñar ahora sus fauces y sus
garras.
─No se porque dices eso Giulia─trató de relajar la situación Carlo,
al tiempo que se acercaba a ella.
─No te acerques a mí, no quiero verte mas, al final te has
comportado como todos los hombres, insensible y tirano,
aprovechándote de mi todo lo que has podido, te odio infinitamente;
¡y con esa Estela!,..... ¿quien es esa?, ¿una furcia con la que te
ves en Madrid cuando te apetece?.
A continuación Giulia salió de la habitación, dando un sonoro
portazo y oyéndose todavía en la distancia, y como alejándose poco
a poco, los gemidos y el llanto histérico de la muchacha.
Carlo se quedó petrificado, no tenía ni idea de qué era lo que
había hecho. Lo que estaba claro era que Giulia no parecía muy
cuerda y su reacción no era en absoluto normal.
Con lentitud se duchó y se vistió, tenía muchas ganas de salir a la
calle y de tomar el aire. El día ya se le estaba haciendo muy largo
y muy pesado. El ambiente comenzó a ser cada vez mas fresco.
Anochecía con rapidez y lo que parecían truenos comenzaban a oírse
a los lejos.
Empezó a pasear por las calles de Roma en dirección al centro, sin
saber muy bien adonde se dirigía.
Cada vez los truenos sonaban mas cerca e iluminaban las ya bastante
desiertas calles. La temperatura había bajado bastantes grados y el
ruido dio paso a la lluvia, intensa y persistente, que en un
momento empapó toda la ciudad y al propio Carlo. Pero no le
importaba en absoluto, casi que la fría lluvia le aliviaba un poco
su propio sufrimiento.
En esos momentos se sentía muy triste y desconcertado. No era
suficiente que su padre acabara de morir, tenía además que soportar
la excentricidad de Giulia y la insensatez de Estela. Hasta tenía
que soportarse a sí mismo, a su propio egoísmo. Tal vez tuvieran
razón todos y toda la culpa fuera suya. Tal vez fuera verdad y él
fuera un ser insensible y egocentrista que siempre hacía sufrir a
todos los que le rodeaban.
Con esos pensamientos en su cabeza, tal vez anduviera durante
varias horas. Con certeza, y sin proponérselo se había dirigido
hacia el Foro Romano, sin percatarse bien de a donde había ido a
parar, hasta que lo tuvo encima, y levantó la vista y allí estaba,
mas bello que nunca, iluminado por las luces nocturnas, y
resplandeciente, como si todo su conjunto tuviera vida
propia.
Con la lluvia se le presentaba así, desnudo ante él. Como dos
amigos cara a cara que se conocen tanto que ya no pueden ocultarse
nada. Así lo veía, y sin remedio le reconfortó esa visión tan
bella, hasta lo mas profundo de su corazón. Pero Carlo no tenía
intención de detenerse todavía, así que continuó andando y un poco
mas lejos divisó el grandioso Coliseo. Allí estaba, frene a él,
imperturbable, como saludándole y llamándole a su vez para que se
acercara mas. Y así lo hizo, acudió hasta el y él lo recibió
encantado, majestuoso y espléndido, como un estandarte de la
grandeza humana de otro tiempo venida a menos. No lo podía evitar,
le recordaba a si mismo en sus horas bajas, como se sentía
ahora.
Deambuló por la ciudad durante mas tiempo todavía, hasta que cesó
la lluvia y las calles poco a poco comenzaron de nuevo a bullir de
gentes. Pero a él poco le importaban, solo deseaba caminar y
deshaogarse de aquella forma. Al final, agotado, helado de frío y
harto de sus propios pensamientos, paró un taxi y se dirigió de
nuevo a su hotel. Al fin se durmió con el cerebro lleno de
pensamientos y el corazón de inquietudes y la noche todavía se le
hizo muy, muy larga.
El calor en Madrid, esa mañana, era asfixiante. Carlo se dirigía al
cementerio cuando el teléfono le sonó en el bolsillo de su
americana, y no pudo evitar el sobresaltarse ligeramente. Estaba
realmente nervioso. Todos los acontecimientos vividos esos días
atrás le habían alterado bastante y no lo podía evitar.
─Cuando lo miró en su mano, contestó sin pensarlo─hola Estela─dijo
sin mucho entusiasmo.
─Hola, ¿como estás?─la dulce voz de Estela sonó al otro lado del
teléfono móvil─voy hacia el cementerio, Carlo, nos veremos allí en
unos minutos, tengo muchas ganas de verte.
─Está bien,..... yo estoy a punto de llegar.
Los sentimientos de Carlo, ahora, eran todavía mas contradictorios.
Por un lado le apetecía ver a Estela, se lo decía el corazón, pero
por otro, la razón le aseguraba que sería mejor no encontrarse, de
todas formas no podía rehuirla mas, conociéndola, antes o después
se vería obligado a verla. Estela no era persona que cediera con
facilidad en sus propósitos.
La ceremonia del entierro fue casi mas triste de lo que esperaba.
Su hermana Hanna no cesó de llorar durante todo el tiempo que duró
el acto religioso, y a el mismo, en algunos momentos, se le
escapaba alguna lágrima, por lo demás, nada interesante. La
presencia cínica y distante de su cuñado se dejó ver con claridad,
junto a su hermana, pero a la vez muy distante de ella, eso se
notaba a la perfección.
Con seguridad no había querido perderse la ceremonia para seguir al
tanto de lo que pasaba, por lo único que era evidente que le
preocupaba: el dinero de su suegro.
Lo que le extrañó mucho a Carlo fue que Estela no hiciera acto de
presencia en toda la celebración del funeral.
Al final pensó que no le habría dado tiempo de llegar, pero que sin
duda, en breve, se pondría de nuevo en contacto con él.
De todas formas no tenía ganas de mas líos, así que se despidió de
su hermana y de su “simpática” sobrina y se marchó a su confortable
apartamento. No podía dejar de pensar en que aquello constituía un
punto y aparte en su vida. Estaba seguro de que su responsabilidad
ahora con su padre le empujaba a solucionar, de una vez por todas,
el misterio de sus notas manuscritas, y aquello le llevaba, sin
dudarlo, a viajar a Jerusalén en el mas breve espacio de tiempo
posible.
Sumido en esos pensamientos, de nuevo sonó su teléfono y al otro
lado de la linea, la voz, esta vez entrecortada, de Estela, sonó
mas grave que de costumbre.
─¡Carlo, por favor, necesito que me ayudes!.
─¿Que es lo que te pasa Estela?─Esta vez sí que había conseguido
preocuparle y llamar de verdad su atención.
─Si quiere volver a ver con vida a la muchacha, deberá seguir
instrucciones y por su puesto no hablar con la policía ni con
nadie, es un aviso......─una voz muy grave, como de ultratumba sonó
entonces y Carlo no pudo evitar que el corazón le diera un
vuelco.
─Pero, ¿quien es usted, y que quiere?─dijo Carlo con voz nerviosa.
─Insisto, si quiere volver a ver con vida a su amiga deberá seguir
instrucciones. Pronto las recibirá.
A continuación la linea se cortó y Carlo ya no escuchó mas que el
desagradable sonido de la ruptura de comunicación.
Ahora si que no sabía que hacer, ¿quien podría tener interés en
secuestrar a Estela, y para que?. Las preguntas se agolpaban en su
cabeza sin tener ninguna respuesta lógica para ellas.
Tampoco sabía que hacer con respecto a la policía, era arriesgado
contactar con ellos, y por otro lado, si le sucediera algo a
Estela, nunca se lo podría perdonar. No sabía que hacer.
Por lo menos parecía que sus sentimientos hacia ella se iban
aclarando, era evidente que estaba muy asustado y preocupado por
ella y eso era claro síntoma de que Estela le importaba mucho, mas
de lo que tal vez él deseaba.
Lo mejor sería, de momento, esperar nuevas noticias de los
secuestradores, esperaba que no tardaran mucho en ponerse de nuevo
en contacto con el. Permaneció junto al teléfono, sin moverse,
durante horas, pendiente de que de nuevo sonara y las instrucciones
prometidas llegaran.
Al final, rendido y agotado, se durmió. Pero aun se despertó de
nuevo muchas veces creyendo oír el sonido de la llamada y soñando
entretanto con el bello rostro de su anhelada amiga.
El día comenzaba a clarear por la ventana de su apartamento cuando
se sobresaltó de nuevo y el corazón comenzó a latirle a ritmo de
galope al oír el agudo sonido de su teléfono.
─Si quiere volver a ver a la muchacha con vida, deberá viajar a
Jerusalén y allí seguir instrucciones. Coja el primer vuelo que
salga y por su puesto no contacte con la policía ni con nadie si
quiere volver a verla.
─¡Pero, oiga!, ¿quienes son ustedes?, ¡dejen en paz a la chica,
ella no tiene nada que ver con todo esto!─Carlo se calló al darse
cuenta de que al otro lado de la linea ya no había nadie.
¿Que debía de hacer?, en su cabeza resonaba esa pregunta una y otra
vez. Lo lógico sería dar parte a la policía, pero por otro lado, no
se atrevía a dar semejante paso. Estaba muy asustado.
¿Y si fuera verdad que estaba tratando con expertos asesinos y
Estela sufriera algún daño?. Podría tratarse de una banda
internacional que siguiera los pasos de la herencia de su padre
desde hacía muco tiempo, o algo así; no podía arriesgarse. Parecía
que la cosa iba en serio, no le había dado la impresión de que
fueran unos secuestradores aficionados, la voz y la manera de
dirigirse a el, parecía de profesionales, no cabía la menor
duda.
Si lo que querían era dinero, pues se lo daría, o lo que fuera, a
el no le importaba lo mas mínimo el dinero, pero a Estela, a ella
no podía ponerla en peligro, desde luego que no.
Recordó entonces lo que le sucediera en Roma, en casa de sus
padres, cuando fue noqueado sin miramientos por alguien que andaba
detrás de la información que él mismo buscaba.
No pudo mas que pensar en su cuñado, siempre había sospechado que
el se encontraba detrás de todo aquello, pero si así fuera esta vez
se había pasado de la raya, secuestrar ya era otra cuestión y mucho
mas grave. Aunque, por desgracia, y de momento, todavía no tenía
pruebas para acusarlo.
Alberto era listo, seguro que tendría sus buenas coartadas en caso
de que se decidiera a acusarle.
No tenía mas remedio que obedecer a lo que le dijeran y rezar para
que todo saliera bien y Estela no sufriera el mas mínimo
daño.
CAPÍTULO 4
El avión aterrizó en el aeropuerto de Ben Gurión, sin ningún contratiempo, y Carlo se dirigió en taxi al hotel “King David”. Hermoso hotel y muy bien situado en Jerusalén, donde se hospedaría mientras realizara las gestiones que le habían traído a la bella y enigmática ciudad.
Carlo estaba bastante angustiado, no podía evitar sentirse nervioso y desasosegado por la situación en que estaba inmerso. Su ansiedad, a medida que se había ido acercando al hotel, iba en aumento. No podía dejar de pensar en Estela, ¿estaría bien o habría sufrido mientras tanto algún daño por parte de sus secuestradores?. Si así hubiera sido, jamás se lo podría perdonar.
Pero Carlo no tuvo que esperar mucho tiempo para recibir nuevas noticias. Nada mas bajar del taxi, como si de verdad lo estuvieran observando, su teléfono móvil sonó.
─Debe dirigirse, esta tarde a las tres en punto, a la Gran Sinagoga de Jerusalén, si quiere volver a ver a Estela con vida─la misma voz ronca de hacía unos días, que parecía salir de un ser de otro mundo, volvía a resonar en los oídos de Carlo, a la vez que su corazón se aceleraba en un instante.
─¡Pero, oiga, escúcheme!─Carlo se calló enseguida al darse cuenta de que su interlocutor había colgado ya el teléfono. No le había dado opción a plantearle la cuestión que tenía pensada: intentar volver a escuchar la voz de Estela, y así comprobar que seguía en perfecto estado.
Resignado, y bastante nervioso, entró en el
hotel y se dirigió a realizar los trámites para su estancia
allí.
La hermosa e intrigante ciudad de Jerusalén, en esos momentos,
había perdido para el gran parte de su atractivo. Siempre le había
resultado una ciudad única y hermosa, y a la vez cálida y
acogedora, pero enigmática, sin duda.
Ahora no se sentía, como otras veces, un turista mas en busca de
descubrir las maravillas que escondía. Estaba mas bien dispuesto a
ir al grano y resolver de una vez por todas todo aquel misterio que
le rodeaba y que iba adquiriendo tintes de rompecabezas y que,
además, empezaba a agobiarle demasiado.
Apenas si comió algo, sentía un nudo en el estómago que le impedía
ingerir alimentos sólidos. Pero trató de descansar su mente, muy
inquieta, mientras esperaba la hora de acudir a su cita. Era mucho
mejor relajarse y enfrentarse a lo que viniera con la mente lo mas
clara posible.
Mientras acudía a su cita vespertina, a no mucha distancia de su
hotel, la inquietud y los nervios volvieron a hacer su aparición.
Si lo que querían era dinero se lo daría sin problemas, pero una
idea en su cabeza prevalecía sobre todo lo demás: que no le
hicieran daño a Estela ni nadie mas saliera perjudicado con
aquello.
De nuevo, casi a las puertas de la Gran Sinagoga, el teléfono
volvió a sonar: “pregunte por el Rabino Malaquías Salem y siga
instrucciones”.
Esta vez, Carlo ni se molesto en hablar con el secuestrador, sabía
que le colgaría el teléfono al instante, y así fue.
Carlo entró, saludando y flanqueando al guarda de seguridad, en la
imponente sinagoga, y se colocó la “kipá” en la cabeza, como sabía
a la perfección que había que hacer. Era su costumbre, siempre que
iba a Jeruslén se la llevaba, bien doblada en uno de los bolsillos
de su chaqueta, presta para ser utilizada en cuanto fuera preciso.
A él, no le gustaba en absoluto ponerse otra kipá, por muy nueva
que estuviera, que no fuera la suya.
Tras la esbelta cúpula de la entrada, que parecía tocar el cielo, y
que por otro lado era evidente que esa era su función, parecer que
tocaba el cielo, penetró en la sala de lectura. Los judíos estaban
dispuestos a ambos lados del pasillo frente a la Torá, en silencio,
oración, y estudio.
─Se dirigió directamente hacia el rabino que parecía encargado de
dirigir todo aquello, sentado en una pequeña mesa, en un extremo de
la sala─disculpe, por favor, ¿el Rabino Malaquías Salem?.
─Sí, ¿es usted Carlo Malena?─al oír la respuesta del rabino, a
Carlo el corazón le dio un vuelco, y en un preciso instante, pensó
en todas las posibles causas por las cuales ya le estaban
esperando.
─En un momento llegó a la conclusión de que alguien ya le había
solicitado una cita con el rabino, y pensó que era mejor seguirle
la corriente─sí, soy yo, Carlo Malena─contestó enseguida.
─Venga usted conmigo─le dijo con amabilidad el anciano rabino, a la
vez que, lentamente, con parsimonia, se levantaba de su silla y se
dirigía, sin prisas, hacia el fondo de la sala.
Carlo lo siguió tan despacio que le dio tiempo de observar con
detenimiento toda aquella bella estancia, muy ordenada, con sus
terciopelos azules y sus luces bien dirigidas hacia lo que era lo
mas importante para ellos: su ley divina, dada por el mismo Dios en
persona al pueblo Hebreo en el Monte Sinaí.
Y el pueblo de Dios, desde entonces, con mas o menos dedicación, se
había dejado invadir por aquel escrito sagrado, que hoy en día
continuaba dirigiendo sus vidas.
Multitud de hebreos dedicaban muchas horas de su tiempo al estudio
y a la meditación de aquella “Torá” que era para ellos el centro de
su existencia.
Carlo había dejado de practicar aquella religión, que era también
la suya por derecho de nacimiento, pero en momentos como aquellos,
en aquel lugar que parecía tan sagrado y observando aquella gente
tan devota, él, sin poderlo evitar, se sentía enseguida uno mas de
ellos.
Por fin llegaron a otra estancia, mas discreta, pero en la que,
nada mas entrar, Carlo se dio perfecta cuenta de que emanaba
estudio y reflexión.
En una mesa, tras unas pequeñas gafas situadas en la punta de una
afilada nariz, un hombrecillo de rostro enjuto, sonriente, le
saludó con una frase que Carlo hacía tiempo que no escuchaba:
“shalom”.
Carlo respondió al saludo como había que hacer: “Shalom, rabino”, y
a continuación ambas manos diestras se fusionaron en una sola, y
Carlo sintió, con ese contacto tan cálido, una suave y
reconfortante paz en su interior.
En un instante se sintió como hacía días que no se sentía,
relajado, en paz consigo mismo y a gusto. Sin duda la experiencia
de encontrarse allí, y el rememorar tantos sentimientos perdidos en
su inconsciente, pero fuertemente arraigados desde pequeño, le
habían hecho revivir todas aquellas sensaciones. ─El rabino le hizo
una señal para que se sentara frente a el y a continuación le
preguntó─así que es usted Carlo, el hijo de mi querido amigo Elías,
¿como se encuentra, por cierto?.
─Carlo tardó un momento en contestar, como si quisiera darle tiempo
a su interlocutor para que pensara en lo peor─pues, lo cierto, es
que mi padre murió hace unas semanas.
─El rostro de Malaquías cambió súbitamente de expresión, tornándose
mas serio y con un leve gesto de dolor─qué pena─dijo al fin, tras
un breve silencio─pero, en fin, es ley de vida, el bueno de Elías
ya estará con el Altísimo.
Carlo se sintió tan a gusto con aquel anciano, que le recordaba
mucho a su padre, que sin darse cuenta, en cuestión de minutos, ya
le había contado a aquel ser sabio y prudente toda la historia que
llevaba escondida en su corazón desde hacía tanto tiempo.
Malaquías había escuchado con atención todo el relato, en silencio,
solo asintiendo de vez en cuando con la cabeza en algunos momentos,
sobretodo cuando Carlo hacía referencia a su padre.
─Al fin, tras un momento de silencio, Malaquías habló─es muy triste
todo lo que me ha contado usted, Carlo, es evidente que todo está
relacionado con la herencia de su padre, de la que en buena parte,
yo soy custodio. Es muy triste que el corazón del hombre sea capaz
de hacer daño a sus semejantes por el hecho de querer enriquecerse
a costa del bien ajeno.
─Si, Rabino, es muy triste─aseveró Carlo, que se encontraba con
aquel pequeño hombre muy a gusto.
─Pero eso es un hecho que no podemos negar, como dice nuestra Torá,
el mal habita en el corazón del hombre, al igual que el bien, pero
este por contra, viene directamente del Altísimo y el otro, el otro
habita en el corazón malvado.
─Es cierto, rabino.
─Esto vamos a tener que tratarlo con discreción y con
sabiduría─continuó hablando el rabino, tras un breve silencio, como
recargando energía y a la vez reflexionando sobre lo que había que
hacer.
─Solo temo que Estela pueda sufrir algún daño─dijo Carlo,
manifiestamente preocupado.
─Lo mejor va a ser que este tema lo comuniquemos a la policía, pero
mejor dicho, se lo voy a comunicar al “Mosad”, nuestra agencia de
inteligencia, con la que mantengo muy buenos contactos,
directamente, así mejor, seguro que actuarán con mayor seguridad
para todos─reflexionó Malaquías en voz alta. ─Bien, rabino, confío
en usted plenamente─dijo Carlo, mas tranquilo, pero todavía con
algunas suspicacias.
─Pero antes, venga usted conmigo, mi querido amigo, debo hacerle
entrega, sin mas demora, de lo que su padre me encargó en su día
que le diera.
Carlo siguió al rabino hasta otra estancia próxima donde gran
cantidad de libros, pergaminos y folios manuscritos se agolpaban en
estanterías, mesas y vitrinas.
Malaquias accedió a un compartimento secreto tras unos espejos
bellamente decorados. En un rincón de la habitación y ante la
atónita mirada de Carlo el sabio rabino descubrió una pequeña caja
fuerte.
Carlo se sorprendió de que al rabino no le importara lo mas mínimo
que él descubriera la ubicación del compartimento secreto. Pero era
un hecho, allí ante sus ojos, a pocos metros, Malaquías estaba
introduciendo la clave en la caja fuerte, para después abrir con
otra llave que llevaba atada a la cintura, y mostrar el
contenido.
Malaquías le hizo una señal para que Carlo tomara asiento en una de
las bellas sillas que allí había, y que Carlo calculó enseguida que
su antigüedad podría situarse en poco mas allá de la época del
renacimiento.
Los ojos de Carlo se posaron de inmediato en lo que ahora
trasportaba en sus manos Malaquías. Era una preciosa cajita de
terciopelo azul que el rabino sujetaba con sumo cuidado, y que
depositó, aun con mas cuidado, encima de la mesa, frente a
Carlo.
─Mi querido amigo─dijo el rabino─le voy a mostrar lo que por
herencia y voluntad de su padre, ha sido objeto de rencillas y
perversiones hasta la fecha.
El silencio era sepulcral, mientras Malaquías abría
parsimoniosamente la bella cajita. Y lo que vio Carlo a
continuación superaba con creces todo lo que se hubiera podido
imaginar. Ante él , poco a poco, fueron apareciendo un sinfín de
piedrecitas muy brillantes, de todos los tamaños posibles, que
Carlo enseguida identificó como diamantes.
─Esto, Carlo Malena, es la herencia de su padre─dijo a continuación
el rabino con solemnidad, mientras terminaba de volcar todo el
contenido de la caja sobre un pequeño lienzo de
terciopelo.
─Es, es,....increíble, acertó a decir Carlo, con voz trémula,
mientras los ojos se le enrojecían y se le llenaban de
lágrimas─nunca hubiera imaginado que mi padre pudiera haber amasado
tal fortuna.
─Comprenderá ahora porque esto ha sido el objeto de tanta
codicia─dijo Malaquías.
─Yo sabía que mi padre tenía bastantes negocios de todo tipo, desde
luego, pero nunca, y menos fuera de Europa, tuve la menor noticias
de que se dedicara a la compra de diamantes.
─Mi buen migo Elías en los últimos años de su vida y por causa de
nuestra gran amistad, me confesó que no se fiaba nada del marido de
su hija, creo recordar que se llama Alberto, ¿no?.
─Sí, rabino, en verdad que no es una persona de fiar. Pienso yo
también, como ya le dije, que, con seguridad, Alberto está detrás
de todo esto. ─Comprenderá entonces porqué su padre me confió este
tesoro y porqué tuvo tantas precauciones para que no fuera fácil
seguirle la pista. ─Estoy, de verdad rabino, asombrado con todo
este tema y preocupado también, me siento bastante agobiado, y como
le comentaba, no se bien que hacer, sobretodo porque hay personas
inocentes involucradas, y como ya le dije, es mi mayor preocupación
el procurar que no sufran ningún daño, y entre ellas, además de
Estela, que permanece secuestrada, le incluyo a usted mismo,
rabino, no me gustaría que sufriera ningún daño. Nunca me lo
perdonaría.
─Ah, por eso no se preocupe, amigo, yo soy ya viejo y no le temo a
la muerte, para mi lo importante es cumplir lo que el Altísimo,
bendito sea, me ordene en todo momento, y esto sin duda, viene de
su parte. Pensamos que el Altísimo bendice a las personas tanto con
bienes materiales como con los espirituales, y los dos deben ser, a
ciencia cierta, igual de importantes. ─Le agradezco de corazón todo
lo que esta haciendo por mi y por mi familia, de verdad.
─De momento, si le parece bien, volveremos a guardar los diamantes
en su sitio y como le comentaba antes, pondremos de inmediato el
tema en conocimiento del servicio secreto─concluyó
Malaquías.
Carlo volvió a sentarse en el despacho del rabino, mientras él se
ausentaba durante un buen rato para, según le dijo, llamar a su
amigo del “Mosad” y darle buen conocimiento de todos los
hechos.
Malaquías volvió de nuevo a su despacho, tras unos minutos, con un
semblante bastante relajado, cosa que tranquilizó un poco mas a
Carlo al percatarse de ello. ─Me ha comunicado el agente del
“Mosad” que ya estaban al tanto de parte de lo que les he contado,
afortunadamente nuestro servicio secreto es muy eficiente y por lo
visto seguían la pista de un individuo de su país, con bastantes
antecedentes delictivos, que llegó en el mismo vuelo que usted
procedente de España.
─Desde luego si que son eficientes, si viajó en el mismo vuelo que
yo, pues ni me había enterado que me seguían tan de cerca─dijo
Carlo sorprendido. ─Claro, para eso ellos son profesionales y
entienden de su trabajo, querido amigo─y el rabino, en ese momento
hizo hasta un conato de reírse, sin duda, influenciado por lo
orgulloso que se sentía de su país y de todo lo que se relacionara
con el.
─Pues, es verdad, yo entiendo de medicina y ellos pueden entender
de su trabajo con la misma intensidad, eso puedo comprenderlo bien.
─Sí, es cierto, es usted médico cirujano, perdone que no me haya
referido a usted como doctor, no lo pensé─dijo Malaquías, todavía
dándole vueltas al hecho.
─No se preocupe, rabino, no tiene importancia, puede usted llamarme
Carlo, sin problemas.
Siguiendo las instrucciones del “Mosad” y del “Yamam” o servicio de
élite de la policía Israelí, dedicado sobretodo al tema de los
secuestros, dadas a través del rabino, Carlo abandonó la sinagoga
con la certeza y la tranquilidad de que los agentes estaban ya
controlando todo lo que sucedía en su ciudad. Y con la invitación
de acudir aquella misma noche o al día siguiente a mas tardar,
invitado a cenar a casa del rabino, junto a su hija. Dependía de
como se desarrollaran los acontecimientos.
─Como estaba esperando, el teléfono móvil de Carlo no tardó en
sonar, en cuanto pisó la calle, y Carlo lo cogió sin tardar─el
paquete que ha recogido en la sinagoga nos lo va a entregar integro
en el lugar que le indiquemos, si aprecia en algo la vida de su
amiga. Seguirá nuevas instrucciones─y la voz, al otro lado de la
línea, sin mas, como sucedía siempre, colgó el teléfono.
Carlo volvió a su hotel y permaneció a la espera de la nueva
llamada. Ahora estaba mucho mas tranquilo y confiaba en que la
policía de España también estuviera al tanto de la situación para
desenredar eficazmente la trama urdida contra el y contra
Estela.
Lo que mas le preocupaba era el estado en que se encontraría
Estela, no se la podía quitar de la cabeza, si le sucediera algo
malo por su culpa, jamás se lo perdonaría; había que actuar con
cautela y a la vez con decisión.
El dinero, pensaba una vez mas, no le importaba mucho, aunque por
otro lado, no quería tampoco defraudar a su padre, que tanto había
luchado para dejarles una buena herencia, a el y a su hermana.
Definitivamente debía luchar por eso también, en cualquier caso
estaba decidido a seguir al pie de la letra las instrucciones de la
policía, sería lo mejor.
Con esos pensamientos en su cabeza, dándole vueltas y vueltas, sin
poder evitarlo, tumbado en la cama de su habitación del hotel, al
final se durmió.
El fuerte timbre de su teléfono móvil le despertó de un sobresalto.
Estaba empapado en sudor, le dolía bastante la cabeza, y a pesar de
que no había comido nada desde el desayuno, no sentía la mas mínima
hambre, al contrario, sentía un nudo en el estómago y mas bien
ganas de vomitar.
─Debe dejar el paquete en la papelera que se encuentra enfrente del
hotel “Tres Olivos”, frente al gran olivo, a las ocho en punto de
la noche. La vida de su amiga pende de un hilo.
A pesar de que le habían asegurado que todo estaba bajo control,
Carlo no pudo mas que sentir otra vez un nudo en el estómago y el
corazón ir acelerándose poco a poco cada vez mas.
Esperaba que la policía hubiera escuchado también el mensaje, a
esas alturas, pensaba que con toda probabilidad, desde que pisara
Israel, su teléfono debía de estar intervenido, seguro.
Él mismo trataba de tranquilizarse. Se dirigió en taxi hacia el
lugar indicado con suficiente tiempo, conocía bien el hotel. La
explanada exterior era un hermoso lugar donde se encontraban los
tres olivos, que rememoraban la estancia del rey David a las
afueras de las murallas, componiendo una bella salmodia, en un
conocido pasaje de la historia del pueblo Hebreo.
El lugar distaba lo suficiente del suyo como para tener que acudir
en taxi. Bajo el brazo llevaba el pequeño paquete, hecho con una
caja vacía envuelta en papel que le diera el rabino según
indicaciones de la policía, y ahora confiaba en que detuvieran al
secuestrador de Estela en España, antes de que se descubriera el
engaño y ella pudiera sufrir algún daño.
Se encontraba nervioso, no lo podía evitar, y por otro lado, le
asaltaba la misma idea desde hacía varios días: era cierto, Estela
le importaba mas de lo que el creía. En cuanto pasara todo aquello
debía aclarar mas de una cuestión, seguro que lo haría.
Faltaba mas o menos un minuto para las ocho en punto de la noche
cuando Carlo depositó el paquete en la papelera indicada.
Por allí no se veía a nadie sospechoso, solo algunas parejas de
turistas que entraban o salían del lujoso hotel, pero nadie se veía
cerca del gran olivo. Así que salió despacio, andando hacia la
acera de enfrente, todo permanecía en calma, mirando de vez en
cuando hacia atrás siguió andando hacia el interior de la vieja
Jerusalén, en dirección a la puerta de Haiffa, según las
indicaciones dadas por el rabino.
Antes de llegar a la hermosa puerta, cuando ya se encontraba en la
gran explanada que le daba acceso, el corazón le dio un vuelco. Un
sinfín de sirenas y de coches de policía comenzaron a pasar por la
transitada avenida que discurría junto a el.
Se paró y se quedó mirando el espectáculo, desde luego si eran los
policías que habían detenido a sus sospechosos, la dirección que
llevaban coincidía.
Confiaba con todo su ser que así hubiera sido. Había una vida en
juego. Todavía observando a lo lejos el ajetreo de coches y de
sirenas le sobresaltó de nuevo el sonido de su teléfono
móvil.
─¿Doctor Carlo Malena?─se oyó una voz potente al otro lado del
teléfono con acento extranjero─aquí el comisario de policía
Haffner, de la brigada criminal.
─Si, soy yo, dígame comisario─contestó Carlo, con un nudo en el
estómago y mas asustado que nunca, sin poder evitar el
sobresaltarse aun mas al oír lo de “brigada criminal”.
─Doctor, debo comunicarle que la operación ha sido un éxito. Y que
debe pasarse usted por la comisaría del distrito, mañana a primera
hora, sin falta, para firmar su declaración.
─Pero, dígame, comisario, ¿han detenido a todos los secuestradores
y liberado a la secuestrada?, ¿se encuentra bien Estela?. ─Por
supuesto señor Malena, todos en Jerusalén y en Madrid han sido
detenidos simultáneamente, incluida la tal Estela Gerson.
─No, no puede ser, se han equivocado, señor, Estela era la que
estaba secuestrada en Madrid─Carlo elevó el tono de su voz y
continuó poniéndose cada vez mas nervioso ante las noticias que
estaba escuchando.
─Perdone usted, Doctor, pero no va a decirnos a nosotros a quien
tenemos que detener. Estela estaba involucrada en la extorsión,
haciéndose pasar por secuestrada. La policía Española nos ha
confirmado lo que ya sospechábamos. Lo siento pero ha sido usted
objeto de un engaño en toda regla.
─No me puedo creer lo que me está diciendo, comisario, ¿seguro que
no es un error?, Estela, yo pensaba, que de verdad la tenían
secuestrada, y ¿ahora me dice que era mentira?, me cuesta mucho
creerlo, si es así me ha engañado totalmente─dijo Carlo con un nudo
en la garganta, visiblemente afectado. ─Lo siento, señor Carlo pero
las cosas aveces, mas de lo que nos imaginamos, suceden así, me
temo que ha sido usted objeto de un burdo engaño. Pero no se
preocupe, como ya le digo han sido todos detenidos y puestos a buen
recaudo, no tiene usted ya nada que temer.
Aún estaba Carlo escuchando las ultimas palabras del policía,
cuando un estruendo ensordecedor y un relámpago enorme iluminó la
ya negra noche del cielo de Jerusalén y un aire huracanado comenzó
a agitar a todos los transeúntes y al propio Carlo, que tuvo que
hacer un esfuerzo para no desequilibrarse al sentir de lleno una
ráfaga de un viento que comenzaba a sentirse muy fuerte y muy frío.
─Gracias comisario, mañana nos veremos─dijo Carlo, con ya muy pocas
ganas de hablar, dando por terminada la conversación.
Y de nuevo, Carlo comenzó a deambular por las calles de Jerusalén
sin rumbo fijo. Solo le daba vueltas en su cabeza a lo que acababa
de comunicarle el policía. No se lo podía todavía creer. Su amiga
Estela, por quien tan preocupado había estado, ahora resultaba que
le había engañado, que había sido todo una farsa lo de su
secuestro. ¡Todas las llamadas angustiadas que había recibido de
ella, eran mentira!. Se sintió fatal, solo tenía ganas que de
llorar, de rabia y de desesperación.
Pero, ¡como era posible!, ¿ya no había en este mundo ninguna
persona de la que se pudiera uno fiar?. ¿Solo le importaba a la
gente el dinero?, ¿hasta el punto de traicionar de esa manera a un
buen amigo?.
Una vez mas Carlo lloraba en su interior por la maldad de los que
le rodeaban. Y una vez mas la lluvia intensa y frenética le
empapaba de arriba abajo y le sorprendía deambulando sin rumbo por
las calles de una hermosa ciudad. Pero esta vez algo extraño y
diferente notaba Carlo, aun en el estado depresivo en que se
encontraba lo detectó. La lluvia era muy fría y la temperatura
había descendido de golpe muchos grados.
Era extraño, el otoño en Jerusalén no debía ser tan frío. No era
normal. Y acto seguido comenzó a oír un fuerte ruido como de
piedras golpeando los tejados y las aceras y se refugió en un
portal. El granizo hizo su aparición y el sólido elemento comenzó a
pavimentar de blanco toda la ciudad.
Carlo, sin darse cuenta, se había adentrado en la ciudad vieja y
ahora se encontraba en pleno zoco, aunque por la hora tan tardía y
por la noche tan desacogedora pocas tiendas se veían abiertas y
poca gente deambulaba por las calles.
Ahora, desorientado, empapado y helado de frío, no sabía bien que
hacer, así que en cuanto cesó de caer el granizo, aunque continuaba
lloviendo con intensidad, decidió seguir adelante en su caminar sin
rumbo definido.
Atravesó todo el zoco y llegó a una explanada grande, y perdido en
sus pensamientos, sin darse cuenta, se encontró frente a una bella
iglesia, en cuyo lateral leyó casi sin prestarle atención: “Iglesia
del Santo Sepulcro”. Se quedó mirando el exterior un buen rato, era
una iglesia antigua, no cabía duda, pero bastante sencilla, de ella
lo mejor, sin duda, debía de estar en su interior.
Carlo las veces que había estado en Jerusalén había preferido
visitar los lugares de culto de su propia religión: el Muro de las
Lamentaciones, La Gran Sinagoga y sitios así, pero nunca se había
sentido atraído a visitar los lugares santos de su otra religión
también conocida, aunque no practicada: la cristiana.
Tal vez fuera porque siempre que se aproximaba a esos lugares por
curiosidad, los encontraba atestados de gente, y a el no le gustaba
nada el bullicio. Pero ahora la tenía frente a sí y no había desde
luego gran aglomeración de gentes, mas bien estaba casi vacía, como
pudo comprobar al aproximarse a la entrada, justo en el momento en
que, por desgracia, estaban procediendo a cerrarla.
─Perdone señor─le dijo una voz firme, pero con cierto aire de
amabilidad─ya no puede pasar, es que vamos a cerrar.
Carlo se detuvo y se paró en seco, era una lástima, le apetecía
entrar en un lugar como ese, no sabía porque pero se sentía atraído
en aquel momento, cosa rara en el, por un lugar como aquel, de
recogimiento y silencio.
En fin, pensó, sin duda otro día se decidiría por fin a visitarla,
sentía curiosidad por saber algo mas de aquel personaje que había
sido clavado en una cruz, según había oído decir: “por nuestros
propios pecados”. En eso coincidían ambas religiones, en el tema
del pecado y en el del perdón, y presentía que debían coincidir
todavía en muchas mas cosas que el ignoraba, pero que ahora, no
sabía bien porque, se sentía atraído a descubrir.
Con todos aquellos pensamientos revoloteando en su cabeza, por un
momento, había olvidado el tema que tanto le había angustiado hasta
ese momento: el de su extorsión y el de la dolorosa traición de su
amiga Estela.
Ya era tarde y se encontraba de verdad agotado, mental y
físicamente. Además con el frío que se había vuelto tiritaba sin
poderlo evitar, de arriba abajo. Así que decidió coger un taxi y
volver a su hotel, donde comería algo y descansaría hasta el día
siguiente.
Sumido en los acontecimientos que había vivido durante ese agotador
día le resultó difícil conciliar el sueño, a pesar de lo cansado
que estaba, al final se durmió con una sola idea prevaleciendo en
su mente: la imagen de Estela, hasta hacía unas horas reconfortante
para él, se había vuelto amarga, era lo que mas le costaba retirar
de su cerebro.
Se despertó agitado y sudoroso durante la noche varias veces, con
su pensamiento fijo en Estela, era lo que mas le costaba asimilar,
sin duda, había sido un golpe demasiado traumático como para pasar
pagina rápidamente, debía asumirlo poco a poco.
En la comisaría no tuvo que esperar mucho
tiempo para ser recibido por el comisario Haffner.
El comisario era un personaje peculiar, iba bien vestido con su
traje de chaqueta impecable y su corbata a juego, pero su barba
rizada al estilo judío y su pelo, mas bien largo y rizado también,
no cuadraban con su vestimenta. Carlo pensó que su aspecto debía de
ser una especie de camuflaje para poder realizar así mejor sus
misiones de incógnito.
El caso era que su Español era casi impecable y su amabilidad, a
pesar de su aspecto tosco y voluminoso y de su voz muy grave, era
innegable.
Carlo se sintió enseguida a gusto hablando con aquel personaje que
parecía de verdad querer ayudarle, con sinceridad.
─Doctor, no le entretendré mucho, voy a tomarle declaración y en
cuanto terminemos usted podrá irse sin mas problemas─comenzó
diciendo el comisario nada mas recibir a Carlo, al tiempo que
amablemente le tendía la mano y le indicaba que podía sentarse
frente a él.
─Gracias señor comisario─contestó Carlo, aunque estaba un tanto
nervioso, pero poco a poco, sobretodo al observar la actitud de su
interlocutor, fue calmándose.
Pacientemente Haffner fue escribiendo en su ordenador todo el
relato que Carlo le iba contando, solo interrumpido por algunas
preguntas para que, mas que nada, puntualizar algunos datos. Se
veía que Haffner era una persona inteligente y avispada, y a pesar
de su aspecto, algo extraño, se mostraba con el muy
amable.
Le confirmó, ante la insistencia de Carlo, que Estela también iba a
ser acusada de extorsión y de pertenencia a banda armada, por lo
que, aunque no tuviera antecedentes delictivos, podrían caerle un
par de años de reclusión, por lo menos. Y lo peor de todo era que
el propio Carlo debería, sin duda, mas adelante, testificar en su
contra, en cuanto se celebrara el juicio. Eso era lo que peor
llevaba Carlo de todo aquello.
Sobre el tema de su cuñado Alberto, sobre el que Carlo había
insistido también en tratar, ya que pensaba que era el que estaba
detrás de todo el asunto, el policía se mostró, con extrañeza, muy
cauto, como si todavía no pudiera desvelar todos los datos de que
disponía.
Carlo pensó que, con seguridad, aún lo estarían investigando.
Habría de esperar todavía algún tiempo mas para verle tras las
rejas, pero todo llegaría, sin duda.
En cuanto Malaquías abrió la puerta y estrechó con suavidad su mano, Carlo se sintió mas a gusto y relajado. Al dar un primer vistazo a la casa del rabino, de inmediato y sin poder evitarlo, le recordó mucho a la casa de su padre en Roma, donde Carlo se había criado hasta los tres años y que no hacía mucho había vuelto a visitar, siguiendo las indicaciones de su padre.
Como aquella, en la de Malaquías abundaban las vitrinas y las estanterías, los libros y los objetos religiosos de todo tipo.─¿Como se encuentra usted, mi querido amigo Carlo?─le preguntó el rabino, con una amplia sonrisa, sabedor de lo mal que lo estaba pasando esos días Carlo.
─Mejor, gracias rabino─le contestó mientras tomaba asiento en un cómodo sillón en la estancia que Malaquías utilizaba para recibir a sus invitados, antes de pasar al comedor de su amplia vivienda.
─He sido informado por mi contacto en la policía de todo lo referente a la operación realizada en esta ciudad y en Madrid, y debo decirle, que aunque me alegro mucho de que todo se haya solucionado bien, me apena, como a usted, que su amiga Estela se haya visto involucrada en la trama de manera poco satisfactoria, lo lamento.
─Gracias, rabino, la verdad es que no me esperaba este desenlace tan traumatico para mi, por lo que todavía estoy francamente impactado por todo ello, pero, en fin, la vida sigue y espero poco a poco ir superándolo.
─Mi querido amigo, por desgracia, en la relación con las personas nos vamos sintiendo muchas veces defraudados por ellas, aunque es cierto que siempre hay que pensar en las circunstancias en su conjunto, me refiero a que por ejemplo, su amiga debió sin duda de estar muy influenciada por el resto de la banda. Le aconsejo, que antes de emitir un juicio de valor definitivo, sopese todas las circunstancias.
─Me sorprende que usted siga confiando, como puedo comprobar, en las personas, rabino, ojalá yo pudiera ser tan benevolente con los que me han defraudado.
─Yo solo me baso en la misma actitud que el mismo Altísimo tiene para con nosotros: aunque le fallemos una y otra vez, la verdad es que el siempre permanece atento para escucharnos de nuevo, esa es la realidad, ¿no le parece?.
─Supongo que sí, rabino, me gustaría poder
experimentar todo lo que usted me expresa, pero de momento mi fe no
llega a tanto.
─Si usted persevera y continua en contacto con la palabra de Dios,
eso le será regalado, sin duda─concluyó rápidamente Malaquías la
conversación, ya que de nuevo sonó el timbre de la puerta de la
casa y el rabino, con una agilidad un tanto sorprendente, de un
brinco se puso en pié y se dirigió veloz hacia la entrada de la
casa─debe de ser mi hija, ahora la conocerá usted.
Carlo también se puso en pie y se quedó esperando en la sala para
conocer por fin a la querida hija del rabino, pues era evidente que
Malaquías estaba muy orgulloso de ella, y mas desde que hacía unos
años había enviudado y compartía desde entonces su vivienda y su
vida entera con su única hija.
Se oyeron voces a distancia y luego pasos aproximándose, Carlo
seguía expectante de pie, y entonces por la puerta apareció una
silueta esbelta y bien parecida, con un bello rostro detrás de un
oscuro traje militar.
Carlo en un principio se quedó sorprendido, algo atónito, sin saber
bien qué hacer y fue la mujer la que al darse cuenta de la sorpresa
de Carlo tomó la iniciativa y se acercó a él.
─Tu debes de ser Carlo ¿no?─un bellos rostro sonriente se le
acercaba inexorablemente, pero Carlo, influenciado sin duda por la
vestimenta militar, sin saber bien que hacer, le tendió la mano,
aunque la muchacha directamente le dio dos besos que le parecieron
muy dulces, notando Carlo a continuación como su cara se encendía
un poco en un tono mas rojizo, sin poderlo evitar.
─Sí, hola─dijo Carlo luchando sin éxito para que no se notara
demasiado el nuevo color de su rostro.
─Le presento a mi hija Ruth─dijo Malaquías con una amplia sonrisa─
como habrá podido observar está haciendo, ahora mismo, el servicio
militar. ─Sí, aunque ya estoy en el segundo año y por tanto
terminando─se apresuró a decir Ruth, como quitándose con ello un
gran peso de encima. ─Si, tengo entendido que aquí el servicio
militar lo hacen tanto los hombres como las mujeres, y que dura
eso, dos años─añadió Carlo, tratando de que no se le notara ya
demasiado la fuerte impresión que le había causado Ruth. ─Pueden
pasar al comedor cuando lo deseen─se oyó la voz de un personaje que
de repente apareció en escena, y que era sin duda el cocinero,
anunciando que la cena estaba servida.
─Así que tu eres Ruth, tu padre me ha hablado mucho de ti, pero no
me había comentado que estuvieras haciendo “la mili”, como decimos
en España─dijo Carlo, intentando ahora tomar la iniciativa,
mientras se acomodaba en una silla, junto a Ruth, en el comedor de
la casa.
─Si, y la verdad es que estoy deseando ya que esto termine cuanto
antes para dedicarme a lo que de verdad me apasiona, la
geología─contestó Ruth sonriente, mientras se le iluminaba la cara
al contestar a Carlo con sinceridad.
─¿Así que eres geóloga?─preguntó Carlo, mientras continuaba mirando
fijamente a los bellos ojos grises de Ruth, casi hipnotizado por
ellos.
─Si, desde que yo puedo recordar, se ha sentido muy atraída por la
naturaleza y todo lo que ella contiene, en especial por la misma
tierra─dijo ahora el padre orgulloso, como queriendo ser partícipe
también de la historia.
─Es estupendo─dijo Carlo─a mi me fascina también la naturaleza y me
siento muy atraído por ella, es donde mas a gusto me
encuentro─tratando inconscientemente de encontrar con rapidez
vínculos comunes con Ruth. La comida, típica de sus creencias, fue
siendo degustada con avidez por los tres comensales. Todo era en
aquella casa lícitamente correcto: “kosher”, como decían ellos, y
Carlo se sintió muy a gusto en su compañía.
─Así que, Ruth, ¿en cuanto termines el servicio militar te vas a
dedicar a la geología?─volvió a preguntar Carlo.
─Si, tengo por delante varios proyectos de investigación y espero
continuar con ellos de inmediato, ya que los acontecimientos
climáticos se están apresurando mas de lo que
esperábamos.
─¿Que acontecimientos?, ¿que quieres decir?─preguntó ahora
intrigado Carlo.
─Tu debes de ser el único en toda Jerusalén que no se ha enterado
de lo que está pasando, Carlo─le dijo Ruth un tanto
sorprendida.
─Debe de ser por todo en lo que nuestro amigo Carlo se ha visto
involucrado últimamente, Ruth, todo el asunto de su extorsión, por
lo que ha estado demasiado ocupado en ello, ¿no?─dijo ahora el
rabino, queriendo acercar posiciones.
─Pero, ¿que es lo que está pasando?─dijo Carlo, ya muy
intrigado.
─Se está produciendo un cambio climático mucho mas acelerado de lo
que esperábamos, yo misma, antes de tener que realizar el servicio
militar, estuve estudiándolo y aun ahora no lo he perdido de vista,
pero como digo, espero retomar el asunto de lleno en
breve.
─¿Esto tiene algo que ver con el frío tal vez mas acusado de lo
normal para esta época del año que estamos viviendo?.
─¿Mas acusado?─exclamó Ruth─¿no te has dado cuenta de que estamos
solo a tres o cuatro grados sobre cero en pleno mes de septiembre?.
─Si, notaba algo extraño, pero la verdad es que yo no soy nada
friolero, al contrario, soy bastante caluroso, es decir, que no
soporto el calor, por lo que, la verdad, estoy encantado con este
fresquito.
─Ruth, y hasta el rabino, se rieron al oír la explicación muy
sincera de Carlo─ha sido una muy buena respuesta Carlo, ya te voy
entendiendo─dijo Ruth, aun medio riéndose, y Carlo se quedo una vez
mas, embelesado por la gracia de su anfitriona y sobretodo por su
bella sonrisa y por esos ojos tan expresivos que emanaban
serenidad.
─¿Y todo esto tiene que ver con el cambio climático y todo eso?
─preguntó Carlo.
─Desde luego que sí─contestó Ruth─por desgracia en los últimos años
se ha agravado el problema, hasta tal punto que ha sucedido lo que
mas nos temíamos: se ha visto alterada la corriente del golfo, que
es la que hasta ahora nos permitía tener ese clima tan benigno en
Europa.
─Sin duda, la avaricia y el egoísmo del hombre están destruyendo,
por desgracia, nuestro querido planeta, que el Altísimo, bendito
sea, en su infinita misericordia creó con tanto amor para nosotros,
en fin, una pena─dijo el rabino, con la voz hasta algo
afectada.
─Pues, no tenía conocimiento de que las cosas estuvieran tan mal,
me imagino que si aquí hace este tiempo tan frío, ¡como será en
Europa!.....─dijo Carlo, como reflexionando en voz alta.
─En toda Europa, y lógicamente, mas cuanto mas hacia el norte, se
está empezando a congelar todo, los ríos y hasta los mares. La
situación empieza a ser dramática, nos llegan noticias alarmantes
de todo el continente, salvo en la península Ibérica, donde el
tiempo aun se mantiene un poco mas cálido.
─Pero hay algo que todavía no comprendo, Ruth─dijo Carlo, muy
serio─¿como es posible que se esté instaurando una glaciación si
precisamente las temperaturas en estos últimos años han sido cada
vez mas altas?, debería ser al revés, ¿no?.
─No, verás─contestó Ruth─las temperaturas tan altas de estos
últimos años han hecho que el hielo acumulado en los polos se fuera
derritiendo, como sabrás.
─Sí, claro, eso lo sabía─dijo Carlo.
─Pues, al derretirse todo ese hielo, que lógicamente es agua dulce,
la salinidad del mar ha disminuido mucho, por lo que a la postre
ese ha sido el motivo por el que la corriente del golfo se haya
detenido.
Tras la buena cena, eso si de alimentos permitidos y perfectamente
elaborados según las leyes judías, la conversación amigable
continuó durante un buen rato mas entre los tres
comensales.
Carlo fue puesto al día por Ruth sobre todo lo concerniente al
problema de la nueva glaciación, que inexoráblemente se estaba
estableciendo en todo el hemisferio norte.
─Pues, tengo previsto viajar al norte de Europa en unas semana, en
misión investigadora, tal vez te interese acompañarnos Carlo.
Además, nos vendría muy bien llevar un médico, por lo que pudiera
pasar, y sobretodo porque parece que tu resistencia al frío es
considerable─dijo ahora Ruth con ironía, y todos se rieron a
gusto.
─Bueno, me encantaría, la verdad, además ahora mismo no tengo
obligaciones profesionales, así que estoy libre para ir adonde
quiera─dijo Carlo, sin poder evitar el pensar que así pasaría mucho
mas tiempo con Ruth, con quien comenzaba a encontrarse muy a gusto
y no podía evitar el sentirse muy atraído por ella.
Aunque por otro lado pensó: “no tienes remedio, Carlo, acabas de
sufrir un desengaño amoroso y ya estás liándote con otra mujer” y
él mismo en su interior se encogió de hombros y se fue sintiendo
cada vez menos dolorido por su reciente frustración con todo el
asunto de Estela.
Era cierto, el anunciado cambio climático estaba sucediendo a una
velocidad que estaba sorprendiendo hasta a los mas expertos. La
elevación de la temperatura global del planeta durante varias
décadas, había sido determinante al producirse el deshielo de los
polos, y por consiguiente la salinidad del mar había disminuido
tanto que al final había hecho detenerse a la corriente cálida del
golfo. Era un fenómeno temido, pero por desgracia esperado, aunque
nadie se podía imaginar que el cambio ocurriera tan deprisa. Tal
vez, coincidían los expertos, hubieran influido otras cosas, como
la contaminación en el propio golfo de Méjico, donde la corriente
del mismo nombre se formaba, y que hubiera hecho que su temperatura
no fuera tan alta.
Y hasta podría haber influido una disminución brusca de las manchas
solares, lo que haría que nuestro astro rey calentase algo menos,
aunque en esto no todos los expertos estaban de acuerdo.
Todo esto ya andaba dando vueltas en la cabeza de Carlo, datos,
cifras, teorías, conclusiones. Pero a él, ahora lo que mas le
interesaba era encontrar la manera de continuar estando con aquella
bella mujer que le estaba cautivando con su manera de hablar y de
reír y con su sabiduría, su simpatía y su sencillez.
¿Tal vez Carlo hubiera encontrado por fin a la mujer adecuada?, eso
se preguntaba el, mientras continuaba oyéndole hablar sobre toda
aquella historia del cambio en el clima y sus consecuencias. No
cabía duda de que el tema era interesante y de que a Ruth le
apasionaba, pero el comenzaba a sentirse bastante
perdido.
─Al final, y casi de improviso, Ruth se levanto con rapidez de su
asiento─me temo que debo irme, se me está haciendo tarde.
─¿Vuelves al cuartel?─le preguntó Carlo, sin poder disimular su
decepción.
─Sí, pero aun antes me quedan algunas horas de guardia por aquí
cerca─dijo Ruth─si quieres puedes venir conmigo,..... voy al centro
de la ciudad vieja, estaré allí un par de horas todavía.
─Aún estaba hablando cuando el timbre de la puerta de abajo sonó y
Ruth se apresuró a contestar─son mis compañeros que vienen a
buscarme, si quieres venir,.....─insistió Ruth, y a continuación
cogió el fusil, que había dejado en la entrada de la casa, y se
despidió de su padre con dos besos.
Carlo la siguió por la escalera, no sin antes despedirse también de
su buen amigo Malaquías, que como siempre le dio un buen apretón de
manos y le invitó a visitarlo pronto, cuando quisiera, él estaba
siempre a disposición de la gente, y mas de un buen amigo. Por otro
lado, mientras permaneciera en Jerusalén, tal como habían quedado
los dos amigos, los diamantes estarían a buen recaudo en la
sinagoga.
Carlo se encontraba, sin duda, mucho mejor que cuando había llegado
a aquella casa. Todos los acontecimientos vividos esos días atrás,
y que tanto le habían agobiado, ahora parecían diluirse poco a
poco, y estaban dando paso a otras nuevas perspectivas en su vida,
que le resultaban mucho mas atrayentes. ¿Sería verdad que el
Altísimo estaba empezando a escuchar sus oraciones, o era todo
fruto de la casualidad?. Él ahora en su corazón deseaba que fuera
verdad que existía un ser superior todopoderoso y próximo que le
estaba empezando a ayudar de verdad en su vida.
En la calle otros dos compañeros militares la estaban esperando, y
tras los saludos de rigor, los cuatro emprendieron, a buen ritmo,
el camino breve hasta la próxima puerta de Haiffa por donde
entraron a la ciudad vieja.
Carlo no se había percatado todavía del aroma de Jerusalén, sin
duda había estado totalmente centrado en sus problemas, pero ahora,
por contra, al estar mas relajado, el olor a especias y sobretodo a
“curry”, le invadió de repente, y en su memoria comenzaron a
resurgir sensaciones ya olvidadas desde hacía mucho
tiempo.
Siempre le gustaba recordar las ciudades en las que había estado,
en parte, por su aroma peculiar y esta, en verdad, que tenía el
suyo propio y era muy característico.
Enseguida Carlo se dio cuenta de que uno de los compañeros de Ruth
podría ser algo mas que un amigo, o por lo menos era evidente que
el lo pretendía, puesto que trataba sin pudor de permanecer al lado
de ella y de ejercer sus dotes de seducción con su amiga, eso era
bastante obvio y Ruth tampoco parecía rechazarlo.
En ese momento, Carlo se dio cuenta de que en su amiga había algo
que hasta ese momento todavía no había descubierto: era bastante
coqueta, y eso, en un principio le hacía hasta gracia, siempre le
habían gustado las mujeres un poco coquetas y un tanto
tímidas.
Por el contrario el otro compañero, el cuarto componente del grupo,
se mostraba mas distante, como pasando bastante de los demás, solo
parecía desear que aquella noche pasara rápido y él se pudiera ir a
dormir cuanto antes. Abraham, que así se llamaba el soldado mas
apuesto e interesado por Ruth, fue amable con el, pero a la vez se
le notó algo distante. Carlo estaba acostumbrado a pelear por las
mujeres que deseaba, así que no se inmutó demasiado, aunque comenzó
a surgir en el un deseo cada vez mayor de deshacerse de Abraham, y
de apoderarse solo para sí, con una fuerza irresistible, de la
mujer por la que ahora se sentía cada vez mas atraído.
Inmerso en la fresca y ya oscura noche de Jerusalén, embriagado en
parte por el olor de sus calles y por el propio aroma de Ruth,
Carlo comenzó a sentir una agradable sensación de bienestar. Ahora
recordaba perfectamente que esa sensación era muy típica de aquella
enigmática ciudad.
En ella uno se sentía seguro y relajado, como si estuviera en el
regazo de su madre. Como si la hubiera conocido con detalle desde
siempre, era una sensación de familiaridad. Sería por lo que
decían, que Jerusalén es la madre de todos y todos quieren estar
siempre en ella, no lo sabía seguro, pero a pesar de que la
compañía militar no dejaba de ser algo contradictoria, él estaba
disfrutando de su agradable paseo.
Sin darse cuenta, pronto llegaron al control policial que daba paso
al Muro de las Lamentaciones, su destino final. Y Ruth, entonces,
se las ingenió para dejar allí a sus dos acompañantes y continuar
la visita, solo con Carlo.
─Compañeros, voy un momento a enseñarle el Muro a nuestro amigo, si
me permitís,...... volvemos enseguida─dijo Ruth con esa sonrisa
suya tan cautivadora, que dejó sin posible respuesta a todos los
militares que se encontraban allí de guardia, y que nadie se
atrevió a rebatir.
─Eso,..... voy a aprovechar para acercarme un momento,
esto,.....para verlo de cerca, gracias─dijo Carlo al tiempo que se
apresuraba a seguir los pasos de su amiga que sin mirar atrás ya se
encaminaba hacia la explanada. Carlo sacó del bolsillo de su
chaqueta su kipá, bien doblada y preparada para aquellas ocasiones
y se la colocó en la cabeza, al tiempo que la mano derecha de Ruth
cogía con suavidad su mano izquierda y Carlo sentía su corazón
acelerarse, y el contacto de una mano suave y femenina en su
piel.
Los dos caminaron los metros que los separaban del muro despacio,
saboreando aquel momento y luego, separaron sus manos para
dirigirse cada uno al lado del muro destinado a hombres, y a
mujeres.
─Te espero aquí en unos minutos Carlo─le dijo dulcemente Ruth,
mientras le volvía a sonreír─voy a rezar por mi, y por ti
también.
Carlo le devolvió media sonrisa, aunque se encontraba un poco
sorprendido por la actitud tan cautivadora de su nueva amiga, pero
aquello le gustaba de verdad. Se dirigió directamente hacia el
Muro, lugar, según sus creencias, de la presencia real del
Altísimo, y último reducto del grandioso templo de Salomón,
destruido por los romanos hacía ya tantos siglos, pero que
representaba todavía y por siempre para el pueblo Judío, la puerta
de conexión entre este mundo de la tierra y el de los
cielos.
Allí oró con la voz y con el cuerpo, como sabía hacer, pronunciando
sus oraciones en voz baja y moviendo su cuerpo al unísono en
completa armonía. Y sintió en su corazón, en aquel lugar mágico,
que sus oraciones eran escuchadas. Rezó por su familia, sobretodo
por su hermana Hanna, que tanto debía de estar sufriendo por culpa
de su malvado marido Alberto, y hasta rezó por Estela. A pesar de
todo no le deseaba ningún mal, al contrario, deseaba que su vida se
viera afectada lo menos posible por su grave equivocación. Y por él
mismo, para que pudiera, por fin, encontrar el sentido de su vida
que tanto anhelaba hallar, y por último rezó por Ruth, ¡ojalá
pudiera estar siempre con ella!, en esos momentos lo deseaba con
todo su corazón.
Todavía Ruth debía permanecer un par de horas en aquel lugar de
control, por lo que Carlo decidió, mientras la esperaba, acudir a
la sinagoga del muro para leer la Torá, y así seguir disfrutando de
su recobrado y satisfactorio reencuentro con su antigua
religión.
Carlo volvió, tras el tiempo acordado, lleno de la sabiduría de la ley y con el corazón feliz a buscar a Ruth, mas o menos a la hora en que calculó que debía de estar terminando su servicio. Pero al llegar al lugar del control ella ya no estaba.
Le comunicaron otros militares que allí se encontraban, que Ruth hacía ya rato que se había marchado con los compañeros ya relevados al cuartel.Carlo se quedó triste y pensativo, había quedado con ella allí mismo, ¿porqué se había marchado sin despedirse siquiera?. A lo mejor Ruth no sentía lo mismo que el, y el se lo había imaginado todo. Al fin y al cabo él acababa de conocerla y ella tenía otros amigos. Tal vez debería tomarse las cosas con mas calma y no ilusionarse tanto con las personas, en especial con las mujeres. Pero por otro lado, pensó, el era así y no podía cambiar.
Bastante triste se dirigió despacio, paseando, hacia su hotel. A pesar del frío que hacía, ya dado lo avanzado de la noche, todavía se podían ver algunas personas deambulando como el por la bella ciudad antigua. Pero ahora mismo a el le importaba bien poco con quien se cruzaba.
Sin poder evitarlo, notó que cada vez se sentía mas triste, no podía luchar contra eso, se había ilusionado con Ruth y tal vez se había precipitado. Ya tarde, se acostó cansado y harto de darle vueltas al asunto.
Desde luego si algo estaba claro era que él que nunca se aburría, siempre le estaban pasando cosas nuevas, día tras día, aunque de lo que tenía muchas ganas era de que por fin fueran cosas buenas.
Con ese pensamiento y con la ultima idea de su recobrada relación con su Dios, que en verdad le reconfortaba a pesar de todo, por fin se durmió.─El ruido de la puerta de la habitación de su hotel, abriéndose despacio, le despertó con un pequeño sobresalto─¿quien esta ahí?, ¡se ha equivocado de habitación!─dijo Carlo con voz algo temblorosa, y por un momento pensó en que alguien se había confundido o que tal vez fuera que habían entrado para limpiar la habitación. Ya se veía luz del día al abrir la puerta.
─No, tonto, no me he equivocado─sonó una voz conocida, y enseguida su corazón se apaciguó y se alegró al identificarla a la perfección, pues se trataba de la dulce voz de Ruth.
─Ruth se acercó despacio hasta su cama y se
sentó a su lado─¿pero qué haces tu aquí?─le preguntó Carlo, todavía
sorprendido.
─Pues que vengo a celebrar algo importante contigo─dijo Ruth,
enigmática.
─¿Y que vas a celebrar conmigo?─preguntó Carlo recostándose en la
cama.
─Pues, algo muy importante, que me acabo de licenciar─contestó
Ruth.
─Eso es estupendo─ dijo Carlo─y me alegro mucho de que estés aquí,
la verdad es que ayer me fui muy triste a dormir, después de que no
te pudiera volver a ver en el Muro. Pensé que ya no te
importaba.
─De verdad, es que estás tonto, como puedes pensar eso, lo que pasó
es que me tuve que ir deprisa con los compañeros al cuartel y como
tu no estabas, pues eso, que no te pude esperar.
─Es igual, lo importante es que ahora estás aquí─contestó Carlo, y
acto seguido, la abrazó y la aproximó hacia el, comenzando
enseguida ambos a besarse apasionadamente.
Carlo, esa mañana, descubrió toda la belleza que Ruth escondía en
su interior, no solo la belleza física, sino un espíritu sencillo y
sincero que no reparaba en nada para entregarse a el en su
totalidad, sin quedarse nada para ella.
Ruth se despojó de su vestido azul, que había dado paso por fin y
para siempre a su estoica ropa militar, y Carlo la exploró por
todos los rincones de su cuerpo desnudo, recibiendo a continuación,
como agradecimiento, un sinfín de dulces besos de amor.
Se unieron en el éxtasis amoroso durante varias horas sin fin, como
si nunca antes lo hubieran realizado, con tanta pasión como si
fuera para cada uno la primera vez, y sellaron con ello un amor
desconocido para cada uno de ellos hasta ese día.
─Me ha encantado este despertar que he tenido Ruth, la verdad es
que no me lo esperaba, y debo confesar que me has hecho muy
feliz.
─A mi también me ha encantado Carlo, y me gustaría que esto no se
quedara aquí, creo,....creo que me he enamorado de ti.
─Pues, debo decirte, que el sentimiento es mutuo─se sinceró también
Carlo─te has convertido para mí en algo muy importante.
Los días pasaban y los dos enamorados se encontraban realmente
felices juntos. Carlo alternaba sus visitas, ahora cada vez mas
repetidas, a la sinagoga, con su relación amorosa con Ruth y con
largas conversaciones con su padre Malaquías, y estaba realmente
dichoso.
Ruth se volvió a dedicar con intensidad a sus estudios de
investigación en la Universidad y a preparar su inminente viaje al
norte de Europa, para examinar lo que cada día mas se les estaba
viniendo encima: el progresivo y acelerado cambio climático y todas
sus consecuencias pertinentes.
Carlo había conseguido hablar con su hermana Hanna en Madrid y le
había comentado parte de sus peripecias, aunque del tema de la
implicación de su marido Alberto no le había dicho nada, ya que él
sabía que todavía lo estaba investigando la policía.
Su hermana, aunque triste, continuaba en su tarea diaria, sobretodo
atendiendo y cuidando a su hija Matilde y soportando con paciencia
a su marido, cuando este se dejaba ver por su casa, ya que se
notaba que no quería perder el contacto con ellos, sin duda por sus
innegables intereses económicos.
Este era un tema que había que manejar con astucia, Carlo pensaba
que antes o después podrían demostrar la implicación de su cuñado
en toda la trama de la agresión y extorsión que había
sufrido.
Los dos enamorados se dedicaban por las tardes a dar largos paseos
y a hablar largo y tendido sobre ellos, sobre su pasado y sobre el
futuro que les esperaba. Y visitaron por fin la bella Iglesia del
Santo Sepulcro, que tanto deseaba hacer Carlo desde hacía
tiempo.
Por fortuna, debido al frio tan intenso en que se había sumido
Jerusalén, y en general, todo el hemisferio norte, los turistas en
la ciudad habían disminuido considerablemente, aunque todavía se
veían algunos repartidos por aquí y por allá. Eran sobretodo grupos
de peregrinos que visitaban con mas o menos devoción los santos
lugares.
Así que Carlo estaba encantado con la escasa presencia de gente,
era como si el mundo, por fin, se hubiera dado cuenta de que algo
muy importante estaba sucediendo en la tierra, y que este hecho
podía cambiar toda su existencia, y en general todos se habían
recogido en sus ciudades.
La impresión que tuvo Carlo al entrar en la Iglesia del Santo
Sepulcro, fue notable, y al acceder al pequeño recinto que mostraba
la vacía tumba de Jesús, todavía mas.
Pero lo que mas le impresionó a Carlo fue cuando se acercaron a la
piedra donde, según la tradición, Jesús fue embalsamado tras
descenderlo de la cruz, y lo que vio a continuación no lo olvidaría
jamás.
Estupefacto observó como Ruth sacaba de su bolso, siguiendo la
tradición, un pequeño frasquito de perfume y lo derramaba sobre la
lápida, arrodillándose a continuación frente a la bella piedra de
mármol y hacer de manera visible, con su labios, un movimiento que
era claramente de oración.
Carlo se quedó muy sorprendido, sin saber bien que hacer. Al final
se arrodilló junto a ella a un lado de la lápida y sin proponérselo
y sin poderlo evitar tampoco, sintió en su corazón un remanso de
paz. No se atrevió todavía a rezar a ese Jesús del que en los
últimos días, al visitar junto a Ruth los llamados Santos Lugares,
había oído hablar de el tanto.
─Una vez salieron los dos amigos de la enigmática y bella iglesia,
Carlo le preguntó─me ha sorprendido mucho el ritual este que has
hecho en la iglesia, no me lo esperaba, Ruth, ¿tu crees en ese
Jesús? o me lo ha parecido a mí.
─No, tienes razón, Carlo─empezó a hablar Ruth, algo nerviosa y en
un tono de mucha seriedad, por lo que Carlo se sorprendió aun mas
si cabe al verla así, tan seria, cosa rara en ella, pues siempre
estaba sonriente y bromeando sobre todo. En verdad que nunca la
había visto hasta la fecha de esa manera─estos días te he enseñado
las bases de la creencia cristiana, es verdad, pero hoy te quería
hacer una confesión. Se trata de algo que es muy importante para
mí.
─Puedes confiar en mi, Ruth─dijo Carlo, intentando ponerle las
cosas mas fáciles.
─Pues, el caso es que, hace un tiempo estuve en contacto, en varias
ocasiones, con un movimiento judaico que está tomando a este Jesús
por algo importante.
─Que quieres decir, ¿que han estudiado el tema de Jesús como
profeta, en serio?.
─No Carlo, es algo que va mucho mas allá que todo eso. Como bien
dices, hoy en día, Jesús de Nazaret es aceptado por la mayoría de
los rabinos como un verdadero profeta, con mas o menos aceptación.
Pero este nuevo grupo, que cada vez es mas numeroso, basándose,
desde luego, en el estudio y la reflexión de nuestras Santas
Escritura, ha llegado a la conclusión de que el tal Jesús es el
Mesías esperado durante todos estos siglos por nuestro
pueblo.
─Me dejas bastante impresionado Ruth, yo pensaba que nuestra
religión no aceptaba a este Jesús, y desde luego menos aun como el
Mesías esperado, esto podría ser muy revolucionario,
¿no?.
─Sí, pero como te digo, cada vez mas estudiosos de nuestra religión
se convencen de que este puede ser de quien hablan las escrituras
tantas veces. Como te digo, se basan en el estudio y la reflexión y
muchas de las cosas que pone en nuestra ley por boca de los
profetas que haría el Mesías en la tierra, coincide con lo que hizo
este Jesús durante su vida.
─Bueno, tendré que ir a ver que dice ese grupo tuyo tan
revolucionario. La verdad es que me estoy perdiendo bastante con
todo lo que me dices, reconozco que todavía no es un tema que
domine, este del Mesías y de su misión entre nosotros.
─No te preocupes, cielo, ahora creo que debes ir conociendo mas
cosas poco a poco, pero sin apresurarte. Si es que te apetece
conocerlo mas a fondo. De todas formas, y eso lo tenemos muy claro,
este acercamiento al cristianismo, por así decirlo, no significa,
en absoluto, renunciar para nada a ninguna de nuestras creencias,
sería mas bien algo que las complementara.
─Entiendo─dijo Carlo─desde luego que me apetece mucho conocer mas
cosas sobre este tema, me parece apasionante, y por cierto, ¿que
opina tu padre sobre todo esto?, ¿lo has comentado con
el?.
─Pues la verdad es que no, todavía no me he atrevido, aunque pienso
que mi padre es muy sabio y podría llegar a estar de acuerdo
conmigo. Tal vez tu podrías ayudarme a ello.
─Ya veo lo que pretendes, sinvergüenza, quieres que yo te ayude a
convencer a tu padre ¿no?─le dijo Carlo con una amplia sonrisa,
medio en broma.
─No , de verdad, ¡pero mira como eres, eh!, le contestó Ruth,
también con una sonrisa, y acabaron los dos riéndose, en perfecta
complicidad. Ruth había dejado para casi al final de su peregrinar
por los Lugares Santos de la ciudad de David, el visitar un sitio
que sabía que a Carlo le iba a impresionar si cabe, todavía mas. La
Iglesia de “Gallocanta”.
Ya al ir aproximándose a ella llamaba mucho la atención sus bellas
cúpulas negras, muy visibles a distancia.
Ruth consiguió unirse a un grupo de peregrinos que junto a un
experto guía se dirigían a redescubrir todo el misterio que
encerraba la bella iglesia, reconstruida en 1931 sobre las ruinas
de una primitiva iglesia bizantina y que posteriormente fuera de
los cruzados. En ella todavía se podían ver, perfectamente
clasificados, numerosos restos arqueológicos de la época de
Jesús.
El guía fue describiendo toda la hermosa iglesia superior para
descender luego hasta la llamada iglesia inferior, por una
escalinata donde también, según la tradición, descendió el mismo
Jesús hasta lo mas profundo de las mazmorras. Ruth miraba a Carlo
de reojo, comprobando como sus ojos se abrían de par en par ante
las explicaciones que iba recibiendo y de las que no parecía querer
perderse el mas mínimo detalle.
Allí, desde el monte de los olivos, tras su captura, fue llevado
Jesús de Nazaret para ser interrogado, pues aquello era el palacio
del sumo sacerdote Caifás, situado a las afueras de la
ciudad.
Antes de ser interrogado por Caifás Jesús fue llevado hasta la
“fosa profunda”, una estrecha escalinata por la que también bajaron
los peregrinos, Ruth y Carlo, y que daba paso a una lúgubre y
estrecha estancia, muy oscura y siniestra donde una biblia abierta
en un atril se encontraba preparada para ser leída por uno de sus
visitantes.
Y Carlo escuchó con atención el impresionante relato de los hechos
narrados en los evangelios, y pudo ver de primera mano las cadenas
ancladas en la piedra donde fue atado Jesús, e incluso observó los
colores oscuros que semejaban manchas de sangre, prendidos en la
piedra y que en realidad eran producto del óxido que el tiempo
había hecho surgir en el hierro de las cadenas, durante siglos.
Allí Jesús padeció el escarnio y los golpes físicos, y tuvo que
escuchar de primera mano, la negación por tres veces de su líder,
Pedro, hasta que el gallo cantó y los ojos de ambos se cruzaron en
una sola mirada. Jesús miró a Pedro con amor y este enseguida supo
que su traición había sido perdonada al instante. Carlo, hasta
entonces, no había podido retener mucho de lo que estaba
escuchando, sí, prestaba atención, pero eran demasiados datos
nuevos par él, pero ese relato de amor infinito, lo impresionante
del lugar y el ambiente que reinaba en aquella iglesia, al final lo
dejó muy impactado.
La mañana de domingo era espléndida, pero a primera hora hacía
bastante frío todavía. Carlo llevaba ese día una propuesta en su
mente que no quería dejar pasar ni un día mas. Estaba algo
nervioso, pero lo tenía decidido, en cuanto viera a Ruth aparecer
por la puerta de su habitación donde habían quedado, se lo
diría.
─Hola Ruth─le dijo Carlo dándole un suave beso, nada mas verla y
apresurándose a cerrar la puerta tras ella─tengo una cosa muy
importante que decirte.
─Pues yo también Carlo, tengo algo muy urgente que decirte le
contestó Ruth, devolviéndole su beso.
─Bueno, yo primero ¿vale?─dijo Carlo, como si no pudiera aguantarse
mas.
─Vale, suéltalo ya─dijo Ruth que esa mañana estaba muy seria, para
como era ella.
─Allá va─dijo Carlo, respirando hondo─quiero que nos vayamos a
vivir juntos, si te parece bien, claro─y se quedó mirándola
fijamente con los ojos muy abiertos de par en par, esperando una
respuesta.
─Sí, cielo, claro que sí, me gustaría mucho, pero creo que ahora no
va a poder ser─contestó Ruth, al tiempo que comprobaba como la cara
de Carlo se trasformaba en otra de franca expectación.
─¿Porqué no puede ser, prefieres esperar?─dijo Carlo con voz
angustiada.
─No, no es eso, cielo, es que me temo que el viaje ese, del que
hemos hablado en bastantes ocasiones ya es inminente─dijo
Ruth.
─¿Porque?, ¿que ha pasado?─preguntó Carlo, desconcertado.
─Pues, que me temo que los acontecimientos se van sucediendo uno
tras otro a demasiada velocidad, ya sabes, todo lo de la
glaciación, y ahora se ha producido otro nuevo hecho mas, y muy
importante─dijo Ruth, muy seria. ─¿Que ha pasado ahora?.
─Pues que ha entrado en erupción el volcán Bardarbunga, en
Islandia. ─¿Y eso es muy grave?─volvió a preguntar Carlo,
preocupado. ─Pues sí, es muy grave, puesto que eso unido a todo lo
demás que está sucediendo en Europa, lo de la corriente del golfo y
todos los demás elementos, va a acelerar mucho mas los
acontecimientos.
─¿Porque?, ¿que tiene que ver que haya entrado en erupción un
volcán en Islandia, ahora?─volvió a preguntar Carlo, cada vez mas
confuso. ─Mira Carlo, a ver como te lo explico─y Ruth tomó
aliento─las cenizas que está expulsando el volcán están haciendo
como una capa aislante en el cielo, por lo que los rayos del sol,
que es lo que nos faltaba, están perdiendo fuerza, es decir que no
calientan como hasta ahora lo estaban haciendo, si no mucho menos,
no pueden traspasar la capa de cenizas.
─Ya entiendo, sí, es lo que faltaba─reflexionó Carlo.
─Y eso no es todo─continuó Ruth─al empezar a helarse el suelo los
rayos del sol, por decirlo así, rebotan en el hielo, lo que hace
que vuelvan a la atmósfera y no calienten por tanto el propio
suelo, es un círculo vicioso que va a desembocar en que cada vez la
tierra esté mas helada y que por tanto el proceso de glaciación se
acelere.
─Ya comprendo, ya, así que el viaje es inminente, hay que estudiar
de cerca lo que pasa ¿no?─dijo Carlo con resignación.
─De todas formas, si quieres, puedo hacer la propuesta de que seas
admitido en el grupo como médico de la expedición, si te parece,
claro─dijo Ruth con algo de miedo.
─Ah, pues pensaba que me lo decías de broma, pero si es en serio,
me apunto, así no te perderé de vista─y Carlo se rió con una risa
un tanto nerviosa.
─Además, como a ti no te afecta nada el frío, puedes venir hasta en
manga corta─contestó Ruth con ironía, y acabaron los dos riéndose y
abrazándose con cariño.
Los besos y abrazos dieron paso a algo mas, y sin proponérselo
apenas, los dos se encontraron dando rienda suelta a su pasión y
haciendo el amor en la blanda cama de hotel de Carlo y disfrutando
de todo su mutuo cariño, con mucha entrega, como si de una larga
despedida se tratara, pues no sabían cuando podrían volver a tener
la oportunidad de nuevo de estar juntos así y a solas.
Ruth se despertó algo sobresaltada, y enseguida cayó en la cuenta de que tras una apasionante velada con su amor Carlo, en el hotel, ambos se habían quedado dormidos.
Se levantó despacio sin querer todavía despertar a Carlo, y sus ojos se posaron en una carta manuscrita que se encontraba abierta encima de la mesa escritorio de la habitación.
Se aproximó a ella con curiosidad y tan solo leyó el final: “te sigo queriendo y te querré siempre, Estela”. Ruth notó como, sin poder evitarlo, la cara se le encendía y el corazón comenzaba a batirle acelerado.
¿Que significaba aquella carta?. Había oído hablar de Estela, desde luego, pero no se imaginaba nunca que la relación entre los dos fuera tan seria. A lo mejor, pensó, Carlo no le había dicho toda la verdad sobre esa relación. En un momento le vinieron a la mente un sinfín de pensamientos, y no todos eran buenos.
Se sentó en el borde da la cama y notó enseguida a sus espaldas que Carlo se movía. Se giró y le vio abrir los ojos y cómo él la miraba sonriente, pero esta vez Ruth no le devolvió la sonrisa.
─Que te pasa, amor, estás muy seria, no me
digas que ha pasado algo nuevo mas─le dijo Carlo, tratando de
escrutar el rostro de su amiga.
─Pues sí, si que ha pasado algo nuevo, ¿me puedes explicar que
quiere decir esa carta que tienes encima de la mesa?─le contestó
Ruth, en tono enfadado, pero sin perder los papeles.
─Ah, eso, ¿la has leído?, eso no está bien, Ruth─dijo Carlo, un
poco tratando de ganar tiempo.
─No, no la he leído, solo he visto el final─dijo Ruth ya algo mas
enfadada─y me parece que me debes una explicación.
─No debes hacer caso de eso, Estela está desesperada, y además,
ella es así, siempre se dirige a mi en esos términos─contestó
Carlo─pero eso no significa nada para mí. Me ha escrito una carta
dándome explicaciones de lo que hizo, te lo iba a decir, pero como
pasamos enseguida a esa otra cosa, pues,.... se me olvidó. Pero te
lo iba a comentar, de verdad, si no, ¿porque iba a dejar la carta
abierta encima de la mesa?.
─Está bien, perdona, pero creo que, ya puestos, deberías leérmela
entera, ¿no?─dijo Ruth, con el semblante ya mas
distendido.
─Ahora sí que te interesa ¿no?─dijo Carlo ya mas relajado, al
tiempo que se levantaba y se apresuraba a coger la carta─creo que
ahora ya lo que sientes es curiosidad, ¿eh?.
─Vale, tonto, léela de una vez.
Carlo leyó la carta en voz alta, y desde luego, resultó ser una
carta muy emotiva. En ella Estela le pedía perdón varias veces,
pero afirmaba con rotundidad que había sido manipulada por sus
secuestradores.
Aunque era cierto que en un principio la secuestraron, admitía
también que luego, sin pensarlo bien, se había unido al grupo,
pensó que era mas seguro para ella estar en esa
situación.
Aunque luego, confesaba con sinceridad, llegó a pensar que hasta
podía sacar algún dinero con ello. Pero en ningún momento sospechó
que la vida o la integridad física de Carlo pudieran correr algún
peligro, si no, afirmaba con rotundidad, no lo hubiera hecho
nunca.
El caso es que cuando Estela se dirigía al cementerio al entierro
del padre de Carlo, varios individuos en una furgoneta la asaltaron
y la introdujeron a la fuerza en el vehículo, conduciéndola
posteriormente a un piso donde la retuvieron. Eso era cierto, fue
cuando Carlo se quedó sorprendido de que no llegara, esperándola
durante el funeral de su padre, pero pensó que lo habría pensado
mejor o algo así, y sabiendo que Estela era un poco excéntrica e
imprevisible, tampoco le sorprendió demasiado que no apareciera
luego, en los días posteriores. Además, bastante lio tenía él ya en
la cabeza, como para pensar también en que a Estela le podría haber
ocurrido algo malo.
Ruth escuchó con paciencia y atención la lectura de la carta de
Estela y las explicaciones que Carlo iba añadiendo, y en efecto, al
final, se dio por satisfecha, e incluso dejó entrever hasta cierta
empatía con Estela y con todo su problema.
─Desde luego, Carlo─dijo Ruth─yo creo que el problema de Estela, me
parece, es que es muy infantil, y va todavía por la vida dando
tumbos, y además creo que es un poco inconsciente y no piensa las
cosas, seguro que no pensó en las consecuencias que podría tener el
haberse aliado con la banda esa.
─Sí, es verdad, yo también creo que es muy inmadura todavía─dijo
Carlo─aunque en realidad, resulta que todavía es muy joven, me
refiero a que no pasa de los 25 años, eso sí, es una persona muy
inteligente, y además está acostumbrada a hacer desde siempre lo
que le viene en gana.
─Aunque me da la impresión de que tu eres para ella algo mas que un
capricho, como siempre dices─añadió Ruth, otra vez muy seria─si es
verdad que está tan enamorada de ti como dice, no me extraña
tampoco que haga tantas tonterías; esas tonterías que hace pueden
ser a modo de válvula de escape para sus sentimientos frustrados, y
hasta en algún momento no es extraño que haya pensado en vengarse
de ti─recapacitó Ruth, en voz alta.
─Bueno, dejemos este tema ya, ¿no te parece?, en cualquier caso,
cuando tenga que declarar en el juicio, intentaré ponerme de su
parte─concluyó Carlo.
─Sí, me parece bien─añadió para terminar Ruth.
─Por cierto, ¿cuanta gente vamos a ir a la expedición esa?─preguntó
Carlo, como no dándole importancia, como puro trámite.
─Pues, seremos en total unos cinco o seis.
─¿Tantos?, pero, ¿quien va a venir?─volvió a preguntar Carlo, ahora
mas interesado.
─Sí, vamos a ir tu, yo, Abraham, Haffner y un meteorólogo de
Estados Unidos, creo, me han dicho.
─¿Cómo,.... como?─dijo Carlo, sorprendido─¿para que vienen Abraham
y Haffner?, no lo entiendo.
─Pues, Abraham como seguridad, ya que es policía militar, por lo
que pueda pasar, y Haffner, como sabes es un buen detective y
conoce todos los secretos de las embajadas y todo eso, además nos
puede venir también bien como protección─contestó Ruth.
─Demasiada protección veo yo─dijo Carlo, molesto─no se si esta
expedición va a ser demasiado peligrosa, por lo que estoy
comprobando. ─Vamos a ver, Carlo, la situación es muy complicada a
nivel mundial, no se si todavía no eres muy consciente de ello,
aquí puede pasar de todo, hasta que esta sociedad, tal como la
conocemos hasta ahora, deje de ser así, pues prevemos que todo vaya
a cambiar y en poco tiempo.
─Bueno, ¿pero que problema puede llegara a haber?─dijo Carlo, ya
mas molesto aun.
─Nos llegan noticias del norte de Europa muy inquietantes, lo que
temíamos, que la gente empezara a emigrar en masa hacia el sur, ya
está ocurriendo. Ten en cuenta que los cultivos y todas las demás
fuentes de alimentos, por el frio intenso, se han perdido, y la
gente empieza a estar sin nada que comer, por ejemplo. De ahí que
las autoridades estén tan empeñadas en que estudiemos el fenómeno
cuanto antes para ver si se puede encontrar con rapidez una
solución. ─Ya, desde luego si que puede ser peligroso ir a esa
zona, empiezo a entender lo de la protección, ¿pero van a ir
armados y eso?─dijo Carlo, cada vez mas preocupado.
─Supongo que sí, las armas las podremos pasar como valija
diplomática, no habrá problemas. De todas formas, si no te apetece
o no lo ves claro, no tienes porqué venir, simplemente te quedas
aquí y ya está, no pasa nada─dijo Ruth, que empezaba ya a ponerse
nerviosa con el tema.
─Que sí, que voy, no te pongas así,.... además yo no tengo miedo, y
si hace falta también te protegeré, no lo dudes.
─Bueno, si es así ya estoy mas tranquila─dijo Ruth con ironía.
Carlo se quedó muy inquieto con todo aquello que estaba escuchando,
lo de las armas y todo eso no le hacía ninguna gracia, pero por
otro lado estaba decidido a ir, no quería ni por un momento dejar
sola a Ruth, aunque sabía que ella era capaz de defenderse muy bien
sola.
Y por otro lado la idea de que fuera con Abraham no le gustaba
nada, pero nada; pensaba sin poderlo evitar que Ruth, por
desgracia, ya había tenido con el apuesto militar sus mas y sus
menos y era obvia su relación afectiva. Aunque Carlo no era lo que
se suele decir muy celoso, sí le molestaba bastante, era normal.
Que fuera también el astuto detective Haffner sí que le gustaba
bastante mas, le caía muy bien y le parecía un tío estupendo, y muy
capaz de solucionar los problemas que pudieran aparecer, y muy
avispado.
─Por cierto Carlo, te lo digo ya, porque seguro que al final te vas
a enterar de todos modos─dijo Ruth─que Haffner es uno de los
principales jefes del movimiento de los que aceptan a Jesús como el
Mesías, aunque no lo parezca, y es el que me introdujo en su
grupo.
─¿De verdad?, nunca me lo hubiera imaginado, Haffner parece en
verdad un auténtico Hebreo─dijo Carlo, sin ocultar sus
pensamientos.
─Y lo es de verdad, como ya te he dicho otras veces con respecto a
este tema, aceptar a Jesús de Nazaret no es exclusivo, si no que
reafirma mucho mas nuestras creencias.
CAPÍTULO 5
El avión especial del ejército Israelí aterrizó sin contratiempos en el aeropuerto internacional de Reikiavik, con mayor cuidado si cabe de lo habitual, pues la pista y todo a su alrededor estaba completamente blanca por el hielo que lo cubría todo.
Y el cielo tenía un color entre rojizo y marrón oscuro, pues sin duda reflejaba la ceniza del volcán Bardarbunga, que a unos cientos de kilómetros de distancia continuaba expulsando sus materiales a la atmósfera.
Al grupo se había unido el día anterior el meteorólogo estadounidense Alfred Unisted, que era un gran experto en esos temas y que a todos les parecía bien, excepto por un detalle, que Alfred era aparentemente muy mayor para tal aventura, aunque estaba muy ilusionado con poder estudiar por fin de cerca lo que había estado advirtiendo durante años: las consecuencias del cambio climático en el hemisferio norte.
Ruth había calculado que tendría mas de sesenta años y tampoco parecía que físicamente fuera muy fuerte, en fin, el tiempo lo diría.Todos se prepararon para salir al exterior con sus trajes térmicos, pues fuera la temperatura era de menos cuarenta grados. Iban a utilizar los novedosos trajes térmicos que eran capaces de generar temperatura por sí mismos, si no hubiera sido por los trajes, en cuestión de minutos todos hubieran muerto congelados.
Parecían en verdad seres espaciales con aquel equipo, que también incluía el casco protector. El ejército Israelí se los había proporcionado, como un nuevo traje ideado y estrenado para aquellas ocasiones. Era el momento adecuado para probarlos sobre el terreno, aunque ya habían hecho sus buenas prácticas en los simulacros que habían realizado en Israel antes de salir de viaje, a partir de ese momento había llegado la hora de la verdad.
Recorrieron sin ningún problema en fila india los pocos metros que los separaban de una de las entradas de la terminal del aeropuerto. Aquello estaba totalmente deshabitado, no se veían ni animales ni personas, solo los edificios vestidos de un blanco intenso.
Toda una nación, como había ocurrido en otras muchas zonas del planeta, se había trasladado en masa hacia el sur, ya que a ese nivel no era ya posible la vida sobre la tierra congelada.
La migración masiva hacia el sur de Europa había tenido unas consecuencias dramáticas e incalculables, sobretodo en vidas humanas, muchos habían muerto intentándolo víctimas del frío y de la malnutrición y otros muchos habían muerto por reyertas y luchas encarnizadas entre ellos. El instinto de supervivencia había aflorado con toda su intensidad, y de hecho en otras zonas próximas los cadáveres congelados se amontonaban por cientos.
Los países del sur de Europa se veían impotentes para contener a las masas que iban llegando, y mucho mas para alimentar a los millones de refugiados que llegaban a diario a sus fronteras.
Sucedía que, por una ironía del destino, los países de mas al sur, incluidos los de África y América se habían convertido ahora en el paraíso soñado. Y todo el mundo trataba de llegar hasta ellos para sobrevivir.
Como sucediera en otras épocas de la historia de la humanidad con el fenómeno de las glaciaciones, todo se repetía. Era como un círculo vicioso en el que cada cierto tiempo todo daba la vuelta y los ricos pasaban a ser pobres y viceversa. Pero ahora el cambio había sido mucho mas rápido, sin duda por la malvada mano del hombre, por su codicia y ambición, que había precipitado el proceso, y aunque advertido desde hacía tiempo, había cogido prácticamente a todas las naciones por sorpresa.
Los cinco integrantes de la expedición permanecieron en las dependencias del aeropuerto. Eran de las pocas instalaciones que todavía funcionaban, aunque a bajo ritmo, en aquel helado país.
Por lo menos el lugar estaba aclimatado y pudieron descansar y comer mientras se preparaba el vehículo que los iba a trasportar por las carreteras hasta su destino, lo mas cerca posible de la zona del volcán en erupción para tomar muestras y estudiar el terreno “in situ”.
Carlo se mostraba un poco nervioso, todo aquello le superaba y además le perturbaba bastante que veía a Ruth un poco distante, desde el día en que leyeron la carta de Estela, la había notado así, un poco a la defensiva, o eso le parecía, no estaba seguro. A lo mejor todo se debía a la situación bastante estresante que estaban viviendo. Y por otro lado, tampoco habían tenido desde entonces ningún momento para estar a solas y hablar sobre el tema, los acontecimientos y la preparación del viaje se habían sucedido a tal velocidad que no habían tenido tiempo para nada mas.
Sea lo que fuere Carlo no se sentía a gusto en aquella expedición, aunque dudaba que nadie lo estuviera, tal vez a excepción de Abraham, que se encontraba en su salsa, muy activo y hasta dominante con todo el grupo. Seguramente pensaría que él había sido entrenado para ello, para vivir situaciones al limite, y aquella desde luego la era.
Y tal vez lo peor fuera que observaba a Ruth y le parecía que ella estaba encantada con la autoridad impuesta por Abraham.─Cuando tras la comida hubo un momento de relax, Carlo se acercó a Ruth, que trataba de descansar con los ojos cerrados en una hamaca─¿como estas Ruth?─le dijo Carlo, sin querer dilatar mas su preocupación.
─Bien, ¿y tu?, estaba tratando de
descansar─respondió Ruth con bastante brusquedad.
─Lo se, perdona, pero es que te noto tan distante....., me gustaría
que me dijeras porque estás así─dijo Carlo.
─Bueno, no parece que a ti te importen mucho mis sentimientos, tu
siempre vas a la tuya en todo, así que, déjame ahora en paz que
quiero descansar antes de salir─dijo Ruth.
Carlo no dijo nada mas, solo se alejó despacio y se tumbó el
también en su camastro. Por lo menos ya sabía lo que le pasaba a
Ruth, era evidente que su enfado tenía bastante que ver con la
dichosa carta.
Bueno, esperaba que se le acabara pasando pronto, aunque ahora, en
lo que estaban inmersos, era lo suficientemente importante como
para aplazarlo todo hasta terminar su misión, ahora debía
concentrarse en ella. Pero no podía dejar de pensar en Ruth y lo
que mas le inquietaba, la presencia molesta del tal Abraham, que no
dejaba de incomodarle.
Carlo no era una persona a la que nadie le cayera mal en general,
pero este sujeto cada vez se le estaba atragantando mas, su
soberbia y su afán por dar órdenes le molestaban y mucho.
Pronto llegó el momento de que la expedición partiera. Tras unas
horas de descanso, el vehículo oruga equipado con todo lo necesario
para su arriesgada misión les esperaba fuera.
Carlo repasó el material médico que llevaban en el vehículo y en
verdad que estaba bien equipado. Con todo lo que llevaban allí casi
se podía hasta montar un hospital de campaña, y al ver todo el
equipo, por primera vez desde que salieron de Jerusalén, se alegró.
Si hiciera falta, tenía todo lo necesario para ejercer a la
perfección su misión en aquel grupo.
Por otro lado, no podía apartar los ojos de Ruth. En verdad que le
sentaba muy bien aquel traje de campaña tan ajustado, estaba
realmente hermosa, le hubiera gustado, en esos momentos, ir
corriendo hasta ella y tomarla en sus brazos, besarla y abrazarla y
sentirse muy unido a ella.
Pero la realidad era otra, ella parecía, en esos momentos, todavía
estar mas distante, o tal vez mas concentrada en la misión, y
también Abraham, que la miraba de reojo, no parecía quitarle los
ojos de encima.
El gran vehículo todo terreno comenzó a moverse con brusquedad,
Abraham lo conducía y junto a él estaba sentado Haffner, cuyo
atuendo, junto a su barba y su pelo rizados, le daban el aspecto de
un ser de otra época mas remota, bien conjuntado con el paisaje por
el que estaban circulando.
Detrás, los demás, bien acomodados y con el cinturón de seguridad
bien ajustado. El doctor Alfred Unisted, sentado entre Ruth y
Carlo, no tenía demasiado buen aspecto, se le notaba siempre
tiritando y en el último día una tos bastante fuerte le había
comenzado a aparecer, y que además se acentuó todavía mas al cabo
de algunas horas de camino.
─Carlo, podrías atender a Alfred, parece que no se encuentra muy
bien─dijo Ruth mirando al profesor con ternura.
─Sí, en cuanto paremos el vehículo lo exploraré a fondo, me temo,
profesor que se debe de haber resfriado─contestó Carlo con
amabilidad. ─Gracias, Carlo─contestó Alfred, con algo de esfuerzo,
entre un acceso de tos y otro─espero no ser una carga para
ustedes.
En el exterior, según los indicadores de medición del vehículo,
ahora se alcanzaban los menos cuarenta y cinco grados centígrados y
la atmósfera, tras cinco horas de camino hacia el norte, comenzaba
a ser peligrosamente irrespirable debido a los gases que emanaba el
volcán.
El camión se detuvo al fin, y el espectáculo que pudieron divisar
desde el interior, a través de los cristales blindados, fue
impresionante y sorprendente a la vez.
Se encontraban frente a un lago de un agua muy azul, y una bruma
tenue se elevaba sobre sus aguas tranquilas. Algunos abetos en sus
orillas permanecían extrañamente todavía en pie, aunque helados en
su copa, y al fondo, a varios kilómetros aun, se podía divisar la
impresionante figura del volcán Bardarbunga en erupción, emitiendo
un humo gris intenso hacia el oscuro cielo.
En el horizonte la escasa luz del sol entre unas nubes bajas, como
era propio de allí. En aquellas fechas el sol no se ocultaba en
todo el día, pero todo estaba como sumido en tinieblas.
Y sin duda lo mas bello de todo: la aurora boreal. Aquel era un
país muy propicio para verla en todo su esplendor.
Aunque no habían estado hasta ese momento nada seguros de que la
pudieran observar con claridad, sobretodo debido a la erupción del
volcán que lo enmascaraba todo, la realidad era que allí estaba,
ante ellos, con toda su belleza, y todos estaban como extasiados
contemplando aquel espectáculo. Las luces verdes y rojas que se
movían al ritmo de lo que parecía una melodía musical inaudible
para sus oídos, los estaban cautivando.
Permanecieron en silencio un rato observando aquel asombroso
paisaje, por otro lado algo diferente a lo que esperaban, incluso
el fenómeno era mas intenso de lo que pensaban.
Durante un buen rato siguieron algo extasiados y solo interrumpidos
por los ataques de tos del profesor Alfred.
Sin duda alguna, la emanación de vapores calientes, acentuada por
la efusión del volcán, estaba manteniendo la temperatura del lago
por encima de los cero grados. Era un fenómeno bastante habitual en
Islandia, pero el contraste de todo lo que la vista podía alcanzar
de hielo y mas hielo con aquel oasis de vida era como poco,
desconcertante.
─A continuación Carlo se aproximó a Alfred con su completo equipo
de exploración, y nada mas tocarle la piel se dio cuenta de que
algo no funcionaba bien─¡profesor, está usted ardiendo de
fiebre!─exclamó Carlo, y en un instante su mente, casi sin
proponérselo, comenzó a dilucidar sobre todas las posibles
enfermedades que Albert podría tener.
Luego corroboró, tas su metódica exploración, lo que ya
sospechaba─profesor me temo que tiene usted una buena neumonía,
enseguida voy a administrarle un antibiótico, no se
preocupe.
─Ruth, al oír aquello también se aproximó hasta ellos, cogiéndole
la mano al profesor y tratando de animarlo─bueno Albert, tranquilo,
está usted en buenas manos.
─Luego, Carlo le hizo una señal a Ruth para que se le acercara
hasta la zona de medicamentos donde se encontraba ahora, para
comunicarle bastante serio─es mejor que no te acerques al profesor,
lo veo bastante grave y lo único que vas a conseguir es que te lo
contagie.
─De eso nada, pienso cuidarlo yo misma y si me lo contagia pues
también me trataré, no se como eres Carlo, desde luego, eres un
poco desalmado ¿no?, pobre profesor.
Carlo trató de comprender la postura de Ruth, dándole vueltas en la
cabeza, mientras administraba a Albert una adecuada dosis de
antibiótico intramuscular. Estaba claro que Ruth en esas ultimas
semanas le había cogido cariño al profesor, tal vez le recordara a
su propio padre, eso estaba muy bien, pero también pensó que era un
poco inconsciente ya que era cierto que de verdad se podría
contagiar en cualquier momento.
Además, era evidente que su relación mutua no pasaba por su mejor
momento, era como si todo lo que él dijera, a ella le molestara. Y
además, en eso, Ruth no era muy diplomática, decía lo que sentía y
ya está.
El doctor permaneció junto a Alfred tratando de controlarle la
fiebre y administrándole abundantes líquidos, mientras el resto del
personal se colocaba los trajes térmicos y bajaba hasta el lago,
según los planes previstos, para tomar muestras de la
zona.
Los vio alejarse a los tres muy juntos, con paso decidido, pero
cuidadoso, entre el hielo y los árboles derruidos, como un grupo
peregrinando en busca de una respuesta al sentido de su vida, y una
vez mas, no le gustó nada la idea de perder de vista a Ruth, y mas,
junto a su, ahora ya, otro odiado admirador. Pero esa era la zona
elegida para tomar muestras, era una buena zona, valía la pena
estudiar con detalle ese micro clima que se había formado
espontáneamente a no mucha distancia del volcán. Esperaban que les
diera mas de una pista para poder resolver el problema que les
había llevado hasta allí en su peligrosa misión. Durante varias
horas mas, Carlo permaneció en el camión, esperando y controlando
con frecuencia el estado del profesor Alfred, que permanecía medio
obnubilado y acostado en una de las literas del vehículo. Se había
decidido a ponerle un gotero, pues cada vez lo veía mas débil y no
le gustaba nada su estado. Carlo empezó a ponerse un poco nervioso,
pues la expedición de sus compañeros tardaba mas de previsto en
volver. Se estaban retrasando varias horas de la hora prevista de
regreso y el intercomunicador hacía tiempo que permanecía en
silencio, no se escuchaba el mas mínimo sonido.
Por otro lado los instrumentos de a bordo indicaban que la
atmósfera era cada vez mas irrespirable, aunque ellos llevaban su
propio equipo de respiración, si por alguna incidencia les hubiera
surgido algún imprevisto, no hubieran podido ya respirar el aire
del exterior.
─Todo eso empezó a inquietar, mas si cabe, a Carlo, y sobretodo por
la preocupación que sentía por Ruth, cuando se oyó, por fin, la voz
grave de Abraham por el intercomunicador─Carlo, prepara la zona de
aislamiento, estamos llegando al vehículo, pero llevamos un herido,
tenlo todo preparado. A Carlo en ese momento el corazón le dio un
vuelco y no pudo mas que sentir un nudo en el estómago hasta el
punto de quedarse paralizado, sin saber que hacer. ¿Sería Ruth la
que estaba herida?, la sola idea de que así fuera le
paralizaba.
─De nuevo se oyó la desagradable voz de Abraham, esta vez a mucho
mayor volumen─¿Carlo, me escuchas?, ¡si es así, contéstame de
inmediato!.
─Sí, te escucho claro y alto, prepararé la zona,¿estáis muy
lejos?.
─No, mas o menos a doscientos metros, pero llevamos a Haffner entre
los dos, está inconsciente, tardaremos todavía unos minutos─volvió
a oírse la voz de Abraham, casi que mas desagradable aun para Carlo
de lo habitual, pues sonaba como un eco distante.
Carlo no pudo evitar emitir un suspiro de alivio, su querida Ruth
estaba a salvo. Así que, sin mas demora, se apresuró a preparar la
zona de aislamiento del amplio autobús y que daba paso a la entrada
definitiva al resto del vehículo oruga.
─El herido Haffner, en cuanto llegó, fue atendido enseguida por
Carlo─¿que es lo que le ha pasado?─preguntó, sin apartar su vista
de la sudorosa Ruth, que había acompañado a Abraham en el pesado
trasporte del cuerpo inmóvil de Haffner.
─Le ha caído encima un árbol─respondió Ruth, todavía jadeante por
el esfuerzo─estaba recogiendo muestras junto a un abeto, que
parecía seguro, cuando sin darle tiempo, como una montaña de
naipes, se ha desmoronado encima de él y le ha pillado de
lleno.
─Sí, ha sido imprevisible─dijo Abraham, visiblemente afectado─se ve
que estos malditos árboles, aunque no lo parezca, están todos
muertos y se desmoronan uno tras otro. Pero esperemos que
sobreviva, Haffner es muy fuerte. Por lo menos hemos podido recoger
suficientes muestras antes de volver con rapidez hasta
aquí.
Carlo se apresuró a examinarlo, presentaba una gran deformidad en
la pierna derecha, que se debía sin duda a una fractura a nivel de
la tibia, y por lo demás, presentaba una conmoción cerebral y
múltiples hematomas y heridas. Lo que no podía asegurar, por lo
menos de momento, era que no sufriera alguna hemorragia interna,
por lo que se apresuró a tomarle la tensión arterial entre otras
medidas. Los dos exploradores que quedaban ilesos, además de Carlo,
permanecían expectantes, observando con detenimiento la exploración
minuciosa que Carlo le estaba efectuando a Haffner.
Hasta que por fin el doctor emitió un diagnóstico─no parece que
tenga hemorragias internas, la tensión permanece estable, que junto
a la conmoción cerebral, sería lo mas grave, si la hubiera.
Esperaremos a ver como evoluciona.
─¡Las comunicaciones con la base en el aeropuerto, son imposibles!
─gritó Abraham, intentando establecer contacto─así que, deberíamos
pensar ahora, en volver lo mas rápido posible, aunque el vehículo
parece seguro, la situación atmosférica está empeorando, se prevé
que empiece a nevar en unas horas, así que cuanto antes nos vayamos
de aquí mejor.
─La verdad es que no sabemos siquiera si funcionará todavía algún
hospital en Reikiavik─dijo Carlo─yo creo que lo mejor sería
estabilizar a los enfermos y luego mas tarde, continuar el viaje de
regreso. Tal vez en unas horas mejoren, sobretodo Haffner, de no
ser así, y sobretodo por el golpe en la cabeza, me temo que no
habrá nada que hacer de todas formas.
─Bueno, siendo así, permaneceremos un tiempo breve aquí mismo y
veremos que pasa, pero tampoco pienso esperar mucho─concluyó
Abraham. Allí, dentro del impresionante vehículo en el que se
encontraban, se sentían bastante a salvo, estaba preparado casi
para todo lo que pudieran necesitar durante varias
semanas.
Así que, descansaron, comieron y recuperaron fuerzas, mientras
seguían pendientes de los enfermos, sobretodo Ruth y Carlo, pues
Abraham, en apariencia, pasaba bastante de ellos, y se dedicaba
ahora mas que nada, a estudiar el estado atmosférico y el de las
carreteras por donde tenía previsto regresar, parecía que no le
preocupaba otra cosa, y poco a poco su nerviosismo por salir de
allí se fue haciendo cada vez mas patente.
Carlo pensaba que el traqueteo por las carreteras, en el estado en
que se encontraban, no era nada bueno para el estado de Haffner,
sobretodo, por lo que opinaba que no debían tener prisa por
reanudar la marcha. Lo que no tenía nada claro era cuanto tiempo
podría retener a Abraham, que no se mostraba muy dispuesto a
colaborar en ese sentido.
Ruth, prácticamente no había hablado nada desde que volvió a subir
al camión, se limitaba a decir si o no y se mostraba cada vez mas
seria y pensativa. ─Carlo, al final, ya no pudo soportar mas
aquella situación y se decidió a hablarle, se aproximó a la litera
donde Ruth se encontraba tumbada, aunque despierta y le dijo
directamente─no se si lo que te pasa es que sigues enfadada conmigo
o te ha pasado algo mas, pero me gustaría que de una vez por todas
me dijeras si te interesa seguir a mi lado en nuestra relación o
no, para ir haciéndome a la idea.
─Pues, ahora mismo estoy muy confusa─contestó Ruth, secamente─es
mejor que me dejes en paz, ya te diré lo que sea.
─¿Eso tiene que ver con Abraham, ¿no?─dijo Carlo, molesto─te va a
interesar ahora el mas que yo, ¿no?. En fin, decide tu lo que
quieres pero, decidelo pronto, por favor.
─Eso es lo que mas me molesta de ti, Carlo─dijo Ruth, claramente ya
enfadada─parece que en este mundo solo importa lo que te pase a ti
y tus propios sentimientos, y los de los demás te tienen sin
cuidado, ¿no?.
─No, lo que pasa es que de verdad me he enamorado de ti y no puedo
vivir así, en esta incertidumbre, si quieres lo entiendes y si no,
pues no─respondió Carlo enojado, y sin mediar mas palabra se retiró
a su lugar de descanso. Carlo estuvo dándole vueltas a la
situación, a lo mejor Ruth tenía razón y él en el fondo era un
egoísta y se comportaba como tal. A lo mejor por eso era por lo que
todavía no había podido encontrar el amor de su vida. Debía
reflexionar sobre ello.
─Los gritos de Abraham les sacaron de su ensimismamiento con un
sobresalto. El jefe de la expedición se levantó de un salto de su
asiento de mando y comenzó a emitir gritos y aspavientos─¡Ya está
bien, nos vamos enseguida de aquí, no pienso quedarme mas tiempo en
este lugar, esperando a que muramos todos aquí, así que en
marcha!.
─Parecía que el militar estaba fuera de sí, sin duda el miedo se
había apoderado de el, seguramente propiciado por la lectura de
algún parte atmosférico mas, no muy favorable.
─Ruth se levantó como un resorte y se dirigió directamente hacia
el─¿pero que dices Abraham?, ¿porque te has puesto así?, estamos
esperando a que los enfermos mejoren, ¡no es recomendable para
Haffner reanudar la marcha en sus condiciones!, por si aún no te
has enterado bien.
Carlo permanecía expectante, temiendose venir lo peor, y en efecto,
el paso siguiente de Abraham fue sacar la pistola que siempre
llevaba al cinto y amenazar a sus compañeros.
─¡Pues, me importa bien poco lo que les pase a esos dos!, así que
tú, Carlo, ponte a mi lado y tu también Ruth, donde yo pueda veros
y dejarlos donde están de una vez, que reanudamos la marcha de
inmediato.
Abraham estaba fuera de sí, siguió apuntando a los dos amigos
mientras estos se afanaban por colocar a los enfermos de manera que
sufrieran el menor daño posible por el peligroso descenso hacia la
base del aeropuerto.
Ruth permanecía en silencio, con la cara con una expresión de
desconcierto por lo que estaba contemplando, parecía que el ídolo
que había aparecido ante ella en los últimos días se estuviera
desmoronando a pasos agigantados, y el militar estuviera ahora
mostrando toda su faceta mas vil y cobarde.
Carlo la miraba de reojo, temiendo por su vida y por la de ella, y
por los enfermos, pues no sabía como iban a aguantar el duro viaje
de regreso. El imponente camión oruga comenzó a moverse despacio.
Abraham lo conducía y había colocado a su lado a Carlo y a Ruth,
bien atados con cintas. Con cada movimiento brusco que sufría el
vehículo al sortear piedras y árboles Carlo miraba hacia atrás para
comprobar que sus dos amigos postrados seguían bien.
Poco a poco, a pesar de que el sol no se ponía en todo el día, y
que la luz en teoría permanecía sin menguar, el cielo se fue
oscureciendo cada vez mas. Pronto la oscuridad fue casi absoluta y
en el cielo comenzaron a aparecer potentes destellos acompañados de
un ruido ensordecedor.
La tormenta se les había echado encima. A pesar de la solidez del
vehículo, el viento lo zarandeaba con cada racha que embestía con
fuerza sobre su lateral y múltiple objetos, ramas, y hasta piedras
eran lanzadas sobre él.
La nieve ahora caía con fuerza, de modo que aun con las potentes
luces que llevaba, apenas si se veía la ya confusa carretera. Al
final, un fuerte golpe detuvo el camión en seco y todos pudieron
observar con horror como una enorme piedra en medio de la carretera
cortaba el paso.
─¡Maldita sea!─exclamó Abraham otra vez fuera de sí─nos ha
bloqueado el camino.
─¿Y no puedes rodearla?─preguntó con miedo Carlo.
─¡No, estúpido!, ¿no ves que ocupa todo el camino?─contestó Abraham
que se había convertido ya en una especie de ser incontrolable.
Ruth continuaba atónita, sin acabar de creerse lo que sus sentidos
le indicaban, y con mucho miedo por todos permanecía en silencio
mirando a Abraham y a los heridos con los ojos de par en
par.
─Pues vais a ser vosotros los que nos saquéis de aquí─dijo
Abraham.
─¿Y no sería mejor que esperásemos a que pasara la tormenta?
─preguntó con mas miedo aun Carlo.
─¡No, estúpido, ya te he dicho que no vamos a esperar!─dijo el
militar─os vais a bajar los dos del camión y me vais a indicar el
camino, si no queréis que les meta una bala en la cabeza a esos dos
amigos vuestros, os lo juro que lo haré si no me
obedecéis.
Con resignación y mucho miedo los dos amigos se pusieron el traje
térmico y se encaminaron hacia el exterior, no podían arriesgarse a
que Abraham cumpliera su amenaza.
─Carlo le dijo a Ruth─en cuanto salgamos tu te colocas a la derecha
del camión y yo a la izquierda, que es de donde viene el viento,
así el mismo camión te protegerá mas del aire.
Ruth no dijo nada, pero le obedeció, y Carlo se apresuró a encender
su luz indicadora, mientras luchaba por ver algo en la oscuridad y
procuraba que el fuerte viento no lo tumbara.
Con Ruth a la derecha, indicando el final de la carretera y Carlo a
la izquierda delante del camión, el vehículo oruga echó por fin
marcha atrás. No parecía que la colisión hubiera hecho mucho daño
en su estructura.
La única manera de sortear la gran piedra era saliéndose del camino
y pasar sobre el área mas nevada de la cuneta, donde se acumulaba
libremente toda la nieve de meses. Así que poco a poco el vehículo
fue marcha atrás y luego siguiendo la luz de Carlo marcha adelante
sobre el borde de la carretera. Ahora la duda que anidaba en la
cabeza de los dos amigos era inevitable que hubiera surgido: ¿les
esperaría o seguiría adelante una vez superado el obstáculo,
dejándolos allí y exponiéndolos a una muerte casi
segura?.
Por un momento se temieron lo peor, pero al final el camión se
detuvo y ambos, luchando contra el viento y la nieve que seguía
cayendo, aun con mas fuerza si cabe, apoyándose el uno en el otro,
lograron llegar hasta la puerta y entrar. Allí les esperaba,
apuntándoles con la pistola, una vez mas, su secuestrador. Carlo se
apresuró a quitarse el traje y aproximarse a los enfermos para ver
su estado de nuevo. El profesor continuaba inconsciente, con fiebre
muy alta y con gran dificultad para respirar, era evidente que
Alfred había empeorado, por lo que Carlo se decidió a intubarlo y a
administrarle oxígeno; su vida ahora, por desgracia, pendía de un
hilo.
Y Haffner, seguía también sin recuperar el conocimiento, aunque sus
constantes parecían estables, y con la pierna entablillada. Carlo
le administró ahora mas sedantes y lo dejó reposar, por lo menos
pese a lo accidentado del viaje, su estado no había
empeorado.
Ruth, se colocó a su lado mientras atendía a los enfermos y le
ayudó en lo que pudo, y a pesar de lo complicado de la situación a
Carlo le pareció que Ruth le sonreía en un momento en que la mirada
de ambos se cruzó.
─Ya con el autobús metido en la carretera de nuevo, Abraham comenzó
una vez mas a ponerse nervioso─¡venga, vosotros dos, volver a
vuestros sitios y dejar de una vez a esos, si se tienen que morir,
pues que se mueran!. El militar volvió a gritarles, y Ruth no pudo
evitar el sentir cómo el corazón se le aceleraba y el miedo la
volvía a invadir con un escalofrío por los huesos. Tampoco Carlo
estaba nada tranquilo viendo la actitud de Abraham, aunque se había
sorprendido al comprobar que no les había abandonado en la
carretera y permitía, aunque a regañadientes, que se siguieran
ocupando de los enfermos. Pensaba que algo mas que desconocían
tramaba Abraham, conociéndolo como le conocía.
Tras casi una hora mas de marcha por una carretera muy complicada,
al fin las luces del aeropuerto se divisaron tenuemente por el
parabrisas del vehículo todo terreno y en ese instante Abraham lo
detuvo bruscamente.
─Luego volvió a coger con su mano derecha el arma y apuntó a Ruth
con ella─está bien, hemos llegado, pero ahora me vais a contar mas
cosas que necesito saber vosotros dos, tu Carlo, vas a hablar
claro, si no le meteré una bala a esta zorra en la
cabeza.
─Pero, ¿que estas diciendo?, ¿y ahora, porque nos detenemos?─dijo
Ruth, otra vez muy asustada.
─Carlo estaba sospechando ya lo que por desgracia se iba a
confirmar, pero trató de ganar tiempo─no se que quieres que te diga
y sobre qué, tu sabes mas que yo de esta expedición.
─¡No me refiero a eso estúpido, sino a lo de los diamantes!, habla
ya y dime donde los tienes escondidos─dijo Abraham mientras seguía
amenazando a Ruth, ahora mas de cerca, con la pistola.
─¿Pero tu como sabes eso?─dijo Carlo, con un nudo en el
estómago─ah, ya comprendo, seguro que Alberto te ha contratado para
que me saques esa información, ¿no?, ¿cuanto dinero te ha ofrecido
ese ser rastrero y repugnante?.
─¡Cállate de una vez, a ti eso no te importa!, limítate a decirme
de una vez donde escondes los diamantes, y a lo mejor os dejo
vivir, sino mataré a la perra de tu amiguita primero, te lo juro, y
así hablarás.
─¿Pero, de que estáis hablando?, ¿de que diamantes?. Y ese Alberto,
ese, ¿es tu cuñado?─dijo Ruth, totalmente confusa.
─Tú, cállate, y tu habla de una vez o la mato─dijo Abraham, cada
vez mas nervioso, al tiempo que se levantaba y apuntaba a la cabeza
de Ruth con su pistola, sin que ni ella ni Carlo, pudieran siquiera
moverse de su posición al estar bien maniatados.
El silencio se hizo insostenible, los ojos de Abraham brillaban y
parecía que se le iban a salir de sus órbitas. Ruth permanecía
aterrada, encogida sobre sí misma y temiéndose lo peor. Carlo pensó
que si le decía donde encontrar los diamantes seguro que entonces
los mataría a todos y escaparía a contarle el secreto a su odiado
cuñado, así que en esos momentos dudaba que hacer, mientras un
sudor frío le recorría la frente.
Un sonido potente, ensordecedor, dejó a todos paralizados, y a
continuación, otro más los volvió a aturdir. La alta figura de
Abraham cayó de bruces inmóvil con un disparo en la nuca sobre un
charco de sangre. Y a la vez, Ruth cayó de espaldas simultáneamente
con otro disparo en el pecho. El odiado Abraham aun había tenido
tiempo de disparar su arma mientras se despedía de este mundo.
Carlo lanzó un grito de dolor y giró la cabeza hacia atrás para ver
como Haffner, sobre su litera, incorporado sobre su brazo
izquierdo, y sosteniendo todavía con el otro brazo un fusil
humeante, acababa de disparar sobre Abraham. De inmediato Carlo
recogió a Ruth y le cortó las ataduras, la levantó con cuidado en
sus brazos y comprobó enseguida que estaba inconsciente y sangraba
profusamente por el tórax. Trató de detener la hemorragia
presionando sobre ella, mientras la colocaba en el área médica,
donde Haffner, ya consciente, intentaba ayudarle.
─Gracias, amigo, nos has salvado la vida, suerte que te has
despertado a tiempo─dijo Carlo, mientras se afanaba por controlar
la hemorragia que sufría Ruth.
─Estaba ya hace un rato escuchando vuestra conversación y esperando
el momento de intervenir, aunque me encontraba muy mareado, pero
ahora, vamos a intentar salvar a esta pobre─dijo Haffner─tal vez si
hubiera intervenido antes.... ─No te preocupes, bastante has hecho
ya, con lo mal que te debes de sentir todavía. Temo por la vida de
Ruth─dijo Carlo─la herida parece grave, por lo que sangra la bala
le debe de haber perforado un pulmón, aunque,..... me parece
incluso que está muy cerca del corazón─continuó hablando Carlo,
mientras la exploraba, como si reflexionara en voz alta.
─¿Pero, crees que se salvará?─dijo Haffner, muy preocupado por su
amiga.
─Eso espero, voy a estabilizarla aquí mismo y luego pensaremos qué
podemos hacer, no se.....
Carlo se sentía muy agobiado, su amor Ruth se debatía entre la vida
y la muerte, y ellos se encontraba en medio de la nada, en una
tormenta inmensa y en un territorio hostil.
Trató de concentrarse en lo que estaba haciendo para hacerlo lo
mejor que sabía, la vida de Ruth estaba en juego. Por lo menos su
enemigo mortal, el imprevisible Abraham, estaba fuera de combate,
gracias a la profesionalidad de Haffner y a su extraordinaria
puntería.
Malaquías, el padre de Ruth, tenía razón en lo que siempre le
decía: “la raíz de todos los males de este mundo está en el dinero
y el afán de riquezas”, y ahora lo había podido comprobar de nuevo
de primera mano.
Por otro lado si le hubiera llegado a decir a Abraham donde estaban
los diamantes, también la vida de Malaquías hubiera estado
seriamente en peligro, además de que, con seguridad, ahora mismo,
todos los del camión estarían muertos. Abraham no se hubiera
detenido ante nada, estaba muy ofuscado, ¿como era posible que una
persona pudiera cambiar tanto ante la simple idea de
enriquecerse?.
Mientras acababa de atender a Ruth le vino, sin proponérselo, una
necesidad imperiosa de rezar en su corazón, sentía que debía rezar
por Ruth a su reencontrado Dios y ¿por que no? a su recién
encontrado Jesús.
Tal vez si era verdad que durante su vida en este mundo Jesús de
Nazaret había sido capaz de resucitar hasta a los muertos, ahora
podría escucharle y salvar a Ruth, y sacarles de aquella situación
tan desesperada. Y así lo hizo, según los cristianos los dos eran
el mismo Dios, el Padre y el Hijo, así que rezó a los dos, sobre
todo por la vida de su mejor amiga, y una lágrima rodó por su
rostro. Haffner volvió a acostarse en su litera, estaba todavía muy
obnubilado y débil y le costaba mucho mantenerse en pie. Su aspecto
también era sobrecogedor, con la cabeza vendada y la pierna
entablillada y todo el cuerpo cubierto de heridas y moratones, era
prácticamente un milagro que hubiera podido sujetar el fusil, y
además acertarle a Abraham en plena cabeza, claro que la distancia
era corta, pero aún así había hecho casi lo imposible.
Sobre todo esto recapacitaba Carlo, intentando poner en orden sus
ideas, mientras terminaba de estabilizar a Ruth, que por lo menos
había dejado de sangrar.
Lo primero, pensó, era intentar establecer contacto con la base. Y
así lo hizo, y gracias a Dios, lo consiguió, sin duda porque la
distancia que separaba a los dos era tan solo de unos cientos de
metros.
Carlo no tenía ni idea de como conducir aquel vehículo, así que
siguió las instrucciones que le daban desde la base y poco a poco,
con algún que otro sobresalto, sobretodo al tener que atravesar las
piedras y todos los obstáculos que encontró en su camino, se acercó
lo mas que pudo a la única puerta de entrada al recinto que
permanecía útil.
Se colocó una vez mas el traje térmico y dejó al cuidado de los
enfermos a Haffner, que aun en su estado, con gran esfuerzo, se
incorporó para vigilarlos mejor. Y salió del vehículo para cubrir
los pocos metros que lo separaban de la entrada.
La impresionante tormenta continuaba azotando con fuerza toda la
isla, y Carlo tuvo que hacer un gran esfuerzo para que el viento no
se lo llevara, asiéndose al pasamanos que había sido colocado a tal
fin, con fuerza, por fin logró penetrar en la base del aeropuerto.
Allí, apenas una decena de personas permanecían intentando dirigir
lo que quedaba de su bello país. El resto de la gente, incluso los
heridos y enfermos, hacía ya tiempo que o habían muerto, o había
sido evacuados hacia el sur de Europa.
No quedaba un solo hospital en toda la isla que permaneciera en
funcionamiento, y el traslado en avión fuera de ella en esos
momentos era imposible. Así se lo comunicaron en la base.
El mejor lugar y mas seguro para los heridos era el propio autobús
oruga donde ya se encontraban. Debían esperar a que el tiempo
mejorara.
Haffner era el que poco a poco se iba recuperando mejor. El
profesor Alfred continuaba intubado e inconsciente y Ruth, dentro
de la gravedad de sus heridas, permanecía estable.
El cadáver de Abraham continuaba inalterable, en la misma posición
en que había sido abatido hacía ya bastantes horas por el certero
disparo de Haffner. Por fin, tras mas de cuarenta y ocho horas de
espera paciente, el tiempo empezó a mejorar poco a poco. Dejó de
nevar y de oírse el desagradable zumbido del viento en el exterior,
el cielo comenzó a adquirir su tono grisáceo habitual y la luz del
sol apareció tenuemente por el horizonte.
Desde la base anunciaron que ya se podía despegar y dos pilotos
hebreos se hicieron cargo de la expedición de vuelta. Primero
llevaron con soltura el camión hasta el avión, lo mas cerca
posible, y Carlo con la apreciable ayuda de Haffner preparó a los
heridos en camillas para su traslado.
Con sumo cuidado y cariño Carlo colocó el traje térmico a Ruth, con
gran precaución para que la herida no se abriera y volviera a
sangrar y con el profesor ya preparado también, todos subieron al
avión.
Según indicaciones de los pilotos, con el acuerdo del inspector
Haffner, el cadáver de Abraham fue depositado a un lado de la
pista, lo mas alejado posible de ella, y en el exterior, en
cuestión de segundos, el cuerpo se congeló. En unos minutos, todos
a bordo, incluido el material y las muestras obtenidas en la
expedición, que tanto les había costado conseguir, el avión despegó
con destino al aeropuerto Ben Gurión de Israel.
Allí les esperaría, en la misma pista, un helicóptero medicalizado
para trasportar a los heridos hasta el hospital mas cercano. Carlo
no se separaba ni un momento de su amada Ruth, y no paraba de rezar
y de pensar en como se tomaría Malaquías el grave estado en que se
encontraba su hija.