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Pasa el tiempo, las aguas del Moldava corren bajo los puentes de Praga y menudean los rumores sobre el futuro de Emil. Sin anunciar del todo su declive, sus repetidas derrotas parecen marcar cuando menos el final de su omnipotencia. Para el XVIII cross de L’Humanité, checos y soviéticos llegan a París en el mismo DC-4 de Air France, pero, en esta ocasión, Emil ya no es la única estrella esperada en Le Bourget. Desciende también del avión el apuesto Kuts. A lo largo de los meses ambos habían estado robándose sucesivamente el uno al otro el mejor tiempo. Kuts había contribuido a batir el récord de los cinco mil metros con Emil hasta que éste renunció a correr esa distancia.
Emil viste como de costumbre: vieja gabardina que en esta ocasión es verde, eterno gorro de lana con borla, siempre relajado lejos de las pistas, pero acaso un pelín más gordo. Sí, dice sonriendo en todas las lenguas como suele hacer, he ganado un par de kilitos. Hombre, es que este año he tenido mucho trabajo, y por lo tanto menos facilidades para entrenar.
Con facilidades o sin ellas, Emil gana con comodidad el cross organizado tradicionalmente por el órgano central. Esta ceremonia deportiva internacionalista se celebra en presencia de los embajadores de la URSS, de Checoslovaquia, de Hungría, de Polonia y de otros países hermanos y, en representación de los apparatchiks franceses, de Jacques Duclos, Marcel Cachin, Étienne Fajon y André Stil, todo ello en medio de una corriente gélida y un derroche de discursos sin fin, de marchas militares y de himnos nacionales. Los camaradas aclaman a Emil instándole a que pronuncie unas palabras en el podio. Estoy contento, declara Emil, pero siento que un joven no me haya vencido. Los jóvenes aman más que yo la victoria. Yo tengo treinta y tres años, no tengo la misma voluntad de vencer, y sólo corro ya por el placer de correr. Gracias a todos. Recibe una ovación. Qué gran tipo, piensa la gente, Dios, qué gran tipo.
Con todo, la vida en las pistas le da la razón. De regreso en Checoslovaquia, en la pequeña ciudad de Budějovice donde participa en el campeonato de cross-country del Ejército, Emil se inclina ante un tal Ullsberger, que por lo demás es su mejor discípulo. En un terreno abrupto, con un frío seco, Ullsberger sorprende a todo el mundo sacándole cincuenta metros. Es la primera vez en diez años que Emil sufre una derrota en su propio país.
A los pocos días, en Zlin, Emil se desquita de Ullsberger, pero la suerte está echada. Trata de llamar la atención anunciando que va a intentar batir su propio récord mundial de los diez mil metros, el de Bruselas, y ha decidido batirlo en Houstka, en su estadio favorito, el de Stará Boleslav. Sólo cuenta con una pequeña pista de 363,76 metros, pero es una pista excelente, está protegida del viento por el bosque aledaño y los mejores técnicos locales la han acondicionado para la tentativa.
Pero ha sido una semana cargada. Tres días antes, para la conmemoración del décimo aniversario de la liberación, se ha visto obligado a participar como oficial en el gran desfile conmemorativo del ejército checoslovaco: parece que no, pero esas cosas cansan. Para más inri, el calor es agobiante ese día en Stará Boleslav, la barrera de árboles próximos resulta insuficiente y las ráfagas de un violentísimo viento levantan un antipático polvo en el estadio. Emil se ve traicionado por el viento, el calor, el polvo, y por Ullsberger, que debía servirle de liebre pero que ha aprovechado para dejarlo en la estacada. La lengua fuera, rostro congestionado, afectado por la atmósfera pesada y tormentosa, Emil cede en el octavo kilómetro y no logra batir su récord, aunque había superado ampliamente los tiempos intermedios de Bruselas. La multitud emocionada olvida casi lanzarle sus gritos de aliento.
Mala suerte. A qué se dedicará ahora. Pues a preparar, ya, la maratón de Melbourne, mientras en las antípodas los australianos se abalanzan ya por millares a comprar las entradas para los Juegos del año siguiente. Y también mientras la prensa checoslovaca anuncia la aparición de un tónico milagroso, elaborado en laboratorio por un equipo de investigadores. El tónico está basado en el régimen de Emil, e inmediatamente recibe el nombre de Cóctel Zátopek. Sin embargo, una vez analizado, el producto, compuesto de levadura y glucosa extraída de frutas, deja bastante que desear. Es una suerte de sucedáneo de la mezcla propugnada en la misma época por Gayelord Hauser, autor del bestseller titulado Véase joven y viva más.
Mucha glucosa y mucha levadura, pero el caso es que las cosas no mejoran. En Praga, Emil se abstiene de participar en los campeonatos del Ejército y a continuación pierde en la prueba del Memorial Rosicky. En Belgrado sufre una clara derrota debido a un problema intestinal, causado precisamente por un abuso de fruta. En Varsovia, jornadas decepcionantes. Emil vegeta sin pena ni gloria en los diez mil metros para ser irremediablemente superado al día siguiente en los cinco mil metros.
No se llama a engaño, es consciente de que va a llegar el momento de la retirada. Pero no lo lleva mal, lo menciona y parece divertirle. Sigue asegurando que le alegra que los jóvenes lo superen y quieran mejorar todos sus récords. Confía, eso sí, en mantenerse en forma hasta Melbourne, donde se obstina en hacer un buen papel. Después, dice, se acabaron los desplazamientos. Correré alrededor de mi casa, me dedicaré a formar a esos jovencitos a quienes gustan las carreras de fondo y ya está. Incluso le ha dado por desplazarse en moto, una pequeña NSU Quickly que le regalaron en Karlsruhe. En realidad, quien la conduce casi siempre es Dana, él se limita a seguirla al trote para reír cuando tiene que posar ante los fotógrafos de prensa.
A veces, incluso, Emil retoma un poco las riendas, pero es que tampoco le gusta que le busquen las cosquillas. En Brno, por ejemplo, disputa los cinco mil metros con un polaco llamado Krzyskowiak que acaba de derrotarlo en Varsovia, ve ganada la partida y no piensa cejar en su empeño. El tal Krzyskowiak, que ha salido delante, no piensa permitir que Emil lo adelante y, desleal, intenta incluso quitárselo de en medio empujándolo a mitad de recorrido para sacarlo de la pista. Arrebato de cólera del dulce Emil, quien evita el golpe bajo y se pone en cabeza después de la curva. Pero Krzyskowiak ataca con renovados ímpetus, lo adelanta, se distancia y parece encaminarse hacia la victoria cuando Emil, furioso y apretando los dientes, desborda como una bala al polaco justo antes de la meta para terminar con su mejor tiempo del año. Gana saludado por las habituales salvas de aplausos, vuelve a ser el héroe de la competición, el héroe de la pista. Ves que Emil todavía no lo tiene del todo jodido. Pero también has de reconocer que ahora, cuando gana, se limita a acelerar progresivamente, en la medida de sus fuerzas, durante los últimos kilómetros. Antes no lo hacía así.
Ganar con menos frecuencia no es grave para quien atraviesa altibajos. Pero es que él, que había sido siempre el primero, no ha conocido el estiaje. Por lo tanto es normal que al envejecer se recupere con mayor dificultad, que el esfuerzo lo fatigue antes, que tarde más en rehacerse. Emil lo sabe pero a veces se rebela, como si no quisiera admitirlo, se obstina en seguir tirando los dados. Y así, siempre afable y en absoluto abrumado, anuncia su intención de batir de nuevo su récord de Bruselas.
Siguen yendo mal las cosas. Tan mal que, después de una competición Londres-Praga, Emil, que ha quedado tercero, parece sacar conclusiones. Anuncia que, sin abandonar totalmente el atletismo, dejará de participar en las pruebas internacionales después de los Juegos de Melbourne. Más vale retirarse cuando todavía se está en forma, observa precisando que tomó esa decisión hace ya algún tiempo. Y ya está bien así, añade, mis triunfos han durado más que suficiente.
Pero sigue siendo tremendo. Hete aquí que a pesar de todo le da la vena de batir otro de sus récords mundiales, el de la hora, y decide hacerlo en Čelákovice, una pequeña población cerca de Praga. Porque sí. Un capricho que se le mete entre ceja y ceja. En el último momento renuncia a ello porque la pista no está en condiciones, pero en su lugar decide correr los veinticinco kilómetros para intentar recuperar el récord de esta distancia, que el ruso Ivánov le arrebató hace un mes. Y dicho y hecho, corre y lo recupera. Ese tipo de quien decían que estaba acabado posee de nuevo todos los récords del mundo de fondo, desde el seis millas hasta los treinta kilómetros. Ya nadie entiende nada.
No se sabe qué pensar. Se sospecha que ha montado una estrategia, disimulado sus intenciones durante toda esa temporada, fingido flojear, incluso decaer, para luego realizar esa imprevista proeza de Čelákovice. Se le acusa de desperdiciar expresamente sus posibilidades en cinco y diez mil metros para preparar distancias más largas de cara a la maratón de Melbourne. Ya había utilizado ese truco cuatro años atrás, otro año preolímpico, anunciando baja forma para arramblar al final con todo el oro del mundo. Con él, nunca se sabe. Máxime cuando, en señal de despedida, Emil publica sus memorias, tituladas Mi entrenamiento y mis carreras, cuyo último capítulo, «Emil en la intimidad», ha escrito Dana.
Con ella pasará Emil dos meses en la India, donde dirigirán el entrenamiento de los atletas locales y darán unas conferencias —lo cierto es que las cosas parecen haber cambiado en Praga, cada vez hay más facilidades para salir del país—. Una vez en Bombay, viajan a Nueva Delhi, donde Emil corre a diario cuarenta kilómetros, porque una maratón se prepara, o por lo menos ése es su modo de prepararla. Por otra parte, a su regreso, anuncia en el Svobodne Slovo que en Melbourne sólo participará en dicha prueba. Descartados los diez mil metros olímpicos, donde no se ve con ninguna posibilidad de ganar.
Pero vaya usted a saber, todavía puede cambiar de opinión. Según un ritual próximo al de las despedidas en el music hall, las estrellas de la carrera pedestre poseen una tremenda desenvoltura para alternar las declaraciones definitivas, trágicas, con la reanudación repentina del entrenamiento e incluso la realización de nuevas marcas. En cualquier caso, Emil sigue entrenando en el bosque pese al crudo frío que ha azotado Checoslovaquia.
Comienza la temporada con un primer cross en Checoslovaquia: se trata de elegir a ocho corredores para presentarse en París. La prueba es dura, de poco más de ocho kilómetros de largo y a -14°. Emil se limita al principio a seguir el ritmo que impone un tal Kodak, y se despega al final para ganar con dieciséis metros de ventaja. Muy bien, no está todo perdido. Ni que decir tiene que sale seleccionado. Aguarda serenamente el XIX cross de L’Humanité.