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Cómo me convertí en el Hombre Zumo
Cuando yo era un muchacho -a principios de los años cuarenta- comía mucha carne y jugaba mucho al fútbol americano. El momento más culminante de mi carrera en la University of Southern California fue cuando tuve la oportunidad de jugar en el Rose Bowl. ¡Qué emoción! En ese momento -tenía apenas veinte años y la ingenuidad y el idealismo propios de la juventud- soñaba con convertirme en entrenador de fútbol americano y en preparador físico. ¡Qué gratificante sería enseñar a los jóvenes la importancia de ser perseverantes, buenos deportistas y ganar! Pero, inesperadamente, me puse enfermo y los médicos me dijeron que quizás no sobreviviría a la enfermedad.
Pueden imaginarse cómo se sentiría un joven aparentemente sano ante un diagnóstico tan terrible. Estaba desolado, deprimido, furioso y aterrorizado. Pero me negaba a perder la esperanza. ¿Cómo podía ser? ¿Por qué mi cuerpo -al que, como todo atleta, casi adoraba- me traicionaba? Empecé a leer todas las publicaciones de medicina convencional y alternativa sobre enfermedades y curas que caían en mis manos. Al leer un artículo que trataba sobre un médico alemán llamado Max Gerson, me di cuenta de que había encontrado la solución. El doctor Gerson acababa de emigrar a Estados Unidos y estaba en Nueva York tratando pacientes con zumo natural de zanahoria y otros productos naturales. La idea me pareció interesante. Los médicos que me habían atendido no podían asegurarme una total recuperación, de modo que hice las maletas y me dirigí hacia el este.
Cuando llegué a Manhattan, empecé con una dieta a base de trece vasos de zumo de zanahoria y manzana al día. Empezaba a tomarlo a las seis de la mañana y repetía la dosis cada hora, hasta la tarde. Dos años y medio después, estaba completamente recuperado. Pero además de estar sano físicamente, había cambiado para siempre. Cuando me recuperé por completo, me hice a mí mismo la promesa de dedicar mi vida a divulgar mis creencias sobre las propiedades de los zumos.
Eso ocurrió hace casi cincuenta años y he cumplido mi promesa. Ahora, tras décadas de penurias económicas, he logrado crear y comercializar una licuadora que lleva mi nombre, he participado en cientos de programas de radio y televisión, he dirigido semanarios a nivel nacional, he grabado vídeos y casetes educativos y he escrito este libro.
Pero, ¿cómo he llegado desde la clínica del doctor Gerson en Park Avenue, a finales de la década de los cuarenta, a escribir un libro sobre zumos, en la década de los noventa? No ha sido el ánimo de lucro lo que me ha incentivado, sino el deseo de enseñar a los demás todo lo que sé sobre zumos. En mi opinión, la única forma lógica de conseguirlo era haciendo demostraciones de licuadoras en público. Poco tiempo después de salir de la clínica de Nueva York y de regresar a mi hogar en Los Ángeles, empecé a trabajar en una empresa llamada Norwalk Food Factory. Fabricaban una licuadora, avalada por el doctor Norman Walker -hombre que posteriormente se ha convertido en uno de mis más preciados consejeros- quien defendía muchas de las teorías sobre nutrición que yo he adoptado en el transcurso de los años. No me dedicaba a vender la licuadora llamando de puerta en puerta, sino que recurría a listas y encuestas telefónicas para demostrar las virtudes de este artefacto en las cocinas de todo el sur de California. Muchos de nuestros clientes eran personas inválidas que deseaban seguir una dieta más sana y a quienes intrigaba la idea de la licuadora. Con el folleto informativo del doctor Walker y mis propias convicciones, vendí unas cuantas. Independientemente de que vendiera o no, sentía una gran satisfacción y emoción al ver la reacción de quienes bebían el primer sorbo de zumo de zanahoria o de piña. Aún hoy, la expresión de la cara de una persona que prueba el delicioso sabor de un zumo, es algo que me sorprende y estimula. Pero yo deseaba llegar a más gente. Por este motivo, después de unos años y tras pensarlo mucho, decidí cambiar de empresa y empezar a hacer demostraciones en tiendas con una licuadora más económica.
Colocaba mesas llenas de hortalizas y frutas frescas en establecimientos como Woolworth's y J. J. Newbury's de Los Ángeles para demostrar el funcionamiento de la licuadora a todos los que pasaban. En esos años de la posguerra, las tiendas especializadas en alimentos naturales eran escasas y estaban lejos unas de otras, incluso en la soleada California. Sin embargo, eran tantos los clientes que parecían fascinados por los zumos y la licuadora que decidí probar suerte haciendo demostraciones en casas particulares y ferias. Mientras tanto, me puse en contacto con un agente de compras de los grandes almacenes Abraham amp; Straus de Nueva York y, al poco tiempo, estaba recorriendo el país haciendo demostraciones en grandes almacenes, en reuniones en casas particulares y en todo tipo de ferias. Trabajé para establecimientos como Marshall Field's de Chicago, Foley's de Houston, Lazarus Brothers de Cincinnati, Jaske's de San Antonio y The Broadway de Los Ángeles. En aquellos tiempos era poco lo que yo sabía sobre zumos, pero, dado que todos estos comercios gozaban de mucho renombre y muchos de los clientes tenían tarjetas de crédito, pude seguir adelante.
Sin embargo, fueron tiempos difíciles. Compré una camioneta para hacer más fáciles mis viajes de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Para ahorrarme los gastos de hotel, a menudo dormía en la parte trasera de la camioneta. Recuerdo una anécdota que es un claro ejemplo de cómo era mi vida en aquellos tiempos. Acababa de pasar diez largos días muy poco fructíferos en una feria de Davenport, Iowa, durante los cuales no había vendido ni una sola licuadora. Era realmente desalentador pero, teniendo en cuenta el frío que hacía y lo poco concienciada que estaba la gente en los años cincuenta con el tema de la alimentación sana, no era nada raro. Esos diez días me dejaron prácticamente sin un céntimo y mientras me dirigía hacia Michigan, mi siguiente destino, paré la camioneta en la cuneta de una carretera secundaria, apagué el motor y me puse a dormir en la parte trasera. Rápidamente me di cuenta de que la temperatura era inferior a los cero grados. En esa época, en la que todavía no existían los sacos de dormir ni otros equipos de acampada para protegerse de esas temperaturas, un pobre vendedor en bancarrota y durmiendo en su camioneta no tenía más remedio que taparse con toda la ropa que tenía y acurrucarse como un animal en hibernación.
Ésa no fue la única época mala. Yo vivía con mis padres, que eran inmigrantes yugoslavos, en San Pedro, California. Como muchas familias, luchamos durante la Gran Depresión de los años treinta cultivando la mayor parte de nuestros alimentos en una pequeña parcela de terreno que había detrás de la casa. Me casé y divorcié siendo muy joven, pero me quedaron dos hijos maravillosos de ese matrimonio. Sin duda, el sueño de una carrera deportiva desapareció cuando contraje la enfermedad. Pero mis padres me habían enseñado a trabajar duro para lograr mis objetivos y, gracias a ello, jamás me di por vencido y seguí luchando para hacer realidad mi sueño de demostrar a la gente las virtudes de los zumos. En aquellos años, tuve a veces dos empleos simultáneos para poder seguir tirando: de día, cargaba mercancías en el muelle de Los Ángeles y, de noche, cargaba productos lácteos en camiones. Entre trabajo y trabajo, iba a un pequeño gimnasio para mantenerme en forma y ducharme y me iba a dormir a la camioneta que tenía aparcada en la fábrica de productos lácteos. Unos meses más tarde, cuando pude reunir el dinero suficiente para pagar la gasolina, las frutas y las hortalizas, volví a la carretera para hacer demostraciones de las licuadoras.
Ésta fue mi vida durante los años cincuenta y sesenta. A medida que la gente me iba conociendo y crecía el interés general por la alimentación sana, mi situación económica fue mejorando. Empecé a participar en programas de televisión que, en esa época, solían ser en directo. Fue precisamente en un programa de variedades en Cincinnati, Ohio, en 1961 cuando dejé de llamarme John Kordich y me convertí en «Jay, el Hombre Zumo». Un hombre llamado Paul Dixon dirigía un programa local matutino muy popular en el que presentaba a gente con talento de la región y hacía breves comentarios sobre distintos temas. El establecimiento donde yo hacía las demostraciones de licuadoras patrocinaba el programa y se me pidió que saliera como su representante. La televisión y yo hicimos buenas migas en cuanto nos conocimos y pronto me convertí en un invitado habitual del Show de Paul Dixon. Además, me llevaba muy bien con Paul, un hombre alegre y despreocupado a quien le gustaba trasnochar y que, como consecuencia de ello, aparecía muchas veces por la mañana con los ojos hinchados. Esa mañana en concreto, yo estaba esperando fuera del escenario con una gran mesa de ruedas cargada de pintorescas hortalizas y frutas frescas. Paul no lograba leer lo que le indicaba el apuntador, así que miró hacia donde yo estaba, vio la licuadora, las frutas y las hortalizas y anunció con una amplia sonrisa: «Señoras y señores, a continuación presentaremos a "Jay, el Hombre Zumo". Acepté el epíteto y, además, lo adopté para siempre».
Es esa época, yo trabajaba para una empresa de Aarburg, Suiza, llamada Rotel International. Siguiendo mis consejos esta empresa diseñó una licuadora que no necesitaba la fuerza centrífuga para despedir la pulpa sino que la expulsaba gracias a un potente motor. Éste fue el prototipo del aparato que hoy lleva mi nombre y, aunque se tardó casi veinte años en perfeccionar el diseño, empecé con mucho orgullo a mostrar los primeros modelos durante mis viajes. Yo era simplemente asesor y vendedor de la licuadora, pero como mi relación con Rotel continuó, en 1978 me dieron los derechos de importación del aparato y la bauticé con el nombre de «The Juiceman».
En los años setenta, las tiendas de productos naturales empezaron a aparecer por todo el país. A principios de esa década, hice una demostración de la licuadora Rotel en el Centro de Vida Natural de Wilton en Connecticut y, gracias a ello, me invitaron al programa de televisión de Bob Norman, en New Haven, para preparar zumos y hablar acerca de sus propiedades durante una hora entera. Esa misma tarde, informaron al Centro de Vida Natural que todas las tiendas de la zona habían agotado sus existencias de licuadoras y que estaban haciendo más pedidos.
Hasta ese momento, mis apariciones en los programas de variedades, como el de Paul Dixon, eran una diversión, pero este incidente hizo que me diera cuenta del poder de la televisión. ¿Y qué pasaría si combinaba el poder de los medios de comunicación con el poder de los zumos? Podría llegar a esos cientos de miles de personas con las que había intentado ponerme en contacto desde que había empezado a trabajar con la licuadora de la Norwalk Food Factory. A pesar de lo entusiasmado que estaba con la idea, el sueño no se hizo realidad hasta los años ochenta.
Estaba satisfecho con mi trabajo de importación de las licuadoras Rotel y me agradaba el hecho de llamarlas «The Juiceman», de modo que continué haciendo demostraciones en las tiendas de productos naturales, como el famoso «Mercado Natural de Mrs. Gooch» de Los Ángeles, y en otros puntos de todo el país. En septiembre de 1980, conocí a una mujer en San Diego. Me contó que hacía muchos años que era vegetariana y me di cuenta de que estaba tan convencida de las virtudes de los zumos como yo. Linda y yo nos casamos el 11 de enero de 1981, apenas una semana después de nuestra primera cita «oficial». Desde el principio me acompañó en mis viajes para mostrar la licuadora en tiendas, ferias y programas de televisión, así como en los nuevos cursos que empecé a dirigir. De muy buen ánimo, mi nueva esposa dormía en la parte posterior de la camioneta cuando era necesario e incluso soportó la incomodidad que ello suponía mientras estuvo embarazada de nuestro primer hijo, John, que nació en 1984. (El segundo, Jayson, nació en 1986.) Linda se quedaba «fuera del campo» y me observaba: en esos momentos, un hombre de poco más de sesenta años, que estaba todo el día de pie y hablando y haciendo bromas con los clientes durante ocho o diez horas seguidas. Le disgustaba que terminara tan afónico así como la vida dura que llevábamos, por lo que me pidió con insistencia que cambiáramos de rumbo. Su dedicación, su perseverancia y su confianza en mí y en nuestro producto me ayudaron a conseguir un lugar en El Show de Rita Davenport en Phoenix, Arizona.
Creo que ese logro me abrió las puertas a mejores oportunidades en los medios de comunicación. De repente, otros presentadores y productores de programas de televisión se dieron cuenta del interés que despertaba la licuadora y de las posibilidades que ofrecía. Todos me llamaban para que participara en sus programas. A mediados de los años ochenta, nos mudamos a Seattle, Washington, donde nos asociamos con Lester Gray, del programa Seattle Today. Lester, además de ser un excelente productor de televisión, estaba convencido de las cualidades de los zumos y me ayudó a conseguir una participación en el programa Good Company, en Minnesota -y en muchos otros programas-, presentado por el matrimonio Steve Edelman y Sharon Anderson. El prestigio que tiene este programa en todo el país me ha ayudado mucho.
Empecé a tener mucho éxito, tanto en mi carrera televisiva como en los cursos que impartía por todo el país. Siempre hacía demostraciones de la licuadora -como solía hacer antes en tiendas y ferias- ante personas que deseaban mejorar su dieta incluyendo zumos naturales. En 1987, Linda y yo fundamos «The Juiceman» y nos dimos cuenta de que era el momento de que nuestro mensaje llegara a todo el país. Actualmente, un equipo de gente muy preparada y con plena dedicación viaja por todo el país e imparte cursos en hoteles o salas de conferencias. En general, el auditorio está compuesto por cientos de norteamericanos entusiastas que han incorporado los zumos a su dieta. Yo continúo viajando casi quince días al mes, dando seminarios y haciendo presentaciones en radio y televisión.
Lo que me proporciona más satisfacción es conocer gente cuya vida ha cambiado gracias a los zumos. Desde las primeras épocas, he conocido personas fabulosas, muchas de las cuales han dado sentido a mi vida y la han enriquecido. Por este motivo, cuando pienso en el pasado, no puedo dejar de lado ninguna de estas experiencias. Voy a explicar un ejemplo que ha dejado huella en mi memoria.
Sucedió en los años sesenta. Yo estaba realizando un trabajo de una semana en los almacenes Jaske de San Antonio. La licuadora que vendía en ese momento costaba 139,95 dólares, cantidad de dinero muy considerable para la gran mayoría. Cada día veía al mismo hombre de piel curtida detrás de la multitud que se agolpaba. Finalmente, el último día, se acercó y, como no hablaba inglés, me indicó con gestos que quería comprar una licuadora. Sacó 39,95 dólares de un raído billetero. Probablemente, había entendido mal el precio y, quizás, también la moneda. Pero, ¿qué podía hacer? Le expliqué que el dinero que me daba no era suficiente para comprar una licuadora en esa tienda. Sin embargo, le sugerí que si me ayudaba a trasladar mi equipo hasta la camioneta podíamos valorar su trabajo en la cantidad restante y le ofrecí un modelo de muestra que tenía en la parte trasera de mi vehículo. No sólo aceptó gustosamente la licuadora sino también mi ofrecimiento de llevarle a su casa. Cuando llegamos, me pidió que entrara y, una vez dentro de la modesta y única habitación que componía toda su casa, me quedé sorprendido al ver un gran mueble cubierto con una impecable manta. Me pidió que me sentara y retiró la manta dejando al descubierto un piano esmeradamente cuidado. Esa tarde me ofrecieron el concierto más memorable de mi vida. Mi reservado cliente me pagó generosamente con la música más refinada y con más sentimiento que jamás había oído.
Ése es, amigo mío, el poder de los zumos: la habilidad de llegar a la gente con un mensaje tan claro, tan simple y tan directo que toca la fibra sensible de todos. Los zumos naturales son deliciosos y muy sanos y, dado que sus ingredientes se relacionan directamente con la tierra y el cielo, hacen que nos comuniquemos con nuestras necesidades más elementales y liberan nuestros cuerpos para que el espíritu pueda desarrollar todo su potencial con energía y felicidad.