Haber de todo, como en botica

No faltar nada de lo necesario, o de lo que se presume que debe existir en alguna parte.
Sbarbi, en su Gran diccionario de refranes, p. 151, escribe
acerca de esta expresión: «Antiguamente se llamaba en castellano
botica todo almacén o tienda en general, como sucede entre
los franceses con su voz boutique: y en este sentido y no en
el de farmacia opino que está aquí tomada dicha palabra. A
mayor abundamiento, llamábase también botica antiguamente en
Sevilla cada una de las casucas de mujeres de vida airada, situadas
en el barrio especial denominado de las Mancebías, que
habitaron hasta principio del siglo XVII…; y
existiendo en aquel desventurado recinto mujeres más o menos sanas,
jóvenes, asequibles, etc…, es muy posible que dicho nombre y
circunstancias dieran lugar al refrán que nos ocupa».
A mi juicio, Sbarbi no tiene razón en ninguna de las explicaciones que apunta. La frase haber de todo, como en botica se refiere desde antiguo a las boticas de los boticarios que hoy llamamos farmacias, donde hay de todo lo que el enfermo necesita para curarse.
Y si es cierto que los franceses llaman boutique a la «tienda de un mercader o menestral» y «al caudal o géneros que hay en ella», no es menos cierto que desde el siglo XVI, por lo menos, se llamaba en España botica a lo que hoy llamamos farmacia, aunque también se designase con dicho nombre y con el de botiga (que aún subsiste en muchas regiones) a las tiendas en general.
Covarrubias, en su Tesoro (1611), dice: «Botica. La tienda del boticario y también la del mercader». Y Quevedo, en Las zahúrdas de Plutón, obra de 1608, al hablar de los boticarios, escribe: «Y su nombre no había de ser boticario, sino armeros; ni sus tiendas no se habían de llamar boticas, sino armerías de los doctores, donde el médico toma la daga de los lamedores, el montante de los jarabes y el mosquete de la purga maldita, demasiada, recetada a la mala sazón y sin tiempo».
Que el dicho que comentamos se aplicó antiguamente a las boticas de los boticarios lo demuestra la décima que el escritor sevillano Carlos Alberto de Cepeda dedicó, en la segunda mitad del siglo XVII, A una comedia que no valió nada y la hizo un boticario. Dice así la citada composición:
De bote en bote el corral
estuvo ayer a las dos.
¡Bote y en corral!, por Dios
que es fuerza que huela mal.
Verso bueno, tal y cual;
traza, ni grande ni chica;
gala, ni pobre ni rica;
silbos, dos horas y media;
conque «tuvo la comedia
de todo, como en botica».
Lo curioso del caso es que Sbarbi cita esta décima después de apuntar las dos explicaciones, a mi juicio, desacertadas.
Haber gato encerrado

«Haber causa o razón oculta», según el Diccionario.
La
expresión parece aludir al gato, «mamífero carnicero, doméstico,
que se tiene en las casas para que persiga a los ratones».
Ahora bien: gato significa también bolsa de dinero hecha con piel de gato. Covarrubias escribe en su Tesoro de la lengua castellana: «Gatos, los bolsones de dinero, porque se hacen de los pellejos desollados enteros sin abrir». Y el Diccionario dice que gato es «bolso o talego en que se guarda el dinero» y «dinero que se guarda en él». El Diccionario de autoridades incluye, como segunda acepción de la palabra gato, la siguiente: «Se llama también [gato] la piel de este animal, aderezada y compuesta en forma de talego o zurrón, para echar y guardar en ella el dinero; y se extiende a significar cualquier bolsa o talego de dinero».
Cejador, comentando a Quevedo, escribe en nota: «Gatos, bolsas de piel de gato, como todavía en Segovia. Haber gato encerrado es haber buena bolsa escondida».
El mismo Cejador, en su obra Fraseología, o estilística castellana (tomo 2.º, Madrid, 1923), dice que gatazo era sinónimo de «gran bolsón», y que gatear y darle gatazo a una persona significaba «robarle».
Añade que la expresión Hay gato encerrado equivale a las de «tiene misterio», «tiene secreto», y «díjose del gato en el sentido de bolsa, por lo cerrada e impenetrable». (No por lo cerrada e impenetrable —añado yo—, sino por estar la bolsa oculta en un escondite).
Haber hule

[Según el Diccionario, locución verbal usada en tauromaquia con el significado de «haber heridas o muerte de algún torero o picador»].
José María de Cossío, en su obra Los Toros (tomo 2.º, p.
252), anota, como de origen taurino, las frases proverbiales:
«Haber hule: haber peligro grave y desgracia, y Al
hule: a la enfermería. Metafóricamente, al fracaso». También en
el tomo 1.º, p. 76 de esta misma obra escribe lo siguiente:
«HULE. Enfermería. Expresiva alusión al hule que en las de
las plazas cubría la cama de operaciones. Ejemplos: “Pa mí que
Salmerón va al hule” (Serafín y Joaquín Álvarez Quintero. Los
galeotes); “… cuando se llevaron al torero al hule, medio
atontado por el fuerte golpazo de la caída…” (Alejandro Pérez
Lugín, Currito de la Cruz)».
La expresión debe de provenir de algún cronista taurino que llamó el hule a la mesa de operaciones de la enfermería de la plaza de toros (por el hule que cubría el mullido de la misma). Desde entonces se dice que fue una corrida de mucho hule (de muchas cogidas), y la expresión ¡Que va a haber hule!, se popularizó para indicar «que va a haber sangre y heridas», aunque no se trate de una corrida, sino, por ejemplo, de un tumulto, manifestación, algarada, etc.
El escritor norteamericano Ernest Hemingway, en un glosario final de su obra Death in the Afternoon (Nueva York, 1932), dice «Hule: oilcloth; slang for operating table». (Hule: en jerga, mesa de operaciones).
Hablar «ad ephesios». Adefesio

Hablar «ad ephesios»: empeñarse inútilmente en una cosa. Adefesio: despropósito, disparate, extravagancia. Vestidura ridícula y extravagante. Persona de exterior ridículo.
Bastús, en La sabiduría de las naciones (2.ª serie, p. 66),
explica el probable origen del modismo Hablar «ad ephesios»
en los términos siguientes: «Hubo en Éfeso un ciudadano llamado
Hermodoro, a quien, por haber excitado con su brillante posición
social la envidia de muchos de sus conciudadanos, resolvieron
condenar al ostracismo: y en efecto, fue inicuamente obligado a
abandonar su patria por algunos años. Hermodoro y sus amigos
intentaron varias veces hacer oír su voz y demostrar al pueblo de
Éfeso su inculpabilidad e inocencia, mas nunca pudieron conseguir
que dieran oído a sus disculpas, ni se atendieran sus
justificaciones, de donde nació el proverbio hablar ad
efesios, cuando no se hace caso de nuestras palabras u
observaciones». (Bastús, en esto, copia a Covarrubias).
La Academia omite el modismo, y define la voz «adefesios» diciendo que es «despropósito, disparate, extravagancia: de ad Ephesios, con alusión a la cita contemporánea de esta epístola de San Pablo».
Otra etimología de la voz «adefesio» registra Roque Barcia en su Primer diccionario etimológico de la lengua española, de la que resulta que aquel vocablo significa «cansado, flojo y, figuradamente, cosa de ninguna entidad, ridícula».
Correas, al explicar la frase Es hablar adefesios, afirma que «esta última voz es corrompida de ad Ephesios (a los de Éfeso), a quienes escribió San Pablo; y porque fueron pocos los convertidos a la fe, a causa de la ceguedad que tenían con el insigne templo de Diana y otras hechicerías gentílicas, dicen acá adefesios cuando se habla con quien no entiende, y del mismo que habla sin fruto y a despropósito».
Coincide con la opinión de Correas Seijas Patiño, quien, en su Comentario al «Cuento de cuentos», de Quevedo, dice así: «Adefesios. Palabra compuesta de ad Ephesios, a los de Éfeso, a quienes predicó San Pablo y dirigió muchas epístolas. Hablar ad Ephesios significaba hablar a los que no nos entienden ni entendemos, a otros con quienes no tenemos nada que ver.
«Esto dio pie para que más latamente se dijese adefesio a toda cosa rara o extravagante. No hay, pues, que acudir a otros orígenes más eruditos tal vez, pero no más apropiados».
Con esto último alude Seijas a Covarrubias.
Para acabar, consignaré la tan curiosa como discutible explicación que da Unamuno a la palabra adefesio en el artículo titulado: Ad Ephesio (Digresión lingüística), publicado en la revista Nuevo Mundo (Madrid, 19 de junio de 1912).
Unamuno, después de dar por verdadera la explicación de la voz adefesio (de ad Ephesios, en alusión a la epístola de San Pablo a los efesios) que da el Diccionario de la Real Academia en su 13.ª edición de 1899, y de consignar los significados que la Academia da a esta palabra, cita el Viaje a Turquía, de Cristóbal de Villalón (siglo XVI), donde, hablando Pedro de unos sacerdotes que tomaron armas, dice, y le contestan Juan y Mata así:
«A vos, como a theologo, os pregunto: si una fuerza como la de Bonifacio, o Tripol, o Rhodas, o Buda, o Velgrado la defendieran clérigos y fraires con sus picas y arcabuces, ¿fuéranse al infierno?
»JUAN: Para mí tengo que no, si con solo el zelo de servir a Dios lo hazen.
»MATA: Para mí tengo yo otra cosa.
»PEDRO: ¿Qué?
»MATA: Que es eso hablar adefesios, que ni se ha de hazer nada deso, ni habéis de ser oydos…».
Y algo más adelante, en la misma página (la 60), dice Pedro:
«Podría el rei rescatar todos los soldados que allá hai, y es uno de consejos adefeseos, como vos decíais denantes, que las bestias como yo dan, sabiendo que el rei, ni lo ha de hazer, ni aun ir a su noticia…».
A la vista de estos textos, Unamuno cree haber dado con la explicación:
«Hablar adefesios o ad Ephesios —dice— no es, en su principio y sentido originario, decir despropósitos, disparates y extravagancias como el adefésico Diccionario da a entender, sino que es decir cosas que ni ha de hacer nadie caso de ellas ni han de ser oídas y que solo un pobre iluso —no ya bestia— las dice, sabiendo que ni han de llegar a noticia del rey o de los reyes a quienes se dirigen.
»Y ¿por qué se dijo esto de hablar adefesios y no hablar ad-gálatas, o adcorintios, o ad-romanos, o ad-tesalonicenses, o ad-filipenses? La cosa está clarísima para quien recuerde o aprenda que los consejos que se leen a los recién casados… han sido tomados del capítulo V de la epístola de San Pablo a los efesios… Consejos adefesios que, en general, les entran por un oído y por otro les salen, y de los que maldito el caso que se hace…
»Hablar o decir adefesios es, pues, dar consejos como los que por boca del cura da San Pablo a los que se casan, que “ni se ha de hazer nada deso, ni habeys de ser oídos…”. ¿O es que dos que van a casarse, estando verdaderamente enamorados, oyen siquiera los consejos tales?
»Lo trágico viene luego, y es que de esos consejos a que nadie hace caso… llegase el sentido popular, creador del lenguaje, a suponer que son despropósitos, disparates, extravagancias, o, si se quiere, paradojas. Medite el lector por un momento en la relación que pueda haber entre los consejos que San Pablo daba a los cónyuges efesios y la Iglesia repite a cuantos se casan, y una persona vestida de una manera ridícula o extravagante; repase con la mente el proceso imaginativo por que el pueblo ha pasado de una a otra cosa, y vea si no se le abren terribles perspectivas sobre el fondo del alma colectiva en que descansa eso que llamamos sentido común, y que es todo lo contrario del sentido propio y hasta del buen sentido».
Hablar por boca de ganso

Significa, según el Diccionario, «repetir lo que otro ha sugerido».
Según Cejador, es «repetir lo que otros dicen, como los gansos, que
en cantando uno, cantan todos; y tal es el vulgo, que repite sin
reparar en lo que oye y dice». (Tesoro, Labiales B-P, 1.ª
parte, p. 179).
Sbarbi, en El Averiguador Universal, 64 (Madrid, 31 de agosto de 1881, p. 244), escribe: «Significando esta locución proverbial ‘decir lo que otro ha sugerido’, como expresa muy bien la Academia: pudiendo dimanar esa sugestión de un papel escrito; escribiéndose en ese con una pluma; y siendo antiguamente de ganso las que con preferencia se destinaban a dicho efecto, siempre juzgué que la pluma era la boca de ganso a que aludía el refrán consabido».
Esta explicación de Sbarbi no convence.
Correas, en su Vocabulario de refranes, consigna que hablar por boca de ganso se dice «cuando se acierta acaso en algo…; y hablar por ganso es tener al lado quien diga y advierta».
Covarrubias, en la voz «ganso», dice que así eran llamados, por alusión, «los pedagogos (los ayos) que crían algunos niños, porque cuando los sacan de casa para las escuelas, u otra parte, los llevan delante de sí, como hace el ganso a sus pollos cuando son chicos y los lleva a pacer al campo». Y en la voz «ayo» (el que tiene a su cuenta la crianza del príncipe o hijo de señor o persona noble) vuelve a decir que «por esta asistencia que (los ayos) deben hacer con ellos (con los niños sometidos a su cuidado) y no perderlos de vista, los llamaron gansos, por la semejanza que tiene con el ganso cuando saca sus patitos al agua o al pasto, que los lleva delante y con el pico los va recogiendo y guiando a donde quiere llevarlos».
El Diccionario incluye entre las acepciones de la palabra ganso la de «ayo o pedagogo» como usada «entre los antiguos».
En vista de esto, se me ocurre pensar si hablar por boca de ganso equivaldría en su origen a hablar por boca de ayo, y aludiría a los chiquillos que repitiesen las ideas y juicios que habían oído a los encargados de su crianza.
Al menos, esta explicación es la que mejor se acomoda al sentido de la frase: «repetir lo que otro ha sugerido», y a la acepción clásica de la palabra ganso, en el sentido de ayo preceptor.
Habló el buey y dijo mu

Frase que se aplica a los necios acostumbrados a callar, y que cuando llegan a romper su silencio es solo para decir algún disparate.
Correas cita este dicho en su Vocabulario de refranes, y
añade que se aplica «al ignorante que se mete a hablar y dice sin
propósito alguna razón necia».
En las Poesías de Juan Bautista Arriaza figura esta donosa fabulilla, que se hizo contra quien, sin nociones de gusto, criticaba lo que no entendía:
Junto a un negro buey cantaban
un ruiseñor y un canario
y en lo gracioso y lo vario
iguales los dos quedaban.
«Decide la cuestión tú»,
dijo al buey el ruiseñor;
y, metiéndose a censor,
habló el buey y dijo: «Mu».
Es dicho parecido al de «Habló el asno y dijo ó ó», que incluye Hernán Núñez en su Refranero de 1555.
Hacer (uno) a pluma y a pelo

Esta frase, que significa no desperdiciar nada, aceptando cualquier cosa, aunque no sea tan buena como él quisiera, alude al perro, que así caza perdices (animal de pluma) como conejos (animal de pelo). Hacer a pluma y a pelo significa, pues, servir para todo, lo mismo para una que para otra cacería. Y se aplica a la persona que sirve para ocuparse en trabajos diversos.
Es frase parecida a la de Sirve lo mismo para un fregado que para un barrido, con la cual se alude a los diferentes servicios de las criadas o domésticas.
Hacer buenas (o malas) migas

Avenirse, o no, en buena amistad. Concordar, o discordar, entre sí en carácter, inclinaciones, etc. Se dice de las personas y de los animales.
Es metáfora alusiva a las migas que guisan los pastores.
A propósito de esto, recuerdo una postal que vi en mi infancia, y en la cual un pastor baturro le grita a otro que aparece a lo lejos:
—¿De qué pan migo las sopas: del tuyo o del mío?
El que está más lejos le responde:
—Mígalas del tuyo, que con el aire no se oye.
Hacer de tripas corazón

[Significa, según el Diccionario, «esforzarse para disimular el miedo, dominarse, sobreponerse en las adversidades»].
Seijas Patiño, en su Comentario al «Cuento de cuentos», de
Quevedo, dice que hacer de tripas corazón significa
«esforzarse en disimular el miedo o el sentimiento» y es «frase
figurativa e ingeniosa: al que le falta corazón para estar
tranquilo, hágalo de las tripas, que ascienden a la cavidad del
pecho cuando se retienen los suspiros».
Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, explica que hacer de tripas corazón es «mostrar uno mucho ánimo, siendo interiormente cobarde». Según Correas, significa «animarse valerosamente».
En opinión de Cejador, Fraseología (tomo 3.º), es «esforzarse por disimular el disgusto, el miedo, la dificultad, cuando no conviene manifestarlo. Díjose de contener el movimiento del vientre (la diarrea) que causa el miedo, con el coraje y el valor del corazón».
Baltasar del Alcázar, en un epigrama dedicado «a uno, muy gordo de vientre y muy presumido de valiente», escribe:
No es mucho que en la ocasión,
Julio, muy valiente seas,
si haces cuando peleas
de las tripas corazón.
Hacer el agosto

Hacer buen negocio. Antiguamente se decía hacer su agosto y su vendimia.
Hacer el agosto alude a la recolección, y significa entrojar o almacenar la cosecha de cereales y semillas, y, por extensión, hacer su negocio o lucrarse, aprovechando ocasión oportuna para ello. Solía agregarse lo de la vendimia, quizá por reminiscencia del refrán: «Agosto y vendimia no es cada día, y sí cada año, unos con provecho y otros con daño». (Rodríguez Marín, notas a la edición de Rinconete y Cortadillo y a las Novelas ejemplares, de Cervantes, tomo I, Madrid, 1928).
Aparece en La gitanilla, de Cervantes: «Y así granizaron
sobre ella (sobre Preciosa) cuartos, que la vieja no se daba manos
a cogerlos. Hecho, pues, su agosto y su vendimia, repicó Preciosa
sus sonajas…».
Hacer el primo

[Se usa con el significado de dejarse engañar con facilidad].
El
erudito publicista Joaquín de Entrambasaguas dedicó un largo
estudio al origen de esta expresión en la obra Estudios
dedicados a Don Ramón Menéndez Pidal (tomo III, pp. 55-94,
Madrid, 1952).
La palabra primo, en el sentido de «persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente», aparece en el teatro de Bretón de los Herreros y fue recogida por el Diccionario de la Real Academia en 1852 con el significado de «hombre simplón y poco cauto».
En opinión de Entrambasaguas, el origen de la expresión hacer el primo se encuentra en las cartas que durante los sucesos del 2 de mayo de 1808 dirigió el general francés Joaquín Murat al infante don Antonio y a la llamada Junta de Gobierno de España.
Murat, al dirigirse a uno y otra, empleaba la fórmula protocolaria de «Señor primo, señores miembros de la Junta», y a continuación amenazaba: «Anunciad que todo pueblo en que un francés haya sido asesinado será quemado inmediatamente… Que los que se encuentren mañana con armas, cualesquiera que sean, y sobre todo con puñales, serán considerados como enemigos de los españoles y de los franceses y que inmediatamente serán pasados por las armas…».
Tras estas amenazas, la carta terminaba: «Mi primo; señores de la Junta; pido a Dios que os tenga en santa y digna gracia».
Según el protocolo de la Real Casa, el rey daba el tratamiento de primo a los grandes de España en cartas privadas y documentos oficiales. Murat quiso seguir el protocolo de la corte española y llamó primo al incauto y atontado infante.
La palabra primo tenía acento de sangrienta burla en estas cartas de Murat, tan inauditas como la actitud sumisa y la credulidad necia del simplón infante don Antonio y de los miembros de la llamada Junta de Gobierno…
«Pero si ellos parecían propicios a continuar este inverosímil estado de cosas, los madrileños, los españoles, el pueblo, que no entendían de estos tejemanejes nauseabundos, no estaban dispuestos, como el Infante y sus consejeros, a hacer el primo… La voz de cualquier español de entonces diría con desgarro madrileño:
»—¡Pos yo no hago el primo pa que m’engañen; acabar con los franceses es lo q’hay q’hacer!
»El Dos de Mayo fue el pueblo quien descubrió la existencia de los que hacían el primo frente a los manejos de Joaquín Murat y reaccionó contra quienes se dejaron engañar traicionando al pueblo con la frase expresiva de hacer el primo… como un gesto salado y picante de gracia, de gracia netamente madrileña; a modo de corte de mangas lingüístico, como los que haría Malasaña a los franchutes en la defensa del Parque de Monteleón».
Según Entrambasaguas, hacer el primo semánticamente marca el punto central, la acción fundamental del significado de primo.
Más adelante, de la palabra primo nacerían so primo, primazo, primo alumbrao, primavera, caer de primo, nacer primo, coger de primo, tomar de primo, pasar por primo. Y la voz primada que, según el Diccionario de la Real Academia de 1947, significa «engaño que padece el que es poco cauto, pagando lo que los otros gastan o cosa semejante».
Hacer escupir el dinero

Obligar a alguien a aflojar o soltar la moneda.
Según Bastús (Sabiduría, 1.ª serie, p. 185), viene esta
frase de la asquerosa y perjudicial costumbre, observada por
algunos vendedores ambulantes, de ponerse en la boca las pequeñas
monedas de plata. Esta costumbre es antiquísima. Era común entre
los atenienses (en Las avispas, de Aristófanes, se hace dos
veces mención de ella).
En los Caracteres, de Teofrasto, libro clásico de la Antigüedad griega, y en el capítulo dedicado a describir a «El cínico», dice el citado autor: «… se le ve frecuentemente con los taberneros y con los vendedores de pescado y de salazones, para intervenir sus intereses; y cuantas monedas recoge de este tráfico se las guarda en la boca».
En las comedias griegas se alude a esta costumbre como propia de los campesinos.
«En Oriente está muy generalizada entre los judíos y otros mercaderes al menudeo, los cuales suelen tener la boca medio llena de pequeñas monedas, sin que esto les impida el hablar.
»Y restos de esta misma costumbre —dice Bastús— conservan algunos de nuestros buhoneros y gitanos, entre los cuales, escupir la moneda equivale a sacar el dinero».
Hacer la del cabrero de Gallipienzo

Es un dicho popular de Navarra. En Gallipienzo (pueblo del partido judicial de Aoiz) había un cabrero al cuidado del rebaño concejil. Llegaron las fiestas, y el hombre, furioso de tener que trabajar mientras todos sus convecinos holgaban, echó las cabras a las viñas, que se hallaban en plena ligazón, y los voraces animales destrozaron buena parte de la cosecha.
Parecida a esta hazaña es la que recoge el dicho aragonés: Ser
como el dulero de Calanda, que por hacerse famoso despeñó la
dula.
Y ambas fechorías recuerdan a la clásica del griego Erostrato, que, por hacerse célebre, incendió el templo de Diana, en Éfeso, una de las maravillas de la Antigüedad.
Y a propósito de Erostrato. Todos, modernamente, le suponen pastor, sin fundamento para ello. Clemencín, en su nota 13 al capítulo 8.º de la 2.ª parte del Quijote, comentando aquel pasaje: «También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana», escribe: «No sé de dónde pudo sacar Cervantes que Erostrato fue pastor, porque no lo dicen ni Estrabón, ni Valerio Máximo, ni Solino, que son los que nos han conservado la historia de su fechoría».
Hacer la jarrita

[Hacer ademán de pagar algún gasto común, llevándose la mano al bolsillo].
Julio Casares, hablando de cómo nacen y evolucionan los modismos en
su magistral obra Introducción a la lexicografía moderna
(Madrid, 1950, pp. 236237), escribe: «En fecha bastante reciente,
quiero decir, entre los muchachos de las últimas quintas, ha
empezado a circular un modismo que designa la acción de pagar uno
el gasto común de varios amigos: hacer la jarrita. Está
sacado de la actitud que adopta una persona al doblar el brazo en
forma de asa para llevar la mano al bolsillo del chaleco».
Y añade: «Si el modismo tiene fortuna y larga vida, los investigadores futuros nos agradecerán que hayamos consignado aquí el étimo, a juzgar por la gratitud que sentimos nosotros hacia Correas o Covarrubias cuando nos explican el porqué de alguna expresión, que de otro modo no acertaríamos a comprender».
Hacer la peseta

Hacer uno la peseta significa burlarse de él, levantando el dedo de en medio y cerrando los demás.
¿Por qué se llama hacer la peseta a este gesto grosero? Contestando
a esta pregunta, escribe Rodríguez Marín: «Véase una peseta
columnaria, de las que valen cinco reales; repárese la disposición
en que están figurados en el reverso y la columna de Gades, y se
notará que medianamente semeja la mano en actitud sobredicha».
Ahora bien; esa mala costumbre era común y popular en Roma. Marcial dice en su Epigrama VIII: «¡Ríete mucho, oh Sextilo, de aquel que te llama Cynedo, y levanta el dedo de en medio!». También Juvenal nos recuerda esta vulgar costumbre. Por esto, Marcial llama desvergonzado (obsceno) al dedo de en medio, y Persio le llama infame.
A la burla de extender el dedo de en medio alude Isaías en el capítulo LVIII, vers. IX de su Profecía, cuando dice: «Invocarás entonces al Señor, y te oirá benigno: clamarás, y él te dirá: Aquí estoy. Si arrojares lejos de ti la cadena y cesares de extender maliciosamente el dedo, y de charlar neciamente…».
Hacer la peseta es trazar con los dedos un signo fálico, y equivale al antiguo modismo hacer la higa, aunque, propiamente, la higa se hacía cerrando el puño y mostrando la punta del dedo pulgar entre el dedo índice y el de en medio, moviendo al mismo tiempo la muñeca hacia la persona a quien se quería afrentar.
Hacer morder el ajo

Modismo que no recoge el Diccionario y que significa hacer rabiar a una persona o animal.
Es
dicho popular y lo usa Rodríguez Marín en el prólogo a su edición
crítica de El Diablo Cojuelo, donde escribe, criticando a
los que al editar obras antiguas copian servilmente la ortografía
de la época:
«Para regalar a los lectores con vocablos como abaricia, hajo, coetes, hizquierda, voca, vobos, obtica, valbucientes, abitos, hancas y hacechar, como lo hizo el señor Bonilla reproduciendo la edición príncipe de El Diablo Cojuelo, siempre ha tiempo, o, mejor dicho, no debe haberlo nunca.
»Ya no es poco hacer morder el ajo a uno; pero hacerle morder el hajo es crueldad doblada, porque pica más aún la hache que el ajo mismo».
La explicación del modismo que comentamos la encontré en el maestro Correas que, en su Vocabulario de refranes, dice así:
«Morder el ajo. Recibir pesadumbre; varíase: Haréle morder en el ajo, hícele morder en el ajo. Tómase de los que amansan comadrejas, que las ponen un ajo en que muerden como si fuera el dedo, y ellas, sintiendo el picar del ajo, dejan de morder y se amansan».
Hacer números por las paredes

Los modismos hacer números y hacer números por las paredes, para dar a entender que una persona ha perdido el juicio, no figuran en el Diccionario.
Lo
del escribir en las paredes era considerado antiguamente síntoma de
locura. Así aparece en la Biblia y en el Libro primero de los Reyes
(cap. XXI, vers. 13), donde se refiere que cuando David, huyendo de
Saúl, marchó a Gath, temió que el rey de este país le reconociera,
y para evitarlo se fingió loco, y «escribía en las portadas de
las casas y dejaba correr su saliva por su barba».
Así dice la versión de Cipriano de Valera. En la de Torres Amat se lee que David «comenzó a demudar su semblante delante de ellos, y dejábase caer entre los brazos de la gente dando de cabezadas contra las puertas, y haciendo correr la saliva por su barba».
Hacer pinitos

[Se aplica a los primeros pasos que se dan en algún arte o ciencia].
Ramón Caballero la incluye en su Diccionario de modismos
(Buenos Aires, 1942, p. 667) con el significado de «empezar los
niños a andar», y metafóricamente con el de «adelantar en alguna
cosa».
Proviene de la voz pino, que significa, según el Diccionario, «primer paso que dan los niños» y que se usa generalmente en plural.
Correas, en su Vocabulario de refranes, dice que «hacer pino o pinitos es cosa de niños y convalecientes».
Cervantes, en El casamiento engañoso, escribe: «Iba haciendo pinitos y dando traspiés como convaleciente».
Las expresiones ponerse en pino, tenerse en pino y hacer pino significaban antiguamente «ponerse en pie», «levantarse». Así aparece en la Tragedia Policiana: «Que en la mañana todo el mundo haga pino» (se levante). Y en el escritor Zamora (Mon. 3 Expect.): «Y dando él tantos pasos, los negocios no hacen pino». Con el mismo sentido se ve en el Arcipreste de Hita y en el «Enxiemplo del asno é del blanchete», de su Libro de buen amor (coplas 1.401 y 1.402):
Un perrillo blanchete con su señora jugava,
con su lengua é boca las manos le besava,
ladrando é con la cola mucho la falagava;
demostrava en todo grand’amor que la amava.
Ant’ella é sus compañas en pino se tenía;
tomavan con él todos solás é alegría…
Cejador, en su Fraseología, o estilística castellana (tomo III, Madrid, 19241925), dice que hacer pinitos es «caerse y levantarse el niño al andar. Y por extensión se aplica al convaleciente». (El caerse —digo yo— no puede ser hacer pinitos; el levantarse, sí).
Hacer pino (en singular) equivale a «ponerse en pie». Y así, Fonseca escribe en su Vida de Cristo (1, 4): «Como la madre que deja hacer pino al niño hasta que se va a caer». Y D. Vega en su Paraíso Trinitario: «Como el niño pequeñito… si quisiere soltarse a andar antes de tiempo, cuando mucho, haría un pino y daría un paso, y no más».
Hacer plancha

Hacer plancha, o tirarse una plancha, equivale a hacer una cosa ridícula, a cometer un desacierto o error del que resulta una situación desairada o ridícula.
Proviene del ejercicio gimnástico llamado plancha, que consiste, según el Diccionario, en «mantener el cuerpo en el aire, en posición horizontal, sin más apoyo que el de las manos asidas a un barrote».
Primitivamente se aplicó esta expresión al estudiante que en un examen no puede contestar palabra, y comenzó a usarse en las universidades.
En
El Averiguador Universal (n.º 69, de 15 de noviembre de
1881, p. 324), Narciso Díaz de Escovar escribía acerca de esta
locución: «Hacer plancha. No es solo en la Universidad de
Santiago donde esta frase es corriente, pues también al verificar
mis estudios en la Universidad de Granada la oí con frecuencia.
Sábese que la plancha es un difícil ejercicio gimnástico,
insostenible por mucho tiempo, y violento, por tanto, en demasía.
Con razón se aplica esta frase al alumno que en un examen o
conferencia no puede contestar palabra, pues se halla en situación
insostenible y violenta. También se dice: “Fulano ha hecho una
plancha”, cuando en una conversación familiar suelta una
tontería o una inoportunidad».
Hacer una partida serrana

Según el Diccionario, partida es sinónimo de «conducta, acción o modo de proceder», y partida serrana significa «comportamiento vil o desleal».
En
el Diccionario geográfico popular, de Vergara (p. 218), leí
que esta última expresión alude al proceder de los habitantes de la
serranía de Ronda, los cuales son tenidos «por falsos y poco
formales, y para indicar que una acción es mala y ruin, la llaman
partida serrana, y dicen de ellos que pagan en
castañas, lo que equivale a decir que engañan a uno».
El mismo autor cita este par de coplas: la primera ofensiva, y la segunda defensiva:
Eres de Ronda, rondeña;
de Ronda son tus partías:
si no la pega a la entrá,
la pegas a la salía.
Fue mi nacimiento en Ronda,
y fue mi madre serrana;
por esta razón no cabe
en mi pecho una arsión mala.
Sin embargo, creo que la expresión que comentamos se aplicó a los serranos en general, y que los madrileños la dirían con referencia a los de la sierra de Guadarrama, y los de otras regiones a los serranos de las mismas.
Quevedo, en su Cuento de cuentos, incluye la expresión proverbial «No quiero cuentos con serranos». Y Seijas Patiño la comenta así: «Cuentos equivalía en lo antiguo a cuentas, y en este sentido debe estar aquí tomado el dicho: en el de no querer disputas ni historias con ellos, por lo testarudos, cavilosos y zafios que son los de la sierra».
Rodríguez Marín, al comentar en su libro Mil trescientas comparaciones populares andaluzas la de «paga en castañas, como los serranos», dice que proviene de que los serranos (los serranos en general) suelen pagar en castañas, y de que «las gentes de la campiña se fían poco de las de la sierra y creen que sus regalos tiran siempre a logros más importantes».
Cejador, en su Fraseología (tomo 1.º, p. 384) cita el dicho no quiero cuentas con serranos, que pagan con madera, alusivo a «los que traen carretadas de madera, que son solapados».
No querer cuentas con serranos equivale a no querer cuentas y disputas con gente zafia y rústica; y suele añadirse: porque pagan en botellas, o en chacina o en jamones.
Hacerle a uno la pascua

[Locución coloquial que significa fastidiar, molestar o perjudicar a alguien].
Manuel Rabanal, en su libro El lenguaje y su duende (Madrid,
1969), escribe lo siguiente acerca de esta expresión: «Don
Francisco Cantelar Rodríguez, capellán del Regimiento de Infantería
Lepanto núm. 2, de guarnición en Córdoba la sultana, propone una
interpretación personal para el giro coloquial “hacerle a uno la
pascua”, equivalente a “fastidiar”, a “causar un perjuicio” a
alguien. Yo pienso —viene a decir el señor Cantelar— que la
expresión tiene su origen en el rito judaico del corderillo
pascual, al que se cuidaba con mimo hasta “hacerle pascua” —matarlo
y comerlo— el día de esa fiesta».
Rabanal añade: «No carece de gracia la suposición. Pero también podría tratarse de una simple ironía —hacerle a uno la pascua cuando lo que de verdad se le hace es traerlo por la calle de la amargura—, o incluso de un pertinaz empleo de la palabra “pascua” en su primitivo sentido etimológico. Porque, en puridad, “pascua” significaba en hebreo “paso” o “tránsito” y aludía al paso del ángel exterminador por las casas de los egipcios dando muerte a sus primogénitos. De modo que, apurando un poco las cosas, bien podríamos poner en relación con este evidente daño originario de la primera pascua el sentido nocivo del hispánico “hacerle a uno la pascua”».
Hacerse el sueco

Hacerse el desentendido. No hacer caso alguno a los cargos o reflexiones que se le hagan.
Según Sbarbi, en su Gran diccionario de refranes (p. 921),
alude esta expresión al disimulo y a la envidia, que son cualidades
características de la clase popular de Suecia, según informes de
los viajeros más autorizados y fidedignos.
No nos convence la explicación, porque, aunque fuese cierto que los suecos sean disimulados y envidiosos, el sentido de la frase no alude ni a la envidia ni al disimulo, sino a «hacerse el sordo», a alzarse de hombros, a no darse por enterado o por aludido.
Más parece referirse al proceder de los marinos suecos que, por desconocer nuestra lengua, hiciesen oídos de mercader a lo que se les dijese o se les reprochase en los puertos donde desembarcaran.
En relación con el modismo que comentamos se encuentra este cantar que consigna Vergara Martín en su Diccionario geográfico-popular (p. 289):
Dos súbditos pierde España
cuando se presta dinero:
el que lo da, se hace inglés,
y el que debe, se hace el sueco.
Después de publicado lo que antecede, voy a dar la verdadera explicación del dicho.
Esta expresión, que, según el Diccionario, equivale a «afectar distracción para no darse por entendido; fingir que no entiende», o, dicho de otro modo, «hacerse el tonto», no proviene de los suecos de Suecia, sino de la palabra latina soccus: especie de pantufla empleada por las mujeres y los comediantes.
Soccus era el calzado que en teatro romano antiguo llevaban los cómicos, a diferencia del coturno con el que elevaban su estatura los trágicos. De soccus viene zueco (zapato de madera de una pieza), zocato (zurdo) y zoquete (tarugo de madera corto y grueso), palabra esta que se aplica al hombre torpe y obtuso.
Hacerse el sueco es, por tanto, equivalente a hacerse el torpe, el tonto, el que no entiende lo que se le dice.
Alguien ha sostenido que de soccus provienen socarrón y socarra. Pero estas dos palabras proceden —según Corominas— de socarrar (quemar o tostar), porque el hombre socarrón es el que se burla disimuladamente, y de modo especial «el que emplea palabras en apariencia inofensivas y en realidad cáusticas o quemantes».
Hacérsele a uno la boca agua

Gozarse con un deseo o recuerdo, como al ver o apetecer una fruta u otro manjar, que se llena de saliva la boca por exprimirse, mediante acción refleja, las glándulas salivares. Metafóricamente significa «deleitarse con la esperanza de conseguir alguna cosa agradable, o con su recuerdo».
Cejador, en su Fraseología (tomo 1.º), trae, a propósito de
esta frase, estas citas: «Se está saboreando y le crece el agua en
la boca» (fray Pedro de Vega, Psalmo 4, v. 15, d. 2); «Quiere que
cada día se os haga la boca agua viendo la fruta» (fray Lorenzo de
Zamora).
Es expresión idéntica a la de hacérsele saliva la boca, que emplea Juan de Zabaleta en El día de fiesta (1654), donde, describiendo a «El glotón que come al uso», dice: «Por quitarse el fastidio de esperar, se mete entre los que hablan. Hállalos tratando de novedades y él va rempujando la conversación poco a poco hasta que da con ella en comidas y guisados. Dice de memoria tres o cuatro platos de su invención, de tan buen parecer, que les deja a todos haciéndoseles la boca saliva».
Hasta las cachas

Según el Diccionario de autoridades, cacha es el cabo del cuchillo. Y la expresión hasta las cachas significa «en extremo, sobre manera».
Según el Diccionario se da el nombre de cacha a cada una de las dos piezas que forman el mango de las navajas y de algunos cuchillos. Y la locución adverbial hasta las cachas equivale a «con todo el esfuerzo y diligencia posibles». [También a «sobremanera, a más no poder», sobre todo «referido a quien se mete en alguna empresa o quehacer»].
Comenzaría a usarse este modismo en su sentido material de
«hundirle a uno la navaja hasta las cachas» o matar una res
«metiéndole el cuchillo hasta las cachas», de igual modo que hoy se
dice de un matador de toros que «hundió el estoque hasta la
empuñadura» o «hasta la bola».
Y de ahí pasaría a significar «en extremo» (Era católico hasta las cachas) o «con todo el esfuerzo posible» (Trabajó o peleó hasta las cachas).
Hasta que San Juan baje el dedo

«Dicha locución familiar se suele usar para ponderar un plazo ilimitado, y así se suele decir: Déjelo que hable hasta que San Juan baje el dedo; esto es, hasta que no quiera más. Parece traer su origen de la actitud en que suelen representar los escultores al Discípulo amado, con el dedo índice de la mano derecha, como en ademán de señalar a la Virgen María el lugar donde debe encontrar a Jesús, yendo camino del Calvario». (Sbarbi, Gran diccionario de refranes, p. 883).
Rodríguez Marín, en su obra Cantos populares españoles (2.ª
ed., tomo II, p. 343), cita estas dos coplas:
Mucho quiero a San Francisco
porque tiene cinco llagas,
pero más quiero a aquel santo
que con el dedo señala.
Tienes mucha fantesía
y te tienes e queá
señalando con er deo
como se quedó San Juan.
Y comenta: «Aluden a San Juan Evangelista, a quien los escultores y pintores suelen representar en actitud de mostrar a la Virgen Madre el derrotero de su Hijo».
¿No aludirá el dicho a San Juan Bautista, a quien los escultores suelen representar alzando el dedo de su mano derecha hacia la banderola donde figura inscrita la frase «Ecce agnus Dei»?
Hasta verte, Jesús mío

También Hasta verte, Cristo mío.
El Diccionario de la Real Academia, en su 14.ª edición, dice: «Hasta verte, Jesús mío. Expresión familiar. Hasta apurar el contenido de un vaso, porque antiguamente algunos de estos llevaban en el fondo la cifra I. H. S.».
Eugenio Noel, en su libro Nervios de la raza (Barcelona,
1947) y en el capítulo «Capea jocosa en Segurilla», alude a «los
pequeños diablos que los alfareros de Talavera pintaban en los
tazones usados por los frailes jerónimos, para que el lego de las
bodegas se los llenara hasta ahogarlos en el espeso mosto de las
vides de Criptana».
Y añade en nota: «En estos tazones, ingenuas muestras del arte popular, hay todavía otro dato más picante y gracioso. Cuando el lego refitolero echaba el vino en estas páteras talaveranas y no las acababa de llenar, el padre decía: “Ahogue al diablo, hermano”. Y como el diablo pintado tenía las manos en el borde del vaso, el vino rebosaba. Después, los alfareros, en el fondo, habían colocado un anagrama que se lee “Jesús Cristus”, y los padres, al consumir el vinillo, lo hacían diciendo: “Hasta verte, Jesús mío”, o sea, hasta cegar (Noel quiso decir hasta descubrir) el anagrama en el fondo del insondable tazón. Estas dos frases pasaron al tesoro de nuestros adagios y son hoy del dominio público».
Julio Casares, en su Introducción a la lexicografía moderna (Madrid, 1950), afirma que la frase que comentamos se aplicó, no solo a los frailes, sino a los bebedores en general. Dice así: «Antiguamente solía haber en todas las casas vasos o jarros en cuyo fondo se leía la cifra I. H. S. (Jesús), y cuando un bebedor se disponía a apurar el líquido contenido en tales vasijas, generalmente vino, hasta que quedase visible la citada inscripción, decía en tono familiar: Hasta verte, Jesús mío».
Hay más días que longanizas

[Viejo refrán, que aparece recogido por el marqués de Santillana en el siglo XV, y que alude a lo prolongado de la vida].
Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana (1611),
escribe acerca de él: «Dícese de los que comen lo que tienen con
mucha prisa, sin mirar que hay mañana».
Como se ve, el sentido originario de este refrán es muy distinto del que le damos hoy.
Según Covarrubias, aconseja el ahorro, el mirar al mañana, el ser previsor y no agotar los recursos o medios con que contamos para vivir. Pero hoy, cuando decimos que hay más días que longanizas, queremos indicar que hay mucho tiempo para hacer una cosa, que no hay razón para obrar inmediatamente.
En una comedia moderna, creo recordar que de Tono, se hace un chiste a propósito de esta frase. Al final de uno de los actos, uno de los personajes sufre un síncope. «¡Hay que llamar al doctor Díaz, inmediatamente!», propone alguien. Entonces, una de las mujeres toma la lista de teléfonos (la de Madrid) y trata, a toda prisa, de buscar el teléfono del doctor. «Díaz, Díaz, Díaz, Díaz…». Y sigue revisando los abonados de este apellido tan común, hasta que al fin, desesperada, exclama:
—¡Hay más Díaz que longanizas!
Hay moros en la costa

Esta expresión de alarma proviene, según Clemencín, de la frecuencia con que los moros por largo tiempo hicieron excursiones por nuestras costas del Mediterráneo, sorprendiendo y arrebatando gentes, ganado y cuanto les venía a la mano.
¡Hay moros en la costa! era el grito con que las gentes del litoral se prevenían de aquel peligro, armándose para resistirlos, si lo permitía el número de los enemigos, o retirándose tierra adentro si eran huestes superiores.
Como estas incursiones de los piratas berberiscos eran muy frecuentes, se construyeron de trecho en trecho a lo largo de nuestras costas ciertas atalayas o torres ciegas, a las cuales se subía por una escalera de cuerda que luego se recogía o retiraba. Desde lo alto de estas torres se daban desaforados gritos de ¡Moros hay en la costa!, con cuya vocería, el repique de la campana o esquilón que en ellas solía haber, y con ahumadas durante el día y fogatas por la noche, se extendía rápidamente la alarma por la costa y tierra adentro.
«Estos medios de precaución han durado hasta nuestro tiempo, en que
los ha hecho inútiles la paz ajustada con las regencias de
Berbería», añade Clemencín (nota 77 al cap. 41 de la 1.ª parte del
Quijote).
Hay ropa tendida

Expresión convencional que se dice al que está hablando, para advertirle de la proximidad de otra persona ante la cual conviene callar. Se aplica cuando hay niños o inocentes que pueden escandalizarse, o cuando hay personas que no conviene que oigan lo que se habla.
Según Sbarbi, es frase que procede del argot de prisiones y que
emplean los reclusos cuando quieren llamar la atención de sus
compañeros para que disimulen o se reporten en el hablar, por
hallarse próximos los carceleros, jefes, autoridades, etc. Suelen
embutir la frase ingeniosamente en la conversación, a fin de que
los aludidos no se den cuenta de su significado.
¿Hemos comido en el mismo plato?

Frase que equivale a la de: ¿Hay familiaridad o amistad entre nosotros para que usted me trate tan sin respeto?
Según Sbarbi, proviene de que antiguamente, cuando un gran señor
invitaba para un festín a algunas personas, la etiqueta exigía que
cada dama tuviese un caballero a su lado, y que para cada pareja
hubiese un solo plato, un solo vaso y un solo cuchillo, aunque
entre ambos no existiese una relación anterior.
El talento del anfitrión consistía en colocar a sus invitados de suerte que la familiaridad que entre ellos se establecía les fuese grata.
Suele decirse también: ¡Como si los dos hubiésemos comido juntos en el mismo plato! (Gran diccionario de refranes, p. 804).
Hermano, morir habemos

Es frase que [recuerda la infalibilidad de la muerte y que] procede de los monjes trapenses, así llamados porque su orden religiosa procede de la abadía francesa de la Trapa (la Trappe), fundada en el año 1140.
«Los trapenses —escribe Vicente Vega en su Diccionario de frases
célebres— tienen siempre presente la idea de la muerte; a
diario rezan al borde de la fosa que cada uno se prepara desde el
primer día de cenobio; guardan un silencio absoluto, y cuando se
cruzan dos en el transcurso de las faenas agrícolas e industriales
a que se dedican, como única salutación cambian esas palabras».
En España suele decirse: «Hermano, morir habemos», a lo que el interpelado responde: «Ya lo sabemos». Subsiste hoy este diálogo en algunas cofradías piadosas, por ejemplo, en la de Nuestra Señora de los Dolores, del pueblo de Villacañas (Toledo). Los cofrades de Villacañas se disciplinan en la iglesia, la noche del Viernes Santo, y al final de la función, dos hermanos, que llevan en sus manos sendas calaveras, se sitúan en la puerta de la iglesia y van diciendo a cada uno de sus compañeros, como saludo: «Hermano, morir habemos». A lo que el hermano responde: «Ya lo sabemos».
Herrar (o quitar) el banco

Es decir, o ejercer el oficio o facultad, o renunciar a los beneficios o excepciones que aquellos conceden. Según el Diccionario, es frase figurada y familiar «con que se invita a uno a decidir si ha de proseguir un empeño o desistir de él».
Bastús, en La sabiduría de las naciones (3.ª serie, p. 123),
escribe acerca de esta expresión:
«Dícese que tuvo origen este refrán en un herrador que, como a tal, se le permitió colocar en la calle el potro, banco y demás armatostes del oficio, y que luego no le ejercía, perjudicando al público sin proporcionarle ninguna utilidad, por lo que los vecinos se empeñaron en que “herrara o quitara el banco”.
»Conocemos una linda poesía del señor Bretón de los Herreros que tiene por título o tema “Herrar o quitar el banco”.
»Cuéntase —añade Bastús— que viendo herrar su caballo el mariscal de Sajonia, dijo al herrador que tenía malas herraduras, y para probar su aserto cogió una y la dobló con sus nervudos dedos, como si fuera de estaño.
»El herrador se encogió de hombros y calló, pero cuando el mariscal le pagó, le dijo: “No es mejor vuestra moneda, señor, que mis herraduras, según veo, porque mirad”. Y agarrando los escudos los fue torciendo de la misma manera que el mariscal había torcido su herradura».
Hinchar el perro

Expresión que equivale a exagerar una noticia o un suceso. En el argot periodístico, «hinchar el perro» es escribir lo más posible a base de una noticia escueta.
La
frase que comentamos y que significa “dar a lo que se dice o hace
proporciones exageradas”, no aparece en los repertorios de modismos
de Caballero, Sbarbi, etc., no obstante ser de uso corriente.
Tampoco he visto nada acerca de su origen, aunque quizá se encuentre en relación con él el cuento que refiere Cervantes en el prólogo a la segunda parte del Quijote, donde, después de decir que una de las mayores tentaciones del demonio es «ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama», refiere, para confirmación de esto, lo siguiente: «Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fue, que hizo un cañuto de caña, puntiagudo en el fin, y en cogiendo algún perro en la calle o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota, y en teniéndole desta suerte le daba dos palmaditas en la barriga y le soltaba, diciendo a los circunstantes (que siempre eran muchos): “¿Pensarán vuesas mercedes ahora que es poco trabajo hacer hinchar un perro?”. “¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?…”».
Rodríguez Marín, en su Edición crítica del Quijote del año 1927 (tomo 4.º, p. 32), dice que este cuento del loco sevillano que hinchaba los perros soplando por un cañuto parece tomado de la realidad durante el largo tiempo que Cervantes tuvo a Sevilla como centro de sus operaciones.

Hinchársele a uno las narices

Expresión que en sentido figurado y familiar significa «enojarse mucho».
Francisco Cascales (1570-1642), en sus Cartas filológicas
(Clásicos Castellanos, Madrid, 1940, tomo II, p. 65), escribe: «Lo
primero que miramos en el que habla es el semblante; con este
amamos, con este aborrecemos y con este entenderemos muchas cosas
antes de hablar. La ceja, el soberbio y el que admira la levanta,
el que está triste la baja. Las narices hincha el airado; la
honestidad pide los ojos serenos; la vergüenza, bajos; la ira,
encarnizados; el dolor, llenos de agua…».
Del gesto fisonómico de hinchar las narices (mejor dicho, de ensanchar las aletas de la nariz) el que está iracundo o muy enojado, nació la frase de hinchársele a uno las narices.
Los artistas antiguos expresaban principalmente la indignación y la cólera de los personajes que trataban de representar exagerando la abertura de las aletas de la nariz.
Covarrubias, en su Tesoro, advierte que «la nariz suele ser indicio de la ira; y así nasus es de raíz hebrea, porque nas equivale a ira». Añadiendo en otro lugar que «la nariz es el lugar propio del rostro humano donde se demuestra la saña, la ira».
Fray Luis de León, en su traducción del Libro de Job (cap. XXXII, vers. 2.º), comentando la frase «Entonces Eliú… montó en cólera, y lleno de indignación irritose contra Job», escribe: «Ansí (montar en cólera) dicen en aquella lengua cuando uno se enoja, como en la nuestra decimos que se hinchan las narices cuando queremos hablar de la ira».
En La Celestina dice Pármeno: «No me hinches las narices con esas memorias». Es decir: «No me enojes, no me pongas furioso».
Quevedo, en su Cuento de cuentos, usa más de una vez la expresión tener o tomar hincha con una persona, en el sentido de odiarla, aborrecerla. Y comentando esto Seijas Patiño, dice: «Hincha. Odio, encono o enemistad; voz descriptiva del inflamamiento de narices y rostro en el que está irritado».
(Véase Subirse el humo a las narices).
Hombre de buena pasta

Significa, según el Diccionario, hombre «de carácter apacible».
Antiguamente significó hombre llano y hombre de carácter
blando.
Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana, dice que pasta «es una masa de diversas cosas que se han majado juntas y revuelto entre sí». Y añade que hombre de buena pasta equivale a hombre llano. En otro lugar de su libro define al hombre llano como «el que no tiene altiveces ni cautelas».
En las primeras ediciones del Diccionario de la Real Academia, por ejemplo, en la de 1791, se señala como una de las acepciones de la palabra pasta la de buena índole: «Se toma por demasiada blandura en el genio, sosiego o pausa en el obrar o hablar».
De ello se infiere que la expresión buena pasta alude a la blandura de la masa, aplicada metafóricamente al carácter y genio de las personas.
Hombre de muchas agallas

Se dice del muy valiente.
En
esta expresión, la voz agallas, empleada metafóricamente y
eufemísticamente, con alusión a la virilidad, no significa agallas
de pez, por donde estos y los batracios respiran, sino agallas de
roble u otros árboles, es decir, excrecencia que se forma en su
corteza, o, como dice Covarrubias en su Tesoro, «cierto
vicio que echan los árboles, como los robles, redondo, a manera de
bodoques o bolas pequeñas».