30

De pie junto a la ventana del dormitorio, Olga en camisón y con un vaso de agua en la mano está mirando el Renault que llega a la trasera de la casa y frena bruscamente. Raúl se apea del coche y se queda parado frente a la bicicleta de Valentín apoyada en un montón de leña, bajo el farol que alumbra la entrada por la cocina.

—Dios mío, aún circula por ahí con ese coche…

—Lo tiene vendido. —José en pijama sentado en la cama, frotándose la pierna—. Tranquila.

—En qué estará pensando…

—Quién sabe. Hay zonas oscuras en este chico que él mismo ignora… Pero no te inquietes, sabe cuidarse. Dame el vaso, anda.

Extrae una píldora del pastillero y, con ella en la mano y una mirada pesarosa bajo los rugosos párpados, espera a Olga, que aún se demora unos segundos en la ventana.

Abajo, con las manos en los bolsillos, Raúl está mirando la bicicleta de Valentín y no parece tampoco decidido a moverse.

—¿Qué va a ser, guapo? —pregunta Lola dejando el posavasos delante de un joven pelirrojo con pinta de despistado, gafas de miope y modestamente vestido.

—Una tónica con ginebra… Poca ginebra —añade enseguida sonriendo inseguro, nervioso. Con la misma sonrisa mira a Raúl, sentado a su lado en la barra, y añade alzando un poco la voz por encima de la música—: Se me sube enseguida… Un sitio guay, ¿eh? Digo, no sé, es la primera vez que vengo…

Raúl levanta los ojos del vaso, le mira de refilón, bebe y vuelve a clavar los ojos en el fondo del vaso. Hay bastante animación alrededor, algunas chicas están ocupadas arriba y otras pajareando a lo largo de la barra, salvo Milena, que permanece sentada a una mesa, con un minúsculo vestido de seda azul pálido, en realidad una combinación. Un día más, está sola, fumando un cigarrillo. Raúl le da la espalda con toda su atención puesta en la bebida, y ella por su parte no da señal de haberle visto. Pero hace apenas un par de horas, sentada en el suelo del balcón trasero y mirando el tráfico en la autovía, ha visto en el arcén a un ciclista viniendo sin prisas en dirección al club, una inconfundible silueta pedaleando con una cadencia conocida, acercándose más y más. Y de pronto tuvo conciencia del inexorable paso del tiempo y le dio por pensar y preguntarse cuándo ha empezado a montar esa bicicleta amarilla y a pedalear igual, a dejarse el mismo pelo largo bajo el mismo gorrito de visera, cuándo ha empezado a parecerse más a él en casi todo… Se retiró del balcón angustiada, y ahora, teniéndolo tan cerca, no quería volver a mirar.

—Ahí tienes, cariño. —La señora Lola deja el gin-tonic delante del joven pelirrojo—. Enseguida tendrás compañía…

—Oh, no hay prisa.

Lola se desplaza para atender otras demandas y el chico titubea otra vez, deseando entablar conversación con su vecino en la barra.

—¿Se ha fijado en esa morenita que está sola? —Raúl no da signos de haberle oído y él añade—: Esa de ahí. Tiene… ¿cómo se dice? Tiene morbo, ¿no le parece? Ya me entiende. —Se anima y aproxima más su taburete al de Raúl—. A lo mejor, si la invito en la barra, me saldrá más barato… ¿No cree usted?

Ahora Raúl le mira con sus ojos de hielo, pero tampoco dice nada. El otro insiste bajando la voz:

—¿Sabe usted cuánto cobran…? —Se interrumpe, mira otra vez a Milena—. Bueno, cuánto me cobraría ésta, por ejemplo.

—¿Por qué no se lo preguntas? —dice Raúl sin levantar los ojos del vaso.

—Ya, pero antes me gustaría tener una idea…

—Media hora, treinta euros. Una hora, cincuenta.

—Vaya, bastante barato, ¿no?

Pone cara de circunstancias y examina nuevamente a Milena. En ese momento un sesentón de mirada lánguida se sienta a la mesa de ella con una cerveza en la mano.

—No sé qué hacer, la verdad —dice el joven miope—. Un amigo me ha dicho que tiene una cicatriz muy fea cerca de… Ya sabe.

Ahora Raúl le mira con curiosidad. Dice:

—Oh, sí, muy cerca. —Y bajando la voz añade—: Y dentadura postiza.

—¡No! ¿En serio?

—Puedes jurarlo, chaval —asiente, cachazudo, muy pasado de copas, muy íntimamente desolado—. Y eso no es lo peor. —Mira en torno y le hace seña de que acerque más el oído—. Tiene una pierna de madera.

—¡No! Me está tomando el pelo…

El hombre que está con ella se levanta con expresión incrédula y risueña, y la deja sola, repentinamente interesada en algún desperfecto de la puntilla que bordea la falda. El joven miope la mira desconcertado, bebiendo su gin-tonic a grandes sorbos.

—Es broma, joder —farfulla Raúl—. No me hagas caso… Solamente es un rasguño, un rasguño de nada. —Rinde la cabeza sobre el vaso y repite con la voz apagada—: Te la pondrá dura enseguida, ella sabe cómo hacerlo… —De pronto estalla—. ¡Maldita sea, qué esperas, no es más que un rasguño! ¿No me has oído, imbécil?

El muchacho le mira con prevención y se aparta. Algo más que el exceso de copas mantiene a este hombre pegado a la barra, piensa. Le vuelve la espalda y corre el taburete a un lado, y no tarda en olvidarse del asunto, acosado y achuchado primero por Alina y luego por Rebeca. Pero su fijación por Milena no cesa y después de mucho pensarlo descabalga el taburete y se acerca a ella. Le habla, bastante turbado, ella ensaya una sonrisa y asiente, se levanta como una autómata y le precede camino de la escalera de caracol. En los primeros escalones se para y mira de refilón en dirección a Raúl. Una mirada rápida, un parpadeo. Luego, con la vista al frente, echa el brazo atrás tanteando con mano de ciego hasta dar con la de ese tímido desconocido y, aferrándose a ella, seguir subiendo.

No sabe si cuando vuelva a bajar él seguirá en la barra, colgado en ese invisible alambre de alcohol y desesperación tendido en su conciencia, no sabe si estará pendiente de verla bajar otra vez, como en tantas otras ocasiones —una rápida ojeada por encima del hombro—, y tampoco sabe si pedirá otra copa, hoy ha tomado muchas; pero si lo hace, si pide una más golpeando el mostrador con la cabeza gacha, esa copa urgente que suele exigir cuando ella se va acompañada de un cliente, sabe que la señora Lola acudirá a él moviendo la cabeza con gestos de desaprobación y le servirá remolona, contrariada y apenada, intentando una vez más convencerle discretamente de que se vaya a casa.