Libro XII
EL ARGUMENTO
El Ángel Miguel sigue relatando lo que acontecerá desde el Diluvio; después, al mencionar a Abraham, acaba por explicar gradualmente quién será esa Semilla de Mujer que se les ha prometido a Adán y Eva en la Caída: su encarnación, muerte, resurrección y ascensión, el estado de la iglesia hasta el Segundo Advenimiento. Adán, grandemente satisfecho y reconfortado por estas relaciones y promesas desciende del monte con Miguel y despierta a Eva, que ha dormido todo este tiempo, pero cuyos dulces sueños le han inducido calma mental y un estado de sumisión. Miguel los conduce de la mano fuera del Paraíso; la espada llameante tremola tras ellos y los Querubines ocupan sus posiciones para vigilar el lugar.
Al igual que un caminante que pausa al mediodía,
Aunque dado a andar ligero, se detuvo el Ángel pues aquí,
Entre mundo destruido y mundo restaurado,
Por si Adán tenía entonces algo que decir;
Luego, con suave transición retoma la palabra:
«Un mundo has visto así empezar y terminar,
Y al hombre resurgir cual de segunda cepa.
Mucho tienes aún por ver, mas noto que tu vista
Desfallece de mortal, pues los objetos divinales
A la fuerza debilitan y fatigan el sentido humano.
Por ello lo que sigue he de relatártelo:
Tú presta la atención debida y oye bien.
Esta nueva cepa humana, mientras sea escasa
Y el pavor del juicio acontecido siga fresco
En las mentes de los hombres, temerosos del Señor,
Con cierto miramiento de lo justo y de lo injusto
Vivirán sus vidas, propagándose veloces,
Cultivando el suelo y logrando prósperas cosechas,
Grano, aceite y vino; y de boyada o los rebaños
A menudo ofrendarán cordero, buey o choto
Con copiosas libaciones, y en sagradas fiestas
Pasarán sus días de deleite inmaculado y morarán
En paz por tribus y familias, largo tiempo,
Bajo el orden paternal; hasta que uno surja
De ambicioso corazón, que no contento
Con la ecuánime igualdad, estado fraternal,
Asumirá, usurpador, dominio inmerecido
Sobre sus hermanos, extrañando por completo
De la Tierra la concordia y orden natural,
Cazando (hombres, que no bestias, su deporte)
Con celadas y con guerra a quien rehúse
Someterse a su tiránica opresión:
Cual poderoso cazador se mostrará así pues
Ante el Señor, en menosprecio de los Cielos,
O exigiéndole a los Cielos el vicario señorío:
Y de rebelión derivará su nombre,
Aunque acuse a los demás de rebeldía.
Éste con caterva unida a él o bajo él
Por idéntica ambición de dominar,
Marchando desde Edén al occidente, topará
Con la llanura donde un negro vórtice bituminoso
Brota del subsuelo con borbor, boca del Averno.
De ladrillo y ese material deciden erigir
Ciudad y torre cuya cima alcance el Cielo
Y a ellos dé renombre, no sea que disperso lejos
Por países extranjeros muera su recuerdo
Con la buena o (da lo mismo) mala fama.
Pero Dios, que baja con frecuencia a visitar al hombre,
Invisible, y recorre sus moradas todas
Para inspeccionar sus obras, pronto los descubre
Y desciende a ver tal urbe, antes que su torre
A las torres importune del Empíreo. Por escarnio,
En sus lenguas siembra división, borrando
Entero su primer lenguaje, que cambia
Por sonidos discordantes de palabras ignoradas.
Al instante, un horrendo farfulleo suena fuerte
Entre tales constructores. Uno llama al otro,
Nadie entiende nada; roncos y rabiosos al final,
Estallan cual vejados. Grandes risas tuvo el Cielo
Al mirar abajo y ver, grotesco, el alboroto
Y aun oír el guirigay. Así se abandonó la obra
Por absurda y fue llamada Confusión»[370].
A lo que Adán, paternalmente consternado:
«Oh execrable hijo, aspirar de modo semejante
A descollar de sus hermanos y asumir él solo
Usurpada autoridad, que Dios no le otorgó:
Él nos dio dominio incontestable sobre bestia,
Peces, aves, que legítimo ejercemos
Por divina donación; pero al hombre de los hombres
No hizo Amo: ese título reserva para sí
Y deja libre del humano al ser humano.
Mas este usurpador no limita sus abusos
Sólo al hombre: al mismo Dios su torre funda
Asalto y desafío, ¡miserable! ¿Qué alimento
Portará que en las alturas pueda sustentarlo,
A él y su hueste temeraria, donde el aire ralo
Encima de las nubes sus entrañas burdas desleirá,
Hambreándolo de anhélito, si no de pan?».
A lo que así Miguel: «Bien aborreces
A ese hijo, que al sereno estado de los hombres
Arrojó disturbio, pretendiendo someter
La libertad de la razón; sabe, sin embargo,
Que tras tu caída original la verdadera libertad
No existe ya, pues hermanada vive siempre
A la íntegra razón, y ser aparte no posee.
Si del hombre se oscurece la razón, o es ignorada,
De inmediato los deseos desmedidos
Y pasiones sublevadas toman el gobierno
De la mente, reduciendo el hombre a servidumbre,
Libre hasta ese instante. Así permite pues
En sus adentros que poderes reinen deshonrosos
Sobre, libre, su razón, Dios en justo juicio
Lo subyuga en lo exterior a crueles amos,
Que esclavizan a menudo inmerecidamente
Su visible libertad: tiranía la ha de haber,
Aunque nada de ello absuelva al opresor.
Pero a veces las naciones tanto decaerán
De la virtud, que es la razón, que no injusticia
Sino ley, y alguna maldición fatal adjunta,
De su externa libertad las privarán,
Perdida ya la interna: testigo el hijo irreverente
De quien hizo el arca que, por la vergüenza
Que infligió a su padre, oyó la dura maldición
“Servidor de servidores” contra su perversa raza[371].
Así este nuevo mundo, como el otro antiguo,
De lo malo irá a peor, hasta que Dios por fin,
Cansado de su gran iniquidad, retire
De entre ellos su presencia y aun aparte
Sus sagrados ojos, decidiendo desde entonces
Descuidarlos en sus sendas de pecado,
Y una peculiar nación seleccionar[372]
De entre todo el resto: pueblo que le invoque
Y surgido por entero de un único hombre fiel[373],
Que moraba todavía aquende el Eufrates
Y que creció en la idolatría. ¡Ay los hombres,
(¿Puedes concebirlo?) que sean tan estúpidos
—Mientras vive el patriarca aún salvado del Diluvio—
Para descuidar al Dios viviente y rebajarse
A adorar sus propias obras en madera y piedra
Como dioses! Mas a éste Dios Altísimo en visión
Lo llama de la casa de su padre, de entre medio
De su estirpe y falsos dioses, a unas tierras
Que el Señor le mostrará, gestando de él
Un pueblo poderoso y vertiendo sobre él
Su bendición de modo tal que en su semilla
Todas las naciones se bendigan. Cumple él
Sin saber la tierra a la que va, mas creyendo firme.
Veo yo (tú no puedes) con qué fe sus dioses
Abandona, sus amigos, su país natal,
Ur de Caldea, atravesando ahora el vado
Hacia Harán: tras él, cortejo atropellado
De boyadas y rebaños y copiosa servidumbre.
No camina pobre, mas confía todas sus riquezas
Al Señor, que lo ha llamado a país desconocido.
Canaán alcanza ahora y sus tiendas veo ya
Plantadas por Siquem, los llanos vecinales
De Moreh: ahí recibe por promesa el don
De todas estas tierras para su progenie:
De Hamat al norte hasta el sur desértico
(A cosas doy su nombre que les falta todavía),
De Hermón al este hasta el mar occidental,
El monte Hermón, el mar aquel, míralos,
Según los muestro, en perspectiva: en la orilla,
El Carmelo; la corriente allí de doble fuente,
El Jordán, auténtica frontera al este; mas sus hijos
Poblarán hasta Senir, aquella larga sierra montañosa.
Piensa, Adán, que todas las naciones de la Tierra
Quedarán en su semilla bendecidas: su semilla
Significa la del magno Salvador, quien herirá
La testa de la Sierpe, cosas que enseguida
Más palmarias te expondré. Este patriarca santo,
Al que “fiel Abraham” el tiempo señalado llamará,
Un hijo, y de tal hijo un nieto[374], dejará al partir,
Igual a él en fe, en sabiduría y en renombre.
Ese nieto, al que acrecen doce hijos, partirá
Desde Canaán a tierras luego conocidas
Como Egipto, al que divide el Nilo.
Ve por donde fluye, desaguando —siete bocas—
En el mar. Morada hace temporal en esas tierras,
Invitado por un hijo, uno de los últimos,
En época de hambruna; hijo este cuyos actos nobles
Lo promueven a segunda dignidad del reino
Del gran faraón: ahí muere, mas dejando estirpe
Floreciente que será nación, haciéndose ahora
Sospechosa a un monarca subsiguiente que pretende
Impedir que prolifere, viendo que estos huéspedes
Resultan excesivos; por lo que hace esclavos
De invitados, y a los vástagos varones asesina.
Por fin a dos hermanos (a hermanos tales llámalos
Moisés y Aarón) envía Dios a reclamar
De servidumbre semejante al pueblo, que retorna
No sin gloria y sin botín a aquella Tierra Prometida.
Pero antes el despótico tirano, que reniega
De este Dios, que desatiende incluso su mensaje,
Debe ser forzado por señales y tremendos juicios.
En sangre no vertida se convertirán los ríos;
Ranas, moscas y piojos colmarán entero su palacio,
Repugnantes e insidiosos, colmarán la tierra entera;
El ganado morirá de peste y podredumbre,
Marcarán su carne toda llagas y diviesos,
Y de todo el pueblo; trueno combinado con pedrisco,
El pedrisco con el fuego, rasgará de Egipto el cielo
Y, cayendo al suelo en torbellino, todo engullirá a su paso.
Lo que no engulla, hierba, fruto o grano,
Una nube oscura de langostas bien tupida bajará
A devorarlo, no dejando nada verde en ese suelo:
La tiniebla enlosará todos sus confines,
La palpable oscuridad, y extinguirá tres días.
Al final, con aldabazo a medianoche, todo primogénito
De Egipto muerto yace. Y así, con diez heridas
El Dragón Fluvial[375], por fin domado, se resigna
A liberar al pueblo peregrino, y una y otra vez
Su terco corazón humilla, que cual hielo
Más se endura tras fundirse; hasta que rabioso,
Persiguiendo a los que echara, se lo trague
El mar con sus legiones, mientras cruzan los viajeros
Cual por suelo seco, entre muros de cristal
Medrosos por la vara de Moisés, que los tiene
Divididos, hasta tocar sus libertados la otra orilla.
Tal poder magnífico dará a su santo Dios,
Aunque presente en su Ángel él, que precederá
Al pueblo como nube y cual pilar de fuego
—De día nube, mas pilar de fuego por la noche—
Por guiarlos en su viaje y proteger su zaga
Mientras todavía los persiga el obstinado rey.
La noche entera hostigará, incapaz de aproximarse
Por tinieblas interpuestas hasta el alba;
Luego, entre aquel pilar de fuego y nube grande
Dios lo mirará, desquiciando a sus legiones
Y las ruedas de sus carros. Cuando, así ordenado,
Otra vez Moisés la poderosa vara extiende
Sobre el mar, el mar la vara acata
Y retorna el oleaje a las huestes en avance
Anegándoles la guerra: la elegida raza
Ya segura desde el margen a Canaán asciende
Por el bárbaro desierto, no siguiendo ruta recta,
Para que las gentes cananeas, viéndolos llegar,
No los acometan y ellos, inexpertos, por terror
A Egipto vuelvan, prefiriendo antes de eso
Vida indigna y servidumbre; pues la vida es dulce
Para el noble y el innoble indiestro en armas,
Cuando no los precipita el paroxismo.
Esto ganarán también con la demora
Por la vasta paramera: que allí establecerán
Gobierno propio y su gran senado elegirán,
Entre las doce tribus, que los rija por la ley prescrita.
Desde el monte Sinaí, cuya cumbre gris
Trepidará con su descenso, Dios mismo
En relámpagos envuelto y el clangor de la trompeta
Dictará sus leyes: parte, tal cual le concierne
A la cívica justicia; parte, a los ritos religiosos
De la ofrenda, informándolos, por símbolos
Y sombras, de ese Vástago augurado que herirá
A la Sierpe y de los medios con que logrará
Salvar al hombre. Mas la voz de Dios
Al oído del mortal aterra y aquéllos rogarán
Que su Moisés transmita la voluntad divina,
Cesando así el terror. Él concede lo que piden

Sabedores de que a Dios, sin mediador,
No existe acceso; y este egregio oficio ahora
Moisés lo prefigura, a fin de abrir la senda
De otro aún mayor, de quien predecirá su día,
Y todos los Profetas en su tiempo la llegada
Del Mesías cantarán. Así, las leyes y los ritos
Ya fijados, tal deleite tiene Dios en hombres
A su voluntad sumisos, que consiente
En instalar su tabernáculo en medio de ellos,
El Santísimo morar entre mortales.
Por orden suya un santuario se construye,
—Cedro recubierto en oro— y dentro
Un arca y en el arca el Testimonio,
Los principios de su Pacto y, cubriéndolos,
De oro, un Propiciatorio entre las alas
De dos fúlgidos Querubes; arden ante él
Las siete lámparas, cual en zodiaco que expusiese
Los celestes fuegos; sobre esta tienda, una nube
Flotará de día, ígneo resplandor de noche,
Menos cuando viajen. A la larga llegan,
Conducidos por el Ángel del Señor a aquella tierra
Prometida a Abraham y su semilla[376], mas el resto
Largo ya sería relatar: batallas, ¡cuántas afrontadas!
Cuántos reyes destruidos, reinos conquistados,
O cómo el Sol se detendrá en mitad del cielo,
Todo un día, posponiendo la llegada de la noche,
Obediente a voz de hombre: “Sol, detente en Gibeón
Y tú, oh Luna, en el valle de Ayalón,
Hasta que Israel se imponga”[377]: llama así al tercero
Desde Abraham, de Isaac el hijo, y desde él
A toda su progenie, que Canaán conquistará».
Adán aquí intervino: «Oh Heraldo empíreo,
Alumbrador de mis tinieblas, gratas son las cosas
Que revelas y ésas, sobre todo, que conciernen
Al honesto Abraham y su semilla: sólo ahora
Ojos tengo bien abiertos, y sereno el corazón,
Perplejo antes al pensar qué resultará de mí
Y de la entera humanidad; mas ahora veo el día
De ése en quien todas las naciones se bendicen,
Un favor que no merezco, pues busqué
Prohibida ciencia por prohibidos medios.
Algo hay, no obstante, que no entiendo: ¿cómo a ésos
—Entre quienes Dios se digna residir aquí en la Tierra—
Tantas leyes se les dan, y tan diversas?
Pues a tantas leyes, tantas ocasiones entre ellos
De pecado; ¿cómo mora Dios con gentes tales?».
A lo que así Miguel: «No dudes que el pecado
Reinará entre ellos, una vez por ti engendrado.
Y por ello se les dio la ley, por que dominen
Su perfidia natural picando a combatir,
Contra las leyes, el pecado; y que al ver la ley
Descubran el pecado, pero no lo extirpen,
Salvo con aquellas expiaciones vagas e impotentes
De la sangre de los toros y carneros. Concluirán así
Que sangre más valiosa debe rescatar al hombre,
Justo por injusto, por que en tal integridad,
A ellos aplicada por la Fe, al fin encuentren
Justificación ante el Señor y paz
En sus conciencias, que la ley con ceremonias
No consigue apaciguar, ni practicar el hombre
Su moral y, no ejerciéndola, no puede ni vivir.
Así, imperfecta es esta ley e impuesta únicamente
Con el fin de conducirlos, culminado el tiempo,
A Pacto de Alianza más perfecto: llevándolos
A la verdad por vagos mitos; de la carne al espíritu;
De la imposición de estrictas leyes, a la libre
Aceptación de extensa gracia; del temor servil
Al que es filial; y de las obras de la ley a las de fe.
Por ello no será Moisés, si bien amado
Del Señor —al ser ministro meramente
De la ley— quien guíe al pueblo hasta Canaán,
Sino Josué —Jesús lo llaman los Gentiles—,
Investido del oficio y nombre del que acabará
Con la enemiga Sierpe y traerá de vuelta,
Por el páramo del mundo, al hombre peregrino,
Que ya a salvo se repose en eterno Paraíso[378].
Mientras, los plantados en Canaán terrestre
Largo tiempo vivirán medrantes, salvo si pecados
Nacionales interrumpen su paz pública
Provocando a Dios a suscitarles enemigos,
De los que una vez tras otra los libera, penitentes,
Al principio por los jueces, luego bajo reyes[379].
De éstos el segundo, por su conocida devoción
Y logros poderosos, promisión recibirá
Irrevocable de que el regio trono que posee
Durará por siempre. Y lo mismo cantarán
Las profecías todas, que del regio tronco
De David (pues tal el nombre de ese rey) saldrá
Un Hijo, la Semilla de Mujer que te han predicho,
Y predicha a Abraham, en quien aguardan
Todas las naciones, y predicha a reyes, de los reyes
El postrero, pues su reino no terminará[380].
Mas antes, una larga sucesión habrá de darse,
Y el hijo de David, famoso por riquezas y saberes[381],
Alojará en glorioso templo la velada Arca del Señor,
En tiendas hasta entonces y errabunda.
Otros seguirán que mostrarán las crónicas,
Algunos buenos, otros malos: éstos, mayoría,
Cuya inmunda idolatría y otras faltas,
Añadidas a la cuenta popular, tanto irritarán
A Dios que los relegará, ofreciendo su país,
Y la ciudad y el templo, el Arca Santa
Y todos sus objetos sacros, como burla y presa,
A la ciudad soberbia cuyos altos muros viste
Quedar en confusión, llamada luego Babilonia.
Allí en cautividad los deja que malvivan
Por espacio de setenta años, luego los retorna[382],
Acordándose de la piedad y de su pacto
Con David, inalterable cual los días de los Cielos.
Vueltos ya de Babilonia por permiso de monarcas,
Amos suyos, que el Señor ablanda, la mansión de Dios
Primero reedifican[383] y, durante un tiempo,
Viven, en pobreza, moderados, hasta que creciendo
En riqueza y multitud se tornan sediciosos.
Mas primero brotan disensiones entre sacerdotes,
Servidores del altar, que más que nadie deberían
Promover la paz. Su pugna contamina
El mismo templo; logran al final hacerse
Con el cetro, desdeñando la progenie de David;
A manos de un gentil lo pierden luego[384], que el auténtico
Y ungido Rey Mesías acabe por nacer
Sin sus derechos. Mas una estrella cuando nace,
Nunca vista en las alturas, manifiesta su llegada
Y conduce a sabios orientales, tras la pista
De este niño, a ofrecer incienso, mirra y oro.
Su lugar de nacimiento Ángel digno lo transmite
A pastores simples, en nocturna vela,
Que contentos pronto allí concurren, a escuchar
El cántico ofrecido por escuadra angélica.
Una Virgen es su madre, mas su padre
El Poder de Dios Altísimo: él ascenderá
Al Trono hereditario y pondrá a su reino por confines
De la Tierra el horizonte; a su gloria, los del Cielo».
Y cesó al percibir a Adán tan lleno de alegría
Cual dolor igual en llanto antes lo sumiera,
Casi sin palabras, que por fin logró exhalar:
«¡Oh Profeta de las gratas nuevas, portador
De la esperanza suma! Ahora entiendo claramente
Lo que aun con terca mente en vano investigué,
Por qué ha de ser llamada nuestra gran expectativa
La Semilla de Mujer: Virgen Madre, salve,
Alta en el amor del Cielo, mas de mis riñones
Tú procederás y de tu seno el Hijo del Señor
Altísimo: que Dios así se une al hombre.
Espere ahora con mortal dolor su golpe capital[385]
La Sierpe: dime ¿cuándo y cómo lucharán?
¿Qué herida causará el Maligno al talón del Víctor?».
A lo que así Miguel: «No imagines su pelea
Como un duelo, ni locales las heridas
En talón o testa; pues no por ello liga el Hijo
Con lo humano lo divino, por domar al adversario
Con más fuerza; ni tampoco de este modo a Satanás
Se le derrota, a quien caída de los Cielos más letal
No impidió asestarte tu lesión de muerte;
Lesión la tuya que quien llega curará, tu Salvador,
No por destruir a Satanás, sino sus obras
En ti mismo y tu semilla; y ello no podría realizarse
Sin cumplir aquello en que faltaste tú:
Obedecer la ley de Dios, impuesta
Bajo pena de morir, y padeciendo muerte,
Pena que le fue prescrita a tu pecado,
Y también prescrita a quienes provendrán de ti:
Pues sólo así la altísima justicia es reparada.
La ley de Dios, precisa, él satisfará, por obediencia
Y por amor al tiempo, aunque solo ya el amor
La ley complace. Tu castigo él sufrirá
Descendiendo de los Cielos a la carne,
A una vida de reproches y una muerte maldecida,
Proclamando vida a todo aquel que crea
En su acto redentor; y que su obediencia, transferida,
De ellos se hace por la fe; y que sus méritos
Los salvarán: no, aunque de ley, los de ellos.
Vivirá por esto odiado, contra él blasfemarán,
Será tomado por la fuerza y condenado a muerte,
Una horrible y vergonzosa, en la Cruz clavado
Por su propio pueblo, por traer la vida asesinado.
Pero clava él en la Cruz tus enemigos:
La ley que tienes contra ti y los pecados
De la entera humanidad, ahí con él crucificados,
Para no dañar ya más al que confíe rectamente
En ésta su reparación. Así pues muere,
Pero pronto resucita pues la Muerte su poder
No usurpa ya por mucho. Antes de la luz del alba
Al tercer día, las estrellas del albor lo ven alzarse
De su tumba, fresco cual la luz del alba,
Satisfecho tu rescate, que redime de la Muerte al hombre:
Muerte por los hombres, tantos como acepten
La ofrecida vida y ese beneficio abracen
Por la fe no exenta de obras: tan divino acto
Tu condena anula, esa muerte tuya por morir
Perdido para siempre en el pecado; este acto
Hiere la cabeza de Satán, aplasta su poder
Rindiendo a Muerte y a Pecado, armas suyas cardinales,
E hinca más profundos en su testa sus venablos
Que la muerte temporal en el talón lastima al Víctor
O a aquellos que él redime: una muerte como un sueño,
Una brisa placentera hacia vida ya inmortal.
Después de la resurrección no por mucho seguirá
En la Tierra, tiempo sólo suficiente en que mostrarse
A sus discípulos, los hombres que en su vida
Siempre lo siguieron. A éstos dejará encargados
De instruir a las naciones en lo que él les enseñó,
Su salvación; de bautizar a los que crean
En las aguas presurosas, signo de lavarlos
De la culpa del pecado y entregarlos a la vida
Puros, en sus mentes preparados, por si llega el caso,
Para muerte similar a la que tuvo el Redentor.
A todas las naciones instruirán, pues desde ese día
Ya no sólo a hijos de los lomos de Abraham
La salvación habrá que predicarles, sino a los hijos
De la fe de Abraham, por todo el mundo:
En su semilla, todas las naciones se bendicen.
Luego al Cielo de los Cielos él ascenderá
Con triunfo, subyugando, a su paso por los aires,
A enemigos de él y tuyos; ahí sorprenderá
A la Sierpe, Príncipe del Aire, arrastrándolo en cadenas
Por su reino entero y dejándolo confuso;
Luego accederá a la Gloria, sentándose de nuevo
A la diestra de Dios Padre, grandemente enaltecido
Sobre todo Nombre empíreo, y de allí vendrá,
Cuando este mundo esté por disolverse,
A juzgar, con Gloria y Poderío, a los vivos y los muertos,
Sentenciando a muertos indevotos, mas premiando
A sus devotos, que recibirá en la dicha,
Ya en el Cielo o en la Tierra, pues la Tierra entonces,
Toda ella un Paraíso, mucho más feliz será
Que el del Edén, con días mucho más felices».
Así habló Miguel Arcángel y pausó después,
Llegado al gran periodo de este mundo; nuestro padre,
Lleno entonces de portento y dicha, le repuso:
«¡Oh bondad inmensa, bondad ilimitada!
Que tanto bien y tan completo el mal produzca
Y que el mal en bien convierta: ¡más maravilloso es
Que aquel que por Creación la Luz primero extrajo
De tinieblas! Mas de dudas bien colmado quedo:
Si es que debo arrepentirme ahora del pecado
Cometido y contagiado, o alegrarme mucho más,
Pues muchos bienes ulteriores surgirán de aquél,
Y para Dios más gloria, y más buena voluntad
De Dios al hombre, pues más gracia que iracundia habrá.
Mas dime, si al Cielo debe reascender
El Salvador, ¿qué acontecerá a los pocos
De sus fieles, al quedar en medio del infiel rebaño,
Adversarios de la Fe?, ¿quién guiará a su pueblo
Y quién habrá de protegerlo? ¿No serán aquéllos
Aún peores con sus fieles que lo fueron ya con él?».
«Tenlo por seguro —dijo el Ángel—, mas del Cielo
A los suyos un Paráclito[386] les enviará,
Promesa de Dios Padre, cuyo Espíritu residirá
Con ellos, y en sus corazones grabará
La Ley de Fe, que opera por amor,
Para guiarlos arropados en Verdad, armándolos
Con armadura espiritual, capaz de resistir
Embates de Satán y de extinguir sus ígneos dardos.
Los ataques de los hombres no los temerán,
Aunque los maten, protegidos como están
Por consuelos interiores contra tales impiedades
Y a menudo sostenidos de manera que confunda
A sus enemigos más feroces: pues el Espíritu,
Primero infuso en sus apóstoles, que mandará
Llevar el Evangelio a las naciones, luego en todo
Bautizado, les conferirá presentes milagrosos,
Que hablen toda lengua, hagan todos los milagros,
Cual hiciera su Señor ante sus ojos. Ganan pues así
Por todas las naciones grandes multitudes,
Que reciben entusiastas la noticia celestial: al fin,
Cumplido el ministerio, bien corrida su carrera,
Tras dejar su historia escrita y su doctrina,
Mueren. Mas en su lugar entonces, cual previeran,
Lobos entran por maestros, lobos ávidos[387],
Que todos los misterios de los Cielos
Tornan en infame beneficio propio, su avidez
De lucro y ambición, maculando la verdad
Con falsas tradiciones, gran superstición,
Hasta dejarla sólo pura en aquellos documentos
Que ninguno entiende ya, aparte del Espíritu.
Entonces esos viles buscarán dotarse de dominios,
Nombres, títulos, uniéndose con ellos
Al poder profano, mas fingiendo todavía obrar
Por religiosa potestad, haciendo suyo y privativo
El Espíritu de Dios, prometido por igual y conferido
A todos los creyentes. Y con tales pretensiones,
Leyes espirituales impondrá el poder carnal
En todas las conciencias; leyes no presentes
En los textos venerables ni entre eso que el Espíritu
En hondo corazón burila. ¿Qué persiguen pues
Sino coercer al mismo Espíritu de Gracia y prender
A su consorte Libertad?, ¿qué, sino desmantelar
Sus templos vivos, construidos perdurables por la fe,
Su fe, ninguna ajena?; pues, en la Tierra,
¿Quién contra la fe y conciencia infalible
Se pronuncia, aunque muchos lo presumen?
De ahí que surjan pronto bárbaras persecuciones
Contra todos los que perseveren en el culto
Del Espíritu y de la Verdad; el resto, más copioso,
Hallará en espurias formas y en externos ritos
Satisfecha religión; la Verdad se alejará,
Herida por saetas calumniosas, y las obras de la fe
Serán extrañas. De este modo el mundo irá,
Maligno para el bueno, para el pérfido benigno,
Bajo el propio peso quejicoso, hasta el día
En que amanezca, para el justo, su respiro,
La venganza para el réprobo, y retorne aquél
De cuyo auxilio recibiste hace poco la promesa,
La Semilla de Mujer, predicho oscuramente antes,
Mas que ahora reconoces como Dueño y Salvador,
Y que al fin será en las nubes de los Cielos revelado,
En la gloria de Dios Padre, para disolver
A Satanás y el mundo pervertido, y luego alzar
De la masa conflagrante, ya purgada y refinada,
Nuevos Cielos, nueva Tierra, eras incesantes
Instauradas en la paz, amor, justicia,
Que por frutos den el gozo y eternal ventura.»
Aquí cesó y Adán, por último, repuso:
«Qué veloz tu predicción, Augur bendito,
Ha medido el mundo transitorio, el fluir del tiempo
Hasta el tiempo fijo; más allá, es todo abismo,
Eternidad: su fin la vista no lo alcanza.
Con magnífica instrucción de aquí yo parto,
Magnífica la paz en mente, y plétora me llevo
De tu ciencia, toda la que puedo contener:
Querer sobrepasarla fue, insana, mi locura.
Desde ahora, pues, aprendo que es mejor obedecer
Y amar medroso a Dios, el único, caminar
Cual en presencia suya, observar su providencia siempre
Y fiarlo todo sólo en él, piadoso como es
Con todas sus creaciones, derrotando sin cesar
Al mal mediante el bien y realizando, por lo nimio,
Grandes cosas, por las cosas de apariencia débil
Derrocar mundano al fuerte, y al mundano sabio
Por lo simple y manso; que es sufrir por la verdad
La fortaleza que procura la victoria suma,
Y que para el fiel la muerte es puerta de la vida:
Todo esto he aprendido por ejemplo del que ahora
Reconozco mi bendito Redentor por siempre».
A lo que así, también por último, repuso el Ángel:
«Si esto has aprendido, la completa suma ya posees
Del saber; no esperes nada más sublime, aunque sepas
Por su nombre las estrellas todas, todo etérico poder,
Todos los secretos del abismo, toda obra de Natura,
O las obras del Señor en las Alturas, aire, tierra o mar;
Aunque todas las riquezas goces de este mundo
Y todo su gobierno, en un imperio; suma sólo
Actos congruentes con tu ciencia, suma fe
Virtud, paciencia, súmales templanza, amor,
Llamado con el tiempo caridad, que es el ánima
De todo el resto: y no lamentarás, haciéndolo,
Dejar atrás el Paraíso, puesto que tendrás
Un Paraíso en tu interior, y mucho más dichoso.
Descendamos pues ahora de esta cumbre
De especulación, pues la hora exacta prefijada
Nos exige que partamos. Y mira los guardianes
Que emplacé en aquella loma, observa
Su despliegue a cuyo frente espada llameante
En señal de exilio ya tremola fieramente.
No debemos demorarnos; ve, despierta a Eva,
A quien también con dulces sueños he calmado
Que presagian bien, y todos sus espíritus dispuse
A una humilde sumisión. Tú, oportunamente,
Déjala participar de todo lo aprendido hoy,
En especial lo que concierne a su fe de conocer,
La gran liberación por su semilla que advendrá
(Por Semilla de Mujer) a la entera humanidad:
Que así podáis vivir —no escasos vuestros días—
Ambos juntos en fe unánime, aunque tristes
Por los males ocurridos, pero muy reconfortados
Cada vez que meditéis en el final feliz».
Terminó, y del monte descendieron ambos;
Descendido, Adán se apresuró al cobijo
Donde Eva se durmiera, mas la halló despierta ya.
Y así lo recibió, hablando sin tristeza:
«De dónde vienes yo lo sé, y adónde fuiste;
Pues el dormir ocupa Dios también y al sueño instruye,
Que mandó propicio, presagiando algún
Gran bien, tras caer dormida con congoja
Y abatido el corazón. Mas guíame ahora ya,
No hallarás en mí demora, pues marchar contigo
Es quedarme aquí; aquí sin ti quedarme
Es marcharme sin quererlo. Eres a mis ojos
Todo bajo el cielo, toda cosa, todo espacio, tú,
Que por mi crimen obstinado pierdes el Edén.
Y, sin embargo, este último consuelo me acompaña:
Que, aunque todo se ha perdido por mi culpa,
Un favor tan grande, indigna, se me otorga
Que por mí la Semilla Prometida todo repondrá también».
Esto dijo Eva nuestra madre y complacido Adán
Lo oyó, mas nada le responde; pues muy cerca ahora
Está el Arcángel, y en brillante formación
A sus prescritas posiciones desde el otro monte
Ya descienden los Querubes, deslizándose
Por el terreno meteóricos, cual bruma vespertina
Que al subir del río cubre el tremedal deslidadiza,
Ocultando rauda el suelo tras los pasos del labriego,
Que camino va de casa. Iba en alto por delante
La blandida espada del Señor, fulgiendo
Fiera cual cometa que con tórridos ardores
Y humo semejante al aire férvido de Libia,
Empezaba ya a abrasar aquel templado clima;
Y así tomó de cada mano el Ángel presuroso
A nuestros padres tardos, y al Portal del Este
Recto los condujo; luego, con igual premura,
De la altura al llano sometido y vaneciose entonces.
Ellos, al mirar atrás, todo el lado oriente vieron
Del Paraíso, poco hacía su feliz morada,
Sobre la que ahora tremolaba aquella llama
Y cuya Puerta vigilaban fieras faces, armas ígneas.
Unas lágrimas vertieron, naturales, pronto limpias:
Tenían todo el mundo ante sus ojos, en que hallar
Remanso ameno, y la Providencia como guía.

Cogidos de la mano y con lentos pasos vagabundos
A través de aquel Edén su senda solitaria comenzaron.