CENIZAS A LAS CENIZAS, PELO AL PELO...
Algunas cosas malas enterradas y ancladas. También algunas cosas buenas, inocentes. Algunas cosas que no quería enterrar. Otras que sí. Algunas que se enterraron por accidente, por un alud de nieve, un desprendimiento de rocas o un corrimiento de tierras. Algunas que se enterraron por sí solas, con el deseo de que la oscuridad cayera sobre sus ojos que todo lo ven.
Muchas quedaron enterradas ahí fuera, en el páramo. Es el lugar adonde vas cuando vienes de Manchester y quieres enterrar o ser enterrado.
Mientras nos abríamos camino a través de la noche, hablamos de la herida. De cómo evolucionaba, formando espirales desde su punto de entrada, virando a muchos colores como un arco iris, desmigajándose en los bordes con las formas de un estampado de cachemira.
—¡Estoy de fiesta! —dijo Beetle—. Basta de quejas.
—Esto no mejora, Bee —oí contestar a Mandy, pero el hombre estaba experimentando un cambio y eso le hacía divagar.
—¡No quiero que mejore! —gritó—. Me gusta así. ¡Eh, Scribb! ¿Has visto mis nuevos colores?
—Claro, Bee. Muy bonitos.
Yo solo podía dedicarle miradas fortuitas de vez en cuando, durante un tramo bastante estrecho del camino, y luego volverme al volante.
El aire de fuera era oscuro como un pozo, y a veces aleteaban formas que pasaban como fantasmas grises: árboles, casas, señales. Y era un buen asunto que yo estuviera emplumado con el Corredor, porque eso significaba que alguien más controlaba la furgo, algún experto, algún joven experto.
Por lo menos, la lluvia había parado. Se había parado durante un tiempo en la noche, dejando las pistas mojadas y resbaladizas.
Eché otro vistazo hacia atrás, y los colores resplandecían, extendiéndose desde el hombro de Bee, controlándolo, llegándole casi hasta el codo por un lado, y a la nuca por el otro. Mandy le acunaba la cabeza con las palmas de las manos. El aire oscuro de la furgoneta creaba una suave aura alrededor de su cuerpo.
Me volví a la carretera y a la conducción.
No sabía realmente adónde íbamos, solo sabía que estábamos llegando.
Corredor Baby.
—Yo creo que es malo, Bee —dijo Tristán—. Muy malo.
—¡Mierda! No me asustes, tío —contestó Beetle—. Me encuentro bien. El dolor se está calmando. ¿Lo captas, Tris? ¡Ni un puto dolor! ¡Escúchame!
Le estábamos escuchando.
—¿Sabes lo que significa? —dijo Tristán muy bajito, casi como si no quisiera que Beetle le oyera.
Yo esperaba la respuesta de Beetle.
Tardó siglos en llegar, y era baja, como la sombra de una voz.
—Yo no... Soy puro... Dime que soy puro...
Se percibía la herida allí, como si la mente de Beetle jugara contra la herida, pero yo no miré atrás. De ninguna manera. Solo mantuve los ojos oscurecidos para todo excepto para la calzada que se extendía ante mí, perdiéndome en la oscuridad, el Vurt y la conducción.
Tristán se abrió paso por el hueco y ocupó el asiento del copiloto. Tenía el arma en el regazo y la bolsa colgada al hombro, y las apretaba muy fuerte contra sí, como si tuviera miedo de perderlas. Desde detrás se oían los perros gimiendo sobre el cadáver de Suzie.
Dejamos pasar una franja de oscuridad, más allá de las farolas, en lo profundo del campo.
—Es una bala Mandel —susurró, en secreto.
—Intentaba no pensar en eso —le contesté.
—Murdoch se lo ha cargado.
¡Joder! ¿Tenía que ser así? ¡Beetle no!
—Nadie se escapa —dijo Tristán—. Una vez que te ha mordido, ese gusano sigue creciendo, extendiéndose, multiplicándose. No puedes pararlo. No hay manera. Se está volviendo fractal. —Sonaba tajante, como un resultado oficial de Vurtbol, impreso y luminoso desde el banco del juez—. Es una muerte lenta —añadió.
—No digas eso —le susurré—. Por favor. No lo digas.
Inútil. Simplemente inútil.
Conducía a través de la noche, escuchando la risa de Beetle, a medida que el gusano iba apoderándose de él.
—No hay antídoto, Scribb —dijo Tristán.
Ninguna respuesta. Ningún antídoto.
Beetle estaba condenado.
Supongo que de todas formas lo sabía, siendo Beetle, estando au fait con todo. Ese es el problema: puedes conocer todos los detalles de las balas Mandel, pero aun así, eso no te impide disfrutar del viaje mientras te están matando. Las balas Mandel fueron diseñadas para aprovechar los tiros que no dan en el blanco por poco, los disparos que hieren. Si en principio no aciertas, colócales un parásito. Deja que el parásito chupe los últimos restos de vida, desmigajando la piel a pedacitos. Cada bala contiene un virus fractal. El programa tarda cinco segundos en descargarse, directo a las paredes de las células. En veinticuatro horas, máximo cuarenta y ocho, ya ha tomado el control de todo el metabolismo. Tú estás muerto. Y cómo. El corte más profundo es que esas veinticuatro horas de tu vida van a ser las mejores que nunca has vivido, mientras los fractales se iluminan en un arco iris, ofreciéndote visiones de gloria, y por eso Beetle estaba ahora cantando, con la mente poseída, cantando las alabanzas de la vida.
Incluso en medio de la muerte, cantando alabanzas...
—Has hablado con mi hermano —me dijo Tristán, rescatándome de mis pensamientos. Aparté los ojos de la carretera por un segundo. El Corredor Baby mantenía allí los ojos por mí.
—¿Qué dices? —le pregunté.
—Te vi allí, en el Slithy Tove.
—¿El Gato Cazador? ¿Lo has visto?
—Ah, sí, puedo verlo. Bueno, cuando Geoffrey quiere que lo vea.
—¿Geoffrey?
—Sí. Así se llama en realidad. Es el secreto mejor guardado del Gato. La próxima vez llámalo Geoffrey. Probablemente te matará. —Oí a Tristán reírse mientras yo aferraba el volante con las manos, avanzando en aquel aire, en aquel aire oscuro—. ¿Te dijo algo de que yo era su hermano?
—Sí. Al principio no me lo creí. Pero he vuelto a verlo después, con la Tenia.
—¿De qué hablasteis?
—Me dijo lo que sentía por ti. Que...
Tristán estalló.
—¡Ese tipo debería mantenerse fuera de mi vida! —Su voz ardía como el fuego—. ¡Ese cabrón solo sabe hacer sufrir!
—Sí... Es verdad... Claro, Trist... —le dije, intentando calmarlo.
Avanzamos en silencio durante unos minutos.
—¿Quieres hablar? —le pregunté. Tristán volvió la cabeza hacia la ventanilla lateral, contemplando los negros campos que quedaban atrás— ¿Quieres contarme cómo fue que os perdisteis?
Cuando habló, llegaba desde las profundidades, y ni siquiera podía mirarme.
—Él fue demasiado lejos.
—¿Qué quieres decir?
—Llegó demasiado lejos para mí. Tan lejos no podía seguirlo. ¿Lo captas?
—Lo capto.
No captaba nada de nada. Excepto que Tristán quería hablar del Gato Cazador, de Beetle, de cualquier cosa con tal de ahogar los pensamientos sobre Suzie.
Su amor perdido.
—¿Tú tienes algo de perro, no? —le pregunté.
—Solo un vestigio. Lo suficiente como para saber.
—¿Alguna vez has hecho el amor con alguna?
Se quedó callado un momento.
—¿Alguna vez le has hecho el amor a una perra, Trist? —insistí.
—Hace años —contestó—. Pero entonces encontré a Suze y nadie más volvió a acercarse.
Yo conocía aquel sentimiento.
Luego se quedó callado mientras se encendía un porro de Niebla, envolviéndose en aquel humo meloso y serpenteante. Luego me dijo:
—Suze estaba esperando.
Al principio creí que me decía que Suze esperaba morir, pero luego entendí lo que quería decir.
—¡Joder, Trist! —exclamé—. ¿Un niño? ¿Teníais un niño en camino?
—Escúchame —me dijo—. Sigo vivo para una sola cosa.
—¿Vas a por Murdoch?
—No me hace falta, Scribb. Ella va a por ti.
—¿Qué hay en la bolsa, Trist?
—Mi pelo.
Lo comprendes.
—Te mordió una serpiente, ¿eh? —me preguntó.
—Me mordió.
—Entonces, ¿tienes algo de Vurt dentro?
—Eso dicen.
—¿Geoffrey te lo dijo?
—El Gato dice muchas cosas —le contesté—. No sé hasta qué punto creerlo.
—Créetelo todo. Él se ha hecho todo el camino.
—¿Y qué?
—A Geoffrey también lo mordieron. Una serpiente.
—Él tiene un Vurt fuerte dentro, eso está claro.
—No era una serpiente ordinaria la que lo mordió.
—¿No?
—En absoluto.
—Cuéntame.
Tristán se volvió hacia la ventanilla, así que yo dejé que la furgo avanzara suavemente, segura en los brazos del Corredor Baby. Un pájaro nocturno frente a los reflectores; una súbita visión de vida, moviéndose sobre unas alas negras.
—Fue hace años —dijo Tristán, y su voz sonaba como una grabación lenta—. Cuando los dos éramos jóvenes, yo más que él, pero los dos enganchados a las plumas. No podíamos parar de tomarlas. Ya sabes que ahora estoy totalmente en contra, pero tengo una razón.
—¿Geoffrey es la razón?
—Él se metió más que yo. Pero yo le respetaba tanto que no podía dejar de seguirlo. Él se metía en malos viajes, iba hasta la vida más baja, compraba los Vurts más negros que encontraba. Un día encontró una Amarilla. Nuestra primera Amarilla. —Tristán se detuvo un momento—. Pagó un precio muy alto por ella.
—Pensaba que no podías comprarlas.
—Depende de cuánto pagues.
Dejé que aquello se ubicara en mi mente. Depende de cuánto pagues.
—A mí me daba miedo aquella pluma —continuó Tristán—. La llevamos a casa y Geoffrey estaba superexcitado. Mis padres ya estaban durmiendo y teníamos la habitación para nosotros. Yo era joven y temía a mi hermano, así que tomé la pluma con él. Pero estaba asustado, muy asustado.
—¿Qué pluma era?
—Una Takshaka. Ya sabes, de donde vienen las serpientes de sueño.
Yo no contesté, seguí con los ojos fijos en la carretera.
—¿Alguna vez te has hecho una Takshaka, Scribble? —me preguntó.
—Sí, me la he hecho.
—¿En la realidad?
—No, en la realidad, no. Dentro de la Tenia. Fui a Meta.
—Eso no es nada. Es una Amarilla de broma. La Takshaka mata. Es famosa por eso. Yo estaba aterrorizado, pero fuimos igualmente. A Geoffrey le picaron, y no fue una serpiente normal. Ah, no, a mi hermano no podía picarle una serpiente normal. Fue el propio Takshaka, el rey de las serpientes, le hundió sus dos colmillos en el brazo.
—Eso podría haberlo matado.
—Geoffrey lo asumió y... se puso a venerar la herida. La alimentó con huesos y carne. Creo que se enamoró del veneno que tenía dentro, y el veneno se enamoró de él. Tal vez haya uno de cada mil que sea capaz de hacer algo así. El Gato Cazador lo menciona una vez en la revista. —Advertí el cambio de nombre—. Dice que hay carne sagrada para el Vurt, que puede vivir con ello. Es una especie de matrimonio. Eso dice. Sea como fuere... mi hermano se volvió adicto. Ansiaba más. Cuando lo has probado una vez... Bueno, ya sabes cómo funciona.
—Sí.
—Buscaba más y más plumas peligrosas. Creo que llegó demasiado lejos. Yo tuve que defenderme.
—¿Qué descubrió? —le pregunté.
—Era demasiado para mí, Scribble. Lo que estaba haciendo mi hermano... Yo tenía que tomar medidas.
—¿Qué pasó?
—Encontró la Amarilla Rara.
¡Joder!
La furgoneta patinó en una curva con el suelo mojado y noté cómo los pinchos de una valla arrancaban la pintura. Unos segundos de mi vida pasaron a toda velocidad mientras me aferraba al volante para girarlo. Fue inútil. Estaba totalmente solo y era humano. ¡Humano! Los pasajeros de detrás gritaban y me maldecían, y luego se unieron a ellos los perros, los tres. Era como un zoo con ruedas. Vi los árboles deslizándose cerca cuando chocamos contra una roca o algo parecido, y luego aquel gran tronco de roble en los faros, bailando justo delante de nosotros. Era como si el mundo entero estuviera chillando, y yo incluido, y Beetle cantando desde detrás, con sus colores estallando. Pero luego el Vurt bajó, ¡con fuerza! Y el volante pareció saber adónde tenía que ir bajo mis dedos, de modo que yo volví a rodar, tranquilo y fácil, por las negras carreteras.
—Buena conducción, Scribble —dijo Tristán.
Yo aspiraba enormes bocanadas de aire, sintiendo el sudor por toda la piel. Mandy estaba dedicándome todos los insultos que se le ocurrían. Twinkle añadía algunos de su propia cosecha. Bee seguía cantando, y los perros gemían.
—¡Joder, Tristán... no hagas eso! —Apenas podía proferir las palabras, pero Tristán seguía sentado, como si estuviera completamente frío, con una dirección fija.
—Así que nos hicimos la Rara —dijo, pero yo necesité unos cuantos metros más de conducción suave antes de captar lo que estaba diciendo.
—¿Era dentro del Vudú inglés? —pregunté.
—Sí. él me obligó a hacerlo.
—¿Qué pasó? —Yo lo sabía muy bien...
—Volví solo. —La voz lenta y triste de Tristán.
—¿La Rara se lo llevó?
—Yo creo que él se dejó. ¿Sabes lo que quiero decir, Scribb? Creo que él quiso quedarse allí. Era lo peor que yo había experimentado nunca, pero para Geoffrey, con todo aquel Vurt dentro, desde Takshaka... Yo creo que prefirió quedarse allí. Se sintió... No sé cómo explicarlo... Se sintió como en casa. Algo así.
—¿Cómo es la Rara? —Yo necesitaba saberlo.
—Es el pasado, tu pasado... pero magnificado, todo lo malo magnificado. Las cosas buenas desaparecen.
—¿Cómo saliste de allí?
—El Gato me sacó. Resplandecía de poder, confundiéndose con las plumas, aun en medio de aquel dolor.
—¿Por qué la gente quiere hacer esas cosas? —le pregunté—. ¿Sufrir todo ese dolor?
—Porque están locos. Se creen que les va a aportar conocimiento. Es como los ritos de paso y toda esa mierda. Toda esa porquería de la reina Hobart.
—¿Qué es Hobart?
—No te involucres, Scribb. Es una religión absurda y nada más. Se creen que el Vurt es más de lo que es, ¿entiendes? Como si fuera una vía más elevada o algo así. Y no lo es. El Vurt es solo un sueño colectivo. Eso es todo. ¡Joder! ¿Es que no tienen bastante con eso?
Tristán volvió a quedarse en silencio.
Lo dejé en paz durante un rato, pero había algo que me inquietaba, algo que había dicho.
—¿El Gato se quedó dentro de Vurt? —le pregunté. Tristán asintió—. Pero tú has dicho que saliste solo... Si el Gato fue intercambiado... debieron canjearlo... así es como funciona... los mecanismos del intercambio... no hay escapatoria...
Creo que él sabía adónde quería ir yo a parar, pero se tomó su tiempo para contestar.
—Yo aterricé en la sala de estar de casa. No, no estaba solo.
Yo esperé.
—Había una mujer junto a mí, bueno, en realidad, una chica. Porque esto ocurrió hace años. Ella me abrazaba con fuerza y yo también a ella, y estábamos temblando, ya sabes, del viaje. Yo aún sentía el dolor, y supongo que ella sentía lo mismo. El dolor de verte forzado, arrastrado, desde el sueño al mundo. Es muy doloroso. Pero su abrazo era potente y yo se lo devolvía. Ella era preciosa. Esto fue hace años y yo...
Su voz fue diluyéndose hasta el silencio. Y entonces tuve un recuerdo, el recuerdo de una mujer que había entrado en mí, que lo había sabido todo de mí, que tenía los ojos de oro...
—¿Era Suzie? —le pregunté.
Tristán asintió.
¡Suze era un ser de Vurt! Una alienígena. Como la Cosa, solo que mil veces más hermosa.
—¿No intentaste ningún intercambio? —le pregunté.
—No quería.
—¿Por qué no?
—Aquella mujer significaba mucho para mí. Más que mi hermano. ¿Lo entiendes, Scribble? ¿Puedes entenderlo? Suze era la mejor suerte que un hombre puede desear. Y que convirtiéramos todo aquel dolor en amor. Yo me prometí no perderla nunca. Ni un solo día.
Vi los mechones de pelo que los unían.
—No podía dejar que se fuera. Solo si el Vurt la reclamaba. ¿Lo entiendes? Ella no se apartaría de mi vista ni un segundo. Pensé que funcionaría. De verdad lo creí... —Noté cierta dificultad en su voz y mantuve los ojos fijos en la carretera. Pensé que preferiría que no lo mirase. Pero intuí que estaba restableciéndose, sentándose erguido en su asiento, abrazando su pequeña bolsa de pelo, antes de volver a hablar—. Fue el mundo real el que se la llevó.
Entonces miré a Tristán. Estaba llorando.
—¡Oh, Dios, Scribble! ¿Qué voy a hacer ahora? —estalló—. Suzie...
La única palabra.
¿Qué se puede decir? No hay más palabras que añadir. No puedes evitar esa clase de dolor. Solo puedes empeorarlo. O enterrarlo.
Habíamos dejado los árboles atrás y la noche se abría a una negra extensión de páramo. Incluso el cielo lloraba ahora, una negra lluvia de lágrimas contra el parabrisas.
—Este es el sitio —dijo Tristán.
Era una tumba poco profunda. Porque era lo único que podía lograr Tristán, cavando con su fina azada contra las capas de tierra.
Alrededor, las sombras danzaban en círculo.
La lluvia convertía la tierra en barro, y Tristán luchaba. Yo había intentado ayudarlo, todos lo habíamos intentado, pero Tristán nos había apartado.
Observamos cómo bajaba a Suze a la tumba. Luego abrió la bolsa y sacó las gruesas trenzas de su propio pelo. Las dejó caer en la tierra, de forma que aterrizaron suavemente sobre el cuerpo de su amada. Sacó una cajita de madera de la bolsa y también la puso junto a su cuerpo.
Tristán murmurando palabras de despedida sobre la tumba, y la tierra que él devolvía a su sitio amontonándose.
El trío de perros aullaba en la noche, llorando a su ama perdida.
Todos nosotros estábamos reunidos alrededor de la tumba, silenciosos, con las mentes llenas de deseo. El deseo de estar vivos para siempre.
Tristán sujetaba a los dos perros adultos en una doble correa. Vi que sus dedos empezaban a deslizarse.
—¿Qué haces? —le pregunté.
Sus dedos iban soltando la presión, uno a uno.
—Los dejo ir —contestó Tristán.
—Tal vez los necesitemos.
—No. No, en absoluto. Esto lo haremos solos. Así lo quiere Suzie.
—Yo me quedo a Karli —dijo Twinkle.
Tristán asintió.
Me quedé observando cómo los dos perros desaparecían en la oscuridad. Twinkle se acercó a mí, sujetando con fuerza el collar de Karli, echándola hacia atrás, conteniéndola.
La perra gruñía, quería que la soltara.
—Quieta, buena chica, quieta —le susurró Twinkle, pero el animal no parecía resignarse. ¿Quién era?
La cabeza afeitada de Tristán estaba rociada de gotas de lluvia, pero tenía los ojos secos, enfocados, tensos. Yo sentía la necesidad surgiendo de él.
La necesidad del mal.