Pablo Escobar, mi padre, es quizá uno de los proyectos editoriales más complejos en los que se haya embarcado el Grupo Planeta en los últimos años.
Hasta ahora creíamos que se había contado todo sobre el narcotraficante. De él han escrito las mejores plumas, los más reputados periodistas y hasta sus hermanos. La pantalla grande también ha recreado la vida del capo.
Han tenido que pasar más de dos décadas para que Juan Pablo Escobar, su hijo, hurgue en la vida que no eligió para descubrirnos las curiosas formas del amor paternal en un entorno lleno de excesos y de violencia. El sinnúmero de detalles inéditos que arroja esa aproximación revela un personaje aún más complejo.
Pero no solo eso. Pablo Escobar, mi padre también plantea una versión distinta sobre una gran cantidad de episodios ocurridos en aquella época en el país.
Durante más de un año, Juan Pablo Escobar —que cambió su identidad por Juan Sebastián Marroquín— y Planeta, se dieron a la tarea de desarrollar esta obra, que debió sobrepasar rigurosos filtros editoriales y de fuentes de información.
Por la trascendencia del tema, por las heridas aún abiertas, por las miles de víctimas que quedaron en el camino, por las investigaciones que han concluido o siguen en veremos, es inevitable que a partir de ahora Pablo Escobar, mi padre se convierta en referencia obligada en el país y en otras latitudes.