Introducción
En el verano de 1925, J.R.R. Tolkien, su esposa Edith y sus hijos John (en torno a los ocho años), Michael (en torno a los cinco) y Christopher (menos de uno) estaban de vacaciones en Filey, pueblo de la costa de Yorkshire que aún hoy es muy popular entre los turistas. Fueron unas vacaciones inesperadas para celebrar el nombramiento de Tolkien como profesor de anglosajón en Rawlinson y Bosworth, Oxford, cargo que iba a ocupar el primero de octubre de aquel año, y tal vez respondían el deseo de ofrecerle un período de descanso previo, pues durante dos semestres continuaría enseñando también en la Universidad de Leeds, lo que significaba mantener dos empleos a la vez. Para las tres o cuatro semanas que permanecieron en Filey —como se explica más adelante, las fechas son dudosas—, los Tolkien alquilaron una casita eduardiana que posiblemente había pertenecido al administrador de correos local, construida en lo alto de un acantilado desde el que se divisaba la playa y el mar. Desde este punto, la vista hacia el este no quedaba cortada por ningún obstáculo, y el joven John Tolkien se emocionó cuando, en dos o tres bellos atardeceres, la luna llena emergió del mar e iluminó una «senda» plateada a través de las aguas.
Por entonces, Michael Tolkien estaba profundamente encariñado con un juguete; era un perro en miniatura hecho de plomo y pintado en blanco y negro. Comía con él y dormía con él, y lo llevaba a todas partes; incluso cuando le tenían que lavar las manos se resistía a desprenderse de él. Pero, durante las vacaciones en Filey, Michael fue a dar un paseo con su padre y su hermano mayor y, en la excitación de arrojar piedras al mar, puso su juguete en el suelo o, más concretamente, en la playa cubierta de guijarros blancos. Sobre este fondo, el diminuto perro blanco y negro se hizo virtualmente invisible, y se perdió. Michael quedó muy apenado cuando vio que no recuperaba su juguete, a pesar de que los dos chicos mayores y su padre lo estuvieron buscando aquel día y el siguiente.
Para un niño la pérdida de su juguete predilecto tiene una gran importancia, y no cabe duda de que Tolkien lo tuvo presente cuando decidió idear una «explicación» para el caso: una historia en la que un perro real, llamado Rover, es convertido en un juguete por un brujo, luego un niño muy parecido a Michael pierde en la playa el juguete que, tras conocer a un curioso «hechicero de la arena», vive aventuras en la luna y en el fondo del mar. Ésta es, en definitiva, toda la historia de Roverandom, tal como después fue plasmada sobre papel. Que no emergió completamente formada, sino que fue ideada y contada en varias partes, se puede deducir de su naturaleza episódica y de su extensión; y de hecho, esta posibilidad es corroborada por una entrada exasperantemente breve en el diario de Tolkien (escrita casi con toda seguridad en 1926, como parte de un resumen de acontecimientos de 1925) sobre la composición de Roverandom en Filey: «Se terminó el cuento de "Roverandom", escrito para divertir a John (y a mí mismo a medida que fue creciendo)». Por desgracia es imposible saber exactamente qué quiso decir Tolkien con «se terminó»; tal vez sencillamente que la historia completa (como era entonces) fue contada durante las vacaciones. Sin embargo, la observación entre paréntesis confirma que efectivamente el cuento fue creciendo a medida que su autor lo explicaba.
Resulta curioso que en esa entrada del diario sólo se mencione a John, cuando lo que está detrás de la historia de Rover es la desgracia de Michael. Es posible que Michael se sintiera satisfecho con el primer episodio, que explicaba la desaparición de su juguete, y se mostrara menos interesado que John en la continuación. El propio Tolkien tenía claramente un gran cariño por el cuento, que se hace más sofisticado a medida que avanza. Pero no está registrado en parte alguna, y nadie puede decir ahora con exactitud en qué forma fue concebido originalmente Roverandom; si todos sus ingeniosos recursos lingüísticos y sus alusiones a mitos y leyendas, por ejemplo, formaron parte del relato desde el principio o fueron añadidos cuando Roverandom estaba ya escrito.
Tolkien también escribió en su diario, después del mismo intervalo de algunos meses, que la familia fue a Filey (desde Leeds) el 6 de septiembre de 1925 y permaneció allí hasta el 27 de septiembre. Pero al menos la primera de estas fechas no puede ser correcta (y está registrada erróneamente en el diario como sábado, no como domingo). Toda vez que el recuerdo que John Tolkien tiene de la luna llena brillando sobre el mar está aún vivo, y que con toda seguridad la escena inspiró la marcha de Rover por la «senda de la luna» que se describe en las primeras páginas de Roverandom, los Tolkien debieron de estar en Filey durante el período de luna llena, que, en septiembre de 1925, empezó el jueves, día 1, en términos más precisos se los puede situar en Filey en la tarde del domingo, 4 de septiembre, cuando la costa del nordeste de Inglaterra fue azotada por una terrorífica borrasca. De nuevo el recuerdo de John Tolkien está aún vivo, y se ve refrendado por noticias de prensa. El mar subió horas antes de la prevista marea alta, rebasó el dique marítimo e invadió el paseo de Filey, destruyó diversas estructuras a lo largo de la costa y arrasó la playa, malogrando así cualquier esperanza de encontrar el juguete de Michael que pudiera quedar. Vientos fortísimos sacudieron con tanta fuerza la casita de los Tolkien que éstos permanecieron en vela hasta altas horas de la noche, temerosos de que el tejado se desprendiera. John Tolkien recuerda que su padre contó una historia a los dos niños mayores para que se calmaran, y que entonces fue cuando empezó a hablarles del perro Rover, que se convirtió en el juguete encantado «Roverandom». Sin ninguna duda, la borrasca inspiró el episodio de Roverandom en el que la vieja serpiente de mar empieza a despertar y al hacerlo provoca una gran perturbación en la meteorología. («Cuando, en sueños, deshizo una o dos anillas, las aguas se encresparon y se agitaron sacudiendo las casas de la gente y perturbando a los que dormían en kilómetros y kilómetros a la redonda»).[1]
No hay pruebas de que Roverandom fue escrito mientras Tolkien estaba en Filey. Sin embargo, una de las cinco ilustraciones que hizo para el cuento, el paisaje lunar reproducido en este libro, está fechada en 1925, y es concebible que fuera dibujada en Filey durante aquel verano. Tres de las restantes ilustraciones para Roverandom datan específicamente de septiembre de 1927, momento en el que los Tolkien estaban de vacaciones en Lyme Regis, en la costa meridional de Inglaterra: El Dragón Blanco persigue a Roverandom y al Perro de la Luna, dedicada a John Tolkien; Casa donde «Rover» empezó sus aventuras como «juguete», dedicada a Christopher Tolkien; y la espléndida acuarela Jardines del palacio de Merking. En cada una de ellas están escritos el mes y el año; otro dibujo, en el que aparece Rover llegando a la luna en la gaviota Mew, tiene la inscripción «1927-8». Todos estos dibujos también están reproducidos aquí.[2] La existencia de las ilustraciones de septiembre de 1927 sugiere que Roverandom fue recontado en Lyme Regis, tal vez porque los Tolkien estaban nuevamente de vacaciones junto al mar y recordaban los sucesos de Filey, acaecidos sólo dos años antes. La dedicatoria a Christopher Tolkien en Casa donde «Rover» empezó sus aventuras como «juguete» sugiere asimismo que Christopher tenía ahora una edad que le permitía apreciar Roverandom (evidentemente en septiembre de 1925 era sólo un bebé), y que posiblemente la historia fue recontada, al menos parcialmente, porque no pudo oírla la primera vez.
Este manifiesto nuevo interés por Roverandom en el verano de 1927 pudo ser lo que hizo que Tolkien pusiera finalmente la historia sobre papel, pues parece ser que efectivamente lo hizo aquel mismo año, probablemente durante las vacaciones de Navidad. Así pues, nos sentimos inclinados a pensar —y a falta de manuscritos fechados y de otras pruebas sólidas, sólo podemos formular conjeturas— sobre la base de dos puntos interesantes, aunque, justo es reconocerlo, poco firmes. Los dos afectan el final del capítulo 2 de Roverandom, donde se dice que el Gran Dragón Blanco, hostigado por Roverandom y su amigo el perro de la luna, los persigue en salvaje correría. El dragón es descrito constantemente como un camorrista: «A veces, cuando celebraba un banquete de dragones o tenía un berrinche, lanzaba llamas reales, rojas y verdes, desde su cueva; y eran frecuentes las nubes de humo. Se sabía que una o dos veces había dejado roja toda la luna, o la había hecho desaparecer por completo. En tan incómodas ocasiones, el Hombre de la Luna… bajaba a los sótanos, destapaba sus mejores hechizos y arreglaba las cosas tan rápidamente como podía». En el presente episodio, el Hombre de la Luna pone fin a la persecución de que son objeto los dos perros lanzando un hechizo al estómago del dragón en el último momento. Por este motivo, «el siguiente eclipse fue un fracaso, pues el dragón estaba muy ocupado lamiéndose la barriga», una referencia a la idea, formulada en el pasaje anterior, de que los eclipses eran causados por el humo del dragón.
Elementos de este capítulo de Roverandom —por ejemplo, un dragón pendenciero en la luna que formó parte de la historia en septiembre de 1927, como lo demuestra la ilustración fechada— también aparecen, en una forma llamativamente similar, en una porción inédita de la carta-historia que Tolkien escribió a sus hijos en diciembre de aquel año bajo el nombre de «Papá Noel». En ésta, una de las notables series de cartas de «Papá Noel» que Tolkien escribió entre 1920 y 1943, el Hombre de la Luna visita el Polo Norte y bebe más aguardiente de la cuenta mientras come pastel de ciruela y juega al «dragón»[3]. Luego se queda dormido y es empujado por el Oso del Polo Norte debajo del sofá, donde permanece hasta el día siguiente. Durante su ausencia, en la luna aparecen dragones que levantan tal humareda que provocan un eclipse. El Hombre de la Luna se ve obligado a volver a toda prisa y preparar un hechizo terrorífico pura restablecer el orden.[4]
Las similitudes entre esta ficción y el episodio del Gran Dragón Blanco de Roverandom son demasiado grandes para que puedan ser fortuitas; y a partir de ellas es posible suponer razonablemente que Tolkien pensaba en Roverandom cuando, en diciembre de 1927, escribió la carta de «Papá Noel», es imponible decir si Tolkien introdujo por primera vez en la carta la noción de los dragones de la luna que provocan eclipses, o recurrió para ello a una concepción ya existente en Roverandom. Pero, en cualquier caso, las dos obras tienen que estar relacionadas entre sí.
Las vacaciones de Navidad ofrecieron a Tolkien tiempo libre, al margen de sus responsabilidades académicas, durante el cual pudo escribir Roverandom, y aunque no está fijado definitivamente que lo hizo en diciembre de 1927, otro indicio apunta a esa fecha, al menos como terminus a quo para el primer texto existente (no fechado): la referencia en Roverandom a un eclipse fallido. En el primer texto, la frase «el siguiente eclipse fue un fracaso» (como se cita más arriba) es seguida de la observación «así dijeron los astrónomos [fotógrafos]». Y ésa fue sin duda la opinión generalizada, recogida en el Times de Londres, sobre el eclipse total de luna que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1927, aunque en Inglaterra la gente no pudo verlo a causa de las nubes. En este punto, la carta de «Papá Noel» de 1927 es nuevamente útil, pues sitúa el eclipse que ocurrió durante la ausencia del Hombre de la Luna precisamente en el 8 de diciembre y con ello confirma el conocimiento del hecho real por parte de Tolkien.
El texto más temprano de Roverandom es una de las cuatro versiones aparecidas entre los papeles de Tolkien que se guardan en la Bodleian Library, Oxford. Desgraciadamente se ha perdido una quinta parte de él, equivalente al presente capítulo 1 y la primera mitad del capítulo 2. El resto subsiste en veintidós páginas, escritas deprisa en una grafía a veces difícil, en hojas de diferentes tipos (posiblemente arrancadas de cuadernos de ejercicios escolares), y con numerosas enmiendas. A este texto le siguieron tres versiones mecanografiadas, también sin fecha, en el curso de las cuales Tolkien fue alargando progresivamente la historia e introdujo numerosas mejoras de expresión y detalle, pero no cambios mayores en la línea argumental. El primer texto mecanografiado, en treinta y nueve páginas profusamente corregidas, se basaba esencialmente en el manuscrito y después ha sido de gran utilidad en la tarea de descifrar las partes menos legibles de la primera versión. Pero el texto mecanografiado difiere notablemente de su predecesor en torno a las páginas finales, donde se amplió considerablemente el pasaje en el que se explica que Rover recuperó su forma y su tamaño originales (antes casi un anticlímax, ahora un momento dramático y a la vez humorístico). El nuevo texto llevaba inicialmente como título Las aventuras de Rover, pero Tolkien lo cambió a pluma por el de Roverandom, que fue el que a la postre prefirió.
El segundo de los tres textos mecanografiados se interrumpe, al parecer por decisión deliberada del autor, después de nueve páginas; en la última sólo hay unas cuantas líneas escritas. Este texto abarca desde el principio de la historia hasta el momento en el que la luna «empezó a tender una brillante senda sobre el agua» (véase más adelante, capítulo 2). Además, un fragmento está mecanografiado en lo que ahora es el reverso de una hoja, que fue rechazada inmediatamente por Tolkien, mientras que, al reanudar el texto, éste fue revisado de nuevo y continuado en el anverso. Hasta donde llega, el segundo texto mecanografiado incorpora enmiendas marcadas en el primero e incluye algunas otras mejoras. Pero tal vez es más importante observar la pulcra presentación de esta versión, comparada con el primer texto mecanografiado. Ahora Tolkien se preocupaba de cuestiones de presentación, tales como paginar las hojas a máquina, en vez de hacerlo posteriormente a mano, y utilizaba el punto y aparte en los diálogos para diferenciar a los interlocutores, mientras que antes (en lo que es claramente un documento de trabajo) a veces aparece todo seguido. Asimismo, el nuevo texto mecanografiado sólo contiene un puñado de correcciones a mano, todas ellas ejecutadas cuidadosamente, y en su mayor parte son sólo errores tipográficos.
Esta presentación mejorada nos lleva a sospechar que Tolkien preparó un segundo texto mecanografiado para mostrarlo a su editor, George Allen & Unwin, hacia finales de 1936. En esa época, El Hobbit había sido aceptado con entusiasmo, y aunque sólo estaba en producción y aún no había constituido un éxito, sobre su sólida base Tolkien fue invitado a presentar otras historias infantiles para su posible publicación. Él contestó enviando a Allen & Unwin un libro de ilustraciones, El señor Bliss; una historia ambientada en la Edad Media con tintes jocosos, Egidio, el granjero de Ham, y Roverandom. Si, como creemos, el fragmentario segundo texto mecanografiado respondió a esta finalidad, es posible que Tolkien lo abandonara porque aún no respondía plenamente a su gusto, o porque, como los borradores precedentes, estaba escrito en hojas arrancadas claramente de cuadernos de ejercicios, con un canto ligeramente rasgado, y el autor quería que su obra tuviera una apariencia más profesional.
Ciertamente, el tercero y último texto completo de Roverandom está mecanografiado pulcramente (aunque no sin enmiendas) en sesenta hojas de papel comercial (no absolutamente uniforme); y aquí fue donde se introdujo la distribución en capítulos, junto con otros cambios, pequeños pero numerosos, de diálogo, descripción y puntuación, así como división de los párrafos. Éste es casi con toda certeza el texto que Tolkien presentó a Allen & Unwin y que el presidente de la editorial, Stanley Unwin, entregó a su hijo Rayner para que lo examinara.
En un informe fechado el 7 de enero de 1937, Rayner Unwin declaró que la historia estaba «bien escrita y [era] divertida»; pero, a pesar de esta valoración positiva, no fue aceptada para su publicación.[5] Roverandom era al parecer uno de los «cuentos de hadas cortos, en varios estilos» que (se pensaba) Tolkien tenía prácticamente a punto para su publicación en octubre de 1937, como Stanley Unwin escribió en una nota; pero entonces El Hobbit tuvo tanto éxito que Allen & Unwin quiso una continuación, con más cosas sobre los hobbits y todo lo demás, pero parece ser que ni el autor ni el editor volvieron a pensar en Roverandom. Ahora la atención de Tolkien se centraba esencialmente en el «nuevo Hobbit», el libro que iba a convertirse en su obra maestra: El Señor de los Anillos.
No es exagerado decir que tal vez El Señor de los Anillos no habría llegado a escribirse si no hubiera sido por historias como Roverandom, pues su popularidad entre los hijos de Tolkien, y el cariño que Tolkien sentía por ellas, condujo finalmente a una obra más ambiciosa —El Hobbit— y a lo que puede considerarse su remate final. En su inmensa mayoría, estas historias fueron efímeras. Tolkien adoptó gustoso su papel de narrador de historias a sus hijos, al menos a partir de 1920, cuando escribió la primera de las cartas de «Papá Noel». También había historias del malvado Bill Stickers con su adversario Major Road Ahead, de Timothy Titus, hombre pequeñísimo, y del ostentoso Tom Bombadil, que se basaba en una muñeca holandesa que perteneció a Michael Tolkien[6]. Ninguna de éstas llegó muy lejos, aunque Tom Bombadil encontró después un sitio en los poemas y en El Señor de los Anillos. Un cuento sumamente extraño y de mayor extensión, El Orgog, fue escrito en 1924 y se conserva en un texto mecanografiado; pero no está ni acabado ni elaborado.
Por el contrario, Roverandom está completo y bien armado; y además se distingue de las obras de ficción para niños de este período por el ilimitado deleite con que su autor se entrega en él a los juegos de palabras. Contiene gran número de semihomónimos (Persia y Pershore) y de onomatopeyas y aliteraciones, de listas descriptivas que producen hilaridad por su extensión (tales como «parafernalia, insignias, símbolos, apuntes, libros de recetas, secretos, aparatos, bolsas y botellas con hechizos de diversa naturaleza» en el taller de Artajerjes), así como giros decididamente inesperados «[El Hombre de la Luna] desapareció inmediatamente en el aire tenue; y todo aquel que ha estado allí te dirá lo sumamente tenue que es el aire en la luna». Contiene asimismo palabras y expresiones «infantiles» de especial interés, pues rara vez aparecen en los textos publicados de Tolkien, ya que fueron omitidas ab initio en los manuscritos o eliminadas durante su revisión. En este caso proceden a buen seguro de la historia, pues ésta fue contada originalmente de viva voz por Tolkien a sus hijos.
El hecho de que Tolkien también incluya en Roverandom palabras como parafernalia y fosforescente, primordial y galimatías resulta refrescante en estos tiempos, cuando tales palabras se consideran «demasiado difíciles» para los niños, idea que con toda seguridad Tolkien no habría compartido. «Un buen vocabulario —escribió en abril de 1959— no se adquiere leyendo libros escritos de acuerdo con el criterio que alguien tenga del vocabulario de determinado grupo de edad. Se adquiere leyendo libros que estén por encima de ese nivel» (Cartas de J.R.R. Tolkien, pág. 349).
Roverandom es también notable por la variedad de materiales biográficos y literarios que intervinieron en su elaboración. Evidentemente, el primero de ellos fue la propia familia de Tolkien, y él mismo: en Roverandom se ven los padres y los hijos de Tolkien, o se alude a ellos (en el caso de Christopher, que es un bebé), mientras que la casita y la playa de Filey aparecen en tres capítulos. Tolkien expresa varias veces sus ideas acerca de los desechos y la contaminación, y narra hechos de las vacaciones de 1925: la luna que brilla sobre el mar, la gran borrasca y por encima de todo la pérdida del perro de juguete perteneciente a Michael. A esto se suma una gran cantidad de referencias a mitos y cuentos de hadas, a las sagas noruegas y a la literatura infantil tradicional y contemporánea: al Dragón Blanco y al Dragón Rojo de la leyenda británica, a Arturo y Merlín, a los míticos moradores del mar (sirenas, Niord y el Viejo del Mar, entre otros muchos) y a la serpiente Midgard, así como préstamos o, al menos, ecos de los libros para niños de E. Nesbit, de A través del espejo y Silvia y Bruno de Lewis Carroll e incluso de Gilbert y Sullivan. Es una gama amplia, pero los diversos materiales están bien combinados, con poca incongruencia y mucho regocijo, para aquellos que captan las alusiones.
En las breves notas consignadas después del texto identificamos y comentamos muchas de las fuentes de Tolkien (seguras o probables) para Roverandom, como también palabras oscuras, algunos temas que eran específicos de Gran Bretaña y que pueden resultar poco comprensibles para los lectores de otros países, y detalles de especial interés. Pero aquí, en esta introducción general, parece bueno abordar con cierto detenimiento unos cuantos puntos.
En su conferencia de 1939 Sobre los cuentos de hadas en la Universidad de St. Andrews, Tolkien criticó la «minuciosidad de flor y mariposa» que aparecen en muchas descripciones en historias mágicas y citó en concreto Nymphidia, de Michael Drayton, donde el caballero Pigwiggen cabalga en una «vivaracha tijereta» y tiene «una cita en una prímula». Pero en la época de Roverandom Tolkien aún no había eludido ideas fantásticas como gnomos lunares que montan conejos y hacen pancakes con copos de nieve y hadas marinas que conducen carruajes de caracolas tirados por peces diminutos. Hacía sólo diez años que había publicado una pieza de juventud, ahora famosa, el poema «Pies de Trasgo» (1915) en el que el autor oye «diminutos cuernos de duendes encantados» y habla de «pequeñas túnicas» y «pies menudos y alegres»; y como Tolkien confesó una vez, en las décadas de 1920 y 1930 «estaba todavía bajo la influencia de la convención de que los "cuentos de hadas" estaban naturalmente dirigidos a los niños» (Cartas, pág. 347, borrador de abril de 1959). En consecuencia, a veces adoptó la imaginería y los modos de expresión propios del «cuento de hadas»: los elfos juguetones de Rivendel en El Hobbit, por ejemplo, y tanto en esta obra como (y acaso más) en Roverandom, una solemne voz de autor (o de padre) en funciones de narrador. Posteriormente, Tolkien lamentó haber «subestimado» de algún modo a sus hijos, y expresó el deseo de que concretamente «Pies de Trasgo» fuera enterrado y olvidado. Mientras tanto, las hadas (más tarde elfos) de la mitología de su imaginado «Silmarillion» conservaban toda su dignidad y nobleza, con pocas huellas de «Pigwiggen».
Roverandom fue arrastrado, de manera casi inevitable, hacia la mitología (o el legendarium) de Tolkien, que por entonces ya había desarrollado durante una década o más y seguía siendo una preocupación para él. Entre estas obras se pueden establecer varias comparaciones. El jardín del lado oscuro de la luna en Roverandom, por ejemplo, recuerda de cerca la Cabaña del Juego Perdido de El libro de los Cuentos Perdidos (I, pág. 29), primer tratamiento en prosa del legendarium. En este último, los niños «bailaban y jugaban…, recogiendo flores y persiguiendo las abejas doradas y las mariposas de alas de encaje», mientras que en el jardín de la luna «danzaban adormecidos, andaban como en sueños y hablaban consigo mismos. Algunos estaban aturdidos como si acabaran de despertar de un profundo sueño; otros corrían y reían, ya completamente despiertos: cavaban, recogían flores, levantaban tiendas y casas, cazaban mariposas, jugaban a la pelota, trepaban a los árboles; y todos cantaban» (pág. 46).
El Hombre de la Luna no dirá cómo llegan los niños a su jardín, pero en cierto momento Roverandom mira a la tierra y le parece ver, «largas hileras, débiles y más bien delgadas, de pequeños seres que bajaban a toda prisa» por la senda de la luna; y cuando los niños llegan al jardín, aún despiertos, parece que Tolkien tenía en su mente la visión del Olórë Mallë o Senda de los Sueños que conduce a la Cabaña de los Hijos de la Tierra: «puentes esbeltos que descansaban en el aire y resplandecían como si fueran neblinas de seda iluminadas por una tenue luna», una senda que ojos de hombre no han contemplado, «salvo en los dulces sueños del corazón en tiempos de juventud» (Libro de los Cuentos Perdidos I, pág. 260).
Sin embargo, la más intrigante conexión entre Roverandom y la mitología aparece cuando Uin, la «ballena más vieja», muestra a Roverandom «la gran Bahía del País Hermoso (como lo llamamos), más allá de las Islas Mágicas», y en «el último Occidente las Montañas del Hogar de los Elfos y la luz de Faéry sobre las olas», y «la ciudad de los Elfos en la colina verde debajo de las Montañas». Ésa es precisamente la geografía del Oeste del mundo en el «Silmarillion», tal como era la obra en las décadas de 1920 y 1930. Las «Montañas del Hogar de los Elfos» son las Montañas de Valinor en Aman y la «ciudad de los Elfos» es Tún, para usar el nombre dado a la vez en la mitología y en el primer texto (sólo) de Roverandom. Uin procede también de El Libro de los Cuentos Perdidos I (pág. 147), y aunque aquí no es exactamente «la más poderosa y vieja de las ballenas» aún es capaz de transportar a Roverandom hasta donde alcanza la vista de las tierras occidentales, que en este momento del desarrollo del legendarium permanecían ocultas a los ojos de los mortales detrás de la oscuridad y las peligrosas aguas.
Uin dice que «lo capturaría» si se descubriera (presumiblemente por parte de los Valar, o dioses, que viven en Valinor) que él había mostrado Aman a alguien (¡aunque fuera un perro!) de las «Tierras Exteriores», quiere decirse, de la Tierra Media, el mundo de los mortales. En Roverandom se da a entender en cierto modo que ese mundo es el nuestro, con muchos sitios reales mencionados por su nombre. El mismo Roverandom «era después de todo un perro inglés». Pero, por otra parte, se ve claramente que no es nuestra tierra: por un motivo, tiene bordes sobre los cuales las cascadas se precipitan «directamente en el espacio». Esa tampoco es exactamente la tierra descrita en el legendarium, aunque también es plana; pero la luna de Roverandom, exactamente igual que la de El libro de los Cuentos Perdidos, se desliza debajo del mundo cuando no está arriba, en el cielo.
Como en los veinticinco años transcurridos desde la muerte de Tolkien se han publicado más obras suyas, se ha puesto de manifiesto que casi todos sus escritos están relacionados entre sí, aunque sólo sea en pequeña medida, y que cada uno de ellos arroja una bienvenida luz sobre los otros. Roverandom ilustra una vez más cómo el legendarium que fue la obra-vida de Tolkien influyó en su manera de narrar historias y anticipa la aparición de escritos en los que Roverandom pudo influir, especialmente El Hobbit, cuya redacción (posiblemente iniciada en 1927) fue contemporánea de la redacción y revisión de Roverandom. Ciertamente pocos lectores de El Hobbit dejarán de apreciar, junto con otros detalles, similitudes entre el terrorífico vuelo de Rover con Mew hasta su casa en el acantilado y el de Bilbo hasta la morada de las águilas, y entre las arañas que Roverandom encuentra en la luna y las del Bosque Negro; que el Gran Dragón Blanco y Smaug, el dragón de Erebor, tienen un vientre blando; y que los tres toscos magos de Roverandom —Artajerjes, Psámatos y el Hombre de la Luna—, son, cada uno a su manera, precursores de Gandalf.
Antes de pasar a ofrecer el texto, sólo nos falta decir unas palabras adicionales sobre las ilustraciones que lo acompañan. En J.R.R. Tolkien: artist and illustrator (1955) ya las comentamos extensamente; pero aquí, donde finalmente están impresas junto con el texto completo de la historia, se pueden apreciar mejor sus virtudes y sus deficiencias. No fueron concebidas como ilustraciones para un libro y, por su tema, no están distribuidas de manera uniforme a lo largo de la historia, sino que su ubicación responde de hecho a exigencias de producción. Estilo y medio técnico también difieren: dos son dibujos a pluma y tinta, dos son acuarelas, y una es esencialmente un dibujo hecho con lápiz coloreado. Cuatro están plenamente desarrolladas, de manera especial las acuarelas, mientras que la quinta, la imagen de Rover llegando a la luna, es una obra mucho menor, con Rover, Mew y el Hombre de la Luna incómodamente pequeños.
Es posible que en este dibujo Tolkien estuviera más interesado en la torre y en el árido paisaje, donde, sin embargo, no hay ningún indicio que apunte a los bosques lunares descritos en Roverandom. El anterior Paisaje lunar es más fiel al texto: incluye árboles con hojas azules y «amplios espacios abiertos de color verde y azul pálido, donde las altas y picudas montañas proyectaban sus largas sombras hasta muy lejos, sobre el suelo». Presumiblemente describe el momento en el que Roverandom y el Hombre de la Luna, de regreso de la visita al lado oscuro, ven «cómo el mundo se elevaba, una luna de color verde pálido y dorado, enorme y redonda, sobre los hombros de las Montañas Lunares». Pero aquí el mundo no es plano: sólo se ven las Américas y, en consecuencia, Inglaterra y los otros puntos terrestres mencionados en el cuento tienen que estar en el otro lado de un globo. El título Paisaje lunar aparece escrito en la obra en una forma temprana del tengwar, escritura élfica ideada por Tolkien.
El Dragón Blanco persigue a Roverandom y al Perro de la Luna también es fiel al texto, y tiene varios puntos de interés además del dragón y los dos perros alados. Encima del título aparece una de las arañas de la luna y, probablemente, una alevilla; y en el cielo la tierra es mostrada de nuevo como un globo. Cuando se puso a ilustrar El Hobbit, Tolkien utilizó el mismo dragón en su mapa Tierras Ásperas, y la misma araña en su dibujo del Bosque Negro.
La espléndida acuarela Jardines del palacio de Merking revela la estructura de «piedra blanca y rosada» como si fuera la decoración de un acuario, tal vez con un atisbo del Pabellón Real de Brighton. Tolkien decidió mostrar el palacio y sus jardines en toda su belleza, en vez de hacer que Roverandom recorriera el espantoso sendero; probablemente lo que pretendió con ello fue que viéramos con sus ojos. La ballena Uin está en el ángulo superior izquierdo, igual que el leviatán en una de las ilustraciones de Rudyard Kipling para «Cómo la ballena alcanzó su garganta» en su Precisamente así (1902). «Merking», como en el título, sólo aparecía en los primeros textos, alternando con «merking» (la única forma en el manuscrito final).
Casa donde «Rover» empezó sus aventuras como «juguete», una acuarela igualmente muy lograda, es, sin embargo, un enigma. Su título sugeriría que representa la casa donde Rover encontró por primera vez a Artajerjes, aunque en el texto no hay indicación alguna de que estaba en una granja o cerca de ella. Asimismo, el retazo de mar al fondo y la gaviota que vuela en lo alto contradicen la afirmación, contenida en el texto, de que Rover «nunca había visto u olido el mar» antes de que fuera llevado a la playa por el pequeño Dos, «y la aldea donde había nacido estaba a kilómetros y kilómetros del ruido y el olor del mar». Tampoco puede ser la casa del padre del niño, que es descrita como blanca y situada en un acantilado con jardines que descienden hasta el mar. Casi nos sentimos tentados a preguntar si originalmente esta acuarela no estaría relacionada con la historia y le fueron añadidos detalles, como el de la gaviota, en el momento de pintarla para darle relevancia. El perro blanco y negro abajo, a la izquierda, es posible que represente a Rover, y el animal negro situado delante de él —como Rover, parcialmente tapado por un cerdo— puede ser el gato Tinker; pero nada de todo esto es seguro.
El texto que ofrecemos a continuación se basa en la última versión de Roverandom. Tolkien nunca revisó todo el texto para su publicación, y no cabe duda de que si hubiera sido aceptado por Allen & Unwin como continuación de The Hobbit, habría hecho numerosas enmiendas y correcciones en él, a fin de adaptarlo mejor a una audiencia no limitada a su familia. Pero no fue así, y el cuento contiene diversos errores e incoherencias. Cuando escribía deprisa, Tolkien tenía tendencia a ser poco coherente en la utilización de la puntuación y las mayúsculas. Nosotros hemos seguido su práctica (generalmente minimalista) allí donde sus intenciones son claras, pero hemos ordenado la puntuación y las mayúsculas donde nos ha parecido necesario, y hemos corregido unos pocos errores, evidentemente tipográficos. Con el consentimiento de Christopher Tolkien también hemos enmendado un reducidísimo número de frases enrevesadas (conservando otras); pero el texto está, casi en su totalidad, tal como lo dejó el autor.
Por su consejo y orientación en la realización de este libro estamos especialmente agradecidos a Christopher Tolkien, a quien también damos las gracias por proporcionarnos la declaración que aparece en el diario de Tolkien citada en la página viii; y a John Tolkien, que compartió con nosotros sus recuerdos de Filey en 1925. También queremos agradecer la ayuda y las palabras de aliento de Priscilla y Joanna Tolkien; Douglas Anderson; David Doughan; Charles Elston; Michael Everson; Verlyn Flieger, Charles Fuqua; Christopher Gilson; Cari Hostetter; Alexei Kondratiev; John Rateliff; Arden Smith; Rayner Unwin; Patrick Wynne; David Brawn y Ali Bailey de HarperCollins; Judith Priestman y Colin Harris de la Bodleian Library, Oxford; y el personal de la Williams College Library, Williamstown, Massachusetts.
Christina Scull Wayne G. Hammond