Capítulo 12
—¿Qué es lo que pasó, Robert? —preguntó Henrietta apoyada en su hombro y jugando con el vello del pecho masculino.
—¿A qué te refieres exactamente? Porque anoche hubo de todo…
Se habían despertado temprano a pesar de la intensa noche y, como hacían muchas veces, se quedaron hablando en la cama para dar tiempo al servicio a preparar el comedor para el desayuno.
—Me refiero a la huelga.
Robert se puso rígido.
—Eso son negocios —dijo.
Henrietta detuvo sus dedos y después de un instante se colocó frente a él sentada sobre sus pies. Robert la observó extasiado, la belleza de su cuerpo seguía cautivándolo como al principio. Sus turgentes pechos desafiando a la gravedad y mostrando sus rosados pezones como una llamada inexcusable para él.
—Deja de mirarme los pechos y habla conmigo —dijo ella fingiendo sentirse molesta.
—¿Cómo quieres que los ignore? —dijo él sonriendo.
Henrietta se inclinó y cogió la bata que había dejado en el suelo con un gesto aún más provocador.
—Sigue moviéndote así y no podré contenerme —dijo él.
—Debería usted pensar en otras cosas, lord Worthington —dijo ella con expresión inocente.
Robert la atrajo hacia él y la besó en los labios, un beso largo y profundo en el que su lengua se recreó en cada roce. Cuando se separó de ella sus ojos brillaban con intensidad. Henrietta sabía cómo acababa aquello y movió la cabeza.
—Sé lo que estás haciendo —dijo con severidad abrochándose la bata—, tratas de evitar explicarme lo que hablasteis en ese salón y no lo vas a conseguir.
Robert suspiró dándose por vencido.
—Hutton y Dudley despidieron a algunos trabajadores por protestar por la bajada de sueldos —explicó—. Unos trabajadores que habían estado varios meses sin cobrar su salario cuando los negocios de ambos pasaban una mala racha.
Henrietta asintió comprendiendo la situación.
—No suena muy bien —dijo.
—No, no suena nada bien. Las familias de esos trabajadores están viviendo en la miseria y los demás se han solidarizado con ellos.
—¿Y puedes culparles? —preguntó ella indignada.
—No, pero tampoco los justifico —dijo él rápidamente—, el patrono es el dueño de la fábrica, el que corre con todos los gastos y el que pone en riesgo su capital. Pero reconozco que si me pongo en su lugar…
—No podrías ponerte en su lugar, porque no lo soportarías, eres demasiado orgulloso. Probablemente prenderías fuego a la fábrica de lord Dudley con él dentro —dijo ella con ironía.
Robert sabía perfectamente cómo era su esposa y lo mucho que la sublevaban las injusticias.
—La solución no es difícil —dijo inclinando la cabeza, relajada—, tan solo tienen que readmitir a los trabajadores a los que despidieron y no habrá huelga.
—Lo vamos a intentar—dijo él acariciándole el muslo—. De eso es de lo que estuvimos hablando en la reunión de anoche.
Henrietta asintió y tomando su mano buscó su mirada.
—Y de Marjorie…
El rostro de Robert cambió y su expresión se hizo mucho más severa.
—No me esperaba eso de William —dijo—, fue un irresponsable.
—Estoy segura de que en estos momentos él lo siente tanto como tú —dijo ella llevándose la mano hacia la boca para besarla—. Es un hombre excelente y no pondría a Marjorie en peligro a conciencia.
—Eso no cambia nada —dijo Robert.
Apartó la mirada sin poder disimular que estaba afectado. Henrietta apoyó la mejilla en la mano masculina con dulzura.
—No hablemos más de esto —dijo él atrayéndola con suavidad haciendo que se tumbara sobre él—. ¿Me haría un regalo matutino, señora Worthington?
Henrietta sonrió con picardía y se apartó de él levantándose de la cama.
—Lo siento, señor Worthington, pero esta mañana prefiero un relajante baño.
Desabrochó la bata mientras caminaba hacia la puerta y la dejó caer sabiendo que la seguiría.
Lidia terminó de arreglarse con ayuda de Susy, la doncella que habían contratado para atenderla. Susy era perfecta para ella porque la miraba con devoción y la hacía sentirse como antes, cuando no tenía que llevar luto y todo el mundo deseaba su compañía. La noche anterior volvió a sentir un poco aquel dulce sentimiento que le provocaba ser el centro de atención. Malcolm Davis era un conquistador nato y ella lo sabía. Era como ella, atractivo, con don de gentes y un carisma fuera de lo común. Pero también era volátil y aunque estaba convencida de que podría llevarlo al redil no estaba segura de que fuese eso lo que realmente deseaba.
Bajó a desayunar y se encontró con que solo estaba Marjorie en el comedor.
—Buenos días, querida —dijo sentándose frente a ella.
—Buenos días, Lidia —respondió Marjorie.
La joven señorita Worthington tenía unas visibles y moradas ojeras bajo los ojos.
—¿Has podido descansar? —preguntó Lidia con su voz más dulce—. Anoche viviste un momento muy desagradable. Tu hermano no debió humillarte delante de aquellas personas.
Marjorie se sintió mortificada por el poco tacto y consideración de Lidia, pero se mostró todo lo amable que pudo.
—Él solo quiere mi bien —dijo.
—Fue un bruto —insistió Lidia—. Y el señor Harvey no estuvo a la altura, si me permites decirlo. Debería haber salido en tu defensa. Creí que te tenía mayor aprecio.
Marjorie pensó en el pobre William, no había podido borrar la tortura que leyó en sus ojos. Estaba segura de que se sentía terriblemente culpable y que sufrió enormemente por ello.
—Hoy voy a visitar a la condesa Stewart —siguió diciendo Lidia—, que tuvo la deferencia de invitarme anoche, y pienso decírselo si lo veo.
—No, por favor —dijo Marjorie dando un pequeño saltito como si algo la hubiese asustado—, no le digas nada, te lo suplico.
Lidia la miró con impostada ternura.
—Tranquila, pequeña —dijo con condescendencia—, si no quieres que hable con él de esto, no lo haré. Por supuesto.
—Gracias —respondió Marjorie encogiendo los hombros sin darse cuenta.
—¿Y tú qué tienes pensado para esta tarde?
—Voy a acercarme al lago para pintar, tengo un cuadro que quiero terminar y hoy hace un día precioso —dijo.
—¿Y piensas estar toda la tarde pintando? —preguntó Lidia sin apartar la mirada de su plato—. ¿No te aburrirás sola? ¿O no vas a ir sola?
—Me acompañará Betsy, supongo —dijo refiriéndose a su doncella, con cierta tristeza en su voz.
En ese momento entraron Robert y Henrietta, y Marjorie no pudo evitar sentirse un poco deprimida al ver la expresión de felicidad que iluminaba sus rostros.
—Marjorie, espera.
Henrietta fue tras ella cuando salió del comedor y la detuvo junto a las escaleras del hall. Su cuñada se volvió despacio tratando de contener las lágrimas que pugnaban con fuerza por escapar de sus ojos.
—Querida Marjorie —dijo Henrietta y después de unos segundos la cogió por los hombros y la llevó hasta la biblioteca y cerró la puerta tras ellas.
Marjorie no pudo aguantarse más y los sollozos comenzaron a sacudirla. Henrietta la llevó hasta el sofá y se sentó con ella.
—Llora si es lo que necesitas, no tienes que reprimirte ante mí —dijo cogiéndole las manos.
Marjorie asintió con la cabeza porque no podía hablar, las lágrimas caían de sus ojos sin freno.
—Sé que tu hermano fue muy duro anoche, pero quiero que sepas que eso fue por lo mucho, lo muchísimo que le importas —dijo Henrietta cuando Marjorie se recuperó un poco—. Desde el momento que se enteró de tu visita a casa de Straight no dejó de ver en su cabeza todos clase de escenarios en los que tú sufrías algún daño.
Los sollozos de Marjorie se acrecentaron de nuevo y Henrietta respiró hondo antes de seguir hablando.
—No creo que supieses lo mal que están los ánimos entre los obreros y los patronos. Y Robert sabe que William trataba de arreglar la situación, pero no debió ponerte en ese riesgo.
—No hubo riesgo —dijo Marjorie esforzándose en controlarse—, no me hubiesen hecho daño. Straight no lo habría permitido.
Henrietta asintió mientras acariciaba la mano de la joven.
—Esa es tu percepción del asunto, pero para tu hermano no es suficiente, ¿lo comprendes? —Le sonrió con ternura—. Sé que fue brusco y que nunca antes te había hablado así, pero no quiero que eso te distancie de él. Te quiere muchísimo, Marjorie.
—Lo sé —dijo ella limpiándose las lágrimas—, y siento mucho haberle decepcionado.
—Cuando se calme lo verá de otro modo, ya lo verás. Pero necesitará tiempo y, sobre todo, que esta huelga se desconvoque.
—¿Crees que perdonará a William? ¡Oh, Henrietta, dime que le perdonará! —suplicó angustiada.
Henrietta hubiese querido decirle algo que la tranquilizase, pero no sabía mentir.
Lidia subió al cabriolé que la llevaría a casa de la condesa Stewart. Su vestido negro había sido confeccionado según los estándares de la moda más actual. El hecho de tener que vestir luto no tenía por qué empañar su belleza. Le dijo al cochero que quería un viaje tranquilo y se dispuso a disfrutar del paisaje mientras pensaba en los últimos acontecimientos. La torturaba haber discutido con su hermana, sentía que con esa discusión había desvelado demasiado y hubiese querido poder retroceder en el tiempo y despedirse de Henrietta con un beso de buenas noches.
Aquella noche se había dado cuenta, por primera vez, de que durante años había sentido cierto regocijo en los comentarios de su madre y de su tía hacia su hermana. Por primera vez era consciente de que necesitaba aquella rivalidad para sentirse bien. Nunca se había preocupado por ello, era agradable que la elogiasen y la viesen con tan buenos ojos, pero creía recordar que se sentía incómoda con el trato que daban a Henrietta. En la recepción de los Williams descubrió que no era así, sintió cómo su pecho se henchía al escuchar los halagos de su tía y las frases hirientes de su madre hacia Henrietta. Era como si hubiese estado escondiendo un oscuro sentimiento hacia su hermana. Se había pasado varias horas en la cama, esa noche, meditando sobre ello hasta descubrir el motivo.
Durante años, Henrietta estuvo aguantando comentarios desagradables, ante la pasividad de su padre y de ella misma, sin una sola queja. Cada vez que se hacían vestidos nuevos su hermana tenía que escuchar de boca de su madre lo bonita que estaba ella y lo poco elegante o sofisticada que se veía Henrietta. Recordó lo cruel que fue su madre cuando lord Worthington pidió permiso a su padre para cortejarla, dando a entender que Henrietta era invisible para él, para cualquier hombre.
Ella siempre trató de aliviar la angustia de su hermana, aunque en el fondo sentía cierto desprecio por ella. Le irritaba ver cómo permitía que la vejasen sin defenderse. La miraba y se preguntaba ¿por qué? ¿Por qué deja que la humillen? ¿Por qué no les responde? Ella tan solo agachaba la cabeza y seguía con lo que estuviese haciendo, como si no estuviese allí.
Ahora sabía por qué sentía aquella oculta animadversión hacia Henrietta. Su hermana no era sumisa, ni se sentía inferior a ella, al contrario. Henrietta Tomlin era la mujer más engreída y presuntuosa del mundo. Se creía muy superior a ella y por eso no le afectaban las humillaciones de sus padres o de su tía, sentía que era mejor que todos ellos y despreciaba su opinión respecto cualquier cosa. No había más que ver cómo se comportaba con su esposo, esa sutil muestra de dominio que ejercía sobre él. Le gustaba pavonearse delante de ella, que era ahora una pobre viuda, demostrando lo mucho que su esposo la amaba. Quería dejarle claro que él era suyo. Ella era la más hermosa de las dos y la más querida, no era justo que estuviese en una situación tan terrible mientras su hermana disfrutaba de todo lo que debería haber sido suyo.
Cuando el coche se detuvo frente a la casa de los Harvey, Lidia respiró hondo con resolución. No permitiría que Henrietta quedase por encima de ella. Debía demostrarle quién era la mejor de las dos.