Capítulo Cinco

 

Sus visitas anteriores a Nueva York habían sido muy rápidas, por lo que Jaci no había tenido tiempo de apreciar la ciudad en detalle. Había estado en el Soho, pero no recordaba su elegante arquitectura, las calles adoquinadas y el ambiente artístico.

Por primera vez en mucho tiempo, se sintió fuera de lugar. La antigua Jaci, la que había sido antes de la aparición de Clive y de los modelos que este insistía en que se pusiera, la que llevaba vaqueros y camiseta, pertenecía al Soho.

Ryan le señaló una boutique y ella suspiró, pues las prendas que se veían en el escaparate eran minimalistas y con mucho estilo. Se dirigieron hacia allí. Cuando estaban a punto de entrar, él la agarró del brazo.

–Esto no es una sesión de tortura, Jaci. Si no te gusta, no perdamos el tiempo. ¿Por qué no te compras algo que te guste ponerte en vez de algo que crees que deberías ponerte?

¡Ojalá pudiera! El problema era que su estilo era demasiado roquero y desenfadado, le explicó.

–Una camiseta ajustada de Nirvana no daría muy buena imagen a un político.

Ryan le miró los senos antes de volver a mirarle el rostro. Jaci contuvo la respiración al ver el deseo que había en sus ojos.

–En mi opinión, no hay nada malo en una camiseta ajustada. Además ya no eres su novia ni estás en Londres. Puedes ser quien quieras y vestirte como desees. Y eso incluye cualquier función a la que asistamos como falsa pareja.

Parecía tan sencillo… Ella deseó que lo fuera. Pero no era fácil librarse de los viejos hábitos. Y seguía teniendo el deseo de agradar, de hacer lo que se esperaba de ella, de comportarse y vestirse en consecuencia.

–Busca algo que quieras ponerte esta noche. Y si no me parece adecuado, te lo diré, ¿de acuerdo?

Jaci sintió una punzada de excitación, la primera que experimentaba al ir a comprar ropa desde hacía mucho tiempo. Asió a Ryan por la muñeca mientras su vista iba de su boca a sus ojos de largas pestañas. Quería volver a besarlo, sentir sus labios en los suyos, probar de nuevo su sabor.

Entonces, él llevó a cabo lo que ella le estaba rogando mentalmente que hiciera: la besó. Besarlo al sol en el Soho era la perfección absoluta. Ella le puso las manos en la cintura y él profundizó el beso y deslizó la lengua dentro de su boca para enredarla con la de ella de forma suave y lenta.

Ryan sabía a café y menta. Se aproximó más a él, que la apretó contra sí. No le importó que se hallaran en medio de una calle llena de gente. Solo estaban Ryan y ella besándose en una calle al sol de la primavera.

Jaci perdió la noción del tiempo. No tenía ni idea de cuánto había pasado cuando él se separó.

«Por favor, no digas que lo sientes o que ha sido un error. No lo soportaría», se dijo.

–Tengo que dejar de hacer esto –murmuró él–. Tenemos que buscarte un vestido.

Ella asintió al tiempo que deseaba tener el valor de decirle que prefería que buscaran una cama.

 

 

Salieron de otra tienda más con las manos vacías y Jaci se fue directa a un banco y se dejó caer en él. Habían estado en más de diez tiendas y Ryan no la había dejado comprar ninguno de los vestidos que se había probado. Jaci había comenzado a irritarse.

Él se sentó a su lado.

–No me imaginaba que fueras un adicto a las compras, Ryan.

–Que conste que, normalmente, solo haría esto si me apuntaran con una pistola.

–Tú tienes la culpa. En la segunda tienda había un vestido muy adecuado, pero no me has dejado comprarlo.

–Lo detestabas. Ya te he dicho que me gustaría que llevaras algo con lo que te sientas sexy.

Harta de hablar de ropa, Jaci cambió de tema.

–¿Cuándo comenzó Starfish a funcionar y por qué?

–Neil tenía razón: no pude mantenerme alejado de la industria. Conseguí trabajo en un estudio cinematográfico y fui desempeñando diversos trabajos: productor, guionista e incluso director, sin sentirme a gusto en ninguno. Después de haber vuelto loco a todo el mundo, el dueño me aconsejó que montara mi propia empresa. Y eso fue lo que hice. Fue seis meses antes de que Ben muriera.

–Siento mucho lo de tu hermano, Ryan.

–Gracias.

–¿Por qué se estrellaron? ¿Qué pasó?

Él se encogió de hombros.

–Según el análisis toxicológico, Ben no estaba borracho ni drogado, al menos no esa noche. Tampoco tenía deseos de suicidarse, por lo que sabemos. Los testigos dijeron que no conducía deprisa. No había razón alguna para que el Porsche se saliera de la carretera y cayera por el acantilado.

–Lo siento –sus palabras le sonaron huecas a la propia Jaci–. ¿Y la mujer que murió con él? ¿La conocías?

–¿Kelly? Sí, la conocía –respondió él con dureza al tiempo que consultaba el reloj. Su expresión y su lenguaje corporal le indicaron que no iba a decir nada más–. Casi es la hora de comer. ¿Quieres que veamos alguna otra tienda? Si no encontramos nada, podemos comprar ese vestido negro que hemos visto en la segunda.

–Vamos a por él ahora –dijo ella mientras se levantaba.

Al alejarse del banco, vio a una joven que llevaba cuatro o cinco vestidos en una percha, con el brazo extendido por encima de la cabeza para que no tocaran el suelo. Al ver el primero de ellos, el corazón le dio un vuelco. Era largo, de color sandía, con un gran escote.

Sin dudarlo, se acercó a la mujer.

–Hola, perdone –señaló los vestidos–. Me encantan. ¿Los ha diseñado usted?

La joven asintió.

–Son un encargo de una de las tiendas de aquí.

Jaci tocó el plástico que cubría el vestido. Al volverse hacia Ryan, este sonrió.

–¿Qué te parece?

–Me parece que te encanta. Creo que vamos adonde va usted –añadió dirigiéndose a la joven al tiempo que agarraba los vestidos y se los echaba al hombro. Como era tan alto, quedaron a buena distancia de la acera. Puso la otra mano en la espalda de Jaci.

Ella negó con la cabeza.

–No me parece adecuado. Es demasiado sexy. Ni siquiera voy a poder ponerme sujetador…

–No lo necesitas –Ryan la tomó de la mano y tiró de ella–. Es la primera vez esta mañana que te veo emocionada con un vestido. Vamos a que te lo pruebes.

–El vestido negro es más adecuado.

–Es anodino. Ya estoy harto, Jaci. Acabemos de una vez.

Dicho así…

Seguía siendo el jefe, a pesar de los besos apasionados y de la mutua atracción que ambos trataban de pasar por alto sin conseguirlo.

 

 

Al final, solo ellos tres acudieron al ballet y, a pesar de que Ryan hizo todo lo posible por estar siempre entre Jaci y Leroy, ella sabía que no podría seguir así toda la noche, que llegaría un momento en que ella tendría que enfrentarse a Leroy sola.

El momento había llegado, pensó mientras veía a Ryan alejarse. Estaban en el descanso y Ryan fue al bar a por bebidas.

Jaci, mientras se mantenía lo más alejada posible de Leroy, trató de sonreír, pero una mujer chocó con ella e hizo que se tambaleara. Jaci apretó los dientes cuando sintió la mano húmeda de Leroy en el codo. Reprimió un escalofrío de asco al tiempo que se soltaba. Leroy le producía el efecto contrario de Ryan, pero se tenía que esforzar por ocultar sus reacciones ante ambos.

Con uno, porque había en juego cien millones de dólares; con el otro, porque no quería tener nada que ver con los hombres durante un tiempo, y coquetear con su jefe no era muy inteligente. No estaba dispuesta a poner en peligro su carrera por sexo del bueno, como estaba segura que sería. No era que ya lo conociera, pero, a juzgar por las dos veces que Ryan y ella se habían besado, estaba segura de que él tenía un doctorado en ese campo.

–He contratado a un investigador privado –dijo Leroy.

–¿Para qué?

–Para que indague en la vida de mis socios y empleados –le explicó Leroy–. Cuando me planteé hacer negocios con Jackson, hice que lo investigaran.

–Tu detective no encontraría nada que te disuadiera de trabajar con él –se apresuró a responder Jaci.

–Pareces muy segura.

–Ryan es un hombre íntegro. Dice lo que piensa y piensa lo que dice.

–Es raro que digas eso cuando solo hace unas semanas que lo conoces.

¿Adónde quería llegar? Jaci decidió que lo mejor era quedarse en silencio y mirar aquellos ojos de reptil.

–Así que dime, Jacqueline, ¿qué relación tienes con un hombre al que hace diecisiete días que conoces?

–Rompí con mi novio seis semanas antes de conocer a Ryan, y a veces el amor surge de forma inesperada –Jaci sonrió con frialdad–. Deberías contratar a gente más experta, porque la habilidad de tu investigador es escasa. Hace más de doce años que conozco a Ryan. Fue a la universidad con mi hermano y estuvo invitado en casa de mis padres.

Había llegado el momento de olvidarse de los buenos modales. Lanzó a Leroy una mirada penetrante.

–¿Por qué te intereso? Hay cientos de mujeres hermosas, interesantes y sin compromiso con las que puedes flirtear.

–Que me intereses molesta a Ryan y le hace bajar la guardia. Pero te encuentro atractiva, y conseguir separarte de él sería una ventaja añadida. Me gusta ser quien controla las relaciones, sean de negocios o personales.

–Ryan no se deja controlar.

–Lo hará, si quiere mi dinero –Leroy sonrió con la malicia de una serpiente. Con el índice recorrió el hombro y la parte interna del brazo a Jaci–. Todo el mundo tiene un precio.

–Yo no; y Ryan tampoco.

–Todo el mundo. Lo que pasa es que todavía no sabes cuál es, y yo tampoco.

La resolución que ella vio en sus ojos la hizo pensar que hablaba muy en serio.

–Esta conversación se está volviendo demasiado intensa –añadió él–. Me despiertas la curiosidad. Eres muy distinta de las mujeres con las que normalmente me relaciono.

–¿Porque no soy rica ni me he hecho la cirugía estética ni estoy loca?

Él rio.

–Puede que al principio fuera por eso. Pero me fascinas porque fascinas a Ryan, y quiero saber por qué.

¿Qué le pasaba a aquel tipo que necesitaba sentirse superior a Ryan? ¿No se daba cuenta de que pocos podían competir con él? Ryan era un líder natural, muy masculino, y uno de sus rasgos más atractivos era que le daba igual lo que los demás pensaran de él. Leroy no conseguiría controlarlo. ¿Cómo no se daba cuenta?

Ryan volvió con las bebidas.

–¿Todo bien?

Jaci agarró la copa de vino que había pedido y lo miró con expresión confusa e inquieta.

–Muy bien –respondió Leroy.

Ryan no le hizo caso y siguió mirando a Jaci.

–¿Jaci?

Ella asintió. Ryan dio a Leroy su vaso y le puso a Jaci la mano en la espalda.

–Tenemos que volver a nuestros asientos.

Mientras volvían, Jaci pensó que tenían que controlar la situación y que, en aquel momento, ella era el único peón en el tablero. Si se apartaba, Ryan y Leroy no tendrían nada por lo que pelearse. Pero ¿y si elevaban la apuesta y le demostraban a Leroy que ella era terreno prohibido? Como novia de Ryan, podía haber dudas.

Sin darse tiempo a reflexionar sobre si lo que se le acababa de ocurrir era o no una locura, tomó a Ryan de la mano y apoyó la cabeza en su hombro al tiempo que sonreía a Leroy con frialdad.

–Hay otra cosa que tu investigador no ha descubierto, Leroy.

–¿Qué investigador? –preguntó Ryan.

Jaci no le hizo caso y siguió mirando a Leroy.

–¿El qué?

«Allá voy», pensó ella.

–No sabe que Ryan y yo estamos muy enamorados y que hemos hablado de casarnos –miró a Ryan con picardía–. Espero que nos comprometamos muy pronto. Me muero de ganas de llevar su anillo.

 

 

Dos horas y dos tibias enhorabuenas de Leroy después, Ryan seguía perplejo por el sorprendente anuncio de Jaci. ¿Reflexionaba alguna vez antes de hablar?

Al salir a la calle, Ryan vio a un tipo que se les acercaba con una máquina de fotos en la mano. Lanzó un gemido al reconocer a Jet Simons, uno de los periodistas más desagradables de la prensa amarilla. Lo sabía porque aquel hombre lo había estado acosando durante un mes, después de la muerte de Ben. Había sido testigo de su pesar, y Ryan había rogado todos los días que no se diera cuenta de su ira hacia Ben y su dolor porque su hermano y Kelly lo habían traicionado. No quería que se diera cuenta de los solo y aislado que se sentía.

Agarró a Jaci de la mano con la esperanza de alejarse del periodista antes de que los acribillara a preguntas.

–Leroy Banks y Jax Jackson –dijo Simons al tiempo que se acercaba y les hacía una foto–. ¿Cómo estáis, chicos?

–Fuera de mi vista o te meto la cámara por un sitio que te va a doler –bramó Ryan.

Simons les siguió sacando fotos. Ryan iba a cumplir su amenaza cuando el periodista bajó la cámara y lanzó a Jaci una apreciativa mirada de arriba abajo. Ryan tuvo que recordar que ella no era su novia de verdad y que no tenía derecho a sentirse posesivo.

–Así que usted es Jaci Brookes-Lyon –dijo Simons–. No es el tipo de mujer habitual de Jax, se lo aseguro.

Ryan apretó la mano de Jaci para recordarle que no debía responder.

–¿Cómo está, señor Banks? ¿Qué le parece el bombón que acompaña a Jax? ¿Cree que le durará las seis semanas de rigor o cree que alguna más?

Ryan observó que Leroy sonreía y supo que iba a decírselo. Buscó desesperadamente en su cerebro algo que les permitiera cambiar de tema, pero Leroy se le adelantó.

–Están hablando de casarse, así que supongo que le durará alguna más.

Ryan soltó un juramento y negó con la cabeza al darse cuenta de que su estallido había añadido autenticidad a las palabras de Leroy.

–Entonces, ¿están prometidos? –preguntó Simons con la curiosidad reflejada en el rostro.

–Mire, no es exactamente… –Jaci intentó explicárselo, pero Ryan le apretó la mano para que se callara. Después, lanzó una dura mirada al periodista.

–Fuera de mi vista.

Simons debió de darse cuenta de que Ryan estaba a punto de estallar, porque retrocedió y levantó las manos en señal de sumisión. Cuando se hubo alejado, Ryan se volvió hacia Leroy para demostrarle lo enfadado que estaba con él.

–No sé a qué estás jugando, pero deja de hacerlo ahora mismo.

Leroy se encogió de hombros.

–Soy quien te va a financiar la película, así que no me hables en ese tono.

–Todavía no he visto un centavo, por lo que no puedes exigirme nada –respondió Ryan con fría cólera–. Y aunque lleguemos a hacer negocios juntos, seguirá siendo mi película. Nunca tendrás la última palabra. Así que piénsatelo y vuelve cuando lo hayas aceptado.

Banks se sonrojó y Ryan añadió:

–Y deja en paz a mi novia de una vez.

–Ryan… –Jaci trató de hablar mientras él tiraba de ella hacia un taxi que estaba aparcado detrás de la limusina de Leroy.

La empujó dentro y, cuando se hubo sentado, la fulminó con la mirada. ¡Todo había sido culpa suya! ¿Cómo le había dicho a Leroy que estaban hablando de casarse? ¿Y cómo podía él estar tan enfadado y, al mismo tiempo, continuar queriendo quitarle la ropa a tirones? ¿Cómo podía desear besarla y estrangularla a la vez?

–No digas ni una palabra –le ordenó antes de subirse al coche y cerrar dando un portazo.

–Ryan, tienes que entender que…

No la hizo caso.

–¿Qué parte de «no digas ni una palabra» no has entendido? –le preguntó después de dar la dirección al taxista.

–Comprendo que estés enfadado…

Ryan estaba a punto de perder los estribos. Había pasado la adolescencia con un padre a quien su hijo no le importaba nada y al que solo prestaba atención para recriminarlo. Él había aprendido a no manifestar sus emociones, a no perder el control, pero esa noche estaba a punto de hacerlo.

¿Prometido? ¿Él? ¿El hombre que, gracias a Kelly y su hermano, no salía con una mujer más de mes y medio? ¿Quién se lo iba a creer? E iba a casarse con Jaci, que no era su tipo, sobre todo porque no estaba deseosa de complacerlo como las mujeres con las que solía salir. Ni siquiera se había acostado con ella, ¿y ya estaban a punto de casarse?

–Te debo una explicación. Leroy…

Era evidente que no iba a quedarse callada, por lo que decidió hacerla callar de la única forma que sabía. Se inclinó y pegó su boca a la de ella. Oyó vagamente su grito de sorpresa y aprovechó que tenía la boca abierta para introducirle la lengua.

Volvió a perder el mundo de vista mientras su lengua se deslizaba por la de ella. Sabía a menta y a champán. Lo envolvió su perfume mientras sus manos se aferraban a las caderas femeninas. Después las deslizó hacia arriba hasta llegar a sus senos. Quería sostenerlos en las manos y sentir cómo se le endurecían los pezones, pero no estaba dispuesto a montar un espectáculo para el taxista. Podía esperar. Tenía que retrasar la gratificación, a pesar de que no le gustara.

La deseaba. La deseaba toda entera.

Jaci lo devolvió a la realidad separándose de él y trasladándose al extremo del asiento.

–¿Qué haces?

–Besarte.

–¿Me dices que me calle y me besas? ¿Estás loco?

–No querías callarte.

–No has dejado que me explique.

–Vale, me muero de ganas de saber lo que vas a decirme. ¿Por qué te has inventado ese cuento? ¿Tan desesperada estás por demostrarle al mundo que hay alguien que desea casarse contigo? No quiero estar prometido. Con lo que me ha costado aceptar tener una falsa novia, ¿ahora tengo que aceptar a una falsa prometida? ¿Y que seas tú, ni más ni menos?

De no haber sido testigo, Ryan no hubiera creído que los oscuros ojos de ella pudieran encenderse como carbones. Se dio cuenta de que, además de ira y orgullo, expresaban dolor, y reconoció que había ido demasiado lejos. Intentó decir algo, pero ella se puso a mirar por la ventanilla.

¡Por Dios! Su vida era su trabajo, y ella lo estaba poniendo en peligro. Necesitaba esos cien millones. Y cuando ya tenía un inversor, lo iba a perder por aquella mujer que hablaba sin pensar. Y lo destrozaba saber que si ella daba a entender que quería acostarse con él, si lo besaba, él caería rendido a sus pies.

Pensó que necesitaba separarse de ella antes de cometer una estupidez, extendió la mano y abrió la puerta del lado de ella. Jaci parecía tan deseosa de alejarse de él como él de ella, por lo que desmontó rápidamente, dejándole ver una larga pierna y la liga que le sostenía la media.

Mientras la veía dirigirse al portal, Ryan se golpeó la cabeza contra el asiento. Jaci intentaba aniquilarlo mental y sexualmente.

Fue la única explicación que se le ocurrió.