Capítulo 1

Callup, Idaho

Tiempo presente

Becca


—¡Pedido listo!

Me volví hacia la ventanilla y tomé el papel, repasándolo todo para asegurarme de que Blake no se había equivocado. Era un cocinero excelente, pero a veces interpretaba los pedidos con… digamos «cierta creatividad», especialmente cuando tenía resaca.

Y precisamente hoy tenía una monumental.

De hecho, creo que todavía estaba un poco borracho cuando se arrastró por la puerta de atrás a las cinco de la mañana. Sé que Danielle lo estaba, porque cuando empezó el turno de desayunos conmigo se le escapó la risa tonta y se tambaleaba un poco.

—Creo que voy a vomitar —me susurró al oído, apoyándose en la barra. Mira por dónde, alguien estaba empezando a recobrar la sobriedad—. ¿Puedes vigilar mis mesas un momento, por favor? No puedo dejar que Eva me pille. Dijo que me pondría de patitas en la calle si volvía a cagarla.

—No te preocupes —dije, tomando una tostada y colocándola en un plato pequeño, junto a un par de cajitas de mermelada—. Ve a ocuparte de lo tuyo. Eva está hablando con Melba, y ya sabes cómo se ponen. Tienes unos quince minutos. Aprovéchalos.

Asintió y se escabulló hacia la cocina. Oí que Blake le soltaba un gruñido por cruzarse en su camino y no pude reprimir una sonrisa. No pensaba que fuera coincidencia que los dos hubieran llegado hechos un desastre. Seguro que había una historia tras esa queja y, conociendo a Danielle, sería de lo más interesante.

Lo puse todo en mi bandeja, la alcé por encima del hombro y la llevé al otro lado de la barra, hacia la zona de comedor. The Breakfast Table era el vivo corazón de Callup, al menos por las mañanas. Todos entraban para ver y ser vistos. Además, la comida estaba rica y era barata. Abríamos a las cinco y media de la mañana, para que los mineros y los leñadores pudieran desayunar antes de sus turnos, y volvíamos a cerrar a las dos del mediodía, aunque yo solo trabajaba hasta las once. A esa hora me metía en mi Subaru y cruzaba el puerto de montaña hasta llegar a Coeur d’Alene, para pasar la tarde en la Escuela de Estética.

Solo seis meses más y estaría lista para el examen final.

Pensar en ello me puso una sonrisa mientras llevaba la bandeja a Regina y Earl, esa pareja mayor, propietarios del edificio donde se encontraba mi apartamento. La sonrisa se ensanchó cuando vi que Regina llevaba puesta la blusa que le había hecho la semana pasada.

—Aquí tenéis —dije, satisfecha conmigo misma—. Un gofre con fresas y beicon de acompañamiento… y una chuleta de cerdo con patatas, tostadas y puré de manzana.

—Has acertado en todo, Becca —dijo Earl, contemplando su chuleta con expectación.

Cada mañana desayunaba lo mismo. A mí no me parecía una gran idea, teniendo en cuenta que ya había tenido un ataque al corazón, pero cada vez que se lo mencionaba cambiaba de tema.

—Estas fresas deben de ser de la cosecha de Honey —dijo Regina, metiéndose una en la boca—. Las de la tienda no están tan dulces.

—Así es —dije—. Disfrutadlas mientras duren. En una semana o dos ya no quedará ni una.

—¡Pedido listo! —gritó Blake, haciendo sonar la campanita.

—Me llaman —dije, agachándome para darle un abrazo a Regina.

Ella me acogió cuando llegué a Callup, cinco años atrás. Me encontró amoratada, aterrorizada y echando tanto de menos a mi madre que casi me dolía físicamente. Y sí, soy consciente de que es una locura añorar a quien te trata como si fueras una mierda, pero en el fondo todos somos niños pequeños y queremos a nuestras madres, ¿o no? Regina no se amilanó, se mantuvo a mi lado y me apoyó en los peores momentos. Así que poco a poco me recuperé, convirtiéndome en un ser humano mejor.

Teeny tardó seis meses en «perdonarme» que Puck y yo nos fuéramos al Norte. Mamá me llamaba, toda emocionada, diciéndome que ya podía regresar a casa. Pero Earl declaró que si me iba, sería sobre su cadáver, y la discusión acabó ahí. Estuve viviendo con él y Regina mientras terminaba el instituto, y después de eso pasé un año trabajando y ahorrando. Un día me cedieron uno de los apartamentos que tenían sobre el viejo edificio de la farmacia, y decidieron cobrarme un alquiler simbólico.

Regina y Earl eran lo mejor que me había ocurrido, y les quería con locura.

—Tienes buen aspecto, Becca —dijo Jakob McDougal, acomodándose a la barra.

Hoy tenía delante a cuatro de sus amigos con él. Hablaba a gritos, era maleducado y una vez me dejó un céntimo debajo de un vaso lleno de agua vuelto del revés porque su bistec estaba demasiado hecho.

Resumiendo: Jakob McDougal era un mamón.

Tampoco era demasiado inteligente, porque después de hacerme esa jugarreta todavía creía que tenía posibilidades de verme desnuda, y eso que lo había mandado a la mierda incontables veces.

Resistí las ganas de enseñarle el dedo, pues todavía me quedaban seis meses antes de poder dejar ese trabajo y dedicarme a la estética, y Eva se ponía hecha una furia si faltábamos al respeto a los clientes, a pesar de que se lo habían ganado a pulso (Eva se enfurecía por muchas cosas, y ese era parte del motivo por el que estaba haciendo tanto esfuerzo en sacarme el título lo antes posible y dejar atrás aquel lugar).

—Te atiendo en un momento —le dije con la voz tensa, porque los tipos como él me cabrean.

Le di la espalda, fui a por el siguiente pedido y preparé mi bandeja.

—Estoy cansado y necesito un café —declaró Jake, sin hacer caso a lo que acababa de decirle. Sus amigos Cooper, Matt, Alex y otro que no conocía se rieron, y sonó como un coro de rebuznos—. Anoche me quedé despierto hasta muuuuy tarde, haciendo a Sherri Fields una mujer feliz, y quiero algo que me ponga en pie otra vez. Tengo necesidades que atender, cariño.

El coro de asnos resopló y se rio por lo bajo, intercambiando choques de manos. Uno de ellos simuló el ruido de un azote, y otro gimió en lo que sospecho que era una imitación de la desafortunada Sherri Fields en pleno éxtasis. Aunque más bien parecía el lamento de un alce a punto de morir, en mi opinión.

Conté hasta diez y cabreada contemplé el plato lleno que me esperaba en la ventanilla. Mi amigo cruzó una mirada conmigo y entornó los ojos. Oh, oh… Cuando se encontraba de buen humor, a Blake ya no le hacía ninguna gracia que los clientes se pasaran con las camareras. Además, con resaca enfurecía fácilmente.

Vi que iba a buscar la espátula metálica con el borde afilado grande y abrí los ojos de par en par.

Uf. ¿Yo quería que Jake y sus amigos sufrieran? Sin duda. Pero no a cambio de perder mi trabajo.

—No pasa nada, Blake —dije rápidamente.

Sacudió la cabeza lentamente y Jake y sus amigos se rieron aún más fuerte. Entonces me acordé de que habían ido al colegio con Blake, en Kellogg. Jugaron juntos en el equipo de fútbol, hasta que los demás encontraron trabajo en la mina de plata, la Laughing Tess. Como Blake era claustrofóbico, freía huevos por las mañanas y por las tardes estudiaba en el Centro de Formación Profesional. Era un chico listo, y pensó que disfrutaría de un futuro mucho más brillante que los imbéciles que se reían detrás.

Sin embargo, compartía su rabia, eso sí. No dejarse llevar por la furia puede llegar a ser agotador.

—¿Hay algún problema? —dijo una voz profunda que me hizo estremecer de pies a cabeza.

Cerré los ojos, preguntándome si aquel día aún podía estropearse más. Aquella era la voz que atormentaba mis sueños, aunque hacía mucho que no la escuchaba, más de seis meses (seis meses y ocho días… exactamente. Los había contado).

Era la voz de Puck Redhouse. Sin duda alguna.

El mismo Puck Redhouse que en una noche increíblemente asquerosa cinco años atrás me provocó el orgasmo más intenso de mi vida, me metió su sexo por un lugar de lo más incómodo y logró que me dieran una paliza por quejarse de lo mal que me había portado en la cama. Por todo eso le detestaba.

A la mañana siguiente me llevó a rastras hasta Idaho y me depositó ante la puerta de Earl y Regina, como si yo fuera un cachorro abandonado. Tras eso, desapareció en la noche. Lo veía por el pueblo de vez en cuando, nada más. Era un tipo de lo más misterioso.

Un poco como Batman, pero en moto.

En cierta manera, se lo debía todo, aunque el tipo todavía me daba mucho miedo. Me daba miedo y al mismo tiempo me ponía a cien; me provocaba de todo, porque si había algo que me desviaba constantemente de mi camino a la normalidad era Puck Redhouse y su estúpida y sexi voz. Aquel hombre era como mi iceberg atlántico personal, gigante, escondido, amenazador, bajo las aguas y esperando el momento de hundir mi barco.

Puto motero. Ya había visto suficientes para el resto de mi existencia; no lo necesitaba en mi vida. Aunque tampoco él daba señales de que quisiera estar en mi vida… pero a lo largo de los años había estado observándome, y a veces me daba la sensación de que quería hacer algo más que mirar.

Me estremecí al pensar en ello. Nunca pude olvidar la sensación de tenerlo dentro, expandiéndome, llenándome y haciéndome perder la cabeza. Todo a la vez.

Por desgracia, esa mañana no tenía tiempo de darle a mi estúpido cuerpo una explicación sobre por qué Puck era una elección equivocada. Sospechaba que estábamos a un paso de tener un baño de sangre en la barra de los desayunos. Demasiada testosterona. Necesitaba hacer algo, aliviar la tensión, arreglar las cosas.

—No pasa nada… —intenté decir, pero Blake me interrumpió.

—Pues sí. Tenemos un problema, joder —gruñó mientras empujaba la puerta abatible de la cocina—. Estos soplapollas creen que pueden venir aquí y tratar a las chicas como si fueran mierda. Vamos afuera, McDougal.

El restaurante quedó sumido en silencio, y vi que Eva se levantaba y venía hacia nosotros. Su habitual ceño fruncido tenía peor aspecto. Estaba a treinta segundos de quedarme sin trabajo, y créanme si les digo que no abundan las ofertas de trabajo en un pueblo de ochocientos habitantes en plena montaña.

—Blake, por favor, vuelve a la cocina —mascullé. Decidí borrar a Puck de mi mente, porque no tenía suficiente espacio en el cerebro para pensar en él—. Ahora mismo os sirvo un café y un pedazo de tarta a cada uno. Invita la casa.

—En vez de en un plato, por qué no me lo sirves entre tus tetas? —preguntó Jake.

Al parecer, no tenía muy desarrollado el instinto de supervivencia. Sus amigos estallaron en carcajadas y en un solo segundo todo se fue a la mierda.

Aún no estoy segura de lo que ocurrió a continuación. Sé que Blake azotó a Jake en la mano con su espátula, en el mismo instante en que Puck le pegaba un puñetazo en la cara. Quizás el coro de asnos de Jake estuviera formado por imbéciles, pero desde luego no eran cobardes: de repente todos estaban de pie repartiendo leña. Fue en ese momento cuando descubrí que Puck no había venido a desayunar él solo. No, señor. Había acudido con dos Silver Bastards más (Boonie y Deep), la mujer de Boonie (Darcy) y otra chica (Carlie Gifford). Carlie tenía más o menos mi edad y hacía tiempo que rondaba los clubes de moteros. Eso lo sabía porque estaba enterada de todo lo que ocurría en Callup (quizá no había nacido allí, pero The Breakfast Table era su equivalente a Grand Central: si ocurría algo, enseguida me enteraba).

Mientras Eva empezaba a gritar, intentando detenerlos, Darcy me agarró por el brazo y me sacó de la barra. Jake gritaba y se sostenía la mano, que chorreaba sangre. El enorme recipiente de plástico con el azúcar y el embudo que usábamos para rellenar las azucareras salió volando, cubriéndonos de polvo blanco mientras Blake saltaba por encima de la barra en busca de su antiguo amigo. Entonces Coop atacó a Puck por detrás y algo en mi interior reaccionó.

En este momento convendría mencionar que con los años he desarrollado un cierto mal genio.

Bueno, de acuerdo, soy irascible de cojones.

Es cierto: Puck era un tipo que atraía a los problemas, pero también me había salvado de un montón de mierda y no quería que le hicieran daño. Saber que rondaba el pueblo (¡como Batman!) me ayudaba a dormir tranquila, por algún motivo. Y nada mejor, para ahuyentar a los monstruos, que un monstruo más grande y aterrador. Cada vez que me despertaba chillando por haber soñado con mi padrastro, el recuerdo de Puck dándole una paliza me ayudaba a calmarme. Mientras Puck siguiera por la zona, me sentía a salvo. Bueno, a salvo de todos excepto de él.

Me zafé de la mano de Darcy y agarré una cafetera de cristal que había quedado sobre la encimera. Se la estampé en la cabeza a Coop con tanta fuerza que se rompió, y el café caliente se le derramó por la camiseta y cayó por su espalda. Aulló y cayó al suelo, así que aproveché para darle una patada en la entrepierna. Puck se me quedó mirando, claramente sorprendido e impresionado.

—¡Detrás de ti! —grité, al ver por el rabillo del ojo que Alex se disponía a saltar sobre él.

Puck se agachó, lo esquivó y le dio un puñetazo en el estómago. Darcy me agarró por un brazo y Carlie por el otro, mientras la estantería que contenía los vasos limpios se precipitaba entera contra el suelo. Eva vociferaba en el fondo del comedor y, para mi sorpresa, vi que Earl se acercaba al barullo con una sonrisa de maníaco en la cara.

¿Cómo habíamos llegado tan rápido a aquel extremo? Y, lo que era más importante: ¿dónde diablos encontraría trabajo ahora? Eva no me permitiría seguir allí ni en un millón de años.

«¡Las chicas normales no empiezan peleas en restaurantes!», me asaltó mi cerebro. Maldita sea. Me había metido exactamente en la misma clase de lío en que se habría metido mi madre. Normalmente, cuando evaluaba cualquier situación en la que pudiera encontrarme, intentaba adivinar cómo actuaría mi madre, y entonces hacía lo contrario. Según mi teoría, aquella estrategia me convertiría en una persona normal y con clase, en vez de alguien vulgar, como mi madre.

Sí. Algún día sería alguien con clase, costara lo que costase, pero probablemente hoy no era ese día.

La pelea se intensificaba, fuera de control. Alguien aterrizó en la barra y se estrelló contra el suelo con un crujido de madera rota. Jake y sus amigos eran duros, no cabía duda. Las montañas criaban hombres fuertes, y las minas les daban un temperamento férreo. Pero Puck, Boonie y Deep también eran hombres duros. ¿Y Blake? Algo me decía que este no era su primer encontronazo con los chicos de la mina… Siempre le había considerado un enorme oso de peluche, pero de repente se había convertido en un oso furioso de verdad.

El sonido de un disparo cortó el aire, seguido rápidamente de un segundo y un tercer balazo. La gente empezó a lanzarse al suelo y oí la imponente voz de Regina atravesar la sala.

—¡A ver, chicos, ya podéis calmaros! ¡Esto es un restaurante, idiotas, no un antro apestoso donde podéis destrozar el mobiliario sin que nadie se dé cuenta porque ya está hecho una mierda!

La acción se detuvo en seco, y levanté la cabeza con cuidado. Regina estaba de pie sobre la mesa, con sus pantalones de chándal morados, bisutería de plástico, zapatillas deportivas y cada pelo gris de su cabeza peinado a la perfección. Parecía una dulce abuelita cualquiera, pero los ojos le brillaban con destellos afilados.

—¡Ahora, todos fuera! —exclamó—. Boonie, Eva ya te dirá algo acerca de los daños. ¿Asumo que el club se ocupará de todo?

—¡Pero si no han empezado ellos! —intervine, indignada—. Jake y sus amigos…

—Déjalo —me dijo Darcy, ayudándome a levantarme. La miré, sorprendida de ver un brillo divertido en sus ojos. ¿Cómo podía encontrar aquella situación graciosa? No era capaz de imaginarlo. Yo estaba cabreadísima.

—¡No es justo! —añadí.

Boonie se me acercó por detrás, su mano descendió sobre mi hombro con un sonido sordo. Di un respingo, sobresaltada, y entonces la rabia se esfumó y cedió el paso al viejo miedo que sentía cada vez que me acercaba demasiado a los moteros. ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se me había ocurrido discutir con esa gente acerca de los estropicios? Lo que tenía que hacer era salir de ahí antes de que Puck me arrinconara; no podía enfrentarme a él. Hoy no.

—Está todo bajo control —declaró Boonie rotundamente—. Jake y sus amiguitos pagarán lo suyo. No te preocupes.

Aquello sonaba de lo más abominable. Tragué saliva.

—Sal a la calle —dijo por encima de mi hombro, dirigiéndose a Darcy—. Enseguida os alcanzo. Vigila que Eva no la siga, ¿de acuerdo?

Cerré los ojos cuando comprendí las implicaciones.

«Esto es lo que pasa cuando te dejas llevar por el mal genio». La voz de la psicóloga del instituto resonaba en mi cabeza con el mismo tono petulante y remilgado que ponía al hablar. Aquella vez me sermoneó porque dejé fuera de combate a un chaval que había intentado meterme mano. Y ahora la esencia era la misma.

Las cosas raramente se solucionan a golpes.

Tenía problemas para controlar el genio, pero al menos con el tiempo había dejado de compadecerme. Earl insistía en que aquello era un paso en la dirección adecuada; que incluso era algo sano. Examinando mi alrededor, contemplando el restaurante hecho trizas, no me quedaba otra que plantearme si Earl hablaba sin tener ni puta idea acerca de lo que decía.

¡A la mierda el trabajo! Estaba despedida, sin duda, o lo estaría cuando Eva recuperara el aliento. Era una problemón, porque, pese a la personalidad detestable de mi jefa, tenía un horario perfecto que me permitía trabajar a jornada completa y estudiar.

La Escuela de Estética era mi futuro: las chicas normales van a clase y se mantienen a sí mismas. No podía permitirme errores como el de hoy, no si quería convertirme en una persona de provecho.

—Menuda mierda —mascullé.

Seguí a Darcy hacia el aparcamiento, donde al menos la mitad de la población de Callup estaba reunida, ansiosos por ver a qué venía tanto estruendo. Ahora que la pelea había terminado, no se irían. Ni hablar. Estaban reunidos en grupitos para murmurar y señalarme, y cada vez llegaban más curiosos.

En Callup las noticias vuelan como la pólvora, y esto era lo más emocionante que había ocurrido desde que Regina y Melba tuvieron su famoso enfrentamiento en el salón de belleza sobre quién le había copiado el peinado a quién.

Cómo odiaba que la gente cuchicheara sobre mí.

—¿Estás bien? —me preguntó Carlie.

Asentí, intentando no mirarla. Ella era todo lo que yo odiaba. Era alta, delgada y preciosa, como una modelo. Exactamente el tipo de mujer que encajaba con Puck, porque se parecían mucho. Lo único que no tenía perfecto era un pequeño hueco entre los incisivos, pero, de algún modo, aquello solo servía para hacerla aún más interesante.

Y además era simpática.

Zorra.

—Sí —contesté. Se me estaba evaporando la adrenalina—. ¿Crees que ha habido heridos de importancia?

—No —replicó—. Puede que Coop tenga alguna quemadura, pero nada de qué preocuparse. No ha tardado en volver a la refriega. Tengo que felicitarte, eso sí. Le has echado cojones.

Me encogí de hombros; Carlie no conocía mi auténtica personalidad. Crecí rodeada de hombres peligrosos. Jake y Coop eran bebés inocentes, en comparación. Podría darles unas cuantas lecciones acerca de cómo jugar sucio… Pero esa era una parte de mi vida que había dejado atrás, y quería que permaneciera así. Era mucho mejor tener una existencia aburrida.

Aburrida, cómoda y segura. Esos eran mis objetivos. Unos objetivos que deseaba que mi madre compartiera. Que yo supiera, su única motivación era causar dramas.

—No te preocupes —dijo Darcy, pasándome un brazo por los hombros y acercándome hacia ella. Creo que pretendía consolarme, pero más bien me incomodó. Era la mujer de Boonie, y Boonie era el presidente del club de moteros. No es que odiara a los Silver Bastards. Teeny les tenía miedo, lo cual significaba que no resultaba una amenaza para mí, y eso lo apreciaba de verdad. Pero prefería apreciarlo desde una distancia más que prudente—. Mi hombre lo arreglará. Siempre lo arregla todo.

Claro que sí, lo arreglaría para sus hermanos. Pero al final, yo seguiría sin trabajo. Y Blake, seguramente, igual.

Puck, Boonie, Deep y Blake salieron del restaurante caminando tranquilamente, riendo y dándose palmadas en la espalda como si todo aquello hubiera sido un chiste de lo más gracioso. Me resultó frustrante, yo no lo veía ninguna gracia: me habían jodido la vida. Llegados a este punto, alguien podría afirmar que mi vida en general ya era un chiste. Pero el año pasado leí un libro acerca del poder del pensamiento positivo, y decidí que ya no me regodearía más en mis desgracias.

«Deja de pensar en ello», le ordené a mi cerebro, lo cual, obviamente, solo empeoró la situación. «Eres el hazmerreír, Becca —replicó mi cerebro—. Escoria. ¿Quién coño te crees que eres?»

Un momento, un momento. La voz que resonaba en mi cabeza… era la de Teeny.

¡Pues ya podía irse a la mierda! ¿Y qué, si me había salido algo mal? Había sobrevivido a cosas peores, así que superaría esto, y por una sola razón: porque era una luchadora.

El poder del pensamiento positivo.

—¿Va todo bien, cariño? —preguntó Darcy, dando un paso hacia Boonie. Este la agarró por la cintura y tiró de ella para besarla.

—Pues claro. Eva ha sido muy razonable. Jake y sus amigos van a irse a sus casitas, donde les he sugerido que practiquen modales antes de volver a aparecer en público. Vamos a acercarnos a Kellogg y desayunaremos allí. ¿Qué te parece?

Sentí la mirada de Puck clavada en mí, aunque no dijo nada. Nunca decía nada.

Cinco años atrás sentí su mirada como algo físico. Había sido el séptimo desconocido con el que Teeny me había ordenado acostarme. Aunque fue distinto a los demás. Probablemente suene como una enferma mental, pero recuerdo que sentí una mezcla de miedo y emoción cuando Teeny me daba instrucciones: Puck era joven y atractivo, para variar. En un universo alternativo quizás habría intentado hablar con él, o al menos lo habría seguido discretamente.

Aunque claro, aquello había sido antes de que se acercara y comprendiera lo grande que era, lo duro que era, lo aterrador que era. Y no solo porque tuviera aquella cicatriz terrible en la cara, ¿eh? No. Incluso en aquella casa llena de hombres peligrosos y temibles, había algo diferente en él. Hay que admitirlo.

Y entonces empezó a tocarme y me olvidé del miedo.

Hasta entonces no tenía ni idea de que el sexo pudiera ser algo tan agradable, o de que existiera un motivo por el que las mujeres perdían la cabeza por un hombre. Pero cuando me abrazó, sentados junto al fuego… cuando me provocó el primer orgasmo de mi vida… En aquellos momentos me permití a mí misma imaginar que era una chica normal en una fiesta cualquiera, y no la hijastra de un motero aprendiendo a ganarse el pan.

Sí, Puck me había hecho daño.

Realmente todos me habían hecho daño.

Pero al menos él no lo hizo adrede, y cuando se percató me envolvió en sus brazos y dormimos juntos en la misma cama. Por un rato, me sentí a salvo. Obviamente, aquello no duró. Cuando vives con los Longnecks, nada bueno dura demasiado. Eran como una herida infectada que supuraba pus, pudrían todo lo que tocaban.

¿Quieren un ejemplo? Mi madre. Habían pasado cinco años y seguía con Teeny. Seguía jodida, seguía intentando aprovecharse de mí. Me llamó el mes pasado para contarme un cuento acerca de un calentador de agua roto, suplicando dinero. Otra vez.

Pero ya no la odiaba. Cuando las cosas se pusieron serias, hizo lo correcto y me mandó al Norte, con Puck. Nunca antes le había plantado cara a Teeny como aquel día. Y me consta que la hizo pagar por ello: casi la mató y la echó de casa… Al cabo de una semana mi madre volvió arrastrándose. Increíble.

—¿Te apuntas? —preguntó Puck, viniendo hacia mí.

Di un respingo. «¡Qué cojones!». Puck me observaba y, a veces, me saludaba. Quizás una vez al año. Nunca, jamás, me invitaba a hacer algo con él, porque teníamos los límites muy marcados. Él merodeaba por el pueblo, y yo vivía mi vida a salvo en un lugar donde Teeny jamás podía encontrarme.

Pero ahora Puck me miraba, claramente a la espera de mi respuesta. Sacudí la cabeza, nerviosa. Él alargó una mano y me colocó tras la oreja un mechón de pelo que se me había soltado.

¿Qué coño era eso?

A mi lado, Carlie se quedó rígida y su sonrisa desapareció. Perfecto. No solo Batman había decidido cambiar de modus operandi sin avisarme, sino que encima lo hacía delante de su novia. Justo lo que me faltaba. (De acuerdo, estaba siendo algo injusta. Era obvio que Carlie sentía algo por él, y me apostaría cien dólares a que estaban acostándose, pero, por lo que sabía, Puck nunca fingía ni mentía para llevarse a alguien a la cama. El compromiso no era lo suyo. Eso lo sabían bien las mujeres de Callup que habían cometido el error de sentirse atraídas por él. Básicamente, todas las que tenían pulso, y algunas que ya casi no tenían. Una vez vi a Melba mirándole el trasero. Créanme. Algo así jamás desaparece de la memoria).

—No puedo ir a desayunar —le dije, con la voz temblorosa—. Necesito hablar con Eva.

—No te molestes —intervino Blake, con una sonrisa descarada—. Estás despedida. Igual que yo.

—¿Te lo ha dicho? —pregunté. Empezaba a dolerme el estómago.

—Vaya que sí —aseguró Blake—. Lo ha declarado alto y claro, en repetidas ocasiones. El domingo vendré contigo a recoger el cheque, así no tendrás que enfrentarte a Eva tú sola.

Cerré los ojos, preguntándome por qué las cosas no podrían haber seguido como siempre, aunque solo fuera durante seis meses. Pero… ¿de qué me sorprendía? Mi vida nunca había sido fácil, la verdad. ¿Por qué iba a empezar a serlo ahora?

«Piensa en positivo», me recordé a mí misma.

Mierda. Ahora, además de estar jodida, quería darle un bofetón a mi cerebro por reaccionar tan mal.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Danielle, pasándome el brazo por los hombros de repente.

Me sentí mejor inmediatamente. Danielle y yo nos equilibrábamos a la perfección: ella es una loca chalada con un optimismo que roza lo temerario y lo peligroso. Yo, en cambio, dedico la mayor parte de mi tiempo a mantenerme cuerda y pagar facturas, lo cual no deja mucho margen para nimiedades, como disfrutar de la vida.

Nos habíamos conocido durante el último año de instituto: Danielle se ofreció a llevarme cada día en su resplandeciente Jeep Wrangler nuevo, ahorrándome así el horror de compartir un autobús destartalado con todos los adolescentes hormonales que vivían en Callup y alrededores. Tras un trayecto de vuelta a casa particularmente horrible (resumiendo: tardamos seis horas en recorrer cincuenta kilómetros, y cuando llegamos a la ciudad las dos llevábamos unos tatuajes a juego: una ardilla con bufanda) decidí que era responsabilidad mía evitar que sufriera un accidente.

A cambio, Danielle me animaba a cometer locuras, y me recordaba al menos una vez por semana que tenía veintiún años y que tal vez el destino del universo no dependía literalmente de que mis cuentas estuvieran controladas hasta el último centavo. También me enseñó a maquillarme los ojos con efecto ahumado, a no ponerme histérica cuando un chico me preguntaba si quería bailar, y a «tomar prestada» la música de Internet. Por cierto, cuando le expliqué que tomar prestada la música era lo mismo que robar, Danielle estuvo de acuerdo conmigo y empezó a bajarse las canciones de iTunes. Para financiarlo, tomaba prestada la tarjeta de crédito de su padre.

—Bueno, parece ser que Blake y yo ya no trabajamos aquí —suspiré, apoyando mi cabeza en su hombro—. No sé si tú también estás despedida.

—¡Qué más da! —declaró Danielle—. Eva ya se puede ir a la mierda. Si tú te vas, yo me piro.

—Pero si ni siquiera has estado involucrada… —protesté.

—Me trae sin cuidado. Eres infinitamente mejor que yo como camarera. Si te ha despedido a ti, yo no duraré mucho más. Venga, ¡vamos a emborracharnos!

Blake se echó a reír, me pasó el brazo por el cuello y me abrazó por el lado opuesto que Danielle. Puck nos observaba en silencio, con expresión dura. Igualito que Batman, aunque el Caballero Oscuro era más fácil de comprender que aquel motero.

Desde aquella noche, cinco años atrás, Puck me trataba como si tuviera la peste, y ahora… ¿de repente quería desayunar conmigo? No éramos amigos. Ni siquiera sabía dónde vivía, por el amor de Dios. A veces desaparecía durante meses enteros y, pese a tener pleno acceso a la sofisticada red de cotilleos de Callup, nunca logró descubrir adónde iba o qué hacía yo.

Tampoco es que me importara, la verdad.

No me importaba en absoluto.

Aun así, tenía que admitirlo: dormía más tranquila cuando él estaba en la ciudad. Me hacía sentir segura, a la par que atemorizada, como un ciervo paralizado ante los faros de un camión. Puck era un lobo, pero normalmente me dejaba en paz y se dedicaba a asustar al resto de lobos. Era un buen sistema y nos funcionaba bien; si no está roto, ¿para qué arreglarlo?

—Hoy no puedo emborracharme —le recordé—. Tengo que ir a casa a ducharme, y luego tengo clase.

—Bueno. Pues esta noche —dijo Blake—. Nos juntaremos y compartiremos nuestras desgracias. Traeré a mi amigo, el bueno de Jack Daniel’s. Es más, podría ser una cita doble: tú, yo, Danielle y nuestra botella. ¿Qué te parece?

Le eché una mirada a Puck, deseando que se fuera y dejara de escuchar la conversación. Sin hacer caso de mis deseos, nos examinó a Blake y a mí, pensativo. No era la clase de expresión en plan: «Oh, ella debería salir con sus amigos y pasárselo bien». No. Estaba claro que lo que cruzaba su mente era oscuro y taciturno. Entonces lo comprendí: a Puck no le hacía gracia que me fuera de fiesta con Blake y Danielle.

Exactamente lo que necesitaba para terminar de decidirme.

—Suena estupendo —anuncié, aliviada—. Y de paso, celebraré que mañana no tendemos que levantarnos a las cinco.

Danielle sonrió, contenta, y le devolví la sonrisa, fingiendo que Puck no existía.

Eva salió del restaurante en aquel instante, indignada y colorada por la rabia. Mierda. Me vio y cruzó el aparcamiento a zancadas, con Regina y Melba detrás. Melba parecía animarla, y Regina intentaba agarrarla por el brazo, intentando frenarla. Pero Eva no les hacía caso a ninguna de las dos, y su expresión me convenció de que aquel no era el momento de discutir el finiquito con ella.

Danielle, al parecer, llegó a la misma conclusión.

—Está de un humor de perros —dijo, con un hilo de voz—. Creo que será mejor que la dejemos en paz.

—Esto… Sí —contesté, mirando al suelo—. Parece que vaya a darle un ataque al corazón.

—¡No vais a saliros con la vuestra! —gritó Eva hacia nosotros.

Mierda. Danielle y yo intercambiamos una mirada, y vi el regocijo en sus ojos. A la muy loca de mi amiga le encantaban los dramas.

—¡Corre! —me susurró, con adrenalina en los ojos.

Echamos a correr por el aparcamiento y deseé con todas mis fuerzas que Danielle tuviera las llaves del vehículo listas. Oí una risotada masculina a mi espalda. ¿Boonie? Porque era imposible que fuera Puck. ¡Da igual! Habíamos cometido una fechoría y llegaba el momento de salir por patas antes de que Eva consiguiera matarnos.

Llegamos a la parte trasera del aparcamiento, donde nos esperaba el Jeep de Danielle. Gracias a Dios, durante el verano le quitaba las puertas, con lo que pudimos subir de un salto. Metió la llave, puso en marcha el motor y las enormes ruedas empezaron a girar debajo de nosotras, mientras salíamos del recinto y nos metíamos de pleno en la vieja autopista.

Me sujeté de la barra superior y me di la vuelta en mi asiento, poniéndome de rodillas para mirar hacia donde Puck se había quedado, junto a Blake. El motero fruncía el ceño. Mi amigo lucía una amplia sonrisa. Eva estaba gritándole y sacudía ademanes locos en su dirección, como un personaje de dibujos animados, lo cual no molestó a nuestro excocinero lo más mínimo.

Me senté correctamente de nuevo y me volví hacia Danielle. Se le escapó una risita tonta, y las dos estallamos en carcajadas: quedarnos sin trabajo era una mierda, pero ver a Eva en aquel estado era una dulcísima venganza.

Por favor, esa mujer era una hija de puta. Se merecía que le destrozaran el restaurante por no proteger a sus camareras. Sin duda alguna.