Capítulo VII
MIENTRAS descendían en el ascensor, Mitch Brocco se llevó la mano a la mandíbula. —Larry pega duro —masculló.
—Usted también, Mitch —dijo Sheila Evans—, Pudo con él.
—Le vencí, es cierto. Pero seguimos sin saber si efectuó Larry el disparo con el rifle o lo hizo alguien enviado por él.
—Larry niega ambas cosas, ya lo oyó.
—Es natural. Pero nosotros sabemos que es el responsable de lo que pasó. ¿Vio la cara que puso cuando abrió la puerta?
—Sí.
—La daba ya por muerta.
—Seguro.
El ascensor llegó abajo y Mitch y Sheila salieron de él, cruzaron el portal y se introdujeron en el «Ford-Cobra». Antes de ponerlo en movimiento el detective dijo:
—Amenacé a Larry para ver si conseguía meterle el miedo en el cuerpo y que se olvidara de usted, Sheila, pero me temo que no lo logré.
—Pienso lo mismo. Larry no se resignará, volverá a intentarlo.
—Peor para él.
—O para mí, porque si la cosa le sale bien me veo ya en el cementerio.
Mitch le cogió la mano y se la oprimió.
—Larry no lograra su objetivo, se lo aseguro. Yo lo impediré.
—Le quedaré muy agradecida.
—¿Cómo se siente, Sheila?
—En este momento, bien. ¿Por qué lo pregunta?
—Por darle otro beso.
—¿Sólo besa usted a las mujeres que se sienten mal, Mitch?
—No, la verdad es que beso a todas las que me gustan —respondió el detective, y unió su boca a la de ella.
Sheila se dejó besar.
Después, Mitch preguntó:
—¿Realizamos las compras o volvemos a casa?
—No me siento con ánimos de comprar nada —confesó Sheila.
—A casa, entonces —dijo el detective, y puso el coche en marcha.
* * *
Harold Evans había palidecido visiblemente.
Acababa de ser informado de lo sucedido por Sheila y por Mitch.
—Ya le dije que Larry Sorensen era capaz de cualquier cosa, señor Brocco —recordó—. Hasta de asesinar a Sheila.
—No se equivocó usted, señor Evans. Ese tipo es un mal bicho.
—Lo intentará de nuevo, estoy seguro.
—Yo también. Pero volverá a fracasar, porque estaré alerta en todo momento y no le dejaré acabar con Sheila. Tendría que pasar por encima de mi cadáver. Y yo soy un hueso duro de roer, señor Evans.
Harold sonrió ligeramente.
—Hice bien en contratarle, ¿verdad, Sheila?
—Desde luego —asintió la muchacha—. Yo no quería su protección, pero ahora reconozco que hubiera sido un error rechazarle. Si llego a ir sola en el coche en estos momentos sería cadáver. Mitch me salvó la vida.
—¿Ya no está a título de prueba, entonces?
—Por supuesto que no. Me quedo con él, papá —sonrió Sheila mirando al detective. —No se arrepentirá —aseguró Mitch mirándola a su vez.
—Supe elegir, no hay duda —dijo Harold profundamente satisfecho.
* * *
Después de cenar, Mitch y Sheila salieron al jardín a tomar un poco el fresco. El detective extrajo sus cigarrillos y se los ofreció a la joven.
—¿Le apetece fumar, Sheila?
—Sí, gracias —respondió ella, cogiendo un cigarrillo.
Mitch esperó a que se lo llevara a los labios y entonces accionó su encendedor de gas, acercando la llama al extremo del cigarrillo.
Sheila lo encendió y expulsó el humo, siendo imitada por el detective.
—Hace una noche espléndida, ¿verdad, Mitch?
—Sí.
—Lástima que tengamos problemas.
—Se solucionarán pronto, ya verá.
—¿Usted cree?
—Estoy seguro. Larry Sorensen debe sentirse furioso, por su fallo y por los golpes que le di, y no tardará en actuar de nuevo. Quizás esta misma noche.
Sheila respingó.
—¿Le cree capaz de intentar asesinarme en mi propia casa?
—Bueno, no cabe duda que sería más arriesgado para él, o para el tipo que actúa en su nombre, pero no me sorprendería en absoluto que se atreviese a llegar hasta aquí.
Sheila lo agarró del brazo.
—¡No me asuste, Mitch!
—No tiene por qué asustarse, Sheila. Puede usted dormir tranquila, porque yo estaré de vigilancia toda la noche. Si Larry Sorensen, o cualquier otro hombre, se aproxima a la casa, lo descubriré y lo atraparé.
—Aun así, no creo que pueda pegar ojo esta noche
—Si hace eso es que no confía totalmente en mí.
Sheila se mordió el labio inferior.
—Perdóneme, Mitch.
—La perdonaré por la mañana, cuando me haya informado de que durmió toda la noche a pierna suelta. Si no es así no habrá perdón.
Sheila sonrió.
—Haré todo lo posible por conciliar el sueño, se lo prometo.
—Seguro que lo consigue —dijo Mitch, y se dispuso a besarla en los labios.
Casi los rozaba ya con los suyos, cuando algo destelló a lo lejos, entre los árboles.
Podía ser cualquier cosa, pero en lo primero que pensó Mitch fue en el cañón de un rifle. Y era lógico que pensara en ello después de lo ocurrido aquella tarde.
Sin dudarlo un segundo empujó a Sheila y la hizo caer, cayendo él también sobre ella.
La acción del detective no pudo resultar más oportuna, ya que justo en aquel momento sonaba un disparo y la bala pasaba silbando agudamente por encima de los cuerpos de Mitch y Sheila.
La muchacha, que no entendía por qué el detective la había derribado de una manera tan brusca, lo comprendió al oír el estampido y gritó:
—¡Nos disparan, Mitch!
—¡Eso parece!
—¡Es el asesino!
—¡Naturalmente! ¡No iba a ser el cobrador del gas!
Sonaron otros dos disparos, muy seguidos, pero las balas no alcanzaron su objetivo. Mitch, que protegía con su cuerpo a Sheila, extrajo su revólver y envió tres balas hacia los árboles, prácticamente sin apuntar. Daba la mismo, porque la distancia era excesiva para un revólver y además las sombras de la noche favorecían al asesino.
De algo sirvió, sin embargo, porque el tipo dejó de disparar.
Mitch adivinó que el asesino se daba a la fuga e indicó:
—¡No se mueva, Sheila! ¡Siga pegada al suelo!
—¿Qué va a hacer, Mitch?
—¡Intentaré atrapar al asesino!
—¡No vaya en su busca, Mitch! ¡Es muy peligroso!
—¡No tema!
—¡Mitch! —gritó Sheila tratando de retener al detective pero no lo consiguió.
Mitch Brocco se había puesto en pie de un salto y ya corría en pos del asesino, encogido, por si el tipo le disparaba con su rifle. Saltó la valla del jardín, que tenía poca altura, y fue hacia los árboles.
De pronto se escuchó el motor de un coche.
El del asesino.
Mitch maldijo hacia sus adentros y corrió aún más rápido, sin ninguna precaución ya, porque estaba claro que el tipo del rifle huía.
Llegó a tiempo de ver el coche del asesino alejándose a toda prisa del lugar. Disparó contra sus ruedas, pero la distancia era mucha y además era de noche, lo que aumentaba la dificultad de dar en el blanco.
Mitch falló los disparos, pero no lo lamentó demasiado, porque su intento de atrapar al asesino no había resultado totalmente infructuoso.
Había visto su coche.
Era un «Dodge».
Un «Dodge» azul.
Y Larry Sorensen tenía un «Dodge» azul.
No había encontrado a nadie para asesinar a Sheila, quería hacerlo personalmente. Mitch regresó a la casa, saltó nuevamente la valla y se reunió con Sheila, que seguía sola en el jardín, porque ni su padre ni la doncella habían oído los disparos.
El detective la cogió de la mano y tiró de ella.
—¡Vamos, Sheila!
—¿Adónde?
—¡A casa de Larry! ¡Él fue quien disparó sobre la rueda delantera del «Ford-Cobra» y quien nos disparó hace unos minutos! ¡Pude ver su coche cuando huía! —explicó Mitch mientras sacaba a Sheila del jardín.