La clase media inglesa
[1 de agosto de 1854]
En lo que se refiere al trabajador medio, ¿en qué grado se enfrenta a su patrón? Todos sabemos hasta qué punto se opusieron los patrones a la Ley «de las Diez Horas[33]». A pesar de la reciente revocación de los Aranceles del Grano[34], los tories contribuyeron a que saliera adelante para beneficio de la clase trabajadora. Eso sí, una vez aprobada dicha ley, los informes de los supervisores de distrito demuestran con qué vergonzosas astucias y trapacerías bajo mano se viene incumpliendo. Cuantos intentos ha hecho después el Parlamento para que la mano de obra trabaje en condiciones más humanas se han topado con la oposición de los representantes de la clase media, que siempre los reciben con la misma cantinela: ¡comunismo! El señor Cobden la ha gritado un buen puñado de veces. En los talleres y durante años, la meta de los patrones ha sido prolongar la jornada laboral más allá de lo que un ser humano puede soportar y, mediante el uso sin escrúpulos del régimen de contratos y enfrentando a unos hombres con otros, recortar los sueldos de los trabajadores cualificados y equipararlos a los de los no cualificados. Fue esta forma de actuar la que impulsó a la revuelta a los Técnicos Unidos, y las brutales expresiones que en esa época fueron moneda corriente entre los patrones demuestran cuán poca sensibilidad humana cabe esperar de ellos. Su grosera ignorancia se puso luego de manifiesto cuando la Patronal contrató a Sidney Smith, literato de tercera, para que asumiera su defensa en la prensa en la guerra de palabras contra los trabajadores insurgentes. El estilo de este escritor a sueldo encajaba a la perfección con la tarea que le habían encomendado, así que, cuando la batalla hubo terminado, los patrones, que ya no necesitaban ni a la literatura ni a la prensa, dieron de baja a su mercenario. Aunque la clase media no aspira al saber de la vieja escuela, tampoco cultiva ni la ciencia moderna ni la literatura. El libro contable, la mesa de despacho y el negocio; tal educación basta. Cuando gastan mucho dinero en formarlas, sus hijas están superficialmente dotadas de ciertas «cualidades», pero con la verdadera formación del espíritu y con llenarlo de conocimientos ni siquiera sueñan.
La presente y espléndida hermandad de autores de ficción ingleses, cuyas gráficas y elocuentes páginas han transmitido al mundo más verdades políticas y sociales que todas las que hemos oído por boca de todos los políticos, publicistas y moralistas profesionales juntos, ha descrito todos los grupos de la clase media, desde los «muy refinados» rentistas y propietarios de obligaciones, que consideran todo negocio una vulgaridad, al pequeño tendero o al humilde pasante. ¿Cómo los han descrito Dickens y Thackeray, la señorita Brontë y la señora Gaskell? Llenos de presunción, afectados, ignorantes, tiranuelos; y el mundo civilizado ha confirmado el veredicto con el irrefutable epigrama que define a esta clase: «serviles con los de arriba, tiránicos con los de abajo».
La prieta y estrecha esfera en que se mueven se debe hasta cierto punto al sistema social del que forman parte. Si la nobleza rusa vive incómoda entre la opresión a que la somete el zar por arriba y la espantosa esclavitud a la que ella somete a las masas por debajo, la clase media inglesa está embutida entre la aristocracia por un lado y las clases trabajadoras por otro. Desde la paz de 1815, siempre que ha querido actuar contra la aristocracia, la clase media ha sostenido ante las clases trabajadoras que sus quejas eran atribuibles al monopolio y al privilegio de esa aristocracia. Así, la clase media consiguió que los trabajadores la apoyasen en 1832 cuando deseaban la Ley de Reforma[35], pero, tras conseguir su aprobación por sus propios medios, se la han negado a la clase obrera —por ejemplo, en 1848 se opusieron a ella armados con porras de policía especiales—. A continuación, los Aranceles del Grano se convirtieron en la nueva panacea de las clases trabajadoras. Esta vez fue la aristocracia la que ganó la batalla, pero los «buenos tiempos» estaban por llegar, hasta que el año pasado, como para impedir una política similar en el futuro, la aristocracia se vio obligada a aceptar el impuesto de sucesiones de bienes inmuebles, tributo del que, egoístamente, se venía eximiendo a sí misma desde 1793 mientras forzaba la aprobación del impuesto de sucesión del patrimonio personal. Con esta especie de protesta se esfumó la última oportunidad de timar a las clases trabajadoras diciéndoles que su dura suerte se debía únicamente a la legislación aristocrática. Ahora los obreros han abierto los ojos y empiezan a gritar: «¡Nuestro San Petersburgo está en Preston[36]!». En realidad, los ocho últimos meses hemos sido testigos de un extraño espectáculo en la ciudad: un ejército estable de catorce mil hombres y mujeres subsidiado por sindicatos y talleres de todos los rincones del Reino Unido para que libre una gran batalla por el dominio social contra los capitalistas, y, por su parte, a los capitalistas de Preston respaldados por los capitalistas de Lancashire.
Con independencia de las formas en que esta lucha social se concrete a partir de ahora, lo que hasta aquí hemos visto no es más que el principio. La lucha parece destinada a hacerse nacional y a entrar en fases que la historia no ha conocido, porque hay que tener en cuenta que, aunque es posible que provisionalmente sea la derrota lo que aguarde a las clases trabajadoras, operan ya grandes leyes sociales y económicas que con el tiempo deben garantizar su triunfo[37]. A la misma oleada industrial que ha incitado a la clase media contra la aristocracia se debe que ahora, con la contribución presente y futura de la emigración, las clases trabajadoras se alcen contra las clases medias. La clase media asesta a la aristocracia los mismos golpes que recibirá de la clase obrera. Es la instintiva percepción de este hecho lo que ya pesa sobre las acciones de la clase media y las coarta. Ante la reciente agitación política de las clases trabajadoras, la clase media ha aprendido a odiar y a temer los movimientos políticos ostensibles. «Los hombres respetables, caballero, no nos unimos a ellos», dice con hipocresía. La clase media alta remeda la forma de vida de la aristocracia y se esfuerza por entrar en contacto con ella. Como consecuencia, el feudalismo de Inglaterra no perecerá bajo los procesos de disolución apenas perceptibles de la clase media: el honor de esa victoria queda reservado a las clases trabajadoras. Llegado el momento de su intervención en el escenario de la acción política, entrarán en liza tres poderosas clases que se enfrentarán entre sí: la primera representa la tierra, la segunda el dinero, la tercera el trabajo. Ahora se está imponiendo la primera, pero la segunda acabará por agachar la cabeza ante su sucesora en el terreno del conflicto social y político.