26

 

A la deriva

 

Harrison no podía dejar de pensar en Juliette Hamilton.

Aunque lo había intentado con todas sus fuerzas.

Gracias a la nota de Jeffrey, que había llegado a la Granja Fleming aquella mañana, supo que los dos habían partido hacia Inglaterra en el Oceánico hacía tan solo un día. Aquello había sido la gota que colmaba el vaso. En secreto esperaba contra todo pronóstico que Juliette cambiara de opinión y volviera con él. Pero aquel sueño se había quedado en nada más que eso, en un sueño.

Nunca una mujer había huido de él. Nunca.

Al principio se había enfadado tanto que había decidido que sería más feliz si no volvía a ver jamás a aquella mujer exasperante, testaruda e imprudente. Si quería marcharse, pues muy bien. Le había ofrecido matrimonio y le había rechazado. Más de una vez. Cuando Jeffrey se fue a Nueva York para ir a buscarla, Harrison no quiso acompañarle. Se había hartado de ella. Había tenido suficiente y no quería que Juliette Hamilton siguiera alterando su vida. Si hubiera querido estar con él, se habría quedado en la Granja Fleming para casarse con él.

Pero no.

Conforme los días pasaban sin Juliette en su vida, Harrison se dio cuenta de que Melissa había tenido razón en lo que le había dicho. Nunca le había pedido a Juliette que se casara con él. Simplemente le había ordenado que debía ser su esposa. No era que aquello excusara su rechazo infantil, pero sí explicaba que se negara a aceptar. Sabía que podía tratar mejor a Juliette. Era un espíritu demasiado libre e independiente para sucumbir a los deseos de alguien con tanta facilidad, por no hablar de que le dieran órdenes o la engañaran para hacerlo.

Se sentía muy mal por el hecho de que hubiera descubierto su plan con Jeffrey para coaccionarla a que se casara con él. Aunque estaba desesperado, nunca debería haber elegido aquella opción.

Lo único que debía hacer era pedírselo.

Pero no lo había hecho y ahora se había marchado.

¡Y, Dios mío, la echaba muchísimo de menos!

Echaba de menos el sonido de su risa, el brillo de sus ojos azules, su rápido ingenio y su espíritu indomable. Echaba de menos el consuelo que le daba, la sensación de su cuerpo junto al suyo en la cama. Echaba de menos todo lo de Juliette.

Por primera vez, que él recordase, no sabía cómo controlar sus emociones. Andaba deprimido por la Granja Fleming, sintiéndose como un tonto, y estaba demasiado inquieto para hacer algo de importancia.

—¿Capitán Fleming?

Harrison se apartó de la ventana por la que había estado mirando. Annie estaba en la puerta de su despacho. Con un gesto de la mano, le dijo a la enfermera que entrara.

—Buenas tardes, Annie.

Ella sonrió.

—Melissa tiene un nuevo cuadro que quiere enseñarle.

Su hermana había estado más callada desde la marcha de Juliette, pero gracias a Dios continuaba tranquila. Había pasado la mayor parte del tiempo pintando, lo que suponía que le servía de terapia. Había temido que Melissa se viniera abajo después de que Juliette se fuera. Pero para su sorpresa y desilusión, él era el único que se había derrumbado.

—Gracias. Ahora iré al estudio.

—Su almuerzo estará preparado en breve.

—La llevaré conmigo —le aseguró Harrison a Annie.

Harrison fue hasta el estudio de arte de su hermana mientras pensaba en ella. Temía por su futuro y deseaba saber qué sería lo mejor para ayudarla. Abrió la puerta y vio que la gran sala bordeada de ventanas estaba bañada por el reluciente sol estival que llenaba la habitación de luz y destacaba los colores vivos de todos sus cuadros.

—¡Harrison! ¡Ven aquí! —le llamó Melissa desde detrás de un alto caballete que sostenía un lienzo bastante grande.

—Annie me ha contado que has estado pintando mucho y que tienes algo nuevo que mostrarme —le dijo cuando llegó a su lado.

—Sí —afirmó Melissa, que iba vestida con una bata salpicada de pintura—. Es este.

Con un movimiento de su mano, le dio un último retoque con el pincel al cuadro de los dos hombres sentados en el patio. Su patio. Los hombres estaban representados como siluetas, desde atrás. Los minuciosos detalles del cielo lleno de estrellas, el brillo de sus camisas blancas y el ligero humo de sus puros iluminaba la oscuridad aterciopelada de la escena nocturna. Su talento era espectacular.

Sin duda, los dos hombres eran Jeffrey y él, en la noche en la que Melissa había escuchado sus planes para engañar a Juliette y conseguir que se casara con él.

—Deduzco que ya no te interesa pintar paisajes, ¿no? —bromeó Harrison, incapaz de ignorar el tema que últimamente plasmaban sus dibujos.

Melissa contuvo una risita.

—He decidido que es mucho más interesante pintar personas que árboles.

—Tienes mucha razón en eso.

Aunque no le gustaba que le recordaran de manera tan vívida aquella fatídica noche, no podía negar la belleza del cuadro.

—¿Te gusta? —preguntó con una voz impaciente.

—Es un cuadro maravilloso, Melissa. —Se calló un momento mientras reflexionaba—. Tal vez deberíamos hacer algo con tus cuadros.

—¿Algo como qué?

Frunció su delicado entrecejo, desconcertada.

Él se encogió de hombros.

—No sé mucho del mundo del arte, pero a lo mejor podríamos exponerlos en algún sitio, incluso vender algunos.

—Oh, no. ¡No podría venderlos! —gritó, aterrorizada, y las mejillas se le pusieron coloradas—. Se reirían de mí. ¡Nadie querría comprar estos estúpidos cuadros!

—Nadie va a reírse de ti. —Echó un vistazo al estudio, a los muchos espléndidos lienzos que había pintado—. De hecho, estoy segurísimo de que mucha gente querría decorar sus casas con estas bonitas pinturas tuyas.

—Oh, Harrison, ¿de verdad lo crees?

La esperanza y el entusiasmo en el bonito rostro de su hermana, manchado ahora de pintura, hicieron que Harrison jurara poner a la venta sus cuadros. Si aquello la hacía feliz, se aseguraría de que se hiciera.

—Sí, claro que sí.

—¡Eso sería estupendo! —susurró.

Harrison volvió a mirar los dibujos que le rodeaban. Había algunos muy buenos y se preguntó por qué no se había dado cuenta antes. Entonces se percató de que había sido Juliette la que le había hecho fijarse en la belleza y el talento de la obra de Melissa.

—Creo que tus cuadros estarán tan solicitados que...

Harrison de repente se quedó helado al ver lo que tenía delante. El extremadamente minucioso retrato de Juliette estaba apoyado en una mesa a su lado.

Al ver el dibujo, casi se cayó de rodillas. El dolor y la añoranza al ver el hermoso rostro de Juliette hicieron aflorar sus emociones. Inconscientemente, extendió el brazo y tocó el lienzo. Hacía tan solo unos días que se había ido, aunque le parecía que había pasado más tiempo. No podía pensar en nada más que en Juliette.

—La echas de menos —susurró Melissa, que estaba de pie a su lado.

Harrison no podía negar la simple afirmación que acababa de hacer su hermana.

—Sí —admitió.

—Supe que te ibas a casar con ella desde el primer momento en que la vi.

Perplejo por su declaración, miró con dureza a su hermana.

—¿Ah, sí?

—Sí. Aquella primera tarde, incluso le pregunté si iba a casarse contigo.

Harrison contuvo la respiración durante unos instantes.

—¿Qué dijo Juliette?

Melissa suspiró.

—Dijo que no, pero supe que no lo decía en serio.

—¿Por qué pensaste eso?

—Solo pensé que vosotros estabais hechos el uno para el otro y que os casaríais.

Él también había creído que se casarían. Se aclaró la garganta.

—Bueno, pues por lo visto te equivocaste.

Apartó los ojos del rostro pintado de Juliette.

—Ve a por ella, Harrison.

Se volvió hacia su hermana.

—Ha huido de mí, Melissa. Dos veces. —No pudo evitar añadir—: Muchas gracias.

Melissa se rio un poco.

—Oh, no se marchó de aquí por algo que yo hice, Harrison. ¡Oh, no! Tan solo tú tienes la culpa de que se haya marchado.

Su hermana tenía razón.

—Me ha dejado bien claro que no me quiere.

—Está enamorada de ti.

El corazón de Harrison empezó a latir a toda velocidad.

—¿Te lo ha dicho ella?

—No ha hecho falta. Lo vi en sus ojos cuando la conocí.

Se quedó petrificado al recibir aquella información.

¿Estaba Juliette enamorada de él? Si aquello era cierto, entonces... Entonces, ¿qué? ¿Qué haría? ¿Iría detrás de ella?

—Si se ha ido a su casa de Londres —dijo Melissa—, deberías ir a buscarla. No encontrarás a ninguna otra mujer que sea tan perfecta para ti como Juliette.

Sabía que Juliette era perfecta para él. Era en lo único que había pensado desde que se había ido.

—No había planeado dejarte a ti o la granja tan pronto. Acabo de llegar a casa.

—Estaré bien si te marchas.

Se quedó mirando a su hermosa y atormentada hermana. Por lo general no soportaba que él saliera de viaje o estuviera lejos durante mucho tiempo, y sus ausencias con frecuencia coincidían con sus periodos de mal humor. ¡Ahora allí estaba, sugiriéndole que se marchase! ¿Juliette les había causado tanto impacto? Hizo una pausa.

—No quiero dejarte sola, Melissa. ¿Por qué no vienes a Londres conmigo?

Melissa pareció aterrorizada ante tal sugerencia.

—Oh, no podría. Es imposible.

—Claro que puedes —insistió y la cogió de la mano.

—No, ahora no. —Negó con su cabeza rubia y le sonrió con dulzura—. Tal vez vaya en otra ocasión. Seguiré aquí cuando regreses con Juliette.

Él vaciló.

—Podrías perder a Juliette para siempre si no vas ahora a buscarla, Harrison.

Tenía la extraña sensación de que Melissa estaba en lo cierto con aquella predicción y se preguntó cómo y cuándo su hermana se había vuelto tan perspicaz.

—Ve a por ella —le animó con una sonrisa, con los ojos verde jade iluminados por la emoción—. Si no vas, nunca lo sabrás y esa idea te perseguirá para siempre.

* * *

 

No habían pasado ni dos días cuando Harrison reunió a su tripulación y partió en la Pícara Marina hacia Inglaterra. Con la sensación de bienestar que tan solo el mar le otorgaba, Harrison estaba de pie al timón, sintiéndose algo mejor desde la marcha de Juliette.

—¿A qué vamos a Inglaterra esta vez, capitán? —preguntó Robbie con una alegre sonrisa en la cara.

Harrison le sonrió con aire misterioso.

—Tengo que recuperar algo muy importante para mí.

—Entonces, ¿tenemos prisa?

—Sí —admitió Harrison con franqueza—. Quiero hacer el viaje a Londres en un tiempo récord.