Capítulo 7
El miedo se apoderó de ella en el mismo 1 instante en que los labios de él presionaron los suyos; después se desvaneció en una comente de sensaciones placenteras. Sin darse cuenta, levantó las manos y las apoyó en su pecho. El calor de él traspasaba la camisa calentándole las palmas, invitándola a explorar los contornos de su cuerpo.
La boca de él se movió sobre la de ella con más urgencia que durante el beso anterior hacía dos días; aunque seguía siendo dulce. Si la hubieran besado con fuerza… si hubiera utilizado su lengua inmediatamente, el miedo la habría paralizado. En aquel momento, la ternura borró los feos recuerdos y los cubrió con un manto de placer.
Dio un paso atrás y dejó caer las manos.
—Éste es el motivo —dijo él con voz ronca y salió de la cocina.
Ella acabó de preparar el té y se sentó en la mesa a esperarlo, con la taza en la mano. Cinco minutos más tarde, regresó.
Su expresión era atormentada y Sara no pudo evitar volver a sentir miedo. Tuvo que respirar hondo para tranquilizarse. Keith fijó la vista sobre ella y, durante un momento, ella intentó controlar el impulso de salir corriendo. Pero en la expresión de su rostro sólo había exasperación y no tenía nada que ver con ella.
—La llevaré mañana —dijo él—. Después iré a recogerla. De momento, eso es todo a lo que me comprometo.
Al menos, era algo.
—Gracias.
Él apretó los labios.
—Con respecto a nosotros… no podemos… —miró hacia otro lado y después volvió a mirarla a ella—. No es por ti. Es que no…
—Yo tampoco. No estoy interesada en… una relación.
Él sintió curiosidad y ella la vio en sus ojos. Pero como él también tenía mucho que ocultar no preguntó nada.
—Veo que el té está listo.
Ella sonrió, agradeciendo el cambio de tema.
—Está a punto de quedarse frío.
Él se sirvió una taza y se quedó de pie.
Ella se marchó en cuanto pudo, agradeciéndole la cena, diciéndole que se verían por la mañana. Esa noche se quedó leyendo hasta muy tarde y, cuando por fin se quedó dormida, soñó con él.
Keith salió de la autopista y se dirigió hacia Hart Valley. Había sido un día terrible, comenzando con un corte que se hizo mientras se afeitaba pensando en Sara en lugar de atender a lo que estaba haciendo. Luego, la curiosidad de Linda cuando fue a recoger a Grace y, por último, después de dejar a la niña en la escuela tuvo su propio espectáculo con su capataz, Wyatt que había estado a punto de irse con otra empresa de construcción y había tenido que prometerle cosas muy difíciles de cumplir.
Su capataz estaba cansado de que él tuviera que supervisar todas las obras. Pedía más autonomía y más responsabilidad. No quería que su jefe tuviera que estar mirando por encima de su hombro en cada proyecto; quería que confiara en él.
Disminuyó la velocidad al entrar en el pueblo y pensó en las cosas a las que había accedido. No se había tomado unas vacaciones en unos cinco años porque estaba convencido de que con los fines de semana tenía suficiente. Pero acababa de comprometerse a tomarse dos semanas para darle a Wyatt la oportunidad de encargarse de las tres obras.
Tenía tres opciones. Podía marcharse dos semanas de vacaciones y hacer ese viaje de pesca a Montana; aunque dudaba de que se fuera a relajar mucho tan lejos de casa; probablemente, estaría todo el tiempo preocupado por el trabajo. También podía quedarse en casa y hacer unas cuantas cosas que tenía pendientes; sin embargo, con esa solución no estaría muy ocupado y seguro que acababa yendo a las obras.
La posibilidad número tres lo mantendría muy ocupado. Había llamado a Jameson y éste le había contado lo que se necesitaba para el programa de Corazones Rescatados: un establo, un abrevadero, un par de habitaciones más para la casa de Sara, más cercas para traer más caballos durante el verano y un patio cubierto para hacer manualidades y para comer.
Estaba tan ocupado con sus pensamientos que se pasó la entrada del rancho y tuvo que dar la vuelta.
Después, tuvo que dejarle paso a una furgoneta. Jeremy lo saludó desde el asiento trasero del vehículo.
Los demás niños todavía estaban en la pista cubierta, descendiendo de los caballos.
Keith aparcó el camión y se quedó un rato sentado pensando. No podía hacer todo lo que Jameson quería, pero podía darle un buen empujón. Aunque, en realidad, el trabajo no era lo que le preocupaba.
Sara se giró hacia el camión al salir de la pista y lo saludó con el brazo. Él abrió la puerta y salió de la cabina.
Ella se marchó con los niños y estaba tan ocupada amarrando los caballos que no se dio cuenta de que se acercaba.
Sólo mirarla, con una camiseta de tirantes, sus pantalones cortos y los mechones de pelo rozándole la cara…. Las ganas de tomarla en sus brazos eran abrumadoras. Sí antes había pensado que besarla era un error; ahora había comprobado que era mucho peor: el suave sabor de su boca había hecho que no pudiera pensar en otra cosa.
Pero si iba a ofrecerle lo que tenía en mente, tenía que olvidarse de sus besos.
Se apartó un poco para no molestar mientras los monitores ayudaban a los niños a quitar las sillas, las mantas y las bridas. Sara normalmente se quedaba mirándolos, dejando que los niños solucionaran sus problemas ellos solos.
Sintió que lo miraba alguna vez, de reojo, pero mantuvo su atención sobre los niños y los caballos, sin atreverse a conectar con los ojos de ella. Al mirarla la deseaba y pensaba hacer todo lo que pudiera para dejar de sentir aquello.
Por fin, los ayudantes con los niños, desataron los caballos y se los llevaron al prado. Grace no se separaba de Rayo.
—¿Qué tal está el caballo? —preguntó Keith al ver que el animal cojeaba.
—Como siempre; pero se esfuerza por ella.
A Keith, de repente, lo invadió un sentimiento de culpabilidad; aunque Grace no era responsabilidad suya, sabía que podía ayudarla.
—Me gustaría hablar contigo.
Los coches de los padres habían comenzado a llegar.
—Primero, voy a despedir a los alumnos.
Mientras ella hablaba con los padres, Keith caminó hacia el lugar donde ella le había dicho que quería el establo. Cuando se marchó el último coche, ya sólo quedaban su camión y el coche rojo de Dani en el aparcamiento.
Al verla acercarse, con su pelo rebelde revoloteándole alrededor de la cara, la firmeza de sus piernas largas, sus caderas generosas… Se acordó de todo lo que arriesgaba al estar con ella. No sólo por el calor que encendía en él, sino algo más; algo mucho más profundo.
Ella tomó aliento.
—Dani se ocupará de Grace.
—He hablado con Jameson.
Ella lo miró esperanzada.
—¿Sobre Grace?
—No exactamente —le costaba hablar porque sabía a lo que iba a comprometerse—. He accedido a seguir trabajando con el establo y el abrevadero.
—¿Y tu negocio? —se cruzó de brazos y él tuvo que hacer un esfuerzo para no mirarle al pecho.
—Estoy de vacaciones.
—Entonces, Grace…
Él sabía que no tenía escapatoria.
—Yo la traeré.
La cara de Sara se iluminó con una sonrisa y él se obligó a apartar los ojos.
—Gracias. Muchas gracias. Le vendrá muy bien que la sigas trayendo tú ahora que va a quedarse sin Rayo.
Él la miró sorprendido.
—Jameson ha conseguido otro. De hecho, mañana tengo que ir a buscarlo a Sutter Creek; el problema es que nunca he manejado un trailer.
—Yo puedo ayudarte.
Ella lo miró con una sonrisa.
—Te lo agradezco.
Keith miró a Grace, que estaba con Dani atendiendo al caballo. Tenía que llevarla a casa de Linda y luego tenía que ir a ver los precios para los paneles para el establo y la fontanería para el abrevadero. Unos buenos motivos para evitar la verdad: si se marchaba de allí inmediatamente, no corría el riesgo de volver a abrazarla.
El viernes por la tarde, Sara preparó unas latas de refresco, unas manzanas y los sándwiches y se dirigió hacia el aparcamiento para esperar a Keith, que había ido a dejar a Grace en casa de la mujer que la cuidaba.
El día que le esperaba la ponía nerviosa.
Tenía que conseguir pensar en Keith como en otro hombre más, como en un vecino atento. Aunque él no era muy amistoso y los sentimientos que despertaba en ella no tenían nada que ver con el afecto que sentía por sus vecinos.
Con respecto a lo que Keith sentía por ella, no tenía ni idea. Había calor en su mirada y luego estaban aquellos dos increíbles besos que no sabía qué significaban. Y lo que era peor, no tenía ni idea de lo que quería que significaran. Estaba segura de que no quería tener nada con él… ¿o sí? No, no quería tener ninguna relación. Al menos, eso era lo que se repetía constantemente. Pero cuando recordaba sus besos y el calor de su cuerpo le costaba mucho mantenerse firme.
Ni siquiera los recuerdos de Víctor conseguían frenar su corazón cuando se acordaba de las caricias de Keith.
¿Cómo había sido cuando conoció a Víctor? acababa de terminar Psicología y estaba empezando un master en familia. Entre su historia personal y sus estudios, debería haber distinguido a un maltratador.
Pero no se dio cuenta. Quizá hubiera sido porque estaba preocupada con cómo iba a compaginar las clases y el trabajo, por la preocupaciones por Ashley que empezaba un nuevo curso o por los problemas económicos. De hecho, cuando lo conoció en la lavandería, recordaba que estaba contando las últimas monedas que le quedaban. Él le prestó unas monedas para que pudiera acabar con el programa del lavado, mostrándose amable.
La primera vez que la había besado, había ido tan lento que ella no había temido nada. Aunque no habían saltado las chispas, había sido placentero.
Después, cuando había ido un poco más lejos, su lengua le había resultado extraña; pero se lo había achacado a sus propios bloqueos mentales.
Con el beso de Keith hablar de chispas era una manera muy suave de describir las sensaciones que le había provocado. Además, lo deseaba casi con desesperación y no sólo en su boca.
El sonido del motor la devolvió al presente. Se trataba de un todoterreno con un trailer para caballos detrás.
Comenzó a caminar hacia él, decidida a olvidarse de Víctor y sus errores pasados. Tenía que centrarse en el presente, en el caballo que iba a ver y si era apropiado para el programa.
Pero cuando se sentó al lado de Keith en el todoterreno, pensó que el presente era mucho más peligroso que el pasado. El presente incluía sentimientos que no comprendía por un hombre al que no conocía.
Y ya se había dado cuenta de que intentar apartarlo de su mente era imposible.