Capítulo 4

 

Karim!

El grito fue tan angustiado que tenía que ser sincero. Él salió del coche todo lo deprisa que pudo.

–Clementina...

Ella intentaba levantarse, pero se resbalaba y volvía a caerse con un leve gemido.

–¿Qué te duele? – le preguntó él al darse cuenta de que le dolía algo.

–El tobillo.

Ella estaba mordiéndose el labio inferior y él tuvo que desviar la mirada hacia su tobillo derecho para contener las ganas de llevar una mano a su boca para que no hiciese eso.

–Me lo he torcido...

No se veía nada, excepto algo de piel blanca, unos huesos delicados en la base de una pierna esbelta y tentadora... Le pasó la mano por el tobillo, se lo apretó un poco y tuvo que hacer un esfuerzo para sofocar la reacción que lo abrasaba por dentro.

–¿Puedes levantarte?

Él supo que se lo había preguntado con aspereza y ella levantó la barbilla desafiantemente.

–Puedo intentarlo.

No tomó la mano que le había ofrecido él y, tozudamente, se agarró al parachoques mientras se levantaba. Sin embargo, apoyó el peso en el tobillo dañado y soltó un grito de dolor.

–Muy bien... – murmuró él mientras la tomaba en brazos– . Te llevaré adentro.

Karim notó que ella se ponía en tensión y quería resistirse, hasta que se dio cuenta de que no iba a poder hacerlo sola y se relajó entre sus brazos. Él agradeció tener que andar con cuidado por el hielo y por la ventisca, eso hacía que no pensara en la calidez y delicadeza del cuerpo de ella, en el olor embriagador de su piel y en la suavidad del pelo que le acariciaba la mejilla.

Aun así, no supo si se sintió aliviado o molesto cuando entró en la casa y se dirigió a la sala. La tumbó precipitadamente en el sofá sin importarle que pareciera que estaba deseando librarse de su peso. Efectivamente, estaba aliviado, pero no porque pesara demasiado. Había llevado pesos mucho mayores y a más distancia, pero nunca había llevado algo que le acelerara el corazón y le entrecortara la respiración de esa manera, como si hubiese corrido un maratón.

–Te quitaré la bota.

Clemmie se alegró de que no se viera el pulso en el tobillo. Si no, sería evidente el efecto que tenía en ella que él estuviera tan cerca, que estuviera tocándola y que su aliento le acariciara la piel. Las entrañas se le retorcían y tenía los nervios en tensión. Era la primera vez que veía toda su imponente fuerza al servicio de algo muy distinto, de algo delicado y considerado. Cuando la tomó en brazos, notó como si estuviese rodeada por un escudo que la protegía de la tormenta de nieve. Además, estar estrechada contra la calidez de su pecho fue como recibir el abrazo más fuerte y maravilloso que había recibido jamás, y con los latidos de su potente corazón bajo la mejilla. Entonces, solo había sentido calidez, pero, en ese momento, sentía escalofríos y oleadas de un calor abrasador, como si tuviera una fiebre delirante. La sangre le hervía de una forma primitiva y visceral que hacía que perdiera el dominio de sí misma. Nunca había sentido nada parecido y eso la asombró y alteró tanto que se soltó de Karim y se sentó con ganas de salir corriendo.

–Ya lo haré yo misma – replicó ella con indignación para disimular lo que sentía de verdad.

Quería alejarse todo lo posible de Karim, pero se apartó y, sorprendentemente, se encontró perdida, necesitaba mucho la calidez protectora de su cuerpo.

–Puedo hacerlo yo...

Soltarle la bota y sacársela del pie no era un problema, pero ella prefería verlo como un conflicto para no fijarse en la verdadera batalla que se libraba dentro de ella. Tenía el corazón desbocado y la respiración alterada.

–¿Te pasa algo?

Él había oído su respiración y lo había interpretado mal. Sin embargo, ella quería que lo interpretara así, ¿no?

–Estoy bien.

No le sonó convincente ni a ella misma y dejó escapar un leve lamento cuando él le quitó la bota y la tiró al suelo.

–Es posible que sea un esguince, está hinchado.

¡No! Había sido un error. Sus largos dedos estaban acariciándole otra vez el tobillo.

–Creo...

Otro error. Él había levantado la cabeza y la miraba a los ojos. Veía sus pestañas tupidas con una nitidez absurda y también se veía reflejada en lo más profundo de esos ojos increíbles. Además, olía a una mezcla de limón y almizcle que hacía que la cabeza le diera vueltas.

–¿Qué crees?

Él lo había preguntado con la voz ronca y se había pasado la lengua por los carnosos labios. ¿Tenía la garganta tan seca y le costaba tanto tragar como a ella?

–Es posible que se pueda reducir la hinchazón con algo frío.

–Buena idea – él se levantó tan deprisa y con tanta satisfacción que a ella le dolió– . Así podremos salir de aquí.

¿Tenía que dejarle tan claro que lo único que le importaba era ponerse en camino? Evidentemente, se había engañado a sí misma al creer que él podía estar reaccionando ante ella como ella reaccionaba ante él. Una idea necia y disparatada. ¿Qué iba a interesarle de ella a un hombre como Karim, como el príncipe coronado Karim Al Khalifa? Ella llevaba vaqueros desgastados, un jersey y el pelo despeinado y, normalmente, suelto. Ella era más feliz entre libros y cuadros que en los clubs y bares que les gustaban a sus amigos. Ella tenía que llevar su inocencia e ignorancia en lo relativo al sexo opuesto como una señal en la frente y mostrarla ante cualquier gesto inesperado o mirada insinuante. Un hombre como Karim estaría rodeado de mujeres elegantes y sofisticadas. Sería como Nabil, a quien ya habían visto con modelos y actrices, aunque era mucho más joven. Él podía hacer lo que quisiera antes de atarse a un matrimonio que les habían concertado a los dos.

–Guisantes – comentó ella sin disimular el tono brusco– . El congelador...

Pudo señalar con la mano hacia la cocina y él se alejó en esa dirección dándole tiempo para que recuperara el aliento y para que intentara aplacar el corazón.

–Una bolsa de guisantes congelados podría dar resultado.

Él no necesitaba la explicación y ya estaba rebuscando entre las bolsas y recipientes del congelador.

–Si tengo guisantes...

Entonces, se le ocurrió algo y no pudo contener las ganas de reírse que le brotaron en el pecho.

–¿Qué pasa?

Él no lo preguntó en un tono tan enfadado como antes. En realidad, su tono transmitía cierta calidez, ¿o estaba engañándose y eso era lo que quería oír?

–¿De qué te ríes? – insistió él.

–No puedo creerme que estemos intentando encontrar una bolsa de guisantes congelados cuando hay tanta nieve y hielo ahí fuera. ¿No puedes llenar una bolsa y ponérmela alrededor del tobillo?

–Podría servir, pero... – Karim sacó algo del congelador– . No son guisantes, pero estoy seguro de que los granos de maíz tendrán el mismo efecto. Tienes muy poca comida en el congelador – siguió él mientras se acercaba para agacharse al lado de ella.

–Estaba acabándola, estaba preparándome para mudarme a... Rhastaan... ¡Ay!

Él le había puesto la bolsa helada en el tobillo con una falta de delicadeza sorprendente, justo lo contrario que hasta ese momento.

–¿Te ha dolido?

Clemmie negó con la cabeza y con miedo de que sustituyera el maíz congelado por ese contacto cálido, perturbador y peligroso de sus manos.

–No, me ha sorprendido el frío, pero estoy segura de que ayudará.

–Más vale que ayude porque tenemos que marcharnos de aquí.

Parecía como si el rato que había tardado en rebuscar en el congelador le hubiese helado el alma, pero lo más probable era que ella hubiese dado rienda suelta a su imaginación cuando creyó que había captado cierta calidez que le suavizaba el tono.

–No estarás pensando en salir esta noche. ¿Te has vuelto loco? ¿Alguna vez has conducido en condiciones como estás?

–Ya he vivido y conducido en Europa antes.

Sin embargo, Karim tuvo que reconocer que nunca había conducido en medio de una ventisca como aquella. En circunstancias normales, se quedaría donde estaba, pero esas circunstancias no eran normales. La situación en la que lo habían metido su padre, Nabil y Clementina no tenía nada de normal, y su reacción a ella tampoco tenía nada de normal. Le despertaba una voracidad que le atenazaba las entrañas. ¡Maldita fuese!

Se levantó y dejó de mirarla mientras ella sujetaba la bolsa alrededor el tobillo. No podía soportar ver cómo se mordía el labio con preocupación ni la inesperada vulnerabilidad de sus ojos, era algo que lo dejaba sin dominio de sí mismo. Era un estúpido, se dijo mientras se dirigía hacia la puerta. Debería haberlo sabido, y lo sabía, pero convencerse de que eso no iba a suceder le costaba cada vez más. Hacía demasiado tiempo que no estaba con una mujer. Eso también era parte del caos en el que se había convertido su vida durante los últimos seis meses, de esa versión inversa de lo que había sido su existencia y de lo que nunca volvería a ser.

Quizá recuperara el sentido de la realidad mientras estaba fuera intentando arrancar el coche otra vez. El frío, el viento y la nieve tendrían que enfriarle la sangre y esperaba que para siempre. Cuando la miró a los ojos y vio el tono violeta oscuro, una oleada abrasadora le arrasó los sentidos y le derritió el cerebro. Había sido tan fuerte que se había olvidado por un instante de quién era ella y de por qué estaba él allí. Había conseguido que se diese cuenta de que había dejado a un lado sus necesidades para ocuparse de otras cosas. En ese momento, esas necesidades volvían como un alud y en la forma de una mujer que era la última persona del mundo hacia la que podía sentir eso.

La nieve se arremolinó alrededor de su cara en cuanto abrió la puerta y se protegió con las manos. No podía ver casi a través de la cortina blanca, pero tampoco pensaba darse la vuelta. Esa resistencia al frío y ese esfuerzo eran los únicos antídotos que se le ocurrían contra la impotencia que se adueñaba de él. ¿Hasta cuándo?

Clemmie no podía luchar contra la inquietud que la dominaba desde que Karim había desaparecido por la puerta y la había cerrado dando un portazo. Tenía que saber lo que estaba pasando y cuándo iban a ponerse en camino. Estaba anocheciendo y la habitación estaba oscura, pero había intentado levantarse para encender la luz y había tenido que dejarse caer en el sofá otra vez por el dolor en el tobillo. Sin embargo, tendría que intentarlo otra vez si las cosas seguían así. También empezaba a hacer frío y estaba quedándose helada ahí sentada.

Iba a intentar levantarse otra vez cuando la puerta se abrió de par en par y Karim apareció en el recibidor. Un Karim que se parecía más a un muñeco de nieve que a una persona.

–¡Por fin! – exclamó ella– . ¿Vamos a marcharnos?

Era inevitable, para eso había ido él, para llevársela a Rhastaan. Aun así, no podía permitir que el dolor que la atenazaba por dentro le hiciera pensar en lo que sentía por tener que iniciar ese viaje hacia una vida que no había elegido, aunque sí había sabido que sería la suya. Además, iba a dejar allí al único familiar verdadero que había conocido. Su padre no contaba porque siempre la había considerado una marioneta para sus maniobras políticas y su madre la había abandonado sin mirar atrás.

–¿Me pongo el abrigo?

Si le había temblado la voz, él lo habría atribuido a que estaba intentando levantarse. Ni ella entendía por qué se le había alterado el pulso al darse cuenta del contraste entre la nieve y el poder sombrío que transmitía el resto del cuerpo de Karim, de su imponente figura en el marco de la puerta iluminada por la luz que colgaba del techo.

–No.

Lo dijo en un tono tan frío y cortante como el viento que entraba por el recibidor y acababa con la poca calidez que quedaba en la habitación. Se estremeció, pero no fue solo por una reacción física. ¿Dónde estaba el hombre que se había reído con ella por la bolsa de maíz congelado?

–Pero había pensado que...

–No pienses – le interrumpió él tajantemente.

Se quitó el chaquetón cubierto de nieve y golpeó el suelo con los pies haciendo un ruido amenazante.

–Tampoco digas nada salvo que tengas alguna idea brillante para mover un par de metros ese montón de chatarra al que llamas «tu coche».

–¡No es un montón de chatarra! – se indignó ella– . No todos podemos tener un lujoso todoterreno.

Su coche sería viejo y estaría un poco destartalado, pero era suyo y había significado su libertad cuando más la había necesitado.

–Tú habrías podido si hubieses querido, si te hubieses quedado con tu padre en Rhastaan, como la reina de Nabil...

Eso si Nabil le hubiese permitido conducir, se dijo a sí misma. Aunque joven, él era lo bastante tradicional como para querer que su esposa solo saliese a la calle con una acompañante o con él mismo. Las mujeres de Rhastaan no habían podido conducir durante el reinado de su padre, ¿se lo permitirían después?

–Ahora me pregunto por qué... – ella se calló cuando cayó en la cuenta de algo preocupante y perturbador– . ¿Mi coche no se mueve?

–Ni un centímetro. Como mi coche está detrás, nosotros estamos atrapados. A no ser que consiga que vengan a rescatarnos de un garaje. ¿Tienes el número de alguno?

Él señaló el anticuado teléfono que había en la mesa del recibidor y a ella se le cayó el alma a los pies.

–Eso no servirá de nada. Di de baja la línea como parte de los preparativos para marcharme. He estado confiando en mi móvil aunque no se pueda confiar mucho en la cobertura.

Sacó el teléfono del bolsillo, miró la pantalla y se lo entregó con un gesto de decepción.

–Nada. ¿El tuyo? ¿La tableta? Estaba funcionando cuando llegué.

Él pasó el pulgar por su móvil, pero con el mismo resultado. No había ni una sola barra de cobertura, lo mismo que le pasaba a la tableta.

–Tampoco hay conexión a Internet. Esta tormenta ha arrasado con todo. Así que, por el momento, estamos prisioneros hasta que algo cambie.

Ella deseó que no hubiese empleado la palabra «prisioneros». Sonaba demasiado aterradora en un momento como ese, cuando estaba aislada en esa casa de campo diminuta con un hombre tan sombrío e inflexible como Karim Al Khalifa.

–Entonces, ¿qué...?

Iba a preguntarle qué más podía pasar, pero, justo en ese momento, la luz que iluminaba el recibidor parpadeó, dio un chasquido y se apagó.

–¡Karim! – exclamó ella en la oscuridad.

Gritó su nombre con pánico y llevada por un instinto que le había brotado de un lugar profundo e inesperadamente primitivo. La oscuridad era casi impenetrable y el único atisbo de luz llegaba por la que se reflejaba en la nieve al otro lado de la ventana. Intentó levantarse del sofá y resopló con dolor cuando se apoyó en el tobillo lesionado.

–Estoy aquí.

Él encendió la pantalla de su móvil y la dirigió hacia su propia cara, que apareció entre unas sombras grotescas. Sin embargo, ella nunca se había alegrado tanto de ver a alguien. Esa casa de campo, que siempre había sido segura y su hogar, en ese momento le parecía algo completamente distinto. La realidad se había adueñado de su refugio y había sido Karim quien había introducido esa realidad, ese mundo. Aun así, le parecía que podía acudir a él y se alegraba de que estuviese allí. El día anterior, sin ir más lejos, había invadido su vida y la había alterado, pero sin él se habría encontrado perdida en un mar tan desenfrenado como la tormenta que azotaba fuera. Karim le parecía casi como parte de esa tormenta. Era severo y vigoroso como una criatura indomable que había surgido de la noche y que llenaba la pequeña casa con su imponente presencia. Era extraño que su piel dorada, su nombre y su acento llegaran de una tierra soleada y calurosa, pero, aun así, allí, en la oscuridad de esa ventisca incontrolable, tenía una fuerza que parecía comparable a la de los elementos. Ese era su hogar y él era un intruso, pero agradecía su mera compañía física en medio de la oscuridad y el frío.

–Se ha ido la luz... – era una sandez y algo evidente, pero fue lo único que se le ocurrió– . ¿Estás seguro de que no podemos salir de aquí esta noche?

–Completamente.

Había comprobado los interruptores y los enchufes para cerciorarse de que no era la bombilla o algún cable del recibidor.

–¿Tienes una linterna? – le preguntó él con los dientes apretados para no mostrar su enojo– . ¿Tienes velas? Yo tengo que conservar la batería del móvil.

–Encontrarás velas en el armario que hay encima del fregadero. Mi linterna está en el coche.

Ella había pensado que podría necesitarla durante el viaje para visitar a Harry, no cuando estuviese a salvo en su casa. Tuvo que hacer un esfuerzo para quedarse donde estaba mientras él se dirigía a la cocina y rebuscaba en el armario. Estaba alterada por todo lo que había pasado y, a pesar del tobillo dolorido, estaba tentada de ir a su lado y rodearlo con los brazos, de sentirse abrigada por su fuerza como pasó cuando la tomó en brazos. Solo se lo impidió la sensación de que traspasaría una línea invisible y se arriesgaría a... ¿A qué? A una reacción increíblemente física, a un rechazo inmediato, lo más probable, o a que la apartara con condescendencia y cuidado para que pudiera seguir con la tarea en la que estaba concentrado, lo cual, sería peor todavía. No podría soportar esa humillación y fue más que suficiente para que se quedara donde estaba a pesar del anhelo que le atenazaba las entrañas.

Oyó el ruido de una cerilla al encenderse en la cocina, vio un leve resplandor y la llama de una vela llevó algo de luz a la oscuridad.

–No hay candelabros.

–No, pero podemos ponerlas en platos – replicó Clemmie mientras se dirigía con cuidado a la cocina.

Afortunadamente, el armario de los platos y las tazas estaba en el extremo opuesto de la cocina y no corría el peligro de tocarlo mientras tanteaba para encontrar el camino. Sin embargo, sí podía ver ese rostro impresionante iluminado por la vela y podía oler su piel y su pelo que se secaba. Incluso, podía ver unos diminutos copos de nieve que colgaban de las pestañas como diamantes en miniatura y deseó retirárselos con la lengua... ¿De dónde había salido una idea así? El asombro hizo que dejara los platos en la encimera con una fuerza injustificada. Nunca se había sentido así por nadie o, mejor dicho, nunca se había sentido así, punto.

–Cuidado...

Curiosamente, la advertencia de Karim tuvo cierto tono comprensivo y burlón, como si supiera lo que estaba pasando por la cabeza de ella y eso hizo que las manos le temblaran cuando fue a tomar otra vela. Para su espanto, calculó mal y dirigió la mano hacia la vela que sujetaba él y no hacia las velas apagadas que tenía en la otra mano. Además, el tobillo se le torció otra vez por ese movimiento tan torpe y se tambaleó hacia él.

–¡Cuidado!

Esa vez, cualquier atisbo de comprensión burlona había desaparecido y el tono cortante hizo que sintiera un escalofrío. Un escalofrío que se mezcló con una descarga eléctrica cuando su mano se cerró alrededor de la que sujetaba la vela. Fue imposible que no pensara en la forma larga, dura y que podía transmitir ese calor.

Intentó recuperar el equilibrio, pero lo miró a los ojos y vio una oscuridad que no se debía a las sombras que los rodeaban, vio un brillo que no era el reflejo de la vela que había entre ellos. Sin embargo, mientras estaba a punto de caerse, él reaccionó con rapidez y tiró la vela en el fregadero para que no cayera cerca, aunque ella cayó directamente entre sus brazos. Eso, en medio de la oscuridad otra vez, fue más de lo que se había imaginado, mucho más de lo que había esperado. Tenía la cara sobre su pecho, olía su piel y sentía el calor y la fuerza de su cuello en la frente. Oyó que tomaba una bocanada de aire, notó que tragaba saliva y deseó poder hacer lo mismo para dejar de tener la boca seca y no atragantarse.

La agarró para que no se cayera y se quedó sin respiración cuando sus poderosas manos le abrasaron los muslos y la cintura. Habría podido jurar que esa manos la estrecharon contra él y que no habría podido soltarse aunque hubiese querido. Sin embargo, la posibilidad de soltarse no se le había pasado por la imaginación. El corazón le latía a un ritmo alarmante y la sangre le palpitaba en los oídos, pero el pulso de Karim seguía tan inmutable como si hubiese agarrado una escoba en vez de a una mujer viva y coleando. Aun así...

–¿Lo intentamos otra vez?

El tono sarcástico fue evidente, la agarró de los brazos con una rigidez casi brutal y la apartó como si, de repente, le pareciera que ese contacto podía contaminarlo. Ella pudo notar que no le costó nada soltarla y que su voz transmitía una indiferencia serena. Sin embargo, había estado estrechada contra él durante un segundo y había podido captar que él también había sentido algo. No podía negar la dura y ardiente evidencia de su cuerpo aferrado al de ella, la evidencia de una voracidad carnal que no podía pasar desapercibida ni a una virgen con tan poca experiencia con los hombres como ella. Podría y debería haberla asustado, pero le produjo una emoción palpitante por todo el cuerpo.

–Karim...

Ella no supo, ni le importó, si había sido una pregunta, una queja o una incitación. La cabeza le flotaba y todas las células del cuerpo parecían estar en llamas solo de pensar que ese hombre, un hombre así, podía desearla. Sentía un anhelo como nunca había podido imaginarse que fuese posible, el calor y la humedad brotaban en lo más profundo de su ser y esperaba...

Sin embargo, él estaba inclinándose para recoger la vela. Se dio la vuelta y se acercó los platos, sin pensar en ella, antes de tomar la caja de cerillas. Había vuelto a la tarea y estaba frío y distante otra vez, tanto que empezó a pensar que se había imaginado cualquier otra reacción. ¿Estaba tan ávida, como si fuese una colegiala que se enamoraba por primera vez, que se permitía soñar que el hombre más devastador que había conocido podía desearla precisamente a ella?

La luz de las velas fue disipando la oscuridad y tuvo la sensación de que la realidad se burlaba de ella por engañarse. Cuando una llama iluminaba una parte de la habitación, también proyectaba más sombras sobre otra y hacía que fuese tan impenetrable como el rostro de Karim. Además, podía comprobar que el ambiente había cambiado física y mentalmente.