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Por fin ha llegado la víspera de la gran final.

Tino ha presentado el partido de desempate que se celebrará mañana con un número especial del MatuTino, lleno de cifras y hechos curiosos. Sobre la foto de un campo de fútbol ha dibujado las formaciones probables y ha confeccionado una ficha de cada jugador, donde se informa sobre su fecha de nacimiento, peso, altura, partidos que ha disputado, goles que ha marcado y aficiones.

Quien aún no lo sepa puede descubrir que el Gato está enamorado de su violín, que a las gemelas les gusta pintar, que Bruno adora a los animales, que Elvira siente pasión por la fotografía y que a Becan de mayor le gustaría trabajar de camarero en un restaurante de lujo…

En la segunda hoja se reproducen las entrevistas a los dos entrenadores. Basta con leerlas para comprobar lo distintos que son.

Gaston Champignon confía ante todo en asistir a un partido interesante y correcto, que divierta a los chicos y a los espectadores que acudan al Vicente Calderón.

Charli solo piensa en ganar: «Porque si pierdo por tercera vez en la misma temporada contra los Cebolletas, dimitiré como entrenador. Para mí, el lema “Lo importante es participar” solo es válido cuando se refiere a las ceremonias de entrega de premios. El que practica un deporte solo debe pensar en ganar y derrotar a su enemigo a cualquier precio. Es lo que haremos el domingo en el Vicente Calderón».

Como sabes, en el vocabulario de los Cebolletas no existe la palabra «enemigo». Los adversarios son amigos que visten una camiseta distinta, sin los que resultaría imposible divertirse, así que siempre les dan las gracias al final de cada partido.

Cuando Charli dice que tiene la intención de ganar el desempate «a cualquier precio», no te puedes ni imaginar hasta dónde es capaz de llegar. Pero pronto lo sabrás…

Vayamos al cuartel general de los Tiburones Azzules y podrás hacerte una idea.

Charli y sus pupilos observan a Pedro mientras alinea las figuras del juego Subbuteo sobre el tapete verde que ha extendido encima de la mesa del vestuario. Solo faltan Fidu y Ángel. Y no es por casualidad…

—Esta es la formación con la que saltarán al campo los Cebolluchos mañana por la tarde —explica el capitán de los Zetas—. Champignon la dibujó en la pizarra y nosotros conseguimos verla desde un balcón con la ayuda de unos prismáticos.

—Estupendo trabajo, chicos —les felicita David, el enorme defensa de los Zetas.

—No solamente conocemos los titulares —prosigue Pedro—, sino que hemos descubierto sus tácticas dirigiendo los prismáticos a los labios del cocinero.

—¿Cómo quieren jugar? —le azuza enseguida Charli.

Pedro coge las figuras que representan a Becan y João y las dirige hacia los banderines.

—Nos van a atacar por las bandas, porque el campo del Calderón es muy ancho y así podrán ganarnos la espalda más fácilmente. No lo harán solo con los extremos, sino también con las gemelas, que subirán a menudo al ataque. Y cuando los extremos o los laterales estén cansados, Champignon los cambiará por los reservas, para seguir acosándonos por las bandas.

Charli observa el Subbuteo y se toca la coleta, como hace siempre que está nervioso.

—Es una estrategia astuta, porque nuestra alineación será 4-3-3, es decir, que solo tendremos tres centrocampistas y nos costará proteger el campo a lo ancho. Sus extremos encontrarán huecos para colarse y bombear balones al área.

—Y cuando lo hagan —prosigue Pedro—, además de Tomi se abalanzarán sobre ella el extremo que no haya centrado y Bruno o Aquiles, desde el centro del campo.

Charli sigue acariciándose la coleta y observando el campo en miniatura sin decir nada.

—¿Cómo podemos responder a este plan, míster? —pregunta César.

El entrenador de los Zetas coge una figura del ataque y la hace retroceder hasta el centro del campo.

—Así, por ejemplo. Utilizaremos la alineación 4-4-2 para formar un dique de contención de cuatro jugadores. A sus extremos les costará más abrir huecos.

—O podríamos cerrar esos pasillos de otra forma… —sugiere Pedro con una sonrisita que no augura nada bueno—. La idea me la dio el empollón de Nico cuando me habló de Napoleón y las antiguas batallas navales…

Los compañeros lo escuchan con atención y al final intercambian miradas de perplejidad.

—¿No es peligroso? Si nos pillan… —pregunta Vlado, inquieto.

—A lo mejor, pero se puede probar —contesta Charli, con una sonrisa muy parecida a la de su hijo.

—Por favor —ordena Pedro—, no le digáis nada a Fidu y Ángel, que podrían contárselo a los Cebolletas. Esta vez serán ellos los que se queden pasmados por la sorpresa.

¿Qué se les habrá ocurrido a los dos coletas?

Pronto lo descubriremos.

Vayamos mientras tanto a la parroquia de San Antonio de la Florida, donde, por una vez, las funciones se han invertido: Rafa se está entrenando mientras el resto del equipo lo mira desde el borde del campo.

El Niño está haciendo la prueba decisiva para saber si podrá participar en la finalísima.

—¡Fabuloso, puede correr! —exclama João.

—Sí, pero cojea —puntualiza Nico—. Se nota que todavía le duele el pie cuando lo apoya en el suelo.

Al cabo de unas vueltas al campo, el italiano se pone a pelotear en el centro y luego se acerca a una portería y hace algunos disparos.

—¿Qué tal? —pregunta Tomi en cuanto Rafa se acerca al borde del campo.

—Esperaba que iría un poco mejor —admite el Niño—, pero cuando corro y disparo con la derecha todavía me duele.

—¿O sea que no hay nada que hacer para mañana? —pregunta decepcionado Becan.

—Todavía queda una noche —contesta el italiano para animarse—. Además, pase lo que pase estaré en el banquillo. Si os hace falta un espantapájaros cojo, podéis contar conmigo…

Los Cebolletas se esfuerzan por sonreír mientras siguen a Rafa, que se dirige cojeando hacia el vestuario para cambiarse.

—Yo también venir en banquillo, amigos, ¿verdad? —pregunta Issa, que añade de inmediato para tranquilizar a sus compañeros—: ¡Pero prometo no entrar nunca en campo!

Echan todos a reír, mientras Tomi se levanta del banquillo y saluda a sus amigos.

—Chicos, tengo que ir a casa a prepararme. Esta tarde salimos para Sigüenza. Nos vemos mañana por la tarde.

—Por favor, capitán, nada de tonterías —salta Sara—. Ya tenemos a un delantero cojo, si no vuelves a tiempo, ¿quién meterá los goles?

A última hora de la tarde, cuando refresca un poco, los Cebolletas bajan la red de balonvolea y organizan un partido de fútbol-tenis.

—Yo voy con Lara, así nos iremos compenetrando —propone el brasileño—. Mañana tendremos que atacar juntos por la banda izquierda.

—Vale, entonces yo juego con Sara —aprueba Becan—. ¡Así seremos la banda derecha contra la banda izquierda!

Cuando juegan a la vez Becan y João siempre se acaban retando.

João lanza la pelota del otro lado de la red. Sara la deja rebotar y la levanta con el muslo para Becan, que se la devuelve de un cabezazo. La gemela le atiza fuerte con la cabeza y la envía al campo contrario.

Lara debe lanzarse en plancha para impedir que el balón dé dos botes.

—¡Muy bien! —la felicita João, que se abalanza sobre la pelota de la gemela y la manda del otro lado de la red con una media chilena. Esta vez, Becan y Sara no la interceptan.

¡Un punto para Lara y João!

Hacia las ocho de la tarde, Armando carga en su coche los trajes para la ceremonia. Antes de salir hacia Sigüenza, Lucía se despide de su sobrina Clementina.

—Por favor, si Fernando va demasiado rápido, recuérdale que no es Jorge Lorenzo.

—No te preocupes, tía —la tranquiliza Clementina—. Cuando me lleva de paquete, conduce con prudencia… Nos vemos en Sigüenza. ¡Buen viaje!

Clementina y su novio Fernando también han sido invitados a la boda. Saldrán en moto después de cenar, porque el hermano de Pedro tiene que acabar de reparar el motor de un coche en el taller de su padre.

En la autopista el tráfico es intenso, pero fluido, y poco antes de las diez Armando puede señalar satisfecho una villa medieval erigida en torno a una catedral.

—Ahí está Sigüenza, hemos llegado. ¿Has visto, capitán? Nos ha costado menos de dos horas. Mañana jugarás tu final y si metes la gamba, no me eches la culpa a mí.

Tranquilizado por el viaje, Tomi sonríe y observa encantado las antiguas murallas y torres de esta ilustre villa medieval que ha conservado toda su capacidad de fascinación con el paso del tiempo. «Quién sabe qué me contaría el sabelotodo de Nico de este pueblo», piensa el capitán, mientras recorre las callejuelas empedradas de la villa.

Simón espera a los huéspedes a la puerta del hotel y abraza a Armando.

—¡Bienvenido, hermanote! Has llegado prontísimo.

—Por fuerza, hermanito —responde Armando—. No hay tiempo que perder. Solo dispongo de una noche para intentar que recapacites. No puedes imaginar qué infernal es la vida de casado…

Lucía le lanza una mirada furibunda con los brazos en jarras.

—¡Casarte conmigo ha sido la única cosa sensata que has hecho en tu vida!

Todos sueltan una carcajada. Simón abraza luego a Lucía y a Tomi.

—¿Cómo ha ido la liga, capitán? Cuéntamelo todo ahora mismo.

—Todavía no ha acabado, tío —responde Tomi—. Hemos quedado empatados en el primer puesto y mañana a última hora de la tarde jugaremos el desempate en el Vicente Calderón.

—¿En el Calderón? —repite Simón—. ¿Mañana por la tarde te juegas la liga y has venido hasta aquí? ¡Tenías que haberte quedado en casa descansando!

—Tu boda es más importante que mi liga —replica el delantero—. Estoy encantado de asistir a tu fiesta. Además, mañana por la noche ganaremos igualmente.

Simón coge a Tomi por las caderas y lo levanta como si fuera una copa.

—Gracias de todo corazón, campeón. Pero, por favor, ¡mañana no te empaches comiendo pasteles! Pediré que te preparen un menú especial para atletas.

La ceremonia es hermosísima y conmovedora.

La esposa llega sobre una carroza tirada por cuatro caballos blancos. Simón, emocionado, la espera a la puerta de la catedral. Después de lanzar el arroz y fotografiar a los recién casados, los invitados se dirigen al jardín de una gran villa, donde se han preparado las mesas para la comida, a la sombra de un gran emparrado.

Tomi se pone nervioso hacia las tres y media de la tarde. Los camareros solo han servido el primer plato. A las cuatro llega la última ración del segundo.

—Papá, a lo mejor tendríamos que irnos.

—¡No te irás a levantar antes de que los esposos corten el pastel! —replica Armando—. Sería de mala educación.

—Pero si esperamos al pastel se harán las cinco y no llegaremos a tiempo para el partido… —insiste el capitán, preocupado.

—Tranquilo, el pastel está a punto de llegar. Con que estemos a las cinco en el coche llegaremos y faltará más de una hora para la gran final —asegura Armando, que se ha colocado en un extremo de la mesa, ha pedido a los camareros dos tapas de cazuelas y las está entrechocando como si fueran sus platillos, provocando las risas de todos los invitados.

De todos menos Tomi, que echa un vistazo al reloj cada cinco minutos.

Más o menos a la misma hora, Charli, Pedro y César están delante del Vicente Calderón, mezclados con los curiosos y aficionados.

—Todas las puertas están cerradas todavía —observa Pedro.

—Mejor —responde Charli—, eso quiere decir que dentro no hay nadie.

—¿Y cómo vamos a entrar? —pregunta César.

—Saltando —explica el entrenador de los Tiburones Azzules—. Aquí podríamos hacerlo, por ejemplo. La pared es bastante baja. Pedro, ya sabes lo que tienes que hacer. Entra tú solo.

Los tres miran a su alrededor para comprobar que nadie los está mirando. El capitán sube a hombros de su padre y con un poco de dificultad se cuela por una de las puertas. Atraviesa el pasillo que rodea el campo, se detiene al borde y sonríe satisfecho, porque ha encontrado lo que andaba buscando.

Ya puede poner en práctica el diabólico plan que le ha sugerido Napoleón.