TABLA GRATULATORIA
Crear mundos, personajes e historias utilizando las palabras como herramientas es una actividad que sólo puede llevarse a cabo en soledad y, en mi caso, además, en silencio y por la noche. Sin embargo, con la luz del sol, necesito a mi alrededor a todas esas personas que, conmigo, comparten este hermoso e increíble proceso que es escribir una novela. Sería, pues, muy egoísta por mi parte ignorar públicamente su colaboración y hacer creer a los lectores que soy la única que está detrás de la obra que ahora tienen entre sus manos. De modo que, en primer lugar, quisiera dar las gracias a Patricia Campos por su incansable apoyo, por leer todos los días lo poco o mucho que iba escribiendo y por releer el texto todas las veces que hiciera falta sin quejarse nunca, ofreciéndome acertados comentarios, críticas y sugerencias. En segundo lugar, a José Miguel Baeza, por su inestimable auxilio en las traducciones de griego y latín y por ser el mejor documentalista del mundo: es capaz de encontrar el dato más extraño en el libro más extraño. En tercer lugar, a Luis Peñalver, concienzudo y meticuloso corrector de estilo, argumento y datos históricos; el crítico más duro que puede tener un escritor. No contaré detalles de hasta dónde es capaz de llegar, pero todos los que aparecen en esta página conocen inolvidables anécdotas que nos han hecho reír a carcajada limpia. En cuarto lugar, a esas personas que, con una fidelidad asombrosa, iban leyendo la novela en fascículos y me servían tanto de laboratorio experimental (si ellas no podían resolver ciertas cosas, tampoco podría el lector) como de estímulo constante: Lorena Sancho, Lola Gulias (de la Agencia Literaria Kerrigan) y Olga García (de Plaza & Janés).
Y, por último, sin que esta posición en el ranking suponga una menor importancia sino todo lo contrario, mi agente (o agenta, como yo la llamo), Antonia Kerrigan, una persona en la que confío ciegamente porque, si hoy estoy escribiendo esta tabla de agradecimientos y si los lectores tienen este libro entre sus manos es gracias a ella, a su fe en mí y a su energía a la hora de apostar y luchar por mis novelas.
No podría de ninguna manera terminar esta página sin mencionar a mi editora preferida, Carmen Fernández de Blas. Dicen que las dos cosas más personales que tiene un autor son su agente y su editor. Pues bien, es cierto: Carmen ha sido mi editora desde que publiqué mi primera novela y siempre la consideré como tal aunque los azares del mundillo editorial giren como norias y ella ahora cuide, mime y proteja a otros autores como me ha cuidado, mimado y protegido a mí durante su magnífica etapa en Plaza & Janés. Vaya por delante que pienso seguir llamándola «mi editora» por los siglos de los siglos. Amén.