ARGUMENTO DEL PS. ASCONIO
El año del consulado de Gneo Pompeyo, por primera vez, y de Gayo Craso, Gayo Verres, hijo de Gayo Verres, tras haber desempeñado la cuestura, una legación y la pretura urbana, teniendo un hijo todavía menor de edad y una hija ya casada, casado él también, había sucedido en Sicilia al pretor Gayo Sacerdote y, tras gobernarla y residir en ella a lo largo de un trienio, por no haber ido Arrio a sucederle, y habiéndose comportado en ella a capricho, con codicia y crueldad, al relevarle, por fin, en la propia provincia Metelo, fue demandado por concusión por parte de los sicilianos. Todos éstos, a excepción de los siracusanos y mamertinos, empujaron a Marco Tulio, a la sazón en el candelero por sus defensas de personas amigas, a rebajarse a acusador, por hallarse ya de antes estrechamente vinculado a ellos, pues había sido en Sicilia cuestor cuando Sexto Peduceo y porque, al marcharse, en aquel discurso que pronunció en Lilibeo, les hizo muchas promesas de buena voluntad. Añadióse a estos motivos el hecho de que no iba a ser de poca monta una victoria sobre Verres, dado que lo defendían los Mételos, Escipiones y muchos otros personajes de la nobleza y, sobre todo, el propio Hortensio, el primero, sin duda en el senado por su renombre y campeón de las defensas en el foro por su elocuencia, a la vez que cónsul designado junto con Quinto Metelo, hermano de los Mételos: uno de ellos, pretor de Sicilia; otro, de Roma. Así las cosas, salió Quinto Cecilio Nigro —natural de Sicilia y cuestor de Verres y, según decía él, enemistado con éste—, el cual pretendía que era conveniente nombrarle acusador más bien a él, aduciendo las razones siguientes: la primera, que había sido perjudicado por él y que, debido a ello, con motivo le era enemigo; la segunda, que, como había sido a la sazón su cuestor, había también conocido personalmente los delitos de Verres; la tercera, que actuaría en favor de los sicilianos, como siciliano que era. A este tipo de propuestas, Cicerón, edil designado, replica con estos puntos: que conviene que el acusador sea uno que, sin desearlo, se ve obligado a serlo por deber de conciencia; a petición de todos los sicilianos; que actúa según el interés de la república; al que quieren los que acusan; al que teme el acusado; que es apto para ello por su elocuencia e imparcialidad, y que lo realiza según el ejemplo de los antepasados. Dos partes principales: la primera, sobre sí mismo; la segunda, sobre la competencia entre él y Cecilio.
Este discurso se titula «Adivinación» porque no se indaga sobre un hecho —en tal caso, se emplea la conjetura—, sino sobre el porvenir —en lo que consiste la adivinación—: quién debe acusar. Otros creen que se titula «Adivinación» porque los jueces en un pleito de esta clase entran sin prestar juramento y pueden tener formada la opinión que bien les parezca sobre una y otra; parte; otros, que porque el litigio se ventila sin testigos ni documentos, esto es, que, prescindiendo de ellos, los jueces se atienen a sólo los argumentos y, por decirlo así, adivinan.
Atañe, en efecto, a un proceso en juicios senatoriales, objeto de aversión por parte del pueblo, debido a la corrupción de muchos; después de haber vejado a todas las provincias, y cansados ya los aliados del pueblo romano en todos los países del mundo; desprestigiados los acusadores por sus prevaricaciones; en medio de las exigencias, por parte de la plebe, de juicios a cargo del; orden ecuestre, que unos diez años atrás había suprimido Sila tras su victoria; instruyendo los procesos por concusión el pretor Manio Glabrión, y actuando como jueces todos los peces más gordos del orden senatorial; y en medio de la máxima expectación de todo el mundo.
Tipo de litigio no infamante; tema: calidad práctica comparativa acerca de nombramiento de acusador: cuál de los dos ha de ser acusador principal o único; en efecto, Cecilio alega que Verres debe ser acusado o por él o contando también con él.
1 Tal vez alguno de vosotros, jueces, o alguien de los presentes se extrañe de que yo, que durante tantos años he intervenido en causas y juicios públicos[1] defendiendo a muchos y no atacando a nadie, ahora, cambiadas de repente mis inclinaciones, descienda a actuar como acusador; pero cuando conozca el motivo y la razón de mi decisión, aprobará lo que hago y, al tiempo, considerará, sin duda, que ningún acusador debe serme antepuesto en esta causa.
Por haber estado como cuestor en Sicilia, jueces, y 2 haber abandonado esa provincia en tales circunstancias que dejaba a todos los sicilianos una grata y duradera memoria de mi cuestura y de mi nombre, han creído que, además del valioso amparo de sus numerosos y tradicionales patronos[2], ha surgido en mí otro defensor de sus intereses nada despreciable.
Conque ahora, saqueados y maltratados, han acudido todos repetidas veces ante mi presencia de forma oficial, para que asuma la causa y la defensa de todos sus bienes. Dicen que con frecuencia les había prometido y manifestado en público que, si llegaba un momento en el que necesi3taran de mí, no dejaría desasistidos sus intereses. Añaden que ha llegado el momento de que defienda no ya sus intereses, sino la vida y la salvación de toda la provincia, que ya no tienen en sus ciudades ni dioses a los que acogerse, porque Gayo Verres ha sustraído sus más santas imágenes de los santuarios más venerados[3]; que los desafueros que habría podido perpetrar la lujuria personificada en materia de acciones deshonestas; la avaricia, en actos de rapiña; la soberbia, en hechos ultrajantes, todos ellos los han soportado bajo la sola pretura de éste durante un trienio. Me piden y me ruegan que no desdeñe a unos suplicantes que no sería procedente que lo fueran ante nadie más, mientras yo esté sano y salvo.
2, 4 Para mí, jueces, ha sido difícil y penoso verme llevado a un punto tal que, o frustraba las esperanzas de gente que había solicitado mi apoyo y auxilio, u, obligado por las circunstancias y el sentido del deber, me convertía en acusador, yo que me he entregado a la tarea de defender a las personas desde mi más temprana juventud.
Yo les decía que disponían como acusador de Quinto Cecilio, sobre todo porque había sido cuestor después de serlo yo en la misma provincia. Pero el recurso con qué esperaba liberarme de este compromiso resultaba ser el principal obstáculo para mis intenciones. En efecto, me habrían relevado de este cometido mucho más fácilmente Si no le hubieran conocido a él y si no hubiera sido su cues5tor. Me siento obligado, jueces, por voluntad de servicio, por lealtad, por misericordia, por el ejemplo de muchos hombres de bien, por la antigua costumbre y regla de nuestros antepasados, a pensar que el peso de este deber y de esta carga debo asumirlo no en mi interés, sino en el de otras personas muy allegadas a mí.
En este asunto, con todo, me consuela una circunstancia, jueces, y ello es que lo que parece ser una acusación mía, no debe estimarse como acusación, sino más bien como defensa. Defiendo, desde luego, a muchos hombres, a muchas ciudades, a toda la provincia de Sicilia.
Por este motivo, porque no he de acusar más que a una sola persona, me parece que conservo mi modo de actuar y que no me aparto en absoluto de defender y ayudar a mis semejantes. Pero, aunque no tuviera este motivo 6 tan justificado, tan noble, tan importante, o aunque los sicilianos no me lo hubieran pedido, o no mediara para mí con los sicilianos causa de vínculos tan estrechos y aunque confesara que hago por la comunidad lo que hago, a saber, que sea llevado a juicio a mis instancias un hombre de tal avidez, de tal osadía y maldad sin precedentes, cuyos robos y desvergüenzas sabíamos que fueron ya desmesurados y del todo bochornosos no sólo en Sicilia, sino en Acaya, en Asia, en Cilicia, en Panfilia, en Roma[4], en fin, ante los ojos de todos, ¿quién habría que pudiera censurar mis actos o mis intenciones?
3, 7 ¿Qué hay, válganme los dioses y los hombres, en lo, que pueda yo ser más útil al Estado en estos momentos? ¿Qué hay que deba ser más grato al pueblo romano ni pueda ser más deseable para los aliados y las naciones-extranjeras ni más conveniente para el bienestar y los intereses de todos?
Provincias saqueadas, maltratadas, asoladas hasta su§ cimientos, aliados y tributarios[5] del pueblo romano arruinados, sumidos en la miseria, piden, no ya una esperanza de salvación, sino un consuelo para su ruina.
8 Quienes quieren que los juicios continúen en manos del orden senatorial, se quejan de que no tienen acusadores competentes. Quienes pueden acusar, echan en falta la severidad de los juicios. El pueblo romano, entretanto, aunque se ve afectado por tantos reveses políticos y financieros, nada reclama, sin embargo, en la situación del país con tanto ahínco como aquella antigua energía y seriedad de la administración de justicia por la añoranza del poder judicial. Se ha pedido con insistencia el restablecimiento de la potestad tribunicia[6]. Por la ligereza de los procesos se pide también otro orden[7] para enjuiciar los casos. Por la culpa y la falta de honestidad de los jueces incluso la figura del censor[8], que antes solía parecer demasiado dura al pueblo, ahora se exige y ha llegado a ser popular y 9 a gozar de la aprobación general. En medio de esta ambición de hombres completamente nefastos, de las quejas diarias del pueblo romano, de la mala fama del sistema judicial, del descrédito de todo un rango, pensando que el único remedio para estos tan numerosos males era que asumieran la causa del Estado y de las leyes hombres capaces y honestos, reconozco que, por la salvación de todos, he llegado al cometido de ayudar a la patria donde est4 más necesitada de ayuda.
10 Ahora, ya que han quedado claros los motivos que me han inducido a encargarme de la causa, hay que hablar necesariamente sobre nuestro litigio[9], para que tengáis por dónde discurrir a la hora de decidir el acusador.
Así entiendo yo la situación, jueces: dado que ha sido denunciada una persona acusándola de concusión[10], si surge un pleito entre algunos sobre a quién se le debe conceder la preferencia en la acusación, conviene que se consideren, ante todo, estos dos extremos: quién prefieren que actúe como acusador aquellos contra los que se dice que se han cometido las injusticias, y a cuál desearía menos aquel que se ve acusado de haber cometido tales injusticias.
4, 11 En esta causa, jueces, aunque pienso que están claras una y otra cosa, hablaré, no obstante, de ambas y, en primer lugar, de lo que debe prevalecer con mucho ante vosotros, esto es, sobre la voluntad de aquellos contra los que se cometieron los delitos y por cuya causa se ha incoado un proceso por concusión.
Se dice que durante un trienio Gayo Verres ha saqueado la provincia de Sicilia, devastado las ciudades de los sicilianos, vaciado sus casas, expoliado sus templos. Aquí están todos los sicilianos a una para hacer oír sus quejas; se acogen a mi honradez[11], que tienen ya probada y conocida; por mi mediación, os piden auxilio a vosotros y a las leyes del pueblo romano. Han querido que fuera yo el defensor de sus bienes perdidos, yo el vengador de sus afrentas, yo su procurador legal, yo el representante oficial de 12 toda su demanda. ¿Acaso dirás, Quinto Cecilio, que no me hago cargo de la causa a ruegos de los sicilianos, o que no debe pesar ante éstos[12] el deseo de unos aliados irreprochables y fidelísimos? Si te atreves a afirmar que los sicilianos no han pedido mi intervención en este asunto (cosa que Gayo Verres —de quien finges ser enemigo— quiere, a toda costa, que se piense), en primer lugar favorecerás la causa de tu rival, sobre el que se estima, no que se ha suscitado una cuestión previa, sino un procesó en toda regla, porque se ha propalado que todos los Sicilianos han buscado un mandatario de su causa contra las fe13chorías de aquél. Si tú, enemigo suyo, niegas este hecho y que él mismo, a quien principalmente perjudica tal realidad, no se atreve a negar, mira no parezca que ejerces tus enemistades de una manera demasiado amistosa.
En segundo lugar, son testigos los más ilustres hombres de nuestra ciudad, de los que no es preciso que nombre a todos. Mencionaré a los que están presentes, quienes, si mintiera, de ningún modo querría que fueran testimonios de mi poca vergüenza. Lo sabe el que está entre los jueces, Gayo Marcelo; lo sabe quien veo que está presente, Gneo Léntulo Marcelino. En la lealtad y la protección de ambos se apoyan sobre todo los sicilianos, porque toda aquella provincia está íntimamente unida al nombre[13] de 14 los Marcelos. Ellos saben, no sólo que se me ha encargado este asunto, sino que se me ha hecho con tanta insistencia y vehemencia que, o tenía que hacerme cargo de la causa, o rechazar el deber de una estrecha amistad. Pero ¿por qué utilizo estos testimonios, como si la situación fuera dudosa u oscura? Asisten los hombres más notables de toda la provincia, que personalmente os piden y os suplican, jueces, que no difiera vuestro juicio del suyo a la hora de elegir representante para su causa. Hay aquí legaciones de todas las ciudades de Sicilia entera, excepto dos[14]. Si estuvieran presentes las de estas dos, se atenuarían dos acusaciones, quizá las más graves, que ponen en relación a Gayo Verres con estas ciudades[15]. Pero, entonces, ¿por 15 qué me han pedido, precisamente a mí, esta protección? Si fuera dudoso si me la han pedido o no, diría por qué me la han pedido. Pero en realidad, como ello es tan evidente que podéis juzgarlo con vuestros propios ojos, no sé por qué puede perjudicarme que se me eche en cara que se me ha elegido con preferencia a otro. Pero no 16 atribuyo a mis méritos, jueces (y no sólo no lo toco en mi discurso, sino que ni siquiera lo dejo al parecer de cada cual), el haber sido preferido a todos los patronos[16]. No es así, sino que se han tenido en cuenta las circunstancias, las condiciones físicas y las posibilidades de cada uno para llevar la causa[17]. Mi voluntad y mi criterio en este asunto fue siempre éste: preferir que se encargara de él, antes que yo, cualquiera de aquellos que fueran capaces, pero preferir encargarme yo antes de que no lo hiciera nadie.
5, 17 Como es cosa sabida que los sicilianos me lo han solicitado, queda por considerar en qué medida debe prevalecer esta demanda ante vosotros y en vuestra decisión y qué autoridad moral deben tener ante vosotros, en la reclamación de sus derechos, unos aliados del pueblo romano, vuestros suplicantes. ¿Para qué voy a seguir hablando sobre eso? ¡Como si fuera dudoso que toda la normativa sobre concusión ha sido establecida en atención a los aliá18dos! En efecto, cuando se les arrebata su dinero a los ciudadanos, la reivindicación se ejecuta, por lo general; mediante una acción civil y de acuerdo con el derecho privado. Ésta es, en cambio, la ley para los aliados, éste es el derecho de las naciones extranjeras, ésta es la fortaleza de que disponen, algo menos guarnecida que antes, por cierto, pero, con todo, si queda alguna esperanza que pueda confortar los ánimos de los aliados, toda ella se halla cimentada en esta ley, ley para la que ya hace tiempo que se reclaman guardianes severos, no sólo por parte del pueblo romano, sino hasta por los pueblos más remotos.
19 ¿Quién hay capaz de decir que no conviene que se litigue en virtud de una ley de acuerdo con el libre parecer de aquellos por cuya causa se ha establecido la ley? Sicilia entera, si hablase al unísono, diría esto: «Lo que de oro, de plata y de obras de arte hubo en mis ciudades, en mis moradas, en mis templos, el derecho que tuve en cada cosa por concesión del senado y del pueblo romano, tú, Gayo Verres, me lo arrancaste y te lo llevaste; por este motivo te reclamo cien millones de sestercios en virtud de la ley».
Si, como acabo de decir, pudiera hablar toda la provincia, utilizaría estas palabras; pero como no podía, ella misma eligió como actuante de estas reclamaciones al que 20 consideró que era competente. En un proceso de esta importancia, ¿se puede encontrar a alguien tan impúdico que se atreva a abordar o aspirar a una causa que le es ajena, con la oposición de aquellos a los que concierne el asunto?
6 Si los sicilianos te dijeran, Quinto Cecilio, lo siguiente: «No te conocemos, no sabemos quién eres, nunca te hemos visto hasta ahora, déjanos defender nuestros intereses por medio de aquel cuya lealtad nos es conocida», ¿acaso no estarían diciendo una cosa convincente para todo el mundo? Pero en realidad dicen que nos conocen a los dos; que desean que uno sea el defensor de sus intereses, que no quieren de ninguna manera que lo sea el otro. Por 21 qué no quieren, aunque callaran, lo dejan suficientemente expreso; pero no callan. Y, sin embargo, ¿te ofrecerás a quienes te son tan hostiles? Aun así, ¿hablarás en una causa que te es ajena? Aun así, ¿defenderás a quienes prefieren verse abandonados de todos a ser defendidos por ti? Aun así, ¿prometerás tu ayuda a los que piensan que ni quieres interesarte por ellos, ni podrías, si lo desearas? ¿Por qué intentas arrancar por la fuerza su exigua esperanza en los restos de sus bienes, que tienen puesta en la rectitud de la ley y del sistema judicial? ¿Por qué intervienes, si a tu intervención son tan opuestos aquellos en cuyo beneficio quiere principalmente la ley que se apliquen medidas? ¿Por qué a quienes no serviste de gran cosa durante tu gestión en su provincia quieres ahora despojarlos definitivamente de todos sus bienes? ¿Por qué les quitas no sólo la posibilidad de reclamar su propio derecho, sino incluso de lamentar su desastre? Pues contigo como acusador, 22 ¿quién crees que se presentará de aquellos que sabes que se esfuerzan, no en castigar a otro con tu mediación, sino precisamente a ti por medio de algún otro?
7 Pero lo único que hay es esto: que es a mí a quien, precisamente, los sicilianos requieren. El otro punto, creo, está oscuro: por quién no quiere Verres ser acusado de ningún modo. ¿Alguien ha pugnado alguna vez tan claramente por su honor, tan enérgicamente por su salvación como aquél y los amigos de aquél para que no se me conceda la presentación de la denuncia?[18]. Son muchas las cualidades que Verres cree ver en mí, que sabe que no hay en ti, Cecilio. De qué especie son en uno y otro, lo diré 23 un poco más adelante. Por ahora sólo mencionaré lo que tú, aun guardando silencio, me reconocerás: que nada hay en mí que desdeñe, nada en ti que tema.
Así que aquel gran defensor y amigo suyo[19] te apoya a ti y me ataca a mí; pide abiertamente a los jueces que te antepongan a mí y afirma que pretende esto honestamente, sin ninguna malquerencia ni aversión hacia nadie. «En efecto, dice, no pido lo que tengo por costumbre conseguir cuando lo intento con ahínco; no pido que se absuelva al reo, sino que sea acusado por éste antes que por aquél, eso es lo que pido. Concédeme[20] esto; otórgame algo que es factible, honesto, no aborrecible; si me lo concedes, me habrás concedido, sin ningún peligro ni infamia para ti, que sea absuelto aquél por cuya causa me esfuer24zo». Y dice esa misma persona, para que la buena disposición venga acompañada de un cierto temor, que tiene hombres seguros en el tribunal, a los que quiere que les sean mostradas las tablillas[21]; es cosa muy fácil, pues no se trata de emitir sentencias por separado, sino de decidir el acusador de manera conjunta, y se da a cada uno una tablilla encerada con cera legal, no con aquella infame y nefasta[22].
Y esa persona anda preocupada tanto por Verres como por todo este asunto, que no le place lo más mínimo. Se da cuenta, desde luego, de que si la voluntad de acusar se transfiere de los jóvenes de familia noble, de los que se ha burlado hasta ahora, y de los acusadores profesionales[23], a los que, no sin motivo, despreció siempre y consideró insignificantes, a hombres decididos y experimentados, no va a poder dominar en los procesos por más tiempo.
8. 25 Anuncio por adelantado a esa persona que, si decidís, que sea yo el que lleve esta causa, debe cambiar todo el sistema de defensa, y debe cambiarlo de modo que, con una actitud mejor y más honesta que la que él pretende observar, imite a aquellos hombres ilustres, a los que vio con sus propios ojos, Lucio Craso y Marco Antonio, quienes creían que nada debían aportar a los procesos y a las causas de sus amigos, excepto su lealtad y talento. Nada habrá, mientras actúe yo, que le permita pensar que se puede corromper un juicio sin grave peligro para muchos. 26 Pienso que en este proceso he aceptado la causa de los sicilianos, pero que he asumido la del pueblo romano, de modo que no he de atacar a un solo hombre perverso —lo que pidieron los sicilianos—, sino que he de extinguir y destruir por completo toda perversidad, que es lo que pide con insistencia ya hace tiempo el pueblo romano: qué puedo procurar o qué puedo conseguir en ese terreno, prefiero dejarlo en la esperanza de los demás a detallarlo en mi discurso.
27 Pero tú, Cecilio, ¿qué puedes? ¿En qué momento p en qué asunto has dado a los demás alguna muestra de tu valía o has puesto a prueba tu capacidad? ¿No te hatees idea de qué empresa es sostener una causa pública, poner de manifiesto toda la vida de otro y exponerla no sólo a las mentes de los jueces, sino incluso a los ojos y a la vista de todos, defender la salvación de los aliados, el bienestar de las provincias, la eficacia de las leyes, la seriedad de los procesos?
9 Entérate por mí, puesto que has encontrado está primera ocasión de aprender qué multitud de cualidades deben concurrir en quien acusa a otro. Si llegas a reconocer en ti sólo alguna de ellas, yo mismo te concederé por propia voluntad lo que reclamas.
En primer lugar, una integridad y una honradez extraordinarias, pues no hay nada más intolerable que exigir a otro cuentas de su vida quien no puede rendirlas de la suya.
28 No daré en este punto más datos de ti. Creo que todos únicamente se han dado cuenta de que hasta ahora no has podido darte a conocer a nadie, excepto a los sicilianos; que lo que dicen los sicilianos es que, aunque están irritados contra aquel que, según tú dices, es enemigo tuyo, no están dispuestos a presentarse a juicio si eres tú el acusador. No oirás de mí por qué se niegan; permite que éstos sospechen lo que no tienen más remedio que sospechar. Aquéllos, sin duda, dado que es un tipo de hombres muy agudo y suspicaz, no creen que hayas querido traer de Sicilia documentos contra Verres, sino que, como están consignadas en las mismas actas su pretura y tu cuestura, sospechan que lo que quieres es sacarlos de Sicilia.
29 En segundo lugar, es preciso que el acusador sea decidido y veraz. Aunque creyera que deseas ser así, me doy perfecta cuenta de que no podrías serlo. Y no cito aquello que, si lo citara, no podrías refutar: que tú, antes de marcharte de Sicilia, habías vuelto a la amistad con Verres; que Potamón, secretario e íntimo tuyo, fue retenido por Verres en la provincia cuando tú te marchaste; que Marco Cecilio, tu hermano, joven selecto y de gran clase, no sólo no está aquí para vengar contigo tus agravios, sino que está con Verres y convive con él en plan muy familiar y amistoso.
30 Hay en ti estos y otros muy numerosos indicios de falso acusador, que, por ahora, no utilizo; pero digo que, aunque lo desearas más que ninguna otra cosa, no podrías ser un acusador veraz. Veo, en efecto, que son muchos los cargos en los que tu complicidad con Verres es de tal naturaleza que no te atreverías a abordarlos en la acusación.
10 Se queja toda Sicilia de que Gayo Verres, habiendo ordenado la provisión de trigo para su granero y estando el modio[24] de grano a dos sestercios, exigió a los agricultores doce sestercios por cada modio en lugar del grano. ¡Grave acusación, enorme suma, robo impúdico, injusticia intolerable! Yo debo condenarle irremisiblemente por esta 31 sola acusación; tú, Cecilio, ¿qué harás? ¿Pasarás por alto esta acusación tan importante o se la echarás en cara? Si se la echas en cara, ¿no imputarás a otro lo que hiciste tú mismo, en la misma época y en la misma provincia? ¿Osarás acusar a otro en forma tal que no puedas rehuir tu propia condena? Pero, si lo pasas por alto, ¿qué clase de acusación será esa tuya, que, por miedo a un riesgo personal, se asustará no sólo ante la sospecha de una acusación irrefutable y gravísima, sino hasta de la misma mención?
32 En virtud de un senadoconsulto se compró a los sicilianos durante la pretura de Verres una cantidad de trigo, cuyo importe no se les pagó por entero. Grave es esta acusación contra Verres, grave si soy yo el actor, nula si el acusador eres tú, pues tú eras cuestor, tú manejabas el dinero público, del que, aunque el pretor lo desease, de ti dependía en gran parte el que no se produjera ninguna malversación. Por consiguiente, tampoco se hará mención alguna de esta imputación mientras seas tú el acusador. Durante todo el proceso se guardará silencio sobre enormes y conocidísimos robos y fechorías de aquél. Créeme, Cecilio; al ejercer la acusación, no puede defender de verdad a los aliados el que está unido con un encausado, por 33 una asociación en los hechos objeto de la acusación. Los recaudadores exigieron a las ciudades el dinero en lugar del trigo. ¿Y qué? ¿Se hizo esto sólo bajo la pretura de Verres? No: también bajo la cuestura de Cecilio. ¿Qué pasa, pues? ¿Estás dispuesto a imputarle como delito lo que pudiste y debiste impedir que se produjera, o lo dejarás todo tal como está? Así que Verres no oirá durante su proceso ni una palabra de aquello que, cuando lo hacía, no encontraba de qué modo lo podría cohonestar.
11 Y estoy mencionando lo que es de dominio público. Hay otros robos más ocultos, de los que aquél hizo partícipe, muy bondadosamente, a su cuestor, me figuro que para refrenar sus impulsos y su ímpetu. Tú sabes que estos 34 robos me han sido denunciados; si quisiera hablar de ellos, fácilmente comprenderían todos que no sólo hubo entre vosotros una voluntad común, sino que ni siquiera está repartido todavía el botín. Por tanto, si pides que se te dé una prueba de que obró de común acuerdo contigo, te lo concedo, puesto que está permitido por la ley. Pero si estamos hablando del derecho de acusar, conviene que se lo cedas a quienes no están impedidos por ninguna falta propia de poder mostrar los delitos de otro.
35 Mira cuán gran diferencia va a haber entre mi acusación y la tuya. Yo voy a imputar como delito a Verres incluso lo que cometiste sin Verres, puesto que no te lo impidió, teniendo el poder supremo. Tú, por el contrario, ni siquiera le echarás en cara lo que hizo él, no sea que aparezcas, en alguna parte, como cómplice.
¿Qué más? ¿Te parece desdeñable, Cecilio, aquello sin lo cual no puede mantenerse la acción de ningún modo, sobre todo una acción tan importante: alguna facilidad para llevar una causa, alguna costumbre de hablar, algún conocimiento teórico y práctico del foro, del derecho procesal y de las leyes?
36 Comprendo en qué terreno más escabroso y difícil me estoy moviendo; pues si toda arrogancia es odiosa, mucho más ofensiva es la del talento y la elocuencia. Por esta razón, nada digo de mi talento; ni tengo qué decir, ni lo diría aunque lo tuviese: o bien, en efecto, me satisface la opinión que existe sobre mí, cualquiera que sea, o, si me parece poco, no puedo mejorarla hablando de ella.
12, 37 En cuanto a ti, Cecilio —por Hércules, que ahora voy a hablarte con familiaridad, al margen de esta rivalidad y contienda nuestra—, examina una y otra vez cómo te estimas a ti mismo, concéntrate y considera quién eres y qué puedes hacer. ¿Piensas que, en una cuestión tan importante y penosa, puedes sostener con tu voz, tu memoria, tu prudencia y tu talento tantos asuntos tan graves y tan diversos, cuando hayas asumido la causa de los aliados y los intereses de una provincia, el derecho del pueblo 38 romano, la dignidad de los procesos y de las leyes? ¿Piensas que puedes distinguir en las acusaciones y en tu discurso cómo se distribuyen en los lugares y en el tiempo los delitos que cometió Gayo Verres en su cuestura, en su legación, en su pretura, en Roma, en Italia, en Acaya, Asia y Panfilia? ¿Piensas que puedes conseguir —cosa que es especialmente necesaria en un encausado de esta clase— que lo que hizo a su capricho, de forma abominable, con crueldad, parezca tan cruel e indigno a estos que lo escuchan como se lo pareció a aquellos que lo sufrieron? 39 Grandes son las dificultades que te estoy enumerando, créeme; no las desprecies. Hay que decir, demostrar, explicar todo; no basta con exponer la causa, sino que hay que llevarla con autoridad y abundancia de recursos; hay que conseguir, si es que quieres hacer algo o sacar algún provecho, no sólo que la gente te oiga, sino que te escuche con agrado e interés. En esto, aunque tus condiciones naturales te ayudaran mucho, aunque te hubieras afanado desde la niñez en las mejores disciplinas y artes y hubieras trabajado en ellas, aunque hubieras aprendido las letras griegas en Atenas, no en Lilibeo[25] y las latinas en Roma, no en Sicilia, con todo te vendría grande dominar con tu actividad, abarcar con la memoria, desarrollar en tu discurso, sostener con tu palabra y tus facultades físicas una causa tan importante y que ha suscitado tanta expectación.
40 Tal vez responderás: «¿Y qué? ¿Están en ti todas estas cualidades?». ¡Ojalá estuvieran! Sin embargo, me he esforzado desde mi infancia con gran afán para que pudieran estar. Ahora bien, si yo, que no hice ninguna otra cosa en toda mi vida, no he podido conseguirlo por la magnitud y la dificultad de la empresa, ¿cuán lejos piensas que estás tú de estas cualidades que no sólo nunca imaginaste antes de ahora, sino que ni siquiera en el presente, cuando te vas a meter en ellas, puedes sospechar cuáles y cuán importantes son?
13, 41 Yo, que, como saben todos, estoy tan ocupado en los asuntos del foro y de las acciones judiciales que nadie o pocos de mi edad han defendido más causas, y que todo el tiempo que me dejan los intereses de los amigos lo empleo en estos afanes y quehaceres para poder estar más preparado y diestro en la práctica forense, no obstante, ¡así quisiera que los dioses me fueran propicios en la medida en que, cuando me viene a la mente el momento en que, citado el encausado, he de hablar, no sólo sufro una conmoción en mi interior, sino que me echo a temblar con todo el cuerpo! Ya desde ahora contemplo con mi pensa42miento y mi imaginación qué entusiasmos de la gente, qué afluencia apresurada se va a producir entonces, cuánta expectación va a provocar la importancia del proceso, qué multitud de oyentes va a concitar la infamia de Gayo Verres, cuánta atención, en fin, va a proporcionar a mi discurso la deshonestidad de aquél. Cuando pienso en esto, ya desde ahora temo no poder decir algo digno de la aversión de unos hombres que le son hostiles y enemigos y de la expectación general y de la magnitud de los hechos. 43 Tú nada de esto temes, nada meditas, nada te empeñas. Si has podido aprender algo de algún viejo discurso: «A Júpiter Óptimo Máximo yo…» o «Quisiera, si pudiera ser, jueces», o algo por el estilo, ya crees que vas a acudir al juicio excelentemente preparado.
44 Es más: aunque nadie hubiera de responderte, no podrías poner en claro, pienso, la causa misma; pero ¿es qué ni siquiera caes en la cuenta de que te las tienes que ver con un hombre muy elocuente y preparado para hablar, con el que tienes que discutir, unas veces, y pugnar y rivalizar, otras, con toda clase de tácticas, cuyo talento alabo yo —pero sin llegar a temerlo— y en tal medida lo aprecio, que lo creo capaz de entusiasmarme con más facilidad que de engañarme?
14 Nunca me sorprenderá él con su propósito, nunca mi atropellará con ningún artificio, nunca intentará hacerme caer o debilitarme con su talento. Conozco sus métodos de ataque y sistemas de hablar; nos hemos ocupado con frecuencia en las mismas causas, con frecuencia en las contrarias. Por hábil que sea, hablará contra mí pensando que 45 también se está poniendo a prueba su habilidad. En cambio a ti, Cecilio, ya me parece ver cómo te va esquivar, cómo te va a burlar de todas las formas, cuántas veces estará dispuesto a concederte la posibilidad y la opción de que elijas lo que quieras —si el hecho existe o no, si es verdadero o falso—, y cualquier cosa que digas se volverá contra ti. ¡Qué indecisiones las tuyas, qué extravío, qué tinieblas, dioses inmortales, para un hombre sin malicia ninguna! ¿Qué harás cuando haya comenzado a separar las partes de tu acusación y a ir contando cada punto de la causa con los dedos de su mano? ¿Qué harás cuando haya comenzado a tratar, a resolver, a deshacer punto por punto? Sin duda tú mismo comenzarás a temer haber puesto en peligro a un inocente. Cuando haya comenzado a pro46vocar la compasión, a quejarse, a aliviar en algo el odio hacia aquél y traspasártelo, a recordar los estrechos vínculos que existen entre el cuestor y el pretor, determinados por la costumbre de los antepasados, y la escrupulosidad del sorteo, ¿podrás soportar la odiosidad que provoquen estas palabras? Mira ahora, reflexiona una y otra vez. Desde luego, me parece que hay peligro no sólo de que te aplaste con sus palabras, sino que embote con su propio gesto y movimiento del cuerpo la agudeza de tu mente y te aparte de tu línea de conducta y de tus ideas. Veo que de todo 47 ello va a poder formarse un juicio inmediatamente. Si puedes responderme hoy a lo que estoy diciendo, si de ese libro que te dio no sé qué maestro de escuela, compuesto de discursos ajenos, te apartares en una sola palabra, creeré que tienes capacidad para no fracasar en el juicio y para cumplir con la causa y con tu deber. Pero si no logras ser nada en esta especie de entrenamiento conmigo, ¿quién pensaremos que vas a ser en la lucha propiamente tal contra un adversario tan duro?
15 Sea. Nada es él por sí mismo, nada puede; pero viene preparado con cofirmantes[26] experimentados y elocuentes. Eso ya es algo, aunque no es bastante, pues el que lleva el papel principal en la acusación debe estar muy preparado y dispuesto en todos los puntos. Sin embargo veo que el signatario inmediato es Lucio Apuleyo, persona principiante, no en edad, sino en práctica y entrenamiento fo48rense. En segundo lugar, según creo, tiene a Alieno, aunque a éste en el banco de los abogados. Nunca presté la suficiente atención a sus posibilidades en la oratoria; para gritar, desde luego, veo que está bien fuerte y entrenado. En éste están todas tus esperanzas; éste, si llegas a ser nombrado acusador, sostendrá todo el proceso. Y al hablar ni siquiera se esforzará tanto como puede, sino que velará por tu alabanza y estima y de lo que por sí es capaz en el discurso, ahorrará un poco, para que parezca que tú también puedes algo a pesar de todo. De la misma forma que vemos que acontece en los actores griegos, que con frecuencia el que tiene el segundo o tercer papel, aunque puede hablar con más entonación que el protagonista, baja mucho la voz para que aquél sobresalga lo más posible, así hará Alieno: será para ti esclavo y alcahuete, luchará 49 bastante menos de lo que puede. Considerad desde ahora qué tipo de acusadores vamos a tener en un juicio de tanta trascendencia, cuando el propio Alieno ha de rebajar algo de sus facultades, si es que tiene alguna, y Cecilio piensa que algo llegará a representar si Alieno consigue ser menos vehemente y le concede el primer papel a la hora de tomar la palabra. No veo a quién va a tener como cuarto, a no ser tal vez alguno de aquel rebaño de suplentes[27], que han solicitado la función de signatario, cualquiera que sea el que le hayáis concedido la presentación de la denuncia. 50 Tan bien preparado vienes con estos hombres tan ajenos a ti, que vas a tener que acoger como huésped a alguno de ellos. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a concederles tanto honor como para responder a lo que diga cada uno en su momento preciso y por separado; por el contrario, dado que no hice mención de ellos a propósito, sino por casualidad, brevemente y como de pasada daré satisfacción a todos juntos.
16 ¿Os parece que tengo tanta escasez de amigos que no se me va a agregar como signatario alguno de los que he traído conmigo, sino uno del público? ¿Tenéis, por vuestra parte, tanta escasez de acusados, que intentáis arrebatarme la causa en lugar de ir a buscar algunos reos de vuestra misma clase junto a la columna Menia?[28].
51 «Ponedme como guardián de Tulio», dice uno. ¿Y qué? ¿Cuántos guardianes me serán necesarios si te llego a admitir una sola vez junto a mis baúles[29], tú, al que hay que vigilar, no sólo para que no divulgues nada, sino para que no arrambles con cualquier cosa? Pero sobre todo eso del guardián os responderé en pocas palabras así: no son éstos[30] unos hombres tales como para permitir que alguien pueda aspirar a signatario en contra de mi voluntad en una causa tan importante que he asumido y que se me ha confiado, pues mi sentido de la lealtad repudia a un guardián y mi celo teme a un espía.
52 Pero, volviendo a ti, Cecilio, ya ves qué cantidad de cualidades te faltan. Ya comprendes, sin duda, cuán numerosas son las condiciones que se dan en ti que un acusado culpable desearía que hubiera en su acusador. ¿Qué se puede responder a esto? No pregunto qué vas a responder tú: veo que no eres tú quien me va a responder, sino ese libro que te sujeta ahí tu apuntador, quien, si quiere aconsejarte correctamente, te convencerá de que te marches de aquí y no me respondas palabra alguna. En efecto, ¿qué dirás? ¿Acaso lo que andas propalando: que Verres ha cometido contigo una injusticia? Lo creo, pues no sería verosímil que, mientras atropellaba a todos los sicilianos, hubieras sido para él el único privilegiado por quien sintiera 53 cuidado. Pero los restantes sicilianos han encontrado ya un vengador de sus ofensas. Tú, mientras intentas perseguir por ti mismo las cometidas contra ti, cosa que no puedes, haces que queden también impunes y sin perseguir las cometidas contra los demás. Y te pasa por alto esto: que no sólo se mira quién debe encargarse de la reivindicación, sino quién puede; que es superior aquel en quien se dan ambas cualidades; pero en aquel en que se da una de las dos, suele requerirse no sólo qué quiere sino qué puede hacer.
54 Pero si piensas que debe concederse de modo preferente la posibilidad de ejercer el derecho de acusación a aquel contra el que Verres haya cometido una fechoría mayor, ¿acaso piensas que, en definitiva, estos jueces deben estimar de mayor gravedad que tú hayas sido perjudicado por aquél o que la provincia de Sicilia haya sido maltratada y arruinada? Concederás, creo, que esto es mucho más grave y que debe soportarse con más dificultad por parte de todos. Permite, pues, que te sea antepuesta en el ejercicio de la acusación la provincia, pues acusa la provincia cuando lleva la causa aquel al que ella adoptó como defensor de su derecho, vengador de sus ofensas y mandatario de toda la causa.
17, 55 Pero Gayo Verres cometió contigo una injusticia tal, que puede conmover también los ánimos de los demás ante un daño ajeno. En absoluto: creo que esto tiene también relación con el asunto de cuál es la injusticia aludida, y qué causa de enemistades es la que se aduce. Enteraos por mí, pues ése, sin duda, nunca la manifestará, a no ser que no tenga ningún sentido común.
Hay una tal Agonis de Lilibeo, liberta de Venus Ericina[31], mujer que antes de la cuestura de éste fue una muy rica propietaria. Un prefecto de Antonio[32] intentaba llevarse de la casa de ésta, contra todo derecho, unos esclavos concertistas, de los que, decía, pretendía servirse en la flota[33]. Entonces ella, como es costumbre en Sicilia entre todos los adscritos al culto de Venus y entre sus libertos, para oponer a aquel prefecto la fuerza de la religión bajo el nombre de Venus, declaró que ella y sus bienes eran de Venus. Cuando se le comunicó esta noticia al cuestor 56 Cecilio, hombre irreprochable y persona muy equitativa, manda que se le presente Agonis e instruye al instante proceso en los términos de «si resulta que ha manifestado que ella y sus posesiones son de Venus»[34]. Dictaminan los recuperadores como necesariamente debían hacerlo, pues para nadie era dudoso que ella lo había dicho. Toma ése posesión de los bienes de la mujer y la destina en servidumbre a Venus; después vende los bienes y los convierte en dinero. De este modo, por haber Agonis querido retener unos pocos esclavos en nombre de Venus y al amparo de la religión, pierde toda su fortuna y la propia libertad por la injusticia de ése.
Llega posteriormente Verres a Lilibeo; se entera del asunto, desaprueba el hecho, obliga a su cuestor a dar cuenta del dinero que había obtenido de los bienes de Agonis 57 y a devolvérselo a dicha mujer. Hasta aquí —cosa de la que veo que todos os extrañáis— no es Verres, sino Quinto Mucio[35]. ¿Qué pudo hacer más elegante en orden a la estima de las gentes, más justo para aliviar la penosa situación de la mujer, más riguroso para reprimir el ansia de su cuestor? Todas estas actuaciones me parecen loables en el más alto grado. Pero de repente, en un momento, ha resurgido el verraco a partir del hombre, como por arte de alguna pócima de Circe; volvió a su personalidad y costumbres; pues de aquel dinero barrió gran parte para sus arcas y devolvió a la mujer la miseria que le plugo.
18, 58 Si dices que has resultado perjudicado en este punto por Verres, te lo admitiré y concederé; si te quejas de que se ha hecho una injusticia, me opondré y lo negaré. En última instancia, sobre la injusticia que, según tú, se te ha hecho, ninguno de nosotros debe ser un juez de más peso que tú mismo, contra quien dices que se ha cometido, Si te congraciaste con aquél después, si estuviste en su casa algunas veces, si él cenó después en la tuya, ¿cómo prefieres que se te considere, pérfido o prevaricador? Veo que es necesario uno u otro calificativo, pero no me empeñaré contigo en que elijas el que quieras.
59 Ahora bien, si ni siquiera queda el pretexto de la injusticia que hubiera podido cometer contra ti, ¿qué tienes que puedas alegar por lo que seas antepuesto no ya a mí, sino a cualquiera? A no ser aquello que, por lo que oigo, estás dispuesto a aducir: que fuiste su cuestor. Esta razón sería importante si contendieras conmigo sobre cuál de nosotros debería ser para aquél más amigo; en una contienda para asumir enemistades es ridículo pensar que el motivo de una relación estrecha debe parecer justa para suscitarle un peligro. En efecto, aunque hubieras recibido muchas 60 ofensas de tu pretor, merecerías una mayor alabanza soportándolas que vengándolas; pero como no hay ningún hecho más recto en la vida de aquél que lo que tú llamas injusticia, ¿decidirán éstos que este motivo, que ni siquiera aprobarían en otro, parece en ti justificado para corromper una relación de amistad? Si es que recibiste una grave injusticia de su parte, no puedes acusarlo sin ningún autovituperio, puesto que fuiste su cuestor; pero si no se te hizo ninguna injusticia, no puedes acusarlo sin incurrir en delito. Por lo cual, en vista de lo vidriosa que es tu alegación de injusticia, ¿quién de éstos piensas que no prefiere que te marches sin un reproche antes que con un delito?
19, 61 Y considera qué diferencia hay entre mi opinión y la tuya. Tú, aunque eres inferior en todos los terrenos, crees que debes serme antepuesto por la única razón de que has sido su cuestor. Por mi parte, aunque me superaras en todo, por este solo motivo opinaría que debías ser rechazado como acusador. En efecto, hemos heredado de nuestros antepasados que un pretor debe ser para su cuestor como un padre; que no puede hallarse ninguna causa de amistad más justa ni más importante que la unión por el sorteo, que la participación en la provincia, en el deber, en la ges62tión del cargo público. Por lo cual, aunque pudieras acusarlo con arreglo a derecho, aun así no podrías hacerlo sin faltar a la devoción familiar, puesto que él había estado para ti en el mismo lugar que un padre; pero como no sufriste injusticia y estás ocasionando a tu pretor un riesgo, debes ineludiblemente confesar que intentas emprender contra él una guerra injusta y sacrílega. Así pues, esa cuestura vale para que debas esforzarte en dar cuenta del motivo por el que le acusas, a pesar de haber sido su cuestor, no para que, por esta misma causa, debas exigir que se te dé el derecho de acusación con preferencia a los demás.
63 Casi nunca llegó a contienda sobre una acusación quien hubiera sido cuestor sin que fuera rechazado. Y así ni le fue concedida a Lucio Filón la posibilidad de presentar la denuncia contra Gayo Servilio, ni a Marco Aurelio Escauro contra Lucio Flaco, ni a Gneo Pompeyo contra Tito Albucio. Ninguno de ellos fue rechazado por indignidad, sino para que no se refrendase con la autoridad de los jueces la pasión por violar una relación de estrecha amistad. Aquel Gneo Pompeyo contendió con Gayo Julio como tú conmigo; en efecto, había sido cuestor de Albucio, como tú de Verres. Julio aducía en su aspiración a acusar esta legitimación: que, como yo ahora por los sicilianos, se había encargado entonces de la causa a instancias de los sardos. Siempre tuvo esta alegación el más alto valor, siempre fue el motivo de acusar más honesto el de exponerse a enemistades, afrontar el peligro, dedicar trabajo, ilusión y esfuerzo, en defensa de los aliados, por la salvación de la provincia, en favor de las naciones extranjeras.
20, 64 Por tanto, si es plausible la causa de aquellos que quieren perseguir las injusticias a ellos inferidas (circunstancia en la que atienden a su resentimiento, no a los intereses del Estado), ¡cuánto más honrosa es aquella causa que no sólo debe parecer plausible, sino digna de agradecimiento: sentirse impulsado, sin haber recibido particularmente ninguna ofensa, por el daño y las ofensas inferidas a aliados y amigos del pueblo romano! No hace mucho, con ocasión de solicitar formular la acusación contra Publio Gabinio un hombre muy valiente e irreprochable, Lucio Pisón, y como frente a él lo solicitara Quinto Cecilio, alegando que trataba de vengar una vieja enemistad surgida ya hacía tiempo, aparte de que la autoridad y la categoría de Pisón primaban con mucho, la razón de más peso para preferirle fue que los aqueos lo habían adoptado como patrono.
65 Realmente, puesto que la propia ley sobre reclamación de sumas es la patrona de los aliados y amigos del pueblo romano, es injusto no considerar actor especialmente idóneo de la parte legal y del proceso a aquel que los aliados han querido que sea el principal actuario de su causa y defensor de sus intereses. ¿Acaso lo que es más honesto de mencionar no debe parecer mucho más justo para aprobarlo? ¿Cuál es la alegación más brillante, cuál de las dos tiene más lustre: «Acusé a aquél bajo cuya autoridad había sido cuestor, con quien me habían vinculado el sorteo y la costumbre de nuestros antepasados, el juicio de los dioses y de los hombres», o bien: «Acusé a ruegos de nuestros aliados y amigos; fui escogido por toda la provincia para que defendiera sus derechos y sus bienes»? ¿Quién puede dudar que es más honesto actuar de acusador en pro de aquellos entre los que desempeñaste la cuestura, que acusar a aquel bajo el que has sido cuestor? Los más ilustres 66 personajes de nuestra ciudad en sus mejores épocas juzgaban de gran trascendencia y gloria conjurar las ofensas a sus huéspedes[36] y clientes, a las naciones extranjeras que estaban en relaciones de amistad y subordinación para con el pueblo romano y defender sus intereses. Tenemos noticia de que aquel Marco Catón el Sabio, varón muy ilustre y juicioso, soportó graves enemistades con muchos a causa de las ofensas hechas a los hispanos, entre los que había 67 sido cónsul[37]. Sabemos que, recientemente, Gneo Domicio citó a juicio a Marco Silano, por su causa de las injusticias cometidas contra un solo hombre, Egritomaro, amigo y huésped de su padre.
21 Nunca ha habido nada que impresionara tanto a los hombres culpables como esta costumbre de nuestros antepasados, recobrada y restablecida tras un largo intervalo: confiar las querellas de los aliados a un hombre no incompetente, asumirlas aquel que parecía poder defender 68 sus intereses con lealtad y energía. Esto temen esas personas, por esto penan, de mala manera soportan que se instaure, y que, instaurado, de nuevo se practique y ponga en vigor. Creen que, si esta costumbre comienza a insinuarse y a afianzarse poco a poco, resultará que las leyes y los procesos se gestionarán por personas intachables y hombres muy valientes, no por jovencitos inexpertos o por 69 acusadores profesionales de aquella calaña. Tal costumbre e institución no pesaba a nuestros padres ni antepasados cuando Publio Léntulo, el que fue príncipe del senado[38], acusaba a Manió Aquilio, siendo signatario Gayo Rutilio Rufo, o cuando Publio Africano, hombre sobresaliente en valor, fortuna, gloria y hazañas, después de haber sido cónsul por segunda vez y censor, llevaba a juicio a Lucio Cota. Con razón florecía entonces el renombre del pueblo romano; con razón el prestigio de nuestro gobierno y la majestad de nuestro Estado se consideraba decisiva. Nadie extrañaba en aquel Africano lo que ahora en mí, hombre dotado de pequeños recursos y facultades, fingen que extrañan cuando lo que realmente pasa es que lo llevan a mal. ¿Qué pretende ése? ¿Ser reputado como acusador, 70 él, que antes tenía por costumbre ejercer como defensor, precisamente ahora, en la edad en que puede aspirar a la edilidad? Por mi parte, creo que es propio no sólo de mi edad, sino de una mucho más avanzada y de la candidatura más importante acusar a los malvados y defender a los desdichados y miserables y, sin duda, para una sociedad política enferma y casi desesperada, con los procesos corrompidos y adulterados por el vicio y la actuación vergonzosa de unos pocos, o este remedio es apropiado, que los hombres más honestos, íntegros y activos posible se encarguen de la defensa de las leyes y del prestigio de los procesos, o, si ni siquiera esto puede ser útil, nunca se hallará medicina alguna para estos males tan numerosos. Ninguna 71 salvación para el Estado es más segura que el hecho de que los que acusan a otro no teman menos por su loa, honor y fama que los que son acusados por su vida y su fortuna. Por eso siempre acusaron de forma muy diligente y tenaz los que pensaron que sus mismas personas iban a quedar expuestas a perder la pública estima.
22 En vista de ello, jueces[39], debéis dejar sentado que Quinto Cecilio, sobre el que nunca hubo ninguna opinión ni habrá de producirse ninguna expectación en este mismo juicio, que no se esfuerza ni por conservar una fama adquirida hasta el presente ni por asegurar una esperanza para el futuro, llevaría esta causa con no demasiada seriedad, ni rigor ni diligencia, pues nada tiene que perder en el caso de un descalabro. Aunque se retire del modo más infamante y vergonzoso, nada echará en falta de sus antiguos títulos.
72 De nuestra parte, el pueblo romano tiene numerosas garantías; para que podamos conservarlas incólumes, defenderlas, consolidarlas y fortalecerlas, tendremos que luchar con toda clase de armas. Tiene la candidatura a que aspiramos, tiene la meta que esperamos alcanzar, tiene la estima lograda con mucho sudor, fatiga y vela, de modo que, si en esta causa nuestro sentido del deber y nuestros desvelos se ganan la aprobación, gracias al pueblo romano podemos retener íntegras e intactas las prendas que acabo de citar; pero, por poco que tropecemos, por poco que vacilemos, perderemos en un solo instante todos los méritos que hemos conseguido reunir uno por uno y durante mucho tiempo.
73 Así pues, jueces, tarea vuestra es decidir quién estimáis que puede sostener con lealtad, diligencia, prudencia y prestigio una causa y un proceso de tal magnitud. Si anteponéis a Quinto Cecilio a mí, no pensaré que es por su categoría por lo que me he visto superado. Mirad que el pueblo romano no piense que una acusación tan honesta, tan seria y tan diligente no os ha gustado a vosotros ni gusta a los de vuestro estamento.