RESPETO

SALIMOS al anochecer.

Vamos a divertirnos. A desmadrarnos.

Sabemos divertirnos. Sabemos sacar fuera lo mejor.

Nos montamos en el coche y decidimos ir a menearnos. A morir un poco en la pista. Nos reímos y paramos en un bar de la provincial a tomarnos unas cañas.

Esta noche es distinta, y todos nos damos cuenta. A través de las ventanillas abiertas aspiramos el aire que nos rebota en la cara a 180. Somos una jauría de cabrones en movimiento. Somos como búfalos. Pero más grandes. O como hienas. Pero más famélicos. Joder que si estamos contentos esta noche. Y qué hambrientos estamos. Hambrientos de chocho. Hambrientos de chocho rizado.

Entramos en el aparcamiento, pero no hay un puto sitio. Como pasa siempre los sábados por la noche. Lo dejamos en triple fila y todos empiezan a tocar como capullos. Esperamos tranquilamente y vemos que nuestro coche estorba. No deja pasar. Pero eso nos divierte. Nos gusta. Es nuestro reto. Venid a decirnos algo. Vamos. A ver si tenéis cojones.

Estamos aquí y se puede armar la de Dios.

Apoyados como capullos en el capó del coche.

¿Tenéis algún problema?

Si pensáis que somos unos jodidos gamberros, basta con que lo digáis.

Es vuestro momento. Es el momento de las lamentaciones.

Pero no dais la cara. ¿Por qué?

Gallinas.

Entramos en la discoteca apiñados.

Hay mogollón de gente. Mogollón de pavas ignorantes.

Llevamos téjanos Cotton Belt y Umform, y botas meares o doctor Martens. Camisas a rayas o estampadas. El pelo largo y recogido detrás. Corto a los lados.

Llevamos pendientes. En la oreja. En la nariz. En la ceja.

Nos ponemos a bailar. Nos gusta el tecno. Es lo que nos ya.

Es una música que se te sube por el culo, te atraviesa las tripas y se propaga por dentro. Para hablar gritamos. Para hablar tenemos que chillar.

La luz verde nos pone los ojos amarillos y resalta la caspa que llevamos en los hombros. Sobre la camisa. Se baila apretados, y entonces nosotros hacemos un corro dejando que haya un espacio vacío en medio. Empujamos a los de atrás y nos da igual si alguien se mosquea.

En el suelo las baldosas cambian de color.

Rojo y verde y azul.

De pronto, cuando llevamos mogollón de tiempo meneándonos vemos tres chochetes que bailan a un lado. Nos sonríen. Entonces rompemos nuestro círculo y dejamos que entren en él. Ahora tienen sitio para bailar más relajadas. Nosotros damos vueltas a su alrededor. Nos sonríen agradecidas y están contentas. Qué bien está la música esta noche. Qué buenas están, con las minifaldas y las botas militares y los top ajustados. Luego empiezan las luces estroboscópicas y ellas desaparecen y reaparecen mil veces por segundo. Son unas macizas con grandes tetas y a nosotros se nos empieza a poner dura. Notamos que nos sube por los huevos y se llena de sangre, y entonces el cerebro se vacía y los pensamientos se vuelven más confusos. Es una droga que nos llena de azul la cabeza y de rojo el rabo.

Una que dice llamarse Amanda se ríe y no para de llamar nuestra atención. No sabe que hace ya un buen rato que solo nos fijamos en ellas, que lo que son es unas guarras. Vamos a tomar algo y ellas nos hablan de un grupo de música que no conocemos pero da igual. Entre esta peña lo que se diga no importa. Ellas son gallinas contentas de nuestro cortejo. Se habla. Se vuelve a bailar.

Salimos de la discoteca cuando ya ha amanecido. Las gallinas nos siguen. Son tres.

Amanda.

Maria.

Paola.

Volver a meternos en el coche nos sienta bien. Nos sienta bien poner la música a tope. Sentir que ha sido una noche mas de desfase. Que nos importa todo tres cojones. Que todo va bien. Que hemos probado el material otra noche. Que todo va muy bien. Y estamos contentos, porque esas tres guarras nos están siguiendo en su Uno gris metalizado, y entonces nos reímos y nos decimos que son unas auténticas furcias y que solo piensan en el rollo. Y decimos que no es posible que las mujeres estén siempre cachondas. Y que fingen que no les importa nada pero en realidad sólo tienen eso en la cabeza.

Atravesamos el campo. Un par de pueblos.

Llegamos a la costa.

Dejamos los coches en el aparcamiento desierto y caminamos entre las dunas de la playa, donde sopla el viento. El viento lleno de arena. Amanda y Paola están pasadas de rosca y de vez en cuando echan a correr y se ponen a cantar Eros. Maria, en cambio, vomita junto a una caseta. Está doblada y se apoya con una mano en la madera.

Papilla ácida y gin tonic.

Nosotros olfateamos el aire y se siente el olor del mar y las algas y el viento y el vómito y el fuerte olor de sus chuminos.

Ya no tenemos muchas ganas de esperar. Todo se ha vuelto demasiado explícito. Las queremos a ellas, y ellas nos quieren a nosotros. Sólo tienen que superar todas las gilipolleces que les han metido en la cabeza sus padres y la escuela y el pueblo. Ellas tienen más ganas que nosotros, pero tienen que superar el obstáculo.

Amanda corre detrás de una duna y uno de nosotros a persigue. Vamos adonde está Paola y le decimos que su amiga Amanda ha desaparecido detrás de la duna con uno de los nuestros Ella se ríe. Dice que le parece que Amanda esta foca Nos dice que lleva toda la noche tonteando con Enrico. Nosotros estamos de acuerdo. Se bromea un poco, os reímos. Le preguntamos que qué cree que han ido a hacer esos dos detrás de la duna. Ella sonríe y dice que somos unos mal pensados. Que siempre estamos pensando en lo mismo. Que han ido a coger florecitas detrás de las dunas y que desde allí arriba se ve la salida del sol.

Maria se ha recuperado y avanza tambaleándose como una zombi. Maria está cocida. Si no sabes mearla no bebas, le dice Paola.

Damos vueltas a su alrededor y luego nos sentamos en el suelo.

Maria quiere darse un baño. No puedes en esas condiciones. Te sentirías mal, le dice Paola. Sí que lo puede hacer, le decimos nosotros. ¿Tú qué coño sabes si puede bañarse o no, eh? ¿Qué coño vas a saber?

Maria se quita la chaqueta y el jersey.

La cosa se pone interesante. A ver adonde quiere llegar. Se quita las botas.

Menuda cogorza tiene. Y la muy puta nos sorprende.

Se quita la minifalda.

Joder, se ha quitado la minifalda. Se ha quedado en sujetador y bragas negros de encaje y medias. Tiene un cuerpazo de impresión. No lo parecía. Quítate también el sostén, le decimos nosotros. Enséñanos esas tetorras. Enséñanoslas. Paola no para de decir que no puede bañarse, que el agua está helada y le va a dar un pasmo. Maria camina dando tumbos hasta la orilla y se mete en el agua. Tranquila. Nos entran escalofríos al verla allí medio desnuda chapoteando. Nada. Se ha puesto a nadar. Nada. Luego sale y empieza a tiritar. Entonces alguien le da la chaqueta. Se arrebuja ella. Tiene los labios azules. Se deja achuchar y calentar el que le ha dado la chaqueta, y luego se deja besar.

Por fin.

Tenía que bañarse para ceder. Paola sigue mirando alucinada a su amiga que se revuelca y deja que le pongan la mano en el culo. Sois unas idiotas, les dice a sus amigas. Lo hace porque es la más petardo. Y las petardo se creen que son especiales. Piensan en su cerebro que estas cosas no son importantes y no valen nada. Les da vergüenza. Se dirige al coche.

Se va porque nadie se la folla.

Vete.

Vete, es mejor. Maria está tumbada y se deja besar. Con los ojos cerrados. Deja que le quiten el sujetador. Uno de nosotros empieza a apretarle las tetas. Los pezones son oscuros y están duros. Maria ha echado la cabeza hacia atrás y se deja hacer. Se ríe. Deja que le muerdan los pezones. Se ríe. Todos estamos encima de ella, y nos gusta verla allí. Desnuda en la arena. Nosotros también nos reímos. Es una extraña excitación la que nos entra. Vamos allá. Vamos allá. Lo está deseando.

Necesita rabo.

Necesita ser castigada. El que está encima de ella le baja las bragas. La muy guarra no parece darse cuenta. Vamos allá. Vamos allá.

Es el momento del amor.

Le abrimos las piernas. Tiene un buen chumino. Bien cuidado. No tiene pelos que se le desborden por los muslos. Odiamos a las que los tienen. Los detalles son importantes. Se lo afeita.

¿A quién se lo enseñará?

Farfulla algo. Algo así como no. No quiero. Basta.

Es demasiado.

Es demasiado cuando fingen que no quieren. El amor en grupo fortalece la personalidad. Nos bajamos los pantalones y dejamos las trancas al aire. Las sujetamos con la mano y nos reímos. Mira. Mira, le decimos. Levanta la vista y ve este metro y medio de polla. Mediría más o menos eso si se las metiéramos una detrás de otra. Se queda embobada.

Empezamos a follárnosla por turno. Nos tumbamos encima de ella y apretamos. Se agita debajo de nosotros. La enganchamos bien. Al que se corre pronto le cogemos p culo. Está tumbada en el suelo y parece un saco de cal. Animamos a que alguien la cambie de posición y la coja por detrás. De pronto se recupera y dice que basta. Nos implora. Nos suplica. Tú calladita. Tú calladita, le decimos. Pero ella grita e intenta levantarse.

¿Adonde quieres ir?

Todavía no hemos terminado.

Vuelve a caerse al suelo. Seguimos. En lo alto de las dunas aparece la otra amiga. Se queda alucinada cuando nos ve a todos desnudos encima de Maria. ¿Que estáis haciendo?, nos pregunta. ¿Como que que estamos haciendo? Nos estamos follando a tu amiga. Ahora gritamos. Y nos tiramos encima de la desgraciada. Todos juntos. Manada salvaje al ataque. Licaones detrás de una gacela. Con los rabos tiesos. Escalamos las dunas a gatas. Ella se da la vuelta y huye. Corre con la cabeza alta. Con la boca abierta. Nosotros vamos tras la presa y nos dispersamos a sus flancos. Corre. De pronto da un quiebro y se desmarca y cae rodando por la ladera de una duna de arena y vuelve a estar tumbada en la playa. Se levanta y echa a correr. Nosotros nos lanzamos abajo saltando. ¿Por qué no se para? No queremos hacerle daño. Empieza a cansarse. Se ve. La suya es una carrera extenuada.

Cuanto más incoherente se vuelve ella más coherentes nos volvemos nosotros.

Cuanto más insegura de poder salvarse está ella más seguros de poderla atrapar estamos nosotros.

Se da la vuelta para ver dónde estamos, y nosotros estamos cerca y no se da cuenta de una rama grande que la hace tropezar.

Cae al suelo.

Intenta levantarse, pero no lo consigue. Se habrá torcido un tobillo. Se arrastra en la arena. Se arrastra.

Por favor, dejadme, dice.

Por favor. Por favor. Por favor.

Somos nosotros los que te rogamos.

Uno la coge por el pelo.

Tiene miedo. Hámster.

Le arranca la camiseta y la tira al suelo. Entonces ella coge una botella de agua mineral y se la rompe en la cabeza. Le abre una buena brecha en la frente. Una segunda boca. El rojo empieza a escurrirle por la nariz y los ojos. El rojo de la sangre.

No nos has hecho daño.

No nos has hecho daño, puta.

No nos has hecho una mierda, puta.

Perdonad. Perdonad, nos dice.

No.

No te perdonamos en absoluto.

Nos mosqueamos.

Uno coge una sombrilla oxidada y medio rota y se la clava en un ojo. Se hunde perfectamente en la órbita, aunque a los lados salpica papilla y sangre como en un tubo de pasta de dientes aplastado. Es increíble esta chica. Aunque tiembla sacudida por espasmos mortales y tiene una sombrilla clavada en el cráneo, todavía intenta huir. Se levanta.

Es realmente increíble.

Nosotros, con los brazos cruzados, esperamos a que la palme pero va para largo. Entonces, exasperados, le arrancamos la sombrilla de la cabeza y se la hincamos en el estómago. Mucha sangre. Mucha. El asta atraviesa el cuerpo y se clava en la arena tiñéndola de rojo. Luego abrimos la sombrilla. Es de flores con flecos mitad blancos mitad rojos de óxido. La dejamos así. A la sombra.

Volvemos adonde está Maria. Todavía está tirada en el suelo. Nos mira y luego se echa a llorar. Nosotros bailamos a su alrededor como en la discoteca. Enróllate con el tecno. ¿Por qué no bailas con nosotros? Venga. Vamos, guapa. Levántate. Pero no nos parece que Maria tenga muchas ganas. La ponemos de pie. Camina deprisa. Intentamos abrazarla, pero no quiere.

¿Dónde están mis amigas?, pregunta.

Mira, una está debajo de la sombrilla. Ella se dirige hacia su amiga. Se detiene. Cae de rodillas. Nos acercamos. Por favor no me matéis, nos dice. Nosotros no te mataríamos, pero tú luego se lo dirías todo a la policía y nosotros no podemos acabar en el trullo. El trullo nos deprime. Os juro por Dios que no se lo diré a nadie, continua. Entendemos tu buena fe pero los policías son unos cabrones, te obligarán a decir la verdad. Se lo dirás todo. Joder que si se lo dirás todo. Tenemos que darte matarile. Tú también lo entiendes. Entonces cavamos en la arena un hoyo pequeño de unos treinta centímetros de profundidad. Cogemos a Maria. Es buena. Al final se ha convencido y se deja matar. Lloriquea como una niña. La cogemos por el cuello. Le damos un par de besos y le metemos la cabeza en el hoyo. Luego lo tapamos. La dejamos un poco así. Un par de minutos. Los brazos y las piernas y las manos y las tetas se agitan y se estremecen sacudidas por la muerte.

Todo termina.

La sacamos. Tiene una expresión rara. Está toda morada.

Los ojos están morados. La lengua está morada. La nariz está morada.

Saltamos un poco. Nos desnudamos todos.

Estamos de alucine todos desnudos.

Somos de alucine y basta.

Volvemos al coche corriendo y gritando. Coño. Coño. Coño. Le gritamos a la noche que se va. Premio. Premio. Al que corra más. Al que aguante más.

La petardo está sentada tranquilamente en el capó del coche. Espera a sus amigas.

Espera. Espera.

Es un momento. Un momento y está muerta. Un momento y su cabeza está rota. Rota en la arena. Su cabeza está abierta como un huevo de pascua hecho de carne y de huesos y de pelo. La sorpresa se escurre por la arena. Cerebro. Blando, blando.

Y ahora basta. Basta.

Estamos cansados.

Queremos volver a casa.

El sol esta subiendo. Se esta separando de la superficie del mar. Solo un puntito lo mantiene todavía pegado al horizonte.

Volvemos a subir al coche. Unos pescadores van a pescar. Traen cañas.

El coche está en la provincial. La música a tope. Callados. No hablamos. Estamos volviendo a casa. La caza ha terminado. De una manera u otra ha terminado.