LA AFICIÓN VIOLENTA Y DESMESURADA AL FÚTBOL COMO FENÓMENO SOCIAL
En cuanto a forma de comportamiento, la turbulencia de los aficionados al fútbol, que les ha ganado el membrete de hooligans, es compleja y variada. En el uso popular, por ejemplo, esta etiqueta abarca formas de maldecir y de comportarse que, en otros contextos, se disculparían como simples arrebatos debidos al alcohol o como «payasadas». De hecho, muchos de los seguidores que son detenidos en el contexto futbolístico no han pasado de esta mala conducta relativamente leve. En sus manifestaciones más serias, sin embargo, el término denota las invasiones del terreno de juego deliberadamente orquestadas con el fin de detener la marcha del partido y, quizá la más grave de todas, las zacapelas a gran escala entre grupos de aficionados rivales que a menudo terminan en violencia y destrucción. Esta última modalidad del fenómeno es la que nos interesa principalmente. Para ser más exactos, las pruebas existentes hacen pensar que, si bien muchos aficionados se ven arrastrados a los incidentes violentos —es decir, no acudieron al estadio con intenciones de molestar—, los rufianes «a marchamartillo», los que constantemente incurren en acciones desmesuradamente violentas dentro del contexto del fútbol, ven la lucha y la conducta agresiva como parte integral del hecho de «ir al partido». Estos hinchas son casi simepre lo suficientemente hábiles para no ser descubiertos y detenidos, razón por la cual no siempre aparecen en las estadísticas policiales. «Frank», chófer de camión, de 26 años de edad y autodeclarado «hincha fanático y violento del fútbol», que fue entrevistado por Paul Harrison tras el partido entre los equipos Cardiff City y Manchester United en 1974, puede servir de ejemplo. Según informó Harrison, estas fueron sus palabras:
Yo voy a los partidos por una sola razón: el aggro[231]. Es una obsesión, no puedo dejarlo. Disfruto tanto cuando estoy en ello que casi me meo de gusto en los pantalones… Buscándolo, recorro todo el país… Todos los días, por la noche, damos vueltas por la ciudad buscando camorra. Antes de los partidos vamos como si nada, con pinta respetable… luego, cuando vemos a alguien con aspecto de enemigo, le preguntamos la hora; si responde con acento extranjero, le damos una paliza; y si lleva dinero encima, se lo quitamos además[232].
Bien puede Frank haber exagerado la medida de su participación en el «aggro» y el punto hasta el que disfruta con ello, pues en caso de que sus afirmaciones fuesen ciertas, otros aficionados, incluso la mayoría de los fanáticos violentos, lo tacharían de chiflado o de rematadamente loco[233]. A pesar de ello, el interés que muestra en la lucha y en la obtención de una emoción agradable en situaciones de pelea posee características comunes con el estilo de vida de los hinchas futboleros «a machamartillo». La cuestión desde el punto de vista sociológico radica en explicar por qué. En concreto: ¿a qué se debe que los adolescentes y adultos jóvenes de determinados grupos dentro de los sectores socioeconómicamente más bajos de la clase obrera hayan llegado a experimentar tanto interés y placer en la lucha?, ¿por qué la conducta abiertamente agresiva constituye una parte tan importante de su forma de vida?, ¿por qué se ha convertido el fútbol para ellos en un cauce atractivo y constante de expresión de ese afán combativo? Antes de dirigir nuestra atención a estas complicadas cuestiones, delinearemos las principales formas que adopta la confrontación entre los hinchas fanáticos del fútbol.