Prólogo [1]

Actualmente no está nada clara la relación de la multiplicidad con el ser humano particular, el denominado «individuo», la relación de la persona con la multiplicidad de seres humanos, a la que damos el nombre de «sociedad». Pero las personas no suelen ser conscientes de que esto es así, ni mucho menos de por qué es así. Es habitual el empleo de términos como «individuo» y «sociedad», el primero de los cuales remite al ser humano particular, como si este fuera un ser que existe aislado, en sí mismo, mientras que el segundo normalmente oscila entre dos concepciones opuestas, pero igualmente equívocas. En este sentido, la sociedad es entendida bien como un mero cúmulo, como una coexistencia acumulativa y, por tanto, carente de estructura, de personas particulares, bien como un objeto que, de manera un tanto inexplicable, existe más allá de las personas particulares. Las palabras dadas con que cuenta el hablante particular, los mismos conceptos, que contribuyen de forma decisiva a determinar el modo de pensar y las acciones de la persona criada bajo su esfera, hacen, en último término, que parezca como si el ser humano particular, tildado de individuo, fuera ontológicamente distinto a la multiplicidad de personas presentada como sociedad.

Este libro trata de aquello a lo que remiten los conceptos «individuo» y «sociedad» es sus formas actuales, es decir, trata de determinados aspectos de los seres humanos y ofrece herramientas para la reflexión y la observación de estos. Algunas de las herramientas son bastante novedosas. No es frecuente hablar de la sociedad de los individuos. Pero quizá sea provechoso emanciparse del viejo y habitual uso de estos conceptos, que muchas veces les hace aparecer como una simple pareja de opuestos. Una de las tareas del presente libro es liberar los mencionados conceptos de este significado y, para ello, no basta con actuar de manera negativa, con hacer una mera crítica del empleo de estos conceptos como pareja de opuestos, sino que es necesario intentar elaborar un modelo de la manera en que las personas particulares están, en lo bueno y en lo malo, unidas unas a otras en forma de multiplicidad, esto es, de sociedad.

Hace ya unos 50 años, cuando trabajaba en mi estudio sobre El proceso de la civilización[2], advertí que era este uno de los problemas fundamentales de la sociología. De hecho, los primeros borradores de La sociedad de los individuos fueron concebidos como parte de la teoría global del segundo tomo de aquel libro. Todavía poseo algunas galeradas del libro sobre la civilización, cuyo contenido está en relación con el del texto publicado a continuación como Parte I.

Cuando trabajaba en aquel viejo libro me topé una y otra vez con el problema de la relación entre individuo y sociedad. El proceso de la civilización se prolongó a lo largo de muchas generaciones. Se me hizo patente gracias a los ejemplos que mostraban una transformación, en una dirección determinada, de los umbrales de precariedad y pudor. Esto significaba que las personas de cada generación posterior a otra entraban en una etapa posterior del proceso de civilización. Como individuos, al hacerse mayores tenían que elaborar un nivel de pudor, de precariedad, de todo el proceso social de formación de conciencia, posterior al de las personas de las generaciones anteriores. El conjunto de modelos de autorregulación social que el ser humano particular tiene que aprender y desarrollar dentro de sí mismo durante su formación como individuo único es específico de cada generación y, por tanto, en un sentido más amplio, específico de cada sociedad. Así, pues, el trabajo sobre el proceso de la civilización me mostró muy claramente que algo que no provocaba bochorno en un siglo precedente podía provocarlo en uno posterior —y a la inversa; yo sabía muy bien que también podían producirse cambios en sentido contrario—. Pero, fuese cual fuese el sentido del cambio, los ejemplos dejaban ver en qué gran medida el desarrollo personal de cada ser humano estaba determinado por el lugar que este ocupaba dentro de la corriente del proceso social.

Algún tiempo después de iniciado el trabajo comprendí que el problema de la relación de la persona particular con procesos sociales amenazaba con rebasar el marco del libro sobre la civilización, a pesar del estrecho contacto que existía entre ambas cuestiones. Circunstancias externas apuntaban en la misma dirección. El libro sobre la civilización ya era por sí mismo bastante extenso. Así, pues, lo di por terminado y no incluí en él los intentos, ya iniciados, por clarificar la relación entre sociedad e individuo. El asunto me cautivaba. Su importancia para el establecimiento de la sociología como ciencia aparecía ante mis ojos cada vez con mayor nitidez. Volví a trabajar en él. Así surgió, en primer lugar, el texto reproducido como primera parte de este libro. Este texto muestra la fase inicial de mi enfrentamiento con el problema, pero también muestra que la fase inicial del estudio de un problema fundamental posee valor per se aunque después se haya desarrollado la labor en torno a ese problema.

No se puede negar que la reconstrucción del desarrollo de las soluciones posteriores y cada vez más completas de un problema, ayudada por documentos auténticos de diversas etapas del proceso de investigación, facilita el acceso a las soluciones de etapas consiguientes. La posibilidad de conocer soluciones anteriores, valiosas en sí mismas, aunque más limitadas, para, mediante este conocimiento, poder seguir el desarrollo progresivo que condujo a otras soluciones más completas, ahorra al lector el esfuerzo por comprender estas últimas como si hubieran surgido de la nada en la cabeza de alguien, con independencia de todo proceso, de todo desarrollo del trabajo intelectual. La idea que subyace a la estructura del presente libro es completamente distinta. Las tres partes que lo componen se han escrito en diferentes épocas. La primera muestra la etapa inicial del enfrentamiento con el problema de la relación de las personas particulares con la multiplicidad de seres humanos, como señala el título del libro. La segunda parte es un trabajo posterior sobre la misma cuestión; la tercera está constituida por la, hasta ahora, última fase de esa labor.

En la transformación del modo de aproximación al problema de la relación entre sociedad e individuo, transformación que se ha ido verificando a lo largo de unos 50 años, se reflejan, sin duda, determinadas transformaciones operadas en los propios individuos y sociedades humanas, y, de acuerdo con ello, también determinadas transformaciones de lo que se entiende por sociedad y, no en último término, transformaciones de la experiencia que tienen de sí mismas las personas particulares cuya reunión forma esas sociedades, es decir, en pocas palabras, transformaciones de la experiencia de sí mismos y de los hábitos sociales de los individuos. Pero, por otra parte, se observa que también ha cambiado considerablemente la manera global de abordar el problema. El problema se hace más concreto, la formulación de conceptos se acerca más a la situación observable de los individuos dentro de la sociedad, lo cual, paradójicamente, va de la mano con la ascensión conceptual hacia una síntesis en un plano superior. Esta encuentra aquí su principal expresión en el concepto de equilibrio entre el nosotros y el yo. Este concepto apunta a que la relación entre la identidad como yo y la identidad como nosotros que posee cada persona singular no se establece de una vez y para siempre, sino que está sometida a transformaciones muy específicas. En tribus pequeñas y relativamente simples esta relación es muy distinta a la que existe en los grandes Estados industrializados de nuestros días; la que se observa en tiempos de paz es distinta a la que se observa en las guerras actuales. Con esto se abren a la discusión y a la investigación problemas de la relación entre persona y sociedad imposibles de plantear si se considera al ser humano y, por tanto, también a uno mismo, como un yo carente de un nosotros.