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28 de diciembre de 2035

Estocolmo

Los días festivos pasaron como una exhalación en la isla del Pacífico donde se ocultaban. A pesar de la realidad que les había tocado vivir, la familia unida intentó festejar las navidades de la mejor manera posible. El equipo de rescate trajo a Ron para que se restableciera y Mick apareció sano y salvo en Londres. Así que como mínimo lograron disfrutar de un par de días de tranquilidad antes de encarar un nuevo reto.

Elena Guix, la informática que Ray capturó en Bali, estaba integrada en la familia. Entre ella y Agustí había surgido algo que se percibía en las miradas furtivas que se lanzaban a escondidas. Y gracias a ese sentimiento la chica se avino a revelarles datos cruciales acerca de la organización contra la que luchaban.

Cristina se dirigió a la terminal de salidas internacionales seguida de Alice. Miró de reojo a la agente mientras subían al finger que enlazaba con su avión a Estocolmo. Estaba nerviosa como una chiquilla. Alice despertaba en ella unas sensaciones nuevas, excitantes, peligrosas. Le parecía alucinante que las emociones se enredaran de aquella manera en su corazón en medio del caos en el que se convirtió la vida de todos los integrantes de su familia.

El vuelo duró catorce horas. La mitad de ellas se las pasaron durmiendo y la otra preparando la manera de actuar una vez llegaran a Suecia. Elena les había explicado varias cosas relacionadas con el pasado de Ingrid, justo cuando dejó de llamarse Dolly y entró a estudiar en la universidad de Estocolmo. Fue una chica brillante en los estudios, con un coeficiente intelectual elevado y mucho ímpetu. Durante sus años universitarios no se relacionó con alumnos de su edad, pero frecuentaba la compañía de dos profesores. Uno era el actual decano, presumiblemente un adepto a la causa de Los Visionarios y responsable indirecto del atentado bomba contra Mar y Ron; el otro era un prominente científico sueco que investigaba los inicios de la nanotecnología aplicada a la medicina, un tal Hans Orsson.

La misión de Cristina y Alice consistía en localizar al doctor Orsson. En sus pesquisas por Internet esbozaron una biografía bastante fidedigna de los treinta primeros años del científico, pero desde 2020 este había desaparecido por completo de la faz de la Tierra. Era extraño, no estaba muerto. De eso estaban seguras tras comprobar los registros de defunciones. Tampoco salió del país ni estaba enfermo en ningún hospital. No existían movimientos bancarios que rastrear ni empleos donde preguntar ni nada de nada.

El doctor Hans Orsson se licenció en medicina cum laude en la universidad de Estocolmo el 35 de junio de 2015. Los cuatro años siguientes cursó el doctorado en la misma universidad, compaginando los estudios con la docencia. Su tesis versaba sobre la aplicación de los recientes hallazgos en nanotecnología en el campo de la medicina curativa. Era un hombre brillante que aportó ideas importantes al campo de la medicina. Cuando se doctoró, lo fichó una corporación internacional que desarrollaba proyectos científicos avanzados: la X.C. Corporation. La base de su funcionamiento era invertir fuertes cantidades de dinero en investigación y desarrollo para luego comercializar sus descubrimientos a precios escandalosos. Orsson trabajó en la compañía durante un año, tras el cual desapareció sin dejar rastro.

Las dos mujeres tomaron un taxi para dirigirse al centro de la ciudad. Su intención era instalarse en el hotel y tomarse el resto del día libre para descansar del vuelo. Se alojaban en un pequeño hotel muy cercano al recinto universitario.

Mediaba la tarde cuando salieron a disfrutar de un paseo a orillas del río. El sol asomaba feliz en medio de un cielo apenas manchado con unas nubecillas blanquecinas que parecían diluirse en el azul celeste. Europa llevaba tantos días inmersa en las tormentas que la gente se arremolinaba en el exterior con ilusión al ver aparecer los rayos del sol.

Cristina se permitió unas horas de tranquilidad junto a Alice. Caminaron por las callejuelas como dos turistas más. Entraron en las tiendas, disfrutaron de un café y se despreocuparon de la investigación que las había llevado a la otra punta del mundo.

Regresaron al hotel a las diez pasadas. Alice cerró la puerta de su habitación con llave cuando comprobó que Cristina hacía lo propio con la suya. Se cercioró de que nadie fuera a molestarla colgando un cartel del tirador de la puerta. La agente se permitió una ancha sonrisa de satisfacción mientras caminaba hacia la mesa donde la esperaba su portátil. Se desabrochó los pantalones y se sentó en la silla sin rebajar la expresión triunfal de su cara. ¡Todo estaba saliendo a la perfección! Su papel en toda esa farsa no despertaba suspicacias y ahora contaba con información privilegiada.

—¡Incauta! —murmuró escribiendo las palabras en clave que transmitirían la información a sus superiores—. ¡Todavía estoy de buen ver! ¿Quién no se enamoraría de mí?

Tardó una media hora en sortear todas las medidas de seguridad para contactar con sus superiores.

«Informe de Alice Montgomery. 28 de diciembre de 2035. En los datos adjuntos encontrarán la ubicación de la isla donde reside la mayoría de los Noguera. Estamos en Estocolmo en busca de Hans Orsson. Quedo a la espera de instrucciones.»

El secreto de los cristales
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