Capítulo 14

Tres tubos de luz pegados al techo, iluminaban la sala. Una máquina de control, mostraba diferentes gráficos que se repetían a lo largo de las cinco pantallas de plasma. Al otro lado, como si fuera un estudio de grabación musical, una cámara frigorífica protegida por cristal blindado.

La sala de control separaba a un grupo de cinco doctores de las bajas temperaturas.

—De momento, no hay ningún indicio de vida —explicó un hombre rubio con gafas de aluminio—. Hemos regenerado los tejidos y animado artificialmente sus órganos. El corazón biónico bombea y todo parece funcionar correctamente, pero no podemos saber…

—Si despertará… ¿Cierto? —dijo otro de los hombres mirando a través del cristal. En el interior de la cámara frigorífica, una cabina cilíndrica de cristal embalsamaba el busto desnudo de Roman Komarnicki, conectándolo a un procesador electrónico y un depósito regenerador de líquido—: Y en caso de que lo hiciese, nadie nos asegura de que vuelva a ser él. Todo esto, es una locura.

—Si eso sucediera —dijo otro de ellos, de pelo oscuro—, se demostraría que el alma es presa del cuerpo, o que se encuentra ubicada en alguna parte.

—Se demostrarían muchas cosas que prefiero no pensar —dijo el rubio—. Hablar de ello, me pone enfermo.

—Acabaríamos con las religiones —dijo el hombre con gafas de aluminio—. Se demostraría que no existe tal espíritu, que las creencias no son más que un invento fruto de la desesperación del ser humano.

—Puede que se demuestre lo contrario —contestó el de pelo oscuro—. Hablaríamos de un descubrimiento inaudito.

—Siempre podemos desconectarlo, ¿no? —dijo un cuarto.

—Como si nuestras familias no estuvieran amenazadas de muerte… —dijo el quinto—. Olvídalo.

—Aquí es donde entran la ética, la moral y los intereses propios de cada uno —dijo el segundo—. Las consecuencias de que despierte, pueden ser devastadoras…

—Es un callejón sin salida —comentó el doctor de pelo rubio—. Será el primero de una larga lista de interesados… Tarde o temprano, los americanos harán lo mismo o nos someterán para entregarles la investigación.

—Solo Dios dirá —añadió el cuarto.

—Solo Dios dirá —repitió el quinto.

—Komarnicki tiene la última palabra —dijo el hombre de gafas.

De fondo y lejos, se escuchaban los cañonazos de los tanques. Los cinco doctores se quedaron observando al gaseoso busto de Komarnicki frente al cristal, un cuerpo sumergido en líquido azul, moviéndose a ritmo de las burbujas que subían rodeando su cuerpo.