Se lo recomiendo para combatir el calor
(Jueves 1.º de mayo de 1930)

«Yo creo que le debo contar al lector, punto por punto, sin omisiones, sin efectos y sin lirismos, todo cuanto hago y cuanto veo» («La mancha», Páginas escogidas, Azorín).

Esto escribía el simpático Azorín, cuando el director de un periódico español lo mandó a pasear, como ha hecho el director de El Mundo conmigo. Es conveniente que haya directores de periódicos así. Cuando se mueran, uno los recordará diciendo:

—¿Fulano? Era muy bueno… Por él fui a X… Aunque X sea Brasil o Alemania.

Bueno. Pero yo no iba a contar esto, sino lo siguiente: tan disparatado es ir al Brasil a hacer gimnasia sueca, como sembrar bananas en el Polo. Y sin embargo, todos los días me fajo mi buena hora de gimnasia. Sí, señores; sesenta minutos, sin grupo ni descuento.

Es necesario

Seis días estuve meditando si iría a la Asociación Cristiana de Jóvenes Brasileños a desconyuntarme o no. Seis días en cuyo lapso no sé cuántos miles de reis hice saltar en refrescos, naranjadas y sorbetes. Ni a la sombra, ni al sol, encontraba alivio para el calor que le derrite los sesos a cuanto hombre del Sur llega aquí. Y me decía: «Como continúe de esta forma o me estalla el estómago de tanta porquería como ingiero o quedo reducido a una mínima expresión, vale decir: más chato que cinco de queso».

Intenté el procedimiento de los baños. No dan resultado. Fui a Copacabana. Lo de las muchachas de Copacabana es una mula. He visto algunas que se bañaban y no causan ningún efecto. Es inútil: la mujer, para interesar, tiene que estar vestida. Bien lo sabía cuando el diablo le sugirió a San Mael que hiciera adoptar el uso del vestido a las pingüinas. Y San Mael cayó en el enredo de Satanás.

Adopté el sistema de quedarme inmóvil horas y horas en una catrera, como un Buda bajo la higuera. Conté todas las rajaduras que tenía el cielorraso; todos los nudos que tenía el fruncido de una cortina y ni medio. El cogote me sudaba como el de un mulo de noria.

Visto y comprobado sobre el terreno que los sistemas fallaban por su base y que en ese tren me quedaría flaco, escuálido y qué sé yo cuántas cosas más (sumado el agravante de que en cuanto sale a la calle usted empieza a sintonizar con toda mujer que mira y pasa), la tarde del 1.º de abril tomé mi pantaloncito, las alpargatas y la camiseta de hacer gimnasia, y rajé para la Asociación.

Sesenta minutos

Desde entonces me fajo sesenta minutos de gimnasia cotidiana. Esto sin contar la que hago antes de irme a dormir y al levantarme. Creo que soy un héroe. ¡Hago gimnasia en el Brasil! Resignándome como quien va al suplicio, me encamino todas las tardes a la Yumen (tiene un regio edificio). Me cambio, bajo a un sótano y empiezo a trabajar en los aparatos. Subo y bajo unas pesas endiabladas. Primero de pie, después de espaldas, después acostado, semiacostado, oblicuamente. Por las espaldas y el pecho me corren gotas de sudor gordas como porotos.

Y como el arte está en el matiz, al rato empiezo a trepar igual que un mono por una pared de travesaños redondos y hago flexiones colgado de los brazos. Este es un régimen macanudo para quedar en piel y huesos. Se lo recomiendo a los gordos.

Después me acuesto en el suelo de cemento armado. Queda uno como si le hubieran aplicado una pateadura jefe. Y en cuanto usted empezó a respirar, suena el pito del profesor de gimnasia llamándolo a clase, porque la que ha hecho uno es clase individual y no vale. Y allí son otros treinta minutos de fajada consciente y organizada, con palos y con bochas. Luego la variación de trote, trote de todos los matices y estilos. Cuando termina, una ducha de agua fría, que aquí no es como en Buenos Aires, donde hay agua caliente. ¡Minga! Agua bien fresca. Esto se lo recomiendo a los neurasténicos y cocainómanos.

Y sale a la calle

Y sale a la calle con garbo gentil y majestuoso continente. Claro, después de todo ese laburo de flexiones, arqueamientos, saltos, estiramiento de piernas y brazos, tensión de músculos y la mar en coche, el esfuerzo de caminar resulta insignificante. El cuerpo no se siente, por más calor que haga. ¿Cómo se va sentir, después de semejante fajada? Y es la única forma de mantenerse bien. Si no, se va muerto. Sobre todo nosotros, los «de clima frío».

La temperatura, aquí, agota al hombre del Sur. Dese cuenta: el efecto lo sienten los nativos, que deberían estar acostumbrados, cuanto más nosotros… Los primeros días de llegar a esta ciudad, se camina con la cabeza abombada. Usted sale lo más bien de su casa y, de pronto, todo le baila ante los ojos. Está mareado de calor, groggy, ese es el término. En cambio, con la gimnasia, ¡ríase usted del calor! Por brutal que sea, el cuerpo absorbe la fatiga, se vuelve más elástico, más recio, y «probarla es adoptarla».

He aquí el único medio para el argentino que quiere venir a vagar en este país de «paz y orden».

¡Ah! Se me olvidaba: también se puede comprar una heladera y atorrar en ella.