Deseo inadecuado
Rachel Bailey
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Harlequin Books S.A.
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Deseo inadecuado, n.º 104 — abril 2014
Título original: No Stranger to Scandal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4285-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Capítulo Uno
Hayden Black ojeó los documentos y las fotografías que tenía encima del escritorio de su suite de Washington hasta que encontró lo que buscaba. Unos preciosos ojos castaños, la melena rubia y brillante hasta los hombros. Los labios rojos. Lucy Royall, la clave de aquella investigación para el Congreso, con la que conseguiría hundir al padrastro de esta, Graham Boyle.
Después de haber realizado la investigación preliminar desde Nueva York, Hayden había decidido que la heredera, de veintidós años, era el punto débil de Graham Boyle, al través del que podría encontrar información de todas las actividades ilícitas de este. Lo primero que había hecho esa mañana había sido pedir una fotografía de la señorita Royall, para estar preparado cuando la conociera.
Dejó a un lado la fotografía y tomó otra en la que la joven hacía publicidad de la cadena de noticias de Boyle, American News Service, en la que ella trabajaba como reportera júnior. A pesar del tono de voz profesional y de llevar los ojos muy maquillados, parecía demasiado joven, demasiado inocente, para estar mezclada en los negocios sucios de ANS, desde donde se estaban pinchando teléfonos de los amigos y familiares del presidente. Pero las apariencias podían engañar, sobre todo, cuando se trataba de princesas mimadas. Y nadie lo sabía mejor que él.
Graham Boyle había adoptado a Lucy Royall cuando esta tenía doce años, y después de que la niña hubiese heredado una inmensa fortuna de su padre biológico. No había nacido en cuna de oro, sino en cuna de oro incrustada de diamantes.
Hayden tomó la fotografía de otra periodista rubia: Angelica Pierce, una experimentada periodista de ANS. Hacía diez minutos que había salido de una entrevista con ella, así que estaba seguro de que tenía la sonrisa tan blanca y los ojos tan azules como aparecían en la foto. Había algo extraño en el azul de sus ojos, que parecía más de lentillas de colores que natural. Angelica Pierce llevaba media vida delante de una cámara de televisión, así que era normal que intentase presentarse lo mejor posible ante sus telespectadores.
Se había mostrado dispuesta a ayudarlo y había comentado que aquel escándalo perjudicaba a todos los periodistas. Sobre todo, había accedido a ayudarlo con el tema de Lucy Royall. Al parecer, nada más terminar sus estudios, Boyle la había contratado a pesar de haber tenido otros candidatos mucho mejor cualificados. Según Angelica, Lucy se paseaba por la redacción como si fuese una estrella de cine, se negaba a hacer ta-reas que no le gustaban y daba por hecho que tenía ciertos privilegios.
Hayden volvió a mirar la fotografía de Lucy, que iba vestida con una camisa de seda y unos sencillos pendientes de diamantes, todo muy fino y discreto, pero que dejaba entrever su riqueza y clase, y no le sorprendió que se creyese con ciertos derechos.
Pero, durante la entrevista, Angelica había hecho algo particularmente interesante. Le había mentido al contarle que Lucy la había amenazado. Su lenguaje corporal había sido muy sutil, pero Hayden se había entrevistado con muchas personas a lo largo de los años y estaba acostumbrado a ver lo que otros no veían.
Aunque Angelica podía tener motivos para mentir, tal vez estuviese nerviosa al ver ascender en el escalafón a una joven y bella periodista que, además, era familia del dueño de la cadena. Había gente que mentía por mucho menos todos los días.
Pero Hayden sabía que había algo más. Era cierto que él solía desconfiar de los periodistas porque pensaba que estaban demasiado acostumbrados a manipular hechos para conseguir una buena historia, pero toda aquella investigación estaba centrada en periodistas, así que, por el bien de su objetividad, tendría que intentar olvidarse de eso y tomarse las cosas según se fuesen presentando.
Rebuscó entre las fotografías hasta que encontró una de Graham Boyle. Todas las averiguaciones que Hayden estaba llevando a cabo para el comité que se había creado para investigar los casos de piratería y otras actividades ilegales lo terminaban llevando hasta Boyle.
Y su hijastra.
Era posible que Angelica Pierce le hubiese mentido al decirle que Lucy Royall la había amenazado, podía haberlo hecho para proteger su puesto de trabajo, pero a Hayden no le costaba nada creer que la señorita Royall fuese una princesa malcriada que estaba jugando a ser periodista. Conseguir que esta le confesase que su padrastro estaba jugando sucio sería pan comido. Hayden tenía experiencia más que suficiente con herederas consentidas y sabía muy bien cómo tratarlas.
Lucy Royall iba a caer, y su padrastro con ella.
Lucy sujetó el teléfono con el hombro y siguió escribiendo unas preguntas para Mitch Davis, el presentador de uno de los programas nocturnos de ANS. Este iba a entrevistar a un senador de Florida cuatro horas después y quería tener las preguntas a mediodía para poder familiarizarse con ellas. Así que Lucy tenía exactamente diez minutos más, y después, a la una, tenía que reunirse con Hayden Black, que formaba parte de un comité de investigación contra la piratería. Así que aquella llamada de la productora Marnie Salloway llegaba en muy mal momento. Aunque su trabajo siempre era así, tenía demasiadas tareas y demasiados jefes.
—Marnie, ¿puedo llamarte dentro de quince minutos?
—Voy a estar en una reunión. Necesito hablar contigo ahora —replicó la otra mujer.
—De acuerdo. ¿Qué quieres?
—Necesito la lista de los lugares a los que vamos a mandar esta tarde a nuestros cámaras para grabar las imágenes del reportaje de la hija del presidente.
Lucy frunció el ceño y siguió tecleando.
—Te la he mandado esta mañana.
—Me has mandado diez lugares. No es suficiente. Necesito veinte antes de las doce y media.
Lucy miró el reloj que había en la pared. Eran las doce menos nueve minutos. Contuvo un suspiro.
—De acuerdo.
Colgó el auricular y malgastó veinte preciosos segundos apoyando la cabeza en el escritorio. Nada más terminar la carrera, Graham le había ofrecido trabajo de periodista a tiempo completo, pero ella lo había rechazado. Entonces, le había ofrecido que trabajase como presentadora los fines de semana. Solo quería ayudarla. Era lo que llevaba haciendo desde que tenía doce años, pero ella no quería ocupar un puesto alto.
Bueno, eso no era cierto, por supuesto que quería llegar alto como periodista, pero quería ganárselo, ser buena. Que la respetasen por su trabajo. Y la única manera de conseguir esa experiencia era trabajando a las órdenes de grandes periodistas, para poder aprender de ellos.
Pero en días como aquel cuestionaba aquella decisión. No era la única periodista novata de la cadena, pero sí la única a la que todo el mundo trataba como si fuese una criada. Y la que peor la trataba era Angelica Pierce, periodista que, hasta entonces, había sido su heroína. Lucy respiró hondo y siguió escribiendo las preguntas de la entrevista de Mitch Davis. Poco después se las había enviado por correo electrónico. Entonces se puso con el trabajo que le había encargado Marnie.
Desde el primer día, le había quedado muy claro que al resto de trabajadores de ANS no les gustaba tener a la hijastra de Graham cerca. Se rumoreaba que era su espía. Y ella comprendía el rechazo que suscitaba, pero no podía permitir que eso la afectase. Lo que había hecho hasta entonces había sido mantener siempre la cabeza agachada y realizar cualquier trabajo que le pidiese otra persona más antigua que ella, aunque se tratase de algo ridículo.
Le envió la lista ampliada a Marnie, tomó su bolso y salió corriendo por la puerta para dirigirse a la reunión con Hayden Black. Si tomaba un taxi y no había mucho tráfico, llegaría con tiempo de sobra. Salió a la calle, compró un café y una magdalena, metió esta en su bolso y le dio un sorbo al café antes de tomar el taxi. No quería llegar tarde a aquella reunión. El Congreso estaba desperdiciando tiempo y dinero en una búsqueda inútil al investigar a su padrastro. Aquella era su ocasión de defender a Graham. Este siempre la había apoyado en todo, en esos momentos le tocaba a ella compensarlo.
El taxi la dejó en el hotel Sterling, donde se alojaba Hayden Black y donde estaba llevando a cabo las entrevistas. Al parecer, le habían ofrecido un despacho, pero él había preferido trabajar desde un territorio neutral. Una decisión interesante. A casi todos los detectives les gustaba la autoridad que les confería un despacho oficial. Lucy se terminó el café en el ascensor y se miró en el espejo; el viento la había despeinado. Mientras las puertas se abrían, se peinó un poco con los dedos. La primera impresión siempre era importante, y Graham dependía de ella.
Comprobó que no se equivocaba de número de habitación y llamó a la puerta con la mano en la que tenía el vaso de café vacío, mientras con la otra se estiraba la falda. Miró a su alrededor en busca de una papelera, pero volvió a mirar al frente al oír que se abría la puerta y empezó a esbozar una sonrisa con la que transmitir que no tenía nada que ocultar.
La sonrisa se le quedó a medias al ver a un hombre alto, vestido con una camisa blanca, corbata carmesí y unos pantalones oscuros muy bien planchados. Hayden Black.
Lucy notó cómo el aire se espesaba. Había conocido a muchos hombres poderosos en el trabajo, en la vida, pero ninguno con la presencia de aquel. Tuvo que hacer un esfuerzo por respirar.
Él frunció el ceño. Sus ojos marrones la estudiaron y no pareció gustarle. Lucy sintió frío. Aquel hombre ya la estaba juzgando y la entrevista todavía no había empezado. Se puso recta. En realidad, estaba acostumbrada a que la gente la juzgase solo por su riqueza, por su modo de vida y por la familia en la que había crecido. Y aquel hombre era solo uno más. Levantó la barbilla y esperó.
Él se aclaró la garganta.
—Señorita Royall. Gracias por venir.
—Un placer, señor Black —le respondió en tono educado, tal y como le había enseñado a hacer su madre para cuando quería conseguir algo.
«Se atrapan más moscas con miel que con vinagre, Lucy».
Él alargó el brazo para indicarle que entrase.
—¿Quiere tomar algo antes de que empecemos? —le preguntó casi gruñendo.
—No, gracias.
Lucy se sentó y dejó su bolso en el suelo, a su lado.
Hayden ocupó el sillón de enfrente y la miró de manera condescendiente.
—Le voy a hacer algunas preguntas sencillas acerca de ANS y de su padrastro. Si me responde con la verdad, no tendremos ningún problema.
Lucy sintió calor. Menudo imbécil. ¿Cómo que si le respondía con la verdad no tendrían ningún problema? Tenía veintidós años, un título de la Universidad de Georgetown y era la propietaria de un sexto de los grandes almacenes más importantes del país. ¿No pensaría aquel tipo que iba a permitir que la tratase como a una niña?
Le dedicó su sonrisa más inocente, tomó su enorme bolso rojo y lo dejó en el escritorio que tenía delante. Entonces combinó la dulce voz de su madre con la firmeza que había aprendido de Graham y dijo:
—Creo que voy a tomarme un vaso de agua, si es posible. Me he traído una magdalena y me gustaría comérmela. No le importa, ¿verdad? Es que no he podido comer porque tenía que venir aquí y creo que pienso mejor con el estómago lleno.
Él dudó un instante y después murmuró:
—Por supuesto.
Y se levantó a por el agua.
Ella respiró satisfecha, había conseguido desestabilizarlo. Cuando lo vio volver con el vaso de agua, le tendió el vaso de papel del café.
—¿Y le importa tirar esto a la basura, ya que está de pie? No quería meterlo en el bolso por si se manchaba y no he visto ninguna papelera en el pasillo.
Él tomó el vaso, pero no pareció hacerle gracia.
Lucy volvió a sonreírle.
—Gracias. No sabe cuántas personas se niegan a hacer cosas así de sencillas, pero, bueno, es que usted es detective.
Tomó un trozo de magdalena y se lo metió en la boca.
Él volvió a tomar asiento y la miró fijamente, con dureza. Al parecer, había recuperado el equilibrio.
—Señorita Royall...
Ella tragó saliva y buscó una libreta en su bolso.
—Voy a tomar nota de lo que hablamos. Creo que es importante acordarse después de lo que se dice en las entrevistas, sea lo que sea. Ayuda a ceñirse a la verdad y así no tendremos ningún problema.
Tomó otro trozo de magdalena y se lo tendió.
—¿Le apetece?
Él frunció el ceño y Lucy se preguntó si no habría ido demasiado lejos.
—No —se limitó a responder.
—Está muy buena —comentó ella, metiéndose el trozo en la boca antes de buscar un bolígrafo en el bolso.
—¿Está preparada? —le preguntó Hayden con voz tensa.
—Solo un momento. Esta es una conversación muy importante.
Dejó el bolso en el suelo y escribió en lo alto de la hoja: Entrevista con Hayden Black. 2 de abril de 2013.
Luego le sonrió de oreja a oreja.
—Ya estoy preparada.
Hayden se resistió al impulso de gemir y, en su lugar, adoptó la expresión neutra que tan fácil le resultaba poner en una entrevista. Lucy Royall era exactamente como en la fotografía y, al mismo tiempo, no se parecía en nada. Tenía el pelo brillante y rubio, pero despeinado. Los labios eran iguales que los de la fotografía, pero llevaba un pintalabios en color bronce, carnosos, sensuales. Muy a su pesar, a Hayden se le entrecortó la respiración. Tenía los ojos color avellana, pero en persona brillaban con inteligencia. Estaba seguro de que estaba intentando jugar con él, y estaba teniendo cierto éxito. Lo que no sabía Hayden era si eso lo irritaba o lo divertía.
Lo que no le hacía ninguna gracia era cómo había reaccionado al abrir la puerta y verla. Se había quedado atónito.
No era una mujer bella, era impresionante. Tenía una luz alrededor, en su interior. Un brillo tan atrayente que había tenido que hacer un gran esfuerzo para no tocarla. Porque no había una mujer en el mundo por la que fuese menos apropiado sentirse atraído. Era la hija del hombre al que estaba investigando. Una mujer que, si no estaba equivocado, podía ser cómplice de las actividades ilegales de su padrastro.
Ella arqueó las cejas, bien al ver su expresión de disgusto, o porque estaba allí sentada, bolígrafo en mano, esperando a que él empezase la entrevista.
Hayden se aclaró la garganta y le dio a un botón para iniciar la grabación.
—Hábleme de su relación con Graham Boyle.
Ella no dudó.
—Graham ha sido mi padrastro desde que tengo doce años. Es un hombre dulce, con un gran corazón.
¿Dulce? A Hayden le entraron ganas de echarse a reír. Boyle era dueño de una cadena de televisión y era un hombre muy temido, tanto por sus competidores como por sus aliados. Para Graham Boyle, el fin justificaba los medios y todo valía con tal de conseguir una noticia.
Y alguien que había formado parte de su familia desde hacía diez años no podía ser ajeno a su crueldad.
—No es así como se le percibe —comentó en tono moderado.
—¿Lo ven sus padres del mismo modo que sus amigos, señor Black? ¿Que sus novias? ¿Que sus empleados? ¿Que sus jefes? —preguntó ella, tomando aire y estirando la espalda todavía más—. Mi padrastro tiene un trabajo que le exige tomar decisiones difíciles, y las personas que no están de acuerdo con ellas pueden verlo como a un hombre cruel, pero conmigo siempre ha sido bueno y generoso.
—Me alegra oírlo, pero no se le acusa de tomar decisiones difíciles, señorita Royall. Se le acusa de autorizar, o al menos consentir, escuchas telefónicas ilegales para obtener información acerca de la hija ilegítima del presidente.
Ella se quedó inmóvil. Lo único que se movió fue su pecho al respirar. Luego, se inclinó lentamente hacia delante.
—Permita que le diga cómo es Graham. Cuando mi madre murió hace tres años, él se quedó destrozado. Casi no podía andar después del entierro. Dos amigos de la familia tuvieron que llevárselo. Luego, a pesar de tener mucho trabajo, y a pesar de su propio dolor, estuvo llamándome, yendo a verme, haciéndome regalos. Asegurándose de que yo estaba bien.
Volvió a sentarse recta, pero su cuerpo siguió en tensión.
—Es un buen hombre —añadió.
A Hayden aquella apasionada defensa de su padrastro le resultó atractiva. Se le cortó la respiración al ver cómo le brillaban los ojos. Se le aceleró el pulso, pero hizo caso omiso. Era un profesional.
—Al Capone era muy bueno con toda su familia —comentó.
Ella se ruborizó.
—Esa insinuación no me ha gustado nada.
Él sacudió el bolígrafo que tenía en la mano derecha y arqueó una ceja.
—No pretendía insinuar nada, solo que ser bueno con la familia no significa que alguien no realice actividades ilegales.
Lucy se limitó a mirarlo fijamente y él aguardó con paciencia.
Ella bajó la cabeza y su pelo rubio cayó hacia delante. Hayden no pudo evitar imaginarse enredando los dedos en aquel pelo y haciendo que Lucy volviese a mirarlo para inclinarse después hacia ella y probar la suavidad de sus labios, la pasión...
De repente, notó que le apretaba el cuello de la camisa. Se maldijo. ¿Qué estaba haciendo? No se podía sentir atraído por una testigo de una investigación tan importante.
«Contrólate, Black», se dijo.
Tomó aire y la miró hasta que vio a una mujer que intentaba encubrir a un delincuente.
—¿Ha participado en alguna vigilancia ilegal de ANS? —le preguntó, con más dureza de la que había pretendido.
—No —respondió ella, entrelazando los dedos sobre la mesa que tenía delante.
Hayden continuó.
—¿Sabe si se ha realizado alguna vigilancia ilegal en ANS?
—No —respondió ella en tono tranquilo.
—¿Ha participado, o ha sabido de alguna actividad ilegal en ANS?
—No.
—¿Trabajó con los experiodistas de ANS, Brandon Ames y Troy Hall, cuando estos pincharon teléfonos para destapar la historia de la hija ilegítima del presidente?
—No.
—¿Cumplían órdenes de su padrastro?
—Por supuesto que no.
—Al principio, dijeron que las escuchas las había llevado a cabo un detective que había trabajado para la cadena de manera temporal, pero luego se descubrió que este estaba limpio. ¿Sabe quién pudo ayudarlos en ANS?
—Que yo sepa, nadie.
—¿Qué piensa de las acusaciones realizadas contra ANS y contra Graham Boyle?
Ella espiró lentamente.
—Las personas que consiguen algo en la vida siempre atraen a otras que quieren destrozarlas.
—¿Qué piensa que hizo ANS para conseguir destapar la noticia de la hija del presidente Morrow? Este fue senador por Montana antes de la campaña presidencial, no era la primera vez que se investigaba su pasado.
Por primera vez, Lucy pareció dudar.
—No lo sé. Yo no he trabajado en esa noticia.
Él supo que debía insistir, pero al ver aquella expresión en su rostro, lo que deseó fue tranquilizarla. Tomar su mano y decirle que todo iba a ir bien. No obstante, su yo más cínico le dijo que era probable que estuviese actuando y que tenía que hacerla hablar más.
—Pero seguro que habla con otros periodistas —le dijo, intentando hablar en tono escéptico—. Todo el mundo ha hablado de esta historia. ¿No me querrá hacer creer que no ha oído nada acerca de cómo se consiguió destapar la noticia?
—Supongo que gracias al buen periodismo de investigación de toda la vida —respondió ella en tono forzado.
Pero Hayden no tuvo la sensación de que le estuviese mintiendo. Todo lo contrario que la anterior mujer que se había sentado en aquella silla. Aquella mujer no se llevaba bien con sus compañeros, se sentía excluida por ellos, pero no quería decirlo. Hayden no pudo evitar sentir ternura.
No obstante, Angelica Pierce le había dejado claro de quién era la culpa de que Lucy Royall no estuviese integrada. Era peligroso sentir pena por ella. Hayden se pasó una mano por la cara. Aquella entrevista no estaba yendo bien, no le estaba llevando a ninguna parte. Tal vez la falta de sueño de los últimos meses estuviese empezando a hacer mella en él.
Hayden se miró el reloj. Tal vez lo mejor fuese terminar temprano, recoger a su hijo, que estaba con una niñera en la puerta de al lado, e ir a dar un paseo a alguno de los parques de Washington. Ya volvería a entrevistar a Lucy Royall cuando estuviese más fuerte.
—Gracias por su tiempo —le dijo—. La llamaré cuando necesite volver a hablar con usted.
Ella se guardó la libreta y el bolígrafo en el bolso y se puso en pie.
—Señor Black, comprendo que está haciendo su trabajo, pero espero que no haya descartado la posibilidad de que Graham Boyle sea inocente.
Él se puso en pie también.
—Si las pruebas demuestran que es inocente, señorita Royall, yo se lo trasladaré al Congreso.
Pero su instinto, que jamás lo traicionaba, le decía que el padrastro de Lucy Royall era culpable. Y él solo tenía que demostrarlo.
Le abrió la puerta y luego vio cómo balanceaba las caderas por el pasillo. Su belleza, fuerza y determinación lo habían sorprendido.
Pero estaría preparado la siguiente vez que tuviese que hablar con ella.
Capítulo Dos
Lucy entró en silencio en el despacho de su padrastro.
Su secretaria le había dicho que estaba hablando por teléfono, pero que podía pasar de todos modos. Graham asintió al verla y luego dio un par de órdenes más a quien estuviese al otro lado de la línea.
Lucy aprovechó la oportunidad para admirar las vistas panorámicas de Washington desde el ventanal. Le encantaba aquella ciudad. Se había mudado allí con doce años, cuando su madre se había casado con Graham. Tanto la ciudad como Graham le habían sentado bien.
Desde una cesta que había en el suelo, Rosebud, el bulldog de Graham, levantó la cabeza y, al reconocerla, se acercó a saludarla. Lucy dejó su bolso junto al sillón y se agachó a acariciarla.
—¿Qué tal, Rosie? —le susurró.
Graham realizó un último comentario en tono tenso y después colgó el teléfono y atravesó la habitación.
—¡Lucy! —exclamó, sonriendo y abriendo los brazos.
Ella se dejó abrazar y se olvidó de todas sus preocupaciones por unos segundos. Graham era la única persona con la que siempre podía contar. Su única familia.
—Espera —comentó él—. Tengo algo para ti.
Ella no pudo evitar sonreír. Aquella era una frase que había oído muchas veces.
—No hacía falta.
—Por supuesto que sí.
Era su manera de demostrarle lo mucho que la quería. Ella también era la única familia de Graham. En ciertos aspectos, formaban una extraña pareja, pero que funcionaba bien.
Graham abrió la puerta de uno de los armarios que había pegados a la pared y sacó una caja de terciopelo azul oscuro. Se la tendió sonriendo con orgullo. Ella la abrió y sacó un delicado bulldog de cristal.
—Es Rosebud —dijo, y la verdadera Rosebud sacudió el rabo al oír su nombre—. Gracias.
Lucy le dio un beso a Graham en la mejilla.
Este sonrió de todo corazón, como siempre hacía en aquellos momentos. Luego se aclaró la garganta y volvió a su escritorio. Nunca se había sentido cómodo con las emociones, así que aquellos momentos siempre eran breves.
—Cuéntame cómo ha ido la entrevista con Black.
Lucy se dejó caer en un sillón enfrente del escritorio de Graham.
—Ha sido más breve de lo que esperaba —empezó—. En realidad, solo me ha hecho unas preguntas.
—Eso significa que solo quería tomarte el pulso. Habrá más.
—Ha dicho que me llamará cuando necesite volver a hablar conmigo —le contó ella, estremeciéndose al recordar las palabras de Hayden y su profunda voz.
Como no tuviese cuidado, aquel hombre podía llegar a gustarle, y eso no estaba nada bien. Pero era tan alto, moreno y guapo... Hasta sus manos la habían fascinado. Tenía los dedos largos y ligeramente bronceados. Durante algunos segundos, en vez de prestar atención a las preguntas, se lo había imaginado acariciándole la mejilla.
Graham apoyó la espalda en su sillón y entrelazó los dedos detrás de la cabeza, y ella volvió al presente y a la gravedad del asunto que estaban tratando.
—El mayor peligro aquí —comentó Graham—, es que alguien mienta y dé a Black un falso testimonio. ¿Tienes la sensación de que ha ocurrido?
—No lo sé —admitió Lucy—, pero piensa que eres culpable.
Graham juró entre dientes.
—Me niego a quedarme sentado esperando a que un detective que no es objetivo encuentre pruebas que respalden su teoría. Tenemos que dejar a Black al descubierto antes de que haga demasiado daño.
Lucy inclinó la cabeza.
—¿Y qué tienes en mente?
—Quiero que tú inicies otra investigación —le dijo él—. Te relevo del resto de tus obligaciones. Lo harás sola. No quiero que le hables de esto a nadie. Eres la única en la que puedo confiar al cien por cien. La única que no me va a apuñalar por la espalda solo para conseguir fama, o sea cual sea el motivo por el que las personas traicionan a otras.
No había formulado una pregunta, pero Graham estaba esperando una respuesta. Ella alargó la mano y tomó la suya.
—Empezaré ahora mismo.
—Eres una buena chica —le dijo él, dándole una palmadita en la mano antes de soltársela—. El Congreso habrá investigado a Black, pero nosotros somos mejores. Encuentra los fantasmas de su pasado y tráemelos.
Ella sintió un cosquilleo en el estómago. No estaba cómoda con aquel tipo de periodismo y, además, el hecho de que Hayden Black fuese su objetivo la contrariaba todavía más. Cambió de postura. Tal vez aquella sensación se debiese al hecho de que Black la atraía, pero, en cualquier caso, no le gustaba la idea de investigarlo.
Entonces se recordó a sí misma que aquel hombre pensaba que Graham era culpable. Además, si no tenía nada que esconder, ella no lo encontraría.
Así que asintió, la decisión estaba tomada.
—Pero yo no podré dar la noticia. Todo el mundo sabe que soy tu hijastra. Necesitaremos a alguien con buena reputación y con quien haya más distancia.
—Ya nos preocuparemos de eso cuando tengamos el contenido. Lleva a cabo la investigación, consigue la historia y ya encontraré a alguien que la cuente.
Ella puso su mente en modo periodista y sacó la libreta del bolso.
—¿Quién es nuestra fuente en el hotel Sterling?
Graham tomó el teléfono que había en el escritorio, dio una orden y colgó poco después.
—Un conserje que se llama Jerry Freethy —le dijo a Lucy poco después.
—De acuerdo.
Volvió a guardarse la libreta en el bolso y se levantó.
—Te mantendré informado —añadió, tirándole un beso a Rosebud antes de dirigirse a la puerta.
—Lucy —la llamó Graham—. Gracias.
Ella se emocionó, pero consiguió responderle:
—No te preocupes. Tienes todo mi apoyo, Graham.
Al día siguiente, a la una y media, Lucy vio a su objetivo. El conserje le había dicho que a Hayden Black le gustaba dar un paseo con su hijo por el parque que había enfrente del hotel a la hora de comer, pero que esa hora no siempre era la misma. Así que Lucy y Rosebud llevaban desde las once en el parque.
Hayden iba andando por un camino y llevaba a un niño en un brazo y una bolsa de papel en el otro. A Lucy se le cortó la respiración al verlo. Tenía los hombros anchos, las caderas estrechas y las piernas muy largas. Andaba con confianza y seguridad. Y sujetaba a su hijo con una gracia muy masculina.
Lucy tragó saliva.
—Ven, Rosie, quiero presentarte a un niño.
Lucy había pasado la tarde y la noche anterior recabando toda la información posible acerca de Hayden Black. En Internet había encontrado que era detective profesional, por lo que era normal que protegiese su propia información. Según varios artículos de prensa de Nueva York, su esposa había fallecido varios meses antes en un accidente de tráfico, por lo que Hayden se había quedado solo con su hijo de nueve meses, Joshua, que en esos momentos debía de tener un año. El niño iba vestido con un peto vaquero y un gorro azul, y sonreía con picardía.
Mientras se le acercaban, Lucy se fijó en los árboles, con las ramas cargadas de primaverales flores, pero sin apartar la vista del todo del hombre y del niño. Hayden tenía la cabeza agachada, le estaba hablando a su hijo y no estaba prestando atención a lo que lo rodeaba. A Lucy se le había acelerado la respiración e intentó convencerse que era por la emoción del trabajo que tenía que hacer, aunque en realidad sospechase que se debía más bien al hecho de volver a ver a Hayden Black.
Estaban muy cerca cuando oyó un grito infantil seguido de:
—¡Guau, guau!
Hayden levantó la cabeza; al parecer, su hijo lo había interrumpido a media frase, porque tenía los labios separados.
Lucy nuca se había fijado demasiado en la boca de los hombres, solían llamar más su atención los hombros y los bíceps, pero Hayden tenía una boca preciosa y ella no pudo evitar imaginarse aquellos sensuales labios acariciándole el cuello. Sintió calor solo de pensarlo.
Pero consiguió sonreír y se acercó a ellos con Rosie. Una suave brisa la despeinó y se colocó el pelo detrás de las orejas antes de detenerse delante del padre y el hijo.
—Señorita Royall —dijo Hayden en tono agradable, probablemente porque su hijo estaba delante, porque la expresión de su rostro era más bien tensa.
No se alegraba de verla. ¿Sería solo porque no le gustaba mezclar el trabajo con la familia? ¿O habría algo más...?
—Hace un día precioso, ¿verdad? —comentó ella, inclinándose a acariciar a Rosie—. Los árboles están llenos de pájaros, las flores están en todo su esplendor, hace buena temperatura. Es perfecto. A Rosebud y a mí nos encanta el mes de abril.
Hayden la miró de manera especulativa. Lo sabía todo de Graham, así que tenía que saber también de la existencia de Rosie. A lo mejor acababa de darse cuenta de que podía utilizar al animal para conseguir que Lucy le hablase de Graham, y que el hecho de que se hubiesen encontrado por casualidad podría hacer que ella metiese la pata. Precisamente esa era la idea que se le había ocurrido a Lucy.
Pero eso no explicaba que le hubiese molestado verla. A lo mejor no había querido que nada interrumpiese aquel rato con su hijo. Era posible, pero Lucy tenía la sensación de que había sido otra cosa...
Tal vez no le cayese bien y le molestase habérsela encontrado fuera del trabajo. A Lucy se le encogió el estómago y tuvo que reprenderse a sí misma. El hecho de que se sintiese atraída por él no significaba que la química fuese mutua. Además, aquel hombre había perdido a su mujer hacía solo unos meses.
Lucy pensó que era mejor que uno de los dos tuviese una actitud fría. Jamás podría tener una relación con el hombre que la estaba investigando y, todavía peor, que estaba investigando a ANS para el Congreso.
—¡Guau, guau! —volvió a gritar Josh con impaciencia.
Hayden miró a Rosie y luego a ella.
—¿Puede acariciarla Josh?
—Por supuesto —respondió Lucy, sonriendo de manera inocente—. Es más mansa que un corderito.
Hayden se agachó a su lado y dejó a Josh en el suelo sin soltarlo antes de acariciar a Rosie.
—Se llama Rosebud —le dijo Lucy al niño.
Mientras Josh y Rosie interactuaban, Hayden le preguntó:
—¿Cuánto tiempo hace que la tiene?
—Es de Graham —respondió ella, como si no supiese que él ya lo sabía—. La tiene desde hace seis años. Desde que era un cachorro.
Hayden acarició también al animal.
—Buen perro.
El hombro de Hayden estaba muy cerca del suyo y Lucy sintió ganas de apoyarse en él. Su olor a limpio, a hombre, hizo que se olvidase de todo lo que la rodeaba y que se le acelerase el pulso.
Rosie se tumbó patas arriba, dejando al descubierto el vientre para que la acariciasen. Lucy se dio cuenta de que ella había estado a punto de comportarse de manera tan descarada como el animal. Puso los hombros rectos y se dijo que había llegado el momento de apartarse de la tentación y de recordar que era una periodista haciendo un trabajo de investigación.
Hayden acarició al perro. Le costó mucho concentrarse en otra cosa que no fuese Lucy, a la que tenía muy cerca. Con solo alargar un poco la mano podría acariciarle el brazo, o enterrar los dedos en su sedoso pelo. Se le había acelerado el corazón. La atracción que había sentido por ella nada más verla en el parque lo había desconcertado y una parte de él todavía estaba recuperándose.
Lucy se incorporó, rompiendo así el hechizo del momento.
—Iba a dar de beber a Rosebud —dijo, sacando una botella de agua y un cuenco de su bolso—. ¿Me quiere ayudar Josh?
Hayden miró al niño y, por un segundo, se sintió perdido. No sabía lo que querría su hijo. Se le encogió el estómago. Odiaba no saber instintivamente ese tipo de cosas. Entonces se dio cuenta de que por supuesto que Josh querría ayudar. Se trataba de agua y de un perro, ambas cosas eran divertidas.
—Cómo no —dijo por fin.
Lucy le dio a Josh la botella de agua y le explicó cómo rellenar el cuenco con palabras que un niño de un año pudiese entender. Josh echó más agua por el suelo que en el cuenco, pero a nadie pareció importarle y Rosie enseguida empezó a beber mientras el niño intentaba agarrarle el rabo, que no dejaba de moverse. A Hayden se le ensanchó el corazón al ver al niño sonriendo, tan feliz.
Lucy tapó la botella y se la guardó en el mismo bolso rojo que había llevado el día anterior a la entrevista. Al parecer, llevaba de todo en aquel bolso. El día anterior, una magdalena, un cuaderno y un bolígrafo; esa mañana, una botella de agua y un cuenco para el perro. A Hayden no le habría extrañado que hubiese sacado de él una manta y unas sillas plegables para hacer un picnic.
—Había leído en alguna parte que Graham tenía un perro que se llevaba al trabajo todos los días —comentó en tono amistoso.
—Pues este es —respondió ella sin mirarlo, acariciando a Rosebud.
—¿Y usted va al despacho de Graham a ver a Rosebud de vez en cuando?
Ella sonrió, consciente de adónde quería llegar Hayden con sus preguntas. El perro terminó de beber y Josh alargó los brazos hacia Lucy. Ella lo tomó sin dudarlo.
—¿Qué tal estás, Josh? —le preguntó en tono cariñoso. Luego miró a Hayden—. Me paso a ver a Graham y a Rosie un par de veces por semana.
En vez de seguir haciéndole preguntas, tal y como había planeado, Hayden se quedó admirando la facilidad con la que Lucy interactuaba con su hijo. Josh acababa de conocerla, pero estaba tan contento en sus brazos. Y Lucy parecía relajada, como si supiese tratar a un niño pequeño. A él le ocurría todo lo contrario.
Se preguntó por qué Lucy estaba tan cómoda. Según la información que tenía de ella, no tenía hermanos ni primos pequeños. A lo mejor era porque el niño no era responsabilidad suya, y él, por su parte, deseaba tanto ser un buen padre que solía sentirse raro, inseguro.
Espiró lentamente y se incorporó. Lucy Royall estaba haciendo que volviese a descentrarse. Se frotó los ojos y se decidió por un nuevo plan: establecer un vínculo e intentar averiguar algo más en un ambiente informal.
—Íbamos hacia allá, ¿Y vosotras? —comentó—. Es nuestra hora de comer.
Lucy le sonrió de oreja a oreja.
—Nos encantaría acompañaros un poco, ¿verdad, Rosie?
Hayden se colocó a Josh pegado al hombro, pero el niño volvió a alargar los brazos hacia Lucy. Hayden arqueó una ceja. Josh no solía comportarse así cuando no conocía a alguien, ¿por qué tenía que mostrarse tan confiado precisamente con alguien a quien él estaba investigando?
Lucy se echó a reír y le ofreció la correa de Rosebud.
—¿Qué tal si cambiamos?
Él no se movió. Una cosa era dar un paseo con ella y otra muy distinta dejarle a su hijo. Traspasar los límites personales era peligroso, y era algo que no había hecho nunca antes.
—Papá —dijo Josh, señalando a Lucy—. Apa.
Josh quería que Lucy lo llevase en brazos y él quería ver a su hijo feliz. Era su talón de Aquiles.
—Claro —dijo, tomando la correa del perro y dejando que Lucy se quedase con el niño—. ¿Le llevo el bolso mientras sujeta a Josh?
—No hace falta —respondió ella, haciendo cosquillas al niño, que se echó a reír—. Estoy acostumbrada a llevarlo al hombro.
Él asintió y empezaron a andar por el camino que bordeaba el río. Hayden intentó no sentirse físicamente atraído por ella. El comité de investigación del Congreso le había encargado que investigase a ANS, y a Graham Boyle en particular. Y él estaba en un parque, paseando con su hijastra y permitiendo que esta llevase en brazos a su hijo mientras él paseaba al perro de Boyle.
Por no mencionar cómo se le había acelerado el pulso con solo pensar en dar un paseo con ella.
Se aclaró la garganta.
—Señorita Royall...
—Lucy —le dijo ella, mirándolo—. Estamos dando un paseo por el parque. Yo creo que puedes llamarme Lucy.
—Lucy —dijo él.
—¿Sí?
Él la miró con el ceño fruncido.
—¿Sí, qué?
—Ibas a decirme algo cuando te he pedido que me llames Lucy.
Cierto, pero Hayden no recordaba el qué. Se pasó la mano que tenía libre por el pelo. Había interrumpido la entrevista con ella porque se había distraído. Y le estaba volviendo a ocurrir.
Intentó buscar en su mente una manera natural de obtener la información que necesitaba.
—¿Siempre quisiste ser periodista?
—Tal vez no siempre, pero sí desde los dieciséis años.
—¿Y qué querías ser antes de eso?
—La familia de mi padre tiene grandes almacenes —comentó ella con toda naturalidad—. Cuando este falleció, yo heredé sus acciones. Siempre pensé que estudiaría Empresariales y que trabajaría en eso.
A él le entraron ganas de echarse a reír al oírla hablar así. La familia de su padre era de las más ricas del país.
—¿Y tienes relación con esa familia? —le preguntó por curiosidad.
—A veces veo a tía Judith y a su familia —respondió Lucy en voz baja—. Tiene una casa increíble en Fields, Montana, y nos reunimos allí para celebrar cumpleaños y en Navidad.
—Fields es un sitio agradable —dijo él.
Era un lugar conocido por sus pistas de esquí y, sobre todo, porque era donde había nacido el presidente Morrow.
—He pasado muy buenos momentos allí. También voy a alguna junta un par de veces al año y, de vez en cuando, hablamos de alguna obra benéfica.
Hayden la vio tocar con un dedo la nariz de su hijo e intentó procesar toda aquella información. No le cuadraba con la imagen de princesa consentida que tenía de ella.
—¿No habría sido más fácil para ti trabajar en el negocio de la familia Royall? Tienes muchas acciones. No habrías tenido que empezar desde abajo, como en ANS.
Eso era lo que había hecho su esposa, Brooke, trabajar en el imperio bancario de su familia.
Lucy arqueó una ceja.
—¿Qué te hace pensar que me gustan las cosas fáciles?
—La naturaleza humana —dijo él con cierto cinismo—. ¿A quién no le gusta lo fácil?
Ella guardó silencio y solo se oyó gorjear a Josh. Entonces, Lucy miró a Hayden de manera demasiado penetrante y le preguntó:
—¿Escogiste tú el camino más corto?
—No —admitió él.
Aunque no procedía de una familia tan rica como Lucy o Brooke. Su situación era completamente diferente.
—¿Cuánto tiempo hace que eres detective?
—Unos años —respondió él, que no estaba allí para hablar de sí mismo—. ¿En qué estás trabajando ahora?
Ella se cambió a Josh de cadera y le colocó bien el gorro azul.
—¿Es una pregunta oficial?
Hayden se dio cuenta de que Lucy no quería hablarle de su trabajo, pero no le extrañó, era normal en una periodista.
—No, era solo por hablar de algo.
—Entonces, prefiero no contestarte —respondió ella sonriendo—. ¿Habéis venido solo a pasear o llevas algo de comer en esa bolsa?
—Llevo comida. Puedo ofrecerte medio bocadillo de queso y tomate.
Era un hombre de gustos sencillos, prefería comer un bocadillo a ir a un restaurante elegante.
—Puedes comértelo entero, tengo mi comida en el bolso —dijo Lucy.
—Dime que no llevas también una manta —añadió él, sonriendo de medio lado.
Ella frunció el ceño, confundida.
—Una manta no cabría aquí.
—Es que llevas tantas cosas que no me habría extrañado verte sacar una manta —se explicó Hayden.
Poco más adelante, encontraron un trozo de césped debajo de un sauce llorón. Hayden sacó una bolsa de plástico con un paño mojado dentro y le limpió las manos al niño antes de darle un plátano.
—Qué organizado —comentó Lucy, mirándolo con sus enormes ojos color avellana.
—¿Para un padre, quieres decir? —le preguntó él, poniéndose a la defensiva.
—Para cualquiera —respondió ella—. No pretendía ofenderte.
Él asintió. Que no se sintiese seguro de su capacidad como padre no quería decir que Lucy pretendiera ofenderlo. Sonrió para compensarla.
—La niñera lo ha preparado todo. A mí no se me habría ocurrido lo del paño húmedo, así que no ibas tan desencaminada.
Ella tomó un trozo de su barrita de cereales y se lo metió en la boca. Comieron en silencio durante unos minutos.
Lucy se echó hacia atrás, apoyando una mano en el césped.
—¿Josh está con la niñera durante tus entrevistas? —le preguntó después.
—Sí, la he contratado para que lo cuide durante nuestra estancia en Washington. Viene de nueve a cinco.
Lo cierto era que, a pesar de sus dudas, la cosa estaba saliendo bien. Era la primera vez que no tenía cerca a su hermana para que lo ayudase.
—¿Y qué hace Josh normalmente durante el día? —preguntó ella, dándole un trozo de barrita a Rosebud.
—Cuando estamos en Nueva York, va un par de días a la semana a casa de mi hermana, que tiene un hijo de tres años, así que los primos se lo pasan muy bien juntos. Los otros tres días restantes va a una guardería que hay donde yo trabajo, comemos juntos.
Ella sonrió a Josh.
—Suena ideal.
No, lo ideal habría sido que Josh tuviese un padre y una madre que estuviesen con él, que lo quisiesen y que lo tuviesen como el centro de sus vidas, pero incluso antes de la muerte de Brooke, no había sido así. A Hayden se le encogió el estómago. Josh solo lo tenía a él y tenía que conseguir que su niñez fuese lo más bonita posible.
Levantó la vista y vio que Lucy seguía mirándolo. Aquello era demasiado personal. Se preguntó por qué aquella mujer le hacía olvidarse de todo lo que era importante. Lo que tenía que hacer era fijar otra entrevista y escribir una lista completa de preguntas, cosa que no había hecho en años, para asegurarse de que no se desviaba del tema.
Recogió los restos de la comida y los metió en la bolsa de papel marrón.
—A Josh le está entrando sueño. Tengo que llevarlo a dormir la siesta.
—Ha sido muy agradable —comentó ella, tomando el paño mojado para limpiarle las manos al niño—. A lo mejor podemos repetirlo.
Hayden rio con incredulidad. Se levantó y tomó a Josh en brazos. Por suerte, el niño se apoyó en su hombro, cansado.
—Mira, Lucy —dijo él, en tono más brusco de lo que había pretendido—. No sé qué piensas tú del tema, pero la investigación es seria. No he venido a Washington a hacer amigos.
La vio abrir mucho los ojos y se arrepintió de haber utilizado aquel tono de voz.
—Aunque quisiera, no podría —añadió más amablemente.
Ella se levantó también.
—¿Te gustaría ser mi amigo, Hayden? —le preguntó ella arqueando una ceja, con los ojos brillantes.
—En otras circunstancias —enfatizó él—, es posible que hubiésemos podido ser amigos.
Lucy levantó la barbilla.
—Sé lo importante que es la investigación. Y me tomo muy en serio el futuro de Graham, pero quiero que te quede claro que, en otras circunstancias, yo no habría querido ser tu amiga, Hayden, sino que habría intentado conquistarte.
Luego se dio media vuelta y se alejó, con la melena rubia brillando bajo el sol y Rosie pegada a sus talones.
Hayden se había quedado perplejo.
Capítulo Tres
A las cuatro de la tarde del día siguiente, Lucy llamó a la puerta de la suite de Hayden y después giró los hombros para relajar la tensión que tenía en ellos.
Hayden la había llamado una hora antes para pedirle si podía ir a responder un par de preguntas más, y ella había querido aprovechar la oportunidad de volver a verlo para intentar averiguar algo más acerca de él. La vez anterior, Graham todavía no le había pedido que lo investigase, así que ella no se había fijado en los pequeños detalles. En las pistas.
Pero una vez allí, notó que le temblaban las rodillas. Se limpió el sudor de las palmas de las manos en la falda. Aquella era la primera vez que lo veía después de haberle dicho que, si las cosas hubiesen sido diferentes, habría intentado conquistarlo. No sabía si con aquella frase lo había estropeado todo.
Lo cierto era que, después de decirlo, se había sentido como una tonta.
Aunque fuese cierto.
Pero debía tener cuidado. No solo estaban en medio de una investigación muy importante, sino que Hayden Black era el último hombre de la Tierra con el que podría tener una relación. Ya se la juzgaba por ser la hija de Jonathon Royall y la hijastra de Graham Boyle, dos hombres muy conocidos y bien relacionados. Todo el mundo pensaba que había nacido en una cuna de oro. Que no había tenido que esforzarse para conseguir nada. Así que, si la veían con otro hombre poderoso y bien relacionado, como era Hayden Black, un hombre que, además, era unos años mayor que ella, dirían que era una mujer que dependía de hombres fuertes. No se valoraría su trabajo. Con trece años, Lucy se había dado cuenta de lo que la gente pensaba de ella y eso había hecho que decidiese que quería demostrar al mundo entero que podía conseguir sola todo lo que se propusiese.
No. Hayden Black no era para ella. Necesitaba un chico normal, tal vez que estuviese empezando con su carrera, como ella.
La puerta se abrió y apareció ante ella un hombre nada normal, todavía más guapo de lo que recordaba.
—Gracias por venir —le dijo este con voz grave, como si llevase todo el día sin hablar.
Había algo nuevo en su expresión; sus ojos marrones oscuros la miraron con cautela. Al parecer, el día anterior lo había dejado desconcertado. Lucy se relajó un poco. Tal vez, aunque hubiese sido una locura decirle aquello, había funcionado a su favor.
—De nada... —le respondió, entrando en la habitación—. ¿Te llamo Hayden o señor Black, dado que se trata de una entrevista oficial?
—Puedes llamarme Hayden —dijo este, cerrando la puerta tras de ella y acompañándola al mismo escritorio frente al que habían hablado dos días antes.
Lucy miró a su alrededor y tomó nota de todo lo que pudiese serle útil. Además de los papeles que había encima del escritorio y de la taza de café abandonada sobre la encimera de la pequeña cocina, la habitación estaba limpia, no había nada fuera de su sitio.
Aquello era obra del servicio de habitaciones, pero Lucy se dio cuenta de que Hayden quería mantener separados a Hayden, el padre y viudo, de Hayden el duro detective. La misma grabadora de la vez anterior descansaba sobre la mesa. Una grabación siempre era más difícil de malinterpretar que unas notas.
—¿Quieres beber algo? —le preguntó él.
Ella se sentó y dejó el bolso en el escritorio.
—No, gracias.
—¿Estás segura? —insistió Hayden, arqueando una ceja.
Y ella recordó que la anterior vez le había hecho levantarse a por un vaso de agua. Empezó a esbozar una sonrisa, pero entonces sus miradas se cruzaron y Lucy sintió calor. Según iban pasando los segundos, se le puso la piel de gallina. Entonces Hayden apartó la vista y sacudió la cabeza.
—Tengo una botella de agua en el bolso —le dijo ella en un susurro.
Hayden ocupó su sillón como si no hubiese pasado nada entre ellos y murmuró algo parecido a:
—Cómo no.
Ella sacó la botella, un cuaderno y un bolígrafo y lo colocó todo alineado encima de la mesa mientras aprovechaba para tranquilizarse.
—Avísame cuando estés preparada —le pidió él, abriendo el ordenador portátil que tenía delante.
Ella tomó el bolígrafo, escribió la fecha en el cuaderno y sonrió.
—Preparada.
Él asintió, puso la grabadora en marcha y dijo la fecha, la hora y su nombre.
—¿Eres consciente de lo que conlleva haber realizado escuchas telefónicas ilegales? —preguntó directamente.
Lucy se puso recta.
—Sí.
—¿Estás segura de que reconocerías las pruebas de que esas escuchas se han llevado a cabo si las vieses? —volvió a preguntar Hayden, mirándola fijamente.
Lucy se dio cuenta de que estaba leyendo una lista de preguntas que tenía escrita en el ordenador. ¿Sería aquella entrevista más importante que la anterior?
Se inclinó hacia delante y entrelazó los dedos encima de la mesa.
—Supongo que sí.
—Tenemos pruebas de que ANS ha realizado escuchas telefónicas ilegales. Las pruebas contra los experiodistas de la cadena Branden Ames y Troy Hall son irrefutables, los grabaron contratando a hackers para que grabasen las conversaciones y la actividad informática de los amigos y familiares de Ted Morrow y de Eleanor Albert. Solo nos queda saber quién más está implicado, y quién está al corriente de todo.
Lucy se sintió intimidada por la inteligencia de los ojos del hombre que tenía delante. Sería un formidable adversario.
Arqueó una ceja.
—Eso, suponiendo que hubiese alguien más implicado, o que alguien más estuviese al corriente, ¿no?
Hayden no respondió a su comentario, sino que volvió a mirar la pantalla del ordenador.
—¿Trabajas habitualmente con Angelica Pierce?
Lucy mantuvo la expresión neutra a pesar del disgusto que le causaba aquella mujer, a la que sí creía capaz de hacer algo inmoral, como pinchar un teléfono. Era una mujer egoísta, vanidosa y mala, pero no estaba allí para contarle a Hayden qué personas no le caían bien.
—A veces hago trabajos para ella.
—¿Y con Mitch Davis? —le preguntó Hayden, mirándola fijamente.
—Mitch tiene su propio programa y es una estrella en ANS. No suelo tener la oportunidad de hablar con él directamente.
Mitch había dado la noticia de la paternidad del presidente en la fiesta de inauguración de su mandato, pero habían sido Brandon y Troy quienes habían descubierto la información. Se habían dejado llevar por la ambición y merecían que todo el peso de la ley cayese sobre ellos pero, que Lucy supiese, habían actuado solos.
—¿Trabajaste con Brandon Ames o con Troy Hall en la noticia de la hija del presidente?
Ella abrió la botella de agua y le dio un sorbo, y luego la cerró antes de contestar.
—Tal y como te dije hace dos días, no.
Él continuó casi sin inmutarse.
—¿Y con Marnie Salloway?
—Marnie es productora de ANS y tiene la autoridad de asignarme tareas —le dijo ella.
—¿Te ha pedido alguna vez que hagas algo ilegal?
—No.
—¿Nada relacionado con escuchas telefónicas?
—Eso sería ilegal —dijo ella en tono dulce—, así que mi respuesta sigue siendo no.
—¿Sabías que tu padrastro y el presidente fueron a la misma universidad durante la misma época?
—Sí.
Lo sabía todo el mundo.
—¿Sabes si había mala relación entre ambos?
No, aunque Graham pensaba que Ted Morrow se había paseado por el campus como si fuese suyo.
—No se movían en los mismos círculos —respondió.
Hayden la frio a preguntas durante veinte minutos más, pero como Lucy no tenía nada que ocultar, no le tembló la voz ni una sola vez.
Cuando él hizo una pausa para beber agua, fue ella quien le preguntó:
—Hayden, ¿de verdad piensas que hay alguien más de ANS implicado, aparte de Brandon y Troy?
—Sí, hay alguien más implicado —dijo él con convicción.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Para empezar, ninguno de los dos entendía el proceso lo suficientemente bien como para ser el artífice. Evidentemente, los manejaba alguien más importante.
Lucy frunció el ceño e intentó seguir su razonamiento.
—Yo no soy más importante que ellos.
—No —admitió Hayden, mirándola a los ojos.
Lucy entendió lo que aquella mirada quería decir.
—Me estás utilizando para llegar a Graham —le dijo, incómoda—. No estoy aquí para responder a preguntas rutinarias, como los demás. Piensas que Graham ordenó las escuchas y que yo sé algo que podría implicarlo.
Él encogió un hombro, pero la intensidad de su mirada siguió siendo la misma.
—Podría ser.
Lucy se estremeció. Si el comité estaba seguro de que había alguien más implicado, ANS tendría más problemas de los que ella había pensado. Había una manzana podrida en la cadena y, si el Congreso no averiguaba quién era, seguiría centrándose en Graham.
Tenía que hacer algo.
Golpeó el escritorio con la punta del bolígrafo y se le empezaron a ocurrir ideas.
Apoyó los brazos y se inclinó hacia delante.
—Hayden, tengo una propuesta para ti.
—Te escucho.
—Si hay realmente alguien más en ANS relacionado con las escuchas, y si ese alguien manejaba a Brandon y a Troy, yo también quiero saber de quién se trata. Te aseguro que no es Graham. No es de esa clase de hombres. Pero la única manera de demostrarlo es encontrando al verdadero culpable.
Hayden se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.
—¿Qué es exactamente lo que me estás proponiendo?
—Te voy a ayudar con la investigación —le dijo ella—. Puedo ser tu topo dentro, pero no participaré en una caza de brujas. Tiene que haber pruebas reales.
—¿Conseguirás información para mí? —le preguntó él.
—Dentro de unos límites que tendremos que poner.
Él inclinó la cabeza y la miró con curiosidad.
—¿Y a tu padrastro va a parecerle bien?
—No se lo contaré todavía. Es posible que él confíe en alguien en quien no deba confiar, así que, por el momento, nadie en ANS puede saber que te estoy ayudando.
No le gustaba guardarle un secreto de semejante magnitud a Graham, pero, dadas las circunstancias, el fin justificaba los medios. Lo importante era que lo hacía por él.
Hayden se frotó la mandíbula.
—¿Tanto crees en Boyle?
—Y más.
Él golpeó la mesa tres veces con un dedo y luego espiró.
—De acuerdo, estoy dispuesto a intentarlo, a ver cómo sale, pero te tengo que advertir que sigo pensando que Boyle está implicado, y que no voy a olvidarlo solamente porque tú me estés ayudando.
—Entendido.
En ese momento llamaron a la puerta. Hayden se miró el reloj.
—Perdona —dijo, cerrando el ordenador y atravesando la habitación.
Al otro lado de la puerta había una mujer de unos treinta años con una sillita en la que se retorcía Josh. Lucy no pudo evitar sonreír al ver al niño. Era precioso, una versión en miniatura de Hayden.
—¡Papá! —gritó el niño, alargando los brazos hacia él.
—Lo siento —dijo la mujer—. No sabía que estaba ocupado. ¿Quiere que vuelva dentro de un rato?
Hayden levantó a su hijo por los aires y le dio un beso en la cabeza.
—No, ya casi hemos terminado. Puedo quedarme con él.
—De acuerdo —la niñera se despidió de su jefe.
Lucy pensó que habrían formado una bonita familia, y se le encogió el estómago.
Hayden cerró la puerta y empujó la sillita mientras llevaba a Josh con el otro brazo. Cuando el niño vio a Lucy, su rostro se iluminó.
—¡Guau, guau! —gritó.
—Hola, Josh —le dijo ella riendo—. Rosebud está durmiendo en casa.
Josh hizo un puchero un segundo, hasta que se dio cuenta de lo cerca que tenía el rostro de su padre, y empezó a darle en las mejillas.
—Si me das cinco minutos, dejaré a Josh en su parque con un par de juguetes para que podamos terminar —le dijo Hayden a Lucy.
—Por supuesto.
Él abrió la puerta de una de las habitaciones y Lucy se levantó del sillón para seguirlo. En parte porque era una buena oportunidad para averiguar más cosas de él, tal y como Graham le había encargado, y en parte por curiosidad.
El día anterior, en el parque, había llevado ella a Josh casi todo el tiempo y no había tenido la oportunidad de ver interactuar a padre e hijo. Esa tarde vio cómo Hayden dejaba al niño en el parque y le preguntaba qué juguetes prefería. A Lucy le pareció que había algo... extraño. Miró a su alrededor. Había un escritorio lleno de libros sobre bebés.
Se preguntó si Hayden se sentía torpe como padre soltero. Los miró de nuevo y se le encogió el corazón al pensar en lo que habían perdido. Y en lo que estaban pasando.
—Es un niño precioso, Hayden —comentó—. Precioso.
Él miró al niño, que en ese momento le estaba sonriendo de oreja a oreja.
—Sí, lo es —respondió en voz baja.
Entonces, a Lucy se le ocurrió una idea acerca de cómo poder pasar más tiempo con Hayden y con su hijo. Se dijo que tenía que hacerlo porque Hayden bajaba la guardia cuando estaba con Josh y así ella podría averiguar más cosas acerca de él, pero en el fondo sabía que le apetecía pasar más tiempo con ellos.
Solo esperaba que eso no afectase a su capacidad profesional.
—Conozco el mejor parque para dar de comer a los patos de todo Washington. Podría llevar a Rosebud y enseñároslo este fin de semana si tú quieres.
—Mira, Lucy...
—No pasa nada si no te apetece. Es solo que he pensado que a Josh le gustaría ver a los patos. Es un parque estupendo. Y yo voy a llevar a Rosie este fin de semana de todos modos, así que no es ninguna molestia para mí.
Él se frotó el cuello sin apartar la mirada de su hijo y luego sacudió la cabeza.
—Lucy, no está bien que socialice contigo.
—¿Qué tal si empleamos ese tiempo para planear qué es lo que tengo que buscar en ANS? —preguntó ella, colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja—. Nos reunimos y, al mismo tiempo, Josh sale un poco de aquí.
Él se pasó las manos por el pelo y después las apoyó en sus caderas.
—Bueno, está bien, pero asegúrate de llevar papel y lápiz, porque vamos a trabajar.
Lucy se puso nerviosa solo de pensarlo. Hayden había dicho que sí. Se preguntó si estaría jugando con fuego.
Se mordió el labio. No, no pasaba nada. Era una buena idea. La mejor que se le había ocurrido. Era su Plan A.
Respiró hondo e intentó calmar a su acelerado corazón.
—¿Puedes recogerme el domingo por la mañana, digamos, a las diez?
—De acuerdo, a las diez —dijo él frunciendo ligeramente el ceño, como si no estuviese del todo convencido.
Ella miró a su alrededor en busca de una hoja de papel.
—Te anotaré mi dirección. No está lejos de...
—Sé dónde vives —respondió él en voz baja.
—Ah, por supuesto.
Era probable que supiese de ella más cosas que muchos de sus amigos, pero eso no le preocupó. Tenía la sensación de que Hayden Black era un buen tipo.
Este la guio fuera de la habitación y, al llegar al escritorio ante el que habían estado sentados unos minutos antes dijo:
—Hemos terminado por hoy.
Lucy recogió sus cosas y las metió en el bolso, contenta de tener algo que hacer.
—Hasta el domingo —le dijo después.
Él abrió la boca para decir algo, pero antes de que le diese tiempo a cancelar su cita, Lucy se marchó.
Dos días después, Lucy estaba sentada con Hayden a la orilla del río Potomac, a la sombra, mientras Josh dormía tumbado en una manta, entre ambos. Le habían dado de comer a los patos, habían paseado y, en esos momentos, Josh estaba cargando las pilas y ellos se habían quedado en un silencio casi cómodo.
Desde que Hayden había pasado a recogerla, había sido como si ambos hubiesen querido obviar el componente social de aquel día. Hayden se había mostrado educado en todo momento, pero distante, y ella lo había imitado. Tenía las habilidades sociales necesarias para tratar con personas ricas, famosas y poderosas, pero con Hayden Black le faltaba seguridad. Habían pasado casi todo el tiempo hablando con o de Josh.
No estaba incómoda solo por la investigación, sino también por la atracción que sentía por él como hombre.
No obstante, había conseguido averiguar un par de cosas más acerca de Hayden. Durante los dos últimos días, sus investigaciones se habían centrado sobre todo en su empresa. Al parecer, el negocio de la seguridad era lucrativo. Al menos, para Hayden Black. La empresa que había fundado un par de años antes facturaba todos los años varios millones de dólares y Hayden era un hombre cada vez más rico. Había estudiado Derecho con una beca militar y después había trabajado como abogado en la policía militar hasta que había dejado el ejército. En esos momentos era un rico padre soltero de un niño de un año.
Lucy miró al niño y recordó haber notado que, dos días antes, Hayden había parecido incómodo al tratar con él. Se humedeció los labios y se atrevió a hacerle una pregunta personal:
—¿Ha sido muy duro convertirse en padre soltero?
Él levantó la cabeza, sorprendido. Luego se apoyó en ambas manos y asintió.
—Lo más duro de toda mi vida.
—Supongo que tu mujer sería la que se ocupaba más del niño antes de fallecer.
Hayden rio con amargura.
—La verdad es que no, Brooke no pasaba mucho tiempo con él. Bueno, le compraba ropa de marca y lo llevaba con ella cuando pensaba que eso le iba a hacer ganar caché —contestó, tapando al niño y poniéndole una protectora mano en la espalda.
—Entonces, ¿lo cuidabas tú? —volvió a preguntarle ella.
—No. Brooke tenía gente para todo, incluido Josh. Ella... —dudó, era evidente que no estaba seguro de cuánta información quería compartir—. Procedía de una familia muy rica y estaba acostumbrada a que la mimasen. Cuando empezamos a salir juntos, no me importó hacerlo, pero después resultó que necesitaba muchas más cosas de las que un único marido podía darle.
Su expresión era irónica, pero era evidente que ocultaba muchas más emociones.
—Tenía limpiadoras, un chef, un entrenador personal y, desde que Josh nació, dos niñeras que estaban en casa veinticuatro horas al día. El niño casi no veía a su madre.
—Oh, Hayden —comentó ella.
Una de las hermanas de su padre, Evelyn, vivía así, pero a Lucy no se le podía ocurrir nada peor que dejar que otras personas se ocupasen de su vida, de su hijo.
—Tenía que haber hecho algo. Tenía que haberme implicado más —dijo Hayden, criticándose, arrepentido—, pero Brooke dijo que los niños eran cosa suya y que los iba a criar como ella quisiera. Del mismo modo que había sido criada ella. Y, odio admitirlo, pero estaba cansado de peleas, así que dejé que hiciese lo que quisiera. Por el bien de todos, incluido el de Josh. Además, la situación se me quedaba grande, era la primera vez que era padre, ¿cómo iba a saber que el modo en que Brooke había sido criada no era el adecuado?
—Supongo que tú creciste en un ambiente muy distinto —comentó Lucy.
—Podría decirse así —respondió él, mirando a Josh antes de apartarle un mechón de pelo de la cara—. Yo pasaba tiempo con él siempre que podía. Jugábamos por las noches, hacíamos cosas cuando tenía el día libre, pero supongo que en parte aceptaba la manera de criarlo de Brooke, porque no intenté cambiarla. Insisto. Fui un idiota.
—Pero ahora estás recuperando el tiempo perdido.
Hayden sacudió la cabeza.
—Me falta mucho para ser el padre que quiero llegar a ser.
—No deberías ser tan duro contigo mismo —le aconsejó Lucy, tocándole el brazo para intentar reconfortarlo—. Es evidente que Josh te quiere, y que es feliz. Lo estás haciendo bien.
—Gracias —dijo él, sonriendo de medio lado y apartando la mirada.
Solía estar tan serio que aunque hubiese sonreído solo a medias, pareció iluminársele el rostro y Lucy se sintió atraída por él.
Bajó la vista a la mano que todavía tenida apoyada en su brazo. Cuando Hayden volvió a mirarla, sus ojos se oscurecieron y respiró con dificultad.
Lucy supo cómo se sentía. De repente, era como si le faltase el oxígeno. Notó el calor de su piel a pesar de la camiseta y fue incapaz de apartar la mano.
Josh suspiró dormido y abrazó todavía más a su osito de peluche. Hayden se puso tenso y lo miró antes de apartar el brazo de la mano de Lucy. Y esta parpadeó varias veces para intentar reorientarse en el mundo que la rodeaba y volver al parque, a la realidad de que había estado a punto de caer en el hechizo de un hombre con el que tenía que guardar las distancias. De un hombre que se sentiría traicionado si se enteraba del verdadero motivo por el que estaban allí.
Hayden se aclaró la garganta.
—Dime por qué estás tan bien con Josh. No tienes hermanos, ni primos o sobrinos. ¿Es algo natural?
Ella miró al niño, que seguía abrazado al osito. Si Hayden todavía no sabía por qué se le daban tan bien los niños, no tardaría en averiguarlo. No había ningún motivo para no contárselo, no era un secreto, pero era algo de lo que no solía hablar. No obstante, quiso que Hayden comprendiese aquella parte de ella.
—Antes de que mi padre muriese —empezó sin apartar la vista de Josh—, me llevaba de voluntaria a un hogar de personas discapacitadas que había fundado. Creía que nuestra riqueza era un privilegio y que teníamos la responsabilidad de ayudar a los demás. También quería que viera cómo viven otras personas.
—Al parecer, era un hombre sabio.
Ella lo miró para ver si había hecho aquel comentario con segundas intenciones, pero su mirada parecía sincera.
Lucy estiró las piernas delante de ella.
—Después de su muerte, mi madre quiso que continuásemos con su labor, pero me dejó que escogiese la organización benéfica que yo quisiese.
—Y como eras la típica niña de diez años, escogiste un sitio con bebés —dijo él, estirando las piernas a su lado.
—Sí.
—¿Qué hicisteis?
—Creamos una clínica gratuita en Carolina del Norte, para madres que tuviesen problemas con sus recién nacidos. Contamos con enfermeras, trabajadores sociales y médicos, y las mamás y sus bebés pueden quedarse un par de noches, hasta una semana, para recibir ayuda a la hora de alimentar a sus hijos, dormirlos, o lo que sea.
Él inclinó la cabeza mientras la miraba.
—Suena muy bien, es una gran obra.
—Sí —admitió ella, sintiéndose orgullosa—. Cuando vinimos a Washington, abrimos otra clínica aquí. Voy casi todos los fines de semana a ayudar. A veces cuido de los niños mientras sus madres descansan, otras atiendo el teléfono.
Aunque no lo hacía por caridad, sino porque le encantaba.
Hayden buscó en la cesta de picnic, sacó una fresa y se la ofreció.
—¿Y la financias tú?
Ella aceptó la fruta.
—Empecé haciéndolo yo, pero estoy intentando que los grandes almacenes se impliquen, para poder abrir más clínicas por todo el país. Tía Judith está dispuesta a ayudarme. El año pasado fui a Montana a hablarle del tema, y pronto le presentaremos el plan a toda la junta.
—Eso es increíble —admitió él—. Has creado algo que hace que el mundo sea un lugar mejor.
Lucy notó que se ruborizaba, sintió calor y le sonrió. Entonces se dio cuenta de que su opinión le importaba más de lo que debería.
Se obligó a apartar la vista. Una cosa era coquetear con él, y otra derretirse por dentro porque admirase sus obras benéficas. Al fin y al cabo, aquel hombre estaba investigando ANS y pensaba que Graham era culpable. Lo último que necesitaba era implicarse emocionalmente con él.
Dobló las piernas y se sentó sobre ellas mientras se recordaba las normas.
Una cosa era flirtear.
Otra, establecer un vínculo emocional.
Tendría que ser más firme a la hora de mantener las distancias. Aunque, si a ella se le olvidaba, lo haría Hayden. Él sí que parecía tener claros los límites.
¿Por qué la molestaba eso?
Capítulo Cuatro
Lucy dejó la fresa en el cesto y se limpió las manos en la falda.
—Con respecto a la investigación, ¿qué es lo que quieres que haga?
Hayden no respondió inmediatamente. La miró de manera intensa, como si pudiese ver dentro de su alma y supiese que estaba cambiando de tema para no hablar de sí misma. Luego, asintió.
—La siguiente persona con la que voy a hablar es Marnie Salloway, dado que fue la productora de la noticia cuando se emitió.
Lucy suspiró aliviada. Volvían a estar en terreno firme.
—¿Y Angelica Pierce? Ella ha sido la que ha presentado la continuación de la historia, podría ser ella.
Había aceptado que existía la posibilidad de que alguien hubiese ayudado a Troy Hall y a Brandon Ames, pero no que ese alguien pudiese ser su padrastro. Cuanto antes lo demostrase aquella investigación, mejor.
—Ahora mismo no me preocupa Angelica —le respondió él—. Ni tampoco Mitch Davis. Ellos solo leyeron sus guiones. Pero Marnie es diferente. Puede haber sido la persona que ordenó las grabaciones, o que filtró la orden, si esta llegó de más arriba.
La suave brisa le puso a Lucy un mechón de pelo en la cara, y ella se lo apartó, colocándoselo detrás de la oreja.
—¿Y no te preocupa que yo avise a Marnie?
—¿Lo harías? —le preguntó Hayden, mirándola con curiosidad.
No parecía preocupado.
—No.
—Aunque lo hicieses, se enteraría por la mañana, cuando yo la llamase para fijar la hora de la entrevista. Y, de todos modos, ya debe de saber que está bajo sospecha, así que no te estoy diciendo nada que sea un secreto de Estado —añadió, encogiéndose de hombros—. ¿Qué piensas tú de ella?
—Te lo digo de manera extra oficial, ¿de acuerdo? Solo por ponerte en antecedentes.
Marnie estaría encantada de tener una excusa para quejarse de ella ante Graham y perjudicarla lo máximo posible, así que Lucy prefería no darle motivos para hacerlo.
—De acuerdo —le dijo él.
—Marnie es grosera y engreída.
La expresión de Hayden no cambió, era como si ya lo hubiese sabido.
—¿Te trata mal?
—No trata bien a nadie que esté por debajo de ella —le contó Lucy—, pero, en mi caso, intenta hacerme la vida imposible.
La mirada de Hayden cambió.
—¿Es la única?
—No, hay todo un club —respondió en tono irónico, sonriendo de medio lado.
No era la primera vez que se convertía en el centro de los celos y el veneno de otras personas, y sabía que no sería la última, pero había aprendido a que no la afectase.
—¿Se lo has contado a Graham? —le preguntó Hayden.
¿Contárselo a Graham? A Lucy le entraron ganas de echarse a reír.
—Que sea familia del dueño no significa que pueda acudir a él siempre que tengo problemas.
Hayden frunció el ceño.
—Yo creo que lo que está ocurriendo es que te tratan peor porque eres familia del dueño —argumentó él—. Y si cualquier otro empleado tendría derecho a quejarse si lo acosasen en el trabajo y tú no sientes que lo tengas, te estás discriminando.
—No pasa nada —respondió ella sonriendo.
No necesitaba su comprensión, ni que nadie la defendiese. Era una chica grande, tenía las riendas de su vida. Ser el blanco de personas como Angelica o Marnie formaba parte de su privilegiada vida y podía soportarlo.
Hayden inclinó la cabeza y la estudió con la mirada.
—¿Te ofreció Graham el puesto de reportera júnior?
—Me ofreció un puesto de periodista a tiempo completo. Cuando lo rechacé, quiso ponerme de presentadora los fines de semana.
—Lo habrías hecho bien.
—Me gustaría conseguirlo, por supuesto, pero quiero ganármelo y ser buena de verdad.
—No eres como esperaba —comentó Hayden, a punto de esbozar una sonrisa.
—Ni tú —admitió ella, aunque en el fondo no había sabido qué esperar.
No había pensado que sería tan considerado, ni tan intuitivo. Y, sobre todo, no había imaginado que la atraería tanto. Sintió la química que había entre ambos incluso en ese momento.
Él se aclaró la garganta.
—Volviendo a Marnie, ¿podría estar implicada?
—Bueno, sí, podría estar implicada, pero que sea mala persona y que haya tenido la oportunidad no quiere decir que haya infringido la ley.
Hayden se frotó la barbilla.
—Desde tu punto de vista, desde dentro, ¿piensas que Ames y Hall pudieron obtener la información de manera ilegítima sin que Marnie se enterase?
—Sí, es posible.
—¿Posible, pero poco probable?
Ella se encogió de hombros.
—A no ser que sospechase que alguien tenía fuentes fraudulentas, supongo que le habrá pillado por sorpresa. Las cosas en una cadena de noticias van tan deprisa que nadie puede supervisarlo todo.
Él asintió lentamente, pensativo.
—Estaría bien que me consiguieses algo sobre Marnie antes de que me reúna con ella. Algo que no quiera admitir.
Lucy arqueó una ceja. Lo miró y se dio cuenta de que no podría negarle casi nada.
—Veré lo que puedo hacer.
Había oscurecido cuando Hayden detuvo el coche delante de casa de Lucy. La única luz que había procedía de una farola cercana. A Hayden le sorprendió ver dónde vivía. Se había imaginado un ático en una zona céntrica. Siempre que pensaba que la tenía clasificada, lo sorprendía con algo nuevo.
Eso no debía gustarle tanto.
Lucy no debía gustarle tanto. Pero le gustaba. Estaba deseando oír sus siguientes palabras, ver qué hacía. Cuando la tenía cerca, le costaba mirar a otra parte, era como si Lucy tuviese un aura a su alrededor. Y cada vez que la miraba a la boca y veía cómo se humedecía los labios, sentía calor. Mantener con ella una distancia profesional le estaba resultando cada vez más difícil.
Apagó el motor y echó el freno de mano.
—Sacaré a Josh de su sillita y te acompañaré hasta la puerta.
—No lo molestes. Está dormido —respondió Lucy en voz baja, girándose a mirar al niño—. Y tampoco quiero que lo dejes solo. Estoy al lado de casa. Sinceramente, puedo ir sola. Lo hago siempre.
Él no supo si dejarse llevar por su caballerosidad o por su instinto paternal, pero miró a Josh por el espejo retrovisor y ganó el segundo. Además, tal vez debiese evitar acompañarla hasta la puerta. Aquello no era una cita, pero no sabía si sería capaz de resistirse a besarla.
—Llámame en cuanto estés dentro. Yo esperaré aquí.
—Es muy amable por tu parte.
¿Amable? A Hayden le entraron ganas de echarse a reír. Sus pensamientos no eran en absoluto amables. En esos momentos estaba deseando desnudarla poco a poco, sabía que debajo de la ropa su piel sería suave y...
Se aclaró la garganta e intentó pensar en otra cosa, pero no funcionó. Tenía que decir algo.
—Gracias por hoy. Josh lo ha pasado muy bien.
—Yo también lo he pasado muy bien —respondió ella en un susurro.
Hayden miró sus labios y empezó a inclinarse hacia delante, pero se controló y se quedó inmóvil. Lucy se dio cuenta de cuál era su intención y se le dilataron las pupilas. Se le había acelerado el pulso.
Y él seguía inmóvil. Hacía mucho tiempo que no sentía un deseo tan intenso. Y lo único que quería era ceder a él, abrazar a Lucy y disfrutar de las emociones que esta le evocaba.
Pero entonces se acordó de que tenía que llevar a cabo una investigación y que cualquier relación con Lucy Royall podía comprometer su objetividad. Y comprometerlo a él. Tenía que poner distancia entre ambos.
Apretó la mandíbula y retrocedió muy despacio.
—¿Hayden? —preguntó ella casi sin aliento.
Él agarró el volante con tanta fuerza que le dolieron los dedos.
—¿Sí?
—¿Ibas a besarme?
A él se le detuvo el corazón. Tenía que haber imaginado que Lucy no era de las que dejaban pasar las cosas.
—Durante un momento, antes de pensármelo mejor —admitió.
—Ojalá lo hubieras hecho —le dijo ella.
Y Hayden siguió deseándola, pero no podía ceder. No podía.
Maldijo entre dientes y cerró los ojos.
—No digas eso.
—Es la verdad —continuó Lucy.
Él abrió los ojos y la vio humedeciéndose los labios.
—Me preguntaba cómo sería besarte —insistió ella.
—Lucy, no —le pidió él en tono brusco. No podría controlarse mucho tiempo más.
—¿Cómo besas, Hayden? ¿De manera suave y cariñosa? ¿O firme y exigente?
Él gimió y apoyó la cabeza en el asiento. ¿Por qué le estaba haciendo Lucy aquello?
—No puede ocurrir —gruñó—. No puedo poner en peligro mi objetividad.
—¿Y si no se lo cuento a nadie?
A Hayden aquello le sonó a tentación, a invitación. Por un momento, se preguntó si podía hacerlo. Se estremeció. ¿Podía hacerlo? Miró por la ventanilla, buscando un signo, tal vez un permiso.
En su lugar, vio una moderna calle de Washington, y eso lo puso en su sitio.
Estaba en Washington.
Había ido allí a hacer un trabajo. Para el Congreso, ni más ni menos.
Se frotó la cara con ambas manos y volvió a centrarse en lo que era importante. Entonces se giró a Lucy para asegurarse de que ella también lo entendía.
—Yo lo sabría. Y las cosas entre nosotros tendrían que cambiar.
Ella sonrió de medio lado.
—¿No crees que ya están cambiando con esta conversación?
—Yo he intentado no tenerla.
—Vaya —dijo ella, mordiéndose el labio inferior—. ¿Y qué hacemos ahora?
No parecía en absoluto arrepentida.
—Fingir que no ha ocurrido.
Era la única posibilidad.
Hubo varios segundos de silencio y Lucy lo observó con las cejas arqueadas.
—¿Y si yo no puedo?
—No volveremos a hablar del tema.
—¿Podrás hacerlo? —le preguntó Lucy.
—Sí.
Aunque jamás podría borrar de su mente aquellos momentos. No podía evitar pensar en besarla. Ni podría evitar soñar con ello.
Lucy tomó su bolso del suelo del coche y se lo pegó al pecho.
—Debería irme a casa.
—Sí —gimió él. Luego se aclaró la garganta—. Será lo mejor para todo el mundo.
—De acuerdo.
Lucy abrió la puerta del coche y solo miró atrás un segundo.
Hayden hizo un enorme esfuerzo, pero la dejó marchar. La vio entrar en casa y apoyó la cabeza en el volante; se maldijo. Había sido un tonto al bajar la guardia y haber pensado en besar a una testigo clave. ¿Qué clase de detective era?
Su teléfono sonó y vio el número de Lucy en la pantalla.
—¿Ya estás dentro?
—Sí, y he cerrado con llave —le respondió ella con voz dulce.
Hayden cerró los ojos y todo su mundo se redujo a la voz de Lucy.
—Bien —fue lo único que consiguió decirle.
—Hayden, con respecto a esa conversación que no debíamos haber tenido...
Él supo que debía colgar, que se arrepentiría de aquello, pero no pudo evitar contestarle:
—¿Sí?
—Que yo me alegro de que la hayamos tenido. Aunque habría preferido que me besaras.
Él se pellizcó el puente de la nariz y volvió a hacer un esfuerzo.
—Buenas noches, Lucy.
—Buenas noches, Hayden.
Él colgó, tiró el teléfono al asiento del copiloto y arrancó el coche. Si no tenía cuidado, aquella investigación acabaría con él.
Tres noches después, Lucy estaba en la suite de Hayden, sentada con las piernas cruzadas en uno de los sofás, rodeada de papeles, notas escritas a mano y fotografías. Hayden estaba en el otro sofá, con las piernas estiradas delante de él, repasando un montón distinto de pruebas.
La miró. Estaba despeinado de tanto pasarse las manos por el pelo.
—¿Has hablado con los recepcionistas?
Durante los tres últimos días, Lucy había estado con muchas personas de ANS, con personas que podían haberse enterado de algo, o a las que Marnie y sus amigos habían tratado mal. Ese mismo día le había pedido a Jessica, la secretaria de Graham, que comiese con ella y con otras secretarias. Le había dicho que, como era la hija de Graham, le estaba costando mucho hacer amigos.
—He oído muchos cotilleos acerca de quién se acuesta con quién. No tenía ni idea de que hubiese tanta actividad sexual en la cadena.
Él arqueó una ceja.
—¿Algo interesante?
—¿Por qué me lo preguntas? ¿No te gustará alguien de ANS? —le preguntó ella en tono inocente.
La mirada de Hayden se oscureció, pero contestó con toda naturalidad:
—Estaba pensando en la investigación. Ya lo sabes.
Lucy lo sabía, pero flirtear con Hayden Black le resultaba peligrosamente divertido.
—Si estamos hablando de la investigación, al parecer Marnie tuvo un lío con Mitch Davis. Dado que no pensamos que Mitch tenga nada que ver con la investigación, salvo que fue el que dio la noticia en la fiesta de inauguración, no debe de ser importante.
—¿Ames o Hall se han acostado con alguien?
—Brandon Ames salía con una de las chicas de contabilidad, pero esta lo dejó cuando se enteró de lo que había hecho. Dudo que esté implicada.
—¿Y Hall?
—Nadie ha oído nada de él. Si ha salido con alguien, habrá sido de fuera de ANS.
Hayden juró entre dientes.
—Tal vez era demasiado esperar que una aventura nos llevase hasta otro culpable, pero gracias por intentarlo.
—Me he hecho amiga de una de las guardias, bueno, en realidad, ha sido Rosebud, y espero volver a verla mañana por la noche. A lo mejor sabe algo de alguna reunión a altas horas de la noche.
—Rosebud es muy práctica —comentó Hayden en tono seco.
Y ella se preguntó si se habría dado cuenta de que había utilizado al animal para acercarse a él aquel primer día en el parque.
Sonrió con inocencia.
—Sí que lo es.
También era práctico relacionarse con otros periodistas. Esa mañana había hablado con un amigo de la carrera que se había ido a trabajar a un periódico de Nueva York. Le había pedido que hiciese algunas llamadas e intentase averiguar algún secreto del pasado de Hayden. Su amigo le había preguntado a alguien que conocía a sus suegros y, al parecer, estos no lo apreciaban mucho. Habrían preferido que su hija se casase con alguien de su clase, no con un chico que no era nadie. Lo único que les parecía bien era que había puesto el dinero que había heredado de su difunta esposa en un fondo fiduciario para Josh. Aquello no era nada fuera de lo común, pero al menos Lucy iba teniendo más información.
Repasó un par de documentos más que tenía cerca, documentos que ya había leído, buscando algo que se les hubiese escapado, hasta que Hayden levantó la vista y comentó:
—¿Sabías que Angelica lleva lentillas?
—No me sorprende, pero no, no lo sabía.
Pensándolo bien, el azul de los ojos de Angelica tenía un tono muy inusual.
Hayden dejó los papeles que tenía en la mano y tomó su taza de café.
—¿Por qué dices que no te sorprende?
—Porque es vanidosa, y no le gusta que nadie la vea si no está bien maquillada. El resto de presentadores suelen ir impecables cuando están grabando, pero fuera les da más igual.
Él volvió a dejar la taza en la mesita del café.
—Probablemente no signifique nada, pero no me fío de ella.
—Yo tampoco —añadió Lucy, que la había visto comportarse de manera desagradable y vengativa—. ¿Piensas que podría estar involucrada?
—Es poco probable —dijo él con frustración—. Si hubiese descubierto ella la noticia, no habría permitido que Ames y Hall se llevasen todo el mérito. Es ambiciosa y, siendo la noticia más importante del año, habría querido ver su nombre en ella.
Hayden tenía razón. Lo que significaba que volvían a estar como al principio. Bueno, no exactamente, porque habían eliminado algunas pistas falsas.
Lucy apoyó las manos en sus riñones y se estiró. Entonces vio con el rabillo del ojo que Hayden la estaba observando y se le aceleró el pulso. Giró ligeramente la cabeza, solo lo suficiente para que este se diese cuenta de que sabía que la estaba mirando, pero él no apartó la vista, sino que su mirada se hizo más intensa. A Lucy se le secó la boca y se humedeció los labios. Y él la vio hacerlo también. Entonces suspiró muy despacio y miró hacia otro lado, acabando así con la tensión. Ella intentó relajarse también. No le convenía nada encapricharse de Hayden Black.
¿Qué era lo que se suponía que tenía que hacer? Centrarse en la investigación. ¿Quién más podía haber ayudado a Troy y a Brandon si no había sido Angelica?
Se frotó el rostro con ambas manos para intentar centrarse.
—Si hay alguien más implicado, tendría sentido que fuese algún periodista veterano.
Él buscó entre los papeles un cuadro que había hecho dos noches antes.
—Vuelve a decirme quién estaba por encima de Ames y de Hall.
Ella se cambió de sofá y miró el cuadro. Notó el calor que emanaba el cuerpo de Hayden.
—La línea de responsabilidad es esta —dijo, señalando con un dedo.
Al hacerlo, la sensible piel de su muñeca rozó el antebrazo de Hayden y se estremeció.
Oyó que él respiraba hondo, levantó la vista y se dio cuenta de que la estaba mirando a los ojos. Por un tenso momento, ninguno de los dos se movió, y el único sonido que oyó Lucy fueron los latidos de su propio corazón. Lo tenía tan cerca...
—Lucy, no podemos —le advirtió él con voz profunda.
Ella se dio cuenta de que se sentían los dos igual, y eso tuvo el efecto contrario del que Hayden había deseado. Nunca se le había dado bien cumplir las normas ni hacer lo que le decían. Alargó la mano y le tocó la barba que le había salido durante el día para ver qué sensación le provocaba, cómo era tocarlo. Él tenía la mandíbula apretada.
—Me preguntaba cómo sería tocarte —le dijo ella—. Y estaba deseando hacerlo.
Él puso gesto casi de dolor.
—Deberías tener más cuidado con lo que deseas.
—He tenido cuidado —murmuró ella.
Bajó la mano por la columna de su garganta.
—Ahora mismo lo que deseo es volver a hacerlo.
Hayden se quedó inmóvil; el único movimiento de su cuerpo era el subir y bajar del pecho con la respiración.
—Te prometo, Lucy, que agotas la paciencia de un santo —le dijo, bajando la mirada a sus labios—. Y odio admitirlo, pero no soy ningún santo.
Metió por fin la mano entre su pelo y la dejó apoyada en la nuca, se la masajeó suavemente y Lucy notó que le ardía la piel.
—Todavía no me arrepiento —comentó ella en voz baja.
Y Hayden se inclinó hacia delante y sus labios rozaron los de ella. Fue solo una caricia, pero que la dejó temblando.
—Hayden —susurró.
Se estremeció porque no podía desearlo más.
Él volvió a besarla y Lucy pensó que nunca había sentido algo igual. Cuando su lengua la tocó, un calor intenso explotó en su interior y decidió sentarse en su regazo. No obstante, seguía sin estar lo suficientemente cerca de él. Por fin la estaba besando, después de haber pasado varios días esperándolo y las noches soñando con ello. La estaba besando apasionadamente, y ella se estaba derritiendo por dentro.
Hayden gimió y rompió el beso, y ambos intentaron recuperar la respiración, pero Lucy no dejó de tocarlo. No podía hacerlo. La piel de su cuello, donde terminaba la barba, era sorprendentemente suave y estaba muy caliente. Metió la mano por debajo del cuello de su camisa porque necesitaba sentir la fuerza de sus hombros, pero antes de que le diese tiempo a llegar a ellos, Hayden la empujó de la nuca hacia él, para volver a besarla.
—Es muy mala idea —murmuró mientras besaba las comisuras de sus labios.
—Estoy de acuerdo —admitió ella.
—Pero no puedo evitarlo —añadió Hayden.
—Yo tampoco —gimió Lucy.
Él juró entre dientes y luego se echó a reír.
—Tenía la esperanza de que fueses tú la sensata.
Ella le mordisqueó el lóbulo de la oreja.
—Ser sensato no es nada divertido.
—Estoy empezando a darme cuenta —respondió él, tumbándola en el sofá y colocándose encima para besarla en el cuello—, pero si hacemos esto...
—¿Sí?
Él se apoyó en ambas manos para levantar el peso de su cuerpo.
—Si hacemos esto, antes tenemos que poner un par de normas.
—Lo que tú digas —respondió ella, intentando hacer que volviese a tumbarse encima de ella.
Pero él no se movió.
—Lo digo en serio, Lucy.
—Ya lo veo —dijo ella suspirando y sentándose.
Al parecer, iban a tener una conversación, lo quisiera o no.
Capítulo Cinco
-A ver, las normas —dijo Lucy, apoyando las manos en el pecho de Hayden, que estaba sentado a su lado en el sofá.
Él tragó saliva y Lucy observó cómo su nuez subía y bajaba.
—Solo puede ocurrir una vez.
Ella le desabrochó el primer botón de la camisa.
—Por supuesto.
No quería pensar en el futuro, estaba demasiado ocupada disfrutando el presente, así que si Hayden pensaba que se iba a poner a discutir con él acerca de un posible futuro juntos, estaba muy equivocado.
Él tenía las manos apoyadas en las caderas de Lucy, la tenía bien agarrada.
Lucy notó su corazón acelerado a través de la camisa.
—Nadie puede enterarse.
—No se lo diré a nadie —le aseguró, desabrochándole el segundo botón.
Y después el tercero y el cuarto. Vio una capa de vello oscuro en su pecho.
—Y —añadió Hayden—, ambos tenemos que prometer que no lo utilizaremos contra el otro si las cosas se ponen feas con la investigación.
Ella se detuvo un instante y lo miró a los ojos.
—No, claro que no.
Él frunció ligeramente el ceño y le dijo:
—No sabes si yo podría utilizarlo en mi beneficio.
—No lo harás.
Hayden Black era un hombre honrado. Y caliente.
—¿Trato hecho? —le preguntó este con voz tensa, mirándola fijamente a los ojos.
—Trato hecho —le contestó Lucy, casi sin pensar en lo que estaba aceptando, siempre y cuando consiguiese que Hayden la volviese a besar.
Él la abrazó y la besó por fin. Lucy gimió de placer y puso los brazos alrededor de su cuello para no darle la oportunidad de volver a distanciarse. Quería pasarse días con él así, y la realidad estaba haciendo justicia a todas sus fantasías. La pasión. Sus fuertes músculos, el sabor de sus labios. A Lucy le ardió la sangre.
Cuando se separaron para respirar, él la miró con cierta satisfacción y Lucy se estremeció.
—Lucy —le dijo con voz ronca—. Te deseaba tanto que pensaba que me iba a volver loco.
Ella sonrió, contenta de no ser la única que se había sentido atormentada.
—No he podido pensar con claridad desde que te conocí.
Hayden la sentó en su regazo y ella colocó las piernas alrededor de su cintura y se apretó contra él lo máximo posible. Notó su erección contra el vientre y se intentó acercar todavía más.
Rápidamente, él empezó a desabrocharle los botones de la blusa y se la abrió, la besó en los hombros y bajó la prenda por sus brazos antes de arrugarla y tirarla a la otra punta de la habitación.
—Tienes la piel muy suave, deliciosa —le dijo mientras pasaba los labios por la curva de su cuello.
Entonces le desabrochó el sujetador y lo tiró en la misma dirección que la blusa. Lucy notó el aire frío en los pechos, pero la intensidad de la mirada de Hayden lo compensó. Sus dedos calientes le acariciaron el escote y siguieron bajando. Ella arqueó la espalda, solo podía pensar en él y en la exquisita tortura que le estaba proporcionando. Cuando tomó uno de sus pezones con la boca, Lucy lo agarró de la cabeza y lo apretó contra ella.
Una de sus grandes manos le apretó un pecho con cuidado y ella cerró los ojos para concentrarse completamente en el placer que Hayden le estaba procurando.
—Tienes mucho talento —le dijo con la respiración entrecortada.
—Es el deseo lo que me motiva —respondió él.
Lucy le quitó la camisa para poder acariciarle el pecho. Después pasó los dientes por sus bíceps y notó cómo Hayden se estremecía. Aquello era demasiado, pero no suficiente.
Él metió la mano entre ambos para desabrocharle los pantalones y, cuando sus dedos acariciaron las braguitas de satén, ella echó las caderas hacia delante para recibirlos. Nunca había deseado tanto a alguien.
Hayden cambió de postura y la tumbó en el sofá, y después se colocó encima. El tiempo pareció detenerse mientras Lucy lo estudiaba con la mirada; aquella belleza masculina era suya esa noche. Jamás olvidaría su imagen, ni cómo la hacía sentirse. Supo que sería un recuerdo que guardaría siempre, un punto de inflexión en su vida. Ya nada volvería a ser lo mismo. Nada.
—Hayden —susurró y, de repente, el mundo volvió a ponerse en marcha.
Él inclinó la cabeza para besarla apasionadamente. Lucy lo abrazó con las piernas por la cintura y arqueó la espalda para pegarse a él, saboreó la sensación de tener su cuerpo contra el de ella. Hayden apretó la erección contra su cuerpo y le dijo:
—Supongo que en ese saco sin fondo que es tu bolso debes de llevar preservativos.
Y Lucy se quedó helada de repente.
—No —respondió, repasando mentalmente el contenido de su bolso—. ¿Tú no tienes ninguno?
Él juró entre dientes y se incorporó.
—Ni idea, pero espero que sí.
Se deshizo de los pantalones vaqueros y fue al cuarto de baño. Lucy se quedó sola y barajó sus opciones. Podían ir corriendo a una farmacia, pero tardarían demasiado. Además, no quería salir de aquella habitación a no ser que hubiese un incendio. También podían ir a su casa, donde sí tenía preservativos, pero Josh estaba dormido y no podían dejarlo solo. También podían llamar a recepción y preguntar...
Hayden reapareció con un preservativo puesto y sonriendo de oreja a oreja. Ella se quitó los pantalones y las braguitas y esperó ansiosa a que llegase a su lado.
—Menos mal —comentó mientras él volvía a cubrirla con su calor—. Ya estaba barajando nuestras opciones y todas me parecían ridículas.
—Ya me las contarás luego —le dijo él, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
—Sí, luego te las cuento. Ahora tenemos cosas mucho mejores que hacer con nuestras bocas.
Hayden la besó, le mordisqueó los labios y se los chupó hasta que Lucy empezó a retorcerse bajo su cuerpo.
—Venga —le rogó—. No me hagas esperar más.
Él alargó el momento unos angustiosos segundos más y luego la miró a los ojos y la penetró de un solo empellón. Lucy notó como el mundo se tambaleaba a su alrededor y se sintió viva. Levantó las caderas hacia él y saboreó la sensación. Entonces Hayden empezó a moverse y ella se perdió en el baile de sus cuerpos, incapaz de hacer otra cosa que no fuese imitar el ritmo que él había establecido y dejarse llevar por las sensaciones.
Subió más alto que las estrellas y la voz de Hayden en su oído, diciéndole que era preciosa, que aquello era increíble, la hizo volar todavía más. El ritmo que habían creado juntos era pura magia y Lucy sintió que todo su cuerpo ardía. Las palabras de Hayden se volvieron más intensas, más provocadoras, y ella le clavó los dedos en la espalda y se aferró a él. No quería que aquello terminase nunca. Los movimientos empezaron a hacerse más rápidos y fuertes y ella notó como una ola de placer la invadía. Gritó su nombre al explotar por dentro y casi no se dio cuenta de que Hayden llegaba al clímax poco después.
Tumbado en el sofá, Hayden clavó la vista en el techo. Tenía a Lucy apretada contra su cuerpo. Aquella debía de ser la mayor tontería que había hecho en toda su vida, y eso que había hecho muchas.
Había sido una experiencia increíble, sí, pero una estupidez.
Solo había establecido previamente unas normas para creerse con más derecho a acostarse con ella. Le gustaba, tal vez demasiado, pero Lucy le estaba mintiendo para encubrir a su padrastro. Al fin y al cabo, había admitido que haría cualquier cosa por salvar a Graham Boyle.
Sabía que Lucy también lo deseaba, el deseo que había visto en sus ojos le había parecido algo muy bello, pero no sabía si sería capaz de utilizar aquello para proteger a Boyle en caso de no tener otra opción. Se le encogió el estómago. Quería pensar que no, pero era evidente que, cuando se trataba de Lucy, no era capaz de pensar con claridad.
Aunque no estuviese mintiendo para proteger a su padrastro, era diez años más joven que él. Hayden también había tenido veintidós años y sabía cómo era aquella edad. Pero en esos momentos tenía treinta y dos y un hijo. Lucy y él estaban en momentos completamente distintos de la vida. Volvió a llamarse idiota en varias versiones más.
Tal vez lo más sensato fuese dejar que otra persona de su empresa siguiese con la investigación. Él tenía en esos momentos un conflicto de intereses, pero estaba tan cerca de encontrar la clave del caso que no podía permitirse perder el tiempo pasándole el caso a otro detective. Ese tiempo podía ser el suficiente para que Boyle se les escapase. No, lo que haría sería mantener las distancias con Lucy a partir de entonces y no permitir que su integridad profesional se viese afectada por lo ocurrido.
Esta se movió a su lado y se apoyó en el codo para mirarlo mientras sonreía satisfecha.
—En otras circunstancias... —empezó, pero él la interrumpió.
—En otras circunstancias, también habría sido solo una noche —le dijo, intentando hacerlo con voz amable.
No era de buena educación rechazar a una mujer nada más haberle hecho el amor.
Decidida, Lucy inclinó la cabeza y añadió:
—Yo creo que ha estado bien. Es evidente que habría sido mejor en una cama, pero tienes que admitir que ha habido momentos gloriosos.
Él se estremeció solo de pensarlo.
—Lucy, ha sido increíble —admitió, tomando su rostro con una mano—. Todo ha sido increíble.
—Pero no querrías que volviese a ocurrir aunque las cosas fuesen diferentes.
—Oh, cielo, tendría que estar loco para no querer volver a estar contigo —le dijo—, pero mi vida es un desastre. Ahora mismo, soy la única familia que tiene Josh, y se merece que su padre se centre en él. Además, he estado una época un poco disperso y esta investigación es muy importante para mi carrera. No tengo tiempo para experimentar con relaciones.
Ella arqueó una ceja.
—Yo no te he pedido que tengamos una relación estable.
—Lo sé —admitió Hayden, pasándose una mano por el pelo e intentando pensar—. Lo siento. Ha sido culpa mía. No debí haber permitido que ocurriese.
—Ha sido cosa de dos, Hayden —le dijo ella con una cierta de impaciencia. Y se sentó.
—Pero uno de los dos piensa que la sensatez está sobrevalorada. Yo también lo hacía a tu edad. Por eso soy yo el que tenía que haber pensado en las consecuencias.
Ella se quedó inmóvil y su mirada se volvió fría.
—No volverá a haber ningún problema.
Se levantó y empezó a recoger su ropa.
Hayden apoyó la cabeza en el brazo del sofá. La había ofendido llamándola niña. No podía haberlo hecho peor.
—Lucy...
—No, tienes razón —le dijo ella, poniéndose la blusa y los pantalones—. Hemos sido unos irresponsables. No volverá a ocurrir.
Cuando llegó a la puerta, a Hayden no le había dado tiempo a responder. Atravesó la habitación mientras se abrochaba los pantalones vaqueros y apoyó una mano en la puerta para cerrarla. Ella apoyó la frente en la madera, todavía con la mano en el pomo.
—Lucy, he metido la pata hasta el fondo —fue lo único que pudo decir, ya que su cerebro todavía no funcionaba del todo después de haber tenido el mejor sexo de toda su vida.
Ella siguió con la cabeza agachada.
—Sí.
—Puedes herir mis sentimientos si quieres.
Lucy se echó a reír y después suspiró.
—¿Qué quieres que te diga, Hayden? Solo querías que ocurriese una vez, así que me marcho con la intención de no permitir que se repita. Estoy cumpliendo tu deseo, así que no entiendo por qué no me dejas salir por la puerta.
—Quiero que todo esté bien entre nosotros. No quiero que te marches así.
Se le solía dar bien limar asperezas con la gente, disipar sus inquietudes. Era algo muy útil durante las investigaciones. No obstante, al acostarse con Lucy Royall había sobrepasado todos los límites y, además, la había ofendido. Y no sabía cómo arreglarlo, en eso no tenía experiencia. Le dolía la cabeza.
Miró su pelo rubio, apoyado en la puerta blanca, y se maldijo. Le gustaba Lucy y no podía permitir que se marchase de allí dolida.
—Me dijiste que me ayudarías con la investigación —le dijo muy despacio—. Y no lo harás si te marchas así.
Ella se metió el pelo detrás de las orejas y lo miró. Su sonrisa era poco convincente.
—Todo está bien entre nosotros.
Hayden la agarró de los brazos y la miró a los ojos para convencerse de que le decía la verdad.
—¿Estás segura?
—Al cien por cien.
—Demuéstramelo.
Retrocedió y la soltó para que se marchase si quería hacerlo, pero con la esperanza de que no lo hiciera. Si salía por esa puerta se llevaría con ella el calor de aquella habitación.
Pero Lucy no se marchó; en su lugar, le preguntó:
—¿Cómo quieres que te lo demuestre?
—Teniendo una conversación normal conmigo. Mañana tienes que declarar ante el Congreso, necesitas estar en plena forma para hacerlo. Vamos a hablar de ello.
—Muchas gracias, pero no hace falta. Me ceñiré a la verdad y no habrá ningún problema —respondió ella, repitiendo lo que habían hablado en su primera reunión y sonriendo.
Él espiró aliviado.
—Ese siempre es un buen principio.
—¿Tú estarás allí?
—En el fondo de la sala, así que es probable que ni me veas. Te llamaré por la tarde.
—De acuerdo, hasta entonces —le respondió ella, abriendo la puerta para marcharse.
Y, en esa ocasión, Hayden la dejó ir a pesar de la presión que sentía en el pecho.
Lucy se subió a un taxi y le dio al conductor la dirección de ANS. Acababa de declarar en el Congreso y estaba agotada. Necesitaba una magdalena, preferiblemente de chocolate, pero sabía que Graham la estaría esperando. Se sentó y apoyó la cabeza en el respaldo; no pudo evitar repasar las preguntas que le habían hecho y sus respuestas.
No podía dejar de recordar una en concreto:
—¿Conoce usted a Nancy Marlin?
Había dicho que no, pero en esos momentos no estaba tan segura. Cerró los ojos, respiró hondo e intentó pensar solo en aquel nombre.
Le sonaba, estaba a punto de recordar de qué... pero no pudo. Abrió los ojos y tomó el teléfono para llamar a Hayden.
—Lo has hecho bien —le dijo este nada más descolgar.
Lucy estuvo a punto de sonreír al oír aquello, pero se contuvo a tiempo. Tenía que guardar las distancias con Hayden Black. Era lo que tenía que haber hecho la noche anterior, no, desde el primer día, pero todavía más después de haber hecho el amor con él. Había sido un error hacerlo mientras lo investigaba para Graham. Si Hayden se enteraba de lo que estaba haciendo, se sentiría traicionado. Pero Lucy estaba segura de que él encontraría al culpable antes de que ella encontrase algo oscuro sobre su pasado. Mientras tanto, la distancia emocional era la clave. Puso los hombros rectos.
—¿Dónde estás? —le preguntó, mirando por la ventanilla para ver dónde estaba ella.
—En el pasillo, delante del despacho del senador Tate.
—Me he acordado de algo más.
—Nos vemos en mi hotel en quince minutos —le respondió él, entrando inmediatamente en modo profesional.
Ella se acordó de lo que habían hecho allí la noche anterior y sintió calor, pero solo necesitó pensar en cómo se había marchado para tranquilizarle. Tal vez no debía haberlo llamado.
—¿Lucy?
No, había hecho lo correcto. Hayden era el detective del Congreso, la persona a la que debía contárselo. Solo necesitaban reunirse en otro lugar que no fuese su hotel.
—Tengo magdalenas en casa, mejor ven tú allí —le dijo.
—En mi hotel. Compraré magdalenas por el camino —respondió él justo antes de colgar.
Cuando Hayden llegó a su suite, Lucy ya estaba allí. Se había puesto un recatado vestido verde para declarar y se había recogido el pelo. A él se le aceleró el pulso al verla.
Le dio una bolsa de papel que olía a magdalenas recién hechas y abrió la puerta.
—Te lo prometí.
—Eres un hombre increíble, Hayden Black.
Él dejó las llaves y la cartera en un aparador y, cuando se giró, vio que Lucy ya se estaba comiendo la primera magdalena. Se sintió aliviado al verla tan tranquila. Tal y como había terminado la noche anterior, había tenido miedo de que no respondiese a sus llamadas, o que no quisiera volver a verlo, pero, por suerte, parecía que todo iba a ir bien entre ambos, aunque fuese un poco incómodo. Lo único que tenía que hacer era no volver a bajar la guardia con ella.
Tomó su bloc de notas y se sentó en su sillón.
—Para empezar, dime que no lo has recordado mientras estabas declarando.
—No, me he acordado en el taxi —le dijo ella, sentándose también frente al escritorio—, pero ha sido una pregunta que me habían planteado lo que me ha hecho recordar.
—¿Cuál?
—Si conocía a Nancy Marlin.
—Has dicho que no —dijo él, que recordaba el testimonio de Lucy.
Ella asintió. Estaba nerviosa.
—En el taxi he tenido la sensación de que me sonaba ese nombre. Y he recordado que, hace meses, la nombraron en una conversación.
—¿Entre quiénes era esa conversación?
—Marnie Salloway y Angelica Pierce.
Hayden pensó que aquella podía ser la pieza del puzle que le faltaba.
—¿Quién es Nancy Marlin? —le preguntó ella.
—Una amiga de Barbara Jessup.
Cuando el presidente era joven, había trabajado para su familia una mujer llamada Barbara Jessup.
—Eso es —dijo Lucy, abriendo mucho los ojos.
—¿Se dieron cuenta de que las habías oído hablar?
—Lo dudo. Estaba en la habitación donde se guardan los suministros y ellas se detuvieron justo delante de la puerta. Yo busqué lo que necesitaba y después esperé a que terminasen de hablar. Con Marnie y Angelica, pasar desapercibido es esencial para sobrevivir.
Hayden, que había conocido a Angelica, la comprendió.
—Quiero que me repitas todo lo que dijeron.
—Al principio, se estaban quejando de otro productor. Entonces, Angelica preguntó si se había avanzado algo con Nancy Marlin. Y Marnie le respondió que todavía no, pero que seguían intentándolo. Angelica le pidió que la mantuviese informada. Luego cada una se fue por su camino y yo salí de allí y me fui a trabajar.
Hayden sintió que se le aceleraba el pulso. Por fin lo tenía.
—Están las dos implicadas —dijo, mirando el bloc de notas que tenía en la mesa—. Pincharon los teléfonos de Barbara Jessup.
—¿Quieres decirle al Congreso que me vuelva a llamar?
—Es posible que lo hagan, pero antes voy a intentarlo con Ames y con Hall. Que oyeras esa conversación no nos sirve mucho como prueba, pero si consigo que Ames y Hall delaten a Marnie y Angelica, tal vez ellos sí puedan darme alguna prueba contundente.
Lucy dejó los restos de la segunda magdalena en la bolsa y se limpió los dedos de migas.
—¿No lo habrían hecho ya, si fuesen a hacerlo?
—Si piensan que tenemos a Marnie y a Angelica de todos modos, solo será cuestión de tiempo encontrar pruebas, y a lo mejor a Ames y a Hall les interesa negociar con nosotros. También puedo volver a entrevistar a Marnie y a Angelica y decirles que alguien oyó esa conversación. Tal vez una de las dos sienta pánico y se delate.
—Ojalá lo hubiese recordado antes —comentó Lucy, mirando por la ventana.
—Es estupendo que lo hayas recordado —le dijo él—. Intentaré que no se mencione tu nombre en todo esto.
Ella lo fulminó con la mirada.
—Según tus normas, no íbamos a permitir que lo nuestro interfiriese con la investigación. No intentes protegerme.
—Haría todo lo posible por proteger a cualquier testigo. Si encuentro alguna prueba más sólida no tendré que ponerte en la línea de fuego. Pero, no te preocupes, que si hace falta, volverás a declarar ante el Congreso.
Ella sonrió muy a su pesar.
—Todo irá bien siempre y cuando después me compres más magdalenas de estas.
Luego se puso seria y recogió su bolso rojo.
—Tengo que volver a ANS. Graham me está esperando.
Hayden le dio las magdalenas que habían sobrado.
—¿Le vas a contar lo de Marnie y Angelica?
—Tengo que hacerlo. Son sus empleadas —respondió ella, clavando la vista en la bolsa de papel.
No obstante, una parte de Hayden seguía sabiendo que Lucy quería encubrir a su padrastro. Estaba seguro de que Graham Boyle estaba en la cúspide de aquella cadena de engaños. Lo que no sabía era si Lucy había accedido a ayudarlo con la investigación porque quería estar presente cuando se encontrasen pruebas contra Graham. Tal vez tuviese la esperanza de convencerlo para que destruyese esas pruebas.
Odiaba pensar así y deseaba poder ser sincero con ella, pero tenía que ser realista. Hasta ese momento, la información que Lucy le había dado había sido inestimable, pero trabajaba para ANS y era la hijastra de Graham Boyle. Y siempre le sería leal. Hayden lo entendía, pero iba a intentar proteger su investigación hasta el final.
—No se lo digas todavía. Vuelve esta noche cuando termines de trabajar e idearemos un plan para volver a entrevistar a Marnie y a Angelica. Mientras tanto, veré qué puedo hacer con Ames y con Hall. Ya se lo contarás a Boyle cuando sepamos algo más.
Ella se mordió el labio inferior y miró a su alrededor. Era probable que estuviese recordando la última vez que había estado allí por la noche, y Hayden pensó que le iba a decir que no. Se le encogió el estómago. Entonces, la oyó decir:
—De acuerdo, hasta esta noche.
Y él se emocionó. Luego se maldijo; tenía que hacer un esfuerzo por controlarse cuando Lucy fuese allí esa noche.
Cuando le abrió la puerta a Lucy unas horas más tarde, ambos estaban muy tensos. El único que estaba relajado era Josh, que gritó al verla llegar y alargó los brazos. Hayden no pudo evitar sentir envidia. También quería abrazarla.
La vio interactuar con Josh, ambos estaban hablando y riendo, y no pudo apartar la mirada de ellos.
Entonces le sonó el teléfono móvil y casi se sintió aliviado. No reconoció el número que aparecía en la pantalla.
—Hayden Black —respondió.
—Señor Black, soy Rowena Tate. La hija del senador Tate.
El senador había mencionado esa mañana que su hija estaba en la ciudad, pero Hayden no la conocía, así que le sorprendió la llamada.
—Buenas tardes, señorita Tate.
—He estado siguiendo la investigación del comité —le dijo esta—. Como sabe, mi prometido también está trabajando en ella.
El senador le había mencionado que Rowena salía con Colin Middlebury, un diplomático británico que trabajaba con él y que pretendía que se ratificase un tratado de privacidad al tiempo que colaboraba en la investigación.
—¿En qué puedo ayudarla? —le preguntó él mientras veía cómo Lucy se acercaba a la cocina a por un vaso de agua con Josh apoyado en su cadera.
—Tengo una sospecha acerca de alguien muy importante en ANS, y creo que podría interesarle.
Él volvió a concentrarse en la conversación telefónica.
—La escucho.
—¿Podríamos vernos esta noche en el aeropuerto? Vuelo a Los Ángeles en un par de horas.
—¿Esta noche? —repitió él, frotándose el cuello.
Era casi la hora de acostar a Josh y no quería sacarlo del hotel a esas horas.
—Esta noche va a ser complicado.
Lucy entró en su campo de visión.
—Si tienes que salir —murmuró—, yo puedo quedarme con Josh.
—Espere un momento, Rowena —dijo él sin apartar la vista de Lucy. Luego tapó el auricular con la mano —. No puedo pedirte eso.
—¿Se trata de algo relacionado con la investigación?
—Sí.
—Pues te estoy ayudando con la investigación —le dijo ella—. Quedarme con Josh forma parte de eso.
—Pero habrá que acostarlo dentro de una hora.
—Ha cenado ya, ¿verdad?
—Sí —respondió él—, pero...
—Yo me ocuparé del resto. Solo tienes que enseñarme dónde está todo.
Hayden miró a su hijo, que observaba a Lucy con adoración, y se preguntó si un buen padre dejaría a su hijo con otra persona. Volvió a mirar a Lucy. A lo mejor no confiaba en ella con relación a Graham, pero sí lo hacía con su hijo.
—¿Estás segura?
—Al cien por cien —le respondió Lucy—. Vete.
—Gracias —le dijo él antes de volver a dirigirse a Rowena—. Allí estaré.
Capítulo Seis
Hayden buscó entre la multitud que había en el aeropuerto hasta que vio a Colin Middlebury en una cafetería. Se acercó a él y le tendió la mano. Colin y la mujer que estaba con él se levantaron.
—Gracias por venir, Black —le dijo Colin, dándole la mano.
—Yo también me alegro de verle, Middlebury —le respondió él, que lo había conocido al poco tiempo de aceptar aquel trabajo.
A Rowena no la había visto nunca.
—Esta es mi prometida, Rowena Tate —los presentó Colin, poniendo un brazo alrededor de los hombros de la mujer y sonriendo de oreja a oreja.
La rubia sonrió primero a su novio y después a Hayden.
—Gracias por venir tan pronto.
—No pasa nada —respondió él, intentando no pensar en que Lucy estaba en el sofá de su suite.
Colin le señaló una tercera silla y todos se sentaron. Ambos hombres miraron a Rowena y esperaron.
—No lo entretendremos mucho, señor Black. Le he pedido que venga porque no quería hablar de esto por teléfono, dada la naturaleza de la investigación.
—Muy sensato.
Hayden sabía que su teléfono móvil no estaba pinchado, pero no podía poner la mano en el fuego con los de los demás. Miró a su alrededor. No había nadie lo suficientemente cerca para oír aquella conversación.
—¿De qué quería hablarme?
—Tiene que ver con Angelica Pierce —empezó Rowena, inclinándose sobre la mesa y bajando la voz—. Siempre me ha resultado extrañamente familiar, pero un día, la estaba viendo en televisión y la cámara la captó desde un ángulo distinto. Y de repente me di cuenta de que se parecía mucho a una chica a la que había conocido en el internado, llamada Madeline Burch. Tiene el pelo y los ojos de otro color y, si es ella, se ha operado la nariz, entre otras cosas. Al darme cuenta del parecido, llamé a otra amiga del internado y resulta que piensa como yo, que podría ser Madeline.
A Hayden le interesó aquella historia. Sacó un pequeño cuaderno del bolsillo de su camisa y escribió el nombre de Madeline Burch.
—¿Hay algo más que resulte sospechoso?
—Madeline era una chica... desequilibrada. Tal vez esa sea la mejor palabra para describirla. Siempre alardeaba de que su padre era alguien muy importante, pero nunca dijo quién. Al parecer, este había pagado a su madre para que no desvelase su nombre. Y si alguien mencionaba el tema, Madeline perdía los estribos.
—¿Qué quiere decir con eso de que perdía los estribos? —le preguntó Hayden.
—En una ocasión tuvo una discusión con otra chica. No recuerdo el motivo. Esa noche, cuando llegamos al dormitorio, la ropa de la otra chica estaba toda tirada por el suelo, hecha trizas.
Él arqueó una ceja.
—¿Se hizo algo al respecto?
—No hubo pruebas —dijo Rowena, encogiéndose de hombros—. Madeline dijo a los profesores que había visto a una niña pequeña entrar en la habitación, pero era mentira. Esa niña no era capaz de hacer algo semejante.
Hayden se frotó la barbilla mientras pensaba en la mujer que tenía delante. Rowena parecía sincera y segura de sí misma. Tuvo la sensación de que podía creerla.
—¿Fue un incidente aislado? —preguntó, mientras seguía tomando notas de lo que le había contado hasta el momento.
—Por desgracia, no. Era impredecible y vengativa. Y siempre intentaba culpar a otras chicas de cosas que hacía ella. Hasta que un día, estaba discutiendo con alguien acerca de su padre y la otra chica le dijo que era una mentirosa y una rara. Madeline la atacó y la expulsaron del colegio.
A Hayden se le aceleró el pulso ante tanta información.
—¿Volvisteis a veros después de aquello?
Rowena negó con la cabeza.
—Cuando creímos reconocerla en la televisión, mi amiga Cara Summers y yo intentamos buscar información acerca de ella en Internet, pero no encontramos nada en absoluto. Es muy extraño, porque tampoco hay nada acerca de Angelica Pierce de la época del instituto. No sé si será de ayuda, pero he pensado que debía contárselo.
Él asintió y puso cara de póquer a pesar de que no podía dejar de darle vueltas a la cabeza.
Rowena le tendió un sobre.
—Estos son los resultados de nuestra búsqueda. Es sobre todo información básica, sospechamos que casi toda falsa. Estoy segura de que usted tiene otros canales para profundizar en el tema, pero hay una fotografía de Madeline que Cara ha conseguido a través de otra antigua compañera del colegio.
Hayden dio las gracias a Rowena y a Colin, se despidió de ellos y salió del aeropuerto. Si Angelica era Madeline Burch, podía haber tendido una trampa a Troy Hall y a Brandon Ames para que llevasen a cabo el plan y después cargasen con toda la responsabilidad. Eso encajaría con la imagen que Rowena Tate le había dado de ella. Tenía la sensación de que aquello era importante.
Repasó varias posibilidades de camino al hotel y cuando abrió la puerta de su suite todavía estaba acelerado. Aquella pista podía llevarlo a encontrar respuestas definitivas.
La suite estaba en silencio, así que él entró con cuidado y se dirigió a la habitación de Josh. El niño dormía plácidamente. Aliviado, Hayden sonrió y cerró la puerta. Tenía que darle las gracias a Lucy...
Entonces la vio hecha un ovillo en el sofá y se le detuvo la respiración. A pesar de que había climatización en la habitación, sintió un tremendo calor.
Estaba preciosa. La recordó desnuda, se acordó del olor de su pelo, de la curva de su cadera. Pensó en cómo lo había acariciado, primero con cuidado, y después con desesperación. Sin darse cuenta, se había acercado a ella y estaba a su lado, agachándose, tan cerca que podía sentir su respiración acariciándole el rostro.
Se le aceleró el corazón y una parte de su cerebro le advirtió que debía alejarse antes de que se despertase, pero no lo hizo. No podía. Tragó saliva. Su piel era de porcelana y tenía los labios ligeramente separados. Se preguntó si estaría soñando con él. Lucy sí había aparecido en sus sueños.
Se acercó un poco más y la besó con cuidado. Qué tortura tan dulce. Cerró los ojos. Sabía que tenía que apartarse. Iba a hacerlo. En cuanto grabase aquel momento en su memoria.
Gimiendo suavemente, Lucy movió los labios bajo los suyos y abrió los ojos. Y Hayden se repitió que tenía que apartarse, pero ella sonrió contra su boca y enredó los dedos en su pelo, y él no fue capaz de poner espacio entre ambos.
—Hayden —murmuró Lucy, volviendo a besarlo.
Se apoyó en un codo y él la abrazó para acercarla a su pecho. Estaba perdido. El delicioso olor de su piel lo envolvió, se enterró en su cerebro, haciendo que estuviese a punto de perder la cordura y dejase de pensar.
No obstante, una pequeña luz de alarma se encendió en un rinconcito de su cabeza. Él intentó no hacerle caso y dejarse llevar, pero no pudo.
Apoyó la mano en la nuca de Lucy y la besó una vez más, con desesperación, antes de separar los labios de los suyos y sentarse en el suelo.
—Lucy —le dijo en voz casi inaudible—. Estoy a punto de estallar.
Apoyó la frente en la suya y la abrazó todavía con más fuerza.
—Te deseo... no sabes cuánto, pero volver a hacer el amor contigo estaría mal por muchos motivos.
Ella se echó hacia atrás y se humedeció los labios, retándolo inconscientemente a olvidarse de todos sus recelos. Parpadeó como si acabase de despertarse en ese instante y, luego, relajada, le sonrió.
—No te preocupes. Ven aquí. Cabemos los dos.
Hayden se sintió frustrado. Se pasó ambas manos por el pelo y luego entrelazó los dedos detrás de la cabeza.
—No hay nada que desee más en este momento, pero sabes que no podemos.
Lucy se sentó en el sofá y se frotó los ojos. Y él deseó volver a abrazarla, pero se obligó a sentarse en el otro sofá para alejarse de ella.
Ella dobló las piernas y se sentó encima. Luego asintió.
—Está bien. Vamos a hacer un trato.
—De acuerdo —respondió él, a pesar de saber que iba a necesitar una armadura. O marcharse a otra ciudad.
—No podemos negar que hay mucha química entre ambos. Y tú solo vas a estar en Washington una temporada. En tu vida no hay lugar para una relación. Y tu trabajo no te permite tener una conmigo en particular.
Hayden se estremeció. Así dicho, su situación sonaba todavía más imposible que en su cabeza, pero asintió despacio.
—Hasta ahí estamos de acuerdo.
—En ese caso, podemos tener una aventura secreta —le sugirió ella sonriendo.
Parecía satisfecha consigo misma.