Prologo
Pinche gente, Rafael Bernal
En 1969 apareció por primera vez El complot mongol, de Rafael Bernal, una novela que cuenta la historia de Filiberto García, policía mexicano que debe colaborar con un agente de la KGB y otro del FBI para evitar un atentado contra el presidente de Estados Unidos durante su visita a México. La novela no fue un éxito comercial, ni de crítica, ni recibió la atención de la academia. Pero tuvo lectores. Pocos, al principio, pero fieles, memoriosos, compartidos. Y sobrevivió en esos pocos ejemplares de su primera edición, de mano en mano, durante décadas. Hace unos años volvió a reeditarse en México y nuevas generaciones han podido apreciar no solo cómo la novela registró el estado moral de su tiempo, sino por qué no ha envejecido: su corrosivo sentido del humor, su visión lúcida y despiadada de los hombres del poder.
Rafael Bernal nació en la Ciudad de México el 28 de junio de 1915, en plena Revolución, y murió en Berna, Suiza, el 17 de septiembre de 1972. Presenció la construcción del Estado moderno, sus múltiples promesas, las transformaciones radicales que experimentó el país y las decepciones que las acompañaron. Militó brevemente dentro del sinarquismo, y aunque luego lo abandonó, mantuvo una postura crítica durante el resto de su vida. Incursionó en casi todos los géneros: periodismo, ensayo, guión, poesía, cuento, novela. De su etapa sinarquista destaca la novela Su nombre era muerte, la historia de un hombre que se recluye en la selva, donde aprende a comunicarse con los mosquitos y descubre que tienen un «sistema político» curiosamente parecido a aquel contra el que en ese entonces militaba Bernal. Quizá porque fue, en sus temas y en su versatilidad, un escritor atípico, quizá por sus posturas políticas, Bernal no gozó del reconocimiento que merecía. Emigró de México, incursionó en la diplomacia y murió tres años luego de publicar El complot mongol.
Aparecida apenas unos meses después del 2 de octubre de 1968, cuando fuerzas de un gobierno que aún se hacía llamar revolucionario masacraron en la plaza de Tlatelolco a estudiantes que pedían cambios democráticos, El complot mongol daba cuenta de algo que la historia oficial tardó mucho tiempo en reconocer: el fin del «milagro mexicano», la podredumbre del régimen y el ascenso de una clase política dispuesta a ejercer la violencia sin mancharse las manos. Pero la novela es mucho más que una crítica doméstica. Filiberto García es un tipo que no cree en nada, que no se asusta con casi nada, pero aún así puede ver la diferencia entre él y esos otros asesinos, «el gringo y el ruso». Él será lo que sea, pero no va por el mundo dándoselas de bueno después de matar a quien le ordenan. Es un policía siniestro que no justifica su lado oscuro, y que solo se convertirá en un sujeto ético, a pesar de sí mismo, a golpes de ternura.
Filiberto García no cree en la Verdad, ni en la Justicia, a la usanza del policial clásico. Tiene claro que el orden es tan criminal como los que atentan contra él; lo que descubre es que vale la pena cambiar de lado. Y todo lo cuenta Bernal con un ritmo hipnótico, el ritmo de la maledicencia que crea su propio significado: los pinches rusos y los pinches gringos y la pinche conspiración de la pinche Mongolia Exterior aparecen lejos del cuerpo de Filiberto, como algo que importa menos que sus apetitos y su desvelo.
Es una gran noticia que El complot mongol vuelva a ser publicado, ahora en España. Es una novela que, por sus méritos literarios, se ha convertido en objeto de culto para muchos escritores en el México de hoy (entre los que me cuento), pero además creo que puede servirle a los lectores españoles como una lente, precisa e implacable, con la cual mirar su propio caos nacional.
YURI HERRERA