XII

La duquesa y las tabletas

En mi país, los ancianos están desautorizados por su falta natural de estamina, y porque viven de sus recuerdos y no de sus esperanzas y ambiciones. La vida es allí, más bien, para los niños y las mujeres. (Y para algunos animales domésticos como los perros y los gatos). Y también para los hombres, no digo que no.

Las mujeres no podemos quejarnos, desde luego.

Pero durante la sobremesa yo trataba de plantear de nuevo el tema de los achares. Obsérvese la abundancia de formas con ch que siempre aparecen cuando se habla de cosas de resonancia erótica, comenzando por muchachos y muchachas, que son voces ibéricas y tal vez atlántidas, porque también la ch aparece en los sintagmas eróticos de las tribus del Mississipi y entre los que hablan nahuatl y entre los quechuas y kollas y todo esto debe venir de una fuente común.

No sé si en las Canarias, entre los dialectos de los llamados huanches, sucede lo mismo y me gustaría averiguarlo. Creo que sí, y que esa palabra misma —huanche— tiene algo que ver con el amor y con voces equivalentes en sitios tan lejanos como el Perú y Bolivia.

En estas reflexiones estaba cuando vi que los dos hombres hablaban de la posibilidad de dedicar algún tiempo y dinero a resolver el enigma de las señales antediluvianas de las rocas de Fuente de la Zarza. Como dije, habían bebido un poco. En aquel momento el duque recitaba con una voz alta y grave a un tiempo:

Guillén Peraza, Guillén Peraza

¿dó está tu escudo, dó está tu lanza?

Todo lo acaba la malandanza.

Es decir, el danzar mal. ¡Qué gran verdad! Porque en la vida todo depende de danzar bien o mal. Son coplas de las Canarias, según me dijeron, que tienen que ver con Lanzarote y con los huanches guerreros del siglo XV.

A mí me encanta que Laury y el duque se entiendan tan bien. Parecían amigos de toda la vida. Yo seguía obsesionada con el erotismo fatalista de los tartesos, cuando de pronto la duquesa exclamó:

—¡Por la Macarena, niños! ¡No hay quien os aguante!

El duque que había bebido bastante, le dijo:

—Madre, la Macarena era una antigua mezquita de los moros en el barrio de los carniceros y la palabra quiere decir «matadero».

—La historia que tú lees —le respondió ella— está escrita por protestantes herejes.

—Ellos decían makrina.

—Bien. Yo digo Macarena. ¿Desde cuándo los moros van a tener razón en esta casa?

Se levantó dignamente, alzó la cara hacia la araña de trescientas bombillas que había en el techo y salió apoyada en su bastón, aunque con paso de pavana y no de minueto. (El de pavana es más despacioso). Los hombres se levantaron, el duque fue a tomarla por el codo y ella lo apartó:

—Déjame, mastuerzo.

Yo pensaba: ahora va a bailar frente a las cochiqueras. Escuché a ver si se oía el minueto en el aire (proyectado sobre el parque) y sólo oí el final de una copla:

… changuí

y er chachipé

Puras ch. Supongo que era el final de una copla de amor, como en los achares de Lagartijo y Clamores. No sé quién cantaría fuera. Tal vez el Trianero, padre de Bartolomea.

La señora fue saliendo. Cuando estuvo fuera —iba muy despacio—, fue a decir algo Laury, pero el duque hizo un gesto para advertirle que no hablara todavía, porque sin duda ella estaría atenta a lo que dijeran.

—Es que cree que ustedes son protestantes —dijo, luego.

—¿Cómo? —preguntó Laury intrigado.

—Protestantes —repitió bajando la voz.

En voz baja también Laury dijo que la iglesia nuestra era la unitaria, cuyo profeta, Miguel Servet, era español. El duque se sentía patrióticamente halagado, pero en la puerta se oyó toser a la duquesa.

Aquellas toses parecían advertencias de la inquisición.

Por el hilo se saca el ovillo, que decimos los expertos en parapsicología tartesa y puestos a hablar de religiones protestantes, yo recordé que los mormones, que son una secta interesantísima, basan su idea del misterio en unas tabletas de oro que hallaron en una colina de Palmyra, en el estado de Nueva York. Los mormones que son gente de veras honrada, suelen decir: «nosotros creemos que se hallaron esas tabletas de oro…», etc., y no tratan de imponer su fe a los demás. Pero Laury lo cree también, y me ha convencido a mí, porque esa colina donde las hallaron es una de tantas pirámides de los tiempos de la prehistoria atlántida y han sido recubiertas por milenios y milenios de acarreo de polvo y semillas en el viento. Las pirámides se han convertido en colinas, pero algún accidente ocasional —la erosión de las aguas de lluvia, por ejemplo—, pueden descubrir alguna parte de la colina y la pirámide y en ella algunos de los objetos sagrados del antiquísimo culto. Como las tabletas de Asurbanipal.

La duquesa, volvió a asomarse a la puerta y preguntó:

—¿Para qué sirven esas tabletas? ¿Para el artritismo?

El duque la disculpó diciéndonos que oía mal, por los años, y ella ordenó al mayordomo que le diera las de aspirina que estaban no sé dónde, y esta vez se marchó de veras.

Volviendo a lo nuestro, los mormones dicen que Jesús ha existido siempre, desde los primeros orígenes de la humanidad, y que por lo tanto sigue existiendo hoy, lo que es una manera sabia y honesta de decir que haya existido o no, es una representación de la divinidad que nos trajeron los más remotos dioses de la Atlántida.

Otros detalles hay que hacen reflexionar sobre todo esto, aunque yo no sé tanto como Laury y estoy repitiendo sus ideas. La verdad es que cuando Cortés llegó a México, era el año conmemorativo de Quetzalcoatl, que era uno de los nombres del gran dios dominador de la Atlántida, hombre de piel blanca, barba poblada y de un poder incalculable, porque tenía en sus manos el rayo devastador. Era el Zeus-piter o el Júpiter del olimpo helénico, con un nombre hecho con voces sánscritas. O el Baro Furco de los gitanos. Y por eso centenares de miles de guerreros indios eran vencidos fácilmente por trescientos españoles. Las leyendas indias predecían la llegada por oriente de ese dios (desde los tiempos de la lejana Atlántida), y a los españoles los llamaban los teules (dioses) de Theus, Zeus en sánscrito y en griego. En el Perú, entre los Incas, sucedió algo parecido y ya no fueron trescientos españoles, sino menos de cien, pero también con el rayo en las manos (los arcabuces). Porque Laury y yo creemos que los Atlantes no sólo tuvieron armas de fuego, sino también bombas equivalentes a la bomba atómica de ahora.

Todo esto lo explicaba por lo menudo y de manera autorizada Laury, mientras Javier y yo nos sumíamos en graves meditaciones. Hablaba Laury mirando a la puerta y recordaba a la duquesa con la risa retozándole en el cuerpo por lo de las tabletas. Como la alegría tiene en esta triste tierra andaluza tanto prestigio, la disposición jovial de Laury, aunque a veces choca, es estimada como una prueba de persona de alta Alcarria. O Alcurnia. Desde antes de los árabes era de mal gusto hablar en serio.

A todo esto, por las ventanas comenzaba a oírse un lejano minueto.

El duque se apartaba del tema pensando de pronto en los días perdidos o ganados dando dos veces la vuelta al mundo a bordo de su barco de oficial de marina y a veces con su cabeza hacía ligeros movimientos circulares mientras ponía el dedo índice sobre el mantel y luego el dedo anular contando dos, supongo. Laury había sembrado una duda en la mente de Javier. Es un gran sembrador de dudas, Laury. Y no acababan de entender una cosa que parece tan fácil.

Al menos —pensé yo— los unen dos circunstancias misteriosas (que son las ligaduras más fuertes): las señales de las rocas de Fuente de la Zarza y el cálculo de los días perdidos o ganados con la circunnavegación del planeta. Parece que ellos olvidan que hay dos clases de tiempo: el del planeta dando vueltas y el de nuestro reloj privado —el corazón—, marcando los segundos.

Estaba yo segura de que iban a ser amigos y me gustaba. No crea nadie que yo pensaba en dar achares a Laury con nadie, porque entre los americanos es poco frecuente eso de los achares, ya que no creen en los celos al estilo muladí, ni mudéjar, ni tarteso y mucho menos al estilo calé. Con las facilidades legales del divorcio la ofensa conyugal carece de sentido y cuando una mujer no ama a su gachó (otra ch), condiosito, que diría Clamores.

Yo me desentendía de la Atlántida, aunque confieso que estaba fascinada por la manera de aproximarse el uno y el otro al problema. Laury por el histórico-legendario y el duque por el patriótico-panoli (es decir, de Alcurnia). Tal vez los panolis vienen de Pan, dios universal atlantesánscrito-helénico. Me propongo indagarlo lo antes posible. Porque voy interesándome en todo lo que llama la atención de Laury.

En cuanto a Lagartijo y Clamores, ella está enamorada hasta las cachas (véase la ch), y en un estado psicológico anhelante que se llama académicamente la cachondez (otra ch).

Trataron aquella noche Laury y el duque de agotar el tema de la Atlántida, pero, como se puede suponer, es un tema inagotable y pasaban las horas sin sentir.

Yo me excusé y me fui a mi cuarto pensando que el día siguiente volveríamos a Sevilla. Quería estar descansada y en forma, porque pensaba ver a Clamores y a Soleá y a Lagartijo, y al Cantueso mismo. No me fiaba de Lagartijo III, quien sólo accedía a hacer las paces con Clamores por la promesa de una corrida en Sevilla. Yo los conozco a estos andaluces, que nunca dicen del todo la verdad y que no son ni chicha (la bebida de los quechuas), ni limoná. Y la corrida en Sevilla es la chachipé (más ch) para los lidiadores con antecedentes gitanos.