–¡Hola!… ¿Dos con un solo anzuelo? Jensen dijo hola, Jane, en cambio, quiso explicar que estaban tomando juntos un cocktail y el mayor se ofreció a acompañarla. Se interrumpió de pronto para mirarme con franca desaprobación, y sólo entonces me di cuenta de que les estaba bloqueando la entrada.
–¿Podemos entrar? – preguntó Jane. Claro está que no podía decirle a Jensen que sólo teníamos una silla para los visitantes y que sería mejor que esperara a Jane dando vueltas por la manzana, pero tampoco me sentía muy inclinado a dejarle pasar. Hackett estaba preparado para recibir una visita, y no estábamos muy confiados en el resultado de la misma. ¿No sería arriesgar demasiado soltarle dos visitas sin previo aviso? Sea como fuera, decidí consultarlo con el «cuartel general». Les dejé en la sala de espera y me dirigí en busca de Wolfe.
Ya había cruzado la mitad del vestíbulo cuando recordé un detalle que no acostumbro a pasar por alto. La puerta que comunica la sala de espera con el despacho había quedado abierta. Fue una distracción por mi parte, pero en realidad carecía de importancia. Naturalmente que miss Geer y Jensen verían desde allí a Hackett sentado en su sillón, pero después de todo, por eso estaba allí: para que le vieran. Encontré a Wolfe cuando se disponía a entrar en el oscuro pasadizo y dije, bajando la voz:
–Ha llegado con escolta. El mayor Jensen. Están en la sala de espera. La puerta de comunicación ha quedado abierta. ¿Qué hago?
–Vaya una complicación -refunfuñó Wolfe-. Dígale al mayor que espere en la sala porque necesito hablar privadamente con miss Geer. Acompáñela al despacho, y cuando…
Sonó un disparo.
Por lo menos el ruido que oímos parecía serlo, y procedía del interior de la casa porque las paredes vibraron. En tres saltos alcancé la puerta del despacho. Hackett continuaba allí, alarmado y mudo de asombro. Entré corriendo en la sala. Jane y Jensen también continuaban allí, y también parecían alarmados y mudos de asombro. Sus manos estaban vacías excepto por el bolso de Jane. En resumidas cuentas, el ruido pudo ser originado por una de las rosquillas de jengibre de Hackett a no ser por el olor a pólvora. Era un olor inconfundible que conocía demasiado bien.
–Cuénteme lo que ha pasado -le dije a Jensen con aspereza.
–Cuente usted -replicó echando lumbre por los ojos.
–¿Fue usted quien disparó, mayor?
–No, ¿y usted?
Miré a Jane.
–¿No habrá sido usted, miss Geer?
–No sea idiota -estalló furiosa, a tiempo que trataba de contener su temblor-. ¿Por qué había de disparar con un revólver?
–Permítame ver el que tiene usted en la mano -dijo Jensen.
Me miré la mano y vi sorprendido que empuñaba un revólver. Debí sacarlo de la funda mientras corría hacia el despacho.
–No es éste -dijo acercándoselo a Jensen-. Compruébelo.
Jensen olió la boca del cañón, tocó el arma y la encontró fría y dijo convencido:
–No. No es éste.
–Pero alguien ha disparado aquí dentro, ¿no huele a pólvora?
–Ciertamente que sí.
–Bien, veamos a mister Wolfe y discutiremos el caso. Por aquí -dije indicando la puerta del despacho.
Jane estaba rezongando algo, pero no le presté atención. Por algunas palabras que pesqué al vuelo creo que se le había metido en la cabeza que el disparo formaba parte de un complot para comprometerla, o algo por el estilo. No tenía ganas de meterse en la boca del lobo -el despacho de Wolfe-, pero al ver que entraba Jensen, le siguió.
–Les presento a mister Nero Wolfe -dije entrando tras ellos-. Siéntense, por favor. – En la imposibilidad de consultar el asunto con Wolfe decidí obrar por mi cuenta, teniéndolos a todos controlados en un mismo sitio mientras buscaba el arma que había disparado, y a ser posible, el cartucho. Jane se disponía a continuar farfullando, pero se detuvo en seco al oír a Jensen.
–¡Wolfe está herido en la cabeza! Miré rápidamente a Hackett. Continuaba sentado en su sillón con las manos apoyadas en la mesa, pero en su rostro impenetrable había ahora una expresión en la que se mezclaba el asombro, el temor y la indignación. No parecía haber oído las palabras de Jensen. Un hilo de sangre fluía de su oreja izquierda hasta llenar el cuello. Llamé desde la puerta con voz potente.
–¡Fritz!
El hombre entró al instante, como si hubiese estado esperando mi llamada desde el vestíbulo. Le entregué mi revólver.
–Si alguien hace el menor movimiento, aunque sólo sea para buscarse un pañuelo, dispare sin contemplaciones -dije.
–Esas instrucciones -dijo Jensen severamente-, pueden ser peligrosas si…
–Puede estar tranquilo.
–Prefiero que me registre -dijo el mayor levantando los brazos al techo.
–Gracias. Es una medida saludable. – Le registré a conciencia sin encontrar arma alguna. Luego miré a Jane que me clavó una mirada como si fuera el más repugnante de los insectos.
–Si rehúsa ser cacheada -dije-, y acierta a moverse, y Fritz dispara contra usted, no me eche luego la culpa.
Me contestó con otra mirada, fulminante pero cedió al fin. La registré discretamente, inspeccioné el contenido de su bolso, y di la vuelta al despacho para examinar la herida de Hackett. El hombre soportaba bien la situación, sin quejas ni histerismos, pero se palpó la herida y al ver sangre en sus manos se quedó con la boca abierta y los ojos mudos de estupor.
–Mi cabeza -dijo con voz ronca-. ¿Me han herido en la cabeza?
–No, señor. No es más que una ligera rozadura junto a la oreja -dije secándole la sangre con mi pañuelo. Luego, temiendo que su reacción no estuviera a la altura de la reputada intrepidez de Nero Wolfe, añadí-: Entre en el lavabo y límpiese con una toalla.
–¿Pero es de veras que no estoy… herido?
Le hubiera estrangulado. Pero en lugar de eso le recomendé de nuevo a Fritz que disparara a la menor alarma y acompañé a Hackett al lavabo, situado al extremo de la habitación. Le desinfecté el rasguño cubriéndolo luego con una tira de esparadrapo, 3' aproveché el interludio para decirle que descansara allí hasta que sus nervios se calmaran, y que cuando entrara de nuevo al despacho se comportara con arrogancia y ecuanimidad, y que me dejara a mí el cuidado de hablar con nuestros visitantes. Dijo que así lo haría, pero en aquel momento lo hubiera cambiado por un cigarrillo mojado.
Cuando entré en el despacho cerrando cuidadosamente la puerta, Jane me preguntó agresiva:
–¿Lo ha registrado?
Fingí no oírla, y me acerqué al monumental sillón de Wolfe. En el respaldo tapizado de cuero marrón se veía un agujero que correspondía exactamente a la altura de la cabeza de Hackett. El disparo había atravesado el sillón y fue a incrustarse en la pared a su espalda. Busqué en mi cajón un cortaplumas y empecé a rascar la pared en torno al agujero hasta que la cápsula cayó en mis manos. Mientras la observaba detenidamente. Hackett salió del lavabo, aparentemente con la compostura que le había aconsejado.
–Es un cartucho del 38 -dije-. Atravesó el sillón de mister Wolfe y quedó clavado aquí.
Jensen me miraba con ojos concentrados y fríos, Hackett asumió un tono dictatorial para decir:
–Hay que registrarlos otra vez.
–No, señor -dije con deferencia pero firmemente-. Ya están registrados. Pero sugiero que…
–Podría ser -apuntó Jensen-, que fuese el propio Wolfe el que disparó.
–¿De veras lo cree?-dije con sarcasmo-. Entonces, examine usted mismo su herida con una lente de aumento, y vea si tiene señales de pólvora.
–Tuvo buen cuidado en lavarse la herida ahora mismo -estalló Jane.
–Esas señales no desaparecen tan fácilmente -continué dirigiéndome a Jensen-. Observe también el cuero del sillón.
Así lo hizo, y después de un detenido examen del respaldo del sillón y de la herida de Hackett, que aquél soportó estoicamente, me devolvió el lente y ocupó de nuevo su silla.
–¿Sigue creyendo que mister Wolfe se disparó a sí mismo en la oreja? – pregunté.
–No -admitió el joven-. A menos que envolviera el arma con un pañuelo o un lienzo cualquiera.
–Así, según su teoría pudo cubrir el arma con un cojín, apuntaría contra su oreja y oprimir el gatillo. ¿No cree que es un juego peligroso dispararse a sí mismo de frente, exponiéndose a que una ligerísima desviación le alojara la bala en el cerebro?
–Me he limitado a hacer una suposición objetiva -aclaró el mayor-. Reconozco que sería demasiado expuesto, y por lo tanto es improbable que lo hiciera.
–Bien. Tenemos la cápsula para empezar -dije-. Pero necesitamos encontrar también el revólver que la disparó. Continuemos siendo objetivos. Es posible que el arma esté en la sala de espera. Fritz, siga vigilando y que no se mueva nadie.
–Prefiero acompañarle -dijo Jensen.
–No lo intente -dije autoritariamente-. Quédese donde está. No quisiera darle la impresión de que soy poco considerado, pero está usted en casa de mister Wolfe, y es asunto nuestro indagar los hechos. Si se mueve, Fritz disparará contra usted.
Aventuró una protesta, lo mismo que Jane, pero no les hice caso, y me llevé a Hackett a la sala contigua cerrando la puerta de enlace.
–Parece increíble -explicó entonces Hackett mirándome directo a los ojos-, que uno de ellos me haya disparado desde aquí, a través de la puerta abierta, sin que yo lo viera.
–Sí, ya me lo dijo en el lavabo. También me dijo que no recordaba si en aquel momento tenía los ojos cerrados o abiertos. – Me acerqué más a él con gesto amenazador-. Pero si lo que pretende insinuar es que Wolfe o yo hemos disparado contra usted, entonces le recomiendo que se haga visitar por un psicoanalista. El tiro fue disparado de frente según puede verse por su trayectoria, y tuvo que ser disparado desde esta puerta abierta. No pudieron hacerlo desde la puerta del vestíbulo porque no tenemos aquí ningún revólver capaz de describir semejante curva. Dicho esto, siéntese en esta silla y absténgase de moverse o de hablar. El hombre protestó pero obedeció la orden. Partiendo de la posibilidad de que el tiro procediera de la sala, adopté la teoría de que el arma todavía estaría allí, o bien que el culpable pudo deshacerse de ella echándola a la calle. Ahora bien, para desembarazarse del revólver el agresor dispuso solamente de cinco segundos, los que tardé en llegar a la puerta, ya que al entrar encontré a Jane y el mayor mirándose el uno al otro y con las manos vacías. En cuanto al procedimiento para hacer desaparecer el arma, era todavía más complicado, pues las ventanas estaban cerradas y las persianas echadas. Visto lo cual empecé a registrar la habitación.
Después de una búsqueda minuciosa examiné un gran jarrón que adorna la mesa puesta entre las dos ventanas. Vi un trozo de lienzo blanco, metí la mano y saqué un revólver. Sosteniéndolo con cuidado por el gatillo lo inspeccioné detenidamente. Olía a pólvora, y no cabía la menor duda que había sido disparado recientemente. Era un viejo «Granville» del 38, y el lienzo que lo cubría era un pañuelo del tipo corriente, con un agujero que señalaba por donde había salido la bala. Inspeccioné el cilindro. Tenía cinco cartuchos y uno disparado.
Hackett había acudido a mi lado intentando decirme una docena de cosas a la vez. Le interrumpí con dureza.
–Sí. Es un revólver, y no es mío ni de Wolfe. ¿Es suyo tal vez? ¿No? Bien, pues dejemos las cosas como están. Vamos al despacho para aclarar esto, y por lo que más quiera, no intente ayudarme. Limítese a callar y comportarse como si tuviera una idea muy definida de quién es el culpable. Si todo acaba satisfactoriamente recibirá 100 dólares extra de propina. ¿De acuerdo?
–200 dólares -dijo con calma-. ¡Han disparado contra mí y por poco me matan!
Contesté que esto tendría que discutirlo con Wolfe y entramos los dos en el despacho.
Hackett fue a ocupar su sillón con aire de importancia y yo me instalé en mi silla giratoria.
–¿Qué es lo que han descubierto allí? – preguntó Jensen con impaciencia.
–Sólo esto -dije animadamente-. Es un revólver veterano, un «Granville» del 38 que ha sido disparado hace poco. – Le pedí a Fritz mi revólver y dejé el «Granville» sobre la mesa-. Fue hallado en el jarrón de la mesa, envuelto en un pañuelo. Le falta un cartucho en la recámara. Es nuevo en la casa, nunca lo había visto hasta hoy. Parece ser el broche final, ¿no?
Jane explotó al fin. Me llamó todo lo que le pasó por la cabeza; quería un abogado, quería marcharse al momento, insultó a Hackett acusándole de preparar esa burda maniobra para complicarla en un asesinato del que no sabía ni una palabra. Estaba de pie, echando fuego por los ojos, y un torrente de insultos en los que incluyó también al «despreciable Goodwin».
Hackett trataba de hacerse oír alzando más y más la voz a medida que aumentaba la irritación de Jane, pero sólo tuvo oportunidad de hacerlo cuando la joven se detuvo para recobrar fuerzas.
–…¡y no pienso tolerarlo! ¡Ha venido aquí armada, ha intentado asesinarme, y casi lo ha conseguido…!
Luego me acusa de no sé qué líos con Peter Root, y sepa usted que a Peter Root no he oído nombrarle en mi vida. – El hombre estaba tan alterado que había olvidado enteramente mis instrucciones-. Y escúcheme bien, jovencita, no aguantaré ni un minuto más.
Jane se dirigió hacia la puerta y me levanté de un salto para detenerla, pero no fue necesario. En aquel instante se abrió la puerta y una masa imponente le obstruyó el paso. Se detuvo como una expresión de incontenible asombro, retrocedió dos pasos y la masa avanzó al encuentro.
–¿Cómo está usted, miss Geer? Soy Nero Wolfe.