Capítulo 13

Windy se dio una palmada en el vientre y miró a Tequila. La serpiente estaba con ella en el cuarto de baño, bajó una toalla y con la cabeza fuera.

Recogió los restos de la prueba del embarazo y los tiró a la basura. Casi había terminado agosto y, dado que no le había venido el período, había empezado a sospechar la razón.

—Estoy embarazada —le dijo Windy a su compañera—. Hay un niño aquí dentro.

Un hijo de Sky.

Windy cerró la tapa del retrete y se sentó. Habían pasado cinco semanas desde su cumpleaños, desde el día en que había concebido. Debió ser en la ducha, la única vez que se habían olvidado de usar protección.

—¿Cuándo debería decírselo? —le preguntó a Tequila sintiendo un miedo repentino.

A pesar de que Sky no había hecho ningún plan para marcharse, seguía negándose a hablar del futuro.

—Se lo diré mañana mismo —dijo de nuevo.

Ese sería el Día del Vaquero en el parvulario, el día perfecto para hablarle a su amante vaquero acerca de su embarazo. Él pasaría un rato con sus niños y luego sabría que iba a tener uno propio.

Tequila se hizo una bola.

—Oh, ya sé que se va a asustar un poco cuando se lo cuente, ¿pero qué padre no se asusta? Tendré paciencia con él y le daré tiempo para que se acostumbre. Pero no te preocupes, tan pronto como se le pase el susto inicial, estoy segura de que estará tan encantado como yo.

En lo más profundo, sabía que Sky adoraba a los niños y ansiaba en secreto tener uno propio.

Entonces llamaron a la puerta.

—¿Windy, querida?

—¿Sky? ¿Desde cuándo llevas en casa? —le preguntó, sobresaltada.

—Un poco —respondió él a través de la puerta—. No encuentro a Tequila. ¿Está contigo?

—Sí. Estamos... limpiando el cuarto de baño.

Windy lo oyó reírse.

—Esa serpiente te sigue a todas partes como un cachorro —dijo—. La mimas mucho.

En vez de responder, ella cerró la basura para esconder la evidencia.

Se aseguró a sí misma que al día siguiente le hablaría de su hijo.

Sky deseó poder huir. La Semana de los Trabajos en el preescolar estaba en plena marcha y ése era el día del vaquero. No le gustaba nada la idea de tener que pasarse el día rodeado de niños preguntones. Actuar en la arena era algo muy distinto.

Encontró al aula tres y se detuvo en la puerta, escuchando la actividad interior. Se animó y abrió la puerta.

—¡El vaquero está aquí! —gritó uno de los niños.

Sky se dio cuenta de que era imposible mantener el anonimato. No cuando se mide un par de metros y se llevan unas botas negras y un Stetson a juego. Buscó a Windy con la mirada.

Las miradas de ambos se encontraron entonces y ella sonrió. Luego ella se le acercó y lo tomó de la mano.

—Éste es mi amigo Sky —le dijo a los niños—. Nos ha venido a visitar hoy, pero primero recogeré vuestros dibujos. Ya los terminaréis más tarde.

Después de que los niños lo saludaran, él se acercó a ver los dibujos. Al parecer, Windy les había proporcionado la foto de un pony. Algunos niños lo habían pintado de verde o azul. Uno de ellos incluso le había pintado lunares de colores.

—Parece un Appaloosa —le dijo él al niño—. Tienen lunares.

El pecoso niño le dedicó una sonrisa mellada.

—¿Eres un vaquero de verdad?

Sky asintió.

—Sí.

—Pues pareces italiano —afirmó otro de los niños.

Sky lo miró.

—Soy un indio que trabaja como vaquero.

Windy recogió por fin los dibujos y todos se sentaron en círculo en el suelo, donde él fue respondiendo a sus preguntas y estuvieron luego un rato charlando entre todos. Sky se sentía cada vez más cómodo entre esos niños, aunque no paraba de pensar en qué haría Windy si supiera la verdad de él. ¿Debería marcharse sin confesarse a ella? No, pensó. Ella soportaría más fácilmente su partida si supiera la verdad. Incluso lo odiaría.

Luego los niños terminaron de colorear sus dibujos.

Mientras Windy los ayudaba, él se acercó a una de las cajas de lápices y tomó uno melancólicamente. Se sentía solo y triste.

—¿Te gustaba pintar cuando eras pequeño? —le preguntó Patrick, el niño que había dibujado el Appaloosa.

—Sí —respondió Sky automáticamente.

De repente se recordó a sí mismo como un niño, un niño triste y solitario sentado en un aula llena de rostros desconocidos.

—Solía pintar coches y camiones.

Y también solía tragarse las lágrimas todas las mañanas deseando que sus padres no se hubieran ido al cielo. Sky había odiado ser el nuevo en el colegio casi tanto como había odiado esa gran casa blanca donde lo había llevado a vivir el asistente social.

Sorprendido por ese recuerdo repentino, miró por la ventana y vio el patio de juego vacío. Esa casa, la que había odiado había sido su primera casa de adopción. Ahora la podía ver con claridad en su mente.

—Vivía en una gran casa blanca —dijo en voz alta—. En Arrow Hill, Oklahoma.

En Oklahoma. ¡Cielo santo, él había vivido en Oklahoma!

—Nuestra casa es amarilla —dijo Patrick sin darse cuanta de que a Sky le temblaban las manos—. Y vivimos en Burbank, California. Yo sé toda mi dirección. ¿Sabías tú tu dirección cuando eras niño? Mi mamá dice que los niños somos más listos ahora.

—Sí, ya lo sé —dijo Sky y le acarició el cabello—. Yo vivía en el 618 de Shepard Lane.

Y solía hablar con Jesse por la noche acerca de escaparse. Por supuesto, no lo había hecho hasta años más tarde y, para entonces, estaba viviendo en otra casa, pero no podía recordar esa dirección ni cómo era la casa. Había vivido en muchas casas.

—¿Tienes un osito de peluche? —le preguntó al niño preguntándose a él por qué Jesse era tan importante en su vida.

—No. Ya soy demasiado mayor para esas cosas. La señorita Windy nos ha enseñado a escribir nuestro nombre, ¿ves? —le dijo mostrándole un papel—. ¿Podías hacer esto cuando tenías cuatro años?

—No lo sé.

Mientras miraba el dibujo de Patrick, se dijo a sí mismo que debía marcharse esa misma noche. Tenía que ir a esa casa en Oklahoma. Tenía que tratar de recordar su nombre, encontrar a su hijo y ser el padre que debiera haber sido.

Windy entró en la casa mientras repasaba en silencio los acontecimientos del día. Para decepción suya, Sky se había ido del parvulario antes de almorzar, al parecer, había tenido la necesidad de escapar de allí. Oh, se había portado muy bien con los niños, a su manera. Incluso se había arrodillado para abrazar a aquellos que le habían regalado sus dibujos, pero ella había visto la confusión que se reflejaba en sus ojos.

Se había dicho a sí misma que no tenía que preocuparse. Sky había parecido perplejo y eso no era necesariamente algo malo. Era posible que los niños hubieran disparado alguna emoción que no se había esperado sentir. Tal vez la necesidad de asentar la cabeza.

Se llevó una mano a la barriga. ¿Era ésa la respuesta? ¿Habría descubierto Sky su necesidad de una esposa? ¿De una familia? ¿De un compromiso para toda la vida?

Rogó para que así fuera.

Cerró los ojos. Ésa tenía que ser la explicación del curioso comportamiento de Sky. Tenía que ser. Lo amaba demasiado como para perderlo, para aceptar cualquier otra razón.

Abrió los ojos. De acuerdo, ya era hora de reaccionar, de encontrar a Sky y de hablarle de su hijo. ¿Qué debía hacer primero? ¿Preguntarle por qué se había ido tan pronto o ir directa al grano?

Decidió que ya vería lo que hacía, según el humor del que estuviera él.

Pasó al lado del terrario de Tequila y miró dentro de la vacía cocina. Debía estar en su habitación, aunque ya no durmiera allí, a veces estaba allí, leyendo sus libros. Windy se había dado cuenta de que la forma de utilizar el lenguaje era una mala costumbre de juventud y que no afectaba para nada a su cultura. En la cartera llevaba un montón de tarjetas de bibliotecas, tan numeroso y usado como las tarjetas de crédito de ella.

Entró en la cocina, aún indecisa y se sirvió un vaso de agua.

Lo vació y lo dejó en la pila. Luego se dirigió al pasillo. No sabía a qué venía la aprensión que sentía. En lo más profundo sabía que Sky la amaba y, una vez que él lo aceptara, aceptaría también la idea de tener un hijo.

Se detuvo delante de la puerta de su dormitorio y pensó llamar, pero luego rechazó esa idea. La puerta estaba sólo entornada, lo que significaba que él no pondría reparos a su compañía. ¿Y por qué los iba a poner?

—Sky?

Él estaba junto al armario, con unas camisas dobladas sobre el brazo.

—¿Qué haces? —le preguntó ella.

Sky la miró y se quedó muy serio.

—Hago la maleta.

A ella se le cayó el alma a los pies.

—¿Por qué?

Él se estremeció como si esa pregunta se le hubiera clavado en alguna parte.

Windy se rodeó la cintura con los brazos. No necesitaba oír la respuesta. La mirada de él lo decía todo.

Que Dios la ayudara. El hombre al que amaba, el padre de su hijo, se estaba marchando.

Para siempre.