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—Lo siento, Malcolm. No puedo. —Noté que se me aceleraba el ritmo cardíaco mientras se me metía la ansiedad en las tripas a practicar kickboxing. Me sabía fatal rechazar su generoso ofrecimiento. Tan pronto empezaba yo a lanzar por ahí la palabra «no», normalmente las cosas empezaban a ir cuesta abajo.

—¿Estás segura? —dijo con calma desde el otro extremo de la línea—. No es hasta abril. Esto te da tiempo de sobra para encontrar a alguien que cuide de tu madre y de Cole durante el fin de semana.

Malcolm quería llevarme a París. Yo quería que me llevaran a París. No había salido nunca de Escocia, y supongo que era como la mayoría de las personas de mi edad: quería ver algo del mundo que había más allá de donde me había criado.

Pero eso no iba a pasar.

—No confío en nadie para cuidarlos.

Menos mal que el suspiro de Malcolm no sonó exasperado y, con gran sorpresa mía, fue seguido de estas palabras:

—Lo entiendo, nena. No te preocupes.

Seguía preocupada, claro.

—¿Seguro?

—No te preocupes más. —Malcolm se rio bajito—. No es el fin del mundo, Jo. Me gusta lo mucho que te importa tu familia. Es digno de admiración.

Un arrebato de acaloramiento y de placer me subió desde el pecho hasta las mejillas.

—¿En serio?

—Pues claro.

De momento no supe qué decir. Me tranquilizaba que él se tomara tan bien mi negativa, pero seguía ansiosa. Aunque ahora por otra razón.

A cada día que pasaba sentía más cariño por Malcolm. Eso esperaba yo, al menos.

El pasado me había enseñado que la esperanza era una cosa demasiado frágil para aferrarse a ella.

—Jo.

Uy.

—Perdona. Estaba en la luna.

—Pensando en mí, espero.

Sonreí burlona y hablé con voz de arrullo.

—Después de trabajar puedo ir a tu casa para compensarte.

La voz de Malcolm se volvió más grave.

—Nada me apetece más.

Colgamos y miré el móvil en mi mano. Maldita sea. Yo estaba esperando.

Esperando que esta vez funcionara de verdad.

***

—Según Braden, te tendí una emboscada.

Sorprendida, alcé la vista mientras guardaba el bolso en la taquilla. Era un viernes por la noche, y el bar estaba ya de bote en bote. Como había llegado tarde, no había tenido realmente tiempo de charlar con Joss y Alistair, que sustituía a Craig y ya se ocupaba de la barra. Aprovechando una especie de tregua, me había escabullido para beberme un zumo y coger un chicle del bolso.

—¿Cómo?

Joss estaba apoyada en la entrada del cuarto del personal, con la música del bar sonando con fuerza a su espalda. Su rostro reflejaba contrariedad.

—Le he contado a Braden lo que te dije ayer y dice que te tendí una emboscada.

Sonreí.

—A lo mejor un poco.

—Me ha dicho que aún tengo mucho que aprender.

Eso se merecía arquear una ceja.

—Él también, por lo visto.

—Sí. —Joss soltó un resoplido—. Ahora luce un cardenal como mi puño en el brazo izquierdo. Idiota condescendiente. —Se encogió de hombros—. Aunque también a lo mejor, quizá… quién sabe si tiene algo de razón.

Parecía tan incómoda que resultaba casi gracioso.

—Joss, intentabas ser una buena amiga.

—Según Braden, debo ser sigilosa. Lo que conlleva no usar la palabra «puta» bajo ningún concepto.

Tuve un estremecimiento.

—Sí, no estaría mal.

Joss dio un paso hacia mí; toda la seguridad en sí misma parecía haberse esfumado.

—Anoche todo salió mal, ¿sí o no?

—¿Significa esto por casualidad que no vas a meter más las narices en mis asuntos?

Joss emitió un bufido.

—Sí, vale.

—Joss…

—Solo voy a hacerlo mejor. Menos emboscadas, más acorralamientos.

Otra vez esa palabra.

—Mira, me parece que si quisieras ser «sigilosa», no me hablarías de tus intenciones para apartarme del «camino que lleva a la desgracia».

Joss cruzó los brazos y me miró con los ojos entrecerrados.

—Menos entrecomillados, guapa.

Levanté las manos en señal de capitulación.

—Era por decir algo.

—¡Señoras! —Alistair asomó la cabeza—. ¡Necesito ayuda!

Cogí el chicle y pasé junto a Joss rozándola. Se me escapó una sonrisa al imaginar lo que le preocupaba realmente.

—Oye, no estoy enfadada contigo. —Miré hacia atrás y vi que me seguía.

Ella asintió y se encogió ligeramente de hombros como si le diera igual cuando no era así. Por eso no estaba enfadada con ella.

—Vale, guay.

Llegamos a la barra llena de clientes.

—Entonces, ¿tú y Cole venís igualmente a cenar el domingo?

Le sonreí burlona pensando en la familia Nichols y en el delicioso asado de Elodie.

—No me perdería esta cena por nada.

***

La casa de los Nichols era la clase de casa en la que me habría gustado que Cole y yo hubiéramos crecido. No por el hecho de que el magnífico piso estuviera en Stockbridge —aunque esto habría estado bien, sin duda— sino porque estaba lleno de calidez y de verdadera solidaridad familiar.

Elodie Nichols era la madre de Ellie. Siendo joven, se había enamorado perdidamente del padre de Brad, Douglas Carmichael, y se había quedado embarazada. Douglas había roto la relación pero había ofrecido ayuda económica y una indolente suplantación de identidad como padre. Braden había entrado en escena y se había hecho cargo de su hermanastra pequeña y había asumido el papel de papá joven/hermano mayor. Los dos estaban muy unidos… tanto que, de hecho, Braden tenía una relación más íntima con Elodie y su esposo Clark que con su propia madre. En cuanto a Douglas, había muerto hacía unos años dejando dinero a Ellie y sus negocios a Braden.

Ellie tenía dos hermanastras divinas: Hannah, un año y medio mayor que Cole, y Declan, de once años. Como es lógico, cuando yo llevaba a Cole a esas cenas los dos adolescentes tímidos casi no hablaban. Quien siempre acaparaba el tiempo de Cole era Declan, en todo caso, que tenía una amplia colección de videojuegos con los que ambos se volvían zombis.

Hace unos ocho meses, salí una noche con Joss y Ellie. Al cabo de cinco minutos, tuve la clarísima sensación de que me acogían bajo su manto protector. Ellie enseguida me invitó a su cena familiar del domingo (Joss sonreía con aire de complicidad cuando veía a alguien recibiendo el «tratamiento de Ellie») insistiendo en que llevara conmigo a Cole. Tras dos meses eludiendo la invitación, llegué por fin a la conclusión de que seguir rechazándola me hacía sentir grosera. Por fin acabé yendo con Cole, y lo pasamos tan bien que en lo sucesivo asistimos a la cena dominical de los Nichols siempre que nos fue posible.

Me encantaba porque era el único rato en que Cole y yo podíamos ser nosotros mismos. Al margen de lo que Joss hubiera contado a la pandilla del domingo, nunca nadie preguntó por mamá, y Cole y yo podíamos relajarnos unas horas a la semana. Además, Elodie era la personificación de la madraza, y como mi hermano y yo no habíamos conocido eso, por una vez disfrutábamos de un trato cariñoso.

En la cena del domingo solían estar los Nichols, Ellis y su novio, Adam, Braden y Joss.

Mientras aguardábamos a que la cena estuviera lista, yo solía juntarme con Hannah. En cuanto al aspecto, Hannah era una versión reducida de su estupenda hermana mayor. Alta para su edad, y si estaba siguiendo los pasos de su hermana, ya habría llegado a su altura máxima de metro setenta y pico. Era de veras deslumbrante: pelo rubio corto, grandes ojos castaños aterciopelados que miraban desde debajo de un elegante flequillo, y rasgos finos entre los que se incluía un adorable mentón puntiagudo. Pechugona como nunca sería yo, lucía ya un escote muy decente y marcaba una bonita curva en las caderas. Con casi dieciséis años, parecía tener dieciocho, y si no hubiera sido por su timidez, seguramente habría habido chicos echando la puerta abajo y provocándole a Clark un fastidio interminable.

Yo era un ratón de biblioteca, pero Hannah, a quien le gustaba refugiarse en la literatura y los deberes escolares, me superaba. Lástima, pensaba yo, que no fuera más extrovertida, pues tenía una personalidad alucinante. Era más lista que el hambre, cariñosa, graciosa, algo más irritable que su hermana mayor. Me había acostumbrado a sentarme en su gran dormitorio, mirando en los montones de libros mientras ella me hablaba de todo y de nada.

—Este es bueno —señaló Hannah, y me volví desde la estantería y la vi alzando la vista desde el portátil. Por lo visto yo había hecho algo más interesante que sus amigos de Facebook.

—¿Este? —Agité ante ella el libro para adolescentes. La verdad es que yo no leía literatura juvenil, pero Joss se deshacía en elogios y decidí probar. Gracias a Hannah, mi bibliotecaria personal, me ahorraba una pasta.

Hannah asintió y sonrió, y se le formó un hoyuelo en la mejilla izquierda. Era una verdadera monada.

—Sale un tío atractivo.

Alcé una ceja.

—¿Edad?

—Veinticuatro.

Agradablemente sorprendida, sonreí y hojeé.

—Bien. ¿Quién iba a decir que la literatura adolescente llegaría a ser tan subida de tono?

—El personaje principal tiene dieciocho. Y no es soez ni nada.

—Bueno es saberlo. —Me levanté de mi postura arrodillada y me acerqué tranquilamente hasta la enorme cama y me dejé caer a su lado.

—No me gustaría que corrompieras mi inocencia.

Hannah soltó una carcajada.

—Creo que esto ya lo ha hecho Malcolm.

Resoplé débilmente de regocijo.

—¿Qué sabes tú de esas cosas? ¿Ya te has fijado en un chico?

Como es natural, me esperaba que ella negara con la cabeza y frunciera el ceño como siempre que yo le hacía esta pregunta. Pero, oh, sorpresa, se ruborizó.

Interesante.

Me incorporé y le cogí el portátil y lo dejé sobre la cama para que me prestase toda la atención.

—Cuéntamelo todo.

Hannah me dirigió una mirada sesgada.

—No se lo digas a nadie. Ni a Ellie ni a Joss ni a mamá…

—Lo prometo —dije al punto sintiendo una andanada de emociones. Los primeros idilios son excitantes.

Poniendo mala cara ante mi obvia anticipación, Hannah meneó la cabeza.

—No es que salga con nadie.

Sonreí con aire burlón.

—¿Qué es, entonces?

Se encogió de hombros con gesto vacilante, los ojos de repente llenos de consternación.

—Yo no le gusto igual.

—¿A quién? ¿Cómo lo sabes?

—Es mayor.

Sentí una punzada en el estómago.

—¿Mayor?

Hannah debió de notar al tono de reproche en mi voz porque espantó mi inquietud con un gesto rápido de la mano.

—Tiene dieciocho años. Está en último curso.

—¿Cómo os habéis conocido? —Aunque estaba dispuesta a ser amiga de Hannah, también quería detalles para decidir si había o no motivos de preocupación. Si hablábamos de chicos, Hannah tenía solo quince años, y yo no quería que nadie se aprovechase de ella.

Relajada, Hannah se volvió hacia mí, más cómoda al poder confiarme su historia.

—El año pasado, unos chicos empezaron a reírse de mí y de mis amigas. Cuando estábamos juntos, a nosotras realmente no nos molestaba. Se trataba solo de palabras, y ellos eran solo una panda de idiotas que hacían campana e intimidaban a los que querían ir a clase. —Puso los ojos en blanco ante la estupidez de los jóvenes de la especie humana—. En todo caso, un día del curso pasado perdí el autobús y eché a andar hacia casa. Me siguieron.

Agarré el edredón con los ojos como platos.

—¿Ellos…?

—No pasa nada —cortó para tranquilizarme—. Marco los detuvo.

Apreté los labios mientras intentaba reprimir una sonrisa ante la bobalicona manera de pronunciar el nombre.

—¿Marco?

Hannah asintió, ahora con una sonrisa algo más que tímida.

—Su padre es afroamericano, pero la familia de su madre es italoamericana con parientes en Escocia. Él es de Chicago, pero se mudó aquí el año pasado para vivir con sus tíos. Estaba con un par de amigos y vio que los otros me seguían y me hostigaban. Los ahuyentó, se presentó y me acompañó a casa aunque yo iba en dirección contraria a la suya.

De momento, bien.

Asentí animándola a continuar.

—Me dijo que cada vez que perdiera el autobús me acompañaría a casa. Entonces, una vez terminaban las clases, empezó a rondar por allí con sus amigos para ver si yo cogía el autobús. Las dos veces que lo perdí, cumplió su palabra y me acompañó.

¿Qué buscaba ese chico?

—¿Te ha pedido que salgas con él?

Hannah emitió un suspiro teatral.

—Aquí está la cosa. Lo único que hace es protegerme, como si yo fuera su hermanita o algo así.

Vale, a lo mejor es solo un buen chico.

—¿Es por tu timidez? ¿No hablas con él?

Hannah soltó una carcajada, un sonido adulto tan resabiado que tuve que recordarme a mí misma que estaba hablando con una adolescente.

—Esta es la cuestión. Yo me corto con otros chicos, y pensarás que con lo atractivo que es no soy capaz de decirle nada. Pero la verdad es que lo pone fácil. Es muy campechano.

—¿Cómo sabes que no le gustas?

Se mordió el labio mientras sus mejillas adquirían un rojo más intenso y parpadeaba y apartaba los ojos.

—Hannah…

—Quizá le he… beee… ao —susurró.

Me acerqué más sospechando que ya sabía la respuesta a mi siguiente pregunta.

—¿El qué?

—Quizá le he besado —respondió de mal humor y con las mejillas otra vez brillantes.

Sonreí con gesto burlón. Si se trataba de sus enamoramientos, la pequeña Hannah tenía la impulsividad de su hermana. Ellie me había hablado de la noche en que se lanzó en brazos de Adam. Adam era el mejor amigo de Braden, y por respeto a este se distanció de Ellie durante un tiempo. Ellie no se lo puso fácil.

—¿Cómo fue todo?

La frente de Hannah se arrugó mientras miraba al suelo.

—Él me devolvió el beso.

—¡Yupi! —Di un puñetazo al aire como una atontada.

—No. —Hannah negó con la cabeza—. Luego me apartó, no dijo una palabra y durante todo el mes ha estado evitándome.

Con un dolor en el pecho ante lo alicaída que estaba, le pasé el brazo alrededor de los hombros y la atraje hacia mí.

—Hannah, eres bonita, y lista, y divertida, y habrá montones de chicos que no te apartarán.

Sabía lo vacías que eran mis palabras. No hay palabras que valgan para aliviar el dolor de un amor adolescente no correspondido, pero Hannah me abrazó también agradeciéndome igualmente el esfuerzo.

—¿Qué pasa? —Levantamos la cabeza al oír la preocupada voz de Ellie, que estaba de pie en el umbral con los delgados brazos cruzados sobre el pecho y los arrugados ojos revelando inquietud. Llevaba el pelo rubio mucho más corto que de costumbre. Después de la operación, durante unas semanas había llevado un pañuelo en la cabeza para tapar la parte del cuero cabelludo que había sido afeitada. Con el pelo ya crecido, se lo había cortado para parecer un elfo sexy, y ahora lo detestaba. Le llegaba al mentón y era tan überchic como el de Hannah.

Noté la tensión de Hannah, a todas luces temerosa de que yo contara el secreto de su enamoramiento del escurridizo Marco. Me compadecí de ella. Él no parecía intrigante. Tenía que ser duro andar reprimida tras un misterioso y atractivo afroamericano, italoamericano o italoescocés sin que tu fastidiosa familia lo supiera todo al respecto.

—Solo estaba hablándole a Hannah de mi primer amor, John, y de cómo me rompió el corazón. Me estaba abrazando para mostrar su solidaridad.

Los dedos de Hannah me apretaron la cintura como dando las gracias mientras Ellie se quedaba boquiabierta.

—Nunca me has hablado de John.

Como no quería entrar en el asunto, me incorporé en la cama y me llevé a Hannah conmigo.

—En otro momento. El olor a comida sube por la escalera, lo que significa que pronto estará lista.

Ellie pareció algo decepcionada al dejarnos salir.

—¡Pues claro! Este mes tendremos una noche de las chicas para hablar de nuestro primer amor.

—¿No estáis saliendo tú y Joss con los vuestros?

Se le dobló la boca hacia abajo en las comisuras.

—¿Solo el tuyo, entonces?

Hice una mueca.

—Será un rato divertido.

—Cada vez que andas con Hannah te vuelves un poco más sarcástica. Voy a prohibirte su compañía.

Hannah sonrió contenta ante la idea de que pudiera haber influido en mí, y yo no pude menos que reír, el pecho rebosando afecto.

—Solo caballos salvajes, Ellie. Solo caballos salvajes.

***

En cuanto estuvimos sentados a la mesa, Elodie cloqueó alrededor para asegurarse de que todos estábamos bien servidos.

—¿Seguro que no quieres más salsa, Jo? —preguntó, mientras el cuenco de la salsa rondaba en el aire precariamente sostenido por sus dedos.

Sonreí ante una patata y meneé la cabeza.

—Cole…

—No, gracias, señora Nichols.

Al ver sus magníficos modales el corazón me dio un respingo, y le di un codazo cariñoso sonriéndole burlona. Cole me lanzó una mirada que decía claramente «qué idiota eres» y siguió comiendo.

—¿De qué estabais hablando tú y Hannah tanto rato en su habitación? —preguntó Elodie mientras tomaba asiento en un extremo de la mesa. Clark se sentaba en el otro extremo. Ellie, Adam, Joss y Braden estaban delante de mí, y yo me ubicaba entre Cole y Hannah, con Declan al otro lado de Cole. Aunque Elodie fingía no importarle demasiado lo que habíamos estado hablando, en realidad se moría de ganas de saberlo.

—De libros —contestamos Hannah y yo al unísono, por lo que Clark rio entre dientes.

—Supongo que no era de libros. —Adam dirigió a Hannah una mirada de niño y ella se sonrojó. Esas chicas y su susceptibilidad ante un escocés pícaro… De repente me sentí afortunada de que Malcolm no fuera así en lo más mínimo. Todo el drama y la angustia… ¿Le gusto, no le gusto? ¿Está solo flirteando? ¡No, gracias!

—Qué astuta deducción, Adam. —Braden torció la boca y tomó un sorbo de café.

Joss sonrió ante su tenedor.

Adam lanzó una mirada imperturbable mesa abajo a su amigo.

—Creo que hemos de encontrar una expresión infantil para «a la mierda».

—¿A la tienda? —propuso Cole.

—Exacto. —Adam hizo un gesto con el tenedor—. Braden, a la tienda, sarcástico tabardo.

Ellie soltó una risita.

—¿Tabardo?

—Por no decir «bastardo» —señaló Hannah amablemente.

La risotada de Clark quedó interrumpida de golpe por el rebote indignado de Elodie.

—Hannah Nichols. —Tomó aire—. No vuelvas a pronunciar nunca esta palabra.

Hannah soltó un suspiro de resignación.

—Es solo una palabra, mamá. Se refiere a una persona cuyos padres no estaban casados cuando nació. Solo convertimos la palabra en insultante al dar a entender que eso encierra algo moralmente malo. ¿Estás sugiriendo que tener un hijo fuera del matrimonio es moralmente inaceptable?

Se hizo el silencio en la mesa mientras todos mirábamos a Hannah con malicioso regocijo.

Elodie emitió un pequeño resoplido para romper el silencio y se volvió hacia Clark fulminándolo con su penetrante mirada.

—Di algo, Clark.

Clark hizo un gesto de asentimiento y se dirigió a su hija.

—Creo que, a pesar de todo, deberías incorporarte al equipo de debate, cariño.

La sonora risotada de Braden fue el catalizador para el resto. Todos nos reímos y la mueca de Elodie se desvaneció al tiempo que nuestro buen humor la envolvía. Suspiró cansada.

—Seguramente es culpa mía por haber criado a una chica lista.

Más que lista. Hannah era una superestrella, y me alegraba de que estuviera rodeada de personas que le decían cada día lo especial que era.

Entablamos conversaciones separadas, y todo acabó siendo un parloteo. Yo estaba preguntando a Cole si había terminado su libro de cómics cuando Joss pronunció mi nombre.

La miré y vi que los ojos le bailaban traviesos. Me puse enseguida a la defensiva.

—¿Sí?

Joss sonrió con descaro.

—Adivina quién estuvo en el bar anoche.

Lo de adivinar nombres siempre se me ha dado fatal.

—¿Quién?

—El tío bueno de la exposición de mierda.

—¿Tío bueno? —Braden interrumpió su conversación con Clark.

Joss puso los ojos en blanco.

—Solo es un adjetivo y un nombre juntos, lo prometo.

—¿Qué tío bueno? —Ellie miró a Joss más allá de Adam, ignorando lo que su madre estuviera diciéndole.

—Estaba ese tío bueno… —Joss rectificó—. Quiero decir un tío al que se podría considerar o no ligeramente atractivo. Pero no lo digo yo, que no notaría el atractivo sexual de ningún hombre salvo el de mi maravilloso y, oh, guapísimo novio, que me llena de…

—Vale, vale, no hace falta exagerar. —Braden le dio un golpecito con el hombro y ella le hizo ojitos en señal de fingida inocencia antes de dirigirse nuevamente a Ellie.

—En la cosa esa de la galería de arte, que tú te perdiste, estaba ese tipo que iba repasando a Jo de arriba abajo. —La mirada de Joss recorrió la mesa y acabó posada en mí—. Pues resulta que Cam buscaba trabajo y Jo le ha conseguido uno en el bar. Anoche le enseñé cómo funcionaba todo.

Bueno, había sido rápido. Sentía un nudo en el estómago ante la idea de tener que trabajar con Cam, de verle otra vez.

—Es el novio de Becca. Me lo pidió ella como favor.

Joss asintió.

—Él me lo explicó. Parece un tipo majo. —A nadie se le escapaba el entusiasmo en su voz, y yo supe exactamente qué se proponía. ¿Formaba eso parte del acorralamiento? ¿Jugar a casamentera con un tío al azar solo porque nos vio mirándonos? Eché la culpa a Ellie. Había influido, sin duda.

—¿Debo preocuparme? —preguntó Braden a la mesa, y yo me eché a reír. Parte de la tensión iba disminuyendo.

Joss le hizo un gesto de rechazo como si la pregunta fuera idiota.

—Solo estoy diciendo que nuestro compañero recién llegado es muy guay y que será bueno para Jo trabajar con alguien nuevo.

Ellie frunció el ceño.

—¿Por qué hablas así?

—Está intentando liarme con Cam pese a que tengo novio. Y él tiene novia. Pero es que además, cuando estuvimos hablando, Cam me trató como una mierda. —Toma. Ya lo había dicho.

Braden juntó las cejas, y en los ojos le vi un destello oscuro que sin duda vería también en los de Adam si me tomaba la molestia de mirar.

—¿De qué estás hablando?

—Sí. —Joss se inclinó hacia delante apoyada en los codos, pintada en la cara la frase «¿qué culo tengo que azotar?»—. ¿De qué estás hablando?

Me encogí de hombros, súbitamente incómoda por toda la atención que despertaba. Me hacía sentir especialmente mal lo tenso que se había puesto Cole. Notaba en mí su mirada expectante.

—No fue muy agradable, eso es todo.

—¿Y aun así le has conseguido un empleo? —preguntó Elodie, a todas luces perpleja.

—Le hacía falta.

—Bueno, anoche parecía de lo más agradable y dijo estar agradecido por haberle dado su número a Su.

Ahora me tocaba a mí fruncir el ceño.

—¿Ah, sí?

Joss asintió y se recostó en la silla.

—A lo mejor lo malinterpretaste.

No, no había malinterpretado la actitud de Cam, pero como ahora estaba acompañada por dos hombres sobreprotectores, un hermano pequeño sobreprotector y una amiga sobreprotectora, decidí que era mejor mostrarme de acuerdo.

—Sí, igual tienes razón.

Se hizo el silencio en la mesa durante un instante, y entonces…

—Es muy interesante —susurró Joss mientras masticaba un trozo de suculento pollo.

—¿Quién? —preguntó Ellie.

—Cam.

Braden se atragantó con un sorbo de café.

—Joss —refunfuñé—. Basta. Estoy saliendo con Malcolm.

—Ah, Joss está haciendo de casamentera. —Elodie por fin lo pilló. Asentí, y ella arrugó la nariz ante Jocelyn—. No se te da muy bien.

Joss encajó la afrenta y se sorbió la nariz.

—Bueno, dame una oportunidad. Es mi primera vez.

Hannah rio entre dientes frente a un vaso de agua.

—Esto es lo que dijo ella.

Todos nos quedamos paralizados y entonces Adam resopló y casi se ahoga de tanto reír. Y luego todos, tal cual, como fichas de dominó. Todos menos Elodie, que se quedó reclinada en la silla con un semblante de absoluto desconcierto.

—¿Qué? ¿Qué me he perdido?