Capítulo 4

15 de Flamerule, Año de la Magia Desatada

Galaeron y los demás llevaban esperando toda la mañana cuando el chasquido sordo de un conjuro translocacional sonó en el centro del patio y su huésped apareció en medio de una arremolinada cabellera plateada y trayendo en pos de sí un leve hedor a despojos y a azufre. Era alta, incluso para los estándares humanos, y especialmente para una mujer, y tenía una figura esbelta y llamativa. Aunque de facciones un poco rudas para los cánones de belleza de los elfos, su rostro era de una belleza sorprendente, con ojos chispeantes, pómulos prominentes y labios carnosos.

Ruha sirvió una copa de vino de Cormyr, el mejor de los que tenían, aunque eso no quería decir mucho después de los estragos de la Guerra de los Goblins, y salió a su encuentro. Ante lo incierto del saludo que iba a recibir, Galaeron permaneció un poco rezagado. Aris se quedó oculto en su arcada dormitorio para no asustarla antes de que se recuperase del aturdimiento que siempre acompaña a la teleportación.

Ruha se detuvo junto a la mujer.

—Bienvenida a Arabel, Storm —dijo poniendo la copa en la mano de la mujer—. Gracias por haber venido.

El sonido de una voz familiar pareció sacar a Storm de su aturdimiento. Bebió unos sorbos de vino e hizo una mueca de disgusto.

—Es el brebaje más amargo que he bebido en años —dijo devolviendo la copa a Ruha—, pero tomaré otra copa. Me he pasado toda la mañana intercambiando conjuros con espinardos y acechadores y tengo tanta sed que podría beberme todo el Mar de la Luna.

—A lo mejor prefieres sentarte —sugirió Galaeron, señalando la mesa que habían dispuesto a la sombra de la casa que habían comprado con lo obtenido por la venta de una de las estatuas de Aris—. Podemos traer algo de comer si tienes hambre.

Storm lo miró con desconfianza, pero lo siguió hasta la mesa.

—Lo de sentarme está bien, pero no voy a comer nada. La batalla aún no ha terminado y no conviene luchar con el estómago lleno.

Mientras se sentaban, Aris salió de detrás de la arcada y se unió a ellos. Su cara tenía un aspecto aún más sombrío que de costumbre. Cuando se sentó junto a los demás, dejó caer el cuerpo tan pesadamente que los jarros se sacudieron sobre la mesa.

Storm giró la cabeza para mirar los ojos grises del gigante.

—Me alegro de verte, Aris. Tienes mejor aspecto que la última vez que nos encontramos.

Aris esbozó una sonrisa.

—Llevo todo este tiempo esperando una ocasión para darte las gracias por haberme salvado la vida, señora.

El gigante buscó en el interior de su capote y sacó una escultura de casi un metro que representaba a Storm de rodillas en el suelo. El parecido era perfecto, por supuesto, y tenía una expresión angélica a la par que fieramente protectora. A Galaeron lo impresionó que se pareciera tanto a una versión humana de Angharradh.

—Te ruego que lo aceptes como una pequeña muestra de mi gratitud.

Storm cogió la pieza y dio un respingo.

—Es… es… Aris, es muy hermosa. —La colocó sobre la mesa y a continuación se puso de pie para estudiarla desde todos los ángulos—. Demasiado hermosa como para que la representada sea yo… o cualquier mujer mortal.

—En absoluto. Así es como te ven todos aquellos a los que ayudas. —Aris miró a Ruha y añadió—: Ruha me ayudó a encontrar a unos cuantos de ellos, de modo que lo sé.

Storm apartó unos ojos velados por las lágrimas y se acercó a él. Incluso sentado en el suelo, el gigante la superaba en estatura, de modo que ella acabó abrazando uno de sus brazos.

—La guardaré siempre como un tesoro, Aris. —Echó la cabeza hacia atrás y le envió con la punta de los dedos un beso que flotó visiblemente hasta el rostro del gigante y se estampó sobre su mejilla como un tatuaje de plata—. Gracias.

A Galaeron lo satisfizo que Storm apreciara tanto el regalo de Aris —en realidad, nunca había esperado otra cosa, ya que el arte del gigante nunca dejaba de conmover a quienes lo veían—, pero eso arrojó una sombra sobre su propio espíritu. El gigante no aprobaba lo que Galaeron estaba a punto de sugerir, y teniendo en cuenta que Storm lo consideraba responsable de gran parte de los males de Faerun, a su idea sólo le faltaba tener en contra la opinión de Aris.

Dejando a Aris con una sonrisa tonta en los labios, Storm volvió a su asiento y se dirigió a Ruha.

—¿Qué tal si vamos al grano? —dijo. Aunque sus maneras eran bruscas, su talante se había suavizado mucho con el regalo de Aris y la preocupación que subyacía en sus palabras parecía tener más que ver con el tiempo que con la contrariedad—. No creo que me hayáis convocado haciéndome abandonar la batalla en los Sharaedim para que Aris pudiera darme su regalo.

Galaeron hizo una mueca. Nadie convoca a un Elegido de Mystra, y el hecho de que hubiera utilizado esa palabra para describir su petición de audiencia no era buena señal.

Si Ruha se percató de la elección de la palabra, no se reflejó en sus ojos.

—Galaeron tiene una idea que creo que podría funcionar. —Ruha se volvió hacia la cara grisácea de Aris y añadió—: aunque Aris no piensa lo mismo.

—¿Y me habéis hecho venir aquí para que dirima la cuestión?

Al notar el sarcasmo en la voz de Storm, Galaeron se apresuró a hablar.

—Quiero traer a tierra la ciudad de Refugio.

Storm enarcó una ceja.

—¿Traerla a tierra?

—Como las antiguas ciudades de Netheril —explicó Galaeron—. Hacer que se estrelle en el desierto.

—Si lo que pides es permiso, siéntete libre de hacerlo.

—En realidad, no puedo hacerlo yo solo. —Por el momento todo iba bien, al menos le gustaba la idea—. A decir verdad, necesito que tú y los demás Elegidos lo hagáis por mí.

Storm puso los ojos en blanco, como si ya se estuviera esperando algo así.

—Por el momento ya estamos bastante ocupados tratando de salvar los Sharaedim. Creía que ya te habrías enterado.

—¡Y te estoy diciendo cómo podéis hacerlo! —le espetó Galaeron.

Captó el destello de preocupación en los ojos de Aris e hizo una pausa para apaciguar su acceso de ira.

—¿Estáis ganando? —preguntó por fin.

Storm desvió la mirada.

—No, el avance de lord Ramealaerub se ha detenido en los Túmulos de Vyshaen.

—¿Los Túmulos de Vyshaen? —Galaeron se quedó boquiabierto—. ¿Y qué está haciendo ahí?

—¿No es una buena posición?

—Lo parece desde abajo —dijo Galaeron negando con la cabeza—, pero no puede llegar a Evereska desde allí. Si los phaerimm suben por el Cañón de Cobre, se encontrará atrapado contra el Alto Sharaedim.

Storm enarcó las cejas.

—Transmitiré tu parecer. Por desgracia, está avanzando a ciegas.

Dejó sus palabras flotando en el aire a la espera de que Galaeron dijera si quería saber los detalles. No lo hizo, pero era preciso que lo supiera.

—¿A ciegas? —repitió—. Pensé que Takari Moonsnow estaba con él.

—Se perdió el día que cayó el caparazón de sombra —dijo Storm en tono más suave, y por primera vez desde que la conocía, Galaeron vio en su expresión algo de la bondad retratada en la escultura de Aris—. Eliminó a un phaerimm que estaba frenando el avance de lord Ramealaerub.

Galaeron se hundió en la butaca. Le dolía el corazón como si alguien le hubiera dado un golpe. No había visto a Takari desde poco después de su incursión en Karse, cuando la había llevado de regreso, maltrecha y ensangrentada, a Rheitheillaethor y la había dejado allí para que se recuperara. Nunca habían sido amantes, pero finalmente había llegado a aceptar, aunque demasiado tarde, que eran compañeros del alma, vinculados por algo más profundo que el amor. Su decisión de irse con Vala, otra mujer a la que las circunstancias lo habían obligado a abandonar a un cruel destino, había sido suya, pero le había resultado infinitamente más fácil por la dureza de Takari cuando le dijo que esperaba no volver a verlo. La idea de que esas palabras tuvieran que ser las últimas que oiría de ella lo llenaron de amargura y angustia, y con una furia sorda supo que no era sólo su propia sombra la que le hacía pensar que Storm estaba mintiendo y lo impulsaba a atacarla.

Galaeron se limitó a agachar la cabeza y a musitar una plegaria rogando que Takari perdonara su estupidez y que el Señor de la Hojas velara por su espíritu.

Storm apoyó una mano en el brazo de Galaeron y la retiró al momento al ver que su sombra la rechazaba y le provocaba un escalofrío.

—Ya sabes, Galaeron, que podrías ser muy útil a lord Ramealaerub —dijo—. Dudo de que en el ejército elfo haya nadie lo bastante tonto como para rechazar tu ayuda.

Pero Galaeron pensó que siempre había una duda, aunque tal vez fuera su sombra la que lo pensaba. En primer lugar, había sido él quien había abierto la Muralla de los Sharn. A continuación había llamado a los shadovar al mundo para deshacer el daño resultante. Él era la causa de todos estos problemas, y aunque tuvieran la prudencia necesaria para no decírselo a la cara, sabía que los demás elfos murmurarían entre ellos en cuanto les volviera la espalda.

—Ése sí que es un plan que tiene sentido —dijo Aris—. ¿Por qué no volver a los Sharaedim donde podemos combatir realmente a los phaerimm?

Galaeron alzó la cabeza.

—Porque no podemos ganar la guerra combatiendo a los phaerimm. De esa manera tampoco podremos salvar Evereska.

—Ésa es la parte que no tiene sentido —dijo Aris—. Los phaerimm quieren eliminar a los shadovar, y los shadovar quieren eliminar a los phaerimm. La destrucción de Refugio, aun cuando fuera posible, no ayudará a Evereska.

—Sí que lo haría, Aris —repuso Storm—. Los elfos tienen pocas esperanzas, hasta diría que ninguna, de vencer a los phaerimm sin ayuda. El resto de Faerun ha quedado demasiado debilitado por el deshielo como para enviar ayuda, y las escasas tropas que tenemos deben quedarse en casa para la defensa contra los shadovar. Los shadovar están en la misma situación: no se atreven a enfrentarse a los phaerimm por temor a que el resto del mundo los ataque y haga cesar el deshielo.

Galaeron sintió un gran alivio al ver que era Storm quien lo explicaba en estos términos. A lo mejor uno de los Elegidos era capaz de hacer cambiar de idea al tozudo gigante.

Aris hizo que se desvaneciera su sueño con una firme negación de cabeza.

—No funcionará.

—Puede que no de inmediato —dijo Ruha—, pero cuando los reinos se recuperen podrán enviar tropas en apoyo de los elfos. Ni siquiera los phaerimm pueden soportar el poder combinado de todo Faerun.

Aris se cruzó de brazos.

Galaeron vio con sorpresa que Storm hacía caso omiso del gigante y se volvía hacia él y hacia Ruha.

—Tu plan sólo funcionaría si la destrucción de Refugio fuera rápida —dijo.

—Sin su Mythallar, la ciudad caerá —dijo Galaeron—. Su destrucción será instantánea.

Storm asintió.

—Ya me parecía que eso era lo que habían planeado para nosotros. Pero ¿cómo vamos a entrar en la ciudad? La magia de Refugio tiene poder incluso contra nosotros.

Galaeron sonrió y le dijo qué era lo que tenía pensado.

Cuando hubo terminado, Storm se sirvió más vino, se recostó en su asiento y se quedó pensando. Sólo pasaron unos instantes hasta que terminó de beber el contenido de su copa y asintió.

—Podría funcionar.

—¡Magnífico! —Galaeron sirvió vino para él y para Ruha—. Podemos estar listos…

—Dije podría. —Storm alzó una mano para detenerlo y a continuación miró a Aris—. Antes de tomar una decisión me gustaría oír los argumentos de Aris.

El gigante dirigió a Galaeron una mirada de culpabilidad antes de hablar.

—Lo que yo digo es que Galaeron no puede hacerlo.

Storm frunció el entrecejo.

—¿Qué es lo que tiene que hacer? Sólo fingir obcecación y desinterés. —Le dirigió una mirada—. Eso no es nada ajeno a su carácter —añadió.

—Después —aclaró el gigante—. Una vez que esté en la ciudad su sombra se fortalecerá. Lo perderemos… y me temo que esta vez será para siempre.

—Es un riesgo —admitió Ruha—. No está lo bastante fuerte como para luchar contra Telamont.

Galaeron se encogió de hombros.

—Todo plan tiene un coste. Puedo resistir el tiempo suficiente para hacer que éste funcione. Después de eso…, bueno, no creo que los Elegidos tengan dificultades para eliminar el problema antes de que se nos escape de las manos.

Storm se lo quedó mirando un buen rato.

—¿Harías ese sacrificio? —preguntó.

En la respuesta de Galaeron no hubo ni sombra de vacilación.

—Es más lo que he perdido hasta ahora.

—Y ése es otro error. —Aris plantó uno de sus dedazos en el centro de la mesa y a punto estuvo de derribarla—. Cuando no habla de Evereska y de lo que está sufriendo, habla de Vala y de lo que está soportando. Yo digo que si hace esto es para salvarla a ella.

Storm alzó una mirada fría hacia los ojos del gigante.

—¿Y por qué habría de ser eso un error?

Aris adoptó una expresión ceñuda y durante un momento trató de encontrar un argumento, hasta que por fin se dio por vencido y apartó la vista sin responder.

Storm volvió a mirar a Galaeron y también guardó silencio.

Por fin, el elfo no pudo aguantar más su mirada escrutadora.

—¿Lo haréis entonces? —preguntó.

En lugar de responder a la pregunta, Storm le planteó otra.

—Quiero ser clara al respecto. Si tu sombra se apodera de ti, ¿esperas que te mate?

Galaeron hizo un gesto afirmativo.

—No, Galaeron —dijo Storm negando con la cabeza—. Quiero oírtelo decir. Debes decirlo.

—Cuando… —A Galaeron se le secó la garganta y tuvo que hacer una pausa y empezar de nuevo—. Cuando, no si, porque ya estoy perdiendo la batalla aquí, pero cuando mi sombra se apodere de mí, quiero que me mates. Más aún, quiero que me prometas ahora que lo harás. Ya he causado bastante mal a este mundo por estupidez y por accidente. No quiero causarlo ahora directamente.

—Si eso es lo que quieres, lo prometo —respondió Storm. Se puso de pie y se volvió hacia Aris—. ¿Y qué hay de ti, mi enorme amigo? ¿Irás con Galaeron?

—¿Él? —dijo Galaeron poniéndose de pie—. Esto no tiene nada que ver con Aris. No es necesario que él regrese a Refugio.

—Aris va a todas partes contigo, Galaeron —dijo Storm sin apartar la vista del gigante—, y ha jurado tomar venganza por lo de Mil Caras. Si de repente se queda atrás cuando te pongas en marcha para luchar contra los phaerimm, ¿qué pensarán los shadovar?

—Tiene razón —dijo Ruha—. Empezarían a sospechar y eso daría al traste con tu plan. Esto debe hacerse bien…, o no hacerse.

Galaeron bajó la cabeza. Ya había estado a punto de matar a Aris en una ocasión, durante su huida de Refugio, cuando había sucumbido a su ser sombra y había usado al gigante como señuelo para atraer a un dragón azul hacia una emboscada. De no haber respondido Storm a la llamada de auxilio de Ruha, Aris habría muerto, y esta vez no habría nadie a quien pedir ayuda. Si las cosas se torcían, e incluso aunque salieran bien, podrían significar la muerte para ambos.

Galaeron negó con la cabeza.

—Entonces no lo haremos. —Alzó la vista y miró a Aris a los ojos—. Jamás te pediría una cosa así. Ya has hecho más de lo que es razonable esperar incluso de un amigo elfo. No quiero ver cómo te matan.

—¿Piensas que ése es el motivo por el cual no me gusta tu plan? ¿Por qué temo por mi vida? Ése es un insulto peor que cualquiera de los que te ha inspirado jamás tu sombra.

Aris partió la mesa con su enorme puño, haciéndola trizas y dispersando astillas y trozos de cristal en todas direcciones.

—Tú salvaste mi vida en Mil Caras —continuó el gigante—. Puedes hacer con ella lo que quieras.

Un tenso silencio se cernió sobre el patio. Galaeron estaba tan conmocionado por la demostración de enfado tan impropia del gigante que ni siquiera se atrevió a disculparse con la mirada.

Por fin, Storm se puso de pie.

—Supongo que con esto queda zanjado —dijo. Se limpió con las manos el vino que había salpicado su armadura de cuero—. Nos encontraremos con vosotros mañana, después del amanecer.