Doris Jannausch
La cascara de plátano

Había sido un día de mucho trabajo. Santa Claus había repartido todos los regalos y ahora estaba en camino de vuelta a casa. Se detuvo muy asombrado al ver empezar a clarear el día, y pensó que se había retrasado mucho.

La gente estaba aún en la cama durmiendo. Algunos hasta roncaban. También Santa Claus bostezaba cansado. De pronto pisó algo blando, resbaló y cayó al suelo todo lo largo que era.

—¡Encima esto! ¿qué había sido?

Se levantó y vio una cascara de plátano, que alguien había arrojado descuidadamente. Tomó la cascara con la punta de los dedos y la metió en el saco vacío. Tocarla le dio asco.

Después descubrió otras muchas más cosas tiradas en la calle, paquetes vacíos de cigarrillos, papeles arrugados y otras cosas. Santa Claus lo recogió todo y lo metió al saco. Pronto estaba otra vez tan lleno como si estuvieran aun los regalos dentro. Sólo que no había más que basura, que algunas personas habían desparramado. También en el bosque había desagradables objetos por doquier. Todo fue a parar al saco de Santa Claus.

—¡Eh!, ¿qué haces aquí? —preguntó una lechuza, posada en un árbol mientras le miraba curiosamente guiñando los ojos.

—¡Recojo desperdicios! —contestó Santa Claus—. ¿No les ha dicho nadie a las personas, que todo esto tiene que ir a la papelera?

—Lo saben, pero no lo hacen —dijo la lechuza.

Santa Claus suspiró. «En realidad no se merecen que venga todos los años a traerles regalos».

Después llevó consigo al cielo el saco con toda la basura. Allí lo vació en el vertedero celeste.

El saco tuvo que ir a la lavandería celeste. ¡Huy, cómo estaba de sucio! Los ángeles se tapaban la nariz. —Uf, ¡qué olor! —exclamó el ángel superior—. ¡Apesta como la pez y el azufre!

Santa Claus asintió y dijo:

—Tengo que decirles un par de palabras serias a los hombres. ¡Y tenía mucha razón!

¿No os parece?