Gina
Ruck-Pauquèt
Brum y Nuti
En el sur del país hay un jardín zoológico y en él dos grandes osos negros con el cuello blanco. Se llamaban Brum y Nuti y compartían la misma morada. Cuando hacía buen tiempo, se tumbaban perezosamente al sol y sus pieles brillaban como si diariamente las frotaran con barniz. Ya de niños habían jugado juntos. Juntos se subían a los árboles, daban volteretas y peleaban entre sí.
Cuando fueron mayores, se gruñían y enseñaban los dientes. Se peleaban por la comida y por el sitio. Cada día era peor la situación. Un día Brum dio un zarpazo en la nariz de Nuti, éste le mordió una oreja y finalmente se enzarzaron tan en serio en la pelea que corrió la sangre.
—Esto no puede continuar —le dijo el director de zoo al guardián que se ocupaba de ellos—, acabarán matándose.
En el norte del país había otro zoo, donde por aquel tiempo no tenían ningún oso de cuello blanco. Así decidió el director venderles a Brum o a Nuti, lo mismo le daba uno que otro. El guardián tenía cariño a los dos osos y su puso muy triste. Habló con Brum y Nuti, pero estos seguían peleándose y no escuchaban lo que les decía. Así que el guardián tuvo que lanzar una moneda al aire y la suerte decidió que era Brum quien tenía que marcharse.
Y al día siguiente vinieron a buscarle.
Nuti hizo como si no viera nada. Estaba tumbado al sol lamiéndose las uñas. Pero al llegar la noche, la comida estaba sin tocar. El segundo día tampoco probó bocado. Ni el tercero, ni el cuarto. Después de una semana estaba muy delgado. Después de veinte días no tenía más que huesos y pellejo.
Justamente por entonces llegó un camión de transporte del zoo del norte. El director del mismo traía al otro oso.
—No puedo tener más tiempo a este oso —dijo—, no come ni una migaja. Acabará muriendo de hambre.
Decidieron volver a juntar a los dos osos otra vez, aunque estaban seguros de que se arrojarían uno sobre el otro después de tanto tiempo sin verse. Si sucedía así, tenían que liquidar a uno de los dos. Con el corazón oprimido lanzó el guardián la moneda de nuevo al aire. Esta vez le tocó a Nuti.
Brum salió corriendo del camión por un pasadizo de alambre que llevaba hasta la jaula. Estaba igual de delgado que Nuti, quien, cuando le vio venir, salió a su encuentro. Se pararon uno enfrente a otro con la cabeza ladeada. Durante un rato, que pareció una eternidad, los hombres miraban conteniendo el aliento.
Finalmente se oyó algo parecido a un suspiro en el pecho de Nuti, y Brum comenzó a lamer con ternura, una y otra vez, el hocico de su compañero.
—Bien, bien —le dijo un director de zoo al otro. Ambos respiraron aliviados sonriendo. Y mientras se dirigían a la oficina a deshacer el trato, el guardián del zoo fue a buscar comida para los dos osos. Trajo fruta, pan y miel de su propia cocina.